Fin de semana, cap. 2

Un día completo con Maggie

Parte II

Los seis días que tenía que esperar antes de mi siguiente 'cita' con Maggie Whistler fueron una difusa eternidad, solamente interrumpida por una llamada suya a las 10 de la noche, el martes.

"¿Bill?"

"¿Sí?"

"Soy Maggie." Su voz sonaba ronca, casi sin aliento.

"Sí, Maggie. ¿En qué estás pensando?"

"En ti, mi amor. Estoy pensando en todas las cosas que te voy a hacer el sábado. Vas a mantener nuestra cita, ¿verdad?"

"Por supuesto. Apenas pienso en otra cosa desde el domingo. No he conseguido verte por la oficina ayer ni hoy. Normalmente pasas varias veces al día."

"Tengo mucho que hacer. También he tenido que hacer algunas compras. Puede que no te gusten algunas de las cosas que he comprado," se rió, con suavidad. "Quiero estar muy segura de que sabes dónde te estás metiendo al venir a verme este próximo sábado. Lo del domingo pasado fue solo una pista. No podía expresarme realmente tal como soy con aquellas chicas delante. Si vienes a verme el sábado seré muy cruel contigo; probablemente muchísimo más cruel de lo que puedas imaginar. Solo quiero que estés seguro."

"Solo sé que lo que me ocurrió el domingo fue muy excitante. No sé por qué respondí a tus torturas de la forma en que lo hice, pero el hecho es que lo hice, y quiero saber más. También sé que apenas era consciente de la presencia de las otras chicas la mayor parte del tiempo. Me fascinas, Maggie. Realmente quiero estar contigo."

"Maravilloso. Pero no recorras todo el camino hasta el claro. Aparca el coche donde lo hiciste el domingo y espérame allí. Necesito que me ayudes a llevar algunas cosas. A las 11:00, puntual, ¿vale?"

"Allí estaré. ¿Alguna vestimenta especial esta vez?"

Se rió entre dientes. "No. Lleves lo que lleves se habrá ido antes de que empiece contigo. Puedes contar con eso. Ponte lo que te resulte cómodo. Aunque hay una cosa..."

"¿Qué cosa?" pregunté.

"¿Has hecho algo de sexo desde el domingo?"

"¿Qué?"

"Has entendido la pregunta, responde," dijo con brusquedad.

"Bueno... en realidad no," repliqué.

"¿Qué significa eso?"

"No puedo creer que te esté contando esto," dije. "Me masturbé la pasada noche, antes de irme a la cama."

"¿Estabas pensando en mí?" quiso saber.

"Sí, maldita sea. Estaba fantaseando respecto a ti y a mí y lo que podrías hacerme el sábado."

"¿Estuvo bien?" Su voz era ahora realmente ronca.

"Fue maravilloso, pero muy terrorífico," respondí.

"Eso está bien. Sigamos por ese camino," dijo. "Desde ahora y hasta que te vea, el sábado, no tienes que tener nada de sexo, de ningún tipo, ni siquiera masturbación. ¿Está claro?"

"Sí, por supuesto," dije, "pero ¿por qué no?"

"Quiero que estés todo lo salido que pueda conseguir," respondió. "Quiero esa adorable polla tuya profundamente dentro de mí el sábado y no quiero que estés demasiado gastado para hacerme algo bueno."

"Si me estás prometiendo que tendremos sexo el sábado, te garantizo que estaré listo para actuar. ¡No he pensado en otra cosa en las últimas 48 horas!"

"¡Has oído lo que he dicho!" En este punto Maggie sonaba muy excitada. "Definitivamente tendré tu polla dentro de mí el sábado. Había pensado decirte que te abstuvieras de sexo hace dos días. ¡Deseo que estés desesperado por la liberación que solo yo puedo darte!"

"Maggie, por supuesto que haré lo que deseas. Aunque no será fácil para mí. Ahora mismo tengo una erección con la que podría cortar diamantes, solo de haber tenido esta conversación contigo."

"Esa es la idea, no la pierdas," dijo con una risita. "Limítate a traerme ese empalme el sábado y se le tratará adecuadamente."

"Estaré allí a las once." Dije.

"Te estaré esperando," fue su réplica, antes de colgar.

Después de aquella conversación telefónica, me resultó muy difícil dormir. No paraba de tener fantasías con Maggie Whistler cabalgando mi polla hinchada, mientras los dos nos corríamos, y corríamos. En ese momento el hecho de que Maggie seguramente intentaría producirme algún dolor realmente intenso en algunas partes muy sensibles de mi cuerpo, antes de mi final fantaseado, no se tenía en consideración. Solo podía pensar en su cuerpo esbelto, atlético y sus ojos verdes deslumbrantes, mientras mi polla dura avanzaba cada vez más a fondo dentro de sus suaves profundidades. Sin embargo al final me dormí y, de alguna forma, conseguí pasar el resto de la semana.


El sábado por la mañana me desperté más temprano de lo normal y tenía verdadera dificultad para encontrar cosas en las que ocuparme hasta la hora de mi cita con la adorable Maggie. Al principio me preocupaba que alguien nos descubriera en el bosque de la finca de su padre, luego me tranquilicé porque, con su padre (mi jefe) fuera de la ciudad, y con la forma en que la enorme finca estaba vallada para impedir el paso, tendríamos asegurada la intimidad. Me di una ducha justo antes de que fuera el momento de irme, deseando estar requetelimpio para las atenciones de la impresionante Maggie, cualesquiera que estas fueran. Al final, con un tiempo tan cálido y húmedo como es el típico de Georgia en esa época del año, me puse los calzones de correr y las zapatillas y me dirigí a mi encuentro con Maggie.

Su pequeño descapotable ya estaba allí cuando llegué. Se bajó y caminó hacia mí mientras aparcaba el coche. Llevaba pantalones cortos de nailon rojo, una blusa de tiras amarilla y sandalias de cuero. ¡Estaba impresionante! Sus esbeltas piernas con un moreno precioso y las suaves sandalias de piel que había seleccionado, revelaban agradablemente sus pies perfectos. Incluso se había pintado las uñas de los pies en el mismo tono naranja del tanga que llevaba la semana anterior. Se me ocurrió que me recordaba mucho a una actriz llamada Courtney Cox, a la que había visto en un par de películas y una serie de comedias de televisión, y a la que admiraba realmente mucho. El pelo de Maggie era más largo y sus ojos mucho más verdes pero, aparte de eso, había un gran parecido.

Vino directamente hasta mí, me pasó los brazos alrededor del cuello, y me besó leve pero apasionadamente. "Hola, Bill. Estoy tan contenta de que hayas decidido someterte a mí, hoy. Me aseguraré de que no te arrepientas. Ya lo verás."

Su voz era tan tranquila como suaves eran sus labios. En aquel momento habría podido hacerme lo que quisiera que no habría protestado ni por un instante. Supe que era suyo. Solo esperaba que lo que quisiera hacerme me excitara tanto como las actividades del último fin de semana. Decididamente ella era la mujer de mis sueños. ¡Solo esperaba que yo también fuera el hombre de los suyos!

Después de que nos besáramos se dirigió a su coche y sacó una gran bolsa. "Lleva esto, amor," dijo. "¡Te quiero en el bosque!" Sus palabras fueron acompañadas de un salvaje pellizco a mi pezón izquierdo. Sentí que empezaba a empalmarme y esperaba ser capaz de soportar todo lo que mi adorable señora hubiera planeado para mí. Echó a andar hacia el claro sin mirar atrás, sabiendo que la seguiría de cerca.

El bolsón era francamente pesado. Resistí el impulso de mirar dentro mientras caminábamos, prefiriendo observar sus firmes nalgas mientras sobresalían bajo sus pantalones cortos. Ella sabía dónde estaban mis ojos, y dijo algo como, "Disfruta mientras puedas. Muy pronto estarás a mi merced."

Aunque estaba excitado, sus palabras tuvieron un efecto un tanto aterrador. Después de todo había experimentado hacía solo seis días un dolor exquisito en sus manos, ¡y había prometido ser aún más 'creativa' sin sus amigas alrededor para inhibirla!

Pronto llegamos al claro. No había cambiado desde la última vez que estuve allí, aunque parecía menos siniestro porque solo nosotros dos estábamos presentes.

"Ya vale," dijo. "¡Suelta la bolsa y desnúdate!"

Hice lo que me pedía. Ahora no había necesidad de fingir. Estaba ansioso por descubrir lo que tenía reservado para mí. Todo lo que tenía que quitarme eran los pantalones cortos y los zapatos, de los que me deshice rápidamente, quedándome desnudo. Echó mano a la bolsa, sacó un par de esposas de acero, y me las colocó en las muñecas, delante de mí.

"Está bien, ahora pon las manos detrás del cuello y separa las piernas."

Hice lo que me pedía, sujetando las manos esposadas en la parte de atrás del cuello y separando las piernas unos tres pies (unos 90 cm).

"Está muy bien," dijo dando vueltas a mi alrededor. Sus manos suaves visitaban todas las zonas sensibles de mi cuerpo desnudo, provocando y excitando a la vez. Cuando se colocó detrás de mí, y me pasó el dedo índice entre las nalgas mi polla reaccionó al instante, cosa que la divirtió mucho.

"Esto va a ser la mar de divertido," susurró. "Antes de que acabemos con esto me estarás suplicando un orgasmo."

"¡Te suplicaría un orgasmo ahora mismo, si viniera a cuento! ¡Deseo tanto hacerte el amor que me duele!"

"Ah, amor, te dolerá mucho más antes de que haya acabado contigo. Déjame colgarte, aquí, luego hablaremos un poco de lo que realmente está pasando entre nosotros."

En estas, escarbó en la bolsa y sacó lo que parecía como unos 30 pies (unos 9 m) de cuerda de tender fina, de nailon. La dobló, hizo un lazo en el centro y me la pasó por la cintura, metiendo los extremos por el lazo, a la altura del ombligo.

"Probablemente la recordarás del fin de semana pasado. ¡Me encanta esta atadura! La llamamos 'cortaentrepierna' (crotch-cutter) por razones obvias. Cuando se la hacemos a una chica no doblamos la cuerda de esta forma. Créeme, un cabo único como este cortando el centro de un coño suave es atrozmente doloroso. ¡Me lo he hecho a mí misma! Lo creas o no lo estás teniendo fácil de momento. Incluso con el añadido 'menor' que le voy a hacer a la atadura del fin de semana pasado.

Me apretó la cuerda alrededor de la cintura, luego pasó los dos extremos entre las piernas, uno por cada lado de los genitales. Luego los juntó de nuevo tras los huevos y los subió bien ajustados por la raja de las nalgas. Los pasó por el lazo del final de la espalda, los enhebró por las esposas que estaban detrás del cuello y luego los lanzó por encima de la misma rama del árbol que el fin de semana pasado, a unos 8 pies (unos 2,40 m) del suelo del bosque. Tiró con fuerza de los extremos, hasta que me vi forzado a estar de puntillas, con el peso soportado solamente por la fina cuerda de nailon que pasaba entre mis piernas. Cuando ató el otro extremo de la cuerda alrededor de un tronco de árbol accesible, quedé completamente indefenso. Las manos sujetas en alto, tras la cabeza, por las esposas y la cuerda que pasaba entre ellas. Había sido atado de la misma forma que el fin de semana anterior y entonces no había sido más agradable. La delgada cuerda de nailon se clavaba brutalmente en mi entrepierna, aplicando presión a mi polla y huevos. Intenté agarrar la cuerda por encima de la cabeza para aliviar un poco la presión, pero la situación de las esposas, tal como había ocurrido el fin de semana previo, impedía que mis esfuerzos tuvieran ningún efecto significativo. Me resigné a la incomodidad y esperé a ver qué era lo que Maggie añadía a la atadura, mi polla tiesa oscilando delante de mí, como una vara.

Ella se había ido un instante de mi vista y, cuando volvió ante mí, estaba desnuda salvo el mismo tanga naranja claro que había llevado el último sábado.

"Te gusto así, ¿verdad?" preguntó.

"Sabes que sí," respondí. El impacto de la perfección de su cuerpo firme y joven fue visceral. "Tienes un cuerpo exquisito. La idea de hacerte el amor me ha tenido ocupado toda la semana. Tu padre no estaría seguramente muy contento si supiera lo ineficaz que he sido esta semana a causa de mis fantasías respecto a ti."

Se colocó delante de mí, acariciando ociosamente mi pene con la mano derecha. "Estoy realmente contenta de que te guste mi cuerpo," dijo. "Personalmente pienso que mis pechos son un poco pequeños de tamaño."

"¡Son perfectos!" respondí, "¡y tienes el culo más bonito que hay sobre la superficie del planeta!"

Su respuesta, además de una sonrisa prieta, fue aplicar un cachete punzante a la cabeza de mi polla, que se bamboleó indefensa ante mí. "¡Atrevido, pero agradable! Pensamientos como ese te han ganado un poco de incomodidad," se mofó. "Veamos que tengo aquí dentro para ti." Se agachó sobre la bolsa y hurgó dentro, presentado sus perfectas nalgas a mi apreciación.

"Te dije que tenía la oportunidad de ir de compras esta semana," dijo, sacando de la bolsa un par de objetos siniestros. "Encontré una maravillosa tiendecita especializada en juguetes para la clase de juegos a los que me gusta jugar. El dependiente era un joven muy guapo que no hacía ningún secreto del hecho de que fuera gay. Cuando le dije que tenía a un hombre joven al que quería atar y torturar, pudo aportar un montón de sugerencias. Creo que se estaba excitando al pensar en mí usando estas cosas contigo. Me gusta muchísimo la primera de sus sugerencias, porque va a ayudar a mantener tu polla dura y a la vez te proporcionará cierta incomodidad. Se limitó a llamarla 'correa para polla y huevos con incrustaciones'. ¿Qué piensas de ella?"

Era de cuero y parecía como dos pequeños cinturones que estuvieran conectados, cada uno paralelo al otro. Se alineaban por el interior con lo que parecían ser pequeñas y afiladas puntas de clavo, como de un cuarto de pulgada (unos 6 mm) de longitud. Colocó cuidadosamente el contorno de los pequeños cinturones alrededor de mis genitales. Se cerraron en su sitio, muy ajustados, alrededor de la base de mi polla y huevos, separándolos fuertemente de mi cuerpo. Las puntas afiladas se me clavaban dolorosamente en la carne tierna. Cuanto más se apretaban los cinturones alrededor de mi escroto más se separaban los huevos de la polla. Estaba muy prieto, con las afiladas puntas clavándoseme sin piedad en el escroto. Los testículos apretados a tope contra el fondo de su saco, parecían una especie de champiñones que enrojecían rápidamente. Maggie los mantuvo en alto mediante la correa que los rodeaba y los torturó unos momentos, primero abofeteándolos con rudeza, luego arañándolos con sus afiladas uñas. ¡Cuando apretó la correa las puntas afiladas del interior empezaron realmente a dejar su huella!

"Bastante ingenioso, ¿eh?" Era obvio que le divertía. "Pero," siguió, "como dicen en el circo, ¡todavía no has visto nada!"

Sujetó en alto el otro artilugio para que lo examinara. Parecía como un cono de cuero, con tres cadenitas colgando de él. Las cadenas se unían en un anillo metálico robusto, a unas tres pulgadas (unos 7,5 cm) por debajo del cono. El interior del cono estaba forrado con tachuelas muy afiladas con aspecto de acero inoxidable, cada una como de un cuarto de pulgada (unos 6 mm). Me temía que sabía dónde iba a ir este siniestro cono.

"Esto," dijo divertida, "se llama paracaídas de púas. Lo abro por aquí, por el lateral y te lo pongo sobre los huevos con este pequeño anillo colgando por debajo. Luego, una vez que haya atrapado tus huevos dentro, lo vuelvo a cerrar, así..." Procedió a engancharlo mientras hablaba. Las púas eran tan afiladas como parecían. El ángulo del cono de cuero hacía que se me clavaran salvajemente en los testículos. Con los huevos atrapados tan prietos al final del escroto, sentía como si estuvieran perforándome la carne.

El dependiente me aseguró que el hecho de que estas púas sean más anchas en la base evita que te hagan ningún daño verdadero en los huevos. Puede que se produzca alguna hemorragia leve superficial pero nada preocupante. Dijo que realmente se siente como si fueran a atravesarte debido a lo afiladas que son. ¿Cómo las sientes?"

"Maggie, esto es terrorífico. Se siente que el más ligero tirón sobre ese pequeño anillo haría que las púas me atravesaran los huevos. ¡Ten cuidado, por favor!"

"Dijo que probablemente dirías algo así. Lo había usado sobre él mismo, de modo que sabía cómo se sentía. ¿Cómo lo sientes tú?" Pegó un pequeño tirón brusco del anillo.

"¡Ouuu! ¡Realmente duele! ¡Ten cuidado, por favor!"

"Humm. ¿Y qué opinas de esto?" Apretó la palma de la mano contra mis huevos, al final del cono, obligándolos a subir por el cono y a entrar en mayor contacto con las púas.

"¡Maggie, por favor! Estas cosas están afiladas y es una carne muy tierna con la que estás jugando." Realmente empezaba a temer que podría sufrir un daño permanente.

"Deja de lloriquear," respondió. "Sé lo que estoy haciendo. Solo estoy jugando con tu cabeza un poquito." Le hizo unas pocas caricias suaves a mi polla. "Parece como si un poco de dolor en los huevos no hubiera afectado a la fortaleza de tu erección. Supongo que lo que necesito hacer ahora es encontrar alguna forma de hacer ese dolor más constante... tal vez si cuelgo algo pesado de este pequeño anillo..."

Estaba hurgando de nuevo en la bolsa. Me resigné ante el hecho de que iba a hacer lo que quisiera conmigo, así que debería pasarlo lo mejor que pudiera. Entre las púas clavándoseme en los huevos y las cuerdas finas clavándose en la entrepierna empezaba a sentirme un tanto abrumado. Maggie, sin embargo, parecía estar divirtiéndose de lo lindo.

Cruzó el claro, luego volvió llevando en las manos un trozo de tablero. Lo colocó a mis pies. Tras un examen más detenido me di cuenta de que era, calculando a ojo, una pedazo de treinta pulgadas (unos 75 cm), de 2x4 (5x10 cm), que tenía tres agujeros como de tornillo, de apariencia robusta, uno en cada extremo y otro en el centro. Sacando trozos pequeños de cuerda delgada del bolsón procedió a separarme las piernas atando los dedos gordos a los extremos opuestos del tablero con lazos de experta. El tener las piernas separadas así, forzaba a que descansara aún más parte de mi peso sobre las cuerdas que se me clavaban en la entrepierna. Solo podía descansar una parte de mi peso sobre las puntas de mis dedos fuertemente atados. Durante un momento casi me olvidé del siniestro cono que me rodeaba los huevos.

"Solo necesito una cosa más," dijo Maggie, buscando una vez más en el bolsón. "Ah, aquí la tenemos." Extrajo un pequeño trozo de cuerda con robustos ganchos metálicos en cada extremo. Tomó uno de los ganchos y lo encajó en el anillo suspendido de mis huevos. El otro gancho colgaba a unas seis pulgadas (unos 15 cm) por encima del tablero a mis pies, con su agujero invitador en el centro. Demasiado tarde comprendí lo que estaba a punto de ocurrir.

"Humm. La cuerda no llegará." Parecía verdaderamente preocupada. "Quizás tenga que ayudarla." Se arrodilló rápidamente a mis pies y sujetó el tablero. Antes de que pudiera protestar la levantó y encajó el gancho colgante en el agujero del centro del tablero. "Este es el objetivo," sonrió. "Veamos cómo manejas esta situación."

¡Estaba ante un terrible dilema! Si mantenía los pies fuera del suelo, para evitar que el tablero colocado entre ellos empujara las afiladas púas hacia mis huevos, todo el peso de mi cuerpo estaría descansando sobre las finas cuerdas que se me clavaban en la entrepierna. Tenía que reconocerle que una idea bastante astuta. Me torturaría a mí mismo, sin esfuerzo de su parte, hiciera lo que hiciera. Me resigné al dolor de la entrepierna porque estaba seguro de que bajar los pies al suelo haría que mis huevos se dañaran de mala manera. Todavía no había perdido la erección, aspecto que Maggie estuvo encantada de señalar.

"Debes de estar disfrutando con esto. Tu polla está dura como una roca." Arrastró las afiladas uñas a lo largo de mi polla y luego las enterró cruelmente en la hinchada cabeza. "¿Qué es esto?" exclamó, "¡incluso gotea una gota de jugo preseminal! ¡Eres realmente un chico travieso! Tal vez un poco de estimulación en los pezones te calme."

Hurgó de nuevo en el bolsón y sacó un tubo de lo que parecía algún tipo de pomada. "Solo un poco de gel K-Y (N. del T.: marca de un conocido producto lubrificante)," explicó. "Necesitamos un poco de lubrificación en esos animosos pezoncillos tuyos."

Se echó una generosa cantidad del lubrificante en las manos y luego me cubrió completamente los pezones con ella. Sentaba bien, pero sabía que no duraría. "No vendría mal conseguir una superficie de fricción para extender esto, ¿verdad?" dijo.

"Estos," sacó un par de masajeadores para el cuero cabelludo, de plástico negro, del tipo de los que se pueden ver en las estaciones de servicio, lavado de coches, y barberías por cuarenta y nueve centavos, piezas planas de plástico duro con cientos de botoncitos de plástico sobresalientes y puntiagudos. Se colocó detrás de mí, me rodeó el pecho con las manos y empezó a restregarme los botoncitos afilados por los pezones, suave pero persistentemente, con un movimiento circular. Al principio era solo un poco doloroso, pero cuando siguió deslizando los puntos afilados por mis lubrificados pezones, empecé a sentir una sensación de quemazón que empeoraba por momentos.

"¡Ouuu! Maggie, por favor, para. ¡Siento como si se me estuvieran quemando los pezones!"

"Ingenioso, ¿eh?" respondió, siguiendo con la tortura de mis pezones mientras hablaba. "También era esta la idea de mi amiguito gay. Dijo que no solo duele de locura, sino que hará que tus pezones sean muy sensibles a las pincitas que te voy a poner en ellos dentro de unos breves momentos."

"Por favor, Maggie. ¡No estoy seguro de que pueda soportar mucho más esto!"

"Que tonterías dices," se rió presionando sus suaves pechos contra el final de mi espalda mientras continuaba con su incansable y doloroso masaje a mis pezones. "Puesto que te he atado de esta forma, aguantarás todo lo que se me antoje aplicarte de cualquier cosa. Que digas que no puedes soportar más es solo una opinión, nada más. Y no es muy acertada, si se considera la dureza de tu polla como indicador. De todas formas creo que ya estamos a punto para poner las pinzas." Piadosamente cesó con mi tormento, guardando las herramientas plásticas de tortura y sacando las prometidas pinzas para pezones. Me las enseñó con una sonrisa. Eran un par de pinzas pequeñas, plateadas, con dientes de aspecto muy afilado a lo largo del borde de agarre. Las conectaba una robusta cadena plateada, de aproximadamente un pie (unos 30 cm) de longitud.

"Mi amigo de la tienda dijo que estas son unas pinzas muy dolorosas, particularmente después de una buena 'sensibilización' como la que han soportado tus pezones. Dijo que me asegurara de ponerlas cerca de la punta de los pezones para mejorar el efecto. Tus pezones están perfectos para esto, como pequeñas gomas de borrar."

Las enganchó a ambos pezones, simultáneamente, soltándolas rápidamente para permitir que los dientes mordieran la carne suave. ¡Eran brutalmente dolorosas! Sentí como si me quemaran los pezones con carbones calientes y expresé cuanto, de forma bastante sonora.

"Sí," estuvo de acuerdo, mirándome a los ojos mientras luchaba para soportar el dolor, "abrasan. Las probé en mí misma el otro día, así que sé exactamente lo que estás experimentando. Ya solo necesitamos una cosita más para ti y luego estaremos listos para tener una pequeña charla." Su voz era tan suave y coquetuela que me era difícil relacionarla con el sadismo imaginativo que  estaba mostrando con tanto entusiasmo.

Escarbó en el bolsón una vez más, y salió con unos tres pies (unos 90 cm) de un cordón muy delgado. Lo dobló, hizo un lazo en el centro, y luego pasó cuidadosamente el lazo alrededor de mi pene, ajustándolo al surco justo por detrás de su hinchada corona. Tiró de los extremos de la cuerda pasándolos por encima de la cadena que conectaba las pinzas de mis pezones y los tensó bruscamente hasta que la polla quedó sujeta, casi plana, contra mi vientre, apuntando hacia el ombligo, con la sensible parte inferior expuesta a su vista. Ató el delgado cordón bien ajustado, tirando dolorosamente de la cadena entre las pinzas, forzando a mis pezones tan brutalmente tratados, a mantener la polla levantada en aquella posición indefensa. Ahora respiraba con dificultad, porque me encontraba muy incómodo. El tirar de la polla hacia los pezones había provocado que las púas que se me enterraban en los huevos me produjeran un dolor que era incapaz de aliviar levantando los pies. Tiró del cordón, asegurándose de que estaba afirmado en el surco de la cabeza de mi polla y haciendo que mis pezones sintieran aún más dolor. A continuación me arañó ligeramente con una de las uñas por encima y alrededor de la cabeza de la polla, todavía mirándome a los ojos.

"Este pequeño surco que te rodea la polla es perfecto, ¿eh? Es casi como si hubiera sido pensado así para que la polla pueda ser atada estrechamente sin riesgo de deslizamiento," meditó. "Creo que es muy agradable tener a tus pezones haciendo el trabajo de mantener en alto tu polla para que pueda admirarla y jugar con ella." Deseaba quejarme del intenso dolor que estaba sufriendo pero me di cuenta de lo fútil que sería, con una polla dura como una roca declarando orgullosamente mi nivel de excitación sexual.

Rebuscó en el bolsón y sacó una esbelta fusta de aspecto siniestro. "Es demasiado ligera para hacer auténtico daño," explicó, "pero escuece terriblemente." Demostró este hecho mediante dos bruscos azotes en mis nalgas. El dolor súbito me hizo saltar en mis ligaduras, el movimiento hizo que las finas cuerdas de mi entrepierna se enterraran cruelmente en ella, y me hicieran apreciar todos los aspectos de mi situación. "Supongo que ahora ya estamos listos para mantener esa pequeña charla," dijo con una sonrisa irónica.

Se colocó delante de mi indefensa figura, una esbelta morena de aspecto aniñado, que solo llevaba un tanga naranja. Era la cosa más excitante que hubiera visto nunca. Sus pechos pequeños, perfectos, relucientes con el brillo del ligero sudor que los bañaba. El rostro ligeramente sonrojado por la excitación de torturarme.

Paseó ligeramente la fusta de arriba abajo por el interior de mis piernas, dando golpecitos en mis dedos, que luchaban para evitar que el peso del tablero que había entre ellos clavara las púas en mis huevos atrapados. Mientras empezaba a hablar, me pasaba de arriba abajo la áspera superficie de la fusta por la polla, que seguía tan dura como siempre.

"Te he atado de esta forma por una razón," empezó. "Necesitaba saber, con certeza, que podías soportar mi dolor y seguir estimulado sexualmente. También necesitaba demostrarte ese hecho, si fuera cierto, como claramente lo es." Me golpeteó levemente la polla con la fusta para recalcar este punto. "Eres exactamente lo que he estado buscando durante mucho tiempo. Guapo, inteligente, bien hecho y," ahora sonrió "estás muy bien colgado. También te excitas increíblemente porque alguien como yo juegue con tu cuerpo. Obviamente me encuentras atractiva y, ciertamente, no puedes negar tu excitación sexual. La cantidad de dolor e incomodidad que estás experimentando justo ahora reduciría a cualquiera a lágrimas y gritos de piedad. Sin embargo tú estás tan excitado en este preciso instante, que el dolor y el placer son insoportables, ¿verdad?" Avanzó detrás de mí y me azotó el culo salvajemente con la fusta. Seis golpes rápidos, abrasadores que llevaron a mis ojos el rastro de una lágrima.

"Eres todo mío, Bill. Voy a putearte y torturarte sin piedad, hoy. Antes de que nos vayamos de aquí, ¡voy a follarte hasta volverte loco! ¡Te correrás con tanta fuerza que pensarás que te está volando la tapa de los sesos!"

"¡Promesas, solo promesas!" No pude resistir la respuesta de listillo, que me hizo ganarme un golpe de fusta directamente en mi indefensa polla. "¡Ahhh! ¡Vale! ¡Vale! ¡Soy tuyo, Maggie! Pero si quieres echarme un buen polvo hoy será mejor que me bajes de aquí pronto. ¡Esta maldita cuerda de la entrepierna parece como si me fuera a cortar por la mitad!"

"Vale, amor, pero antes, solo unos cuantos golpecitos cariñosos más." Se apartó de nuevo de mi vista y me suministro veinte duros golpes de fusta en mi tierno culo. "Es solo para mantenerte caliente mientras te bajo de esta plataforma."

Se tomó su tiempo en liberarme, pero al menos desenganchó en primer lugar el cordón entre el cono de las púas de mis huevos y el tablero. Guardó las pinzas de los pezones para el final, deleitándose en mi mueca de dolor cuando me las quitó. Aflojó las cuerdas de mi entrepierna y me permitió sentarme en uno de los asientos de las mesas de picnic mientras se ocupaba de nuevo del interior del bolsón.

"Veo que tu erección está empezando a remitir," comentó. "Tendré que hacer algo al respecto."

"¿Es la hora de que me eches ese polvo de muerte?" pregunté esperanzado.

"No, todavía no, cariño. Cuando hayas descansado un poco, te quiero estirar sobre la mesa, apoyado en la espalda. Tengo un sitio especial entre las piernas que necesita alguna atención importante por parte de tu lengua antes de que consigas hoy ningún polvo."

"¡No tienes que atarme para conseguir que haga eso!"

"Seré yo quien juzgue eso," respondió. "Puede que quiera estimular tu actuación de alguna forma original, a la que casi con certeza te resistirías, si no estuvieras atado. Ahora súbete aquí, amor."

Ella sabía que tenía que obedecer, y lo hice. Crucé el claro hasta la robusta mesa de picnic, que, consideradamente, había cubierto con una manta, salté encima y me estiré de espaldas.

"Vamos, amor," me riñó, "las manos y los pies estirados hasta las cuatro esquinas. Ya conoces el ejercicio."

Hice lo que me pedía y se ocupó rápidamente en asegurarme. Sacó fuertes ataduras de lona, con cierres de velcro. Las colocó ajustadas en las muñecas y tobillos y luego aseguró las correas de lona a fuertes clavos colocados en los laterales de la parte superior de la mesa. Estaba estirado muy fuertemente, con los pies sobresaliendo ligeramente de la mesa, mi cuerpo capaz solo de ligeros movimientos.

Maggie se me colocó cerca de la cabeza y me pasó la mano derecha indolentemente por el pecho y el vientre. "Espero que te gusten estas ligaduras. Son mucho mejores que las viejas y vulgares cuerdas. Te sujetarán sin posibilidad de escape y puedes luchar todo lo que quieras o necesites y no te cortarán la circulación. ¿Ves que considerada soy? Realmente parece muy ansioso por satisfacerme. ¡Eres tan manejable! Tienes la polla dura como una roca y todavía no he empezado contigo. ¡Vaya imaginación debes tener!" Se rió ante eso, luego le aplicó a mi polla un par de caricias rápidas y suaves para remarcar este punto. Satisfecha con la respuesta de mi cuerpo ante aquello, se inclinó sobre la mesa y colocó la cabeza de mi polla entre sus suaves labios. Durante un breve instante sentí un placer increíble, pero luego ella retiró los labios y royó la cabeza de mi polla con sus afilados dientes, haciendo que se me cortara la respiración de la sorpresa.

"Vas a lamerme suavemente el coño y a mordisquearme el clítoris hasta que no pueda aguantar más... al menos hasta que alcance un orgasmo bien merecido," sonrió, suavemente, liberando la cabeza de mi polla. "Entonces, y solo entonces, colocaré esa deliciosa polla tuya dentro de mí y te cabalgaré para nuestro mutuo placer. Será maravilloso, te lo prometo, pero también habrá un toquecito de dolor para ti, incluido en el lote."

"Eso es algo que no me sorprende," bromeé. "Te deseo de tal manera que puedes hacer lo peor que se te ocurra. Nada podría estropear el placer que voy a obtener al correrme dentro de ti."

"Espero que estés en lo cierto, cariño." Su sonrisa maliciosa todavía estaba presente, pero el tono era un pelín siniestro. "Tengo la certeza de que, al menos, yo disfrutaré. Ahora vamos a ponerte a punto y a empezar, ¿verdad? Necesito preparar los medios para estimular tu rendimiento."

Diciendo esto sacó las pinzas que había usado antes conmigo y las volvió a colocar en las puntas de mis doloridos y sensibilizados pezones. Dejé escapar un suave suspiro cuando el dolor me invadió una vez más. Desgraciadamente ella estaba lejos de darlo por terminado, murmurando para sí misma mientras hurgaba de nuevo en el bolsón. Sacó otro trozo de cuerda delgada, la dobló, y luego hizo un pequeño lazo en el centro.

"¿Adivinas dónde va a ir esto," dijo, agarrando mis testículos mientras hablaba.

Me pasó el lazo por los huevos, separándolos de la polla, luego apretó el lazo, haciendo una masa firme de mis testículos. Luego volvió a meter los extremos de la cuerda de nuevo por el lazo, pasándolos entre los huevos y separándolos uno del otro. Aunque yo no podía verlos, Maggie me informó de que le parecían un par de huevos de carne coloreada.

"Aquí es donde esto se pone interesante," se rió. "Observa lo que ocurre cuando ato los otros extremos de esta cuerda a los dedos de tus pies."

Lo hizo sin demora, estirando con mucha fuerza el saco de mis huevos al enlazar los extremos de la cuerda alrededor de mis dedos gordos. ¡Sentía los huevos como si me los fueran a arrancar! Los extremos de la cuerda eran como dos cuerdas de guitarra tirantes entre los dedos y los huevos. Doblé los dedos hacia mí todo lo que pude, intentando aligerar algo la tensión. Al notar que eso podía aliviarme algo, Maggie enrolló los cordones aún más prietos y los volvió a atar. Cuando hubo terminado, rasgueó los cordones con los dedos, remarcando mi dilema.

"¿Cómo se siente eso? Bastante ajustado, ¿eh? No te preocupes," sonrió alegremente, dando a mis huevos un rudo manotazo con la mano abierta, "estamos a punto de acabar. Solo un par de cosillas más..."

"¡Dios, Maggie! ¿No es suficiente? ¡Tengo los pezones como si estuvieran al fuego y los huevos están empezando a dolerme! Por favor, ¡déjame solo que te dé el placer que deseas!"

"¡Mira quien intenta dar órdenes aquí!" exclamó. "Como te dije antes una vez que he conseguido atarte, yo, y solo yo, decido lo que te ocurra. ¡Si no confías en mí hubiera sido mejor que no te sometieras a mis ataduras!"

Guardé silencio, no quería enfadarla.

Tomó mi silencio como conformidad y sacó otro trozo de cuerda fina. "Voy a asegurarme de que esa polla tuya esté donde yo la quiero," advirtió, doblando la cuerda y rodeando con ella mi erección. Esta vez no la apretó en el surco de detrás de la cabeza; en su lugar la colocó como a una pulgada (unos 2,5 cm) por detrás de la cabeza y apretó tan fuerte que sentía como si me estuviera pellizcando la piel. Temía al siguiente paso y hacía bien en temerlo. Pasó los extremos libres de la cuerda por la cadena que había entre las pinzas de mis pezones y la aseguró con fuerza. Tener los huevos estirados hacia los dedos de los pies y la polla estirada hacia mis agónicos pezones era una sensación increíble.

A pesar de todo el dolor, sin embargo, mi polla estaba todavía dura como una roca, un hecho que Maggie notó con cierta guasa. "Pobre nene, todo ese dolor y todavía estás excitado. Tú y yo nos vamos a divertir un MONTÓN." Arañaba con sus afiladas uñas la sensible cabeza de mi polla mientras hablaba. "Solo una cosita chiquitita más y podemos empezar. Ya empiezo a tener el coño húmedo ante las perspectivas."

La 'cosita chiquitita' resultó ser lo peor de todo. Rebuscó en el bolsón y sacó un corto cordón en el que había ensartadas diez pinzas de ropa de plástico en miniatura, cada una como de una pulgada de longitud (unos 2,5 cm). Estaban repartidas a intervalos pequeños en un extremo del cordón, dejando libre un pie o así de su longitud (unos 30 cm).

"¿Qué es eso que siempre dicen los dentistas?" Ahora Maggie estaba disfrutando obviamente. "Oh, sí. Ahora solo sentirás un ligero pinchazo." Se rió de nuevo, disfrutando de su chiste, y luego colocó la primera de las pincitas en el borde de la corona de mi polla. ¡Jadeé sonoramente! ¡El dolor era intenso!

"Escuecen un poco, ¿verdad?" Colocó la segunda cerca de la primera y consiguió otro alarido mío. "Se debe a que sean tan pequeñas," explicó, siguiendo con la colocación de pinzas todo alrededor del borde de la corona de mi polla. "Toda esa presión se concentra en un sitio realmente minúsculo, donde se juntan las pequeñas mandíbulas. Parecen bastante inofensivas pero pueden ser realmente insoportables, especialmente cuando se colocan en puntos tan sensibles como este." Colocó la última de las diez pinzas y se echó atrás para admirar sus esfuerzos. Yo respiraba con dificultad, intentando soportar la atrocidad a la que se sometía a la carne más sensible de mi cuerpo.

"¡Por favor, Maggie! ¡Por favor, quítamelas! ¡Cada una de ellas es como una aguja al rojo atravesándome! ¡No creo que pueda soportarlo!"

"Podría creerte, Bill, si se te pusiera la polla flácida, pero está tan dura como siempre. ¡Mal negocio para ti! Te prometo que te las quitaré justo cuando me hayas hecho correrme. ¿Captas la imagen? Aunque una advertencia. Puedo quitártelas suavemente, de una en una, o puedo agarrar el cordón al que están enganchadas y arrancarlas, todas a la vez. Si estoy satisfecha de tus esfuerzos y creo que me has dado lo mejor, te las quitaré tan suavemente como pueda. Si no... bueno, creo que te haces una idea."

¡La idea de aquellas horribles pincitas siendo arrancadas de la cabeza de mi polla era aterradora! ¡Estaba seguro de que cada una de ellas se llevaría un bocado de carne con ella, al quitarlas de esa manera! Decidí que Maggie conseguiría el mejor trabajo oral que su coño y su clítoris hubieran recibido nunca. ¡Lo que fuera para evitar aquella horrible forma de quitar las pinzas!

Había perdido de vista a Maggie durante un momento pero, cuando volvió a ser visible se había quitado el tanga y estaba completamente desnuda. También había recogido aquella horrible fusta que había usado antes conmigo, y ahora estaba en pie junto a mis pies.

"Solo un pequeño calentamiento," sonrió y empezó a azotar las plantas de mis pies, con mucha fuerza, con la fusta. "Los pies son muy sensibles," me informó, como si necesitara hacerlo. "Esta es una tortura muy común en Oriente Medio. Creo que la usan para castigar a las chicas del harén porque duele terriblemente, pero no marca sus cuerpos y no impide mantenerlos para proporcionar los servicios para los que son apreciados. Solo porque sus pies estén doloridos e hinchados para caminar no significa que no puedan funcionar en tendido prono."

Era muy doloroso y, como estoy seguro que había previsto, a cada golpe de la fusta en alguno de mis pies, los dedos, por acto reflejo, intentaban cerrarse añadiendo tensión a mis dolientes huevos.

Estaba a punto de decirle que no podría aguantar más, cuando Maggie tiró la fusta y saltó encima de la mesa. Se arrodilló sobre mí, las piernas a cada lado de mi pecho, de cara a mi polla.

Lentamente bajó su coño hacia mi boca ansiosa y me permitió empezar mi tarea. Estaba ya muy húmeda. Era casi aterrador darse cuenta de cuanto placer sexual obtenía de torturarme. No se contentaba con cabalgar mi lengua, sin embargo. Mientras le lavaba los alrededores del clítoris y los suaves labios vaginales ella se divertía dando golpecitos a las pequeñas pinzas con sus dedos, rasgueando la cuerda que unía los huevos con los dedos, y tirando de la polla para provocar más dolor a mis maltratados pezones. Parecía como si deseara distraerme, prolongar esto lo más posible, pero yo estaba decidido a hacer que se corriera lo más rápidamente que pudiera. Me las apañé para agarrar la base de su erecto clítoris con los dientes, luego lo mantuve apretado mientras trabajaba furiosamente con mi lengua sobre él. ¡Entonces supe que la tenía! Empezó a gemir y a mover el cuerpo con un ritmo eterno que no podía llamar a engaño. Se olvidó de sus pequeñas torturas y a cambio se hundió y levantó en su placer mientras se corría. Finalmente se tranquilizó, volviendo su respiración lentamente a la normalidad.

"¡Uau!" exclamó. "¡Ha sido absolutamente increíble! ¡Eres todo un hallazgo! Nunca pensé que nadie ni ninguna cosa pudiera jamás hacerme correr con tanta fuerza y tan rápidamente. Estoy medio tentada de hacerte que lo hagas de nuevo. Estoy segura de que la segunda vez duraría mucho más y podría hacerte unas pocas cosillas más, pero un trato es un trato." Estoy seguro de que en ese punto mi propio alivio era obvio.

Se bajó de mí y empezó a quitar las horribles pincitas, suavemente, como prometió, pero todavía parecían doler más, durante unos instantes después de quitar cada una. Le dije cuanto dolían a Maggie y dijo que era la circulación al volver a la minúscula área que había estado pellizcada tan fuertemente por los dientes de la pinza. Fue un gran alivio cuando todas estuvieron fuera, y me quitó la cuerda de la polla que la conectaba con las pinzas de los pezones. Una vez hecho esto empezó a acariciarme suavemente la polla. Mi erección se había reducido un poco como consecuencia de su orgasmo, y como reacción al dolor del trabajillo de la retirada de las pinzas, pero sus caricias pronto la recuperaron hasta su forma plena.

"Supongo que al fin es el momento de que consigas lo que has estado buscando," dijo. "Déjame solo que coja un par de cosas." Se bajó de la mesa y se dirigió de nuevo al bolsón.

"¿No me vas a desatar?" pregunté, sabiendo cual sería la respuesta.

"No seas tonto, Bill. Dije que podrías follarme, y lo harás, pero todavía tengo yo el control. Espero que quieras que te quiten las pinzas de los pezones y además la cuerda que te tira de los huevos y los dedos de los pies, ¿verdad?" Lo admití asintiendo. Volvió de la bolsa con nuevos materiales. "Tenemos que practicar sexo sano, por supuesto," dijo, "de modo que necesitamos este condón." Mantuvo el condón en alto para que lo pudiera ver. "Desde luego este condón esta lubrificado por fuera, pero necesitamos lubrificarlo también por dentro, ¿verdad? En esto consiste el truco."

'Esto' era un tarro de Loción calentadora mentolada fuerte. Sacó un par de guantes de cocina desechables y se los puso en las manos. Luego vertió una cantidad generosa de la espesa loción blanca en los guantes y empezó, para horror mío, ¡a aplicármela en la polla! Al principio sentaba bastante bien. Se aseguró de no aplicarla más allá de las cuatro pulgadas (unos 10 cm) por mi dardo abajo, y cubrió minuciosamente la sensible cabeza. Luego sacó un bastoncillo y lo enterró en el tarro de loción. Antes de que pudiera protestar deslizó el bastoncillo en el orificio de mear y lo empujó suavemente dentro de mi polla. Nunca me habían aplicado un catéter en aquel momento de mi vida, así que la sensación me resultó muy extraña. Sonriendo a causa de mi expresión, bombeó el bastoncillo arriba y abajo, en el interior de mi dardo, para asegurarse de que la nociva loción cubriera todo el recorrido.

"Eso debería bastar," dijo, quitando el bastoncillo y deshaciéndose de los guantes. "Ahora, solo tenemos que ponerte esta goma, ¿verdad?" Colocó cuidadosamente el condón en la polla, desenrollándolo hasta la base. "No queremos que nada de esa horrible loción entre dentro de mí, ¿verdad?"

La 'horrible loción' estaba empezando a hacer su papel. Empezaba a arderme la polla, dolorosamente, ¡y sentía la uretra como si estuviera llena de ácido! Maggie volvió a saltar sobre la mesa y a montarme a horcajadas, esta vez dándome la cara. Tomó en su mano mi polla cubierta por el condón y lentamente se la metió en el coño. ¡Estaba a la vez en el cielo y en el infierno! Suspiró profundamente mientras mi feroz erección se asentaba profundamente en su interior.

"El condón evitará que el mentol me pase a mí," explicó, "y la fricción que voy a crear cabalgando tu polla hará que la loción te queme aún más a ti. Muy astuto, ¿eh? Oh, y cuando te corras toda esa loción que está dentro de tu polla te hará sentir como si estuvieras echando fuego líquido. Te va a doler un montón, Bill, pero sabes que no puedes evitar correrte. Allá vamos, amor mío."

Empezó a cabalgar mi erección suavemente, y tenía razón. ¡Sentía como si mi polla estuviera empapada en gasolina y le hubieran prendido fuego! El calor que nuestros cuerpos estaban generando estaba activando implacablemente el mentol, pero no podía resistir las suaves oleadas del adorable cuerpo de Maggie. Sus pechos se balanceaban encima de mí y maldije las ligaduras que me impedían acariciarlos. Para animarme agarró la cadena que unía las pinzas de mis pezones y tiró de ella como si fueran unas riendas. Podía decir que se estaba corriendo de nuevo y podía sentir que me estaba aproximando al borde de mi propio orgasmo. Estaba ella retorciéndose en su propio orgasmo cuando llegó el mío. Me corrí con más fuerza de la que recordaba nunca y fue tal como ella había prometido. Cada oleada orgásmica me provocaba un dolor agudo y profundo en el interior de la uretra mientras mi esperma buscaba el camino en el arrasado interior de mi dardo. Una y otra vez sufría las oleadas de dolor y placer que me provocaba esta increíble mujer. Supe que sería suyo todo el tiempo que ella quisiera y que soportaría cualquier tormento que ella diseñase, ¡con tal de poder experimentar este increíble cóctel de dolor y pasión!

Cuando nuestros cuerpos finalmente se apaciguaron, Maggie me quitó suavemente las pinzas de los pezones y liberó mis huevos de sus ataduras. Me soltó las sujeciones de velcro de los tobillos y muñecas, permitiéndome el lujo de estirar los músculos por primera vez en más de una hora. Me levanté y la tomé en mis brazos, todavía desnudos los dos.

"¡Maggie, jamás había experimentado nada que se aproximara siquiera a lo que me haces! Soy tuyo, y tú lo sabes. Aunque sé que me putearás y me torturarás cruelmente, nunca podré resistirme a ponerme a tu merced. ¡Eres como una droga para mí!"

"Lo mismo eres tú para mí, Bill. No puedo decir cómo me pone saber que estás dispuesto a dejarme jugar de esta forma con tu cuerpo. Nunca haría nada que realmente te hiciera ningún daño real. Lo sabes. Simplemente me encanta poder putearte y torturarte, obligando a tu cuerpo a reaccionar de maneras que solo yo puedo controlar. ¡ES como una droga y sé que quiero más!"

"Cuando quieras, amor mío. Solo tienes que decirme dónde y cuándo."

"¿Tienes planes para mañana... domingo?" preguntó.

"Ninguno. Estaré a tu disposición, y a tu merced. ¿Quieres que nos veamos aquí?"

"No. Creo que me gustaría probar a trabajarte en mi patio, en casa," dijo. "Tengo un montón de cosas por los alrededores de la casa que puedo usar para hacerte desear no haber aceptado nunca entregarte a mí."

"Estoy seguro de que lo harás. Me aterra lo que puedas hacerme, pero no me puedo resistir. ¿A qué hora debo ir?"

"Sobre las 10 de la mañana. Podemos jugar un rato, y luego te demostraré lo creativa que soy en la cocina usada como cámara de tortura. Te prepararé una comida para recordar y luego, quien sabe, podríamos terminar practicando sexo del bueno, en una cama de verdad. ¿Qué tal te parece?"

"¡Como el paraíso! Supongo que tu padre no vendrá a casa."

"No, hasta el miércoles no, así que el sitio será nuestro. Sin embargo hay solo una pequeña condición."

"Por ti cualquier cosa, ya lo sabes," dije, preguntándome que tendría pensado.

"Tienes que venir a verme desnudo," dijo, con voz ronca.

"¿Desnudo? Pero..."

"El único trasero que quiero es el tuyo (N. del T.: juego de palabras intraducible entre 'but', 'pero' y 'butt', 'trasero') y hará mejor en estar al aire cuando llegues aquí, mañana. Trae algo de ropa para ponerte luego, pero quiero que hagas todo el camino de tu casa aquí sin una puntada encima. Ni zapatos, ni calcetines, ni una puntada, ¿entendido?" Podía adivinar por sus ojos que solo pensar en mí conduciendo a su encuentro, temiendo constantemente que alguien pudiera ver mi desnudez, la estaba excitando.

"Tus deseos son órdenes, cariño. ¿Hay alguna otra instrucción?"

"Solo que vengas directo a la casa a las diez, mañana. Sales del coche y te quedas delante de la puerta principal, de espaldas a la casa. Quédate allí hasta que venga a buscarte, ¿vale?"

Asentí y, hechos los planes, nos dedicamos a recoger todos sus bártulos y volverlos a poner en el bolsón. Noté que había todavía más artilugios dentro de la bolsa, pero renuncié a examinarlos. Luego nos vestimos y nos volvimos a los coches. Nos despedimos con un largo beso, seguido de otro recordatorio de que esperaba que cruzara desnudo la ciudad para las actividades del día siguiente.

Cuando llegué a casa me di una ducha y me examiné cuidadosamente. Para mi agradable sorpresa, aparte de los pezones todavía sensibles, no había efectos residuales de la tarde a merced de Maggie. Ya estaba excitado ante la perspectiva de lo que traería el nuevo día, pero resistí la fuerte necesidad de masturbarme, queriendo estar en las mejores condiciones para las atenciones matinales de mi adorable Maggie.