Fin de semana, cap. 1

Empieza el juego

Parte I

A la mañana siguiente me desperté más temprano de lo habitual. No podía creer que hubiera prometido entregarme, desnudo, al mediodía, en los bosques de la finca de Whistler, a la tierna (con un poco de suerte) merced de cuatro mujeres jóvenes.

Me duché, luego holgazaneé todo el tiempo que pude pero, a las 11:30 me di cuenta de que sería mejor que me pusiera en camino. Me vestí con calzones deportivos y calzado de correr, precisamente como el día anterior, y me dirigí hacia la finca. Al llegar miré alrededor y no vi a nadie. Me quité el calzado, luego los pantalones de nailon, luego crucé la maleza hasta el claro. Una vez en el centro, me puse firme, como se me indicó, sintiéndome muy desnudo y muy imbécil.

Solo pasaron unos momentos antes de que las oyera. Cruzaron el bosque procedentes de la dirección general del campamento. Cuando se pusieron a la vista me sorprendí al ver que solo llevaban puestos los tangas naranja claro que llevaban el día anterior.

"Me alegro de que pudieras hacerlo." Maggie fue la primera en hablar. "Supongo que te estarás preguntando por qué estamos vestidas así. Bueno, es simplemente como añadido a tu tormento. Una de las cosas que hacen que vosotros los hombres seáis tan interesantes es el hecho de que no podáis ocultar vuestra excitación. Simplemente no hay sitio para esconder un empalme, al menos cuando estáis desnudos. Sé que encuentras atractivos nuestros cuerpos y también sé que una polla tiesa es mucho más susceptible de tortura que una flácida. Por supuesto asumo que intentarás evitar excitarte sexualmente. Con nosotras vestidas así imagino, sin embargo, que te esperan tiempos bastante difíciles.

"¿Todo lo que queréis es humillarme?"

"Ahhh, corazón. La cosa va mucho más allá que eso. Ya verás."

Luego bajó la mano y le aplicó a mi polla un par de caricias suaves. Cuando se puso apreciablemente tiesa, me dedicó una sonrisa malévola y escuché reírse a una de las otras chicas. Me dio un codazo en la dirección general y empezamos a caminar hacia el campamento. Una vez allí, me di cuenta de que esto casi con seguridad iba a ser mucho peor de lo que había pensado. Las mesas de picnic seguían allí todavía, pero una había sido cubierta con una manta vieja. Podía imaginarme estirado sobre ella, a su merced. El suelo estaba cubierto de suaves agujas de pino, iluminado a manchas por el sol que atravesaba las ramas de encima de nuestras cabezas, dando a la escena una apariencia alegre. Sin embargo el hecho de que pronto fuera a ser una víctima indefensa me hacía atribuir matices ominosos a todo lo que veía.

Una de las chicas, la víctima rubia de ayer, vino hacia mí con una gruesa cuerda de nailon, sus preciosos pechos balanceándose deliciosamente. Me ató juntas las muñecas de forma experta, luego lanzó el extremo de la cuerda por encima de una gruesa rama de árbol que estaba a unos nueve pies (como 2,70 m) del suelo. Una de las otras chicas tomó el extremo e hizo que me estirara completamente, permitiéndome todavía tocar el suelo con los pies, antes de atar la cuerda a una rama baja de árbol. En este punto estaba colgado de las muñecas pero podía estar en pie cómodamente. Sin embargo no por mucho tiempo. Rápidamente clavaron pesadas picas de metal en el suelo a mis pies, separadas unos cuatro pies (como 1,20 m). El observar como trabajaban estas adorables muchachas, con los tangas desapareciendo entre las nalgas firmes y morenas, y los pechos brillando, con una suave capa de sudor, estaba consiguiendo que mi polla se comportara como si yo tuviera ganas de forzar los acontecimientos futuros.

Una vez las picas en su sitio me ataron los tobillos a ellas con más trozos de la gruesa cuerda; me separaron las piernas y me dejaron casi suspendido de las muñecas, justo encima de la cabeza. Los tobillos estaban separados hasta el punto de que apenas era capaz de mantener el contacto con el suelo con las puntas de los dedos.

La postura no era cómoda. Maggie caminó a mi alrededor, luego volvió a mi línea visual y me preguntó si estaba 'cómodo'.

No respondí, así que me sujetó la polla, que se estaba poniendo más grande, a pesar de mis esfuerzos, y empezó a acariciarla. Sus caricias eran suaves, pero tenían una firmeza en el agarre que me decían que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Mi polla respondió a sus caricias. Una vez totalmente erecta la abandonó y empezó a trabajarme los pezones. Los torturó con las uñas, luego, pellizcando salvajemente, me hizo saber lo fácil que le resultaba hacerme daño. Mi "¡Ouuuu!" pareció agradarle y liberó las tiernas protuberancias mientras me miraba directamente a los ojos.

"Creo que al fin empiezas a entender tu situación. Bien, bueno. Tienes un montón de tiempo para apreciarla."

"Ahora," dijo dulcemente. "La primera cosa que vamos a hacer es ver cuanto podemos estirar tus huevos." Sacó cuatro pies (como 1,20 m) de cuerda de tender fina de nailon, la dobló por la mitad, hizo un lazo en el centro volviendo a pasar los extremos por dentro. Colocó el lazo alrededor de la base de mis testículos, por encima de los huevos y por debajo del pene, y tiró para ajustarlo. Luego tomó los extremos, los ensartó juntos entre los testículos, y los volvió a pasar a través del lazo que me rodeaba los huevos, separándolos muy apretadamente. Dio un firme tirón a los extremos libres demostrando que tirando de ellos se creaba más presión, y, en consecuencia, más dolor para mis huevos.

"Estas pobres cositas están empezando ya a ponerse un poco púrpuras. No creo que vaya a disfrutar mucho de esto," comentó la víctima de ayer, que estaba observando muy de cerca mis reacciones.

Una de las chicas sacó un cubo de plástico amarillo; ató el asa a los extremos libres de la cuerda de la ropa que separaba mis huevos. Dejando colgar libremente al cubo, parecieron satisfechas al notar que estaba suspendido a unas ocho pulgadas (unos 20 cm) del suelo. El cubo no pesaba demasiado, pero incluso su leve carga era notoria para mis huevos atados. Estaba bastante seguro de que iba a resultar muy desagradable muy rápidamente, y las chicas enseguida me demostraron que tenía razón. La tensión en mis huevos junto con el saber que se podían poner fácilmente en el cubo cosas para hacerlo más pesado, hizo que anticipase nerviosamente su siguiente jugada. Mi polla estaba todavía semierecta a pesar de mi temor, ¡o tal vez a causa de él!

"¿Cuánto peso crees que podrán soportar tus huevos?" preguntó Maggie con una sonrisa. No respondí, me limité a mirar a la cuerda que sujetaba mis muñecas por encima de la cabeza. "El agua es razonablemente pesada, así que busquémosla. Señoras, traigan un poco de agua."

Mientras la víctima rubia de ayer estaba llenando un cubo con agua del riachuelo, las otras tres se divertían jugando con mi cuerpo desnudo. Una de ellas me pellizcaba los pezones y pasaba la mano levemente arriba y abajo por mi pecho y mi vientre. Otra parecía estar comprobando la firmeza de mis nalgas. Maggie sujetaba mi polla con su mano izquierda mientras, mirándome directamente a los ojos, restregaba suavemente una áspera uña por toda la sensible cabeza. La combinación de estímulos era bastante irresistible y mi excitación sexual era muy evidente. Casi me sentí aliviado cuando la hermosa rubia regresó con su cubo medio lleno de agua. Parecía pesar mucho.

"Un galón de agua (unos 3,8 litros) pesa alrededor de ocho libras (unos 3,8 kg.)," comentó Maggie con una sonrisa. "Ese cubo que te hemos colgado de los huevos tendrá unos dos galones. No estoy segura de que puedas soportar dieciséis libras atadas a tus huevos. Es mucho peso para colgarlo de estos tiernos huevecillos. ¿No crees?"

No se me dio la oportunidad de replicar. La rubia inclinó su cubo sobre el que colgaba de mis huevos y dejó que el agua empezara a llenarlo. El peso en aumento se hizo enseguida insoportable. Empecé a sentir un sordo y profundo dolor en los testículos. Se detuvo después de verter como medio galón en mi cubo y todas observaron mis reacciones mientras el cubo oscilaba tirante entre mis piernas. A una señal de Maggie, la rubia vertió lo que quedaba en su cubo en el mío. Podía sentir la cuerda que separaba mis huevos tensarse ante el peso adicional. ¡Empezaba a estar asustado!

"Con eso son unas ocho libras," dijo Maggie. "¿Cómo se siente ahora?" Levantó un pie desnudo perfectamente formado y dio un pequeño empujón al cubo con las puntas de los dedos, haciéndole balancearse adelante y atrás entre las piernas, mientras describía un arco suave. Cada oscilación parecía tensar un poco más la cuerda, haciendo que mi polla se balanceara como si tuviera mente propia.

"¡No creo que pueda aguantar nada más!" supliqué. Por favor. ¡Quitadme esa cosa antes de que resulte verdaderamente perjudicado!" Esto provocó un par de risitas entre las chicas. ¡Realmente estaban disfrutando con esto!

"No seas tan nena," replicó Maggie, con una sonrisa suave. "Estoy segura de que un espécimen físicamente bueno como tú puede soportar más que solo unas ocho libras. Creo que necesitamos algo más de agua." Esto último era para la rubita, que se precipitó en el arroyo con el cubo vacío.

Maggie me acarició con suavidad la polla, mirándome directamente a los ojos. "Te dije que no te haríamos ningún daño, ¿verdad? ¿No te fías de mí?" Decidí quedarme quieto, esperando solamente que ella supiera en verdad lo que estaba haciendo.

La rubia volvió rápidamente con el que cubo que estaba, otra vez, medio lleno de agua. Miró expectante a Maggie y, al asentir, empezó a verter más agua en mi cubo, deteniéndose solo cuando las cosas llegaron a un punto en que estaba seguro de que mis testículos estaban a punto de reventar o, aún peor, ser arrancados de mi cuerpo.

Maggie examinó el cubo y rasgueó la tensa cuerda de tender entre él y mis huevos varias veces, casi como una cuerda de arpa. De forma como ausente le dio otro empujón con la punta del pie, haciéndole describir un ligero arco que me produjo una verdadera agonía. "Eso son unas diez libras," dijo. "Supongo que es todo lo que puede soportar, señoras. Veamos cómo lo lleva durante un rato."

Me rodearon y se divirtieron entre ellas fastidiando y torturando con sus manos mi cuerpo estirado. Se sintieron encantadas ante mis cosquillas cuando fui incapaz de resistir el reaccionar a sus dedos enterrándose en mis costados. Luché por mantenerme impasible como una estatua, para que el cubo que tiraba de mis huevos me hiciera el menor daño posible, pero sus uñas en mis costillas y axilas pronto me hicieron saltar todo lo que las tensas ataduras me permitían. Por supuesto que cada movimiento brusco provocaba un dolor a mis huevos atados. Suplicaba piedad entre mis risas cosquillosas cuando Maggie les dijo finalmente que pararan.

"Está bien, señoras, démosle ahora un poco de descanso. No queremos cargarnos el juguete antes de que le hayamos sacado todo el partido." Levantó el cubo que me estaba torturando y volcó su pesado contenido en el suelo delante de mí. El alivio fue inmediato, aunque sospechaba que el sordo dolor de mis huevos no desaparecería en algún tiempo.

Me rodearon y Maggie, de nuevo, empezó a acariciar mi polla flácida, que rápidamente reaccionó a sus caricias.

"Tiene muy buen cuerpo." Oigo a una de mis torturadoras.

"Como dice la canción, acabamos de empezar (N. del T.: debe referirse a 'We've only just begun', de Paul Williams y Roger Nichols)," esto lo dice Maggie. "¡Esperad a que sienta las pinzas!"

Una de las otras chicas eleva la voz esta vez, algo sobre disfrutar de la visión de mi polla balanceándose en la brisa. Termina sus comentarios con una petición de 'meter una marcha rápida'.

"Creo que ya es hora de ver como disfruta de nuestros pequeños látigos." Otra vez la voz de Maggie, y muy de miedo.

"Aunque habrá que atarle de nuevo," de la víctima rubia de ayer.

"Sí, trabajemos entre sus piernas," dijo la pelirroja.

Quise preguntarles que era lo que habían estado haciendo sino trabajar entre mis piernas, pero la discreción se hizo valer y me quedé callado.

Me liberaron de las ataduras y me permitieron descansar unos minutos en el suelo, a sus pies, mientras quitaban las picas de la tierra y retiraban las cuerdas. Realmente quería acariciarme y examinarme los huevos para ver si habían sufrido algún daño, pero resultaba demasiado embarazoso hacerlo con ellas observando.

El descanso fue breve. Maggie me ordenó bruscamente ponerme en pie y, usando unos esposas que sacó de una gran caja cercana, me esposó las muñecas entre sí y delante de mí. Las esposas estaban ajustadas pero no lo suficientemente prietas para pellizcarme la piel. A continuación sacaron de la caja un par de robustas esposas para pulgares y las colocaron en los dedos gordos de los pies, bloqueándolos cerca e implacablemente juntos. Luego Maggie tomó un trozo muy largo de cuerda de tender fina de nailon y la dobló por la mitad. Pasó los extremos de la cuerda por el bucle central rodeándome la cintura, dejándolos incómodamente prietos, con los extremos colgando desde cerca del ombligo. Luego llevó los extremos libres por el bajo vientre hasta los genitales y me los pasó entre las piernas, cada uno por un lado de los genitales. Las finas cuerdas se volvieron a reunir por detrás de mis huevos, anidando cómodamente en la raja del culo. Luego subieron por detrás, por la parte baja de la espalda, pasando a través del lazo que me rodeaba la cintura. Luego Maggie me ordenó levantar las muñecas esposadas por encima de la cabeza. Cuando obedecí, pasó los extremos por debajo de la corta cadena que unía las esposas, luego pasó los extremos por encima de la rama del árbol que había sobre mi cabeza. Cuando las chicas empezaron a tirar de la cuerda que pasaba por encima de la rama, mis manos se levantaron por encima de mi cabeza debido a la cuerda que pasaba entre las esposas y las finas cuerdas se encajaron profunda y dolorosamente en la grieta entre las nalgas. Tiraron de la cuerda hasta que estuve de puntillas, con las esposas para pulgares impidiéndome patalear alrededor o cualquier otro movimiento de piernas extraño. Las cuerdas, a las que sentía como si me estuvieran cortando por la mitad en la entrepierna, estaban soportando casi todo mi peso. Finalmente las ataron de forma que era capaz de tocar el suelo con las puntas de los pies, pero no podía hacer ningún movimiento, ninguno, sin provocarme a mí mismo un dolor intenso.

Se reunieron a mi alrededor, disfrutando de mi reacción ante esta forma de atar muy creativa. Las cuerdas, apretando estrechamente a cada lado de mi polla y huevos, estaban haciendo efecto sobre mí. Una vez más, a pesar de mi miedo, la polla se me estaba poniendo erecta. Intenté agarrar la cuerda por encima de la cabeza, con las manos esposadas, esperando aligerar algo de mi peso a la cuerda que tenía entre las piernas, pero era demasiado delgada para que obtuviera algún beneficio. Las manos resbalaban simplemente en su superficie.

"¡Traed los látigos!" Era la voz de Maggie.

"Síí. Eso es lo que necesitamos."

'Los látigos' resultaron ser cuatro fustas de equitación muy delgadas y de aspecto muy desagradable. Cada una de las chicas tomó una y empezaron a turnarse en golpear mi cuerpo desnudo. Yo no podía moverme mucho porque la cuerda de tender de nailon que me pasaba por el culo era muy dolorosa. Todo lo que podía hacer era balancearme, allí delante de ellas, y aguantar.

Las fustas eran lo suficientemente delgadas para no rajarme la piel, pero escocían como fuego cada vez que entraban en contacto con mi piel desnuda. Empezaron concentrando sus golpes en mis nalgas y muslos pero, cuando vieron lo bruscamente que reaccionaba a los golpes en el pecho y vientre, se aseguraron de que al menos la mitad de los golpes fueran en la parte delantera. La combinación de las salvajes fustas y la cuerda entre mis piernas, que me serraba el interior, pronto me llevó a un aturdimiento nebuloso de dolor y placer. Empezaba a entender el por qué del gran miedo que tenían los cautivos indios a ser entregados a las 'squaws'. ¡Estas chicas estaban disfrutando de verdad!

Maggie pidió un alto en la azotaina, luego consiguió mi atención de verdad cuando rebuscó en la caja y sacó algunas pinzas de ropa de madera, del tipo pellizco. Me las mostraron, luego empezaron a colocármelas en la polla.

"Apreciarás esto," dijo ella. "Duelen cuando se ponen, pero el dolor es mucho peor cuando se quitan." Me puso varias de ellas a ambos lados de la polla, luego puso varias más en la punta, muy sensible. Dolían, desde luego, ¡pero cuando empezó a darles golpecitos con el dedo índice las sentía como aguijones de avispa en las partes más sensibles de mi cuerpo! Todas ellas parecían fascinadas por la visión de las pinzas balanceándose en mi pene, que estaba muy erecto a pesar del dolor. Después de unos minutos, sin embargo, se confirmaron mis peores temores.

Escuché a Maggie decir, "Está bien señoras, ¡por qué no usáis estas fustas para quitar las pinzas!"

Se mostraron encantadas de seguir su sugerencia y, cuando empezaron a azotarme la polla con las fustas, casi pierdo el conocimiento. Golpeaban las pinzas salvajemente, intentado hacer que se soltaran.

Cada golpe de la fusta era como una línea de fuego que me cruzaba los genitales. Cada movimiento que hacía para intentar evitar el dolor hacía que la delgada cuerda de nailon se me clavara más a fondo en la entrepierna. No había escapatoria... ¡bailaba como una marioneta en el extremo de una fina cuerda blanca!

Pareció una eternidad antes de que hubieran terminado de quitarme las pinzas de la polla a golpe de fusta. Estaba seguro de estar sangrando profusamente, pero una mirada hacia abajo reveló que no había sangre, solo una polla y unos huevos muy rojos.

¡Lo espeluznante era que todavía estaba enormemente erecto a pesar del dolor! Las chicas estaban disfrutando de veras de mi situación. Se turnaron para acariciarme la polla, asegurándose de no estimularme lo suficiente como para que tuviera un orgasmo. La rubita que había sido la víctima de ayer era particularmente viciosa, deleitándose en pellizcarme salvajemente los pezones con una mano mientras bombeaba con la otra mi muy dolorida polla.

Tras lo que pareció una eternidad, parecieron estar de acuerdo en que estaba listo para algún tipo diferente de tratamiento. Me soltaron la cuerda de la entrepierna, me quitaron las esposas de las muñecas y los grilletes para pulgares de los dedos de los pies, y me permitieron otro breve descanso. Me quedé aliviado, y un poco sorprendido, al descubrir que no había sangre corriendo por mis piernas abajo.

Mucho antes de lo que hubiera deseado me llevaron a una de las robustas mesas de picnic. Era la que había sido cubierta con una manta... para evitar las astillas, suponía, pero no se me dio mucho tiempo para contemplar ese hecho. Enseguida me encontré atado en X a las cuatro esquinas de la mesa. Estaba boca arriba y estirado todo lo que pudieron conseguir. Empezaba a preguntarme si no habría sido mejor dejarles que hicieran lo que quisieran con la cinta de vídeo. Sin embargo mi continua y muy visible excitación sexual me hizo darme cuenta de que solo estaba bromeando conmigo mismo. Les dejaría hacer casi cualquier cosa conmigo con que solo me provocaran un orgasmo, ¡o dos!

"Es hora de que sientas un poco de calor," me susurró Maggie al oído, acariciándome la polla como quien no quiere la cosa. Para horror mío se me estaba poniendo otra vez dura como una roca. "Primero vamos a aplicar un poquito de cera de vela caliente a alguno de tus lugares más sensibles... luego te la vamos a quitar. Suena divertido, ¿eh? Aunque antes intentaremos asegurarnos de que tu polla se queda todo lo dura que se pueda para este procedimiento. Eso debería ayudar." Sacó un trozo corto de la cuerda delgada, lo ató prieto alrededor de la base de mis genitales y luego usó los extremos para enrollarme los huevos de forma prieta y por separado antes de atarlos. "Eso es. Las cosas deberían quedarse prietas y firmes con eso. Humm. Los huevos se te están poniendo otra vez púrpura. ¿Duele esto?"

'Esto' era una uña afilada, enterrándose en mi tirante testículo izquierdo. Mi respingo de dolor le dio la respuesta que buscaba.

A continuación sacó y prendió una vela blanca que parecía ser como de media pulgada de espesor (como 1,20 cm) y unas ocho pulgadas de longitud (unos 20 cm). Empezó a verterme cuidadosamente la cera ardiente en los pezones. Estaba muy caliente, y mantenía la vela a solo unas dos pulgadas (unos 5 cm) de mi pecho mientras la vertía. Luché contra las cuerdas, pero estaban muy bien atadas. ¡No iba a ir a ningún sitio hasta que me soltaran!

Pronto me di cuenta de que cubrirme los pezones con cera iba a ser lo de menos del asunto. Después de que los pezones estuvieron cubiertos con generosidad empezó a cubrirme el mástil de la polla. Resultaba muy doloroso, particularmente porque mantenía la vela muy cerca de mi carne. Las otras chicas observaban de cerca mis reacciones y parecían casi impresionadas por la violencia de mi lucha contra las ligaduras.

Una vez que el mástil estuvo cubierto, empezaba (creía yo) lo peor. Maggie empezó a verterme la cera ardiente lentamente en la cabeza de la polla. La cuerda que rodeaba su base me mantenía erecto, pero no estaba seguro de poder soportar mucho más de esto. Cera caliente desde dos pulgadas por encima de la parte más sensible de un pene erecto es una cosa muy acojonante. Cada gota se sentía como una aguja caliente que me atravesara la carne.

Cuando terminó de cubrirme la cabeza de la polla y empezó a verterme la cera sobre los huevos atados muy prietos, grité con fuerza para deleite de mi audiencia. ¡El saco escrotal está cubierto con una piel muy fina! ¡Estaba seguro de que me iba a llenar de ampollas a cada gota de cera!

Finalmente terminó su doloroso trabajo, dejándome temblando aliviado, y con los pezones y los genitales completamente cubiertos de cera, ahora endurecida. Pensaba que lo peor ya debía haber pasado. ¡Estúpido de mí!

"Aquí está tu gran oportunidad, Bill," dijo Maggie. "Vamos a quitarte toda esta cera de manera que obtengamos alguna diversión con el proceso. Cada una de nosotras se va a quitar el tanga y a encaramarse encima de ti. Tienes que intentar provocarnos el orgasmo. Estaremos mirando hacia tu polla, con nuestros dulces coñitos directamente encima de tu boca. Podrás alcanzar nuestros clítoris con la lengua, ¡si lo intentas con verdadero interés! Haz que cada una de nosotras se corra, con tu lengua, y el resto de la sesión será sencillo para ti. Oh, se me olvidaba comentarte que, mientras tú estás intentando excitarnos con la lengua, nosotras estaremos quitándote la cera de la polla y los huevos con esto..."

'Esto' resultó ser una sonda de prueba de automóvil, de unas seis pulgadas de largo (unos 15 cm) que parecía un destornillador pero tenía una punta muy afilada. La punta afilada, explicó como quien no quiere la cosa, era ideal para eliminar la cera dura de las zonas sensibles, hecho que demostró quitándome cuidadosamente la cera de los pezones. Dolía un montón. Cada pequeña parte de cera que quitaba requería que hundiera la afilada punta de la sonda en la tierna piel bajo la cera. Solo podía imaginar lo malo que sería cuando empezara a trabajar con la polla y los huevos.

Maggie fue la primera en montarme, por supuesto. Se quitó el tanga y se colocó con las rodillas a cada lado de mi pecho, mirando hacia mis genitales, de modo que, como había prometido, podía alcanzarla con la lengua tiesa y estimularle el clítoris. ¡Era esta una tarea que estaba más que feliz de acometer! Sabía dulce y cálida, y su cuerpo reaccionó inmediatamente a mis esfuerzos. ¡Torturarme tenía que haberla excitado de verdad! Intentó controlar sus reacciones hurgándome a fondo en la polla y los huevos bien prietos con la sonda, y ella hizo que me frenara un tanto. ¡Aquella cosa estaba afilada! Sin embargo en menos de cinco minutos se corrió vigorosamente, son sollozos sonoros y estremecidos. Las chicas que lo observaban estaban silenciosas mientras ella terminaba y esperaba haberme ganado algún respiro. Sin embargo se recuperaron rápidamente ¡y discutieron brevemente a quién le tocaba el turno!

Cada una de ellas, por turno, saltó sobre la mesa y me presentó un coño suave y cálido. Pude lamerles y chuparles el clítoris y, finalmente, hacer que todas ellas alcanzaran el clímax, pero mientras lo hacía utilizaban el afilado destornillador para quitarme hasta el último rastro de cera de la polla y los huevos. Intentaba mantener la concentración pero el dolor de tener un instrumento agudo hurgándome en la cabeza de la polla era más de lo que podía soportar. Tras lo que pareció una eternidad de agonía cumplí con la última de ellas y la polla y los huevos estaban limpios de cera.

A pesar de todas las cosas que me había hecho seguía encantado con Maggie. Su belleza cortaba la respiración, con un comportamiento que hacía que me excitara sexualmente, solo por estar en su presencia. Tenerla 'jugando' conmigo era increíblemente estimulante, a pesar del dolor que me infligía.

"Has demostrado que puedes aguantar un montón," me susurró al oído. "Vamos a hacer que te corras ahora. ¿Estás preparado para ello?"

"¡Sí! ¡Por favor, por favor, haced que me corra!"

"Puede que te arrepientas de lo que pides."

"No importa. ¡Por favor haz que me corra!"

"Le estáis oyendo, señoras. Hagámosle correrse."

Las risitas deberían haberme avisado.

Desató la cuerda que me rodeaba la polla y los huevos y la tiró, luego sacó una bolsa llena de pinzas de ropa blancas, de plástico. Eran del tipo que tiene dientes de sierra en los extremos, para provocar un agarre seguro, hecho que ella recalcó colocando una ante mis ojos preocupados y abriéndola y cerrándola lentamente.

Empezó a colocarlas cuidadosamente rodeando la cresta de la cabeza de mi polla. Cada una de ellas creaba su propia clase especial de dolor cuando me la aplicaba. Cuando terminó había diez de ella, agarrando con fuerza la cresta. Agitó suavemente la polla, haciendo que las pinzas se balancearan alegremente. ¡El dolor era exquisito!

"Esta es tu 'recompensa' por ser tan buena víctima," dijo sonriendo y agarrando con firmeza el mástil de mi polla. "Estás tan excitado que no podrás evitar el correrte."

Estaba abierto en X sobre la mesa, de manera que estaba indefenso ante cualquier cosa que quisiera hacer. Empezó a acariciarme la polla con firmeza, haciéndome jadear sonoramente ante el renovado dolor que provocaban las pinzas al moverse.

"Sé que piensas que esto de ahora es muy malo, pero no creerás lo malo que es cuando empieces a correrte."

No estaba seguro de lo que ella quería decir pero sabía que estaba a punto de saberlo. Su mano suave en mi sensibilizado mástil me estaba llevando rápidamente al punto de no retorno, a pesar de la agonía que me producían las pinzas. Mirándome cuidadosamente a los ojos incrementó el ritmo de sus caricias mientras me acercaba a la cima, cada caricia agitaba las pinzas y me provocaba un dolor insoportable.

"Cuando te corras," dijo Maggie, haciendo ligeramente más lentas sus caricias para dejar que me apagara antes de la explosión final, "no vas a creer lo doloroso que es. Cada espasmo eyaculatorio hará que la cabeza de tu polla se expanda. Desgraciadamente para ti, estas pinzas que rodean la cabeza de la polla no tienen sitio para expandirse. Su única tendencia es a colgar y a morder. A cada espasmo la cabeza de tu polla intentará expandirse al máximo. Sin embargo las pinzas impiden que pueda hacer eso. El resultado es un dolor insoportable. Cada vez que tu polla sufra un espasmo para eyacular las pinzas morderán con más fuerza de la que sientes ahora. ¡Es la combinación perfecta de dolor y placer! ¡No podrás evitar el dolor, y no serás capaz de resistirte al placer! Todo lo que necesitamos para hacer esto perfecto es un par de desagradables pequeñas pinzas para tus pezones."

Como si fuera una señal la rubita sacó un par de pinzas de cocodrilo con aspecto muy cruel. Me preparó cuidadosamente los pezones para ellas, tirando y apretando hasta que estuvieron perfectamente listos, luego me las colocó expertamente en las mismísimas puntas de los pezones. Dolían terriblemente, ¡pero estaba más preocupado con lo que Maggie estaba haciendo en mi entrepierna!

"Allá vamos," dijo Maggie, masturbándome sin piedad.

No podía resistir. Me llevó rápidamente al punto de no retorno, luego, sonriendo sádicamente, terminó la faena. ¡Me corrí como nunca antes me había corrido! Cada espasmo, como había prometido, era insoportablemente doloroso. La cabeza de mi polla intentaba expandirse ¡y no había sitio a donde ir! ¡El dolor era como si diez agujas al rojo me atravesaran la polla! Pero, al mismo tiempo, ¡sentía un éxtasis que nunca antes había experimentado! ¡Dolor y placer unidos en una mezcla explosiva y me corrí a raudales!

A cada espasmo de la polla, sentía un dolor que parecía sacarme totalmente de mi cuerpo.

Finalmente terminé, y ahora el dolor ya no era excitante. Ahora era solo brutalmente cruel de una forma que es difícil describir. Maggie me quitó las pinzas de la polla, de una en una. Cada una dejaba su propia marca de dolor agónico en mi psique. ¡Verdaderamente dolían más al quitarlas de lo que lo habían hecho cuando estaban en su sitio!

Cuando todas estuvieron fuera, estaba totalmente agotado, esperando solamente que me liberaran de mis ataduras.

"¿Adivinas lo que pasa?" preguntó Maggie.

"¿Eh?" estaba todavía aturdido.

"Son más de las cinco. ¡Tu calvario ha terminado!"

"¿Podemos hacerlo a solas?" pregunté.

"Desde luego. Señoras, ¿nos dejaríais solos, por favor?"

Las otras chicas abandonaron el claro, dejándonos solos. Todavía estaba atado a la mesa de picnic, pero me soltó en cuanto estuvieron fuera de la vista.

"¿Dónde está mi copia de la cinta de vídeo?"

"Aquí." La puso sobre la mesa. "Pero tengo que confesar algo," dijo.

"¿Qué quieres decir?"

"Hice una copia extra. Tenía que asegurarme."

"Eres una jodida zorra."

"Síí," sonrió con malicia, "pero no puedes negar que te ha gustado lo que te hemos hecho, pese al dolor. Una polla tiesa no dice mentiras."

"Bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir que me des la otra cinta?"

Me miró con ojos que casi quemaban. "Estar aquí el próximo sábado, desnudo. Estaré sola. Estaremos solos, tú y yo, y no creerás lo cruel que seré contigo."

La idea de estar a merced de la adorable Maggie, otra vez, me provocó una ráfaga de excitación sexual. "Si no me lo hubieras pedido, habría tenido que pedírtelo yo," le dije.

Su sonrisa de complicidad era toda la respuesta que necesitaba.