Fin de Mes con Victor
La dicha de la mujer casada de poder contar con los dos: al marido y el amante.
Finales de mes tenían un encanto y una atracción especial para mi, ya que en la institución en donde trabajaba, había que quedarse mas tarde para cerrar el mes y era cuando podía justificar llegar a casa bastante mas tarde de lo usual mientras Fernando se quedaba cuidando los niños. Era también cuando podía ir y hacer el más salvaje sexo con Víctor. Con seis años de casada, dos hijos a cuestas y un aburrimiento encarnado en mi relación matrimonial, buscando sin buscarlo, había encontrado a Víctor. A diferencia de Fernando, chapado a la antigua y con un concepto bien definido con respecto a lo que la esposa santificada podía o no hacer, debía o no hacer, yo había conseguido en Víctor toda la pasión y la lujuria que había sentido había perdido, o mas aun, no había logrado. En cierto sentido, sentía que algo que me correspondía me había sido negado y con Víctor solo estaba consiguiendo lo que por Justicia me tocaba. Víctor era imaginativo, sensual, lujurioso y vagabundo. Todo lo que Fernando no era y en sus brazos, yo, me convertía en mantequilla con todo lo que me decía y lo que me hacia gozar. Ni hablar del rico huevo que tenia y con el que me complacía tanto. Y aquí debo hacer algunas descripciones. Víctor era mas alto que yo. Yo diría que se acercaba al metro ochenta, bastante buen mozo y aunque no muy cariñoso, era bastante atento y amable. Si bien eso me conquistó, el largo de su verga y su conocimiento de como usarla me terminaron de conquistar y eso suplía por todo lo que le pudiese faltar. En fin, yo no lo quería para casarme con el sino para disfrutar de ese sexo apasionado y hasta vulgar que el sabía manejar tan bien. Su modo de utilizarme a veces como su esclava o su puta me hacia a desearlo mas aun. Porque además, me llevaba a casi el punto del insulto para luego agasajarme como a una reina. Yo, para ese entonces, finales de los sesenta, comienzos de los setenta, estaba en mis bajos años veinte. Mis senos nos son grandes hoy, lo eran hasta mas pequeños entonces, con grandes y abultados pezones bastante mas oscuros que mi piel canela y siempre mis hombres me han comentado lo rico que les lucen y si debo juzgar por la atención que les han dado, lamiéndolos y chupándolos, mordiéndolos con suavidad, para mi mayor satisfacción, debo reconocer que su tamaño, por lo visto, no ha sido inconveniente. Sin embargo, mis nalgas y caderas han sido un gancho, que debo reconocer, me han traído y han atraído a mi muchas miradas y los hombres que me han gustado. Incluso hoy, mi pareja disfruta acariciarme las nalgas y anidar su verga entre mis dos bultos. Debo aclarar que no son las nalgas solas las que han sabido atraer a mis hombres. Esas nalgas están al final de largas y bien contorneadas piernas y muchos me han comentado que tengo un caminar sensual y firme. Todo viene por el hecho que a Víctor le encantaba penetrarme adelante desde atrás y con el largo que tenía, podía hacerlo mientras yo le movía "mi rico culito" como él lo llamaba. Cuando nos podíamos ver, en esos fines de mes, Víctor me llevaba a su pequeño apartamento en el centro de la ciudad y casi sin mediar palabra, como por obligación corríamos con ansia ardiente a la ducha en donde apenas desvestidos y el agua corriendo, el me esperaba como un pacha. Él esperaba que yo lo enjuagara y enjabonara todo y yo, con toda la malicia del mundo, lo hacia obedientemente sin casi tocar su verga que empezaba a crecer. Esa expectativa de verlo creciendo me generaba a mi un divino escozor en la pepita y mientras lo hacia, como por casualidad, tratando de alcanzar sus orejas o su cabello, me le pegaba para sentir como crecía mas y más. Él, casi no se movía, disfrutando como un gato mis atenciones y cuando ya todo esta lavado el Señor, me dedicaba a sus piernas y aquí si era que empezaba la acción. Desde siempre me ha gustado mamar y sentir como el huevo me va creciendo en la boca y me la va llenando. Al yo agacharme para atender sus muslos y piernas, me quedaba esa verga en toda la cara e invariablemente, con el agua cayéndome sobre la cara y el cuerpo, levantaba la mirada para disfrutar de su cara de satisfacción y expectativa ante lo que estaba por hacer y allí era cuando con todo el cuidado de una pieza de porcelana, lo tomaba con las dos manos y me lo metía en la boca. Que placer tan grande sentir su herramienta casi parada y percibir como con mis atenciones y succiones, empezaba a crecer mas y mas y mas hasta llenarme la boca por completo mientras mi excitación iba en aumento sabiendo que dentro de poco, me llenaría otras partes también. Por encima del ruido del agua cayendo, yo podía escuchar sus gemidos de satisfacción y mientras mas gemía, mas mamaba yo, mas chupaba y disfrutaba de esa belleza de verga, mientras él abandonaba ya su fingida pose de amo para empezar a tocarme la cabeza y hombros y bajar hasta mis impacientes senos. Era entonces que me hacia levantarme y solo entonces, el agua corriendo, nos dábamos el primer e intenso beso de la tarde. Yo me le pegaba lo mas que podía, festejando mi logro meneando mis caderas contra su palo y sintiendo como no reposaría hasta explotar dentro de mi. Yo pegaba y meneaba y subía y bajaba, restregándome contra él y hasta hoy lamento no haber descubierto antes, como lo he hecho hoy, el placer de sentir la virilidad de un hombre contra mi pubis afeitado. Lo único que se interponía entre mi pepita palpitante y su huevo rico era ese vello y lo que perdía en sensibilidad, lo ganaba en movilidad. Y cuando ya no podíamos mas, casi con brusquedad, él me volteaba y poniendo una mano sobre una de mis tetas, maniobraba para abrirme la vagina y empezar a penetrarme desde atrás. No solo sentía yo su huevo pasando a ras de mis nalgas y culo, sino que su hábil mano jugaba con mi pepita, dura ya como una canica y mientras yo movía mi culo haciendo círculos en el aire, el empujaba mas y mas dentro de mí. Lo sacaba hasta casi perderlo para impulsarse y enviarlo con fuerza hacia dentro, batiendo su pubis contra mis nalgas que le acolchaban el golpe. Tan calientes estabamos que antes de que se acabara el agua caliente, primero yo y después el, alcanzábamos el primero de los dos o tres orgasmos que nos regalábamos cada vez que nos encontrábamos. Todo esto es solo la introducción de lo que quería contar sobre una de esas veces en particular. Esta vez, había terminado incluso mas tarde de lo que era costumbre y me sentía de muy mal humor pensando que esta vez, el cuento que le había había dicho a Fernando no seria mentira. Víctor me esperaba, como todas las veces trabajando en su oficina, ya vacía. De bastante mal humor, camine las tres cuadras que separaban nuestras oficinas, al menos para podernos ver unos minutos. Eran ya que más de las siete y en estas ocasiones yo estaba en casa antes de las nueve y esa hora perdida ubicando el ítem que faltaba para el cuadre lo recordare toda mi vida. Apure el paso, un tanto incomoda por la oscuridad y la soledad de esa hora y con paso firme entre al edificio donde quedaba su oficina. El edificio donde trabajaba había sido uno de los mas altos y modernos de la ciudad .a mitad de los años cincuenta y con sus doce pisos, hasta había sido la sede de compañías internacionales. Veinte años después, mantenía algo de su glamour pero ya no era ni sombra de lo que fue. La lentitud de su ascensor era enervante y no solo se demoraba en llegar si no que sus puertas de vidrio, que debían abrirse a mano después de que se abrían las dos de internas de metal, parecían haberse puesto de acuerdo para arruinarme la noche y la subida hasta el último piso parecía demorarse una eternidad. Yo tenia puesta una blusa bastante abierta, los tirantes apenas cubrían los tirantes del sostén y una falda no tan corta como las que estaban de moda en esa época en que apareció la mini falda, con botones que iban a todo lo largo y me sonreía , mientras subía, con toda la picardía del caso, pensando en que la razón de que mi falda haya sido un poco mas larga era que a pesar del éxito que había tenido la aparición de las medias panty, cada vez que venia a ver a Víctor usaba el anticuado liguero con las medias para que nos fuese más fácil cualquier cosa. Mis pensamientos eróticos eran, aparentemente, lo único que podía mitigar mi mal humor por la frustración del poco tiempo con que contábamos y llego al máximo cuando la lucecita con el numero doce se encendió y no veía el momento en que se terminaran de abrir las pesadas puertas para tocar en la puerta de Víctor. Al abrirme, nos abrazamos con pasión y con frustración ya que el también sabia que todo lo que alcanzaríamos a hacer esa noche era abrazarnos y besarnos ya que no teníamos tiempo para mas. Su abrazo me recorrió todo el cuerpo y su calor y su pasión me hicieron recordar lo que no había olvidado, el porque estaba yo tan ligada a el. Mientras me abrazaba, sentí su pene erecto presionando contra mi y es difícil decir quien de los dos presionaba mas al otro. Era como si quisiéramos romper la ropa que nos separaba de la sensación de sentir las carnes del otro. Sentí con gusto como me recorría con la mano toda la espalda mientras me besaba y llegaba hasta mis nalgas y como las acariciaba con gusto que yo compartía. Y mientras mas nos besábamos y acariciábamos, mas me dolía que no fuéramos a hacer el amor esa noche. Por supuesto, yo fui la que se excuso mientras le torcía la boca por la frustración de ambos. No. No iba a haber tiempo esta vez. Solo habría tiempo para que me calentara en su oficina y en su carro, mientras me llevaba hasta cerca de la casa. Tal vez fuera Fernando el que disfrutase de mi deseo insaciado. Mientras terminaba de acomodar las cosas en su escritorio, me pidió que me quitara las pantaletas, lo cual hice con gusto sintiendo mientras lo hacia lo húmedas que estaban. Sin duda que este hombre me daba nota y me hacía humedecerme como ninguno lo había sabido hacer. Mientras cerraba la puerta yo lo abrazaba y desde atrás, buscaba agarrarle el centro de mi placer y supongo que del suyo también y mientras esperábamos al ascensor en el medio oscuro y desierto pasillo, como en tantas otras ocasiones, nos seguimos besando y yo sentí que de algún modo debía hacerme acabar ya que no aguantaba mas las ganas. Ahora, mas bien, recibía con beneplácito la demora del ascensor, mientras Víctor metía las manos por todos lados. Había logrado abrir casi por completo los botones de la falda y sentía el calor de la palma de su mano acariciándome las nalgas y la de sus dedos hurgándome entre ellas. Mi excitación se entrecortaba por la presencia de luz en una de las oficinas del piso pero no quería que Víctor cesara de hacer lo que estaba haciendo. Yo sentía como me seguían corriendo los jugos, ahora sobre los muslos desnudos. Como sabían excitarme esas manos y esos labios. Cuando por fin llego el ascensor, abrió la puerta e inmediatamente entramos los dos y apenas entramos, Víctor se coloco a mis espaldas, como lo hacia en la ducha y al igual que en la ducha, paso una mano por encima de mi cuello mientras que la otra se abró camino en el corte de mi falda para llegar directamente a mi sexo. Yo me quede prácticamente inmóvil. Mientras me besaba la nuca y movía con suavidad sus labios hacia mis orejas, sus manos me recorrían como quien recorre mercancía barata en el mercado, como una muñeca inmóvil e incapaz entre sus brazos. Sentí un inmenso placer cuando encontró, sin ninguna dificultad mi pezón hinchado y duro y mientras me lo pellizcaba entre dos dedos, me susurraba a la oreja como le gustaría chupármelo y morderlo. Sus susurros eran una mezcla de deseo y pasión, descripción de lo que quisiera hacer y un basto desprecio por mi placer. Disfrutaba con sorna diciéndome lo puta que yo era, lo desesperada que yo estaba por una buena cogida de un huevo que me tenía presa estando afuera y que me postraba teniéndolo ensartado. Esa era una de las palabras que más me gustaba escucharle. Me encanta ver tu cara cuando te tengo ensartada, me decía. Adoro la tosquedad de tu voz cuando estas ensartada, me decía. Te gusta que te ensarte, mi puta, me decía y mientras el mas hablaba, mas sentía yo el palpitar de mi pepita. Y mientras él me decía todo eso, me pellizcaba los pezones y empezaba a meter sus dedos en mi vagina bañada, casi con terror descubrí que ninguno había pisado el botón del ascensor y sin saber que hacer, con tal de que no fueran a descubrirnos, los pise todos. Lo que sentía no era miedo sino terror de que alguien fuera a entrar. Aquí agradecí lo lento del ascensor. Víctor no se inmuto cuando empezó el movimiento aunque yo seguía petrificada. El placer en la vagina era inmenso y casi lo pierdo con el sobresalto de parar en el piso 11 y mi corazón dejo de latir mientras se abrían las puertas metálicas pero tuvo un repunte aun mayor cuando note que no había nadie tras la puerta de vidrio y cuando entendí que Víctor no tenia ninguna intención de perder su compromiso de hoy, decidí unirme a él y maniobrando mi mano, logre llegarle al cierre del pantalón. Siempre había sido para mi excitante la expectativa, aun de un hombre conocido, de una verga conocida, el momento en que sale, o mejor aun , cuando lo saco del pantalón e interior, pero esta vez iba a ser mas intenso y placentero. La mezcla de excitación, deseo y lujuria con miedo, vergüenza y humillación fueron algo que no creo haber sentido alguna vez en mi vida. Con un gemido de placer y hasta de alivio me dio a entender lo agradecido que estaba de que lo haya liberado de su prisión de tela y dentro del torbellino de pasión, recuerdo con ternura el haberme percatado de su gótica de leche en la punta de su hinchado huevo. Estimo que fue a la altura del piso 10 cuando lo tuve totalmente libre y de nuevo quede aterrada cuando me levanto la parte de atrás de la falda. Me lleno hoy en día de deseo y vergüenza cuando pienso que estuve con las nalgas al aire en ese ascensor y más aun cuando recuerdo que Víctor tuvo incluso la desfachatez de alejarme un poco y admirar mis nalgas, muslos y piernas cubiertos por las medias y el liguero que tanto le gustaban. Al sentir el calor de su verga entre mis piernas, buscando su lugarcito, como lo llamábamos, sentí como electricidad subía de mis tobillos hasta mi espalda y de allí a levantarme el cabello en la cabeza. Me hizo inclinarme para penetrarme, para ensartarme desde atrás y sintiendo como me clavaba, mi reacción instintiva fue la de la ducha y empece a mover las nalgas y caderas para facilitar su entrada y lástima que no me dedico a publicidad pues en ese momento me sentí como el conejito de la propaganda de baterías. Todo mi cuerpo se estremecía con el calor que me llegaba de su cilindro de placer. Toda su energía erótica me estaba llegando y ya ni me importaba ni me daba cuenta de que piso habíamos pasado ni donde estaba mientras que no olvidaba donde era que estabamos y la sensación de deseo, de gritarle que me diera mas, mas duro, con el terror de que alguien pudiera entrar, hacían que sintiera la fuerza de ese orgasmo que se venia formando y tomando una fuerza, casi como la de la primera vez que me habían desflorado. Víctor seguía tal y como si hubiésemos estado en la ducha en su casa. Ya me había levantado y mientras yo movía el culo, el me batía y me penetraba hasta el final, meneándose dentro de mi, dándome mas y más placer mientras me decía, casi grito , casi susurro, te gusta mi puta, dime cuanto te gusta y todo lo que yo podía hacer era asentir y rogarle que me lo diera todo, todo mi amor, le rogaba como un pordiosero y cuando en un momento, corto su respiración, no me aguante mas y me deje venir y venir y venir y en ese momento dejo de interesarme el ascensor o la puerta o nada ya que las olas venían y venían como no lo había sentido nunca antes y cuando casi creí que había terminado de acabar lo sentí a el, bombeando todo lo que tenia dentro de mí y me pareció como si hubiese empezado a acabar otra vez. Yo oía como su respiración oscilaba entre intensa y seguida a totalmente cortada, para acelerar después y con un alarido seco, soltar toda su leche dentro de mi y apenas estaba pasando por el piso seis o cinco . Con su huevo aun dentro de mi, me tomo por la barbilla desde atrás y chupándome la boca me dice que nunca había conocido a una mujer tan puta y tan ardiente como yo. En lo que quedaba hasta abajo, alcanzamos a acomodarnos y al salir a la calle, seguramente lucíamos como dos colegas saliendo cansados del trabajo. Hablamos poco en le camino a casa. O por lo menos no recuerdo haberlo hecho. Mi mente estaba en lo que acababa de suceder y en como cambiar la expresión de inmensa satisfacción que seguramente tenía en la cara. No eran las nueve cuando llegue a casa, lo cual sorprendió gratamente a los niños y a Fernando y entre acostar a los niños, la cena y conversar un poco con Fernando sobre mi día de trabajo, no pude ducharme antes de que Fernando me tomara de la mano y me llevara a la cama. Será tal vez por toda la tensión que en efecto estaba excitada de nuevo. Tal vez haya sido por pensar en lo que acababa de hacer. Tal vez haya sido por lo que Víctor había dicho de mi, de ser puta y ardiente. Y tal vez porque estaba por materializar mi gran fantasía de tener una verga deslizándose en la leche de otro, pero ese segundo polvo con Fernando, lo disfrute casi tanto como el del ascensor.