Fin de Fiesta (I)
Llevábamos todo el día bebiendo. Literalmente. Reventados y borrachos, acabamos los tres en casa: mi mujer, mi amigo y yo.
Llevábamos todo el día bebiendo. Literalmente. Reventados y borrachos, acabamos los tres en casa: mi mujer, mi amigo y yo. Nos conocemos desde la época de la universidad y nuestro grupo se ha mantenido unido, no es raro que las noches terminasen así, con él quedándose a dormirla en el sofá.
Esa noche ella llevaba una blusa negra con un generoso escote, y minifalda. En el ascensor él bromeó sobre cómo le estaba viendo todo, desde aquella posición, tan cerca y que, joder, no está hecho de piedra. Ella se rió y se pegó más. “¿Y ahora?”, dijo. Nos partíamos los tres, totalmente desinhibidos. Realmente, desde ahí y siendo alto, tenía que ver absolutamente todo.
Al entrar, nos fuimos al sofá. Bromeamos que si nos entraría una cerveza más, y decidimos probar nuestro aguante, así que fui a la cocina.
Él se quedó, pero ella me siguió.
Se sentó en la encimera, mirándome. Le pregunté que qué estaba pensando, y me dijo que nada bueno. Yo reí y, tras recorrer su pecho con mi dedo, le solté un botón de la blusa.
- ¿Recuerdas el otro día, cuando acabamos aquí con Olga, y me dijiste que si haría un trío, pero te dije que no?
Me acerqué a ella, apoyé mis manos en sus rodillas, y las fui subiendo por sus piernas mientras la besaba. Habíamos fantaseado con ello de novios. Después, casados. Ahora, mis manos progresaban hacia sus bragas. Estuve tentado de arrancárselas allí mismo y hundir mi cara al notar la humedad que desprendían. Después me abrazó, me susurró que estaba “muy, muy cachonda”. Las bragas estaban empapadas. Nos besamos un poco más, hasta que él bromeó desde el salón con que dejásemos de follar y le llevásemos cerveza, que estaba seco. “No como tú”, la dije. Me besó.
Al bajar de la encimera ella me agarró sobre la bragueta. Notó mi erección. Me besó de nuevo antes de soltarme. No se molestó en abrocharse el botón que la había quitado, que dejaba entrever el sujetador.
Yo cogí los vasos, ella la cerveza. Tras sentarme en el sofá, ella se puso a servirnos, inclinándose ostensiblemente hacia delante. “¿Qué tal estas vistas?”. Reímos, aunque yo algo más nervioso. Lo hizo despacio, alargando el tiempo y la inclinación para que no hubiese lugar a dudas.
Nosotros estábamos sentados juntos, pero ella se empeñó en colocarse en medio, con lo cual empezamos a forcejear en broma por el sitio. No la dejábamos, así que dijo que entonces se sentaba sobre mi. Al mover el culo comentó que yo tenía que tener sus tetas muy vistas como para que se me pusiese dura con su escote.
- Sí, sí, la tienes dura… - insistió, moviéndose sobre mi. - ¿Y tú? - le preguntó.
Sin darle tiempo para responder, cambió de “asiento”.
- Joder, sí la tienes dura, sí… - dijo, al notársela cuando se sentó encima. Pero allí se quedó.
Seguíamos riendo pero el tono de la conversación claramente había cambiado. Bromeábamos con nuestras erecciones y sus tetas y seguíamos bebiendo. Me separé para hacerla un hueco, pero ella declinó la invitación. “No, aquí estoy bien”. Apoyó su espalda completamente en el torso de él. “¿Qué tal las vistas desde ahí?”
- Pues no tan buenas como las de antes, la verdad.
Ella dejó su vaso, se dio la vuelta, sentándose a horcajadas sobre él, de frente.
- ¿Y así?
Él no dijo nada. Se limitó a sonreir, mirarla de arriba a abajo, y dar otro trago a la cerveza. Al sentarse sobre él la minifalda se había subido y podía verse sus braguitas.
- ¿Y así? - dijo, desabrochándose otro botón.
Las tetas de mi mujer son espectaculares, y ya casi estaban en su cara. Él se limitó a seguir sonriendo y bebiendo. Ella se mordía un labio y él casi se relamía.
- Sí, noto que te gustan - dijo, moviendo el culo sobre él. - Estás como una piedra.
Yo no existía. Sólo estaban ellos y su polla bajo el pantalón. Di un trago.
Él se la tuvo que colocar a lo largo de su pernera derecha, porque ya no cabía en el calzoncillo. El bulto era evidente a pesar del pantalón. Mi mujer pasó a colocarse sólo sobre esa pierna para poder notarla.
Ella le susurró algo al oído. Jamás he sabido el qué.
Siguió frotando su coño sobre él. Gemía, excitada. Él sólo la miraba, borracho, divertido por la situación, sonriendo y dando tragos a su cerveza. Las tetas de ella se agitaban en el sujetador por su movimiento y sus temblores.
- Ni te muevas - le pidió.
Le rodeó con sus brazos por su cuello para poderse mover mejor y subir el ritmo. Si él hubiese sacado la lengua habría rozado el tirante de su sujetador. Ella aceleraba y gemía, apretando también sus tetas contra él.
- Joder…
Sólo una cosa podía ocurrir en ese momento.
Con una sacudida brutal su espalda se tensó hacia atrás, casi cayéndose de su “montura”. Seguro que los vecinos la pudieron oír dejándose llevar tras el roce, ojos y boca abiertos de par en par, y las primeras gotas de sudor bajando por su frente.
Mi mujer se acababa de correr sobre mi amigo.
Los dos reímos a carcajadas.
Se inclinó sobre él, abrazándole de nuevo. “Joder, ha sido la hostia”, le dijo. Le dio las gracias, y un pico. Mi amigo se quedó cortado, sin saber qué hacer con ella o con su erección.
Ella se sentó a su izquierda, apartada de mi. Sobre la pierna de él, un gigantesco bulto y una mancha de humedad empapando el pantalón.
Se rió, traviesa, pensando “mira lo que he hecho”. Pasó su mano por encima, como palpando su tamaño, asimilando lo que había causado su orgasmo. Después la agarró, intentando estimar su calibre.
- Buf…
Se limitaron a mirarse durante unos segundos.
- ¿Puedo verla?
Él se desabrochó el cinturón. Con parsimonia, debido a los nervios y la borrachera, se desabrochó el pantalón, botón a botón. Después, se lo bajó hasta los tobillos.
Di un trago cuando vimos que su polla sobresalía ampliamente por la pernera de su boxer.
- Oh, Dios… - exclamó ella.
Me miró fugazmente. Agarró su glande y comenzó a acariciarlo, sin tan siquiera tenerlo que sacar del boxer. Le miró a él con una risilla nerviosa. Él se dejaba hacer, bebía y reía.
Finalmente se quitó el boxer.
Saltó como un resorte, a lo que mi mujer no pudo sino exclamar “es enorme”.
Sus ojos me decían cómo lo deseaba.
Le agarró por la base. Su pequeña mano apenas abarcaba todo su calibre, y por supuesto para cubrirla en su longitud se habrían necesitado dos o tres manos como la suya.
- Cielo, mira cómo es… - me dijo.
Como respuesta, de forma instintiva, mi mano izquierda fue a ella y la agarró también. Era la primera polla que no fuese la mía que agarraba en mi vida. Él rió.
Noté los labios de mi mujer rozando mi puño. Al verme agarrarla se había inclinado y metido en la boca la parte de verga que quedaba visible sobre nuestras manos.
- Joder - dijo él.
Las succiones eran lo único que se escuchaba en la habitación. Mi mujer ni nos miraba, entregada a chupar aquel misil.
Comenzó a masturbarlo, y mi mano siguió su recorrido. Era gigantesca y dura. Se sentía muy diferente a la mía.
- Joder, cielo - exclamó mi mujer, cambiándose de postura para arrodillarse.
Antes de continuar, me atrajo hacia ella, haciéndome arrodillar también y me besó. Noté el sabor de la polla de él en su boca. Ella estaba cachondísima, me introducía la lengua y me empapaba la cara con su saliva. Su mano izquierda iba a mi paquete, mientras que la derecha no le soltaba.
Me miró cuando recorrió su tronco con su lengua.
Me miró cuando chupó su glande.
Me miró cuando se la introdujo en la boca.
Se acercó a mí, y me besó. De ahí pasó a mi oreja, a susurrarme.
“Ayúdame”.
Quedaba a un palmo de su verga. Era imponente.
Me miró cuando saqué mi lengua, recorriéndole desde los huevos hasta encontrarme con los labios de mi mujer en la punta.
Nos besamos.
Ella se apartó. Mi boca comenzó a chuparle, imitándola. Cerré los ojos y comencé a subir y bajar.
Jamás lo habría pensado, pero disfruté la dura sensación de su falo en mi boca, y de escucharle gemir.
Mi mujer me besó en el cuello. La miré. Ya estaba desnuda.
Se subió al sofá, sobre él, y comenzaron a besarse.
Yo seguí comiéndole.
Desde mi posición veía su espalda desnuda, sus brazos recorriéndole, su culo rozando su polla… Pasé a agarrársela y lamerle los testículos. Él se mantenía pasivo, limitándose a besarla, a la espera.
Ella bajó su mano para agarrársela, y se topó con la mía. Paró, giró su rostro hacia abajo, mirándome, y me habló.
- Me lo tengo que follar, cielo.
En ese momento, yo mismo acerqué la polla a la entrada de su coño. Al notarlo, gimió. Cerró los ojos y volvió hacia él. Bajando despacio sobre su verga, fue introduciéndoselo.
- Joder, joder… me va a partir, es enorme…
Me senté al lado de él, tocándome sobre el pantalón, y fui viendo cómo mi mujer se amoldaba a su miembro. Le acaricié un pezón pero me apartó la mano.
Cuando se lo hubo introducido cuanto pudo, comenzó a besarle. Las manos de él fueron a su culo pero ella también las apartó.
- Dejadme.
Se acarició un poco el clítoris, y emitió un quejido. “Ugh…”. Casi toda aquella polla estaba ya dentro de ella. Sus caderas pasaron a moverse en círculos sobre él.
- Jooooder…
Por fin paró. Llevó una mano a su coño, comprobando que por fin había conseguido introducirse toda. Sonrió. Le besó. “Ni te muevas”, le dijo.
Pasó a un vaivén frontal en el que conseguía que su clítoris rozase con el pubis de él. “Es increíble”, dijo, notándose llena por completo.
- Dios, me encanta… Dejadme…
Apoyándose en sus hombros disfrutó recorrerla con su coño de arriba a abajo, casi sacándosela, tres o cuatro veces. Al sentirse llena, gemía como jamás la había oído gemir. Pero necesitó más. Quería terminar, y retomó el vaivén.
Gritó. Sin avisar. Sin decir lo inevitable como siempre hace.
Se corrió.
Quizá pasó un minuto hasta que se pudo calmar. Por fin paró sobre él, con su polla todavía dentro, recuperando el aliento.
- Buf… No había probado algo así nunca…
Comenzó a reír. No podía parar. Ella reía y reía, ante la sonrisa cómplice de él.
Se levantó y, cogiéndose de la mano, salieron hacia el pasillo. Yo di un último trago antes de seguirles.
Cuando llegué, ella estaba tumbada en la cama mientras él se desnudaba. Se masturbaba despacio, en círculos, ante la visión de esa polla gorda que a continuación la follaría sin piedad.
Me arrodillé.
Volví a introducirme su verga en mi boca mientras se quitaba la camisa.
- Joder - dijo mi mujer, que ya se introducía dos dedos.
Me cogió la cabeza y guió la mamada. Su circuncidado glande me llegaba hasta la garganta.
- Voy a follarme a tu mujer.
- Otra vez - le dije.
- No. Antes ella se ha follado conmigo. Ahora va a ver lo que es bueno.
Se giró hacia ella.
La tumbó boca arriba. Se colocó entre sus piernas, con su falo sobre su pubis.
- ¿Quieres que te folle delante de tu marido?
- Sí, por favor…
Separó sus labios y colocó su glande entre ellos.
- Pídemelo.
- Fóllame, joder...
Con sus manos en sus caderas, comenzó a penetrarla. Muy despacio, y apenas lo hubo hecho, paró.
- Joder, más…
Me recliné y la besé. Me pregunté si notaría el sabor de su polla en mi boca.
- Cariño…
Miré su coño. La verga de él desaparecía en su interior. Seguí besándola. Las manos de él fueron a sus tetas mientras la seguía penetrando.
- Quita - me ordenó.
Durante los siguientes minutos pude escuchar el frenético chapoteo de su polla entrando y saliendo de ella, sólo tapado por sus gritos y gemidos. La jodió más duro de lo que jamás lo había hecho yo. Ella fue a acariciar su clítoris pero no le dejó. Cogió sus manos, las puso sobre su cabeza y siguió follándosela sin descanso.
- Te voy a hacer correr sólo con mi polla.
Y lo hizo. Joder si lo hizo. Tembló, gritó, rió, lloró…
Yo me desnudé y comencé a masturbarme.
Salió de ella y su circuncidado miembro todavía seguía erecto, sin haberse corrido todavía.
Ella le empujó sobre la cama, con la clara intención de montarle.
- Joder, tu mujer es insaciable…
Me miró mientras le agarraba para metérsela.
- Cielo, esta polla es increíble.
Las manos de él condujeron la follada en su culo. Ella de vez en cuando miraba hacia detrás para ver cómo yo me masturbaba con la escena.
Sus gordos dedos comenzaron a jugar con su ano. Primero acariciándolo, luego dilatándolo.
Me acerqué.
Ella no dijo nada. Tan sólo emitió un quejido cuando mi glande venció su ano. El lubricante que me había aplicado hizo su trabajo y no me costó penetrarla hasta el fondo. Podía notar el ariete de él a través de una fina membrana.
Me recliné sobre ella.
Comencé a entrar y salir, y él se acopló a mi ritmo. Noté cómo su ano se contrajo en un nuevo orgasmo.
- No puedo más…. - suplicó, derrotada.
En respuesta, aceleré mi ritmo y él me siguió. Segundos después me corría dentro de su culo.
Ella se quitó de encima de él, tumbándose en la cama, manchando las sábanas con el semen que salía de su trasero.
- Joder… - dijo, mirando su polla dura, empapada. - Si me corro una vez más, muero.
Se acercó a él para lamerle y masturbarle.
- ¿No te piensas correr nunca?
- No puedo con él aquí - dijo, señalándome.
Ella se levantó y, cogiéndome de la mano, me condujo al dormitorio de invitados. “Te quiero, cielo. Muchas gracias por esto.”, me dijo, antes de besarme y dejarme en la cama. El reguero de semen que ella iba dejando llegó hasta la puerta de nuestro dormitorio, que cerró tras de si.
Poco después pude oír sus gemidos antes de quedarme dormido.