Fin de año 2
Continua la historia de incesto desde la perspectiva de la madre.
Al día siguiente me despertó un rayo de sol colándose por una rendija de la persiana. Sentía la cabeza algo embotada y me costó ubicarme. Recordé lo que había pasado la noche anterior como si fuese un sueño, una especie de recuerdo lejano en el tiempo. Pero no. Había sucedido hacía apenas unas horas. De repente me sentí muy mal. Me había portado como una puta con mi propio hijo. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara a partir de ahora? No sabía cómo enfrentarme a él. ¿Qué pensaría de mí? Sin duda, que era una puta sin el más mínimo atisbo de moral. Lloré pensando que lo había tirado todo por la borda por un calentón. Había fracasado como madre. Vaya ejemplo para un hijo que era yo. Quería quedarme en cama para siempre y no volver a ver a nadie. Me moría de la vergüenza. Me acurruqué en la cama y lloré hasta quedarme sin lágrimas.
Debía afrontar lo que había hecho. Debía hablar con Manu. Iba a ser muy duro mirarle a los ojos después de lo sucedido pero debía hacerlo. Le echaría la culpa al alcohol e intentaría recomponer nuestra relación madre-hijo intentando salvar lo que pudiese. No sabía cuánto tiempo podía pasar hasta que nuestra vida volviese a la normalidad. Si alguna vez lo hacía…
Me levanté si ganas y salí con miedo de mi dormitorio. Estuve tentada a volver a entrar y meterme de nuevo en cama y no volver a salir. Pero debía hacer frente a las consecuencias de mis actos. No había rastro de Manu por ningún lado. Seguramente seguía durmiendo. Lo agradecí. Fui a la cocina y me hice un café. Me llevé la taza a la sala y me senté en el sofá intentando buscar una salida al lío en que me había metido.
Poco rato después oí que se despertaba Manu. Sentí el ruido de su persiana abriéndose y unos segundos después se abría la puerta. Traía puesto solo el pantalón del pijama. Intenté mirar solo su cara. Tenía miedo a que mis ojos buscasen involuntariamente su paquete.
Se acercó a mí sonriendo y me besó en la mejilla. Por un momento temí que intentase besarme en la boca. Estaba muy nerviosa.
—Buenos días, mamá. ¿Como estás? —me saludó como si no hubiese pasado nada.
—Buenos días, cielo. Medio dormida todavía. ¿Vas a desayunar? —respondí intentando mantener la calma
—Sí. Tengo un hambre canina.
—Vale.
Vi que en su cara apareció un gesto de extrañeza, seguramente por mi actitud más fría de lo que pretendía, pero no dijo nada y desapareció en dirección a la cocina. Unos minutos después volvió y se sentó a mi lado. Yo tenía los nervios a flor de piel. No podía estar a su lado como si nada. Me levanté para irme.
—¿Estás bien, mamá? —preguntó más preocupado que molesto.
—Sí, cielo. Pero necesito una ducha. Necesito espabilarme —fui consciente de la poca convicción de mis palabraspero pareció aceptar la explicación.
Entré en mi dormitorio y estuve tentada a pasar el pestillo. Temía que él intentase entrar dispuesto a follar ya que le había dado pie a creer que lo haríamos cada vez que quisiese. Finalmente no lo hice y entré en el baño. Pero el miedo a que entrase no me abandonó en todo el tiempo.
Creí que el agua de la ducha me relajaría pero no sirvió de nada. Me sentía sucia. No por culpa de Manu. Si no por lo que yo había hecho. Era una puta asquerosa, una mierda de madre. Ni madre podía llamarme. El agua de la ducha se llevó mis lágrimas, pero no mi dolor. Cuando salí me vestí con cuidado. No quería que Manu se excitase al verme. Normalmente saldría con un simple camisón sobre la ropa interior. Pero ya no podía hacer eso. Me puse un vaquero y una sudadera que solía usar para limpiar por casa y envolví en pelo en una toalla. Me miré al espejo. Al menos había conseguido no tener un aspecto sexi.
Salí y me senté en la sala en un sillón al lado del sofá que ocupaba Manu. No tenía muy claro como comenzar. Me senté con las piernas muy juntas y las manos en mi regazo. Lo miré a la cara decidida a encarar el problema y que pasase lo que tuviese que pasar. Imaginé que me odiaría. Pero lo tenía merecido.
—Manu. Tenemos que hablar —no era una forma muy original de comenzar pero no se me ocurrió otra.
—Dime mamá.
—Lo que pasó ayer…
—Fue muy bonito. Lo mejor de toda mi vida —me interrumpió para mi desesperación. Ojalá no hubiese dicho eso. A mi pesar, me sentí halagada.
—Sí que lo fue —reconocí. El también se merecía el halago—. Pero no debe volver a pasar. No está bien.
—¿Por qué, mamá? ¿No te gustó?
—No es eso, cielo —joder si me había gustado.
—No le hacemos daño a nadie. Y nadie tiene por que enterarse. Es nuestro secreto.
—Eso no hace que esté bien. No debió haber sucedido.
—Pero los dos lo deseamos. Los dos estuvimos de acuerdo. ¿Qué ha cambiado?
—Que soy tu madre, Manu. Y lo que hicimos es incesto.
—En España no es ilegal. Así que no infringimos ninguna ley.
—Por mucho que no sea delito, no debimos hacerlo. ¿Es qué no te das cuenta?
—De lo que me doy cuenta es de que lo disfruté mucho. Y tú también. De que los dos lo deseábamos y nada más. A nadie le importa nuestra vida. A nadie le hacemos daño. El resto no me importa. Solo nuestra felicidad.
Sus palabras me hicieron ruborizar. Sentí una vergüenza infinita de haberme comportado como una puta barata dispuesta a disfrutar la polla de su propio hijo sin medir las consecuencias. En ese momento quería que la tierra se abriese y me tragase.
—Pero eso no cambia nada, cariño. No puede volver a suceder y no volverá a suceder. ¿Está claro? —intenté imprimir un tono firme a mi voz. Necesitaba imponer mi criterio para que todo volviese a la normalidad. Pero no sabía si lo conseguiría.
Manu no dijo nada. Me pareció ver odio en la mirada que me lanzó mientras recogía la bandeja con el desayuno y se disponía a marcharse zanjando la conversación.
—Manu, espera, por favor. Debemos hablarlo —le pedí casi llorando.
—No es necesario. Ya lo has dicho todo. Ya has decidido por los dos y mi opinión no cuenta para nada. No es necesario decir nada más —me cortó seco. Sé que estaba furioso.
Me quedé en el sillón. Algo se rompió dentro de mí. Lo había hecho todo rematadamente mal. De nuevo el llanto volvió a anegar mis ojos. Quería morirme. Manu ya no me respetaría como a una madre. ¿Cómo iba a respetar a una fulana que se había arrodillado ante él desnuda para chuparle la polla? A partir de ahora me vería como a una fulana. Me lo tenía merecido por inconsciente. Por dejarme llevar por mis apetitos en lugar de usar la cabeza. Por pensar con el coño en lugar del cerebro. Me daba asco a mí misma. Necesitaba morirme ya.
Quince minutos después salió. Se había duchado, vestido y puesto unos zapatos. Era evidente que pensaba salir. No lo culpaba por no querer verme delante.
Pasó por mi lado ignorándome.
—¿Vas a salir? —le pregunté con voz queda.
—Sí. Me voy a dar una vuelta por ahí.
—¿A que hora piensas volver?
—No lo sé. ¿Qué más te da? —me escupió la respuesta, dolido.
—Manu, por favor. Tenemos que hablar.
—Ya está todo hablado. Así que déjame en paz —me cortó mientras abría la puerta para marcharse.
El golpe de la puerta al cerrarse sonó como una sentencia condenatoria. Fue como si me hubiesen abandonado en el infierno y hubiesen cerrado la puerta para siempre dejándome sola, abandonada y olvidada.
No sabía qué hacer. ¿Cómo podría recuperar el cariño de mi hijo? Lo veía imposible. Ni podría quererme ni respetarme. Y yo sola lo había logrado. Había logrado hundirme en un pozo de mierda del que nadie podría rescatarme. Lloré como nunca lo había hecho. Como si en ese momento se me hubiese muerto Manu. Aunque comprendía que era yo quien había muerto para él. Pero él no lloraría. Me escupiría.
No sé cuanto tiempo pasé en el sofá. Me encogí como un bebé en una esquina y lloré, no hice nada más. Me dejé caer en el pozo de mi propia desesperación mientras me maldecía a mi misma por puta, por idiota, por egoísta sin sentimientos. Lloré y lloré. Pero mi dolor no desaparecía. Mis lágrimas no eran capaces de lavar tanto daño.
Habían pasado ya varias horas, así que llamé a Manu para saber cuándo volvería. Dos. Tres, no sé cuantas veces lo llamé. No quería ser pesada, así que le escribí un mensaje pidiéndole perdón. Pero no lo leyó. Le envié un nuevo mensaje preguntándole si estaba bien. De sobras sabía que no estaba bien. Estaba furioso conmigo. Si pudiese conseguir que así todo volviese a ser como antes, estaba dispuesta a dejar que se desahogase golpeándome. Era el mínimo castigo que merecía por lo que había hecho.
Al cabo de media hora del último mensaje me llegó su contestación. Un escueto “estoy bien”. No era lo que hubiese querido leer, pero al menos se había molestado en contestar. Comenzaba a oscurecer.
Desesperada por la tardanza de Manu decidí ir a visitar a mis padres. Le dejé una nota en la nevera y me marché. Mis padres advirtieron que algo no iba bien al ver mi cara, pero lo achaqué a una noche de exceso con la bebida, que ya no aguantaba tanto el alcohol y ese tipo de cosas. Eso pareció tranquilizarlos. Pasamos un rato agradable charlando de mil tonterías hasta que decidí que era hora de marcharme. Les di sendos besos y me marché.
Iba nerviosa por la calle temiendo lo que pasaría cuando me encontrase de nuevo a Manu cara a cara. No podía reprocharle lo que pensase de mí. Me lo había ganado a pulso. No lograba perder las ganas de llorar.
Cuando entré en casa, Manu estaba picando algo en la cocina. No me atrevía a acercarme a él. Pero debía enfrentarme a lo que viniese. Debía afrontar el futuro.
La expresión de su cara parecía haber cambiado algo desde que se había marchado hacía horas. Me acerqué dispuesta a soportar sus insultos. Se puso en pie. Lo miré buscando en su cara un atisbo de perdón o al menos comprensión por mi comportamiento.
—Hola Manu. ¿Cómo estás? —pregunté sin atreverme a acercarme.
—Bien —contestó él—. Quería hablar contigo ―sentí una oleada de pavor.
—¿Conmigo?
—Claro. ¿Con quién si no?
—Claro, claro. Deja que me saque el abrigo y los zapatos —necesitaba ganar tiempo, aunque no sabía para qué.
Volví al cabo de unos minutos, después de cambiarme. Me senté en el borde de un sillón, alejada de él. Me sentía una mierda y temía que me iba a caer una lluvia de reproches.
—Tú dirás —dije dispuesta a afrontar mi destino con un mínimo de dignidad.
—Quería pedirte perdón. Por la mañana me comporté como un imbécil y tenías tú razón. Lo siento.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. Esperaba insultos, reproches. Que dijese que no quería saber nada más de mí. Pero no. me había pedido perdón por su actitud. Lo miré un segundo esperando ver la burla en su cara. Pero no. Era sincero. No pude evitarlo. Me levanté y lo abracé con fuerza para cubrirlo de besos. Me había hecho inmensamente feliz. Ahora lloraba de felicidad.
—Gracias, cariño. Te quiero y no tengo nada que perdonarte. Fui yo quien ayer no se comportó como debe comportarse una madre y te pido perdón —confesé alegre al ver que había recuperado a mi hijo. Las lágrimas de felicidad seguían brotando de mis ojos.
—No mamá. Fui yo. Ayer fue maravilloso y yo quería más. Pero comprendo que no puede ser. Te prometo que no volveré a hablar de eso.
—Sí que lo fue —reconociendo la verdad —. Pero es verdad. No debió haber sucedido y no volverá a suceder. ¿Vale?
—Vale.
—Pues anda. Vamos a cenar algo —dije intentando pasar página lo más rápido posible.
Aunque
el ya había picado algo, me acompañó mientras veíamos la televisión y charlábamos de cosas intrascendentales como si nada hubiese pasado. A pesar de la ficción de que nada había sucedido, era consciente de que mi sexo todavía recordaba las caricias de su boca y mi boca el sabor de su sexo. Creo que a él le sucedía otro tanto. Pero estábamos intentando pasar página. Manu no tardó en escaparse a su habitación. Porque eso fue lo que hizo. A pesar de decir que era por cansancio, yo estaba segura de que se trataba de una huida. No lo culpé y hasta cierto punto lo agradecí. Necesitaba estar sola a pesar que las cosas parecían haberse arreglado entre nosotros.
Nos besamos en la mejilla, nos dimos las buenas noches y se marchó. Poco después lo hice yo. No podía dormirme pues el sabor de su sexo seguía impreso en mi mente. Decidí masturbarme para calmar mi mente y, aunque intenté imaginar a otros tíos, su imagen volvía a mi sin cesar. Conseguí llegar al orgasmo pero la sensación de culpa no me abandonó.
Desperté antes que Manu. Me dí una ducha y busqué un atuendo lo menos provocador posible. Después me fui a la cocina y me puse a preparar el desayuno. Poco después apareció mi hijo.
—Buenos días cariño. ¿Cómo has dormido? ―lo saludé
—Bien —contestó aunque sus ojeras dijesen lo contrario.
—Pues no parece. Vaya ojeras gastas.
—Demasiados días de fiestas y comilonas —explicó, creo que sin ser consciente del doble sentido que parecía tener la frase.
—Aprovecha que quedan pocos días de vacaciones y pronto empezarás con los exámenes.
—Sí. Hoy creo que iré a estudiar un poco a la biblioteca.
—¿Y eso? —pregunté sorprendida—. Normalmente estudias en casa. Creo que nunca pisaste la biblioteca.
—Es que necesito un libro que no tengo y allí puedo consultarlo —pensé que había mentido pero no dije nada.
—Ah, vale —dije no muy convencida—. ¿Vendrás a comer?
—No lo sé. Depende de como vaya la mañana.
—Bueno. Si vas a venir, avísame con tiempo para preparar para los dos. No es cuestión de hacer comida de más para luego tirarla.
—No te preocupes, mamá. Lo haré —a pesar de la convicción de sus respuestas no me miraba a los ojos.
—Bueno. Pues me voy a la ducha que tengo que bajar a hacer un par de recados.
Pasé por su lado y le hice una caricia en el pelo como solía hacer antes para demostrar que todo había vuelto a la normalidad.
Cerca de la hora de comer me llegó un mensaje de Manu avisando de que vendría a comer. Me alegró ver que él también ponía de su parte para recuperar la normalidad. Sabía que tardaríamos en lograrlo, pero cada vez estaba más segura de que lo lograríamos. Necesitaba que alguien me abrazase y me dijese que todo saldría bien.
Como ese alguien no aparecería debía salir y tomar el aire. Tal vez eso me ayudase. La comida transcurrió con normalidad. Parecíamos haber vuelto a ser lo que antes. Pero ambos sabíamos que no podíamos olvidar tan fácilmente el cuerpo desnudo del otro. Necesitaríamos mucho tiempo. Después de comer, mi hijo me ayudó a fregar para intentar demostrar que todo estaba bien y después se marchó al gimnasio. Yo decidí salir a pasear así que le dejé un mensaje a Manu y me marché.
Paseé por la ciudad terminé por encontrarme a un par de amigas. Me invitaron a cenar con ellas algo de picoteo. Tenía dudas, pero le envié un mensaje a mi hijo y él me animó a hacerlo así que me decidí a acompañarlas. La charla desenfadada y las risas con ellas me hizo muy bien. Por unas horas conseguí evadirme de mis problemas y lo pasé bien. Pero se hizo tarde y decidí volver a casa.
Cuando llegué pude oír voces en el interior. Me extrañó mucho, porque Manu nunca traía amigos a casa. Me quedé quieta escuchando y me pareció distinguir la voz de Nati. ¿Nati? ¿Qué hacía ella en mi casa?
Claro. Solo podía ser una cosa. Estaban follando. No lo pude evitarlo. A pesar de saber que no tenía derecho a hacerlo me enfurecí. Aquella golfa se estaba follando a mi hijo. Pero Manu era mio. Nadie tenía derecho a robármelo. No pensé, estaba ciega de celos. Si yo no podía disfrutar de Manu no permitiría que ella lo hiciese. Estaba loca. Había perdido la razón completamente. Entré dispuesta a arrastrar por los pelos a aquella furcia y me fui derecha a la habitación de donde provenían los sonidos. Abrí la puerta de golpe y los vi, desnudos, disfrutando de sus cuerpos jóvenes, hermosos. Toda la sangre acudió de golpe a mi cabeza, pero no por eso conseguí pensar con claridad. Estaba furiosa.
—¿Qué coño pasa aquí? —grité.
—¿Perdón? —protestó mi hijo mientras Nati abría los ojos como platos por la sorpresa—. ¿Te parece normal? ¿Por qué entras sin llamar?
—Es mi casa y entro como me da la gana —estaba desatada de dolor y celos.
—Cálmate. ¿Quieres? Y cierra la puerta por favor —Manu conservaba la calma mejor que yo. Habló con vol calmada.
—Me calmo si me da la gana. Y tú, putita de pacotilla —dije mirando a Nati. La pobre alucinaba viéndome así—. Ya te estás largando de esta casa.
La pobre Nati no sabía dónde meterse. Cogió sus cosas a toda prisa y estuvo a punto de irse corriendo desnuda. Manu la detuvo.
—Espera. Puedes darte una ducha antes. Mi madre no te lo va a impedir. ¿Verdad? —preguntó Manu. Me miraba con odio.
—Vale. Y después que se largue —hube de aceptar antes de cerrar la puerta.
Me metí en mi habitación a desahogar mi rabia. Me tiré sobre la cama y lloré. Primero por los celos. Después de rabia por mi propio comportamiento. Finalmente entré al baño y me lavé la cara para borrar el rastro del llanto y salí de nuevo al salón.
Un rato después apareció Manu. Se notaba a la legua que estaba furioso conmigo. Estaba vestido para salir. En cuanto lo oí me giré en su dirección.
—Tengo que hablar contigo —dije con voz lo más calmada que pude articular.
—Pero yo no quiero hablar contigo. Me largo —contestó el cabreado mientras cogía sus llaves.
—Pues yo si quiero —protesté.
—Quieres, no quieres, exiges. Estoy hasta los huevos. No va a ser siempre lo que tú quieras —me gritó él antes de cerrar de un portazo dejándome con la palabra en la boca.
El portazo sonó como la bofetada que sé que me hubiese dado si me respetase todavía algo aunque no lo mereciese. Fue el desencadenante para que mis ojos comenzasen de nuevo a llorar. Me sentía de nuevo una mierda.
Desde hacía unos días no hacía nada bien. No paraba de meter la pata. ¿Qué me pasaba? Yo, que normalmente era una mujer inteligente y equilibrada, estaba pensando con el coño. No me reconocía a mí misma. Estaba tirando mi vida por la borda sin remedio.
Debía reconocer que Manu no era mio. Tenia derecho a acostarse con quien quisiese. Y Nati era una gran muchacha. El sol comenzó a ocultarse y yo encendí una pequeña lámpara que solíamos dejar encendida cuando uno de los dos no había llegado aún. Volví a sentarme en el sillón dispuesta a esperar a mi hijo las horas que fuesen necesarias. Mucho tiempo después oí sus llaves en la puerta.
Manu entró intentando no hacer ruido. Reparó en la lámpara y fue a apagarla. En ese momento me vio. Se le notaba que había bebido aunque no parecía borracho.
—Hola mamá. Buenas noches. Me voy a dormir —dijocortante.
—Manu —lo llaméen un susurro pues apenas me salían las palabras.
—¿Qué? —seguía furioso conmigo.
—Tenemos que hablar —le supliqué.
—No hay nada que hablar. Has dejado claras las normas. No te preocupes que no volverá a suceder. Total, si podía haber algo con Nati ya te encargaste de joderlo para siempre. Felicidades y buenas noches.
—Manu. Por favor. Escúchame —estaba a punto de llorar de nuevo, rota de dolor.
Pude sentir como se debatía entre mandarme a la mierda y sentarse a escucharme sin interés. No podía culparle. Me había comportado como una niña pequeña a la que le quitan un juguete.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó finalmente sin mostrar interés.
—¿Puedes sentarte un momento? Necesito hablar contigo —le pedí. Accedió a sentarse. Pero lo hizo lo más lejos de mí que pudo.
—Ya estoy sentado —dijo desganado.
—Quiero explicarte lo que pasó antes.
—No es necesario. Esta es tu casa y tú pones las normas —contestóhaciendo ademán de levantarse.
—No Manu. Por favor. Espera.
Por suerte volvió a sentarse en silencio. Solo me miraba y en sus ojos se veía odio,
—Por favor. Esto no es fácil para mi. No se trató de ninguna norma. Es más complicado y no sé como explicarlo.
—Pues comienza por el principio. Así de sencillo.
—Fue… fueron celos —confesé mientras sentía que me ponía como un tomate.
—¿Qué? —preguntó sorprendido.
—Celos —repetí con vergüenza. Estaba a punto de llorar de nuevo—. Tuve un ataque de celos.
—¿Celos de quién? —no parecía poder asimilar lo que le había dicho.
—Sentí celos de Nati —confesé. Ya no veía a través de las lágrimas—. Después de lo que pasó la otra noche, verte ahí con ella, disfrutando lo que yo deseaba pero no podía tener... Lo siento mucho. Perdí los papeles y lo pagué con vosotros.
—La otra noche íbamos borrachos —dijo como si quisiera ofrecerme una salida airosa. Internamente se lo agradecí. Pero debía ser sincera si quería que nuestra relación familiar no se fuese a la mierda.
—No, Manu. Yo no iba tan borracha. Había bebido pero era plenamente consciente de lo que hacía. Ver a Nati y al pobre diablo aquel me excitó mucho. Por eso os invité a que lo hicieseis en casa. Después no pude controlar las ganas de espiaros mientras lo hacíais y me encendí más todavía. Lo de después fue totalmente consciente. Y debo pedirte perdón por lo de hoy.
—No mamá. A mi no tienes que pedirme perdón —dijo abriendo una ventana de esperanza en mi corazón—. Es a Nati a quien le debes pedir perdón. La pobre lo está pasando muy mal sin tener culpa de nada. Ahora mismo se siente una mierda. Había sido yo quien la había invitado a venir y ahora se siente como una mierda. Pídele perdón a ella y si ella te perdona, yo también lo haré.
—Sí. Tienes razón —asumí gratamente sorprendida por el buen corazón de Manu—. Gracias Manu. Necesitaba soltarlo todo. Te quiero, hijo.
—No hay que darlas. Discúlpate con Nati y aquí no ha pasado nada —dijo tan solo mientras se levantaba para marcharse.
—¿No me das un beso de buenas noches? —le pedí.
—¿Eh? Claro —respondió el distraído.
Me puse en pie y lo abracé como si fuese a perderle para siempre. Volví a llorar, pero ahora de felicidad por tener todavía una oportunidad de recuperar el cariño de mi hijo.
—Gracias, cariño —le dije al oído—. Tenía miedo de perderte.
—No me perderás mamá. Te quiero —me contestó antes de besarme en la mejilla. No me pude resistir y le di un pico en los labios.
—Buenas noches, cielo.
—Buenas noches, mamá.
Por la mañana oí como Manu se levantaba. Yo me quedé arrebujada entre las mantas. Tenía un miedo irracional a encontrarme con él. Sabía que me exigiría que le pidiese perdón a Nati. Por supuesto estaba dispuesta a hacerlo. Pero necesitaba reunir fuerzas para enfrentarme a ella. Debía de odiarme y con razón.
Oí como se marchaba y entonces me levanté. Desayuné y me metí en la ducha. Después me dispuse a enfrentarme a Nati. ¿Le habría dicho algo Manu? Me armé de valor y salí de casa dispuesta a enfrentarme a Nati.
Solo tuve que bajar dos pisos. Toqué el timbre y esperé hecha un manojo de nervios. Un minuto después se abrió la puerta. Nati estaba vestida con un pantaloncito de deportes y una sudadera. Su cara me decía que Manu no le había dicho nada. Me miraba altiva, sabiendo que allí era ella quien mandaba y quien ponía las normas.
—Buenos días. ¿Qué quieres? —preguntó secamente.
—Buenos días —saludé en voz baja—. Quería pedirte un segundo para hablar. Quería pedirte perdón.
Abrió los ojos y sus cejas se juntaron en un gesto de desconfianza. Me miró como si dudase entre escucharme o darme con la pesada puerta en las narices. No podía culparla.
—Por favor —le pedí.
Debió de ver la sinceridad con que yo hablaba. Se apartó un poco y me dejó pasar. Su rostro seguía muy serio. Me invitó a pasar al salón. Los pisos tienen la misma distribución, así que entramos directamente. Yo me senté en el borde de un sillón. Ella se quedó en pie mirándome con los brazos cruzados, desafiante. Parecía disfrutar de antemano de mi humillación. ¿Cómo culparla? Yo me había aprendido, había repasado palabra por palabra lo que tenía pensado decir para disculparme. No bastaba un lo siento. Nati se merecía una explicación por mi comportamiento y yo estaba decidida a desnudar mi alma ante ella aunque me escupiese en la cara. A fin de cuentas, tenía derecho a hacerlo.
—Antes que nada —empecé mirándome las manos. No era capaz de sostener su mirada—. Quiero pedirte perdón por mi comportamiento. Sé que no lo merezco porque lo que hice es imperdonable, pero te suplico que me perdones. Quiero explicarte por qué actué como lo hice aunque después me odies más.
—En realidad lo que me molestó no fue que tuvieseis sexo en mi casa. A fin de cuentas ya lo había provocado yo antes —expliqué con un nudo en la garganta por lo que venía a continuación—. Lo que me dolió fue verte con Manu. Fueron celos.
—¿Qué? —preguntó ella sorprendida—. ¿Celos? No me lo puedo creer.
—Lo sé. Soy una mala madre. Pero quiero que sepas que nunca más me interpondré entre vosotros. Podéis hacerlo siempre que lo deseéis. Solo os pido que lo hagáis en su dormitorio.
—A ver que me entere yo —se notaba la sorpresa en su voz—. ¿De quién tuviste celos?
—De ti —reconocí—. Verte con él después de lo que había sucedido la noche anterior… no lo soporté y me comporté como una estúpida.
—¿Qué quiere decir eso de después de lo que había sucedido la noche anterior? Creo que me estoy perdiendo —su voz decía que no era enojo lo que sentía. Tan solo curiosidad.
A lo largo de los quince minutos siguientes me sinceré con ella. Merecía saber lo que había pasado aunque me despreciase. Era el precio que estaba dispuesta a pagar por recuperar el cariño de mi hijo. Conforme hablaba Nati abría la boca más y más por la sorpresa. No sé en que momento se sentó a mi lado y me tomó las manos en un gesto cariñoso de consuelo. Una vez más mis ojos se desbordaron y rompí a llorar. Pero al menos esta vez tuvieron un efecto balsámico en mi corazón.
La vergüenza no desaparecía, pero al menos el dolor sí al ser consciente de que estaba haciendo lo correcto. Imaginaba que Nati me despreciaría, pero al menos recuperaría el cariño de Manu. A los ojos de Nati yo debía ser una vieja patética enamorada de su propio hijo.
Por eso me sorprendió cuando me abrazó con fuerza. Fue tan repentino que no acerté a hacer nada. Me quedé como una estatua, sorprendida.
—No pasa nada —me susurró al oído—. Ya pasó todo y todo está bien. Yo no te juzgaré.
Entonces sí la abracé como a mi tabla de salvación. Me hubiese conformado con que me dijese que me perdonaba aunque en el fondo no lo hiciese. Pero eso era mucho más de lo que hubiese podido imaginar. No sólo me perdonaba, si no que además intentaba consolarme. Para variar, volví a llorar como una tonta.
—No llores —me dijo ella con voz queda mientras acariciaba mis mejillas con cariño—. No ha pasado nada.
—Gracias, Nati. No merezco tu perdón. Eres demasiado buena conmigo —conseguí decir entre sollozos.
—Todos nos podemos equivocar. Pero ya está hablado y está todo bien.
Se separó de mí y me dio un piquito mientras sonreía. Me pilló por sorpresa y me quedé mirándola con los ojos abiertos de par en par.
Me devolvió la mirada sonriendo. Esta vez sus ojos se entrecerraron un poco. Brillaban como nunca los había visto. Acercó de nuevo su cara a la mia y volvió a besarme. Esta vez despacio. Pegó sus labios a los mios y los dejó allí, esperando un segundo. Después entre sus labios se abrió paso la punta de la lengua que acarició la unión de mis propios labios.
No sé por qué lo hice. Abrí ligeramente mi boca y dejé que ella juguetease con mi lengua. Le permití entrar en mi boca y buscar mi propia lengua para jugar con ella. Un minuto después era yo quien investigaba los secretos de su boca. Nuestras lenguas se enredaban, jugaban ávidas de deseo.
En ese momento fui consciente de que una de sus manos me acariciaba el pecho. Nunca me había sentido atraída por las mujeres. Pero debo reconocer que sus caricias estaban despertando mi deseo y mi curiosidad. Quería más. Dejé que abriese mi camisa y sacase un pecho fuera. Yo acariciaba su espalda por debajo de su camiseta mientras ella jugaba con mi pecho. Lo sacó fuera del sujetador y comenzó a acariciar mi pezón con la lengua. Nunca había sentido algo igual. Nadie me había acariciado con ese cariño y esa sensualidad.
Pude notar que ella no llevaba sujetador, así que llevé mi mano hasta su propio pecho. Sus pezones estaban hinchados, desafiantes, duros como piedras. Eché mi cabeza hacia atrás mientras ella me besaba el cuello al tiempo que seguía acariciando mis tetas.
—Ven —dijo separándose de mi y tendiéndome la mano. Yo nunca había estado con una mujer. Pero lo estaba deseando. Sin dudarlo tomé su mano decidida y dejé que me guiase a su dormitorio.
Allí me sentó en el borde de la cama y luego me empujó con suavidad para dejarme tumbada. Pude sentir sus manos expertas despojándome de mi pantalón y mi braga y abriendo de par en par mi camisa. Después se arrodilló ante mi y acercó su cara a mi sexo.
—No —dije yo esta vez tomándola de la mano—. Mejor ven aquí.
Hice que se subiese a la cama y la desnudé en un santiamén. Mientras tanto ella acabó de sacarme el sujetador. Estábamos las dos desnudas, frente a frente. Yo estaba nerviosa. Nunca lo había hecho con una mujer. Pero ardía de deseo. Nati me miró a los ojos.
—¿Alguna vez has… —no concluyó la frase, pero la pregunta era evidente.
—No. Nunca. Pero lo estoy deseando —admití besándola de nuevo.
Entonces ella me empujó de nuevo sobre la cama. Yo respiraba nerviosa. Ella colocó sus rodillas a ambos lados de mi cabeza mientras se inclinaba hacia mi sexo. Agarré sus caderas y la atraje hacia mí. Si húmedo sexo se abrió ante mí como una flor. Sin dudarlo comencé a acariciar su coño con la lengua. Recorrí cada pliegue, cada centímetro como me gustaría que me lo hiciesen a mí. Y ella respondía de la misma forma. Su lengua era maravillosa. Mucho mejor que la de Manu. Era delicioso el sabor de su coñito y disfruté comiéndolo, provocando sus jadeos y gemidos. No sé cuánto tiempo estuvimos así. Pero no tardé en sentir la inminencia de un orgasmo, así que la avisé.
—Nati. Me voy a correr —advertí jadeando.
—Yo también. Corrámonos juntas, por favor. Dame duro, por favor.
Hice lo que me pedía e incrementé mi follada con dos dedos mientras chupaba su clítoris. Ella hizo lo mismo y enseguida explotamos las dos al unísono es un maravilloso éxtasis como nunca había sentido. Acabé desmadejada con ella sobre mí. Al cabo de un rato se incorporó para acostarse a mi lado. Me dio un beso para sentir el sabor de su propio coño.
—¿Qué te ha parecido? —preguntó sonriendo con picardía.
—Ufff. Eso ha sido algo… increíble —fue lo único que acerté a decir.
—Una especie de polvo de reconciliación —rio ella.
El recuerdo me puso triste de nuevo
—Debes pensar que soy una degenerada por sentir eso por mi hijo —dije avergonzada.
—Lo que pienso es que eres una mujer muy bella, muy sexi y que tiene sus necesidades como todo el mundo. Y con ese pedazo de polla que tienes en casa, cualquier mujer la querría dentro de ella —dijo desenfadada quitando importancia al tema.
—¿No me desprecias? —pregunté asombrada.
—¿Crees que lo de hace un momento era desprecio? Estoy por despreciarte otra vez —dijo con voz cantarina mientras me pellizcaba un pezón, juguetona.
—No me importaría nada —dije sinceramente. Me estaba calentando otra vez.
Se echó sobre mí y me besó son dulzura. Después lo hicimos de nuevo. El mundo empezaba a parecerme de nuevo un lugar maravilloso.
Cuando nos dimos cuenta había pasado media mañana. Y yo tenía muchas cosas aún por hacer. Me despedí de Nati con un beso. Ella me dijo que avisaría a Manu de que había estado allí y de que todo estaba arreglado.
Subí a casa y me puse con mis tareas. Cuando casi había terminado de hacer la comida recibí un mensaje de Manu avisando de que venía a comer.
Cuando llegó oí como dejaba sus cosas en su dormitorio y vino a la cocina. Cuando entró no resistí la tentación de colgarme de su cuello para abrazarlo. Parecía tranquilo y feliz. Creo que era por el mensaje de Nati.
—Hola cielo —lo saludé con un piquito—. ¿Qué tal en la biblioteca? He hablado con Nati y le he pedido perdón. Es una chica genial.
—Lo sé mamá —contestó él—. Me ha mandado un mensaje avisándome. Por lo visto ahora os lleváis muy bien. Y me alegro mucho.
—Yo también, cariño. No sabes cuanto siento el espectáculo bochornoso que os hice pasar.
—Ya está olvidado. No te tortures por eso. Lo importante es que se haya solucionado.
—Anda. Ve a asearte que vamos a comer —le mandé. Estaba feliz.
Comimos juntos como si nunca hubiese sucedido nada. Yo era feliz. Estaba empezando a recuperar a mi hijo. Y con los planes que había hecho con Nati, los tres seríamos más felices todavía. Pero eso era una sorpresa que tendría que esperar.
Tras tomar el café Manu me dijo que se iría a pasar la tarde a la biblioteca. Aunque me hubiese gustado tenerle en casa, era consciente de que tenía razón y se concentraría más allí.
—¿Por qué no te quedas a estudiar en casa? —le pregunté.
—Me concentró mejor allí, mamá. No hay tanto ruido de tráfico y me cunde más el tiempo.
—Como prefiera. ¿Quieres algo especial para cenar?
—Me da igual. Sorpréndeme —contestó él antes de darme un pico y marcharse.
¿Quería una sorpresa Pues la tendría. Llamé a Nati y lo organizamos todo en un abrir y cerrar de ojos. Ella subió poco antes de la hora de cenar. Media hora más tarde llegó Manu.
—Hola mamá. Estoy en casa —saludó desde la entrada como siempre.
—Hola cielo. Estoy en la cocina —respondí yo intentando que mi voz no me delatase.
Cuando entró en la cocina se quedó plantado como un pasmarote, mirándonos con los ojos como platos. No pudimos evitar reírnos. Allí estábamosNati y yo, esperándole desnudas. Tapadas solo por un pequeño delantal de disfraz que apenas tapaba nada.
—¿Y esto? —Manu tardó en reaccionar.
—¿Te gusta la cena que te hemos preparado?
—¿La cena? ¿Qué cena? A la mierda la cena —contestó balbuceando—. Prefiero comerme a las cocineras.
Nati y yo volvimos a reírnos, complacidas por su comentario.
—¿Pero qué pasa aquí? —preguntó mi hijo como si no fuese evidente.
—¿No te gusta? —preguntó Nati con un mohín encantador dándole un pico.
—¡Joder! Gustarme es poco. Esto es un sueño.
—Pues hala. A cenar —contestéyo dándole otro pico.
—Estáis como cabras —dijo meneando la cabeza—. Pero me encanta. Para que negarlo.
Lo enviamos a asearse y cambiarse de ropa mientras acabábamos de poner la mesa. Al rato apareció con un pantalón de deporte y una camiseta.
Nosotras estábamos ya sentadas a la mesa una al lado de la otra para que pudiese disfrutar de las vistas mientras cenaba pero impidiéndole tocar.
—¿Me podéis explicar qué pasa aquí?
—Come. Vas a necesitar fuerzas cuando venga el postre —ordenó Nati. Las dos nos reímos pensando en el postre.
—Por la mañana hablé con Nati —le expliqué a Manu—. Fue una charla muy larga. Le pedí perdón y le expliqué que me había sucedido.
—¿Todo? —preguntó él sorprendido.
—Todo —remarqué—. Necesitaba confesarme, desnudar mi alma para poder ser capaz de perdonarme yo misma. Resultó que Nati es una persona maravillosa. Y no me juzgó. Creí que se escandalizaría, pero no. Dijo que me comprendía y que no le diría ni una palabra a nadie.
En ese momento Manu se habría comido una cucaracha. Llevaba la comida a la boca mecánicamente sin saber lo que era.
—Entonces nos abrazamos haciendo las paces —siguió contando Nati—. Y como estábamos en plena racha de confesiones yo también hice una. Que soy bisexual y que me sentía atraída por tu madre.
Ahí Manu pareció perder el apetito definitivamente.
—Yo también lo soy —dije yo. Aunque era verdad que me acababa de enterar—. Y reconozco que Nati también me pone mucho. De hecho la otra noche me masturbé pensando en los dos. No solo en ti.
—Y una cosa llevó a la otra. Y… —dijo Nati haciendo una mueca encantadora.
—Y os enrollasteis —fue capaz de imaginar él.
—Como dos perras en celo —confesé mientras Nati se partía de risa—. Así que cuando acabamos decidimos hacerte una cena sorpresa.
—Pues menuda sorpresa —valoró Manu—. Esto no lo hubiese esperado en la vida.
Las dos nos miramos sonriendo. Le guiñe un ojo a Nati y ella asintió entendiendo. Nos levantamos y rodeamos la mesa cada una por un lado.
—Y ahora el postre —dije.
Manu se dejó conducir encantado a mi dormitorio. Al llegar lo acercamos a la cama. Yo lo besé despacio. Busqué su boca y me recibió ansiosa. Mientras lo besaba le saqué la camiseta. Nati mientras tanto hacía lo mismo con el pantalón. Manu no se resistió para nada. Se notaba que estaba encantado. Dejé su boca y comencé besarle el pecho. Jugué con sus pezones. Vi que Nati se llevaba ya la polla de Manu a la boca.
Lo tumbamos sobre la cama y entonces ocupé el lugar de Nati. Me llevé ansiosa la polla a la boca. Como la deseaba. Disfruté chupando aquel pedazo de carne que me llenaba la boca.
Mientras tanto Nati se había puesto de rodillas sobre la cabeza de Manu ofreciéndole su coño. Mi hijo no se hizo de rogar y comenzó a comérselo con deleite. Nati estaba tan excitada que no tardó en correrse. Manu estaba también a punto de hacerlo.
—Voy a correrme —dijo entre jadeos.
Nati se giró para ayudarme a chupar y esperar el dulce regalo que estaba a punto de soltar. Manu no tardó casi nada en rendirse a nuestras lenguas combinadas y soltó varias descargas que fuimos aprovechando alternativamente mientras nos lo tragábamos todo. Al final, una gota colgaba de la comisura de los labios de Nati. Sin dudarlo acerqué mi lengua y la lamí. Después nos fundimos en un profundo beso. Por un instante fui consciente de la mirada con ojos desorbitados de Manu. Me hizo feliz ver que le ponía lo que veía.
Me eché sobre la cama y Manu se inclinó entre mis piernas. Nati por su parte me comía las tetas con una pasión y una dulzura que me llevaban al séptimo cielo. Con aquellos dos expertos comiéndome entera, no tardé yo tampoco en alcanzar un gran orgasmo.
—¿Estás listo para un segundo asalto? —preguntó Nati acercándose a Manu con intención de follárselo.
—Eso espero —dijo él señalándose la polla.
Ella miró hacia abajo y se metió de un solo empujón todo mi rabo en la boca. Un momento después se lo sacó y me miró.
—Creo que esto está listo —preguntó mirándome con picardía—. ¿Lo quieres?
—Pero ya —reclamó esta impaciente.
Manu se echó sobre mí. Hacía mucho que deseaba ese momento. Cerré los ojos como si así pudiese disfrutarlo más. Sin necesidad de pedírselo, él la metió despacio. Creo que deseaba tanto como yo disfrutarlo. Me hizo gemir de placer. Creo que ronroneaba como una gata en celo. Lo deseaba todo dentro de mí. Sentía como me iba abriendo y disfrutaba con esa sensación, sintiendo como la polla de mi hijo se abría paso dentro de mí.
Nati se puso de rodillas sobre mi cabeza pidiendo mis atenciones en su vagina y accedí gustosa. Era una sensación única disfrutar de aquella penetración mientras disfrutaba del sabor de aquel jugoso coño mientras Nati me amasaba las tetas y jugaba con mis pezones. No pude evitar correrme al poco tiempo debido a la excitación que sentía.
Le dejé el sitio a Nati que corrió a ponerse a cuatro patas esperando la polla de mi hijo. El se detuvo indeciso con la polla cerca del coño de Nati.
—¿Por dónde la quieres? —preguntó.
—Hoy te dejo elegir agujero —contestó Nati mientras meneaba el pandero.
Manu no se hizo de rogar y eligió el coño. A fin de cuentas el culo ya se lo había roto y ahora quería follarle el coño desde atrás. Yo aproveché para colarme debajo de Nati y chupar su coño al tiempo que lamía la polla de Manu. Nati mientras tanto me devolvía el favor con intereses comiéndose el mio con ímpetu mientras me follaba con dos dedos. No tardaría en volver a correrme.
—Rómpele el culo mientras yo me como este coñito precioso —animé a mi hijo—. La reacción de Nati sobre mi coño me dijo que lo estaba deseando.
Vi como la polla de Manu salía dejándome aquel húmedo y abierto coño para mí sola. Metí un par de dedos mientras acariciaba el clítoris con la lengua. Nati enterró su cabeza en mi coño metiendo la lengua todo lo que pudo. Mientras Manu metió un dedo en su culo para tentarlo. Nati movió el culo como pidiendo más. Las caricias de mi hijo en el culo de Nati lograron en poco tiempo relajarlo. Manu no esperó más. Acercó la cabeza al agujero y metió el glande de un solo empujón. Nati soltó un grito apagado mientras yo seguía comiéndole el coño. Apenas unos segundos más tarde sentí como la propia Nati empujaba el culo contra la polla de Manu. Esa fue la señal que mi hijo esperaba para comenzar a bombear dentro del delicioso culo de nuestra víctima. Mientras él le follaba el culo yo hacía lo propio con su coño. Pero ella no se quedaba atrás y estaba logrando que yo estuviese a punto de correrme de nuevo.
—Voy a correrme otra vez —dijo Manu de repente.
—Dámelo todo. Lléname el culo, cabrón —contestó Nati.
Manu no se hizo de rogar. Con un gran estertor se vació dentro del culo de Nati empujando para llegar lo más hondo posible de Nati. Ella también se corrió sin tardar y poco después sentí las sacudidas del tremendo orgasmo que estaba llegando. Me abandoné al placer. Dejé que mis sentidos disfrutasen de la maravillosa sensación de uno de los más placenteros orgasmos de mi vida.
Unos minutos después estábamos los tres rendidos pero felices enredados sobre la cama intentando recuperar el aliento.
—Joder. Que maravilla. Nunca me habían petado el culo mientras me comían la almeja —dijo Nati.
—¿Y te ha gustado? —pregunté yo.
—¿Gustado? Gustado es poco. Deberías probarlo.
—Es que mi culo es virgen —hube de confesar.
—¿Nunca has probado a meterte nada por detrás? —quiso saber mi hijo. Creo que en ese momento quiso probarlo.
—No. Nunca. Me da algo de miedo.
Manu me acariciaba una nalga descuidadamente. Yo hacía lo propio sobre su polla y podía ver que Nati le acariciaba el pecho mientras él le agarraba un pezón.
De repente la mano de Manu desapareció. Al cabo de unos segundos la volví a sentir. Mejor dicho, lo que sentí fue su dedo invadiendo la intimidad de mi culo.
—Cabrón. Saca ese dedo de ahí —protesté.
—Relájate —recomendó Nati—. Verás como si te relajas te gustará.
Advertí a mi hijo con la mirada que las pagaría pero intenté relajarme como me decía Nati. En el fondo también sentía curiosidad. Poco a poco mi culo se acostumbró al intruso y el ligero dolor que había sentido al principio desapareció dejando una sensación muy agradable.
—¿Te gusta? —preguntó Nati.
—No me desagrada. Pero este hijoputa me pilló por sorpresa —protesté yo mientras le daba un manotazo a Manu en el brazo. Estaba deseando probarlo. Pero lo haría esperar por hacerlo sin avisar—. Sácalo, por favor. Tal vez otro día me anime. Pero hoy no.
—Como quieras —dijo Manu retirando despacio el dedo. El movimiento al sacarlo se sintió delicioso.
El muy cabrón volvió a meterlo de nuevo, despacio, hasta la misma profundidad. Esta vez no protesté. Me limité a disfrutar del movimiento pero no dije nada. Aunque lo estaba deseando no sería esa la ocasión en que le permitiese partirme el culo.
—Anda. No seas cabrón —le pedí—. Sácalo ya. Tal vez un día te deje que me lo rompas. Pero me da miedo que duela. Así que habrá que ir acostumbrándolo.
—No temas. Lo haremos con cuidado para que sea agradable —dijo él besándome en la boca mientras sacaba el dedo de mi culo proporcionándome un gran placer.
Formando un lío de piernas, brazos y cuerpos nos quedamos dormidos.
Continuará...