Fiesta, secretos y sexo

Convivir con mi cuñado puede llevarnos a hacer locuras.

  • Ssssh… si hablas, hazlo flojito. No han de oírnos, ¿sabes?

  • mmm… vale, pero ¿qué ocurre, Fer?

  • Espera, primero cierro la puerta, Irene.

  • Está bien. ¿Quieres hablar, me siento?

  • No, voy a sentarme yo. A ti te quiero tener de rodillas en el suelo, frente a mí.

Así comenzó aquel dieciséis de septiembre. Era el cumpleaños del hermano menor de mi novio. Quienes me hayan leído, conocerán la historia al completo. Para quienes no, decir únicamente que Fer y yo mantenemos relaciones consentidas por Carlos desde hace años. No podría clasificar la situación de trío amoroso o de tener un amante, simplemente follamos. Bueno, como os contaba, éste fue el comienzo de aquel día. Realmente todo empezó a las ocho de la mañana, cuando nos sentamos toda la familia a desayunar café y tostadas pero esta escena y algunas otras posteriores las omitiré por obvias, demasiado cotidianas y faltas de morbo. Serían entonces las doce y diez minutos de la mañana (hora canaria) cuando me dispuse a salir de casa. Me habían encargado comprar una tarta helada de chocolate y fresa para el postre y algunas velitas. Veintidós para ser exactos. Llegué a una pastelería cercana, camino de La Laguna e hice el encargo. Más tarde me dirigiría al centro de Santa Cruz para comprarme algo apropiado para el almuerzo. Sería en un restaurante con un jardincito muy mono y hacía bastante calor, así que debía optar por algún vestidito o short. Pasado un rato y habiendo comprado ropa y tarta, hube de regresar a casa para prepararme.

El tiempo se me echaba encima, así que al entrar en casa saludé con un largo beso a Carlos y un guiñito de complicidad a Fer, a quien me crucé en el pasillo, camino de la ducha. Una vez duchada, comencé a vestirme. Elegí un pantaloncito muy corto beige y una camisetita de tirantes color rosa palo. Iba aún con el pelo mojado y sin calzar cuando salí al baño para maquillarme y ponerme algo de perfume y me di de bruces con Fer. Su habitación era contigua a la nuestra, así que no era raro que nos encontrásemos a menudo. ¡Wow, vaya golpe!, exclamó. Vas como una moto. Me reí y le pedí disculpas -No te preocupes, preciosa. ¿Sabes? Hueles muy bien y estas guapísima, Irene- Me puse muy roja. Hay situaciones, aunque sean así de sencillas, en las que no puedo resistirme a Fer. Adoro su mirada de niño, su flequillo hacia arriba, lo moreno que es y que enseñe sus grandes paletas al sonreírme. Miró hacia los lados y al percatarse de que no había nadie próximo me besó. –A veces es casi imposible aguantar días aquí, teniéndote tan cerca y sin poder tocarte- Le devolví el beso. Largo, húmedo y sintiendo su aliento dentro de mi. Sus manos me cogieron de la cintura y me acercaron a él. Me excitó aquel abrazo, su olor, su calor… mi coñito se mojó y sentí mis pezones ponerse erectos cuando tuvimos que separarnos y seguir con los preparativos. No nos beneficiaría que nadie nos viese juntos.

Llegó la hora del almuerzo. En total éramos ocho comensales a la mesa. Carlos, Fer y yo fuimos rápidos para conseguir sentarnos juntos de manera que yo quedase entre los dos chicos. La comida fue un juego de bailes de pies y alguna que otra caricia inesperada por debajo de la mesa. Segundo a segundo me sentía más caliente. Cuántas noches habría pasado con los dos hermanos en mi cama, pero el querer y no poder de aquel día resultaba insoportable. Necesitaba sus dedos, sus lenguas, sus pollas… No me había percatado de que uno de mis tirantes había resbalado dejándome al descubierto el hombro hasta que mi móvil empezó a vibrar y pude leer aquel mensaje. "A mi polla parece gustarle mucho tu cuello. Si no haces algo al respecto tendré que ir a pajearme urgentemente al baño. Fer". Sonreí y le miré de reojo. Deslicé disimuladamente mi mano bajo la mesa y la posé sobre sus pantalones. Su rabo estaba realmente enorme, latía y sus huevos se notaban duros también. Parecía estar a punto de explotar cuando mi cuñado resopló y me quitó la mano. Entendí que de seguir así íbamos a montar un espectáculo y era mejor calmarse. Mi móvil volvió a vibrar. Ahora el mensaje procedía del teléfono de mi novio y quería hacerme saber que sabía qué nos traíamos entre manos Fernando y yo y que se la estábamos poniendo dura con tanto juego… Fue en aquel momento cuando salió la tarta. Algo inoportuna pero debo reconocer que fue mejor así. El ambiente debía enfriarse un poco si queríamos llegar a casa sin haber hecho sospechar a nadie. Cantos, risas, aplausos y, finalmente, Fer apagó las velas. Rato después y tras haber tomado cada uno nuestro trocito de tarta, regresamos a casa dando un paseo.

  • Ssssh… si hablas, hazlo flojito. No han de oírnos, ¿sabes?

  • mmm… vale, pero ¿qué ocurre, Fer?

  • Espera, primero cierro la puerta, Irene.

  • Está bien. ¿Quieres hablar, me siento?

  • No, voy a sentarme yo. A ti te quiero tener de rodillas en el suelo, frente a mí.

  • Pero

  • ¿Recuerdas mi pasado cumpleaños? Me dijiste que ibas a regalarme una mamada.

  • Sí, pero nos enfadamos en aquella época y nunca llegué a hacerlo.

  • Pues ahora vas a darme mi regalo. Es mío.

Estaba absorta. ¡Qué memoria tenía!, pero aquel momento fue idóneo para desfogarme de una vez. No podía soportar más aquella excitación que me acompañaba desde hacía horas, de manera que me coloqué frente a Fer, quien ya se había sentado en la silla del escritorio de su habitación y le miré a los ojos. Dirigí un dedo al tirante juguetón y lo dejé caer de nuevo. Sabía que aquel detalle iba a gustarle porque Fernando adoraba mi cuello y mi boca. Dí unos pasos hacia él y me senté encima suya, a horcajadas, dejando caer mis pechos sobre su rostro suavemente para que pudiese sentir cada curva y cada pezón. Sentí como inspiraba profundamente, oliendo mi perfume y más tarde, dándome un pequeño mordisco una oreja. Su polla, dura y curvada latía bajo mi culo. Jugué un instante a acariciarla con él mientras lamía sus labios dulcemente y le pedía poder lamer sus paletas, que me volvían loca.

Las manos de Fer, largas y delgadas pero fuertes, me cogían con firmeza de la cintura, marcando el ritmo con el que yo me movía para acariciar su rabo. –Dame de beber-, le dije, y él besó y llenó mi boca de dulce saliva que luego me ayudaría a mamársela con mayor suavidad. –Antes de irte, déjame que te coma las tetas- y así lo hizo. Me quité la camiseta y él, sin quitarme el sujetador tan siquiera, sacó mis tetas de éste y comenzó a morderlas y saborearlas con gusto. Gemí, demasiado fuerte quizás, pero no nos importó. Mi cintura se arqueaba, mi piel se erizaba con cada lenguetazo y mi flujo comenzaba a resbalarme por los muslos. Ahora me dirigí a donde debía estar, de rodillas frente a mi cuñado para darle su atrasado regalo de cumpleaños. El glande de la polla de Fer asomaba por encima de los pantalones. Parecía querer escapar de aquella presión, así que la liberé y comencé a pajear. Me acerqué a ella para poder olerla ya que me encanta el olor a polla y la de mi cuñado huele realmente bien. Le miré fijamente a los ojos, saqué la lengua y con la punta comencé a dibujar pequeños círculos sobre su capullo. Acto seguido y de manera inesperada para él, sumergí todo su miembro en mi garganta, llegando a tragármela por completo. Su vello púbico acariciaba mi nariz y yo, mientras, seguía tragando y acariciando sus testículos con la mano. No dejé de mirarle. Resopló y cerró los ojos dirigiendo su cabeza hacia atrás. Sus brazos se relajaron a ambos lados de la silla y comenzó a mover la pelvis de arriba abajo, haciendo como si quisiese follarse mi boca.

Mi saliva comenzaba a caer al suelo, saqué aquel bulto de mi garganta y le dije que me tirase del pelo mientras seguía comiéndosela. Una sonrisa se dibujó en su cara pero no abrió los ojos. Sus manos llegaron hasta mi cabeza y tras enrollarse algunos mechones en sus puños, comenzó a tirar hacia él. De nuevo tragué aquel rabo duro y curvado que tanto había deseado. Su glande, blando y caliente chocaba contra el final de mi paladar y, de vez en cuando, escupía algunas gotas de líquido preseminal. Era amargo, espeso y delicioso. El ritmo de la mamada comenzó a aumentar. Sus caderas de nuevo jugaban a follarse mi boca y sus manos tiraban con rabia de mi cabello. Me dolían las rodillas, pero qué más daba. Aquel instante era perfecto. Solté su polla, no sin dejar de chuparla, y mis manos desabrocharon mi sujetador. Quería que pudiese ver el vaivén de mis tetas mientras seguía jugando a tragar. Aquello pareció excitarle sobremanera. Abrió mucho los ojos, redondos, oscuros, de largas pestañas para poder verlas mejor. El ritmo de su respiración aumentaba y con ella, los gemidos. Comencé a sudar. Algunas gotas caían por mi espalda y mi corazón latía cada vez más deprisa. Sentía que el desenlace estaba a punto de llegar, así que aceleré en mi trabajo, tragando y mordiendo suavemente. Parando bruscamente de vez en cuando para proporcionarle más roce y apretando con mis labios. –Ire, acércate, quiero tus tetas. Dámelas, por favor, me encantan- y así lo hice. Solté su polla, dejándola en sus manos y con las mías me las cogí. Las acerqué hasta él y dejé que descargase allí toda su corrida caliente mientras se pajeaba con fiereza. Aquel líquido grumoso era mi recompensa por haber hecho un buen trabajo. Lamí mis pechos recogiendo hasta la última gota y mordisqueé mis pezones un poquito, ya que sabía que tal escena le haría ver el cielo mientras se recuperaba. –Cada día lo haces mejor, guapa. Ven a darme un besito y corre a cambiarte sin que te vean- Le besé saboreando cada milímetro de sus labios y salí de la habitación.

Mientras me arreglaba pude oír la voz de Carlos en la habitación de al lado. –Vaya, que cara tienes Fer. ¿Qué tal fue? Tuve que entretener a mamá en el salón un buen rato-. –Tenías razón, hermanito, Irene cada día lo hace todo mejor-