Fiesta programada
Ella se arrodilló para mamársela, mientras Marcos se entregaba a los placeres de la robótica. Mujeres perfectas, que nunca se cansan...
La despedida de soltero estaba resultando un éxito. Sólo faltaba como broche final, arrastrar al novio a un club con algo de clase y muchas mujeres donde elegir. En varios taxis bajaron a un nivel inferior de la ciudad, donde era normal encontrarse hombres de niveles muy superiores en celebraciones poco lícitas que no podrían llevar a cabo más arriba.
Las carcajadas etílicas de los solteros (y los ya casados) los acompañaron a un lugar bastante popular, donde era sabido que tenían las mujeres más realistas a precios asequibles de muchos kilómetros a la redonda. La tecnología siempre se desarrolla según el dictado del capital, y tras varias décadas de robótica, se habían creado aquellas hembras imposibles de imitar por la madre naturaleza, dispuestas a satisfacer todas las peticiones de los hombres dispuestos a pagar el servicio.
Los prototipos causaron sensación, por el realismo no sólo del aspecto, sino de la voz y de la capacidad de reacción de aquellos robots. Los gastos de fabricación habían sido tremendos, pero las ventas y con ellas las ganancias se lanzaron los primeros meses.
Sin embargo, el negocio más lucrativo de aquellas réplicas insensibles fue, como siempre, el sexo. Las mujeres no parecían sentirse engañadas si sus maridos se acostaban con un robot, las enfermedades de transmisión sexual se evitarían con un baratísimo mantenimiento de la máquina, y las fantasías más perversas de algunos podrían hacerse realidad sin hacerle daño a nadie. El negocio sería redondo.
Los clubes mecánicos crecieron como la espuma, y empezó la batalla por crear mujeres cuanto más variadas, y con reacciones más realistas, mejor. El monopolio de la robótica lo tenía la corporación HiTech-Takekawa Robotics, un consorcio internacional que se repartía los beneficios de la fabricación y venta de sirvientes robóticos.
Pues a un local de este tipo se dirigían precisamente los amigos del protagonista de la velada, a quien llevaban tambaleantes, en volandas.
La entrada del local tenía su portero, como mandan los cánones. Si era biodegradable o no era difícil de averiguar, dado lo poco expresivo del hombre, y como no la alegría que irradiaban los convidados.
Dentro todo eran luces y música, en un espacio decorado con dudoso gusto. Decenas de mujeres absolutamente perfectas se contornaban alrededor del novio, lanzando propuestas lascivas sin ningún tipo de pudor. Todo un detalle por parte de los programadores, que sabían mejor que los potenciales clientes lo que se esperaba de una mujer de estas características.
Miraras donde miraras había una mujer frotándose con algún cliente, llenando el local de una sensación pegajosa que empezaba a ser agobiante para Marcos.
Varios de los hombres desaparecieron en cuestión de segundos, porque empezaba a quemarles el dinero en el bolsillo (de forma metafórica, por supuesto el dinero en metálico y en papel es un anacronismo) y se perdieron por los rincones del local persiguiendo a alguna de las chicas.
El novio, mareado, solo, y totalmente perdido, se tambaleó hasta un sofá donde descansar la borrachera. Empezaba a arrepentirse de haber cenado tanto, y mucho más de haber accedido a entrar en aquel lugar. Las copas pasaban ya su factura, y en aquel momento deseó más que nada en el mundo tumbarse en su cama, en casa, ajeno al molesto ruido de los hombres que gritaban y la música a excesivos decibelios. Pero su casa estaba a cientos de metros de altura sobre aquel barrio de segunda, a kilómetros de distancia en horizontal.
Pensó en su futura esposa. Ella estaría en la misma situación que él, pero lo más probable es que ella no estuviese pensando en él. Estaría muy ocupada bailando con cualquier negro metálico, fingiendo que él no existía y disfrutando de la libertad de su soltería. A fin de cuentas, era una despedida, no se podría esperar menos de ella y de las arpías de sus amigas. Con dos copas se transformaban, perdían toda la vergüenza y sólo quedaba de ellas un cuerpo, vacío, como una cáscara.
Sonrió al pensar eso. Si de verdad perdieran toda la personalidad, en poco se diferenciarían de esas máquinas que él miraba ahora mismo retorcerse en una barra americana.
Una de ellas, de las máquinas, se fijó en él. Marcos no pudo evitar mirarla parecía aburrida. ¿Aburrida? Se rió de su propia ocurrencia. Una máquina aburrida. La borrachera le pasaba factura.
Se levantó y le hizo una señal a la bailarina. Ella, inmediatamente, le sonrió y se dirigió hacia él. Cuando llegó a su altura, no perdió un segundo y se lanzó a besarle mientras le tomaba con ambas manos por el cuello. El novio se dejó llevar. Ya que había llegado hasta allí, que más daba echar un polvo con una puta mecánica.
Acercó su muñeca al ojo de la máquina. El pitido sonó nítido, a pesar del ruido y la música. Perfecto, el lector había aceptado su tarjeta sin problemas.
Ella se dio media vuelta y se dirigió al piso de arriba. Hay cosas que por más años que pasen nunca cambian.
Él detrás de ella, se tambaleaba en busca de su gran culminación de fiesta.
Llegaron arriba, y ella, preguntó con una voz tremendamente bien modulada qué tipo de relación deseaba él. Los precios ascendían sustanciosamente según lo perverso y morboso de los gustos del cliente, pero una noche es una noche.
No lo se, lo que surja. Vete descontando de mi cuenta a medida que sea necesario.
Esas palabras tenían un riesgo. Las máquinas podían conseguir que te quedaras con ellas toda la noche, y al día siguiente, tu cuenta bancaria abría recibido un buen bocado. Pero qué demonios, una noche es una noche.
Marcos estaba fascinado por el realismo de la chica. Por primera vez podía apreciar los detalles que la conformaban, con la luz de la habitación.
El pelo no podía ser más real, bastante corto y castaño, ligeramente ondulado. Era increíble cómo se mecía al ritmo que ella se movía. Los ojos, eran extremadamente realistas, llenos de vida. La piel, caliente, y suave, reaccionaba a sus caricias con bastante velocidad. Pero Marcos interrumpió sus pensamientos. Estaba borracho y con una imitación de jovencita a la que ya había pagado por el servicio. Si seguía divagando sobre tecnología, no aprovecharía para nada su última noche de soltero.
Ella lo hizo prácticamente todo. Para eso estaba diseñada, pensó él. Una amante físicamente perfecta que nunca se cansa, que soporta todos los caprichos por enfermizos que sean, y que fingirá quererte antes, durante, y despues del polvo. Si tú seleccionas ese programa, por supuesto. Muchos hombres satisfacían sus fantasías de violación con estas réplicas de mujer, sin dañar a nadie, y lucrando a las empresas de robótica sólo por ser unos enfermos mentales.
La máquina se desnudó medio bailando sobre Marcos, que estaba sentado en un sofá frente a la cama. El baile implicaba todo tipo de roces, de caricias y de insinuaciones, que a pesar del contenido de alcohol en sangre del cliente, hicieron que su soldado se irguiese orgulloso en cuestión de segundos.
La puta metálica seguía con sus bailes, cuidadosamente programados, mientras su piel sintética formaba sensuales pliegues al compás del movimiento de su cadera.
Marcos intentó desabrocharse la camisa, pero ella se le adelantó y le despojó de su corbata, de su camisa, y finalmente de sus pantalones. Su calzoncillos presentaban un ostentoso bulto, tan cómico que rozaba lo patético, pero la máquina siguió con su trabajo como si se le fuera la vida en ello. Se agachó sensualmente, se arrodilló ante él y tomó su polla. La acarició unos segundos antes de metérsela completamente en la boca Marcos se entregó completamente a los placeres de la robótica, dando gracias a los genios y las musas que inspiraron este tipo de creaciones.
Tras unos minutos de trabajo, ella seguía sin dar la más mínima muestra, como era lógico, de agotamiento. El novio decidió darle algo de morbo a la situación.
Quiero que te atragantes.
Ella levantó la vista y dejó de mamársela con tanta pericia. Se ve que el programa iniciado implicaba jugar a la inexperta.
Marcos se rió ante su ocurrencia, y ante la previsión de los ingenieros; y tomando a la puta por la cabeza le metió el miembro hasta la garganta.
Ella comenzó a respirar muy fuerte, o a fingir que respiraba, por la nariz, mientras emitía sonidos ahogados y trataba de toser.
Algo en la cabeza de Marcos dio un vuelco, y viendo la cara de la chica dijo:
Quiero que te resistas
La máquina inmediatamente obedeció la orden, y trataba de revolverse sin mucha gracia ("por fin encuentro un fallo", pensó él) mientras comenzaban a correr finos hilos de saliva por su cuello.
Marcos miraba embelesado los ojos de la puta, que se volvían vidriosos por momentos, como suplicándole que la soltara y la dejara respirar. Pero él, continuó apretando la cabeza de la chica unos segundos.
Cuando la soltó ella rompió a llorar, y él, fascinado por la calidad de la réplica, sólo pensó en someterla a más pruebas.
Quiero que vuelvas aquí.
Esperó unos segundos para ver cómo reaccionaba la máquina, que seguía fingiendo toses y llanto, pero que rápidamente se arrastró por el suelo hasta volver a estar frente a él.
Marcos, enardecido, la empujó sobre la cama que regía el cuarto, y se arrojó sobre ella. No tenía más intención que follar, follar mucho, hasta arruinarse si hacía falta, porque necesitaba meterla en caliente o explotaría. Se tiró con brusquedad sobre la chica, pero cayó en mala postura. Ella emitió un gemido de protesta, que hizo explotar a Marcos en carcajadas.
¿También os enseñan a quejaros? Estos japoneses son la madre que los parió.
La lengua se le resbalaba en la boca, y no conseguía coordinar con mucha precisión sus movimientos. Sería por eso por lo que, al día siguiente, no recordaría si el golpe que le asestó a la máquina fue intencionado o no: una bofetada, o al menos eso pareció, directa, sin titubeos, a la cara.
Las risas del novio se redoblaron. Acaba de liberar su instinto más destructor, y en plena borrachera no podía, ni le apetecía, reprimirlo. El segundo golpe fue ya con el puño cerrado. La chica, cayó de espaldas, sin defenderse, como era lógico. Él no había contratado el programa de violación. Del labio babeante le saltó un hilillo escarlata, rojo sangre, y en la mejilla aparecieron los primeros signos de hinchazón. Marcos no dejaba de reír ante la calidad de aquel producto.
Sin embargo, el robot pareció desconectarse. Por más intentos que realizó el novio de levantarla, y por más órdenes que le dio, el aparato se mantuvo en su sitio, desmadejado sobre las mantas. Quizás el golpe había sido demasiado fuerte. O no, que tontería. No podría estropearse tan fácilmente.
La cosa no parecía solucionarse, así que Marcos se arregló la ropa y salió al pasillo para reclamar. Aquella puta estaba averiada. Bailando por el bar se encontró con algunos de sus invitados, que le jalearon y aplaudieron, ebrios de alcohol y sexo.
A los pocos minutos, en la habitación estaban reunidos el encargado de mantenimiento (o algo así le había soltado el dueño del local), Marcos, y buena parte de sus amigos con alguna maquinita que habían alquilado.
Se ha roto balbuceó el novio, seguido de risas y aplausos de los allí reunidos se ha jodido y yo no quiero saber nada. No he tenido la culpa.
No pasa nada, esto es bastante normal, caballero. Elija usted otra chica, que le descontaremos de la factura lo que le hubiera cobrado esta mierda de chisme.
Y tomando de los brazos a la puta averiada, la sacó de la habitación a rastras. Las otras chicas miraban el mecanismo inerte en el suelo, con cierta expresión en el rostro. A uno de los amigos de Marcos, que se apoyaba en una puta rubia de apariencia muy joven, pareció hacerle gracia semejante escena. Señalando al cuerpo que era arrastrado por el pasillo del club corrió hacia él y le asestó una formidable patada que fue coreada con aplausos.
Eso para que le jodas la noche a mi Marquitos, ¡¡¡que el muy truhán se nos casa!!!
Pero un grito, seguido de una carrera, interrumpió el festejo.
¡¡¡Basta!!!
Con cara de incredulidad, los festejantes vieron como una de las chicas, la rubia que tenían con ellos, corría hacia la máquina averiada.
El encargado se giró apenas ella se inclinaba y tomaba la cabeza sangrante de su compañera. Los segundos que siguieron parecieron eternos. El encargado se dio media vuelta mientras soltaba el brazo de la puta que llevaba a rastras. La otra chica le besaba la frente con la cara desencajada en una expresión jodidamente realista. Demasiado realista para los estómagos revueltos de los invitados. Los pasos del mecánico retumbaron en los oídos de Marcos, que hubiera vomitado si todo no hubiera pasado tan deprisa.
El pasillo parecía flotar en un silencio denso, aunque el llanto desgarrado de la chica rubia pudiera perforar los tímpanos de todos los presentes. Pero su lamento fue interrumpido bruscamente por un golpe, un golpe que la cabeza que la desconectó sin remedio.
El mecánico respiraba hondamente, mientras se acariciaba la mano.
disculpen esta escena. A veces se estropean y se atascan en ciertos programas que puede parecer lo que no es. No se equivoquen. Esto les demuestra que tenemos los equipos más realistas de este estrato de la ciudad. Quizás puedan encontrar mejores chicas unos 40 pisos más arriba, pero los precios ya son prohibitivos. Bajen a hablar con el encargado si desean realizar alguna queja.
El novio sentía una opresión en el estómago. Sus compañeros no tenían mejor aspecto. El que le propinó la patada al cuerpo que yacía inerte no podía apartar la mirada de la chica rubia, desmadejada sobre la otra, tal y como había caído tras el golpe.
No hablaron con el encargado. Pasaron entre los demás clientes, la mayoría ajenos al barullo que acababa de organizarse en la segunda planta. Algunas chicas les miraban pasar con caras que ya no sabían ni descifrar.
Se separaron si decir palabra, con apenas una mirada de comprensión y complicidad.
Marcos merodeó buscando un taxi que le llevara al nivel en el que se encontraba su casa. Y fue en ese momento cuando se percató de lo inmenso e impersonal de la monstruosa urbe. Se sintió como una termita, como una hormiga en un gigantesco nido lleno de túneles creados para atrapar a los incautos. Las paredes destartaladas de ese nivel estaban llenas de carteles semiarrancados que le daban un aspecto aún más deprimente. Comprendió que aquel lugar no era su casa. Allí abajo, donde los señores de bien iban a emborracharse y a follar, el mundo era diferente, con sus propias leyes y derechos.
Se detuvo a vomitar detrás de unos recolectores de residuos llenos de pintadas. El estómago le bailaba y necesitaba echar aquel malestar de la forma que fuese.
Se limpió malamente con la manga, no le importaba parecer un cerdo. Levantó la vista, medio nublada, y pudo ver una pintada en la valla que acababa de llenar de bilis:
"Clonación así, no"
Las letras danzaron ante sus ojos unos segundos. Aquello no parecía tener un mínimo de sentido. Cuando pudo colocarlas mentalmente es su lugar, sintió una nueva arcada. Y en su mente rebotó de nuevo la súplica de aquella chiquilla rubia... "Basta".