Fiesta en el cuarto de aseo

Cómo me cogí al man que odio en una fiesta de la universidad.

Eran las 9:00 p.m. y empezaban a llegar los invitados, muchachos jóvenes, de todas partes de Bogotá, solos o en grupo, agarrando a alguien de la mano o a una botella, mucho maquillaje o nada en absoluto. Algunos traían un six pack de cervezas y otros habían robado una botella de whisky de sus casas. Cada año se celebraba el cumpleaños de Ricardo, uno de mis mejores amigos, y aunque repetíamos las personas y el lugar, siempre recordabamos ese piso con nostalgia.

El apartamento constaba de unos 80 metros cuadrados en el último piso de un edificio en la zona conservadora de la ciudad. Movíamos los muebles de la sala a las esquinas y quedaba un salón gigante que a las 11:00 p.m. se llenaba de cuerpos bailando al ritmo de la música que con suficiente alcohol en la sangre ya no parecía ni irrespetuosa, ni mala, ni tonta, sino liberal. Al lado de la puerta y enfrente del salón había un espejo de pared completa, entonces cada cuanto veías a alguien arreglandose el vestido. Yo tenía mi una minifalda negra de cuerina y un crop top de lentejuelas que me pareció vulgar cuando lo vi, hasta que por morbo me lo probé y encontré espectacular cómo contorneaba mis pechos. Mis amigos y yo nos sentamos en un sofá industrial en frente del salón y empezamos a beber y a bailar. Entre tragos, juegos e historias, ya empezaba a sentir cómo cosquilleaban mis mejillas, cosa que sucede cuando mi cuerpo me informa que ya estoy borracha.

Caminé hacia la cocina por un vaso de agua y al volver me paré en frente del espejo, al lado de la puerta, me quedé un rato mirando mis ojos, verificando que el rimel no se me hubiera corrido. De pronto, a unos pasos a mi derecha se abrió la puerta, vi de reojo el cabello rizado de un muchacho de aproximadamente un metro ochenta, algo venía comentando a otra personas que entró detrás, entonces no vi su cara de inmediato. Al volverme reconocí su cara y el a mí, según confirmó su sonrisa. Camilo, que se había ido de intercambio el semestre pasado, había llegado sin avisar, con una barba de una semana y el ego que parecía no poder estar más alto se había superado a sí mismo. Le quedé mirando con los ojos entre cerrados, pues recordaba cómo solíamos competir en cada oportunidad que teníamos, como no coincidiamos ni en gustos ni en amigos.

"No entiendo quién lo ha invitado" - pensé, ni siquiera se llevaba tan bien con mis amigos. Con los ojos en blanco para dejar clara mi reacción y porque estando borracha no tenía modales, volví mi cara al espejo, sonreí y volví a mi lugar en el sofá. Seguí bebiendo, riendome de las historias y aceptando alguna invitación a bailar, el salón estaba repleto y habían subido el volúmen de la música. Un muchacho de unos 26 años me sacó a bailar y entre “permiso” y “perdón” logramos un lugar en el salón, coloqué sus manos en mis caderas que con timidez acercaba a las suyas. Estaba sumida en el ritmo de la música que fue interrumpida por un “disculpa” en mi oído y reconocí la voz de Camilo, que en un movimiento descaradísimo pasó por detrás, rozandome sin vergüenza su miembro contra mi culo. Mi acompañante pareció no notarlo pues tenía sus ojos embobados en mi pecho. Mi sangre hirvió y no entiendo por qué me quedé mirandolo, imaginando su tamaño, que por lo que había sentido, seguro había pasado a propósito, ni borracho podía evitar querer presumir.

Seguímos bailando hasta que la música terminó, me dirigía a mi lugar, aunque no encontré, con una mirada rápida, a ninguna de mis amigas. -”Sabes bailar?” dijo una voz que me respiró en el cuello y al volverme entendí por qué me había ofendido la pregunta, ahí estaba, sonriendo bajo las luces de antro que alguien había instalado medio en broma. No sé si fue el alcohol o la parte más racional de mí la que respondió, no escuché lo que dije pero reaccionó poniendo mis manos al rededor de su cuello y las suyas en la parte más baja de mi espalda que no alcanzaba la línea de la indiscreción en público. Mientras nos movíamos al ritmo de un reggaeton que en mis momentos de cordura no hubiera tolerado, me apretaba cada vez más contra sí. Lo que pensé en el momento fue que me odiaré a mi misma en la mañana por disfrutar sentir un bulto en la parte baja de mi vientre y en lugar de reclamar, entrelazar mis dedos entre sus rizos, en donde ya podía sentir algunas gotas de sudor.

Sentía cómo mi corazón se aceleraba y empecé a sudar, excusandome en el calor de la multitud y culpando su respiración que cuando no estaba en mi cuello, llegaba cerca de mi boca, que reaccionaba mordiendose los labios para mitigar las ganas de morder ahí los suyos.

La canción terminó y parecí volver a la realidad, inmediatamente reaccioné y me di la vuelta para ir por un vaso de agua, la cocina estaba conectada al salón por una barra que se había llenado de vasos vacíos y una que otra cerveza sin reclamar. Le di la espalda al salón y lo vi entrar, alguien que también estaba sirviendo agua le saludó y salió. Levanté mi ceja volvíendome a preguntar quién le había invitado, seguía manteniendo mi concepto de que era un niño mimado con el ego demasiado alto. Se colocó justo en frente mío.

  • Entonces sí sabes bailar

  • Y tú sí sabes presumir

  • Presumir?

  • Sé que es a propósito- sonreí burlandome

  • Qué es a propósito? -se acercó a mi presionandome contra la barra y poniendo su mejor cara de inocente, mientras encajaba un bulto entre mis piernas.

Me traicionó mi respiración y solté un respiro, que si no hubiese sido opacado por la música, hubiese sido un gemido claro.

  • Entonces te ha gustado...

Entrecerré los ojos y me negué a caer en ese juego, lo hacía para subir su propio ego y en la mañana me habré odiado por colaborar a elevar algo que detesto.

  • Quieres presumir más de lo que tienes.

Se apartó unos centímetros, sonrió y puso sus manos detrás de mi cabeza

  • Entonces no te gusto?- Dijo acercando su cara y respirando en mi barbilla mientras sonríe

Mi respiración se agitó y pronuncié el “no” más débil que haya dicho jamás

  • Entiendo que aveces no se puede ser correspondido- Dijo hablando sobre mis labios

Sentía cada roce como un cosquilleo y lo aparté de mi, me coloqué contra una puerta del cuarto de aseo y detrás de mí sentía la perilla. Mala jugada porque me puso en una posición en donde tenía unos segundos para, borracha, decidir si seguir o no.

Se acercó a mí y besándome, movió su mano detrás de mi girando la perilla, abrió la puerta detrás de mí y me dejé llevar por sus manos, tropezamos torpemente contra las cosas y se escuchó el ruido fuerte de una puerta cerrandose. La música depronto sonó más bajo y sólo escuchaba nuestras respiraciones. Besaba mi boca cómo si estuviera saboreando algo que no va a volver a probar y bajó su mirada a mis pechos. Colocó ambas manos alrededor de ellos y tocando suavemente volvió a mirarme, disfruntando cómo reaccionaba a cada toque, a cada caricia, sin levantar sus manos apretó fuerte incluso levantando mi blusita hasta dejar ver mi ombligo y no pude evitar soltar un gemido, que sólo lo calentó más y agarró mi blusa, la sacó casi con un movimiento y escuché las lentejuelas tocar el suelo, no tenía nada debajo e inmediatamente salieron mis pezones que deseaban su boca y él como entendiendo correspondía. Solté pequeños gemidos y agarraba su cabello como si quisiera dirigir algo que ya estaba disfrutando y sobre lo que no tenía control.

  • Quítate la falda- Logró articular mientras volvía sus manos a mis nalgas y me besaba mientras me apretaba contra él.

Moví mis manos a mi espalday entre las suyas encontré la cremallera, que bajé, sin tiempo para quitar la falda me guió hacia el piso y aún con la falda puesta me monté senté sobre él, sentía un bulto creciente debajo de mí, que disfrutaba restregando contra mí, me agarró entre sus brazos y casi que me tiró al suelo colocandose encima, bajandome la falda y quitandose la camisa.

  • Entonces no te gusto?

Se levantó y mientras se quitaba el pantalón y me dejaba en el suelo veía babeando el pene que estaba deseando

  • Mejor hazme tu zorra- dije sin dejar de mirar su pene.

No podía apartar mis ojos de un tronco de unos 18 cm, como hipnotizada me levanté para que quedara a la altura de mi boca, me mordí los labios imaginandolo en mi boca y dejándolo esperando a propósito

  • Qué esperas, puta? - Gritó y mienras con una mano metía su dedo en mi boca, con la otra dirígia mi cabeza a su glande.

Sacó su dedo y entró su pene, sentí como se deslizaba dentro de mí hasta la garganta, con una mano al rededor y la otra en el suelo, empecé a sentir cómo entraba y salía. En el fondo escuchaba sus insultos y estaba mojadísima de estar arrodillada ante él, con su mano dirigiendo mis movimientos. Tiraba fuerte de mi cabello y eso sólo me excitaba más. Movió mi cabeza hacia atrás apartandome de su miembro y con la mirada más inocente que pude lo miré, tenía una sonrisa irritante y se arrodillo jadeando. Colocó mis piernas sobre sus hombros y empezó a jugar con su pene en la entrada de mi vagina, haciendome desearlo como loca.

  • Métela yaa- Gemí

  • Qué haz dicho?

  • Que quiero que me cojas!- grité desesperada

Terminé la frase y sentí cómo metía su verga hasta el fondo, gemí enredadando mis dedos en su cabello rizado y entre respiraciones agitadas disfrutaba y gemía por cada vez que su tronco entraba.

  • Date la vuelta- dijo entrecortado con una voz autoritaria

Obedecí sumisa y me agarró de las caderas dirigiendolas a esa verga perfecta, que con cada entrada me hacía sólo desearlo más, escuchaba su respiración y disfrutaba golpeando mi cuerpo contra el suyo, un dolor que disfrutaba se apoderaba de mi cuerpo y quería que siguiera, que me hiciera su puta, su zorra, lo que quisiera sólo por tener esa verga dentro de mí. Mis codos no soportaban más mi pecho y apoyé mi cabeza contra el suelo, formando un arco más pronunciado que entendí que disfrutaba por un gemido que me prendió como si ya no estuviera a punto de correrme.

Entre movimientos lentos y fuertes me corrí, gemí por lo que le odiaba y gemí por lo que le deseaba, su cuerpo cayó al lado mío y entre respiraciones y gotas de sudor, empecé a escuchar música de fondo, entonces recordé dónde estaba.

Enfoqué mi vista al rededor y encontré productos de aseo, mi ropa a un lado y cabello rizado rodeando una cara que había mirado mal tantas veces. Nos levantamos y nos vestimos, cuando escuché que no había nadie en la cocina salí, cerrando la puerta tras de mí. Caminando en frente del espejo logré notar mis mejillas sonrosadas, me dirigí al sofá en donde estaban unos amigos y lo vi pasar saliendo de la cocina, -“no sé quién lo invitó”- comentó alguien.