Fiesta en el club
Una chica joven, de 19 años, se inscribe para participar en una fiesta de temática sado en una sala erótica.
Me llamo Laura. A mis 19 años, siempre me interesó la temática sado. La idea de poner mi cuerpo a disposición de otra persona me excitaba mucho, aunque nunca daba el paso para hacerla realidad.
Unas amigas, que acostumbraban a moverse entre la alta sociedad, me hablaron de una sala erótica, que organizaba sesiones temáticas todos los meses. Como sabía que me interesaba el asunto, me comunicó que, en breve, un evento de estas características tendría lugar.
-Se trata de una fiesta sado-me dijo. Se representará un espectáculo de dominación y exhibicionismo. Los asistentes, al llegar, se apuntarán como público o como exhibidos, y deberán presentarse sumisamente en un escenario cumpliendo lo que se les diga.
- ¿Cuánta gente asistirá? -pregunté.
-Suelen ir unas doscientas personas. Casi todos los asistentes son viejos verdes y babosos, mientras que los participantes son chicos y chicas jóvenes. La carne fresca siempre atrae a los pervertidos.
-Suena divertido. Bien, confirma que iré.
- ¿En qué categoría te apunto?
-Participante.
Así acabó aquella conversación, que luego saltó a otros temas. Pasaron varios días y, debido a otros asuntos, me olvidé de la cuestión por completo.
Una tarde, recibí la llamada de mi amiga.
-Mañana es el evento.
-Vaya, lo había olvidado. Buf, me está entrando mucho nervio. Quizá lo deje para otro día.
-No puede ser otro día. Tu día es mañana. Formas parte de una lista. Cinco chicos y cinco chicas. Si faltas, rompes el orden, y yo quedaré muy mal con el club.
-Está bien. Pero estoy aterrorizada.
-Se te pasará. Los otros están iguales.
Acepté lo que había convenido, pues había que cumplir la palabra, y dormí muy inquiera pensando en lo que me aguardaba al día siguiente.
Llegué al club a las siete de la tarde. La fiesta empezaba a las ocho. El local estaba en una zona de mucho dinero, y se veían trajes caros cubriendo a hombres y mujeres maduros, que hablaban y reían entre sí. Cuando entré, varias miradas me miraron obscenamente, especialmente el trasero, lo que me puso más nerviosa, y me hizo preguntarme qué hacía allí.
-Ya estás aquí-dijo mi amiga. Ven, te acompañaré al vestuario. Te darán todo lo necesario.
- ¿Vestuario? ¿Para qué un vestuario?
-Para salir al escenario. Todos los participantes vestiréis igual. Es como un uniforme.
-Pensaba que el evento sería más sencillo.
-Estás en un local erótico de nivel. Todo está mirado al detalle. Ven, es por aquí.
Pasamos a través de varios pasillos hacia el interior del local. En el camino, varios hombres volvieron a mirarme sin descaro, al punto de hacerme sentir muy incómoda.
-Estos tipos son unos salidos-dije.
-Por supuesto. Vienen a mirar, y tú a enseñar. Acéptalo.
Llegamos al vestuario. Era una habitación pequeña donde ya había otras chicas. Unas taquillas se encontraban pegadas a la pared. Las chicas se quitaban su ropa y se estaban poniendo otra cosa.
-Los chicos tienen otro igual al lado.
- ¿Qué tengo que hacer ahora? -pregunté.
-Desnúdate-me dijo.
- ¿Aquí? ¿Delante de ti, de ellas? No.
-Sé cómo es un cuerpo desnudo. Tienes que quitarte tu ropa y ponerte el uniforme con el que vas a actuar. No haya nada malo en esto.
-Me da vergüenza.
-Lo que harás luego da más vergüenza, y tendrás que hacerlo. Te dejo sola para que te vistas. Te espero ahí fuera.
Me quedé sola con la ropa y las otras chicas, que terminaban de vestirse. El uniforme consistía en una camiseta pequeña de color negro, un pantalón de esos que se quitan los strippers, unas botas negras, un sujetador y un tanga del mismo color. Resignadamente, me despojé de todo lo que llevaba, y me puse aquel extraño atuendo que me avergonzaba por lo provocativo que resultaba.
Salí al pasillo. Mi amiga me esperaba. Quedó muy satisfecha con el resultado.
-Estás monísima-dijo. Vas a gustar mucho. Mira, te enseñaré algo gracioso.
Me llevó a la habitación de al lado, abriendo muy poco la puerta.
-Mira-dijo, divertida.
-Me asomé y vi a dos o tres chicos en slips ofreciendo unos cuerpazos trabajadísimos. No esperaba tanta calidad aquí, lo que me agradó bastante.
-Te dije que te gustaría-dijo mi amiga, cerrando la puerta.
-Bueno, y ahora, ¿qué hago?
-Ponerte esto. Es parte del uniforme.
Me entregó una placa con un número que colgaba de una cadena.
- ¿Para qué es esto?
-Para que puedan nombrarte ahí fuera.
- ¿Nombrarme?
--Saldréis cinco chicos y cinco chicas a un escenario, todos juntos. Cada uno llevará una placa, con los números del uno al diez. Así los participantes podrán dirigirse a vosotros. Póntelo en el cuello.
Me puse la cadena con el número cuatro colgando. Aún no entendía lo que tendría que hacer, por lo que pregunté a mi amiga por el propósito de todo.
-Se trata de un espectáculo de baile y exhibicionismo. Eres una esclava, y formas parte de un mercado. Vais a bailar delante de vuestros compradores, y a hacer lo que os digan.
- ¿Entonces todo se trata de bailar? -pregunté.
-No. Eso sólo es una parte. Bailarás y harás más cosas.
- ¿Qué cosas?
-Las que te pidan. Ahora ven. El espectáculo comenzará pronto.
Volvimos a la sala. Todos los chicos y chicas ya estaban vestidos igual que yo. Observé que las camisetas eran muy pequeñas para todos, lo que destacaba nuestros cuerpos.
-De eso se trata-dijo ella. Tienen que verte.
Una música comenzó a sonar, y un presentador salió a recibir a los asistentes. Apenas vi jóvenes entre ellos. La mayoría eran gente con muchos años, con rostros muy viciosos y apariencia desagradable. Estaba muy nerviosa, y todavía no sabía en qué consistía el espectáculo.
Ahora sal con los demás y, cuando oigas la música, ponte a bailar. Debes hacerlo de forma muy sensual y erótica, meneando este culito y el resto de tus curvitas, que quieren ver. Y suéltate el pelo-dijo, quitándome la cinta que lo recogía. Ve, y mucha suerte.
El presentador nos anunció con gran estruendo de los asistentes. Salimos todos de una vez, algunos mirándose entre sí, otros con cara asustada.
La plataforma era de gran amplitud y estaba elevada tres peldaños sobre las mesas donde se sentaban los asistentes, de manera que podían vernos con claridad. Una serie de focos se dirigía a nosotros. Quedábamos, de esta forma, muy expuestos a las miradas que, ya mismo, se paseaban sobre nosotros.
-Lo que todos esperaban-anunció el presentador. ¡Los esclavos!
Un gran aplauso y varios gritos obscenos recorrió el escenario.
Ahora, esclavos-dijo el presentador, volviéndose a nosotros-pondremos una música, y vais a bailar de forma muy, muy sensual, moviendo vuestros cuerpecitos para agradar a vuestros compradores. Esforzaos mucho, porque si no habrá un castigo. ¡Música!
Una música alta, de corte erótico, comenzó a sonar. Tomada por sorpresa, me quedé parada, sin saber qué hacer. Vi a mis compañeros que empezaban a moverse, y, finalmente, comencé a bailar yo también.
Bailé de la manera más sensual que pude. Me agarré el pelo y lo agité. Contorneé mi trasero, moviéndolo de espaldas para que pudieran seguir el movimiento de mis nalgas. Jugué con las piernas, abriéndolas y cerrándolas varias veces. Empezaba a sentirme cómoda con el baile, olvidando que la situación era muy diferente a la que imaginaba.
De repente, la música paró.
Me quedé quieta, mirando a los demás. Todos los asistentes nos miraban con aire divertido. El silencio dominaba el local, y no sabía qué vendría ahora.
Entonces, una voz habló. Venía del público, y tenía el timbre de una mujer. Pronunció sólo cuatro palabras, pero esa pequeña frase me dejó llena de pánico.
-El uno, fuera camiseta.
Entonces, el chico que llevaba el número uno colgando de su cuello empezó a subirse la camiseta, muy despacio. En cuanto asomaron sus abdominales, la muchedumbre, sobre todo las mujeres, enloqueció. Un momento después, el joven tenía su pecho desnudo, y muchas voces llenas de lujuria le gritaban obscenidades.
Una segunda voz se escuchó en el lugar.
-El ocho, botas fuera.
El chico aludido se descalzó enseguida, lo que agradó mucho a los participantes.
Una tras otra, las voces reclamaban su premio. Entonces comprendí. El espectáculo no consistía en bailar. Consistía en desnudarse delante de un grupo de viejos pervertidos. Me arrepentí al momento de haber acudido a aquel lugar de vicio, pero ya no podía dar marcha atrás. Estaba allí, y debía llegar hasta el final. Sólo deseaba que se olvidaran de mí y nadie me llamara, entretenidos, quizá, con los cuerpos de mis compañeros.
-"A lo mejor-pensé-no nombran a todos".
Pero me equivoqué. Una vez que la música se había detenido, todos los esclavos debían quitarse una prenda, la que les mandaran los compradores. Hasta que no nombraban a todos, no continuaba el baile, por lo que no podía esperar nada bueno de la visita. Esto lo comprendí cuando una voz fatídica, que nunca esperé escuchar, me nombró.
-La cuatro, fuera camiseta.
Aquellas palabras me llenaron de terror verdadero. No sólo me estaban viendo un grupo de babosos. Además, me iban a ver a fondo. Quise marcharme y abandonar el lugar, pero no sé si esto habría sido posible. Asumí que sólo quedaba obedecer, esperando que todo acabara rápido.
Lentamente, tan despacio como pude, subí mi camiseta negra y pequeña. Como la tenía muy ajustada, me costaba sacarla, y al pasar por el pecho tiró de él hacia arriba, aunque el sostén impidió que vieran de más. Me la quité del todo, tirándola al suelo.
De inmediato, los pervertidos que me observaban se desataron en una corriente de palabras terribles. Escuché cómo me llamaban puta, zorra, ramera, golfa, y también tía buena, princesa, y alguna cosa delicada. Me puse a mirar a mis compañeros, pero ellos también pasaban por la misma situación. Hombres y mujeres nos miraban y nos dedicaban las más obscenas frases que había escuchado. Pensé que no podía haber algo peor.
Pero lo había. La música sonó de nuevo, y nos mandaron bailar otra vez.
Esta vez ya no me sentía cómoda. Sabía lo que venía luego. Conocía que la segunda prenda se deslizaría por mi cuerpo, dejándolo más expuesto a todos esos babosos. Me sentía cada vez más asustada e incómoda, pero no podía hacer otra cosa que continuar.
Paró la música. De nuevo se escucharon las voces.
A uno de mis compañeros le mandaron quitarse el pantalón. A otro, las botas. A mí también me dijeron que debía descalzarme, lo que hice sin rechistar.
Más música, y más baile para los compradores. En realidad, no entendía por qué se les llamaba así. Sólo nos miraban, y no tenían ningún derecho sobre nosotros.
Paró la música. Curiosamente, las voces se pusieron de acuerdo para coincidir en pantalón o botas. De esta forma, los chicos se quedaron, únicamente, con un diminuto slip negro, mientras que nosotras llevábamos sujetador y tanga.
Bailamos de nuevo. Lo hice avergonzada, casi desnuda, contorneando mi trasero tanto como podía. Sabía que la siguiente parada ya serían palabras mayores.
Cesó la música. Las prendas de los chicos comenzaron a caer. Los jóvenes quedaron completamente desnudos. El presentador les ordenó darse la vuelta para enseñar sus traseros. Aunque resultó muy agradable contemplar aquellos cuerpos magníficos, sabía que mi situación era la misma que la de ellos. Sólo esperaba la llamada fatal que me despojaría de la penúltima prenda. Al menos, esperaba ser la última en hacerlo, pero fui de las primeras en llamar.
-La cuatro, fuera sostén.
La voz, que no llegué a descubrir, había hablado. Quedarme en ropa interior era todavía pasable, pero enseñar las tetas ya me daba mucha vergüenza. Sin embargo, sabía que no podía hacer nada.
Lentamente, tan despacio como pude, desabroché el sostén. Enseguida mis tetas quisieron salir. Entonces, saqué un brazo primero, y luego el otro. Me di la vuelta y lo dejé caer al suelo. Tomé aliento una vez más, antes de exponerme. Por fin, me volví, ofreciendo mis tetas a las miradas de todos aquellos babosos.
Los aplausos y barbaridades se sucedieron sin cesar. Ninguno se contenía. Tuve que escuchar cómo querían ordeñarme, correrse en mis tetas, pellizcármelas, meter las dos enteras en la boca, y mil porquerías más. Mi talla, una 95 a, tampoco ayudaba a que pasaran desapercibidas, y creo que nunca lo había pasado tan mal en ese momento.
Pero otro peor estaba a punto de llegar.
Nos mandaron bailar de nuevo, incluso a los que ya estaban desnudos. Paró la música, y llegó la hora de la verdad.
Sólo las cinco chicas seguíamos con alguna prenda. En todos los casos era la misma, el diminuto tanga que apenas nos cubría. Deseé que todo no estuviera sucediendo, pero ocurría.
-La cuatro, fuera tanga.
La fatídica voz llegó de un viejo de más de cincuenta años, con una enorme barriga, y cadenas de oro el cuello. En su mesa había una botella de alcohol, y fumaba sin parar, lo que le daba un aire terrible y sucio. Su mirada, clavada en mi cuerpo, se veía maliciosa, y sabía que él, un viejo pervertido, en ese momento, tenía el poder sobre mi cuerpo, a quien sacaba muchos años.
Sabía que tenía que obedecer. No podía no hacerlo. Me ordenaron desnudarme, y debía hacerlo, aunque no me gustara. No había escapatoria. Tenía que cumplir con aquello para lo que me comprometí.
Empecé a bajarme el tanga ante la mirada atenta de los asistentes. En cuanto mi vello asomó, varios babosos de las primeras filas sacaron la lengua obscenamente. Algunas mujeres también se reían con cara de lujuria, mientras el color se iba apoderando de mi rostro.
La prenda ya casi estaba abajo del todo. Un cerdo me dijo que si se atascaba subía a bajarla él. Otro dijo que me la quitaba con los dientes. Todos se reían de las ocurrencias.
Me lo quité del todo. Enseguida, un gran color rojo me tiñó la cara. El corazón me iba a mil. Pensé en taparme, pero sabía que debía mostrar mi cuerpo, por lo que me quedé quieta.
El presentador me ordenó darme la vuelta. Obedecí sin rechistar. Mis nalgas también recibieron gran cantidad de aplausos, lo que me hizo avergonzar más.
Entre las mesas vi a mi amiga que me grababa con su teléfono, riéndose y comentándolo todo con otras amigas, chicas y chicos. Descubrí, entre ellos, a varios compañeros de clase, que también me grababan con el teléfono. Mi sonrojo aumentó, y casi no pude continuar de pie. Afortunadamente, pensé, todo había acabado.
Una vez más, me equivocaba.
El espectáculo continuaba con una parte que tampoco me había comentado mi "amiga". Lo que venía continuación era tan espantoso que me resulta difícil describir lo que pasé en ese momento.
El presentador anunció que tendría lugar la venta de los esclavos. Entonces, los asistentes entraron en una conversación de gritos y disputas entre ellos. Unos decían que ya habían elegido, y que querían a alguien concreto. Otros ponían sobre la mesa la propuesta más elevada, persiguiendo con ello adquirir al joven más apetitoso. Todos enloquecían pujando por nuestros cuerpos, pero no sabía, en verdad, en qué consistía aquello. Sin embargo, estaba a punto de enterarme.
El viejo gordo que me había mandado quitarme el tanga estaba ofreciendo mucho por mí. El presentador parecía dispuesto a entregarme a él. Los demás trataban de alcanzarle, pero el gordo disponía de mayores medios.
La disputa fue breve. Fui vendida al baboso en muy poco tiempo.
Entonces, unos asistentes subieron al escenario, y me pusieron un collar con cadena en el cuello, quitándome el número que aún colgaba. Uno de ellos me ordenó ponerme a cuatro patas. Obedecí, rendida, sabiendo que la única manera de salir de allí era hacer todo lo que me mandaran.
Tiraron de mi cadena, y me obligaron a descender del escenario en esa posición. El que me llevaba caminaba rápido, pero, agachada, sólo podía ver los zapatos que estaban delante mío, sin contemplar nada más.
Mientras me movía como un animal domesticado por la sala, noté como varias manos me tocaron el culo. No se contentaban con una caricia suave, sino que lo acariciaban, metían algún dedo, o incluso algún azote recibí de algún desconocido.
Caminé a cuatro patas por varios pasillos todo lo rápido que pude. Me dolía el cuerpo en esa posición, y cuando quise parar un momento, mi comprador, que supe que estaba detrás, me tiró del pelo, obligándome a continuar.
Llegamos a un cuarto que estaba decorado lujosamente. Había una cama grande, un sofá, varias alfombras, pero lo que más llamó mi atención fueron las argollas que colgaban del techo, y las columnas con más grilletes que había a cada lado.
El asistente tiró de mí y me obligó a ponerme en pie. Entonces, sin ningún miramiento, como si fuera un objeto sin voluntad, cogió mis manos, y me las encadenó a cada columna. Después hizo lo mismo con los pies. Luego señaló malicioso unos látigos que colgaban de la pared, que no había visto al entrar, y se retiró, cerrando la puerta.
El baboso no se contuvo. Pegó su boca a la mía, obligándome a besarle. Apestaba a alcohol y tabaco, y su barba y dientes amarillos me repugnaron al momento.
-Saca la lengua, puta-me mandó.
Lo hice, y él pasó la suya sobre la mía.
Entonces se echó sobre mis tetas. Me agarró las dos con fuerza, y empezó a chuparlas y morderlas hasta hacerme daño. Estuvo con mis tetas en su boca un tiempo tan largo que no podría decir, dado que no tenía forma de medirlo.
El pervertido bajó su mano hasta mi sexo, y metió dos dedos. Me estremecí y traté de cerrar las piernas, pero las tenía muy separadas por las cadenas de mis pies.
Entonces cogió el látigo. Una sombra de maldad apareció en su cara. Sabía que empezaba un suplicio sin igual, y que sólo él podría ponerle fin, por lo que no debía, bajo ningún concepto, hacerle enfadar.
Se colocó frente a mí y me dio una tremenda bofetada. Antes de que reaccionara, otra más me sacudió la cara. Así recibí una descarga terrible de violencia, con la que el tipo parecía disfrutar enormemente.
Se puso detrás mío. Me apartó el pelo de la oreja, y me dirigió unas palabras amenazadoras y preocupantes.
-Las zorritas de tu edad estáis muy buenas. Babeo por la calle mirándoos las tetas, el culo, las piernas. Pero debéis ser amables con los mayores, que os dedicamos nuestra atención. Tú vas a aprenderlo ahora.
Entonces, una descarga sacudió mi espalda. El primer latigazo me había hecho sangre, y el calor se deslizaba en forma de líquido rojo hacia mis nalgas. Él lo vio, y pasó sus manos por mi trasero, mientras amenazaba con un castigo mayor.
-Esto no es nada. Ya verás lo que te voy a hacer, putita.
Una tormenta de latigazos me azotó el cuerpo sin descanso. Me golpeaba en la espalda y el trasero sin pausa ni piedad. Notaba cómo nuevas heridas se abrían, y me retorcía de dolor. Empecé a llorar y a pedir que me soltaran. Una bofetada me hizo callar, haciéndome sangre en la cara también.
-Ya ves lo que pasa si no estás callada, putita. No queremos esto, pero pasará si no te callas. ¿Comprendes? ¿Queda clara la posición?
-Sí, señor.
Otra bofetada me castigó el rostro.
-Ésta era para que no olvides. Ahora sigamos. Creo que tocaba castigarte las tetas.
Tomó el látigo de nuevo y lo descargó una y otra vez sobre mis tetas indefensas. Varios hilos de sangre salieron de ellas. El pervertido no parecía cansarse nunca, y sólo mi debilidad, al ver cómo mi cabeza caía sobre mi pecho, pareció detenerle.
-Be...ber-dije yo.
-Por supuesto, querida. Es fundamental tener tu lengua lubricada. Vas a probar un manjar delicioso, y debes disponer de tu boca con eficacia.
Tiró de mi pelo, echándome la cabeza atrás, y dejó caer en mi garganta un poco del líquido que había en su botella. Noté un sabor amargo, pero me obligó a beber la mitad del recipiente.
Entonces me besó de nuevo. Asustada, sabía lo que le gustaba, y de manera automática, saqué mi lengua, que él volvió a lamer.
-Vas aprendiendo, putita. No eres sólo un par de tetas grandes-dijo, mientras me las agarraba de nuevo.
Entonces me desató de la columna. Quitó primero los grilletes de mis piernas, y luego las de las manos. Caí al suelo, exhausta. Esto desagradó a mi dueño, que me agarró del pelo de nuevo.
-No te he comprado para que descanses, putita. He pagado para que trabajes. Ponte de rodillas.
Obedecí enseguida. El tipo se sentó en el sofá y se desabrochó el pantalón. Luego bajó un calzón sucio y grande, asomando una montaña de pelos. Entre ellos, distinguí sus huevos, y una polla que parecía muy gastada ya.
-Adivina-me dijo.
-Debo chuparle la polla al señor.
-Putita lista. Empieza.
Cogí su viejo miembro y me lo metí entero en la boca. Unas gotas de orina me mancharon los labios. Sentí un asco indescriptible. Me la metí hasta el fondo, y empecé a chupar hasta que noté cómo crecía en mi boca.
-No te la sacas hasta que me corra. A veces tardo bastante.
-Sí, señor-dije, con la boca llena.
Creo que tardó más de media hora en correrse. De vez en cuando me ordenaba que le diera lametazos en los huevos, y luego me la volvía a meter. Me tuvo así un tiempo que parecía no acabar nunca. Por fin, eyaculó en mí.
-Trágalo-ordenó.
Obedecí, notando un sabor apestoso bajando por mi garganta.
Entonces cogió su polla y me la restregó en las tetas.
-Para que tengas un buen recuerdo.
-Le di las gracias a mi dueño, a sabiendas de que debía mostrarme sumisa en todo momento.
Con un movimiento de mano me mandó darme la vuelta.
-Me gusta tu culo. Joven, duro, ideal para un maduro. Siéntate boca abajo en mis rodillas.
Me senté en las piernas de aquel pervertido, y empezó a manosearme las nalgas con mucha violencia. Pasaba sus manos por ellas, me las separaba, me metía los dedos. Luego empezó a usar la boca, lamiéndolas y dando mordiscos a mi carne.
-No pensarás que tu culo queda sin premio. Recoge el látigo.
Extendí la mano hacia el suelo, y alcancé a tomar el instrumento de tortura. Se lo ofrecí, aún sentada en sus rodillas.
Me azotó tantas veces el culo que no pude sentarme en semanas. Las marcas del castigo aún pueden contemplarse. Una vez grité, pidiendo perdón enseguida, pero sólo se aplacó dándome otra bofetada.
Entonces llegó lo que tanto temía. Me mando tumbarme en la cama, boca arriba, y me ató las manos y pies a las patas. Se desnudó del todo, dejando ver su horrible cuerpo cargado de kilos. No se quitó las cadenas del cuello, por lo que, cuando se echó sobre mí, noté el frío recorriendo mis tetas.
Me penetró sin ninguna delicadeza. Me embistió con todas sus fuerzas, clavándose en mí. Grité, sin poder controlar, pero esta vez se limitó a pellizcarme los pezones. Una y otra vez entró en mí, hasta que, después de mucho rato, logró descargarse de nuevo, esta vez en mi vagina.
Pareció agotado tras aquello. Yo estaba rendida, y no soportaría nada más. Para mi alegría, vi cómo se vestía, y un momento después se disponía a salir de la habitación.
Cuando creía que me había librado de él, volvió sobre mí, y me obligó a besarle de nuevo. Después me hizo varias fotos con su teléfono.
- ¿Ha quedado claro quién manda aquí, putita?
-Sí, señor. Aquí manda el señor.
-Qué sois las jóvenes?
-Putitas, señor.
- ¿Y qué debéis hacer en presencia de un caballero maduro?
-Provocarle con nuestros cuerpos, contonear las nalgas, insinuar las tetas.
- ¿Y qué atuendo debéis llevar siempre?
-Lo más provocativo posible. Debemos enseñar las piernas, culo y etas para que los hombres queden satisfechos al contemplarnos por la calle.
- ¿Qué has aprendido hoy, putita?
-Que los hombres mandan, y las mujeres obedecen.
-Adiós, putita.
Se marchó al fin, dejándome atada y desnuda en la habitación, sin fuerzas ni para pedir ayuda.
Me encontraba medio dormida cuando noté unas manos que me desataban. Era mi amiga, que había venido a buscarme.
-Bueno, ¿qué te ha parecido? ¿Es lo que buscabas?
-No del todo-dije. No me habías contado todo.
-Es un espectáculo sado, esclava, y tú aceptaste participar.
Noté cómo no terminaba de desatar mis ligaduras.
-Estoy agotada y quiero marcharme.
-Si sólo son las diez. ¿Por qué no te quedas un poco más? Podríamos pasarlo bien.
- ¿Podríamos? ¿Quiénes?
-Tú, yo, y unos amigos que esperan fuera. ¿Quieres que entren?
-Quiero que me desates.
-Y lo haré, desde luego, pero no hay ninguna prisa, -dijo, atándome de nuevo. Espera un momento. Quieren saludarte.
Abrió la puerta y dos chicos y tres chicas más entraron. Todos eran de mi clase. Alguno no pudo controlarse, y vi cómo le crecía el paquete a través del pantalón.
- ¿Qué es esto? ¿Qué hacéis?
-Esto-dijo- es por acostarte con mi chico cuando estuve estudiando fuera. Esto es por no ayudarme con el examen, cuando sí permitiste a Jony que copiara del tuyo. Esto es por los mensajes que difundes sobre mí, y que he terminado por leer. ¿Nadie te lo ha comentado? Espero que pases una velada espantosa. ¿No te gustaba el sado? ¿No querías sufrir? Pues estás en el sitio apropiado. Toda vuestra, chicos.
Se sentó en el sofá a contemplar su victoria, mientras el primer chico se bajaba el pantalón. Fui penetrada por todos ellos, y manoseada y golpeada por las chicas. Todos se rieron con insolencia, dejándome convertida en una sombra de lo que era.
-Nos vamos, querida. Recuerda que el lunes hay que volver a clase. Has sido muy generosa al entregarte así a tus amigos. No lo olvidaremos.
-Desá...tame.
-Verás, tenemos algo de prisa, y esas ligaduras no se sueltan fácilmente. Pude comprobarlo, al tratar de liberarte. Pero no te preocupes. Avisaremos a alguien para que venga. Lo que pasa es que este sitio es muy grande, y no siempre encuentras a quien buscas. Adiós, querida.