Fiesta de Cumpleaños 3 (Final)
Fin del la historia que comenzó con la infidelidad de mi esposa el día de mi cumpleaños
Recuerdo que era un vienes por la tarde. Yo llegaba justo en ese momento del trabajo, y nada más introducir la llave en la cerradura me pareció escuchar voces en el interior, por lo que rápidamente supuse que Raquel no estaba sola en casa ese día.
Pronto, llegó hasta mis oídos una voz familiar que reconocí casi al instante; sin duda se trataba de Vanesa.
Tenían la música puesta y de fondo sonaba la inconfundible voz de Eric Burdon con su grupo The Animals que tocaban por millonésima vez el machado tema The House of the Rising.
Odio que se fume en mi casa, Raquel lo sabe y suele respetarlo saliéndose a fumar fuera a la terraza o como mucho en la cocina, pero cuando se trata de Vanesa esta parece tener patente de corso, pues todo vale y no hay normas. Al atravesar la puerta pude vislumbrarlas ocultas entre una espesa maraña de humo. Ambas, permanecían sentadas en el sofá con una mascarilla facial sobre el rostro; estaban tomando una infusión de té, fumando y cotilleando; miedo me da pensar de quién.
Al ver a Raquel en esa situación tan cotidiana, charlando con una amiga, nadie podría imaginar, ni siquiera yo, y eso a pesar de que ya hay pocas cosas de mi mujer que puedan sorprenderme, lo que pocas horas más tarde la vería hacer. Pero no adelantamos acontecimientos, seamos pacientes y ciñámonos cronológicamente a como acontecieron los hechos.
— Hola cariño. Vienes pronto hoy — Me dijo Raquel mientras se levantaba a darme un beso a modo de cariñosa bienvenida.
— ¿Qué tal Vanesa? Me alegro verte por aquí — mentí esforzando el tono para intentar transmitir cierta credibilidad.
— Lo mismo digo Mario — Me contestó Vanesa sin disimular cierto pasotismo, y sin tan siquiera levantar los ojos de una revista del corazón que estaba ojeando.
No sé la razón. Pero el caso es que Vanesa y yo nunca nos habíamos tragado, y la verdad es que yo me había esforzado en infinidad de ocasiones para intentar agradarla. Ahora, ya me daba igual; me mostraba sencillamente educado, pero frío y distante en el trato.
Conocí a Vanesa el mismo día que a Raquel. Las recuerdo en aquel pub, el Capital York se llamaba. Hoy en día ya no existe. Hace años que en ese memorable lugar, donde pasé buena parte de mis mejores años, cerró sus puertas, ahora, ese espacio lo ocupa uno de esos abominables bazares chinos. ¡Los odio! y es que, mi compleja y enfermiza mente siente animadversión por las cosas vulgares, y esos bazares baratos son en realidad almacenes de objetos ordinarios, chabacanos y grotescos.
Me parece estar viéndolas ahora mismo, las recuerdo apoyadas en la barra sonriendo al camarero, riendo seguramente alguna gracia de este. El joven, las invitaba a sendos Gin Tonic por segunda vez esa noche.
Dicen que no existen los amores a primera vista, pero yo dudo que en verdad haya otra forma de enamorarse. ¿Cómo carajo se va a poder enamorar alguien de otra manera?
Siempre he pensado que en las cosas que de verdad merecen la pena en esta vida como el amor o el sexo, no deben prevalecer en ellas el equilibrio o la razón. Se tratan de sentimientos y sensaciones instintivas y primarias. Millones de años de evolución, no conseguirán nunca silenciar al animal que surge dentro de nuestras entrañas cuando alguien nos excita, nos seduce, o nos estimula.
El caso, es que el whisky me ayudó a encontrar el valor suficiente, para acercarme hasta allí con la intención de llamar la atención de la chica morena (Raquel)
Siempre he sido un fiel candidato a ganar los premios al pesimismo. Por lo tanto, entenderéis que iba plenamente convencido de mi fracaso. Me parecía imposible que una chica tan despampanante se pudiese fijar en mí. Pero el destino es caprichoso, y en ocasiones nos da su bendición para conseguir lo que deseamos, y ese día la diosa fortuna o bien estaba despistada, o puso en mis manos todos los triunfos de la baraja.
Cómo iba yo a saber que pocos meses después me casaría con ella; e incluso, que poco tiempo más tarde nacería nuestra primera hija.
Ambas son amigas intimas y se conocen desde niñas. Vanesa es una de esas mujeres que no pasa desapercibida, y si por casualidad en una reunión pasara inadvertida, haría algo, lo que fuera para llamar la atención.
Puede que sea bastante atractiva y tremendamente sexy, que sus piernas sean casi kilométricas y sus tetas firmes como rocas, que sus labios sean la reencarnación del pecado, y sus caderas nos inviten a posar las manos. Pero sobre todo lo que más destaca de ella al poco de conocerla, es su fuerte personalidad, y es que, es tan acentuada, que termina por anular su espectacular físico.
Hay que ser muy hombre, o muy mujer, depende del caso, para tener una relación sentimental con este tipo de tigresas.
Lleva el pelo largo y teñido de un rojizo caoba muy llamativo, es bastante alta, con tacones, supera o iguala la talla de la mayoría de los hombres. Trabaja como abogada y socia, en un prestigioso bufete situado en el centro de la ciudad. Incluso, ha salido en más de una ocasión como tertuliana en algún popular debate televisivo, siempre en franjas de máxima audiencia bajo su condición de abogada.
Ella siempre ha afirmado, incluso Raquel asegura que ya lo decía cuando no era más que una mocosa, que nunca traerá hijos al mundo, y que jamás de los jamases se atará a un solo hombre.
Piensa, que ya la vida viene con bastantes ataduras y problemas que te impiden vivirla como de verdad nos gustaría hacerlo, como para encima, buscar aun más cabos con los que amarrase a la rutina.
De jovencitas, ambas mantenían esa filosofía, pero claro, el caso de Raquel es bien diferente, y al quedar embarazada lo demás le vino rodado.
Puede que inconscientemente Vanesa me culpe a mí de haber arruinado el fututo de Raquel. De haberla sumergido de lleno en la mediocridad de subsistir dentro de una vida vulgar. Tengo la sensación de que ella siempre ha pensado que soy demasiado insustancial o anodino para Raquel, y que esta debería haber elegido, en caso de atarse a alguien, un hombre más interesante con el que compartir su vida. No lo sé, esto no puedo asegurarlo y sólo es una impresión personal.
Como todos los días, cuando vengo del trabajo me fui directo a mi habitación para quitarme la ropa de calle y ponerme algo más cómodo. Dejé la puerta abierta, juro que no fue un descuido, lo hice para espiar cuanto acontecía en el salón, lo confieso. Últimamente me había convertido en un paranoico que pensaba que todo el mundo murmuraba a mis espaldas, y no ahorraba energías para espiar escondido en las sombras de la mezquindad más absoluta.
— Pues ya me darás el secreto de lo que te hace Roberto, pero hija se te ve una cara de felicidad que últimamente no tenías — bromeó Vanesa, intentando matizar sus palabras con un falso tono de inocencia. Inocencia, de la que por otra parte siempre ha carecido.
— Pues hija, de secreto nada. Simplemente me hace sentir muy mujer. Sabe llenarme en todos los sentidos — dijo esto último mientras ambas estallaban en una sonora carcajada ante el doble sentido de la frase.
— Como para no llenarte, como tenga una verga tan gorda como dices que tiene…
— No es que lo diga, es que te lo aseguro — interrumpió Raquel —. Además del morbo, cuando la tengo dentro de mí y siento mi coño dilatado al máximo, me muero de gusto. Y cállate ya… Que sólo de pensarlo me estoy poniendo malita y se me están mojando las bragas — escuché decir a mi esposa.
— Seguro que no es para tanto. Lo que pasa es que tú has perdido la proporcionalidad en cuanto a medidas y grosores. Claro, tanto tiempo acostumbrada a la de Mario. Seguro que ahora cualquier pollita te parece una polla; y cualquier polla la ves como un pollón.
— ¡Hala la otra lo que me ha dicho! Tía, no te pases que Mario tampoco es que sea un picha corta. La tiene más bien normalita. Lo que pasa es que lo de Roberto es otra cosa. Además que no todo lo hace la varita mágica, también está la habilidad del mago — dijo Raquel entre risas.
— ¡No te pases! Ahora va a resultar que el tal Roberto es David Copperflied del folleteo — dijo con cierta sorna Vanesa —. Pero reconozco que en eso tienes razón. El otro día, me ligué a un niñato en el gimnasio que tendría veinte pocos años. Alto, guapillo de cara, musculitos de gimnasio. Ya sabes… tal como me gustan a mí los hombres, con poco cerebro, que estén buenos y que a poder ser tengan una buena herramienta. Bueno, pues resulta que le hice pensar que me había ligado él a mí y me lo llevé a casa. Yo iba toda contenta por el camino, pensando en la fiesta que me iba a correr, y nunca mejor dicho. Pero, que decepción me llevé. Resultó ser el tío más soso y torpe en la cama que me he tirado nunca. Lo peor de todo, fue que para que se marchara de una vez y me dejara en paz, llegué a fingir un orgasmo como una Maruja. Vamos, que encima seguro que se fue henchido de masculinidad. Que petardo de tío. Hablando en serio Raquel, tal vez deba cambiar de gimnasio — rió Vanesa divertida.
— ¡Eso te pinta por guarra! — Le chilló Raquel, y ambas estallaron en una gran carcajada que hizo enmudecer hasta la potente voz del nombrado Eric Burdon —. Tía, ya llevamos más de veinte minutos con la mascarilla puesta. Vamos al baño a quitárnosla que ya es hora — dijo Raquel de una forma autoritaria.
Y ambas marcharon al baño, mientras yo terminaba de vestirme a la vez que intentaba entender, mejor dicho asimilar lo que acababa de escuchar. Qué les estaba pasando a las mujeres, cada vez me sentía más confuso y perdido.
El otoño venía con retraso, y aquella noche de Septiembre se dejaba sentir aun cierta estela veraniega.
En ocasiones, a mi mujer y a mí nos gustaba salir a cenar; después alargamos la noche yéndonos a tomar unas copas a la zonas de marcha de la ciudad. Raquel rara vez bebe, aunque tengo que decir que últimamente lo está empezando hacer de una forma más habitual. A ella le encanta bailar, sin duda es una de sus actividades favoritas. Yo suelo esconderme en la barra mientras baila, entonces me pido un whisky, y desde esa posición, oculto entre la muchedumbre, me excita verla moverse. Pero mi excitación, llega al punto más álgido, cuando percibo como algunos hombres se acercan y se rozan con ella con el disimulo de que hay mucha gente en la pista. La verdad, es que me gusta comprobar que mi mujer es una hembra muy deseable.
Después, varias horas más tarde, decidimos que ha llegado el momento de regresar a nuestra casa. Eso sí, lo hacemos con una actitud muy diferente. Durante el camino de regreso Raquel se desmelena, y si consigo meterla en la cama, solemos echar un buen polvo que me hace creer de nuevo que la vida, a veces puede tener sentido.
No sé la razón del subidón de líbido de mi mujer, yo solamente soy un hombre que se rige por emociones demasiado primarias. Pero puede, que su excitación se le dispare por diferentes motivos.
Pienso que puede deberse al sentir sobre su cuerpo decenas de ojos libidinosos mientras se contonea muy sensual en la pista de baile; tal vez, en realidad, lo que desata su femenina lujuria sea algún roce casual, o no tan casual… O quizá, quien sabe, se deba algún comentario obsceno y subido de tono de algún hombre de bragueta caliente, que aprovecha la ocasión de cuando mi mujer va sola hasta al baño.
El caso, es que ese tipo de situaciones encienden bastante a mi mujer, la ponen a cien, y ella consigue que un servidor, que no es tampoco de piedra, me pase de vueltas. Recuerdo una vez después de esas escapadas nocturnas, ya de regreso a casa, pude ver como mi mujer se bajaba las bragas sentada en el asiento del coche, abrió la ventanilla, y entre risas las tiró por la ventana con el coche en marcha. Por el espejo retrovisor pude ver como caían pausadamente sobre el asfalto, yendo aterrizar justo en medio de un paso de cebra.
Y es que le encanta llegar sin bragas a casa, es como un pequeño juego, una especie de ritual con el que siempre le ha gustado provocar situaciones morbosas.
Otras veces, su calentura la mortifica tanto que no aguanta a llegar a casa. Me empieza a sobar la entrepierna mientras conduzco, y me pide que detenga ya mismo el coche, que cumpla como un buen marido, y me la follé allí mismo. No me queda otra, que buscar apresuradamente cualquier rincón que considero discreto, y allí, intentar atenuar en lo que puedo, el calentón que lleva mi excitada esposa.
Adoró esas escapadas que de vez en cuando nos gusta hacer. Por eso, cuando Raquel me preguntó si me apetecía que saliéramos a cenar esa noche, se me iluminó la cara. Lo malo es que durante esa salida no estaríamos solos.
— Le quiero presentar a Vanesa un compañero de trabajo. Se llama Carlos y es muy majo, se ha divorciado hace poco y está de bajón, le vendrá bien divertirse un poco. Además pienso que puede encajar bien con Vanesa — me informó Raquel.
Yo tenía mis dudas, no creía sinceramente que alguien pudiera encajar fácilmente con Vanesa, a no ser, que fuera únicamente para echar un buen polvo.
Quedamos primero en un bar cercano al restaurante: Carlos, mi mujer y yo. Allí pedimos unas cervezas mientras Raquel me presentaba al tal Carlos. Puedo decir de él, que mi primera impresión fue muy buena. Resultó ser un tipo simpático y afable, con mucho sentido del humor. Enseguida congenié con él, y a los diez minutos de conocernos, parecía como si lleváramos medía vida tratándonos.
Al poco, llegó Vanesa. La que recibí con dos besos, y ella cortésmente me correspondió de la misma forma. Raquel hizo las presentaciones de rigor, y al poco tiempo salíamos los cuatro del bar camino del restaurante.
La cena transcurrió con bastante normalidad, siempre, entre conversaciones banales no exentas de sentido del humor. Fue después de la cena cuando las cosas comenzarían poco a poco a cambiar.
Vanesa y Raquel bailaban en una pequeña pista, mientras, Carlos y yo bebíamos apoyados en la barra sin quitarles el ojo de encima. Enseguida algunos moscones fueron desfilando ante ellas con la intención de invitarlas a una copa. Ellas reían divertidas y apuntaban hacia nuestra dirección, por lo cual, me imagino que debían de decirles que estaban acompañadas por nosotros. Los hombres, nos miraban sin ocultar cierta inquina hacia nosotros.
El alcohol ya empezaba hacer mella en Carlos y en mí. Ya nos tratábamos con más confianza de la que deberíamos. Nuestras conversaciones comenzaban a centrarse en temas prioritarios para nosotros como el sexo.
— Bueno, qué te parece Vanesa — pregunté interesándome.
— ¿Físicamente? — Dijo él ingenuamente.
— Hombre pues claro. Que es una chica muy simpática es obvio — mentí descaradamente.
— Bueno, pues que te voy a contar que tú no sepas. Tú la conoces mejor que yo. Puede que no sea Miss simpatía precisamente — dijo riéndose con cierta camaradería —. Pero está, muy pero que muy buena. Al principio no me convencía venir. Esto de las citas a ciegas no es lo mío. Te divorcias, y todo el mundo te quiere presentar a alguien. No sé si es que te ven cara de necesitar un polvo. Pero siempre es lo mismo, intentan verdete alguna conocida: una prima, una vecina, una amiga, una cuñada… Da igual, todo el mundo se cree con derecho a presentarte alguien que siempre describen como muy guapa y muy buena chica. Siempre es la misma cantinela. Hasta mi madre me ha intentado organizar alguno de estos eventos. Pero yo me preguntó ¡Joder! Si está tan buena y es tan buena chica, ¿por qué coño está sola?. Pero el caso de Raquel fue distinto — ahora Carlos bajó el tono —, es difícil negarle algo a una mujer así como la tuya. Ella, insistió en presentarme a una amiga, y yo no me atreví a contradecirla. Cosa que ahora, viendo lo buena que está Vanesa, me alegra — afirmó Carlos con una sincera sonrisa —. Me están poniendo cachondo, fíjate como se mueven las dos — dijo elevando ahora el tono.
No quise darle demasiada importancia al plural que había utilizado. Pero rápidamente intuí que Carlos no sólo se estaba excitando viendo la forma provocativa de bailar de Vanesa, también se estaba poniendo cachondo fijándose en el cuerpo de Raquel, cosa, que por otro lado, como hombre puedo entender. Lo que me costaba asimilar en aquel momento, era para qué coño me lo contaba.
Como a todo el mundo, en un determinado momento por alguna razón, más de una vez me he puesto cachondo con la mujer de algún amigo; pero claro, no se me ocurre ir donde su marido a contarle lo cachondo que me pone su mujer. Eso sería una indecencia, simplemente como un ser civilizado que soy, me voy al baño del sitio donde estemos, me sacó la polla allí mismo, y le dedico una buena paja, luego salgo del servicio como si tal cosa.
Pero no busquéis en mí ahora un comportamiento lógico. Últimamente el morbo ha invadido mi vida. Puede que también el alcohol ayudara ese día bastante, o no; no lo sé. Desconfío, de que últimamente bebo sólo para disculpar y disfrazar con él mis acciones, y sentirme menos bicho raro de lo que soy. Pero el caso, es que intenté tensar más la situación. Quería, necesitaba más bien, saber con qué ojos miraban a mi mujer sus propios compañeros de trabajo.
— Te digo lo mismo, me estoy poniendo cachondo solo de verlas bailar. Estoy deseando llegar a casa y poner a Raquel a cuatro patas para follármela — aseguré.
— ¡Qué suerte! Raquel además de estar que se rompe de buena, tiene pinta de ser una máquina en la cama. Tiene que ser una gozada de hembra.
— Qué va, follando es más sosa de lo que parece — no sé la verdadera razón por la cual mentí, supongo que simplemente fue miedo o instinto de conservación, pero justo cuando Carlos se empezaba a lanzar me retraje.
Cuando se cansaron de bailar decidimos cambiar de lugar. Esta vez elegimos algo más tranquilo y fuimos al Blues Rock, Un local que ofrece ambiente algo más relajado y en el que te clavan el triple que en cualquier otro lugar por una simple copa. Pero, la situación merecía la pena.
El Pub tienen una especie de reservados, donde puedes pasar con tu pareja o un grupo de amigos, a charlar o a tomar algo de una forma más discreta y relajada. Decidimos pasar a uno de ellos, y pedir una ronda, ronda, a la que invitó Carlos. Permanecimos los cuatro durante un par de minutos hablando y comentando lo bien y acogedor que era ese lugar.
Poco después, Carlos se lanzó por fin, y pude ver como se daba un buen morreo con la mejor amiga de mi mujer, Vanesa. Ella, parecía estar deseándolo, y lejos de rechazarlo abrió sus labios todo lo que pudo para recibirlo de una forma cálida. Raquel y yo, nos miramos y nos sonreímos sin saber muy bien qué hacer. Incluso, estuve tentado a coger de la mano a Raquel e irnos lejos de allí, y así, ofrecerles la intimidad que toda pareja necesita, o eso pensaba yo.
El caso es que la situación para mi sorpresa me excitó. Me acerqué a Raquel y comencé a besarla, recorrí con mi lengua toda su comisura labial. Ella, poco a poco abrió la boca hasta que ambas se juntaron y encajaron perfectamente, mi lengua, comenzó a recorrer y explorar cada rincón de su boca, boca, que ella ofrecía con total complacencia.
De reojo miré a mi izquierda, no podía evitarlo, y pude ver como la mano de Carlos acariciaba, por encima de la camisa, los grandes pechos de Vanesa, ésta le dejaba hacer a su antojo, mientras, sus bocas no se separaban ni un solo segundo.
Decidí imitarlos y comencé a pasar mi mano por encima de las tetas de Raquel, la notaba excitada, pues podía ver como sus pezones comenzaban a crecer y a marcarse en su ajustada camiseta.
Las manos de Carlos, ahora desabrochaban un par de botones de la camisa de su amante, una vez abierta la prenda, pude ver como su mano se colaba en el interior de sus pechos.
Decidí imitar el gesto y metí mi mano por debajo de la camiseta de Raquel, ahora si podía notar los hinchados pezones de mi mujer directamente en mis manos. Juguetee con ellos, y les lancé un leve pellizco. Cosa que vuelve loca a Raquel cuando está cachonda. Ella, al sentirlo, se removió en su asiento.
— Tú sabrás lo que haces, pero que sepas que me estás poniendo muy cachonda — me susurró al oído con los ojos inundados de deseo.
Proseguí con mis caricias para calentarla aun más, me excitaba la idea de poder conseguirlo. Ya sólo abandonaba su boca para besarle el cuello, pero enseguida, regresaba otra vez al punto inicial, ya que necesitaba el contacto permanente de su húmeda e hiperactiva lengua.
Me fijé como Vanesa introducía las manos en su espalda, se estaba desabrochando el sujetador para deleitar a Carlos con sus espectaculares tetas, se lo quitó, sacándoselo por un lateral y lo dejó caer en el sofá, quedando este, a pocos centímetros de mí. Hubiera matado por poder cogerlo, por poder sentir todavía impregnado en él el calor de los pechos de Vanesa, su olor. Pero mi cobardía me impidió hacerlo. Me esforzaba en buscar un ángulo para poder verle las tetas detenidamente, sentía un morbazo increíble, pero la cabeza de Carlos que estaba comiéndoselas me impedía vérselas.
Intenté igualar la partida, pero no pude, Raquel no tenía sujetador pues ya había salido sin el de casa. Ella misma se levantó la camiseta dejando sus pechos al descubierto totalmente. A la vista de todos. Carlos, abandonó por un instante su escondite y sacó su cabeza del escote de Vanesa, nuestras miradas se cruzaron por un segundo, me sonrió con cierta complicidad y su vista cambio directamente hacia los pechos de Raquel. Le estaba mirando directamente las tetas a mi esposa delante de mí.
Raquel, se dio cuenta del detalle, pues noté que se había encendido aun mas su lívido, incluso, lanzó un pequeño gemido que no pasó desapercibido para ninguno de los tres. Intenté ahogar ese gemido tapándole su boca con la mía. Al instante, sentí la necesidad de chupar y morder con los labios uno de sus durísimos pezones. Parecía que ya no podían endurecerse y crecer más, pero el contacto de mi lengua sobre ellos hizo que estos se contrajeran aún un poco más. Me gustaba la sensación de sentir como crecían los pezones de mi mujer dentro de mi boca
— Méteme mano al coño, quiero que Carlos lo vea — me dijo al oído con la respiración casi entrecortada.
— ¡Carlos! — alzó Raquel la voz de repente —, no me has dicho aun que te ha parecido mi amiga — ¿Está buena o no está buena? — Preguntó casi entrecortadamente Raquel, pues le costaba incluso hablar.
Mientras, permanecía con las piernas muy abiertas, con las bragas visiblemente mojadas y bajadas hasta los tobillos a la vista de todos. Yo, me afanaba en darle placer introduciendo un dedo en su dilatada vagina.
— Menudo par de golfas estáis vosotras dos hechas — contestó Carlos mientras deslizaba por los muslos de Vanesa, un precioso tanga color rojizo.
— Ahora o nunca, o nos vamos ahora mismo o vamos a terminar follando aquí, y dando un escándalo; eso si no lo estamos dando ya — intervino Vanesa mientras se ponía de pies y se subía de nuevo las bragas. Por un instante, al colocárselas, me pareció ver su coño perfectamente depilado —. Vamos a mi casa a tomar una última copa — invitó Vanesa.
Ella, vivía en una exclusiva urbanización a las afueras de la ciudad, el camino se me hizo eterno debido al calentón que llevaba encima. Había que atravesar un control de seguridad a la puerta de dicha urbanización, no tardamos apenas nada en hacerlo, pues Vanesa había llegado unos instantes antes y había dejado aviso de nuestra llegada a los guardias de seguridad.
Creo que era la tercera vez que yo iba a su casa, en cambio Raquel la conocía de otras muchas ocasiones. Se trataba de un chalet de dos plantas con cierto aire moderno. En la puerta de la entrada principal había un pequeño jardín con un cenador, y en la parte trasera tenía una coqueta piscina perfectamente iluminada paras ser usada en horario nocturno, alrededor de esta, había media docena de tumbonas perfectamente alineadas, y al fondo, una barra hacía las veces de bar en eventos ocasionales.
— Qué ganas de follar tengo — me dijo por lo bajo Carlos — ¿No te importará que mientras estoy con Vanesa mire de vez en cuando de reojo a Raquel? — Preguntó a bocajarro.
— No, no me importa para nada. Además a mí también me da morbo ver a Vanesa — me sinceré.
— Procuraré no cerrarte la visión y ofrecerte buenos planos — me prometió — pero tú haz lo mismo, estoy deseando verle el culo a tu mujer. En la oficina es uno de los más comentados entre los colegas de trabajo. La de pajas que se le habrán dedicado, y encima a ella le encanta moverlo — dijo grotescamente.
Vanesa, nos condujo hasta el salón, nos preguntó que queríamos para beber, y en no más de diez minutos nos encontrábamos en una situación parecida a como estábamos en el reservado del Blues Rock.
Carlos cumplía su promesa, y nada más comenzar le había sacado la camisa y comenzaba a amasar las más que considerables tetas de Vanesa, estar de frente y que había mucha más luz que en el reservado del Blues rock hacia que pudiera tener un visión perfecta. Siempre intuí que Vanesa tenía un buen par de tetas, la había visto con sugerentes escotes, con ropas muy ajustadas e incluso más de una vez en bikini, pero tengo que decir que mi intuición, se había quedado corta, lo que allí vi me impedía bajar la mirada.
— Te gustan sus tetas, ¿eh Cabrón? — Me preguntó Raquel al oído mientras abría todo lo que podía sus piernas para facilitar la entrada de mi mano que ahora subía por sus deliciosos muslos — . ¿Y esto qué es? — me dijo mientras ponía su mano en mi más que abultada entrepierna.
Cuando mi mano llegó a su gelatinoso coño, recordé, que ya le había quitado el tanga en el Blues Rock y ella no se las había vuelto a poner como si había hecho Vanesa. Luego, ya en nuestra casa, me enteraría de que se habían quedado allí, tiradas en el suelo del reservado. Ella abrió aun más las piernas, todo lo que la minifalda le permitía hacerlo. Notaba mis dedos pegajosos.
— ¡Te he hecho una pregunta! — Volvió a insistir — ¿Te gustan sus tetas, verdad?
Sí — afirmé con rotundidad.
Raquel abrió torpemente mi bragueta y sacó mi verga para fuera. Está, feliz por la liberación salto rápida como si tuviera colocada un resorte o un muelle.
Las expertas manos de mi mujer comenzaron a masturbarme, mientras yo hacía lo mismo y ahora metía un par de dedos dentro de su dilatado y húmedo agujero.
Vanesa se levantó para ir al baño, solamente llevaba puesto un pequeño y casi invisible tanga de color rojo que conjuntaba perfectamente con el color de su cabello. Sus tetas, a pesar de su tamaño conseguían mantener cierto equilibrio con la gravedad, y se mantenían amenazantes con los pezones erguidos hacía arriba.
Al ponerse frente a nuestra posición se detuvo frente a mí, me miró fijamente a los ojos, y sin cortarse un pelo fue bajando descaradamente la mirada hasta detenerse fija en mi erecta polla. Polla a la que Raquel en ese momento le estaba prestando atenciones masturbándola manualmente.
— Tenías razón esta tarde, Raquel. Mario tampoco es que sea un picha corta — siguió mirando con cara divertida durante unos segundos más, hasta que por fin salió en dirección al baño, cosa que agradecí, porque en cierta medida me intimidaba bastante.
Ahora Raquel y yo le ofrecíamos a Carlos un caliente espectáculo al que este no perdía ni un solo detalle.
— Qué buena estas, Raquel. Lo que pagaría más de uno en la oficina por verte así. Fijo que te nombrarían directora de la sucursal — bromeó mientras se sobaba soezmente el paquete por encima de sus abultados calzoncillos.
— ¿Te gusta lo ves? — preguntó morbosa y gratamente alagada mi mujer
— Más que gustarme me encanta. Pero no sé qué coño haces todavía con esa falda puesta. Ardo en deseos de saber que escondes ahí debajo — dijo él mientras apuntaba con el dedo índice su entrepierna.
Raquel no dijo nada, apartó mi mano de su coño y se puso de pies. Entonces avanzó hasta donde él estaba y se situó justo de frente, una vez allí, comenzó contonearse en una sexy danza mientras jugaba con su falda, hasta que esta cayó derrotada al suelo. Dejando con ello a Carlos una perfecta y directa visión de su húmedo y enrojecido sexo. Este, sin avisar, alargó la mano y la posó sobre el pubis de Raquel esperando la reacción de mi esposa. Ella se abrió de piernas, como dando paso a la mano de él para que palpara todo lo que le apeteciera manosear. Tanto intentó abrirse de piernas para facilitar ese paso, que como estaba puesta de pies le costó mantener el equilibrio y dio un pequeño traspiés hacía un lado. Pero Carlos, rápida y caballerosamente de un salto se levantó y la sujeto por los hombros, para evitar que se callera.
Sin decir nada, se lanzó sobre la boca de mi mujer y se la comió literalmente hablando. Ella esperaba ansiosamente la lengua de su compañero de trabajo, y la recibió jugueteando con la suya. Las manos de Carlos agarraban ahora fuertemente las nalgas de mi esposa mientras se fundían en un largo y sexual beso.
Me di cuenta de que Vanesa estaba justo detrás de mí, observándolo todo. No podía precisar cuánto tiempo levaba ahí, y tampoco sabría decir si había visto la morbosa situación desde el comienzo. Lo cierto es que parecía estar disfrutando del espectáculo, porque permaneció en silencio, quieta y sin moverse escondida. No quería interrumpir la morbosa escena a la que estábamos asistiendo.
Rápidamente la mano de Raquel se perdió de vista dentro de los bóxer de Calos, allí acariciaba sus huevos y recorría toda la longitud de su polla. Se la notaba deseosa de su verga, verga, que ella misma había destinado para su amiga, pero ahora las cosas habían cambiado y la quería toda para ella. El mismo se bajó los calzoncillos, y acto seguido, Raquel se arrodilló ante él, amarró con su mano la polla y sacó la lengua para humedecerse los labios para lubricarlos, luego, pasó a lamer el duro tronco mientras con la otra mano le acariciaba los cargados testículos. La expresión del rostro de Carlos cambió por completo. Mi mujer, una experta come pollas, le estaba dando un placer al que Carlos no parecía estar acostumbrado.
Mire de reojo hacia atrás, Vanesa permanecía muda y quieta, pero comprobé que una de sus manos había entrado dentro de la parte delantera de su tanga, estaba masturbándose, la situación era tan excitante que necesitaba tocarse. Le ardía el coño y necesitaba sentir un roce.
La mamada que Raquel estaba dando a Carlos era espectacular, él todavía permanecía de pies mientras ella de rodillas introducía toda su verga en la boca sin dejar ni un solo centímetro de carne para fuera. Ella con la polla de él totalmente engullida lo miraba directamente a los ojos.
De repente, Carlos la cogió de la mano y la ayudó a levantar, aprovechó tenerla a su altura para besarla de nuevo, sin duda esta vez el intercambio de fluidos le tuvo que saber a su propio sexo, pero no pareció importarle, más bien todo lo contrario. Le mordía los labios mientras ella le metía la lengua hasta lo más hondo de su boca. Carlos la giró, y de un empujón la sentó en el sofá donde justo unos minutos antes había estado metiéndole mano a Vanesa. La abrió de piernas y puso su cabeza entre ellas. Raquel lo sujetaba para impedir a toda costa que escapara de allí y Carlos comenzó a comerse el rico coño de mi esposa. Su lengua debía tener ciertas habilidades, pues no había pasado apenas tiempo, y mi mujer comenzó a gemir de una forma casi histérica, como si hubiera enloquecido de repente. Nadie se atrevía a romper con palabras el momento, tampoco había demasiadas cosas que contar, solamente Raquel, con la voz entrecortada, pidió casi a gritos ser follada.
— Fóllame, por favor. Clávamela hasta dentro, te lo suplico — repitió ardientemente ella.
El pareció ignorarla y siguió comiéndole el coño. El rocé de la experta lengua de Carlos sobre su clítoris hizo que su cuerpo comenzara arquearse, se veía venir que se le avecinaba un salvaje orgasmo. Él, cruelmente se detuvo justo cuando ella comenzaba a notar la llegada de su clímax, justo en ese momento Raquel comenzaba a inflar sus pulmones, inconscientemente los llenaba de aire para poder así gritar enloquecidamente de placer. En la cara de mi esposa, se podía leer un hondo y placentero sufrimiento, se la veía angustiada, tenía la necesidad de ser brutalmente follada.
Estaba tan concentrado en lo que mis ojos veían, la brutal excitación de Raquel, que ni siquiera me di cuenta cuando Vanesa salió de su retiro. Entonces se acercó donde yo estaba y se sentó sin ningún tipo de preámbulos sobre mi erecto miembro, dándome la espalda, sin parar de mirar el morboso espectáculo que teníamos justo enfrente. Puso los pies en el costoso sofá de piel blanca, los tacones de sus zapatos se clavaban amenazando con romper y agujerear el bien trabajado y curtido cuero, no parecía importarle demasiado en ese momento estropear con sus finos tacones, el sofá.
En esa posición, de cuclillas, agarró mi verga y se dejó caer brutalmente sobre ella. La estocada debió de ser mortal de necesidad, pues exclamó un largo y quejoso suspiro, mezcla de satisfacción, placer, y un pequeño dolor debido a la brusquedad de la penetración.
Concentrada en escuchar como no paraba de gritar Raquel, suplicando ser follada, comenzó Vanesa a darme una buena cabalgada. Pude notar que su coño era más terso y estrecho que el de Raquel, supuse que se debía a que nunca había tenido hijos, en ese momento agradecí que nunca lo hubiera hecho. La textura y la tensión de ese coño sobre mi verga me estaba matando de gusto.
Mientras, Carlos colocaba a Raquel a cuatro patas sobre el sofá, separó sus nalgas e introdujo su verga en medio de estas.
— La de veces que me imaginado hacerte esto — dijo Carlos mientras frotaba su miembro sobre el ano de Raquel.
Ella estaba fuera de sí, y no parecía importarle que su mejor amiga se estuviera follando a su marido delante de sus propias narices. Ni siquiera, en esos momentos podría asegurar si estaba siendo consciente de ello.
— Fóllame, demuéstrame lo hombre que eres y reviéntame el coño de una puta vez — repetía cada vez más fuerte.
Yo me mantenía concentrado, no quería correrme tan pronto y aguantaba la follada que me estaba ofreciendo Vanesa. Mis manos por fin comenzaron a perder su timidez y ascendieron a lo largo de su cuerpo, hasta llegar a sus deseadas tetas. Pero, para mi sorpresa, Vanesa no estaba dispuesta a dejarse manosear por mí, cogió mis manos y sin ninguna delicadeza por su parte, me propinó un violento manotazo y me las apartó de allí.
Estaba claro, Vanesa estaña caliente como una perra y necesitaba una polla urgentemente con la que aliviar su calentura, y la mía, era la única que había libre en esa casa. En esos momentos no me deseaba, solo me utilizaba para desangustiar su excitado coño.
No me importó, ni siquiera me sentí ofendido en lo más mínimo, estaba disfrutando enormemente de la rigidez de su coño, y además era ella la que había venido a mí, y no yo a ella. Vanesa jadeaba cada vez de una forma menos discreta. Podía notar como por los muslos de ella resbalaban infinidad de fluidos encharcando todo a su paso. Me la estaba follando a pelo, sin preservativo, caí en la cuenta justo en ese momento.
Su espalda, cada vez estaba más rígida y se iba arqueando hacia atrás, pero para mi sorpresa, de repente paro su cabalgada. Me miró a los ojos, y me dijo escuetamente:
— ¡Cómeme el coño!
Nada me apetecía tanto en el mundo como disfrutar de su sabor, por lo tanto accedí inmediatamente. La senté, puse sus piernas en mis hombros y comencé a disfrutar con mi trabajo, Se lo lamí a conciencia, primero introduje mi lengua por todos y cada uno de los rincones de su vagina, sin parar de lamer y succionar. Por fin, me entretuve en lamer su abultado y duro clítoris. No dejaba de rozárselo y aplastarlo con mi lengua. Ella, comenzó a gemir, y en pocos segundos me estalló todo su placer dentro de mi boca. En ese momento mi excitación llegó al máximo, no recordaba haber tenido nunca tanta desesperación y necesidad por correrme. Pero, milagrosamente me contuve, la verdad que no sabría explicar como lo hice.
La follada que le estaba dando Carlos a Raquel no era para menos. Él la mantenía a cuatro patas como a una perra, y de vez en cuando le propinaba una sonora cachetada acompañado de algún soez comentario, mientras, Raquel enfurecía y pedía más y más. Lo retaba, e incluso lo insultaba para intentar provocarlo y despertar aún más su animal deseo.
Una vez que Vanesa se recuperó comenzó a pagarme mis meritorios servicios regalándome una sugerente mamada
— No se te ocurra correrte — me dijo en tono amenazante —, quiero toda tu leche dentro de mi coño — me gustó comprobar que Vanesa estaba aún excitada, pero sobre todo me agradó el ver que estaba empezando a disfrutar conmigo al igual que yo lo hacía con ella.
Todos habíamos perdido la cuenta de cuantos orgasmos había ido encadenando Raquel, pero no paraba de gemir. Carlos paró de follarla, entonces ella intentó girarse como pidiendo explicaciones, pero él se lo impidió agarrándola del pelo. Raquel, permaneció a cuatro patas, pero estaba tan excitada que mantenía una de sus manos frotándose ansiosa y furiosamente el clítoris. Carlos intentó apartársela, pero no había manera, la mano de Raquel volvía una y otra vez a los pocos segundos inconscientemente de vuelta a su coño. No podía parar de tocarse.
Carlos desde atrás comenzó a besarle las nalgas y los muslos, lamía su piel, y ella enloquecía a cada contacto nuevo que sentía, a cada roce de su lengua.
Llegó hasta su culo, le separo sus carnosas nalgas con la mano y comenzó a juguetear con su lengua sobre el ano. Raquel, al sentirlo había dejado de gemir, ahora chillaba brutalmente, el placer y la excitación que sentía estaba siendo bestial, la estaba matando de gusto. Vi como un dedo de Carlos se hundía y se perdía dentro de su ano. Raquel se moría, se retorcía y suplicaba clemencia.
— Fóllamelo, fóllamelo. Tanto que me lo miráis en la oficina y ahora quiero que tú te lo folles — decía fuera de sí.
Vanesa dejo de lamer mi polla, se apoyó en el sofá ofreciéndome su espalda.
Mario, por favor, fóllame por detrás, quiero sentirte muy dentro — casi me suplicaba.
Me excitaba el cambio de Vanesa, ahora me suplicaba, me pedía que por favor se la metiera bien dentro, cuando veinte minutos antes ni siquiera me dejaba tocarle las tetas.
La sujeté por las caderas mientras apuntaba con mi verga a la entrada de su coño, y de un violento empujón se la clave hasta dentro. Ella, agarró mis manos y me las retiró de su cadera llevándolas hasta sus deseadas y grandes tetas.
Ahora sí, ahora Vanesa se había olvidado de Raquel y de Carlos, del morbo que había sentido al verlos follar. De repente, para Vanesa, ellos ya no estaban, no los veía allí follando, para nosotros en el salón sólo estábamos ella y yo. No pensaba ya en otra cosa que en disfrutar conmigo, giró entonces su cabeza buscando mi boca y nos perdimos en un largo y placentero beso, su lengua buscaba la mía mientras sus labios atrapaban mi boca.
Yo tampoco miraba hacia atrás, ya no me importaba en absoluto lo que estuviera haciendo Raquel con su amante. Supuse, por el largo y desgarrador lamento de ella, que Carlos le acaba de introducir la verga en el estrecho agujero de su culo. Pero ni siquiera me picó la curiosidad de mirar. Mi morbo, ya sólo se llamaba Vanesa.
Unos minutos después, Carlos y Raquel salían del salón en dirección al baño, supuse que Carlos había descargado ya dentro del culo de ella, e irían asearse.
Yo no sé, si fue por causa del alcohol, pero el caso es que mi polla permeancia como una estaca atacando el coño de Vanesa. Ella, jadeaba y me pedía que por favor me vaciara dentro de su coño, que quería sentirse llena de mí.
Y así lo hice, eyaculé la que seguramente haya sido la corrida más deseada e intensa de mi vida, y toda ella, fue a parar dentro de su coño, inundándola por dentro. Vanesa, al sentir el calor de mi semen dentro de ella me miró complacida y casi agradecida, mientras, le llegaba el último orgasmo de la noche.
Pocos minutos después, yo todavía mantenía mi ya flácido pene dentro de su vagina, ella permanecía agarrada a mi cuello impidiéndome escapar, cosa que yo no pensaba hacer ni por asomo.
Mientras, acompasábamos esa relajación poscoital con mil caricias y un apasionado e interminable beso. De repente se separó de mi boca, por un instante, pensé que la magia había acabado ya, pero como de costumbre estaba equivocado. Ella acercó sus sugerentes labios a mi oído; juro que sólo notar el roce de sus labios en lóbulo de la oreja, mientras hablaba, ese pequeño y fugaz cosquilleo, hizo que mi miembro viril hiciera un amago de despertar.
El caso, es que al mismo tiempo que esto sucedía entraron Raquel y Carlos en el salón. No dijeron nada, comenzaron a vestirse y se sentaron en el sofá, agarrando cada uno su copa. Permanecieron en silencio, parecía que ya no tenían más que decirse, como si el final de la excitación de ambos hubiera acabado con todo, Noté a Raquel preocupada.
Mientras, Vanesa continuaba con sus confidencias en forma de susurros, acompañándolas, con caricias y con sus cálidos besos.
Lo que me contó confidencialmente con sus sensuales y evocadores susurros, no lo olvidaré nunca mientras viva. Pero no lo contaré jamás, y menos, lo dejaré por escrito. Por lo tanto, dichas palabras no quedaran transcritas en este relato que está a punto de finalizar. Esa será la única licencia de autor que me he permitido como narrador y protagonista, en toda esta historia que acaba de finalizar.
Fin