Fiesta de Cumpleaños 3

¡Que estoy enamorado de ti, joder! – me contestó, mirándome a los ojos. Lucas caminó hasta su cama y se sentó al filo de esta, llevándose las manos a la cara mientras que comenzaba a llorar desesperadamente. - ¿Có-cómo que estás enamorado de mí, Lucas? – le pregunté, extrañado.

Fiesta de Cumpleaños 3

-       ¡Bueno! ¡¿Y qué si hice eso con Gabi!? ¿¡A ti qué más te da!? – grité alteradamente desde el suelo.

-       ¡Que estoy enamorado de ti, joder! – me contestó, mirándome a los ojos.

Lucas caminó hasta su cama y se sentó al filo de esta, llevándose las manos a la cara mientras que comenzaba a llorar desesperadamente.

No supe cómo asimilar esas palabras. Lucas, uno de mis mejores amigos, al cual conozco desde que éramos dos renacuajos, con el que tanto tiempo había pasado…, ¿estaba enamorado de mí? Eso no podía ser posible, había visto a Lucas liarse con decenas de chicas, me había contado mil aventuras sexuales con ellas… No entendía absolutamente nada.

-       ¿Có-cómo que estás enamorado de mí, Lucas? – le pregunté, extrañado.

Pasaron unos segundos hasta que Lucas separó las manos de su cara.

-       Pues que me gustas, Mati… - me dijo, con la voz quebrada, sin mirarme.

-       Pero… ¿Desde cuándo? – seguí preguntando, levantándome lentamente.

Lucas tomó aire fuertemente y se enjugó las lágrimas de las mejillas con su brazo.

-       Pues no lo sé, supongo que me di cuenta hace unos meses. – me contestó, mirando al suelo.

-       ¿Por eso te has puesto así? – me senté a su lado. - ¿Crees que tengo algo con Gabi?

Lucas seguía mirando al suelo fijamente, siendo incapaz de mirarme a la cara.

-       No me podía dormir y escuché un ruido en la habitación. – comenzó a explicar, gimoteando. – Subí a ver si había pasado algo, porque estabas malo y eso… Y vi cómo Gabi estaba entre tus piernas, chupándotela y metiéndote un dedo… - su voz se quebró. – ¡Y pude ver cómo disfrutabas!

Comenzó a llorar de nuevo, tapándose la cara con ambas manos. No sabía qué podía decirle para tranquilizarlo. Realmente, no sabía qué pensar. Lucas era mi mejor amigo (dentro del grupo que teníamos los cuatro): había estado siempre ahí, sus padres me acogían como a uno más dentro de la familia, hasta compraron la cama nido para que no tuviese que compartir cama con Lucas cuando ya no cabíamos a penas en la misma… Como no sabía qué decirle, opté por darle un fuerte abrazo.

Me acerqué a él y lo rodeé con ambos brazos, dejando caer mi cabeza sobre su pecho. Él hizo lo mismo, apoyando su cabeza sobre mi hombro, mientras que sentía cómo todos sus músculos se relajaban y su respiración se iba calmando poco a poco, dejando de llorar. La espalda empezó a darme punzadas de dolor por el golpe, pero en ese instante, solo importaba Lucas.

-       No debería haberte gritado, lo siento mucho. – me dijo, sin separarse de mí. – Y lo de empujarte ha sido pasarme demasiado de la raya. Deberías partirme la cara. – me dijo, a la vez que apoyaba su frente en mi hombro.

Me separé de él y le miré fijamente a los ojos.

-       No digas bobadas, yo nunca voy a ponerte una mano encima.

-       Joder, Mati, si es que no te merezco. – sus ojos comenzaron a empañarse de nuevo.

-       Lucas, lo de ayer no significó nada para mí. – comencé a decir. – Simplemente se dio, y es verdad que lo disfruté, pero mi forma de pensar en Gabi no ha cambiado.

-       Entonces, tú y Gabi no… ¿No sois nada? – me preguntó, tímidamente.

-       Somos amigos, igual que siempre. – le respondí.

Lucas dio un suspiro largo y profundo, alegrando un poco el gesto. Se levantó de la cama y comenzó a caminar, dando vueltas por su cuarto. Parecía nervioso, como si quisiese decirme algo.

-       Joder, Mati… - empezó a decir. – Te he empujado muy fuerte contra la pared. – observaba fijamente la pared en la que chocó mi espalda.

-       La verdad es que sí. – le dije, haciendo una mueca de dolor, siendo realmente consciente del dolor que ya llevaba un rato manifestándose a lo largo de mi espalda.

-       A ver, déjame echar un vistazo. – me dijo, acercándose a mí.

Apoyé ambas manos en la cama y me giré, dándole la espalda. Sus manos fueron hasta el bajo de mi camiseta, levantándola hasta descubrir toda mi espalda. Noté el frescor del aire primero y luego la calidez de una de las manos de Lucas, que pasaba sus dedos ligeramente sobre una de las zonas que más me dolía.

-       Dios mío, Mati, soy un animal…, tienes la espalda toda marcada y roja. – me dijo a la vez que apoyaba su palma sobre mi espalda.

-       Aish… - me quejé.

Lucas separó su mano y me bajó la camiseta. Me giré para poder verlo: su expresión era de pena y arrepentimiento.

-       No te preocupes, Lucas, si no ha sido para tanto, de verdad. – le dije, quitándole importancia al asunto e intentando hacer que se sintiese mejor.

Lucas comenzó a morderse la mejilla por dentro, gesto que repetía cada vez que estaba nervioso. De repente, su cara se iluminó, recordándome a la bombilla que se les encendía a los dibujitos animados.

-       ¡Ya sé! Creo que tengo algo de crema para golpes. – comenzó a decirme, girándose para salir del cuarto.

Se marchó de su habitación y pude escuchar cómo abría la puerta del cuarto de baño y el mueble que había debajo del lavabo. Oí perfectamente el ruido de cosas de plásticos y luego sus pasos, de vuelta al cuarto. Entró en este, cerrando la puerta y caminando hacia mí.

-       ¿Por qué no te quitas la camiseta y te tumbas en la cama? Así puedo echarte bien la crema. – dijo, meneando un tubo de crema amarillo.

-       No hace falta, Lucas. – contesté.

-       De verdad, insisto. Déjame arreglar esto, por favor. – me dijo, haciendo una mueca con la boca y levantando las cejas, como pidiendo perdón.

Me puse de pie y me quité la camiseta y los zapatos, dejándome puesto solo los pantaloncillos de tela. Me eché lentamente sobre la cama, bocarriba, sintiendo en el proceso a mi espalda quejarse.

Lucas se sentó a mi lado, hundiendo un poco la cama. Me recoloqué para ponerme algo más cómodo y hundí la cabeza sobre su almohada. Al respirar, pude oler la dulce fragancia de Lucas, que impregnaba el cojín de este. Noté un líquido muy espeso y frío caer sobre la mitad de mi espalda, haciéndome temblar de un escalofrío.

Lucas esparció la crema suavemente sobre las zonas que más enrojecidas tenía con ambas manos, haciendo que estas poco a poco se aliviasen. Notaba los fuertes dedos de Lucas surcar el largo de mi espalda, transmitiéndome calor y haciéndome sentir bastante mejor.

-       Mucho mejor, Lucas. – le dije con voz tranquila, girando la cabeza y desenterrándola de su almohada. – Tienes unas manos increíbles, no me importaría que me dieses un masaje, jajaja. – le dije, en broma.

-       Jajaja, si es lo que quieres, yo lo hago. – dijo, riendo él también. – Cualquier cosa por compensar haberte empujado.

Lo había dicho en broma, pero lo cierto es que me encontraba muy a gusto con Lucas acariciando mi espalda, por lo que acepté el trato.

-       Me parece justo. – comencé a decirle. – Pero, después de eso, no quiero que te sigas machando, ¿vale? Ya estaríamos en paz.

-       Trato hecho. – me revolvió el pelo. – Creo que mi madre tiene alguna crema para la piel, a ver si la encuentro.

Salió de nuevo del cuarto con paso firme, dejándome allí tumbado. Una vez que las manos de Lucas se separaron de mi espalda, pude apreciar que la crema realmente daba bastante calor a la zona en la que estaba untada, aliviando el dolor que antes sentía.

Escuché el sonido que hacían los pasos de Lucas, de vuelta al cuarto. Entró y cerró la puerta tras de sí, echando el pestillo que había en ella. Estaba acostumbrado a que hiciese eso cuando estábamos en su habitación, sobre todo para evitar que Manu nos molestase.

-       Acércate al filo de la cama, enano, así puedo darte mejor el masaje. – me dijo.

Me medio arrastré por la cama, quedándome al final del lateral de esta, tanto que mi brazo izquierdo tenía que estar totalmente pegado al dorsal si no quería caerse.

-       No había la crema que yo decía, así que he cogido aceite corporal, que creo que servirá igual, ¿no? – me dijo Lucas, levantando las cejas.

-       Imagino que sí. – le contesté yo.

Volví a hundir mi cabeza en la almohada, mientras que Lucas echaba unas gotas de aceite en mi espalda.

-       ¡Espera! – exclamé de repente. – Los pantalones no son míos y no quiero que se manchen.

-       Joder, que susto. – Lucas se había llevado una mano al pecho. – No pasa nada, quítatelos y te quedas en ropa interior.

-       Es que… - aquello iba a ser algo incómodo. – Los míos estaban manchados y los de Gabi me quedaban enormes, así que no llevo puesto nada debajo.

Lucas levantó las cejas, poniendo cara de “datos innecesarios”. Giró la cabeza y se acercó a por algo que había en la silla de su escritorio.

-       Quítatelos y te pongo esta camiseta encima para cubrirte si te da vergüenza, que no me importa si se mancha. – me dijo, con una camiseta de deporte antigua de color verde.

-       No me importa, como tú quieras. – le dije.

Levanté mi pelvis y comencé a bajarme los pantalones. Cuando estaban más o menos por la mitad de mis piernas, sentí cómo las manos de Lucas agarraban el borde de estos y me los terminaba de bajar, haciéndome quedar completamente desnudo. Lucas carraspeó un poco su garganta y dijo:

-       Creo que es mejor que te ponga la camiseta.

Sentí la suave tela de esta cayendo sobre mis glúteos, cubriéndolos. Sobrentendí que era mejor no tener esa visión que quizás le desconcentrara o le resultase frustrante, al no haberle dado yo una respuesta a su declaración de amor, por lo que no dije nada al respecto y enterré mi cabeza en aquel cojín.

Mientras que Lucas echaba el aceite sobre mi espalda, comencé a pensar en esto último. ¿Cómo me sentía yo después de haber escuchado las sinceras palabras de Lucas? Sin lugar a dudas, ‘confundido’ era la palabra adecuada para responder a aquella pregunta.

Por un lado, no sabía realmente si me gustaban los chicos, ya que el día anterior descubrí una parte de mí que no conocía. Gabi abrió la veda a unas experiencias totalmente nuevas que me hicieron replantearme todos mis esquemas. Disfruté infinitamente de los estímulos que me dio, pero no solo porque fuesen placenteros, sino porque Gabi era la persona que me los estaba proporcionando. Una persona a la que quería, no en todos los sentidos que esa palabra recoge, pero que sí significaba algo para mí.

Por otro lado, aunque Lucas reunía las mismas características, incluso más aún al ser más cercano y cariñoso conmigo, me había dicho que estaba enamorado de mí, que le gustaba. Aquello lo cambiaba todo, ya que eran palabras muy fuertes y que eran sinónimo de compromiso.

Mi cabeza era una vorágine de pensamientos, mientras que Lucas pasaba sus manos una y otra vez sobre mi espalda, haciendo que estuviese totalmente relajado. Sus dedos amasaban mi piel como si de la masa de una pizza se tratase, relajando todos los músculos que había bajo ella.

Así llevábamos un buen rato, hasta que Lucas dijo en voz baja y pausadamente:

-       ¿Quieres que te masajee también las piernas?

-       Hmm. – le contesté yo, en señal de aprobación, sin levantar la cara de la almohada.

Escuché cómo Lucas daba un par de pasos hacia la derecha, colocándose a la altura de mis pies. De nuevo, sentí el aceite caer sobre la piel de la pierna más cercana a él, a la vez que sus manos lo esparcían por toda mi pierna, subiendo por la parte trasera de la rodilla y llegando a cubrir todo el muslo.

Lucas comenzó a masajear desde el pie, pasando por el gemelo, la parte trasera del muslo. Dedicó un buen tiempo a apretar sus dedos mientras que los movía en círculos sobre el vientre de los músculos, imitando al fisio del equipo de fútbol. Finalmente, cuando terminó con la parte más alta del muslo, pasó a comenzar con la otra pierna.

Pasó ambas manos por la pierna y luego subió hasta la parte más alta del muslo, impregnándolo con aceite. Después, haciendo presión con sus dedos, los movió de forma circular como había hecho anteriormente por todos los músculos de la pierna.

Una vez que terminó, creí que me iba a pedir que me levantase, o que me iba a invitar a que me diese una ducha. Sin embargo, sentí cómo la tela de la camiseta que había en mis glúteos se deslizaba, dejándolos al desnudo. Casi al instante, noté el frescor del aceite cayendo sobre primero un cachete y luego sobre el otro.

Las manos firmes de Lucas se pusieron a extender aquel líquido espeso sobre la superficie de estos, pasando sus dedos de vez en cuando sobre la cara interna de los glúteos. Pude sentir cómo en alguna que otra ocasión, sus manos extendidas apretaban algo mis cachetes, de manera casi imperceptible. Sus dedos comenzaron a hacer presión en la parte más muscular de mi trasero y a moverse de forma circular.

Giré la cabeza lentamente para ver si podía apreciar la expresión de Lucas. Este tenía la mirada clavada fijamente en la zona que masajeaba, mordiéndose el labio inferior mientras que mis cachetes se movían como si fuesen un flan. Pude notar también cómo en el bañador de Lucas se veía un bulto alargado de una dimensión considerable.

Yo no soy de hierro, y a mí aquellos estímulos también me estaban gustando. Si a esto le sumamos que la expresión de placer de Lucas y su bulto también me estaban poniendo a tono, le resultado es que mi pene comenzó a coger tamaño también.

-       Mierda, enano, me estoy poniendo malo... –dijo Lucas con voz ahogada.

-       ¿A qué te refieres? – le pregunté, girándome para mirarlo.

-       Que tu culo me vuelve loco, en serio. – abrió con ambas manos los cachetes, dejando a la vista mi ano rosado. – Joder, es que es malditamente perfecto.

A mí aquellas palabras me estaban poniendo a tono, haciendo que mi erección fuese totalmente incontrolable.

-       No sé, Lucas, ¿qué quieres que te diga? – le pregunté sin saber qué pasaría.

-       Ayer disfrutaste con Gabi… Por favor, deja que te haga disfrutar yo ahora. Te prometo te va a gustar tanto o más que con él. – me dijo, juntando sus manos y haciendo el gesto de “por favor”.

Me pensé la propuesta de Lucas, que claramente me pedía repetir la experiencia de anoche, pero esta vez con él. Mi cabeza tenía un debate sobre qué responder, hasta que Lucas pasó su mano sobre la parte interna de mis cachetes, rozando con sus dedos mi suave agujero. De mis labios salió un pequeño gemido en forma de suspiro, que hizo que Lucas comenzase a rozar seguidamente aquella zona.

El aceite hacía que aquella acción fuese mucho menos agresiva, lubricando los dedos de Lucas, que pasaban por mi ano haciendo una leve presión. Sin dejarme decir palabra y de un salto, Lucas se colocó entre mis piernas. Apoyó ambas manos en sendos glúteos y los abrió, para después dejarse caer y clavar su lengua sobre mi agujerito. Un “Uff” se escapó de mi boca, mientras que una corriente eléctrica me recorría desde aquella zona hasta el cerebro.

Tras hurgar con su lengua en aquella zona, moviéndola en círculos, Lucas me dijo:

-       ¿Entonces es que sí?

-       Vale… Pero esto no significa nada, Lucas. – le dije, mirándolo a los ojos, ya que al no tener claro mis sentimientos no quería darle falsas esperanzas.

-       Sí, claro, como tú digas. – me respondió.

Acto seguido, volvió a meter su lengua en mi ano, mientras que yo ahogaba mis gemidos en la almohada. La rugosidad y textura de su lengua me estaban dejando extasiado, hasta que sentí cómo la sacaba, para comenzar a introducir algo de complexión más dura: su dedo anular.

-       Aish… - me quejé, teniendo un deja vu de la noche anterior.

-       ¿Te duele? – me preguntó, parando su movimiento.

-       No, no. Solo que no me lo esperaba. – le respondí.

-       Si te duele, solo tienes que avisarme y paro. – me dijo.

Aquello era sorprendentemente similar a como me había hablado Gabi, por lo que me quedé aún más confundido. Su dedo se fue abriendo paso por mi interior, haciéndome apretar las manos sobre las sábanas de Lucas. Cuando me quise dar cuenta, su dedo estaba completamente dentro de mí.

-       Ya está todo dentro, enano. – me dijo con voz dulce Lucas.

-       Puedo notarlo. – le respondí.

-       ¿Estás bien? – me preguntó.

-       Sí… - le dije, algo avergonzado.

-       Mejor, porque ahora viene la parte buena. – contestó, con voz lujuriosa.

Su dedo comenzó a entrar y salir durante un rato en el cual mi respiración comenzó a agitarse a la vez que las ondas de placer eran más potentes. De repente, sentí cómo otro dedo comenzaba a hacer presión en la entrada de mi recto, peleándose con mi apretado esfínter. Cierto escozor comenzó a aparecer por la zona, mientras que yo me quejaba.

-       Ish… - dije, en voz baja.

-       Shhh, tranquilo, que pronto va a pasar, enano… Solo relájate. – me dijo, mientras besaba suavemente la parte baja de mi espalda.

Tomé aire y traté de relajarme lo máximo posible, haciendo que mi esfínter cediese ante aquel invasor. Un segundo dedo comenzó a deslizarse por mi aterciopelado interior, sintiendo cómo, junto al otro, dilataban aquella zona. Una vez que estuvo completamente dentro, entre quejidos, Lucas empezó a sacar y a meter sus dedos lentamente.

El resquemor fue marchándose poco a poco, dando paso a un placer que hacía que mi pene estuviese echando litros de líquido preseminal y que yo respirase fuertemente sobre la almohada. Sentí de nuevo cómo Lucas sacaba sus dedos y volvía a juguetear con mi ano con su lengua, para después decir:

-       Enano, me dejas… Ya sabes… - su voz se notaba nerviosa.

-       ¿Metérmela? – terminé su frase.

Me volteé para poder verlo bien a los ojos. Aquello ya eran palabras mayores, no era un juego.

-       Lucas, no sé si deberíamos. – empecé a decirle, mirándole a los ojos. – Me da miedo.

-       ¿Miedo por qué? Te prometo que voy a ir muy despacio para que no te duela… - me dijo, acariciándome una pierna.

-       Eso no me da miedo…, bueno un poco, sí. Pero me refiero a que no estoy seguro de que sea correcto. – le dije, de forma pausada.

-       ¿Qué no sea correcto cómo? – me preguntó, dubitativo.

Me pasé una mano por el rostro, intentando elegir cuidadosamente mis palabras.

-       No sé, Lucas, me has dicho hace no mucho que me quieres, y ahora estamos así. No sé si es bueno para ti, porque yo no sé aún si puedo corresponderte y me da miedo que te pueda perder. – le dije, rompiéndoseme la voz al pronunciar estas últimas palabras y hundiendo la cabeza en la almohada para que no viese que estaba a punto de llorar.

Lucas se agachó hasta mí y me dio un fuerte abrazo, dejando caer todo su peso sobre mí. El calor de su torso desnudo me reconfortó bastante y su cabeza sobre mi cuello aún más.

-       No me vas a perder nunca, idiota. – me dijo, mientras apoyaba sus labios sobre mi cuello, dándome un tímido beso. – Solo vamos a disfrutar de esto, si quieres, y ya veremos qué pasa después. Puedes estar seguro de que nada cambiará a peor.

Aquellas palabras me dejaron mucho más tranquilo. Decidí que, si él estaba seguro de aquello, entonces estaba bien seguir, ya que realmente me estaba gustando lo que estaba haciéndome y tenía la curiosidad de saber qué se sentía al ser penetrado.

-       Bueno, vale. – cedí. – Pero si me duele mucho, paramos, ¿vale?

-       No lo dudes. – me dijo al oído suavemente.

Se incorporó poco a poco, despegando su cuerpo del mío y se puso de pie. Me giré de nuevo para observar a Lucas, que comenzó a bajar lentamente su bañador de sus piernas. El primer lugar a donde se dirigieron mis ojos fue a su entrepierna, lugar en el cual colgaba su pene. Este era del mismo color que la piel de Lucas y estaba semierecto, aunque la pequeña parte de su glande que no quedaba cubierta por el prepucio estaba completamente mojada. Era completamente recta, aunque la base de su pene tenía un mayor radio que el extremo de este. Sus dimensiones eran bastantes similares a las mías, aunque creo recordar que la de de Gabi era algo más ancha, y estaba completamente afeitada.

Dejó el bañador en el suelo y se giró hacia donde yo estaba, haciendo que su pene chocase con su pelvis. Me miró, mientras se mordía de nuevo el interior de su mejilla.

-       Me gustaría poder mirarte a la cara mientras… - me dijo, enmudeciendo al final de la frase.

-       Como quieras. – le dije, algo nervioso yo también.

Me giré completamente, quedando bocarriba y apoyando la cabeza sobre la almohada. Lucas trepó por la cama y se situó de rodillas entre mis piernas, abriéndolas y colocándolas en sus caderas. Yo era incapaz de mirarlo, así que me dediqué a mirar al techo, concentrándome en el tremendo calor que la piel de Lucas desprendía sobre las partes de mi cuerpo que estaban apoyadas en él.

En un determinado momento, pude notar de nuevo el frescor del aceite, pero esta vez sobre mi pene, que para aquel entonces se encontraba desinflado. Miré hacia mis partes, para ver cómo Lucas extendía aquel líquido espeso por toda la superficie de mi empequeñecido miembro y sus alrededores, que estaban cubiertos con una fina mata de vello. Aquellos suaves roces comenzaron a despertarme de nuevo, haciendo que mi pene empezase a cobrar vida de nuevo.

Con las manos llenas de aceite, Lucas me masturbaba lentamente, bajando y subiendo la piel por el glande muy despacito, haciendo que se me empezasen a mover las piernas de forma involuntaria, mientras que con la otra mano me acariciaba los testículos, sin llegar a apretarlos. Al cabo de un rato, cuando la mano que sostenía mi pene ya llevaba un ritmo algo más alto, su otra mano comenzó a bajar por mi perineo, para comenzar a pasear sus dedos sobre mi ano, pidiendo permiso para entrar.

Mi respiración estaba muy agitada y tenía los ojos cerrados mientras que disfrutaba de aquel magnífico placer que me proporcionaba mi amigo. Abrí las piernas y moví la cintura en respuesta al llamado de los dedos de Lucas, que comenzaron a ejercer presión en mi agujerito para introducir dos de ellos de manera simultánea en mi interior.

Un audible gemido se escapó de mis labios y abrí los ojos, mirando a Lucas fijamente a los ojos. Este se mordía el labio inferior con fuerza, devolviéndome la mirada y comiéndome con los ojos mientras seguía moviendo las manos en aquella coreografía que me traía por la calle de la locura. De la punta de su pene caía un fino hilo de líquido transparente y viscos, que caía sobre mi pelvis.

Lucas soltó repentinamente mi pene, que tenía la piel totalmente bajada, sacó sus dedos de mi interior y agachó un poco su cuerpo, poniendo su pene, también desencapuchado, encima del mío. Pude sentir el calor de su miembro, que parecía que estallaría en cualquier momento. Al estar tan cerca del mío, pude apreciar que era un poco más ancho que mi pene y de la misma longitud.

Lucas abrió sus manos y envolvió con ellas nuestros penes, haciendo presión para que el contacto fuese aún más placentero. La piel de su glande era totalmente suave, estaba completamente mojada por su líquido preseminal y se frotaba con mi glande, haciendo que escalofríos de placer me recorriesen el cuerpo. Comenzó a mover las manos hacia delante y hacia atrás, masturbándonos a ambos simultáneamente. Lucas comenzó a respirar fuertemente, lanzando tímidos gemidos que se mezclaban con los míos.

Así continuamos durante unos minutos, frotándonos el uno con el otro y gozando de lo lindo, hasta que yo sentí que no podía más. Estaba a punto de correrme y se lo hice saber a Lucas:

-       Lucas, ¡me voy a correr! – le dije, en un gemido mientras que miraba al techo.

Estaba esperando que Lucas aumentase más el ritmo y poder culminar al fin, pero este de repente quitó sus manos de encima de ambos penes, dejándome totalmente sorprendido.

-       Aún no es el momento, enano. – me dijo.

-       ¿Qué dices? – le contesté, llevando mi mano derecha hasta mi pene para continuar y poder terminar. – Voy a explotar sino…

Lucas agarró con sus manos las mías con fuerza, retirándolas de donde estaban y poniéndolas a ambos lados de mi cabeza, colocándose encima de mí. Su rostro se encontró con el mío a escasos centímetros, clavando su mirada sobre la mía y sintiendo su respirar sobre mí. Mis piernas se habían levantado un poco y su pene quedaba ahora reposando sobre la mitad de mis glúteos, sintiendo su superficie lubricada sobre mi agujerito.

-       No seas impaciente, enano, aún está lo mejor por venir. – me dijo, en voz muy baja.

Sus palabras se estallaban contras mi rostro mientras que miraba a los ojos a Lucas, que me devolvía la mirada con pasión. Sin saber muy bien por qué, mi cabeza se elevó unos centímetros y junté mis labios con los suyos, robándole un beso. Sus labios eran cálidos y suaves, aunque no me devolvieron el beso. Volví a apoyar la cabeza en la almohada, mirando a sus confundidos ojos y dije atropelladamente:

-       Lo-lo siento, no deb…

No pude terminar la frase, porque Lucas agachó la cabeza, llevando su rostro hacia el mío y me besó apasionadamente. Esta vez sí, sus labios apretaron los míos fuertemente y nuestras lenguas se encontraron en mitad del camino, enroscándose la una en la otra. Lucas soltó mis manos y comenzó a acariciarme la mejilla con una de ellas, mientras que yo pasaba mis ahora libres manos por su nuca.

Estuvimos así durante un tiempo, en el cual mis manos pasaron a explorar la espalda de Lucas mientras que nos besábamos, a la vez que este frotaba su miembro por entre mis cachetes. En uno de sus movimientos, levantó con sus rodillas mis piernas y se incorporó un poco. Llevó una de sus manos hacia su pene y comenzó a masturbarlo, mientras que sus labios pasaron de estar con los míos a bajar dándome pequeños besos hasta mi cuello.

Esa zona tan erógena era totalmente nueva para mí, ya que ni siquiera mi exnovia me había besado el cuello. Un gemido se escapó de mis labios cuando Lucas comenzó a lamer y a mordisquear en mi cuello a la vez que apuntaba su lubricado pene hacia mi ano. A los segundos, pude notar la punta de su miembro apoyándose sobre mi agujerito.

Me encontraba muy relajado hasta entonces, pero cuando Lucas comenzó a empujar tímidamente e introdujo parte de la cabeza de su pene, un dolor puntiagudo se hizo notable en mi ano.

-       Auu… - exclamé, dolorido, mientras que mi respiración se comenzaba a agitar.

-       Tranquilo, tranquilo… - me dijo Lucas al oído, parando de empujar. – Respira hondo y trata de no pensar en ello.

Traté de controlar mi respiración, llenando mis pulmones de aire y soltándolo lentamente. Conseguí relajarme un tanto y Lucas aprovechó para ejercer un poco de presión, haciendo que su pene comenzase a introducirse dentro de mí. Sentía cada milímetro que Lucas introducía dentro mi recto con su miembro, provocándome un dolor agudo y haciéndome pensar que conseguiría partirme por la mitad. Mi respiración se aceleró como loca y, tratando de no gritar de dolor, mis labios ahogaban mis quejidos. Mis manos, que aún se encontraban sobre su espalda, empezaron a apretar sobre sus músculos, haciendo que mis uñas perforaran su fina piel.

-       ¡Ay! Mati, me estás haciendo daño. – me dijo Lucas, separándose de mí y mirándome a la cara.

-       Es que me duele mucho… - le dije con voz de pena y con las lágrimas saltadas.

-       ¿Por qué no me has pedido que parase? – me preguntó.

-       Porque realmente quiero hacerlo. – le dije, cerrando los ojos fuertemente y apretando los dientes.

Su mano me limpió las lágrimas de mis mejillas y después sentí los labios de Lucas sobre los míos, besándome de nuevo, mientras pasaba su otra mano sobre mi cabeza, acariciándome. Aquellas caricias consiguieron que me relajase y mi recto consiguió adaptarse al cuerpo extraño que lo invadía. Lucas separó su cabeza de mí y me preguntó con la mirada. Yo le respondí, afirmando con la cabeza, mientras me llevaba una mano a la boca para mordérmela.

Esta vez de forma más lenta, Lucas siguió penetrando mi apretado ano, haciendo que yo apretase mis dientes sobre mi mano. Cuando ya comenzaba a pensar que su pene era infinito, que no tenía fin, pude sentir pelvis completamente pegada a mí. Lucas me quitó la mano de la boca y la observó, viendo las marcas de mis dientes en la piel de esta. Unas finas líneas estaban dibujadas profundamente en el dorso de la mano. Lucas acercó mi mano hacia su boca y besó la zona delicadamente.

Aquel había sido un gesto inútil, en el sentido práctico de la pablara, pero tan romántico y lleno de amor que me hizo olvidar el dolor que sentía en el trasero en aquel momento. Tras dicho gesto, Lucas acercó su boca hacia mi oído y me susurró:

-       Ya ha pasado lo peor, ahora solo hay que disfrutar.

Llevó sus labios hasta mi oreja y los paseó a lo largo de esta, mordisqueándome el lateral y el lóbulo de la misma, haciendo que me comenzara excitar mucho de nuevo. Bajó por el lateral hasta mi cuello, lamiéndolo, succionándolo, mordiéndolo… Mi pene, que se encontraba totalmente dormido debido al suplicio que había experimentado antes, comenzó a despertarse gracias a la boca de Lucas y a que el dolor que sentía en mi trasero comenzaba a disiparse.

Mi respiración comenzó a agitarse, pero esta vez de placer, mientras que mis manos comenzaban a bajar por la espalda musculada de Lucas, bajando hasta su cintura y apoyándose en sus glúteos. Nunca se los había tocado a un chico antes, al menos no de esa forma. Eran firmes y redondos, totalmente suaves debido a que no tenían vellos y el calor que desprendían era increíble.

Lucas comenzó a separar su cintura de mi trasero, sacando parte de su pene y volviéndolo a meter lentamente. Aunque seguía dolorido, comenzaba a apreciar un placer intenso dentro de mí. Repitió aquel movimiento varias veces, primero de forma lenta y controlada, mientras que yo apretaba mis manos sobre sus glúteos y de mi boca comenzaban a salir pequeños gemidos ahogados. Sentía cómo su pene se deslizaba en mi interior, rozando las aterciopeladas paredes de mi interior mientras que Lucas estrellaba su respiración agitada sobre mi cuello, gimiendo tímidamente.

Cuando ya llevábamos un buen rato así, Lucas comenzó a subir la velocidad de sus embestidas, sacando y metiendo más deprisa su pene y gimiendo en mi oído desesperadamente, mientras que yo hacía lo mismo, tratando de no hacerlo demasiado audible. El dolor era ya casi imperceptible en comparación al placer que Lucas me proporcionaba al golpear algún punto en mi interior. Mi pene comenzó a babear, haciendo que gotas de líquido preseminal se precipitasen desde la punta de este hasta mi pelvis.

Al cabo de unos minutos, Lucas levantó la cabeza de mi cuello y me miró fijamente a la vez que comenzaba a subir también la intensidad de sus acometidas, sacando una mayor parte de su pene e introduciéndolo de forma más fuerte dentro de mí, estrellando su cadera sobre mis glúteos. Yo abrí fuertemente los ojos en la primera de aquellas embestidas, emitiendo una mezcla de gemido y de quejido. Lucas hizo caso omiso y siguió bombeando de forma descontrolada su pene dentro de mí.

Mi cuerpo estaba a punto del colapso, ya que Lucas golpeaba una y otra vez dentro de mi fuertemente algún punto que hacía que millones de ondas de placer me recorriesen el cuerpo. Su cuerpo y el mío estaban completamente cubiertos de sudor, haciendo que las gotas cayesen sobre su barbilla y a lo largo de mi frente.

En cierto momento de sus acometidas, mis piernas se tensaron y mi ano se apretó fuertemente sobre el miembro de Lucas a la vez que un largo y sonoro gemido salía de mi boca. Mi pene, que no había sido tocado en los últimos minutos, comenzó a expulsar un líquido blanco y espeso que se estrellaba sobre mi pecho y vientre, mientras que sentía mi esfínter apretar y aflojar el pene de Lucas.

Este, mientras que yo estaba eyaculando, dio un par de embestidas aún más profundas, clavándome su pene en lo más hondo de mi ser. Su fuerte gemido se sumó al mío a la vez que notaba como sus glúteos se apretaban fuertemente, haciendo presión dentro de mí. Sentí como su esencia comenzaba a derramarse dentro de mí, hasta en 5 ocasiones, inundando mi interior con ella a la vez que su pene palpitaba.

Lucas cayó totalmente desplomado encima de mí, relajando todos sus músculos. Yo, por mi parte, hice lo mismo, apoyando las piernas en la cama mientras que trataba de recobrar el aliento. Me llevé el brazo hasta la frente y me lo pasé, intentando en vano eliminar el sudo que la cubría. Sentía cómo el pene de Lucas comenzaba a perder tamaño y cómo este poco a poco salía de mi interior. Lucas estaba recuperando la normalidad en sus respiraciones, subiendo y bajando su pecho encima de mí.

Sin decir palabra, apoyó ambas manos a los lados de mi cabeza y se incorporó. Llevó sus labios hasta los míos de nuevo, besándome esta vez de forma más dulce que antes, acariciando con una de sus manos mi mejilla. Yo tenía los ojos cerrados y mis manos se juntaron tras su cabeza, paseándose por su pelo. Separó rostro del mío y me susurró:

-       Te quiero, Mati.

¡Hasta aquí el final de este capítulo! Como siempre les digo, ojalá hayan disfrutado de la historia tanto como yo lo hago al escribirla. Estos últimos días he recibido muchos correos y comentarios de ánimo y felicitaciones, por lo que me gustaría agradecerles a todos el apoyo recibido. Realmente, los animo a hacerme saber su opinión sobre la historia, tanto en comentarios, como vía e-mail (selulana99@gmail.com), donde podré responderles individualmente. ¡Me gustaría desearles unas felices fiestas y un próspero 2021!