Fiesta de Cumpleaños 2
Después de la infidelidad de mi esposa tras la fiesta de mi cumpleaños con uno de mis mejores amigo. Y asumir mis cuernos si quería seguir con ella, sigue la evolución de nuestras vidas.
La verdad es que no tenía intención de continuar escribiendo, ni siquiera me gusta demasiado hacerlo. Han sido vuestros correos tras la publicación del primer relato, los que me han animado hacerlo. Desde aquí aprovecho para darnos las gracias a todos.
Para el que no haya leído ese primer relato y quiera conocer esta historia que trato de narraros, les sugiero que comiencen por esa primera parte donde todo comenzó, con el título de: Fiesta de Cumpleaños .
Fiesta de Cumpleaños II
Los días que pasaron desde la confesión de infidelidad de mi esposa transcurrieron rápidamente. Los recuerdo aún hoy en día con bastante desasosiego. Yo procuraba mostrarme frío y distante con Raquel, y vivía con tristeza y cierto temor a encontrarme con Roberto.
La verdad es que ni tan siquiera sabía si Raquel le había contado que yo me había convertido en un cobarde, y había decidido tragar sapos y culebras con tal de no perder a mi mujer. Incluso estaba decidido a tolerar que Raquel se hubiera convertido en la puta de Roberto, mi amigo desde la infancia. Eso destrozaba y hundía totalmente mi ego más masculino.
Estuve a punto de pedirle a Raquel que no le contara a Roberto el conocimiento de mis propios cuernos. Casi prefería que este me viese como un vulgar cornudo, a que me viera como un cornudo consentidor. Lo primero me parecía algo menos indigno y vergonzoso.
Raquel por el contrario estaba más radiante que nunca. Siempre ha sido una mujer que se ha cuidado mucho. Le gusta ir al gimnasio e incluso sale a correr durante una hora varios días a la semana. A sus cuarenta años aun está en toda su plenitud, incluso en muchas cosas ha mejorado con los años.
Ella trabaja en una sucursal bancaria, por lo que suele salir y sociabilizarse bastante con compañeros y compañeras de trabajo. Quizá como ya he dicho en la primera parte de este relato, viste con demasiada ligereza mostrándose bastante provocativa. Al principio de nuestro matrimonio, he decir que tuvimos bastantes encontronazos y discusiones por este tema, yo constantemente le recriminaba que iba provocando, que parecía que iba pidiendo guerra. Quizá para evitar discusiones o seguramente porque me acostumbré a su forma de vestir, tal vez mi fuero interno normalizó de alguna forma la situación. El caso es que poco a poco fui dejándome de meter, y al final dejé de intervenir del todo sobre lo que debía ponerse para vestir y lo que no. Tampoco hubiera conseguido nada más que discusiones, la verdad sea dicha.
En esos días Raquel se pasaba el día pendiente del teléfono, y aunque Roberto y ella no se habían vuelto a ver desde el día después de mi cumpleaños, él le escribía bastantes mensajes y hablaban con asiduidad durante varías veces al día. Aunque siempre era Roberto el que llamaba, por lo visto habían pactado eso.
Él había sido claro y tajante a ese respecto, pues temía que su mujer, que era muy celosa se enterara de la traición de ambos.
Cada vez que el móvil de Raquel sonaba avisando sobre la entrada de un nuevo mensaje, ella cogía rápidamente el teléfono. Nada más ver su expresión de la cara yo podía saber si era de Roberto o se trataba de alguna amiga del trabajo. Cuando era de su amante, a Raquel se le iluminaba la cara y no podía evitar una larga sonrisa. Otras veces por las noches, cuando ambos estábamos viendo la televisión, Roberto le enviaba un wasap avisándola que en un par de minutos la llamaría. Yo me enojaba enormemente porque éste irrumpiera así de repente en mi casa, rompiendo la tranquilidad y la armonía que en ella imperaba durante esas horas de relax y de tranquilidad que siempre reina en las casas después de un largo y duro día de trabajo.
Raquel se marchaba a la cocina para hablar tranquilamente con él. Mientras, yo me quedaba solo en el salón.
En tales situaciones, yo no podía evitar bajar el volumen de la televisión a costa de perder el hilo de la película o el programa que estuviera viendo en ese momento, e intentaba capturar y unir algunas palabras sueltas que me llegaban tránsfugas hasta mis receptivos oídos. Pero cada vez que escuchaba la risa de Raquel, esta me taladraba el alma y se me clavaba como un puñal en el pecho. No soportaba ver que otro hombre podía hacerla tan feliz. Y es que hacía mucho tiempo que yo no era capaz de hacerla reír así, y para ser francos y sinceros dudo verdaderamente haber conseguido hacerlo nunca. Por lo menos de la forma en que si conseguía hacerlo Roberto.
Una noche en una de esas escapadas a la cocina que hacia Raquel buscando intimidad para hablar con su amante, decidí ir a ver qué pasaba. Sentía curiosidad, necesitaba saber que hacían allí aunque me hiciera daño. Me puse a mí mismo la excusa de coger del frigorífico una cerveza, la verdad es que había comenzado a beber a diario, cosa que hasta entonces nunca había hecho. Cuando abrí la puerta de la cocina pude ver a Raquel sentada en un taburete con las piernas abiertas y unas bragas blancas caídas hasta los tobillos, tenía la camiseta levantada, y de esa forma dejaba totalmente sus pechos al aire. Con una mano sujetaba a duras penas el teléfono, pues estaba temblando como siempre hacía cada vez que le venía un orgasmo. Mientras, con la otra se tocaba ansiosamente el clítoris y se introducía un par de dedos dentro de la vagina.
Ni siquiera me miró cuando entré, no pareció ni tan siquiera advertir mi presencia. No paraba de jadear entre convulsiones. Ahora intentaba cerrar sus piernas dejando prisionera su mano allí abajo, como si quisiera dejarla allí perenemente atrapada para siempre. La escuché jadear mientras yo me movía por la cocina buscando el abrebotellas, cogía una jarra del mueble, abría la nevera, sacaba una cerveza... Sus ojos estaban vidriosos sin mirar ningún punto concreto, y su cara, parecía desencajada.
—Me acabo de correr cariño. Es que no te imaginas como me pones de cachonda —dijo con la voz entrecortada como si le faltara aire.
Era Raquel la que decía estas palabras, pero no me las decía a mí que estaba allí presente, se lo estaba diciendo a Roberto por teléfono. Yo abandoné la cocina con el rabo entre las piernas, y nunca mejor dicho, y me dirigía de nuevo al salón.
Y así fueron transcurriendo los días de esa primera semana hasta que llegó la noche del viernes. Tengo que contaros que los viernes a eso de las ocho de la tarde, quedamos un pequeño grupo de amigos en un bar para tomarnos unas cervezas y comer algo en forma de pinchos y tapas. Sobre las diez, nos vamos a casa de alguno de nosotros, cada semana le toca a uno ya que vamos rotando. Luego, ya en la casa que toque, pasamos unas horas tomando unas copas y jugando unas manos de póker. Y aunque alguna vez se nos ha ido las manos, por lo general podemos perder o ganar, dependiendo la suerte que tengamos cada uno, veinte o treinta Euros máximo. Nada verdaderamente importante que ponga en peligro nuestra amistad, se trata simplemente más de pasar el rato y de seguir manteniendo contacto semanalmente entre nosotros.
Ese día lamentablemente para mi salud mental la maldita casualidad había querido que se celebrara dicha timba en mi casa.
Como podréis imaginar, Raquel estaba encantada, pues estaba deseando ver de nuevo a su amante. Aunque no iba a tener oportunidades, pensaba yo, pues estarían Chema y Ricardo. Yo todo lo contrario que mi mujer me levanté ese día con mucha ansiedad, e incluso juro que sentí arcadas y ganas de vomitar durante algún momento del día.
Raquel se preparó a conciencia, incluso no vino ni a comer. Nada más salir de trabajar del banco se marchó de compras con su mejor amiga, Vanesa. Esta era la persona con la que más confianza tenía Raquel, ya que ambas compartían cualquier tipo de confidencias. No podría asegurar si Raquel a esas alturas ya le habría contado algo de sus encuentros con Roberto. El caso es que si Raquel era una mujer muy provocativa y sexy, Vanesa no lo era menos. Eran tal para cual. Incluso había gente que pensaba que eran hermanas pues se conocían desde muy jovencitas y siempre se las veía juntas. Luego pidieron hora para la peluquería. Me imagino que Raquel quería estar aun mejor de lo que solía estar para despertar aun más el deseo carnal de Roberto.
Cuando se acercaban las ocho de la tarde recibí una llamada de Roberto, me temblaba todo cuando leí su nombre en la pantalla del móvil. No sabía si estaba preparado para escuchar su voz y menos aún para oír lo que me tendría que decir.
—¿Qué pasa Roberto, qué tal estás? —le dije tímidamente al descolgar la llamada.
—Bien, todavía estoy en el trabajo. Es que verás… tenemos un lio… ¿Qué te iba a decir? No voy a poder ir de cervezas con vosotros. Ya me gustaría, ya… pero me es imposible, no me da tiempo a llegar ni de coña. Andamos de inventario en la empresa y ya sabes cómo se alargan estas cosas.
—Vaya, lo siento —mentí—, entonces llamaré a Ricardo y a Chema y les diré que se anula la partida, porque jugar los tres solos… Bueno, no pasa nada, el trabajo es lo primero.
—No, no anules nada. Verás… Vosotros salir de cañas como siempre, y yo a eso de las diez que ya habremos terminado, me voy directamente desde la oficina hasta tu casa. Y así jugamos la partida como todos los viernes. Lo único que me pierdo es el rato de las cervezas, pero bueno… Ya recuperaré las que no me beba hoy otro día —rió Roberto de su ocurrencia.
—Ok, está bien —dije secamente—. Entonces quedamos en mi casa a eso de las diez.
Cuando colgué el teléfono, el saber que Roberto no iba a estar desde el principio me tranquilizó bastante, e incluso aumentó mis ganas de salir a tomarme unas cervezas. Eso eliminaba un poco la tensión que había acumulado.
Salí de casa, le di un beso a Raquel en los labios y fui a encontrarme con Chema y Ricardo en el bar en el que solemos quedar todos los viernes.
Ricardo había sido unos años atrás el antiguo jefe de Roberto. Este, había recibido hacia cinco o seis años una buena oferta de empleo en una gran empresa, y Ricardo entendió lógicamente que Roberto no podía perder la oportunidad. Gracias a eso entre ambos había quedado una buena amistad.
Particularmente ni a mí ni a Chema nos agradaba ni nos caía bien el tal Ricardo. Se trata de un hombre bastante altivo que suele creerse como algunos empresarios mucho más inteligente de lo que de verdad son. Piensan que el hecho de ganar dinero les otorga derechos que no deberían. Pero el caso es que ni Chema ni yo nos atrevíamos a decirle a Roberto lo mal que nos caía su amigo. Ambos sabíamos de sobra que entre ellos dos, además de una buena amistad existía una gran complicidad.
Desde hacía unos meses se nos había unido a las partidas de los viernes, pues el hombre se había divorciado recientemente y se encontraba solo. Cosa que no me extrañaba en absoluto, pues como trato de decir, no ofrecía una compañía demasiado grata. Era quince años mayor que nosotros, tenía sesentaicinco años, era calvo y obeso. Desde su divorcio, se había convertido en un misógino integral. Siempre hacia chistes y rimas obscenas sobre lo interesadas que eran las mujeres y lindezas por el estilo. Cuando hablaba de su exmujer, lo hacía siempre con el título de “Esa zorra”. No soportaba la idea de que hubiera tenido, tras el divorcio, que repartir el patrimonio con la mujer que le había dado cuatro hijos y había compartido con él casi cuarenta años de vida. Sin lugar a dudas Ricardo no es buena persona, es mal encarado, machista, grosero, bocazas…
Por el contrario, Chema siempre ha sido de la pandilla, nos conocemos como se suele decir desde siempre, pues es del barrio donde nos criamos Roberto y yo. Los tres somos amigos desde la infancia.
A poco de llegar al bar, aun no me había tomado ni la primera cerveza, recibí una llamada de Raquel.
—Cariño. Verás… Es que acaba de llegar Roberto a casa, y te llamo para que antes de que vengas con Chema y con Ricardo me llames, no sea que abras la puerta y tus amigos se encuentren y vea lo que no tienen que ver. Tú cuando vayas a salir del bar me das un toque al teléfono y así yo ya estaré prevenida.
—Ok.
Sólo acerté a balbucear ese monosílabo con en el que daba una vez más mi consentimiento de cabrón consumado.
—Otra cosa más cariño, si os retrasáis un poco… Mejor. Así tengo más tiempo para disfrutar de él, que como sabes casi no nos vemos y tenemos que aprovechar un poco el tiempo.
Pude escuchar las carcajadas de Roberto de fondo al oír la ocurrencia de mi mujer. Ahora ya no me cabía ninguna duda. Mi amigo sabía que yo era un cornudo consentidor. No sabía si podría alguna vez mantenerle ya la mirada.
—Ok —volví a repetir.
Acto seguido colgué el teléfono, aunque no puedo asegurar si Raquel ya lo había hecho antes.
Cuando llegó la hora de regresar a casa, llamé a Raquel para avisarla de que tardaríamos en llegar unos veinte minutos, tiempo suficiente para que ambos se prepararan y ni Ricardo ni Chema notaran nada.
Pero ella no me descolgaba la llamada y tuve que improvisar e inventarme mil excusas para hacer tiempo y pedir otra ronda. A los veinte minutos aproximadamente Raquel me llamó al móvil.
—Perdona cariño, es que no te podía coger el teléfono precisamente en ese momento ¿Qué querías?
—Ya vamos para allá —la corté fría y secamente.
—Bufff… vale, vale. Ahora que me estaba fumando un cigarrito en la cama relajada… Qué pereza por Dios, tener que levantarme y aguantar a los pesados del gordinflón de Ricardo y Chema. Está bien cariño, ir viniendo. Un beso —y colgó sin esperar mi respuesta.
Durante el trayecto, sentí como de nuevo regresaba la ansiedad hasta casi ahogarme. Notaba como mis nervios destrozaban mi estómago y como las conversaciones de Ricardo y Chema no eran más que un murmullo, un zumbido en la lejanía que me era imposible seguir, manteniéndose todo esto en un segundo plano.
—No has hablado en todo el camino, ¿te encuentras bien Mario? Te veo mala cara —se interesó Chema mientras subíamos en el ascensor.
—Creo que la última cerveza no me ha sentado demasiado bien —mentí—, pero no te preocupes Chema, ya se me está pasando.
—Quizás sea mejor que nos marchemos y dejemos la partida para otro día —dijo amablemente mi amigo.
—No, ya me encuentro mejor, de verdad —intenté tranquilizarlo.
Llamé a la puerta, pues me daba miedo abrir mi propia casa con las llaves y encontrarme alguna sorpresa inesperada, y menos, trayendo a mis dos amigos de acompañantes.
Nos abrió la puerta Raquel, recibiendo como siempre era su costumbre a nuestros invitados con una afectuosa y acogedora sonrisa. Tengo que decir que Raquel siempre ha sido una perfecta anfitriona.
Para mi sorpresa, me alegró comprobar que iba vestida de una manera más discreta de lo que acostumbra. Yo temía sus compras, pero esta vez coincidía plenamente con su elección.
Llevaba unos pantalones tejanos muy ajustados que se adaptaban perfectamente a toda su sensual anatomía, marcándola perfectamente las curvas de la cadera y resaltando su respingón y codiciado culo. Arriba, llevaba una ajustada camisa blanca, abotonada lo justo para dejar entrever el nacimiento de sus pechos. Quizá algo pequeña de talla. La transparencia y lo pegada que ésta iba a su cuerpo, hacía que se transparentara un poco el sujetador, cosa que me tranquilizó bastante comprobar que lo llevaba puesto. En vez de llevar el pelo suelto como suele acostumbrar, se había hecho una coleta que le daba cierto aire juvenil y a la vez un estilo más informal. Dándole un aspecto desenfadado para estar cómoda casa pero a la vez sexy.
—Hola cariño, cuanto habéis tardado hoy, ya me tenías preocupada —fingió—. Pasar, ya está en el salón el pobre de Roberto que lleva diez minutos esperándoos.
Me dio un discreto pero cálido y afectuoso beso en los labios. El tacto y la sensación que estos me produjeron durante el pequeño y corto instante que estuvieron posados sobre los míos, fueron de enrojecimiento y cierta calentura. Sin duda, ese desgaste se debía al exceso de uso que de ellos había dado sobre el cuerpo de mi amigo Roberto.
Al entrar al salón encontramos a Roberto en el sillón que está situado frente a la puerta. Sujetaba una copa en la mano, y lucía una sonrisa de oreja a oreja que sólo la pueden ofrecer aquellos que por unos segundos creen haber alcanzado la más completa felicidad, aquellos que por un instante se sienten poderosos, fuertes e invencibles. Con del derecho y deber de posesión de todo lo que les rodea.
Me di cuenta de que tenía el cabello húmedo, sin duda se había dado una ducha en mi baño. Al acercarme, pude comprobar que también había usado mi perfume preferido, ese que yo guardaba celosamente en un estante del baño sólo para acontecimientos muy especiales. Me lo había traído mi Hija de París cuando fue el año anterior de viaje de fin de curso. Ya no sólo se conformaba con poseer a mi esposa, beberse mi Whisky, ducharse en mi baño. Ahora también tenía que tocar algo que para mí era sagrado. El regalo que me había hecho mi hija.
—¿Pero cuanto tardáis? Vamos, pasar y sentaros que ya deberíamos haber jugado un par de manos por lo menos —dijo Roberto mientras apuraba la copa.
Parecía él el anfitrión de la casa y eso me irritaba. ¿Acaso no era mi hogar? ¿No era yo el que pagaba las facturas?
—¿Os pongo de beber lo de siempre? —pregunté sin contestar la pregunta de Roberto.
Me gustó quitarle el rol de señor de la casa, título que me correspondía a mí por derecho propio y porque legalmente así reza en las escrituras.
Todos me contestaron afirmativamente, por lo que me dirigí a la cocina en busca de hielo, allí estaba Raquel sacándolo del congelador.
—A mi también ponme una copa, que hoy me apetece tomar algo —dijo Raquel sin ni tan siquiera mirarme.
Saqué otro vaso del mueble sin decir nada, pero no pude evitar expresar cierto aire de incredulidad, pues a Raquel no le gustaba beber. Siempre me reprochaba cuando yo lo hacía, y si alguna vez ella tomaba algo era en alguna celebración o evento importante. En casa, creo que era la primera vez en todos estos años que la iba a ver tomarse una copa. Sin duda Raquel estaba cambiando, y ese cambio me asustaba y encogía cada vez más mi ánimo.
—No me has dicho nada —me dijo ella mimosamente.
—¿Y qué quieres que te diga? —pregunté con cierto desdén.
—No sé. Por ejemplo que qué tal me encuentras, si me ves guapa con la coleta y con estos vaqueros. La camisa me la ha regalado Vanesa, se empeño… Me decía que me queda muy bien. ¡Ah mira!, los zapatos también son nuevos, los compré Betsony.
—Sabes de sobra que tú siempre estás guapa. Además, no necesitas que yo te lo diga, ahora ya tienes a otro que te lo dirá, que encima estoy seguro te gustará más oírselo decir a él que a mí.
Se lo dije en un tono sin disimular mi malestar por la situación que me estaba haciendo vivir con Roberto.
—No seas tonto —Me dijo en tono meloso—. Roberto ya me lo ha dicho, pero también me gusta oírtelo decir a ti que para eso eres mi marido.
—Estás muy guapa —acerté a decir de la manera más fría que me salió.
—Qué tonto eres —me susurraba.
Mientras, se agarró de mi cuello y me besaba recorriendo con su experta lengua cada rincón de mi boca.
En un solo segundo todo mi malestar y todo mi mal humor cambió, noté como mi polla crecía y crecía con la proporcionalidad a la intensidad del roce de su pelvis sobre mi entrepierna. En ese instante comprendí por fin todo el poder que Raquel ejercía sobre mí. Por un solo beso suyo, por una simple caricia o sonrisa sería capaz de perdonárselo todo. No podía vivir sin ella, y si podía no quería hacerlo. La necesitaba, sabía que si la perdía nunca volvería a encontrar a nadie parecida a ella, a alguien que me hiciera temblar con su sola presencia. Nunca desearé a nadie como la deseo a ella.
La sujeté por el culo para frotarme contra ella de una forma más intensa. Ella lamía mi cuello, mis labios, mi cara… Perdí la noción del tiempo y del lugar hasta que algo me devolvió a la pura y dura realidad.
— ¿Pero qué hacéis tortolitos —nos interrumpió la molesta voz de Ricardo desde la puerta—. Nosotros esperando las copas mientras vosotros os metéis manos en la cocina. Pero seguir, seguir… no os cortéis ahora. Que prefiero ver esto que a los otros pringaos jugando a las cartas. Me habéis empalmado la polla y todo —dijo esto último mientras se tocaba con una mano groseramente la entrepierna.
No podía saber cuánto tiempo podía llevar allí expiando. El bulto de su pantalón le acusaba de haberse excitado viendo a Raquel por detrás. Había disfrutado de una perspectiva inmejorable de su hermoso culo, mientras ella, ajena a él movía las caderas para rozar su pelvis contra mi polla.
Ni siquiera era consciente de cuanto podía haber durado nuestro juego, quizá fue tan solo un minuto, quizá dos… No podría decirlo. Sólo sé que cuando despegué mi cuerpo del de Raquel noté humedad en toda mi entrepierna. Instintivamente bajé la vista y para mi sorpresa comprobé lo que me temía. Una obscena mancha amenazaba con asomar a través de la bragueta de mi pantalón.
No había duda, había eyaculado como un adolescente simplemente con un simple roce, sin casi darme tiempo a tener una erección completa. Raquel se dio cuenta y adoptó la misma sonrisa de cuando escasamente diez minutos antes nos había abierto la puerta. Se sentía poderosa y dominadora, controladora de la situación.
—Ya vamos Ricardo, es que Mario necesitaba un mimo —dijo burlonamente mientras se recomponía la camisa.
Entré en mi dormitorio con la intención de coger unos calzoncillos limpios para cambiarme. Nada más atravesar la puerta vi que la cama estaba completamente desecha. Un picardías Blanco que yo no reconocía y que seguro Raquel había comprado esa tarde para estrenarlo con Roberto, estaba tirado en el suelo, a su lado, yacía un pequeño tanga del mismo color, en la cama junto a la almohada estaba abandonado un solitario un zapato de tacón, y en la mesilla, en mi mesilla, reposaba, como mudo testigo de todo ese desorden un manojo de llaves y una cartera sin duda propiedad de Roberto. Al lado de estos objetos descansaba el otro zapato de Raquel.
—Cariño, ¿qué haces? —me preguntó Raquel mientras se introducía en la habitación y recogía del suelo el tanga y el picardías y los depositaba encima de la cama desecha.
—Nada, he venido a coger unos calzoncillos limpios —acerté a decir con cierta timidez.
—Claro —me sonrió maliciosamente—, si no fueras tan salido no te correrías tan pronto y no te hubieras manchado. Si casi ni te he tocado. Marrano —me volvió a sonreír, no sabría decir si lo hacía burlona o cariñosamente.
Sin tan siquiera mirarla, no aceptando la broma, salí malhumorado conmigo mismo de la habitación. Me dirigí al baño para cambiarme, me molestaba la sola presencia de Raquel. Su compañía me recordaba mi derrota.
Por lo demás, la noche se fue desarrollando con absoluta normalidad. La única diferencia es que Raquel estaba más pendiente de lo habitual de la partida, incluso iba a buscar hielo cuando hacía falta, nos servía las copas…Pero el acontecimiento más reseñable fue que en uno de los viajes de Raquel a la cocina, Roberto se levantó sonriendo y fue tras ella.
—Espera Raquel que te ayudo a traer las copas, que quiero ir a la cocina para que me des un vaso de agua.
Lógicamente, yo no me creí la artimaña. Sin duda buscaba con ella estar a solas con mi mujer para poder meterle mano a su antojo.
Yo permanecí atento a los ruidos que pudieran llegar desde la cocina, filtrando y ajeno totalmente a la conversación que mantenían Chema y Ricardo.
Hasta allí, llegaron claramente las risas de Raquel. Hay mujeres que saben excitar con su risa. Os aseguro que Raquel es de esas, y consciente de ello sabe como nadie explotar todas sus armas de seducción.
—Qué suerte tienes Mario —me dijo de pronto Ricardo que no había sido ajeno a las carcajadas de Raquel—. Tienes una mujer muy divertida que siempre está de buen humor. Te traes amigos a casa y encima no es que no te ponga pegas, sino que se integra al grupo y se lo pasa bien. Por no decirte que está tremenda la tía. Cada día que la ves está más buena la cabrona. Casi igual que la zorra de mi ex… Terminó la frase maldiciendo no sé a qué santo.
—Ya te digo —ahora era Chema el que se unía a echarle piropos a Raquel—. Siempre ha estado buena, pero cada día está mejor. Espero que no te moleste el comentario amigo, pero es que es la verdad. Cuando no estás presente entre nosotros siempre comentamos lo buena que está tu mujer. Pero bueno… eso en vez de ofenderte debía de ponerte orgulloso, no todo el mundo puede presumir de tener un pivón así como esposa.
—Ya te digo —ahora era Ricardo el que volvía a la carga—, ojalá hubiera estado la mitad de buena mi ex. Jajajaja Entonces no me hubiera importado que me hubiera robado la mitad de mi dinero, la muy zorra. Por lo menos hubiera disfrutado un cuerpazo como el de esta tía.
En ese momento Raquel y Roberto entraban de nuevo al salón con las copas repartidas entre ambos. Agradecí, que hubieran llegado. No sabía que decir ante aquellos comentarios y tampoco me sentía bien por permanecer callado. Aquello me estaba superando.
Noté que Raquel traía la camisa algo retorcida hacía un costado, por lo tanto supuse que le habría estado sobando las tetas todo lo que le había dado la gana. Pero lo fuerte llegó después, al fijarme bien no pude salir de mi asombro al comprobar que Raquel no llevaba ya el sujetador puesto, e incluso, se había desabrochado otro botón de la camisa por lo que ahora si lucía el escote de una forma más exagerada.
Ella me miró esperando leer mi reacción, nuestros ojos se cruzaron, y supo al instante que yo me acaba de dar cuenta del detalle. Me dedicó una morbosa sonrisa mientras se acercaba a la mesa donde estábamos los tres, dispuesta a servirnos las copas.
El no llevar sujetador hacia que los pezones quedaran marcados en la ajustada y blanca tela de la camisa, además el fino y blanco tejido dejaba intuir, más bien transparentar dichos pezones. Formando en la abultada zona una tonalidad más oscura.
Ricardo, miraba descarada y babosamente las tetas de mi esposa. A ella, lejos de molestarle tal descaro parecía divertirle, e incluso parecía sentirse alagada que los hombres aunque fueran como Ricardo, babearan por sus tetas.
Raquel decidió subir más la temperatura del juego. Provocando y tensando más la situación. Se agachó un poco más para facilitar que los ojos de Ricardo pudieran entrar con más facilidad dentro su escote. Pude ver como ella miró a los ojos a Ricardo mostrándole una provocadora sonrisa. Este lejos de esquivar la mirada la mantuvo altaneramente. Raquel rió picara y divertidamente y se alejó a sentarse al sofá.
Tuve miedo que Ricardo, tal como solía ser su costumbre en situaciones incluso mucho menos subidas de tono, hiciera algún comentario obsceno. Pues mi mujer, acababa de enseñarle descaradamente la mitad de sus tetas.
Salí en dirección al baño, necesitaba salir de allí aunque fueran unos segundos para despejarme. Camino del servicio, al pasar al lado de la cocina pude ver desde el pasillo tirado en el suelo, junto al frigorífico a la vista de todo el que pasara por allí, el sujetador de Raquel. Lo recogí y me lo llevé conmigo para meterlo dentro del cubo de la colada, y evitar así que Chema o Ricardo pudieran verlo.
Cuando la partida terminó por fin, os puedo asegurar que el obeso hombre llevaba a casa una buena erección. Incluso, días después supe por el mismo que esa noche después de irse de mi casa se había ido de putas. Cosa que solía hacer con bastante frecuencia, pues muchas veces nos contaba entre carcajadas, que salía más barato follar con putas que casarse. Aseguraba entre obscenas carcajadas que con el dinero que le había robado la zorra de su ex, según sus propias palabras, habría tenido para irse de putas todos los días de su vida.
Roberto sonreía satisfecho, pues había sido él el que le había quitado el sujetador a Raquel, y esta había superado con nota alta el examen de calienta pollas. Papel, el de calentar a los hombres que siempre se le ha dado demasiado bien interpretar, incluso echando la vista atrás, muy atrás… Ya antes de casarnos Raquel apuntaba maneras.
Puede que esa haya sido la razón por la cual Raquel no ha sabido nunca encajar demasiado bien entre las mujeres de mis amigos. Quizá estas se mostraran desconfiadas hacia ella. Alguna vez había tenido algún roce o le habían hecho algún desplante. Ella siempre dice que es que le tienen envidia. Yo sé que no es por eso, pero prefiero permanecer callado y no decirle nada.
Cuando todos se hubieron marchado me sentí aliviado. Era mucha la tensión que llevaba acumulada todo el día, primero el saber que Raquel estaba con Roberto follando en mi casa, mientras yo le hacía de coartada entreteniendo a Chema y a Ricardo.
Sólo pensaba en irme a dormir y que terminara ya ese día.
—Cariño, va a subir otra vez Roberto a tomar una copa. Para disimular ha hecho con que se iba a casa pero ya se ha dado la vuelta y está llegando. Espero que no te importe. Prometo compensarte. Vete pensando lo que te va apetecer hacer hoy cuando se marche Roberto. Te debo una. Además con Roberto no va a pasar nada contigo delante… Sólo vamos a tomar una copa y se va —dijo esto último intentando tranquilizar mi ánimo.
—Es muy tarde y estoy cansado —Intenté objetar.
Pero el timbre acalló mi protesta, y Raquel nerviosamente dio un salto del sofá y salió corriendo hasta la puerta de la entrada. Iba con una sonrisa de oreja a oreja que la hacía rejuvenecer por lo menos en quince años. Yo me quedé en el salón con cara avinagrada.
Desde el allí, intenté aguzar el oído todo lo que pude. Hasta a mi llegaban unos distorsionados murmullos que mi mente no era capaz de descodificar. Lo que si llegó claramente hasta donde yo estaba eran de nuevo las risas de Raquel.
Por fin los dos se decidieron a entrar al salón y se acercaron hasta al sofá donde yo permanecía sentado. Podía notar como aumentaba mi ritmo cardíaco.
—Nada Mario —dijo Roberto tratando de mirarme directamente a mis esquivos ojos—, tu mujer… Que es una pesada y me ha mandado un mensaje para que me diera la vuelta con el coche y viniera para que tomáramos los tres una última copa.
—Voy a por hielo a la cocina —dije intentando evadirme de una de las situaciones más incomodas que me habían tocado vivir hasta ese momento.
Cuando venía de regreso por el pasillo, de nuevo mi taquicárdico corazón comenzó acelerarme el pulso. Tenía cierto temor por la escena que me podía encontrar nada más entrar al salón. No sabía cuál iba a ser mi reacción porque hasta ahora nunca había visto a Raquel con otro hombre. Sabía que habían follado esa misma tarde, porque Raquel misma me lo había contado, pero mis ojos no lo habían tenido que sufrir. Una cosa es saber y otra verlo por uno mismo, os lo puedo asegurar al que nunca haya pasado por algo así.
Recuerdo que iba haciendo aposta ruido, arrastraba los pies mientras caminaba por el pasillo. Quería advertir de alguna manera mi presencia.
Me los imaginaba en poses y obscenas situaciones. Mi imaginación me torturaba, viéndola como si de una de esas películas pornográficas se tártara a ella cabalgando sobre su semental. Mientras, ambos se comían a besos. Los pechos de ella botaban de arriba abajo ante las envestidas y los sensuales movimientos de Raquel. Él acariciaba sus tetas, trataba de sujetárselas para poder introducir los pezones de ella dentro de su boca. Literalmente se los comía, los succionaba salvajemente cubriéndolos y tapándolos totalmente con su boca. Mientras, su lengua en movimientos circulares recorría toda su superficie endureciendo con ello su textura. Ella enloquecía de placer y gemía echando su cuerpo hacia atrás sin dejar de sentir la polla de Roberto totalmente introducida dentro de su coño. Raquel, siempre ha tenido unos pezones muy sensibles a las caricias, le excita enormemente sentir cualquier tipo de contacto sexual sobre ellos.
Pero esa era mi imaginación, la realidad que me encontré cuando entré en el salón era otra muy diferente. Nada más atravesar la puerta me los encontré ambos sentados en el sofá. Agradecí que no se estuvieran besando, o algo peor. Me daba mucho miedo mi reacción, sabía que mis sentimientos podían quedar dañados.
Raquel mantenía una mano encima de la pierna de Roberto, la movía juguetona y peligrosamente en dirección a la entrepierna de este. Pude comprobar que ella tenía la camisa completamente desabrochada, por lo que supuse que durante mi breve ausencia le había estado metiendo mano a las tetas.
—¡Venga…! Me tomo una rápida y me voy a casa. Que como me retrase mucho Lourdes me va a colgar un morro que cualquiera la aguanta. Capaz que me manda a dormir al sofá —dijo Roberto intentando romper el hielo.
—Bueno, si es por eso no pasa nada, te vienes aquí que yo te hago un sitio —rió divertida Raquel mientras aumentaba el ritmo de las caricias en la entrepierna de Roberto.
—Anda, que menuda zorra estás tú hecha… Os habéis fijado el calentón que se ha llevado el pobre Ricardo —dijo Roberto mirándonos a uno y a otro intentando entablar conversación—. Llevaba la polla a punto de reventar.
—Jijiji ya te digo, el muy salido y baboso no me quitaba ojo a las tetas, se las comía. Lo que hubiera dado el pobre hombre por estar en vuestro lugar y poder verlas como ahora las veis vosotros. Además no se cortaba un pelo —Raquel, apartó ahora la mano de la entrepierna de Roberto, puso una sonrisa burlona como gesto, como si de repente estuviera indignada—. Pero de zorra nada, chaval, que la culpa ha sido toda tuya que es el que te empeñaste que me quitara el sujetador para calentarlo, que yo te dije que no quería hacerlo.
—Ya… No querías pero bien que te lo dejaste quitar —dijo ahora Roberto mientras sutilmente y por un breve segundo le acarició un pecho.
Era la primera vez en mi vida que veía como alguien le tocaba una teta a Raquel, con total impunidad de ella y mía. La verdad es que la situación era tensa, yo no sabía que decir estaba deseando que Roberto se fuera y terminara de una vez ese día.
Raquel se puso en pie y se dirigió donde yo estaba poniendo las copas, al levantarse las tetas se le habían salido del todo ya de la camisa.
—Cariño, ¿por qué no me esperas en la cama? Me tomo la copa con Roberto y me voy a la cama. Él se va a dormir con la zorra de Lourdes y yo contigo.
No dije nada, me sentí enormemente humillado y dolido.Ni siquiera me atreví a mirar a Roberto. Me dirigí al dormitorio, me desvestí y me metí en la cama. Al desnudarme comprobé con sorpresa que mantenía una humillante y dolorosa erección. Me sentí avergonzado de mi mismo, no sé la razón, pero sentía la necesidad de apagar la luz y esconderme y refugiarme de una vez entre las sábanas. Quería desaparecer, ocultarme así del mundo y que nadie pudiera ver la vergüenza que yo sentía en esos momentos.
Desde la cama se filtraba la luz del salón y llegaba hasta el dormitorio alguna palabra suelta. Pude escuchar perfectamente la voz de Roberto que decía:
—Arrodíllate y cómeme la polla. Métetela toda en la boca, verás como si te entra. Me voy a correr en esas tetas con las que llevas provocando a los amigos de tu marido toda la noche.
Acto seguido se escuchó una carcajada de Raquel ante la ocurrencia de Roberto.
—Ya sabes que son todas tuyas.
Después, durante varios minutos no se escuchó nada más. Me imaginaba a Raquel de rodillas comiéndole la polla a otro hombre, me sentía enormemente cabreado. Raquel me había prometido que esa noche me recompensaría, que podría pedirle lo que yo quisiera que me lo debía. Yo me lo tomaría al pie de la letra, pensaba en cómo podría cobrarme esa deuda. Quería sentirme recompensado de alguna forma, buscar algún método para aplacar la vergüenza que sentía, la humillación con la que Raquel había envuelto mi actual vida.
Pensé en algo que a ella nunca le habría gustado hacer conmigo, algo con que humillarla, con que dañarla.
¡Ya está! le romperé ese culo con el que tanto le gusta calentar a los tíos, pensé. Y por primera vez durante el día conseguí sujetar una sonrisa durante unos instantes en mi boca.
A los pocos minutos vi como la luz del pasillo se encendía y se dirigían hacia la puerta de la entrada. Escuchaba sus pasos al pasar frente a mi habitación. Ahora si, al estar más cerca podía escuchar lo que ambos decían.
—Cabrón, me dejas caliente como una perra, me has llenado todas las tetas de leche. Además me has manchado la camisa que me regaló Vanesa para ponerte cachondo—dijo Raquel divertida.
—Me encanta como la chupas, me das mil veces más gusto que Lourdes. Se nota que tú tienes más vicio —ambos echaron unas carcajadas—. Además ella no me deja correrme en la boca ni en las tetas, le da asco el semen.
—Pues ella se lo pierde. Bueno… Ten cuidado y no corras. Cuando llegues a casa me haces una perdida al móvil para saber que has llegado y así duermo ya tranquila.
—Ok, no te preocupes.
—Venga… dame un beso cariño, y no corras —Le repitió, mientras yo escuchaba unos ruidos que identifiqué como besos.
Pero lo que de verdad me atormentó como un latigazo, no fueron los besos que estaba escuchado. Hasta mis oídos había llegado como mi mujer lo había llamado cariño, ese apelativo era sólo mío. Eso encendió más mi enfado y mis ganas de venganza. Estaba decidido. Le iba a follar el culo con todas mis fuerzas.
—Bufff estoy reventada —se lamentó Raquel mientras se metía entre las sábanas—. Pero como lo prometido es deuda… ¿Qué es lo que quieres que te haga? ¿Quieres que te la chupe como acabo de hacérselo a Roberto?
—No —le contesté hoscamente—, ponte a cuatro patas, quiero darte por el culo —dije esto último lo más bastamente posible.
Ella puso un gesto de desagrado, cosa que satisfizo mi fuero interno. Quería que sufriera, se lo merecía por todo lo que me estaba haciendo pasar.
Me puse detrás de ella y abrí sus carnosas nalgas, le pasé la polla por la raja del culo de arriba abajo, solté los cachetes y comencé hacerme una paja con su culo. Masturbándome entre sus firmes nalgas buscaba más que placer, que se me pusiera muy dura, pues quería forzar mi excitación viril al máximo. Os puedo asegurar que las nalgas de mi mujer cubren y tapan cualquier polla, y masturbarse en semejante culo es ya toda una delicia.
En apenas unos segundos mi verga estaba dura como piedra, incluso podía notar como los conductos seminales estaban nuevamente hinchados y apunto de reventar.
—Espera —dijo Raquel al notar que estaba decidió a penetrarla.
Se metió los dedos en la boca, luego pensando que no era suficiente, se escupió en la mano y se paso los dedos llenos de su propia saliva por el ano con la intención de lubricarlo. Incluso, se metió un dedo dentro del culo con intención de suavizar la penetración que se le avecinaba. Acerqué mi polla hasta su vetado hasta ese día para mi, agujero. Ella, dentro su propia experiencia intentó destensar el esfínter, pero lo mantenía inconscientemente en alerta. Yo la sujeté por las caderas propinándole desde atrás un fuerte empujón. De un solo golpe mi polla desapareció casi hasta la mitad dentro de su hermoso culo. Ella pegó un pequeño grito de dolor y yo noté como intentaba escapar unos centímetros hacia delante. Intenté sujetarla por la coleta para impedírselo, pero nada más agarrársela me vi obligado por mi mismo a soltársela, pues la excitación por mi parte era tan alta que me corrí en el acto eyaculando dentro de su apetitoso culo.
Sentí un placer inmenso, nunca tuve una corrida tan grande ni tan intensa. Pero al acabar de correrme y llenarle por dentro las entrañas con mi líquido viril, me sentí decepcionado al instante. Mi pronta eyaculación no había podido permitirme vengarme como ella merecía. Me hubiese gustado castigarla, hacerla daño. Pensé que quizá ya nunca tendría de nuevo la oportunidad de follarla el culo.
Raquel, todavía a cuatro patas y con mi polla deshinchándose aún dentro de su potente culo, introdujo una mano por debajo de sus piernas y me agarró por los testículos. Me miró directamente a los ojos.
—Muy bien cariño, ¿te ha gustado metérmela en el culete?, yo creo que sí, porque la verdad, casi no me ha dado tiempo ni a sentir polla.
Acabó la frase mientras me guiñaba un ojo y seguía manteniendo sus manos amenazantes sobre mis huevos recién descargados, Abrió su boca y me sacó la punta de la lengua a la par que me dedicaba la más irónica de sus sonrisas. Pensé en salir corriendo de allí, esa situación me estaba haciendo un completo desgraciado y de seguir así destrozaría irremediablemente mi autoestima. Pero había algo más fuerte que el sentido común que siempre hasta ese momento había imperado en mi vida. Me sentía atrapado por los caprichos de aquella mujer que hasta hacía tan solo pocos días había sido la mía, y ahora, solamente una semana después prácticamente no la reconocía.
Me pregunté en qué clase de hombre me estaba convirtiendo. Pero esta vez no dejé escapar ni una sola lágrima. Me solté de la mano amenazante de Raquel que sujetaba todavía mis partes masculinas. Permanecí callado, era lo mejor. Simplemente me dejé caer contra la almohada ocultando de nuevo mi rostro contra las sábanas. Sábanas que esa misma tarde mi mujer había mancillado y profanado con uno de mis mejores amigos.
Y así… De esta forma me quedé dormido. Pasé la noche esquivando cualquier tipo de roce de piel con piel, con la que era mi mujer. Pero sobre todo, deseando fervientemente que de una vez por todas terminase ese largo y maldito día.
Un saludo a todos