Fiesta de Cumpleaños

- Enano, pon las piernas encima de mis hombros. – me pidió, mientras me miraba con la lujuria en los ojos. - Pero, ¿qué…? – comencé a decir mientras levantaba las piernas y las apoyaba en sus hombros, dejando mi ano totalmente indefenso. - Shhh

Fiesta de pijamas.

Aquí comienza la historia entre mi mejor amigo y yo. Mi nombre es Matías y soy un chico muy normal: juego a la Play después de clase, entreno al fútbol, salgo a charlar a la plaza del pueblo con mis amigos, hago lo que puedo con los estudios… En fin, nada fuera de lo normal para un chico de mi edad. Tengo el pelo de color café, peinado de forma alborotada y a juego con mis ojos, la nariz chata y mis labios son más, bien finos. Tengo un cuerpo normal, marcado por la práctica de deporte y afortunadamente, casi sin vellos. Soy de baja estatura, pero tengo la esperanza de que sea por un estirón tardío. He tenido novia durante dos años y hace un par de meses que lo dejamos, de mutuo acuerdo…, más o menos.

Ella era del pueblo de al lado y nos veíamos más bien poco, los fines de semana sobre todo y alguna que otra vez entre semana. La cosa es que, en esos dos años, nunca llegamos a intimar más allá de un tímido toqueteo, ya que ambos somos inexpertos en la materia… vírgenes, vaya. Siendo sincero, yo estaba deseando irme a la cama con ella y dar rienda suelta a nuestro amor, pero tanto mi casa como la suya rara vez se quedaba sola y las pocas veces que teníamos la oportunidad, los nervios nos traicionaban y la cosa quedaba en nada.

Al final “se dio cuenta de que no me seguía queriendo”, me dejó y al cabo de una semana empezó a salir con un chico un par de años mayor que nosotros. Mentiría si dijese que no me dolió y que ya no pienso en ella algunas veces, a sí que no lo diré, pero la verdad es que lo llevo bastante bien.

Decidí mantenerme ocupado la mayor parte del día: jugando a la consola, estudiando, jugando al fútbol y, sobre todo, pasando tiempo con mis amigos. Mi grupo de amigos lo conformamos Lucas, Alejandro, Gabriel y yo.

Lucas era el más loco de los 4, no se callaba una, estaba todo el día liándola y haciendo el gamberro y era muy extrovertido. Todo el mundo en el pueblo lo conoce y lo quiere, ya que, aunque era un caso perdido, no se metía con nadie y siempre que alguien necesitaba algo él intentaba ayudar. Era el más ligón de los 4 y siempre andaba tonteando con alguna o de rollo con otra.

Gabriel, o Gabi, como nosotros lo llamamos, es el más tímido, callado y vago (esto último con diferencia). Habla más bien poco, pero siempre que lo hace es para dar un golpe de efecto a la conversación: saca una idea en la que nadie había pensado, dice la cosa más obvia en la que nosotros no caemos o, lo que mejor se le da, hace algún comentario con el que te partes de risa. Suele estar predispuesto a cualquier cosa que le digamos y el chaval es muy centrado.

Alejandro es el que siempre mira por hacer las cosas bien, el que nos ayuda con los deberes, el listo de la clase y el que más reparo tiene cuando hacemos algo que va en contra de las normas o de nuestros padres, aunque al final siempre acaba pasándoselo bien después un rato con el miedo en el cuerpo.

Y, por último, estoy yo, Matías, más conocido como Mati. Me definiría como un chico intranquilo, nervioso y con ganas de hacer cosas constantemente. Soy el diablillo que enciende la chispa de Lucas para que hagamos alguna travesura y también el que más tiempo está en casa de los demás. Casi todos los fines de semanas me suelo quedar a dormir en casa de alguno de los tres, ya que en la mía me aburro con mi hermano mayor, que siempre está con su novia. Soy prácticamente el hijo adoptivo de las madres de mis amigos y me siento muy agradecido por ello.

Entre nosotros cuatro hay mucha confianza, ya que nos conocemos desde pequeños, gracias al equipo de fútbol, que hizo que nuestros padres también se conociesen y se hicieran amigos, al ser más o menos todos de la misma quinta.

Todo comienza en el cumpleaños de Gabi, a finales de agosto. Su madre nos comentó que, por motivos de trabajo, su marido y ella iban a tener que irse el viernes (día del cumpleaños de Gabriel) y el sábado fuera de la ciudad. Nos dijo que había pensado en dejarnos hacer una fiesta de pijamas a nosotros cuatro esa noche y que al día siguiente podíamos quedarnos a comer allí y ya la noche del sábado cada uno dormiría en su casa y Gabi en la casa de alguno de nosotros tres.

Corrimos a cada una de nuestros padres para pedir permiso y, afortunadamente, todos nos dieron el OK. Quedamos en llevar cada uno algo para cenar y para beber.

Era una calurosa tarde de verano y, sobre las siete de la tarde, yo ya estaba llamando a su puerta. Gabi vivía en una urbanización de casas muy grandes, enormes. Sus padres tenían un buen trabajo y él vivía rodeado de comodidades, aunque nunca fardaba de ello y era bastante humilde. Pasó cerca de un minuto y nadie me abría, por lo que llamé de nuevo al timbre. Sin respuesta. Fruto de la impaciencia, llamé a Gabi a su móvil.

  • ¿Sí…? – dijo mientras bostezaba.

  • ¡Ábreme por Dios, que me muero de calor! – le contesté

  • Voy… - contestó con voz de recién despertado, justo antes de colgar.

Unos segundos más tarde, la puerta se abrió un poco. La empujé y entré al recibidor. Allí me encontré a Gabi, detrás de la puerta, medio tirado en la pared. Evidentemente, se acababa de despertar de una siesta, ya que estaba en calzoncillos y con las marcas de la colcha de su cama a lo largo de todo su torso y brazos.

Gabi tiene el pelo de color pajizo y peinado con un tupé hacia el lado, su rostro es de rasgos afables y bonachones, con los ojos de color grisáceos. Su torso desnudo está poco definido, aunque se intuían las líneas de los pectorales y de su abdomen. Sus piernas eran gruesas, fruto de años de fútbol y, al igual que su pecho, apenas tenía vellos. Cabe decir que es unos el segundo más alto, no como yo, que soy el más bajito de los cuatro.

Dejé las bolsas con la comida y la bebida en el suelo y me fui dirigí hacia él.

  • ¡Felicidades, crack! – le dije mientras le daba un abrazo.

  • Muchas gracias, Mati… - contestó mientras me devolvía el abrazo. - ¿Qué has traído? – preguntó después de separarnos.

  • Filetes empanados, unos cuantos paquetes de patatas y Fanta de naranja.

  • Mmm, que rico… - dijo mientras se dirigía a las escaleras.

Gabi subió a ponerse algo de ropa, mientras que yo dejaba la comida en la cocina y guardaba la bebida en el frigorífico. Pocos segundos más tarde, el timbre sonó de nuevo. Me dirigí hacia la puerta y la abrí, encontrándome cara a cara con Alejandro.

  • Hey, ¿qué pasa bro? – me saludó

  • Pues aquí, que acabo de llegar hace un par de minutos. – le contesté.

La frente de Ale era un misterio, ya que la tenía oculta tras su largo flequillo negro. Sus ojos eran color ámbar y transmitían tranquilidad. Su piel era algo más pálida que la nuestra, que era más tostada. Iba vestido con un polo de color blanco, unos vaqueros cortos oscuros y unas zapatillas de tela blancas.

Pasó a mi lado hacia el interior de la casa y dejó sus cosas en el suelo.

  • ¿Dónde está Gabi? – me preguntó, mientras me chocaba la mano.

  • Ha ido a ponerse algo de ropa, que cuando he llegado estaba sobado.

Levantó las cejas de incredulidad y negó con la cabeza, mientras que recogía de nuevo las bolsas del suelo e íbamos a la cocina a organizar lo que había traído.

  • ¿Esto es una tortilla de patatas? – pregunté, casi babeando, al coger un paquete redondo envuelto en papel de aluminio.

  • Recién hecha. – sonrió – También he traído paquetes chuches y Coca Cola.

Guardamos cada cosa en el lugar que consideramos más apropiado y, justo cuando terminamos, llegó a la cocina Gabriel. Se había puesto una camiseta ancha de color blanca, una pantaloneta gris y unas chanclas azules.

  • ¡Mira quién está aquí! – dijo Ale al ver al cumpleañero. – Muchas felicidades, cabezón.

Se dieron un abrazo y fuimos de camino al salón. La habitación era muy amplia y de color gris oscuro y blanco. Tenía un gran sofá con cheslong al fondo de esta, con una mesa baja en frente y algunos pufs o reposapiés alrededor. Pegada a la pared opuesta a la del sofá, había un mueble con un gran televisor de muchas, muchas, muchas pulgadas. Nos dejamos caer en el sofá y justo entonces sonó de nuevo el timbre.

Gabi se levantó y fue a abrir la puerta. Desde el salón, escuchamos:

  • ¡Muchas felicidades, ‘pringaillo’! – era la voz de Lucas.

Este llegó un par de segundos más tarde y fue hacia nosotros para saludarnos. Lucas es un chico alto, con el pelo negro, corto por los laterales y más largo por arriba, con el flequillo levantado hacia la izquierda. Su cara es muy expresiva: tiene los ojos grandes y de color marrón claro, su nariz es perfilada, al igual que sus labios, y sus mejillas están algo hundidas. Él era el más desarrollado de los cuatro, se podía apreciar en su cuerpo: tenía la sombra de una barba incipiente, sus brazos eran más anchos que los nuestros, surcando algunas venas el interior de estos; sus piernas eran gruesas y, si no llega a ser porque se las depilaba, estarían cubiertas de una capa de finos vellos oscuros.

Llevaba una camiseta de la Juventus y unas calzonas negras que conjuntaban con sus deportivas. También tenía colgada en la espalda una mochila roja.

  • ¿Cómo estáis, chavales? – nos chocó la mano a ambos. - Habréis traído los mandos de la Play, ¿verdad?

  • ¡Mierda! Sabía que se me olvidaba algo. – me lamenté, apurado, ya que se me había olvidado.

  • Yo sí que lo he traído. – contestó Ale.

Lucas vino hacia a mí y me dio una colleja.

  • Voy en un momento a por él. – dije, levantándome.

  • Como sé que eres un desastre, me he traído el de mi hermano también. – dijo Lucas, mientras sacaba de su mochila un mando rojo y me lo echaba en el regazo.

  • Menos mal, ya creía que iba a tener que morirme de calor yendo a mi casa. – dije.

Gabi llegó al salón en aquel momento, ya que había ido a dejar la comida que trajo Lucas en la cocina, y puso un par de paquetes de patatas fritas en la mesa.

  • ¿Un Fifita? – dijo Ale.

Así, comenzó nuestra tarde. Estuvimos hasta las 10 de la noche, aproximadamente, jugando a la Play, haciendo torneos en el Fifa y pasándolo bien, hasta que el hambre pasó a ser el centro de atención.

Sacamos de nuestras fiambreras las cosas que habíamos traído y repartimos a partes iguales en un plato para cada uno. Comimos plácidamente en el salón mientras que charlábamos de esto y de aquello. Una vez tuvimos la panza llena, nos surgió la duda de qué hacer el resto de la noche.

  • Bueno, ¿y ahora qué hacemos? – dijo Alejandro.

  • Yo estoy ya un poco aburrido del Fifa. – contesté yo.

  • Sí, yo también… - dijo Gabi.

Nos quedamos mirando a Lucas, que tenía brillo en los ojos y sonreía, como si estuviese ansioso por contarnos algo.

  • ¿Qué tramas? – preguntó Gabi.

  • Nada, nada… - se hizo el interesante.

  • Venga ya, ¿qué nos ocultas? – insistió Ale riéndose.

  • ¿Yo? No oculto nada… - le encantaba hacerse de rogar.

  • ¡Venga ya, no seas pesado hombre! – lo agarré de la cabeza y la metí bajo mi hombro.

  • ¡Vale, vale, pero suéltame, enano! – ‘enano’ es como me llaman de forma cariñosa.

Lo solté y acto seguido se levantó y se dirigió hacia la cocina mientras que hablaba en voz bien alta para que lo escuchemos:

  • A ver, he pensado que ya que tenemos la oportunidad de estar los cuatro solos y que es un día de felicitación… - se escuchó cómo cerraba el congelador. – habrá que celebrarlo en condiciones.

Se asomó por la puerta sosteniendo tres botellas de color caramelo oscuro a la vez que se reía.

  • ¿Qué es eso? – preguntó Ale, con un tono de preocupación en la voz.

  • Esto, amigo mío, es vodka caramelo. – contestó Lucas.

Me entregó una de las botellas, cuya superficie estaba recubierta de una fina capa de escarcha, producto de haber estado en el congelador.

  • ¿De dónde las has sacado? – pregunté, riéndome y pasándole la botella a Gabi.

  • Le he pedido a mi hermano que me las compre, no son muy caras. – dijo Lucas. – Os iba a pedir algo de dinero, pero es que no merece ni la pena.

  • Y, ¿qué tienes pensado hacer con esto? – preguntó Gabi.

  • Había pensado en jugar a algo que vi que hacía mi hermano con sus colegas. Lo llamaron ‘’chupififa’’.

Nos explicó que era un juego ene le que se jugaban partidos de Fifa, 2v2, y que cada vez que te metían gol tenías que beberte un chupito, cada vez que te sacaban una amarilla, otro chupito, y así con varias normas.

  • No sé si deberíamos de beber… - empezó a decir Ale. – además, que no sabemos ni si nos va a gustar.

  • No seas tonto, Ale, sabe a caramelo, a todo el mundo le gusta el caramelo. – dijo Lucas.

  • ¿Y si alguno se pone malo por el alcohol? ¿Y si acabamos vomitando? – siguió diciendo Alejandro.

  • Que no va a pasar nada, ya verás. – dije. – Además, aquí el que manda es Gabi. ¿Tú que dices?

Los tres nos giramos para mirar a Gabi, que tenía expresión de “a mí me da igual, lo que queráis” de siempre.

  • A mi me da igual, como vosotros veáis. – Gabi no fallaba.

  • Pues decidido, ‘Habemus chupififum’. – sentenció Lucas. - ¿Tienes vasos de chupito, Gabi?

Gabi se levantó y fue a buscar los vasos a la cocina. Un par de minutos más tarde, volvió con cuatro pequeños vasos en las manos. Cabe decir que solo Lucas había probado el alcohol antes y que ni Ale, ni Gabi ni yo habíamos ni siquiera olido un cubata.

Gabi puso los vasos encima de la mesa, sobre el mantel que pusimos para comer. Hicimos los equipos por suerte y me tocó a mí con Gabi y a Lucas con Ale. Preparamos el partido y, antes de empezar Lucas dijo:

  • Voy a apuntar las normas en un papel para que no se nos olviden ni haya peleas. Mientras, echa vodka en los cuatro vasos, Mati.

Así hice, cargué los vasos un poco más de por la mitad. Ale se veía algo nervioso:

  • No deberíamos… Para una vez que nos dejan solos y ya vamos a fastidiarla.

  • Relájate, tío, que no va a pasar nada, ya verás. Solo tenemos que tener cabeza.

Lucas terminó de escribir en un papel las normas y arrancó la hoja del cuaderno donde las escribió.

  • Vale, ya está todo preparado. – dijo Ale, cogiendo un vaso. – Vamos a tomarnos el primero para ir entrando en calor y para brindar por nuestro querido Gabi.

Nos reímos y cada uno cogió un vaso.

  • ¡A la de tres! – dije.

  • ¡Una, dos y tres! ¡Por Gabi! – brindamos todos.

Me llevé el vaso a los labios y abrí la boca, mientras que aquel líquido frío se deslizaba por mi boca y mi garganta, quemando a su paso las zonas que tocaba. Saqué la lengua y tragué saliva, a la vez que veía la reacción de los demás.

  • Hostia, ¡qué bueno está! – dijo Gabi.

  • Quema al principio, y eso que está frío. – dijo Ale. – pero está rico.

  • Sí la verdad es que sabe bien. – dije yo.

  • Habéis flipado, ¿eh? Pues ya veréis como os sube cuando llevéis unos cuantos. – concluyó Lucas.

Serían las once y pico, y ahí comenzó nuestra noche. Cuando nos dimos cuenta, era la una de la madrugada y nos habíamos terminado las botellas. El panorama era el siguiente: Ale pasó del miedo a cargarse los chupitos más que ninguno, por lo que estaba medio KO tirado en el cheslong; Lucas llevaba media hora diciéndonos a todos que nos quería un montón y abrazándonos cada dos por tres; Guille se estaba quedando medio dormido y yo me encontraba bastante mal. Sentía que si abría la boca iba a echar toda la cena.

  • Bueno, chavales, hora de irse a dormir. – dijo Guille, mientras se intentaba poner en pie y se volvía a caer en el sofá.

  • ¿Cómo vamos a dormir? – preguntó Lucas.

  • Como hemos ganado el último partido, el enano y yo dormimos en mi cuarto, - se levantó tambaleándose – y vosotros dos en el sofá. – se apoyó en la mesa. – Ahora os bajo unas mantas y cojines.

Ale, sabiendo que tendría que dormir en el sofá, se quitó la camiseta y los zapatos y volvió a su antigua posición, listo para dormirse.

  • A mi no hace falta que me traigas nada… - dijo. – Hasta mañana, chavales.

  • Yo sí voy a querer una manta. – dijo Lucas, que también empezó a desvestirse.

Yo estaba embobado mirando a la pared, concentrando toda mi atención en no vomitar.

  • Mati, ¿nos vamos arriba? – me preguntó Gabi.

Iba a contestarle, pero sentí que iba a echarlo todo, por lo que me fui corriendo hacia el baño con las manos en la boca. Casi no me dio tiempo a abrir la puerta y subir la tapa del váter, cuando de mi boca salió un líquido marrón muy asqueroso. Me dieron más arcadas y volví a vomitar, apoyando mis manos en los laterales del váter y poniéndome de rodillas. Repetí un par de veces, hasta que sentí que mi estómago estaba vacío.

Cerré la tapa del váter y apoyé la cabeza en esta, casi quedándome dormido. Sentí la cálida mano de alguien apoyándose en mi hombro y dándome un reconfortante apretón.

  • ¿Estás mejor? – preguntó Gabi, preocupado.

Me giré para mirarlo y lo vi que Gabi estaba a mi lado y Lucas en la puerta, ambos con cara de preocupación.

  • Sí, sí. – contesté, tratando de ponerme de pie.

El cuarto de baño giraba a una velocidad increíble en mis ojos y, al intentar levantarme perdí el equilibrio. Gabi y Lucas se apresuraron a sujetarme y, cuando me di cuenta, Lucas me llevaba en su espalda escaleras arriba.

  • Menos mal que es pequeño. – escuché decir a Gabi.

  • Joder, pues no veas lo que pesa. – dijo Lucas, jadeando.

Sentí cómo me dejaban en la amplia cama de Gabi y cerré los ojos de nuevo para tratar de dormirme, mientras que escuchaba:

  • ¿Qué hacemos, tío? Tiene la ropa manchada de vómito – preguntó Gabi.

  • Lo desvestimos y lo acostamos, ¿o qué? – propuso Lucas.

Abrí los ojos y vi cómo los dos tenían las manos en la cintura, en forma de jarra, mientras que me miraban de forma entre preocupada y exasperada.

  • Pu-puedo desvestirme yo so-solito, eh… - dije, mientras trataba de incorporarme.

Ambos levantaron las cejas, viendo cómo intentaba en vano sentarme al filo de la cama. Lucas me agarró del brazo y me dio un arreón para ayudarme. El movimiento fue demasiado brusco y acabé por vomitar lo poco que me quedaría en el estómago, creando un charco en el suelo que me salpicó en las piernas. Lucas y Gabi saltaron a tiempo hacia atrás, evitando mancharme, pero al segundo ya podía escuchar los lamentos de Gabi.

  • ¡No hombre, no! Joder, Mati…

Miré de soslayo a Gabi, pidiéndole perdón con la mirada antes de caer desplomado de nuevo en la cama, con las piernas fuera de esta.

  • Ha sido culpa mía, lo he movido muy rápido. – dijo Lucas. - ¿Dónde está el cubo y la fregona?

  • Abajo, en la cocina, pero lo limpio yo si quieres. – contestó Gabi.

  • No, de verdad, no te preocupes. – insistió Lucas. – Ahora lo que hay que hacer es que se dé una ducha.

Escuché el movimiento de Lucas al irse de la habitación y a Gabi rodear la cama para acercarse a mí:

  • Enano, a la ducha. – me dijo mientras me levantaba despacito.

  • No me quiero duchar, yo lo que quiero es dormir. – protesté.

  • Ya, pero es que además de mancharme todo el suelo, también tienes en las piernas, y no te voy a dejar dormir en mi cama para que me lo manches todo. – argumentó.

Gabi me incorporó, sentándome. Se agachó a mi lado, evitando pisar el líquido, y llevó mi brazo por detrás de su cuello, ayudándome a ir al cuarto de baño que tenía en su habitación. Era bastante amplio: tenía un lavabo con un gran espejo en frente de la puerta, un váter a su izquierda y un bidet en frente de este y una bañera con una mampara que cubría la parte de del grifo.

Me apoyé en el lavabo y Gabi me soltó.

  • ¿Te podrás duchar tú solo? – me preguntó.

  • Claro, qué te crees, ¿qué tengo cinco años? – le respondí.

Acto seguido, di un paso hacia la bañera para encender el grifo y me tropecé con el váter, cayéndome ridículamente.

  • Ya veo que no puedes. - Gabi me levantó de nuevo y encendió el grifo para que el agua se fuese calentando. – venga anda, vamos a desvestirte.

Con la ayuda de Gabi, me quité la camiseta y los pantalones.

  • ¿Te quitamos los calzoncillos? ¿O te da vergüencita? – preguntó Gabi con sorna.

Contesté con un “Hmm” y me empecé a bajar con una mano los calzoncillos azules que llevaba, dejando a la vista mi pene flácido, cubierto con una fina mata de vello. Mi miembro es de un tamaño normal, de piel rosada y sin circuncidar.

  • Buena tula, bro. – se rio Gabi.

Estando medio zombi, saqué de mis pies los calzoncillos y me apoyé de nuevo en Gabi. Con su ayuda me dirigí hacia la bañera, este tocó el mando del agua para regular la temperatura y me metí dentro.

  • Mmm, creo que lo mejor sería que te sentases. – dijo Gabi,

Respondí con otro “Hmm” y, apoyándome donde podía, me senté en el suelo de la bañera, cruzando las piernas. Sentí cómo mis pies y mis glúteos tocaban el agua caliente, que se deslizaba a mi alrededor, para luego sentirlo también en mis partes. Gabi cogió la cabeza de la ducha y comenzó a rociarme de agua. Yo me encontraba medio grogui, sin enterarme de lo que me decía, cuando vi que Lucas llegó también. Intercambió una mirada de preocupación con Gabi y se dijeron algo.

Lucas se acercó a la bañera y agarró un bote que estaba allí cerca. Se echó del líquido de su interior en las manos y las llevó a mi cabeza. Sentí sus manos recorriendo mi cuero cabelludo, sus dedos firmes surcando mi pelo, e instintivamente cerré los ojos. Gabi me aclaró el pelo con el agua, pero yo preferí seguir con los ojos cerrados, disfrutando del calor del agua y del tacto de las manos de Lucas en mi cabeza, eliminando los restos del champú.

Al momento, sentí las manos de Lucas de nuevo, pero esta vez frías y resbalosas, en mi pecho. Recorrieron cada centímetro de mi torso, pasando por mis pectorales y por mi barriga. Un cosquilleo comenzaba a apoderarse de mí cuando sus manos rozaron la parte baja de mi abdomen. Lucas repitió el proceso por mis axilas y brazos, mientras que Gabi iba mojando las partes por las que Lucas ya había terminado.

De repente, el agua se cortó y pude escuchar:

  • Vale, mmm… Ahora yo lo sujeto y tu le limpias las piernas, ¿vale? – dijo Lucas.

  • De acuerdo. – contestó Gabi.

Lo siguiente que sentí fue un par de tortazos flojitos en mi mejilla.

  • Enano, vamos arriba. – me dijo Lucas, ofreciéndome un brazo para apoyarme.

Le hice caso y me incorporé con su ayuda, quedándome de pie y medio tirado en la pared, mientras que Lucas me sujetaba. Gabi se llenó las manos de gel y comenzó a frotarlas a lo largo de mi pierna izquierda. Tenía las manos más suaves y era más delicado en sus movimientos. Cuando su mano pasó a la cara interna de mi muslo, sentí un chispazo y mi pene comenzó a inflarse lentamente. Gabi pasó a mi pierna derecha y, para cuando su mano pasó de nuevo por la parte interna de mi pierna, a mi me había crecido considerablemente el pene.

  • Vaya, ¡parece que le está gustando! – dijo Lucas.

  • Pobrecito, después de dos años con la otra y sin haber hecho nada… Tiene que tener los huevos que revientan. – contestó Gabi.

Ambos se rieron mientras que Guille seguía con su labor.

  • ¿Cómo puede ser que la tenga más o menos como yo, cuando le saco dos cabezas? – preguntó Lucas, con una media carcajada.

  • A lo mejor el que la tiene pequeña eres tú. – le chinchó Gabi.

  • Ja, ja, ja. Muy gracioso. – contestó Lucas.

Sentí súbitamente cómo la mano de Gabi pasaba por mis glúteos, llenándolos de gel.

  • Qué culazo que tiene el cabrón. – escuché decir a Gabi.

  • Parece el de una tía, además no tiene ni un pelito, es increíble. – concluyó Lucas.

La mano de Gabi esta vez hizo más hincapié entre los glúteos, llevando sus dedos lo más profundo de aquella zona. Sentí cómo las yemas de sus dedos rozaban mi ano, haciéndome sentir una ligera onda de placer en un lugar en el que nunca había prestado interés. Para aquél entonces, mi pene ya estaba totalmente erecto.

  • Enano. – me zarandeó Lucas.

  • ¿Hmm? – contesté yo.

  • Pon la mano. – levanté la mano y sentí el frío del gel en ella. – Esto es para que te limpies tus partes.

Abrí los ojos y vi como Gabi se agachaba frente al mueble de debajo del lavabo y a Lucas esperando a que terminase de limpiarme. Me llevé la mano con el gel primero a mis bolas y luego a mi pene, limpiándolo por la parte de fuera, de manera casi imperceptible. De repente, Lucas se llenó la mano de gel y, sin preguntar, descubrió la piel de mi empalmado pene. Pasó su mano, envolviendo mi pene para limpiarlo, mientras que a mí me fallaban algo las piernas de las ráfagas de placer que me daba cada vez que me rozaba el glande.

Lucas y Gabi comenzaron a reírse:

  • Ten cuidado, ¡no vaya a ser que se corra! – dijo Gabi.

  • Creo que soy la primera persona que se la toca, así que no me extrañaría, jajaja.

Lucas cogió con su mano libre el cabezal de la ducha y me enjuagó la zona, eliminando cualquier rastro de gel. Gabi puso una alfombrilla en el suelo y entre los dos me ayudaron a salir y a ponerme el albornoz que Gabi sacó del mueble. Lo cierto es que me encontraba mejor, pero tenía mucho sueño y casi no me podía mantener en pie.

  • Muchas gracias, chicos. – dije.

  • De nada, enano. – me dijo Gabi, pasando su mano por mi cabeza.

  • Pero no vuelvas a vomitar, eh, que bastante he limpiado ya. – dijo Lucas, dándome un golpecito en el hombro, mientras nos reíamos.

Lucas me ayudó a llegar hasta la cama mientras que Gabi bajó las sábanas hasta los pies. En cuanto llegué a esta, me tiré en el extremo contrario (en la derecha) y me quedé bocabajo, medio dormido. Un par de minutos después, pude escuchar cómo Gabi decía:

  • ¡No me lo creo! ¿Ya se ha dormido?

  • Sí, creo que ya está KO. – dijo Lucas.

  • Le había traído un pijama…

  • Pues cualquiera se lo pone, jajaja.

  • Me va a dejar empapada toda la cama con el albornoz. – se quejó Gabi.

  • Y, ¿qué hacemos? ¿Se lo quitamos? – dijo Lucas.

  • Sí, ¿no? Aunque creo que el que se ponga el pijama será imposible. – dijo Gabi, dubitativo.

  • Pues que duerma en pelotas. Si a ti no te importa, claro. – contestó Lucas, riéndose.

  • Ya me da igual todo, yo solo quiero irme a dormir. – confesó Gabi, con una nota de desesperación en la voz.

Pocos segundos más tarde, sentí cómo tiraban de los extremos de las mangas del albornoz, sacándomelo y dejándome desnudo. Noté una ligera brisa a lo largo de la espalda, los glúteos y las piernas, ya que la noche era algo fresquita.

  • Bueno, yo me voy a dormir ya. – dijo Lucas. – Avísame si le pasa algo, ¿vale?

Creo que Lucas se sentía mal, porque fue él el que trajo la bebida y creía que era el responsable de la situación.

  • Si pasa cualquier cosa te llamo. Toma. – dijo Gabi y le entregó a Lucas una manta.

  • ¡Hasta mañana! – se despidió Lucas.

Pasaron un par de minutos en los que Gabi fue al baño y volvió. Escuché cómo apagaba la luz y sentí la cama hundirse bajo su peso. Se estiró a mi lado y apagó la luz. Fruto de estar todavía algo mojado y de tener el pelo empapado, comencé a tener cada vez más frío, por lo que empecé a tiritar ligeramente. Gabi se percató y levantó las sábanas, tapándonos a ambos. Yo me acomodé un poco, levantando una pierna y dándole la espalda a mi amigo, listo para dormirme hasta el día siguiente, aunque a sábana era fina y estaba fría, por lo que mi cuerpo siguió tiritando levemente.

Gabi se acercó a mi y pasó su brazo por encima de mi pecho mientras pegaba su torso desnudo a mi espalda y ponía su pierna encima de la que yo tenía estirada. Pude sentir el calor de su suave piel en mi espalda, reconfortándome y haciendo que parase mi temblor. Su pierna me daba cierta sensación de protección y de calor, mientras que sentía la tela de su ropa interior en mi glúteo bajo. Así, sin tener frío al fin, quedé fuera de combate y me quedé dormido.

No sé cuánto tiempo pasaría después, aunque la habitación de Gabi seguía cubierta por la oscuridad de la noche, cuando me desperté. Tenía la boca seca y mucha sed, pero eso no fue lo que me despertó. Sin mover ni un músculo, entreabrí los ojos. Seguía de espaldas a Gabi, aunque este ya no me estaba abrazando. Pude sentir cómo la cama se movía ligeramente y escuché la agitada respiración de Gabi a la vez que un sonido algo extraño, como viscoso.

Obviamente, Gabi se estaba masturbando a mi lado. La curiosidad me pudo y seguí haciéndome el dormido. Pasaron unos minutos, en los que pensé en cambiar mi postura y ver el pene de Gabi y cómo se pajeaba. Estaba a punto a de girarme, cuando sentí la mano de Gabi sobre uno de mis glúteos, apoyándose tímidamente. Aquello me pilló de improviso. El calor de su mano era brutal y pude notar cómo extendía sus dedos para abarcar el máximo posible de este. Una vez que tuvo la mano abierta, apretó ligeramente mi cachete, soltando una pequeña exhalación de placer.

Aquella situación me descolocó un poco, pero, por alguna extraña razón, me estaba empezando a calentar y tenía curiosidad por saber si Gabi haría algo más, creyendo que yo seguía dormido. Pasados un par de minutos, en los cuales la cama no dejó de vibrar, Gabi retiró su mano de mi trasero.

Creí que ya se habría terminado la paja, pero, para mi sorpresa, a los segundos, sentí los dedos de Gabi pasearse por el interior de mi culo lentamente. Al igual que en la ducha, cuando las yemas de los dedos de Gabi rozaban mi ano, una descarga eléctrica recorría mi cuerpo, haciendo que me comenzase a empalmar. Por mi postura, con una pierna levantada, aquella zona era fácilmente accesible, por lo que Gabi repitió aquella acción suavemente unas cuantas de veces.

No sé si sería fruto del alcohol, pero estaba disfrutando de la situación, ya que era una sensación agradable. No sé en qué momento Gabi se llevaría la mano a la boca, cubriendo sus dedos con saliva. Sentí cómo me cubrió con aquel fluido viscoso el interior de mi trasero con la punta de sus dedos, haciendo una leve presión en mi rosado agujerito. Como me pilló de sorpresa, no opuse resistencia, por lo que parte del dedo anular de Gabi se introdujo ligeramente en mi virgen ano.

Aquello me hizo dar un respingo, ya que no me lo esperaba. Un quejido de placer se escapó de mis labios, ya que la sensación había sido algo extraña, pero satisfactoria.

  • ¿Qué haces? – le pregunté, mientras me giraba para mirarlo.

Aún en la oscuridad, pude apreciar la cara de Gabi, que, aún sin sacar la mano de mis glúteos, solo dijo:

  • Sólo dime si quieres que siga o no. - me cuchicheó.

Aquella pregunta me resultó difícil de procesar. Por un lado, se sentía bien lo que Gabi me estaba haciendo, pero, por otro lado, tenía algo de miedo por en lo que pudiese repercutir aquello en nuestras vidas.

  • No sé, tío. – dije, dubitativo.

  • Enano, solo tienes que dejar que yo lo haga todo, y si no te gusta, paramos. Además, seguro que de esto ni te acordarás mañana. – dijo Gabi suavemente.

Aquello me convenció un poco, además, Gabi movió en círculos la parte del dedo que aún tenía dentro de mí, haciendo que se me escapase una nota de placer de mis labios.

  • Bueno, vale, pero nadie puede saber esto. – le dije, miedoso. – Y si deja de gustarme, paras, ¿vale?

Gabi asintió con la cabeza, mientras sacaba su dedo de mi orificio. Se incorporó y se bajó de la cama, rodeándola hasta ponerse en la parte de los pies. Yo me quedé inmóvil, expectante ante lo que haría Gabi. Se subió de nuevo a la cama y se colocó entre mis piernas.

  • Abre las piernas, enano. – me dijo lentamente.

  • ¿Qué vas a hacer? – dije, con miedo.

  • ¿Confías en mí? – me preguntó.

  • Sí… – le respondí.

  • Pues entonces déjame a mí y hazme caso, ¿vale?

Su tono de voz transmitía confianza y tranquilidad, por lo que me puse totalmente bocabajo y abrí las piernas. Sentí las manos de Gabi en cada uno de mis cachetes, apretándolos suavemente y separándolos, como si los estuviese amasando. Yo estaba nervioso, por lo que enterré mi cabeza en la almohada.

De repente, sentí una ola de calor en aquella zona, procedente del aliento de Gabi, que acercó su cara hasta mi culo. Abriendo con ambas manas mis glúteos, Gabi llevó su lengua hasta mi rosado agujero, lamiéndolo por fuera. Aquella sensación era algo que nunca pensé que podría llegar a sentir. Podía sentir perfectamente cómo la suave, cálida y ligeramente rugosa lengua de Gabi se paseaba haciendo círculos por mi orificio, inundándolo de saliva, a la vez que estrellaba su respiración en aquella misma zona.

Gabi pegó aún más la cara a mi culo mientras que introducía lentamente su lengua en mi virginal ano, haciendo que se dilatase. Si la sensación de la punta del dedo de Gabi había sido agradable, aquella sensación era extraordinaria, por lo que gemí levemente en la almohada. Aquellos leves gemidos comenzaron a hacerse más notables cuando Gabi comenzó a mover circularmente su lengua dentro de mí. Cada vez que su lengua se movía, infinitas ondas de placer me recorrían el cuerpo entero, sintiendo cómo mi pene comenzaba a babear sin cesar.

Así estuvo Gabi durante un rato, haciendo las delicias de mi persona. Hasta que me dijo:

  • ¿Te está gustando, enano? – me sonrió, mientras pasaba su mano por la cara, limpiándosela de babas.

  • No sabía que se podía sentir tan bien, la verdad. – confesé.

  • ¿Sí? Pues ahora vas a flipar. – dijo confiablemente. – Date la vuelta, ya verás.

Le hice caso y me puse bocarriba. Desde ahí, pude apreciar la situación. Gabi estaba en cuatro patas sobre la cama, esperando a que me moviese. Estaba completamente desnudo y en su frente se podían apreciar algunas gotas de sudor. Era un chico grande y su torso era musculado, pero no muy definido. Su pene estaba completamente erecto, dejando ver una buena herramienta, un poco más corta que la mía, pero considerablemente más ancha.

Sin mediar palabra, Gabi me sonrió y se dejó caer entre mis piernas, quedando su cara esta vez al lado de mi pene.

  • Mati, pon las piernas encima de mis hombros. – me pidió, mientras me miraba con la lujuria en los ojos.

  • Pero, ¿qué…? – comencé a decir mientras levantaba las piernas y las apoyaba en sus hombros, dejando mi ano totalmente indefenso.

  • Shhh…

Gabi sonrió, tomó con su mano izquierda mi pene y le descubrió el glande, mientras que dirigía su boca hacia este. Pude sentir su lengua alrededor de la cabecita de mi polla, limpiando el líquido preseminal que había en él, para más tarde sentir el calor y la humedad de la boca de Gabi. Este se metió la mitad de mi pene en la boca de un solo tirón, haciendo que me retorciese de placer. Comenzó a sacar y a metérsela de la boca lentamente, volviéndome loco al sentir cómo succionaba, haciendo que me sintiese en una nube.

Estuvo así un par de minutos, antes de soltar de nuevo saliva en su mano derecha. Volviéndosela a meter en la boca, deslizó a su vez sus dedos sobre mi hoyito, haciendo una ligera presión y lubricando de nuevo aquella zona, provocando que profiriese pequeños gemidos. Si cada experiencia por separado era impresionante, sumadas eran algo increíbles, aún más cuando su dedo corazón hizo fuerza para deslizarse suavemente por mi ano, venciendo a mi esfínter.

El principio fue bastante placentero, y aunque lo hacía despacio, al introducirse en zonas aún inexploradas de mi recto, un escozor hizo acto de presencia, haciendo que un quejido saliese de mi boca.

  • ¿Te duele? – me preguntó Gabi, preocupado, tras sacársela de la boca.

  • No, no sé es raro. – dije.

  • ¿Quieres que siga? – me preguntó, dubitativo.

  • Eh…, vale… - No estaba muy convencido, pero de momento el placer ganaba a las molestias.

Gabi me sonrió y volvió a meterse mi pene en la boca, haciendo que estrellase mi cabeza de nuevo contra la almohada. Como no había sacado su dedo de mi recto, siguió empujándolo lentamente, introduciéndolo cada vez más dentro de mí. El proceso no fue doloroso, aunque sí algo molesto, pero con todo el placer que recibía de la boca de Gabi, las molestias eran casi imperceptibles.

Cuando me quise dar cuenta, noté sus nudillos chocar con mi culo, señal de que estaba completamente dentro, mientras que de mi boca salía mi respiración agitada. Su dedo permaneció inmóvil durante unos segundos, mientras que no paraba de meterse y sacarse mi pene de su boca, llevándome al éxtasis.

Comenzó a sacar lentamente el dedo de mi ano y, justo antes de sacarlo, lo metió de nuevo, despacito, mientras que seguía el mismo ritmo con su mamada. Al introducir completamente el dedo, también se introdujo casi al completo mi pene en la boca, sintiendo cómo la punta de este tocaba su garganta. Yo me encontraba en el cielo, percibiendo completamente el dedo de Gabi moviéndose dentro de mí a la vez que su lengua se enroscaba en a lo largo de mi tronco. Gabi se la sacó rápidamente mientras daba una arcada, tosía de manera muy escandalosa y varias gotas de saliva caían en la base de mi pene.

  • ¿Estás bien? – le pregunté.

  • Sí, sí. Me he emocionado. – me respondió, medio riéndose. – Ahora toca disfrutar… - me guiñó un ojo y volvió a metérsela en la boca.

De repente, escuchamos el ruido de la puerta. Gabi se sacó mi pene de la boca y su dedo de mi agujero y se dirigió rápidamente a hasta la puerta. La abrió despacio y asomó la cabeza.

  • No hay nadie. – me dijo, mientras la cerraba. – Debe haberse quedado encajada y el viento la ha movido.

  • Eso espero… - dije, preocupado.

  • Que sí, tú no te preocupes. – me tranquilizó.

Gabi volvió a meterse bajo mis piernas y a introducir lentamente su ensalivado dedo por mi ano a la vez que devoraba mi pene. Mientras que mi pene perforaba su garganta, cada vez más profundamente, su dedo hacía lo propio con mi ano, moviéndose a su vez en círculos, llevándome al cielo de placer. Sentía que me quedaba poco para correrme, por lo que coloqué mis manos en la cabeza de Gabi y comencé a empujársela para marcarle un ritmo más rápido y a la vez más profundo.

Su dedo también comenzó a penetrarme más rápidamente y pude ver que la mano libre de Gabi estaba en su pene, haciéndose una paja al mismo ritmo. Un escalofrío me recorrió desde la pelvis hasta el cerebro y sentí cómo mi esfínter se apretaba, atrapando el dedo de Gabi y cómo de mi pene comenzaba a salir ese líquido blanquecino. Apreté con un poco más de fuerza de lo debido la cabeza de Gabi, hasta que incluso sus labios tacaban mi pelvis, y noté cómo el dedo de Gabi empujaba con mucha fuerza dentro de mí, hacia dentro.

Uno, dos, tres y hasta cuatro rayos de semen salieron de mi pene a la vez que yo jadeaba ahogadamente, estrellándose contra la garganta de Gabi, mientras que este tosía, preso de mis manos y, aun así, seguía pajeándose a gran velocidad. Sacó de su boca mi pene (que cayó sobre mi pelvis, completamente empapado y comenzando a desinflarse), respirando fuertemente, tratando de recuperar el aliento. De la comisura de sus labios le salía una pequeña gota blanquecina que se limpió con la mano que le sobraba.

Una vez alcanzado el clímax, todo comenzó a nublarse. Solo alcancé a ver cómo Guille bajaba mis piernas de sus hombros y se incorporaba, quedando de rodillas y masturbando su pene encima del mío, mientras que seguía perforando mi ano al ritmo de su paja durante unos cuantos segundos. Escuché cómo comenzó a gemir, mientras que, de nuevo empujaba su dedo lo más dentro de mí posible, arrancándome una nota de dolor. Noté cómo chorros de líquido caliente y espeso caían sobre mi abdomen y pecho. Tras unos segundos en los que Gabi estuvo jadeando, sacó lentamente su dedo de mi ano, algo dolorido.

Me quedé dormido de manera casi instantánea, pero recuerdo perfectamente como, justo antes, los labios de Guille se posaban encima de los míos.

Para cuando me desperté, la habitación estaba bañada por los rayos del sol. Estaba solo en la cama, tapado hasta la cintura y completamente desnudo. Todo me daba vueltas, me dolía la cabeza y tenía una sed acuciante. Miré a mi alrededor y vi que mi móvil estaba en la mesita de noche del lado contrario de la cama. Rodé por ella y estiré mi brazo para cogerlo. Lo desbloqueé y abrí WhatsApp, para ver si tenía algún mensaje de mis padres o algo. En su lugar, tenía un solo mensaje de Lucas, del que, no sabía por qué, no me salía foto de perfil. Abrí el chat, confundido.

Me dio un vuelco el corazón cuando leí el mensaje:

  • Espero que disfrutases anoche.

¡Buenas! Espero que hayan disfrutado del relato tanto como yo lo he hecho escribiéndolo. Sé que es un poco largo y que el contenido sexual es corto en relación a todo el relato, pero creía apropiado crear un ambiente y unas relaciones de cara a alguna próxima continuación de la historia, ¡si veo que la les gusta! Por favor, háganme saber qué les ha parecido, tanto en comentarios, como por correo (donde les podré dar contestación).

¡¡Un saludo enorme y perdonad la espera!!