Fiesta

La historia empieza con un rodillazo mientras dos amigas están de fiesta, ¿cómo acabará?

Fiesta

I

Laia y Alba estaban de fiesta. Hacía tiempo que no salían y lo habían cogido con ganas. La discoteca estaba abarrotada, a oscuras, con la música atronando sus oídos. Después de un rato bebiendo y riendo, se habían puesto a bailar las dos juntas, un poco borrachas, empapadas de sudor. Laia hacía tiempo que no veía a su amiga, habían sido inseparables en el instituto, aunque desde que empezó la carrera, entre los estudios y sus nuevas amigas, apenas había tenido tiempo de quedar con Alba, pero por fin habían llegado las vacaciones. Esa noche tenían que darlo todo. A Laia le encantaba ver cómo se movía su amiga, con su piel tostada y su larga melena negra y lisa, embutida en aquel pequeño vestido que le marcaba todas sus curvas… le habían entrado ya muchos tíos aquella noche, y también alguno a Laia, pero los habían rechazado a todos. Esa noche era para ellas.

Laia se fijó en un chico que estaba justo detrás de su amiga, junto con otros dos. Le pareció bastante guapo. Alto y atlético, con una camiseta negra y ceñida de mangas muy cortas y vaqueros apretados. Tenía una sonrisa agradable y unos ojos oscuros, igual que su pelo. Laia no pudo evitar mirarle un par de veces, pero él parecía bailar a su aire, sin prestar atención a las dos chicas, pese a lo cerca que estaban.

En un momento, Alba notó una mano sobándole el culo. Así que, sin pensarlo dos veces, se volvió y sin decir nada le encajó un rodillazo en todos los huevos a aquel chico que estaba detrás. Ocurrió tan rápido que Laia apenas se dio cuenta de lo que acababa de pasar, no vio la rodilla de su amiga clavándose sin piedad entre las piernas del chico, ni la cara de sorpresa de él al sentir el impacto mientras su cuerpo se doblaba hacia delante. Lo único que vio Laia fue al chico en el suelo, con la cara congestionada de dolor y con sus dos manos aferrándose a sus maltrechos huevos, sin apenas poder respirar. Laia lo miró con asombro y luego dirigió la vista a su amiga.

—¡Que me estaba tocando el culo! —gritó Alba a modo de justificación, tratando de hacerse oír por encima de la música.

“Vaya, así que aquel tío tan guapo había resultado ser un cerdo”, pensó Laia. Las dos amigas se miraron y estallaron en carcajadas. Laia nunca se había atrevido a hacer eso con un tío, aunque más de una vez había tenido ganas. No sabría decir si fue por el enfado a causa de la mala acción del chico, por el efecto del alcohol, por la decepción que le supuso que aquel tipo que le había causado tan buena impresión le hubiera hecho eso a su amiga o por una mezcla de todo ello, pero el caso es que Laia sintió el impulso de sacar su móvil y grabar aquel desdichado que continuaba tirado en el suelo tratando de respirar mientras se agarraba penosamente la entrepierna. A Alba le hizo gracia la ocurrencia de su amiga y la llevó a envalentonarse, pensando que todavía podía alargar un poco más la agonía del joven. Las dos se quedaron bien a gusto llamándole de todo y mofándose de él mientras Laia grababa. A ella le llamó la atención la reacción de los otros dos chicos que iban con él, que en vez de intervenir para ayudar a su amigo, estaban riéndose casi más que ellas. Eso la desconcertó. Cuando se cansaron de reírse de aquel chico y de sus pobres huevos, salieron de la discoteca y se fueron, riendo, tambaleándose y abrazadas, a dormir a casa de Alba.

II

A la mañana siguiente, Laia despertó con resaca. Miró la hora en el móvil y era mucho más tarde de lo que le hubiera gustado admitir. Se notaba la boca pastosa y la mente nublada. Salió de la habitación y fue hasta el baño arrastrando los pies, deslumbrada por el sol que inundaba toda la casa. Había mucho silencio, aquel día los padres de su amiga estaban fuera y las dos chicas se habían quedado solas junto con la hermana pequeña de Alba. Se miró en el espejo del baño y pensó que tenía un aspecto horrible, tenía todo el maquillaje corrido sobre su piel blanca y pecosa, y los rizos que se había hecho parecían desinflados como globos, devolviendo a su cabello rojizo su habitual aspecto lacio. Mientras se aseaba y trataba de despejarse, empezó a rememorar detalles de la noche anterior. Se echó a reír al recordar el golpetazo en los huevos de aquel idiota. “Se lo merecía”, pensó. “Seguro que ya no le quedan ganas de repetirlo”. Después de meses sin verse, ya casi se le había olvidado lo impulsiva que podía ser Alba y lo divertido que era salir con ella. Tenían que recuperar el tiempo perdido durante lo que quedaba de verano.

Cuando salió del baño, escuchó risas procedentes de una de las habitaciones. Fue hasta allí y encontró a su amiga, todavía con su diminuto pijama, de pie junto a la cama de su hermana pequeña, Sofía. La niña, de trece o catorce años, estaba tumbada, con los codos apoyados en la cama y las piernas levantadas y entrecruzadas, junto a una amiga de su edad que al parecer había pasado también la noche allí, aprovechando la ausencia paterna. A Laia le sonaba haber visto a aquella otra niña alguna vez por casa de Alba. Siempre le había parecido bastante repelente, pero al parecer era la mejor amiga de Sofía. Las dos niñas reían pícaramente con el móvil en la mano, mientras Alba se tapaba la boca intentando contener las carcajadas.

—¿Qué pasa? —preguntó Laia todavía con voz algo cansada mientras entraba a la habitación.

—Tía, no te lo vas a creer…—dijo Alba sonriendo aún con incredulidad. —Las guarras de las niñas estas van y me enseñan una foto que lleva días circulando por los grupos de su instituto y que por lo visto se tomó en el vestuario del club de fútbol de aquí. La foto de por sí ya es graciosa, pero es que mira quién aparece…

Las niñas le enseñaron el móvil a Laia, que se agachó para ver la foto con curiosidad, mientras fruncía el ceño. Era un selfi en el que se podía ver a dos chiquillos más o menos de la edad de Sofía, posando orgullosos con la equipación del equipo local en el interior del vestuario, lo que revelaba la procedencia de la foto. La imagen no podía resultar más inocente, y Laia estuvo a punto de preguntar dónde estaba la gracia, hasta que se fijó en la figura que estaba al fondo. Al parecer los chavales se habían sacado la foto y la habían compartido sin darse cuenta de que en ella había aparecido por accidente un chico mayor que ellos, que caminaba hacia cámara, seguramente recién salido de las duchas, completamente desnudo. Laia abrió la boca con sorpresa al verlo y las niñas, que la miraban con atención, estallaron en risas.

—Sí, pero fíjate bien… —insistió Alba.

Las niñas hicieron zoom hacia aquella figura mientras Laia se acercaba aún más. El chico tendría más o menos la misma edad que ella. Aquel desnudo frontal no dejaba nada a la imaginación, Laia pensó que estaba bastante bueno al observar aquel cuerpo definido y sorprendentemente bien dotado, por lo que colgaba entre sus piernas… pero al fijarse bien en la cara… Laia se irguió al instante como impulsada por un muelle y miró a su amiga con los ojos abiertos como platos. Alba no pudo contener ya las carcajadas.

—Sí, tía, ¡es el capullo de anoche! —gritó Alba mientras se doblaba de risa.

—¡Mi hermana Raquel dice que le conoce! —dijo la amiga de Sofía, que al parecer estaba hablando por mensaje en ese momento con su hermana. —Se llama Alex, es el amigo gay de su novio.

—Espera, ¿que ese tío es gay? —preguntó Alba con incredulidad. La niña se encogió de hombros.

Sofía no dejaba de hacer zoom a los genitales del chico.

—Mira que eres cerda, niña— le recriminó su hermana mayor.

—¡Le cuelgan mucho los huevos! —dijo la niña riendo.

—¿Tendrá que ver con que sea gay? —preguntó la niña repelente con picardía, a lo que Alba respondió reprimiendo una carcajada.

—No seas idiota—no pudo evitar decir Laia—los huevos les cuelgan así a muchos tíos.

—Bueno…—comenzó a decir Alba—igual desde anoche le cuelgan un poco menos.

Las dos amigas se miraron y se rieron, mientras las niñas parecían desconcertadas, aunque Laia no pudo evitar sentir un punto de incomodidad.

III

Alex quedó esa tarde con sus compañeros de clase. La vida social de Alex giraba sobre todo en torno al club de fútbol, donde tenía amigos a quienes conocía desde la infancia. Quizá por eso no se había preocupado mucho por socializar con sus compañeros durante aquel primer curso en la universidad. Aun así, uno de sus compañeros había insistido en que se juntasen durante aquel verano y a Alex le pareció buena idea ir, aunque todavía no tenía mucha confianza con ellos. Alex, con su aspecto atlético, destacaba en aquel grupo, donde había varios chicos, todos más bajos con él y menos en forma, y algunas chicas de aspecto intelectual. Se juntaron en una tetería que propuso alguien, recostados en cómodos sofás al fondo del local. Después de un rato charlando de distintos temas, uno de ellos propuso un juego. Consistía en contar lo peor que les había pasado durante aquella semana. El que contase el relato más desgraciado, no tendría que pagar. A todos les pareció una idea divertida y empezaron por turnos. Sus relatos eran de lo más variado, aunque en general nada demasiado sorprendente… discusiones con sus padres, problemas con los compañeros de piso, momentos embarazosos en el transporte público… Al final le tocó el turno a Alex, que resopló antes de hablar.

—Bueno… hace unos días compartimos vestuario en el club de fútbol con unos chiquillos menores que yo. A dos de ellos se les ocurrió la idea de hacerse un selfi y de pasarlo por el grupo de su clase… adivinad quién sale desnudo de fondo— concluyó encogiéndose de hombros. Todo aquel grupo abrió la boca con sorpresa.

—¿Eso no es ilegal? —preguntó uno de sus compañeros.

—Diles que borren eso pero ya—sentenció una de las chicas, muy seria.

—Sí… ya me puse en contacto con ellos y dicen que lo borraron, pero ya sabéis cómo va esto, se lo mandan unos a otros… en fin, no quiero tampoco pensar en denunciar ni nada de eso, son unos críos y al fin y al cabo tampoco es para tanto. Lo peor fue lo que me pasó anoche…

—Espera, ¿que hay más? —preguntó otro, riendo.

—Anoche estaba en la discoteca con dos amigos del fútbol…—comenzó a decir Alex, apretando la boca con cierta incomodidad, tras dar un sorbo a su bebida— y… parece ser que uno de ellos le tocó el culo a una chica. Ella se volvió y sin decir nada me dio un rodillazo a mí en los huevos, que todavía me duelen. Además, mis amigos no paraban de reírse de la confusión, porque saben que soy gay—. Al ver la cara estupefacta de sus compañeros, el propio Alex fue el primero en echarse a reír.  —En serio, duele mucho—concluyó.

—¿Y tú no le pudiste explicar nada a la chica? —preguntó una de sus compañeras con incredulidad.

—¿Qué le va a explicar? ¡Si el pobre no podría ni respirar! —añadió otro entre risas.

Las chicas parecían especialmente molestas por el relato, sobre todo por la naturalidad con la que había contado que uno de sus amigos le había tocado el culo a una chica.

—Yo cambiaría de amigos… —dijo una de ellas.

—Espero que hablases seriamente con tu amigo, no me parece normal eso de ir por las discotecas tocando culos de chicas—dijo otra.

—¿Alguien les ha dicho que no se toca a la gente contra su voluntad? —preguntó desafiante la chica seria que le insistió antes en hablar con los críos de la foto, visiblemente enfadada— ¿Al menos tú, y aunque solo sea porque te has llevado un rodillazo en los huevos?

Alex se sintió confuso, no esperaba un tono tan duro. El compañero que propuso el juego intervino para calmar la tensión femenina y para declarar que, definitivamente, Alex había tenido la semana más desgraciada y, por tanto, aquella tarde le invitarían.

—¡Propongo un brindis por nuestro desdichado camarada y por la pronta recuperación de sus doloridos huevos! —terminó diciendo, entre risas y aplausos del resto, en especial de los chicos. Alex notó que aquella chica seria no solo no se rio sino que además torció el gesto al escuchar aquello. “Vaya, sí que se lo ha tomado a pecho”, pensó Alex sonriendo, “esa no se compadece ni un poco de mis huevos”.

No había bromeado al decir que aún le dolían, como comprobó al notar como si dos agujas se le atravesaran los dos testículos cuando se levantó un rato después, aunque afortunadamente la sensación remitía a medida que pasaban las horas. “Vaya suerte la mía,” pensó.

IV

Laia volvió a ver el vídeo cuando volvió a su casa aquella tarde, después de pasar toda la mañana en casa de Alba. Dejó el móvil en su habitación y fue a ducharse. Ya totalmente sobria, lo que la noche anterior le había parecido tan gracioso, ahora le daba un poco de vergüenza. Podría discutirse si el rodillazo había sido excesivo o no, pero desde luego aquellas risas y aquellas mofas obscenas estaban totalmente fuera de lugar. Además, estaba el tema más importante… ¿y si no había sido aquel chico? A Laia le había desconcertado mucho la revelación de que, supuestamente, fuera gay. ¿Sería eso verdad? Y si lo era, ¿seguía siendo posible que hubiera tocado el culo a su amiga? Si ya de por sí el vídeo la avergonzaba, la idea de haber golpeado y humillado a un inocente le hacía sentir francamente mal.

Cuando salió de la ducha y volvió a su habitación, se encontró a su hermano Luismi cotilleando su móvil. Le echó de la habitación a voces y le dio una colleja al salir mientras huía como un animalillo asustado. Aquello consiguió que por un momento se olvidara de lo que ocurrió la noche anterior, su hermano siempre conseguía enfurecerla. Con 18 años recién cumplidos, el hermano menor de Laia era un adolescente de lo más problemático. Sus notas eran excelentes y según los psicólogos que le habían tratado, su cociente intelectual era altísimo… aunque no siempre lo pareciera.

Al día siguiente, los padres de Laia se fueron de vacaciones y estarían fuera durante un par de semanas. A ella siempre le gustaba cuando llegaba ese momento, era lo más parecido a vivir sola. Podría traer amigas y hacer alguna pequeña fiesta… el único incordio era Luismi, pero se pasaba casi todo el tiempo en su habitación y él jamás llevaba a nadie a casa. Esa misma tarde, invitó a sus amigas de la facultad a tomar algo en casa. Sabía que cuando había grupos grandes a su hermano le daba vergüenza aparecer y por tanto no las molestaría. Contaba, eso sí, con que seguramente estaría todo el rato con la oreja pegada, pero le daba igual.

Sus amigas llegaron a media tarde con comida y bebida, se repartieron por el salón y aunque era amplio, aquella casi decena de chicas lo llenaron por completo. Estuvieron contando anécdotas de aquel primer curso de carrera y hablando de sus planes para el verano… Laia todavía le daba vueltas a la cuestión del chico de la discoteca y finalmente decidió planteárselo a sus amigas. Les contó toda la historia. Les habló de Alba, su amiga del instituto y del carácter tan fuerte que tenía, que iban las dos algo bebidas, el tocamiento, el rodillazo, el vídeo y la revelación a la mañana siguiente… aunque evitó mencionar en que en la foto que le mostraron aparecía totalmente desnudo. Por alguna razón, le incomodaba pensar en ello.

—Aun así, es posible que fuera él, pero ya no estoy tan convencida… ¿Creéis que actuamos bien? —terminó preguntando, con voz insegura.

Las reacciones de sus amigas fueron de lo más diversas.

—A ver, teniendo en cuenta nuestras circunstancias yo soy de la opinión de que en estos casos es mejor pedir perdón después de actuar—dijo una de ellas después de soltar una sonora carcajada. —Así que un diez para tu amiga.

Otras, en cambio, no parecían tan convencidas.

—Lo ideal hubiera sido girarse y preguntarle "¿qué haces?". Y si ya ves que ha sido él pues le das una hostia, porque darle sin comprobar en un poco arriesgado... —razonó prudentemente otra.

El debate, sin embargo, estaba servido. Y pronto empezaron unas a contestar a otras.

—Bueno, se puede decir que fue legítima defensa preventiva. No vas a acertar siempre. Además, un rodillazo en los huevos es gracioso y pone en su sitio a más de un machirulo.

—Por regla general, no me gustan las agresiones, incluso aunque sean justificadas. Es verdad que no deja de ser una invasión del cuerpo de otra persona, pero no puedes ir por ahí pegando a la gente, y más si ni siquiera es seguro que fuera él.

—Si de verdad fue él quien le tocó el culo a tu amiga, yo digo que está bien, porque ser gay no es una excusa para hacer eso... Aunque ya quedarse a burlarse está de más, yo me hubiera ido.

—Efectivamente, que sea gay no justifica que vaya tocando culos… pero si no sabíais si fue él o no pues tampoco está bien por vuestra parte.

—Yo creo que lo más probable es que fuera él, si no, se hubiera intentado defender.

—No sé qué decirte… en cualquier caso, casi todas hemos tenido por lo menos una experiencia parecida y nuestra reacción o es violenta o es aguantamos por miedo, así que entiendo la reacción de la chavala.

—A mí me parece una barbaridad. No sabes si realmente fue él o no. Y aunque fuera él, puedo llegar a entender lo de pegarle por eso, pero lo de grabarle y humillarle sobra.

—Tal cual, si no ha sido él deberíais pedirle disculpas, no hay más.

—Ni de coña, tu amiga actuó bien, tiene que defenderse. Y si al final no fue él, pues se ha llevado el rodillazo, es lo que hay.

—Eso pienso yo, no veo por qué tanto drama. Si ha sido él, bien merecido está; y si no, pues hija, tampoco se va a morir por un rodillazo, no sé.

—¿Pero estáis seguras de que era gay? Porque igual no lo hizo con una intención sexual…

—La intención es lo de menos, nadie puede tocar el culo a otra persona sin consentimiento.

—¿No pudo ser un accidente?

A Laia le empezó a entrar dolor de cabeza con tantas vueltas al asunto, así que decidió cambiar de tema. Sus amigas rápidamente se olvidaron de aquello y estuvieron hasta tarde hablando de otras cosas.

Cuando por fin se fueron y Laia se quedó sola, subió a su habitación, se tumbó en la cama y volvió a ver el vídeo. La discoteca estaba abarrotada, la gente estaba muy junta y pudo haber sido cualquiera. O también pudo ser un accidente. Quizá alguna de sus amigas tuviera razón, quizá no fuera para tanto, quizá lo estuviera dramatizando demasiado. Pero también otra de ellas apuntó la posibilidad de pedirle disculpas… al menos sabía cómo se llamaba el chico y dónde podría encontrarle. Alex, del club de futbol local. ¿Se plantaría allí y le pediría disculpas?, ¿y cómo reaccionaría el chico?, ¿y si sí había sido él y lo había hecho con toda la intención? Bueno, en ese caso, las disculpas se las pediría por haberle insultado y grabado. En aquello todas sus amigas coincidían en que se había pasado… y aquello fue cosa de Laia, no de su amiga. Tenía muchas dudas sobre aquello, pero pensó que se sentiría mejor si, al menos, lo intentaba.

V

A Laia no le costó mucho enterarse a qué hora salía de entrenar, le bastó pasarse por el club de futbol a la mañana siguiente y preguntar a los primeros chicos que vio. No esperaba tener tanta suerte, pero allí parecía conocerle todo el mundo, no hizo falta ni decir el apellido. Laia volvió más tarde y estuvo esperando en la puerta del club a la hora que le dijeron. En cuanto salió por la puerta, le reconoció al instante. Alto, atlético, con cara alargada y sonrisa agradable. Iba hablando con otros chicos, pero se despidió de ellos enseguida y se dirigió hacia su coche. Laia se dirigió hacia él antes de que llegase a entrar.

—Hola…—dijo con incomodidad—. No sé si te acordarás de mí…

El chico la miró extrañado, no parecía haberse quedado con su cara.

—El otro día, estando de fiesta… mi amiga te pegó en… bueno, te dio un golpe porque pensaba que le habías tocado el culo. Yo iba con ella, estaba bastante borracha y sé que me reí y a lo mejor se me ocurrió sacar una foto o algo, pero lo siento mucho, sé que me excedí. Yo no soy así para nada, ¿vale? —A medida que fue hablando, se fue dando cuenta de lo absurda que era la situación y del error que había cometido, pero ya no había marcha atrás. Comenzó a hablar cada vez más rápido evitando, en la medida de lo posible, mirarle a los ojos. —Y luego encima me dijeron cómo te llamabas y que eras gay… no sé si eso último es verdad o no, pero me hizo pensar que igual no fuiste tú quien tocó a mi amiga y como me sentí mal, decidí venir a hablar contigo y pedirte disculpas por todo, ya está

En contra de lo que ella esperaba, el chico la miraba con una sonrisa.

—¿Y tú cómo te llamas? —preguntó él con cierto gesto de desconcierto.

—Laia—dijo ella muy rápido, como si estuviera escupiendo su propio nombre.

—Encantado, Laia, yo soy Alex… como creo que ya sabes. ¿Por qué no damos un paseo?

Laia le acompañó, todavía un poco tensa. Mientras paseaban por los alrededores del campo de futbol, él le explicó con mucha calma lo ocurrido aquella noche. Uno de sus mejores amigos, un tal Raúl, había sido quien había tocado a Alba… y él pagó las consecuencias. Laia se sintió fatal al escuchar aquello y él lo notó en su cara.

—Sí, fui vuestra víctima. Debería denunciaros por agresión y que me pagarais una compensación por daños y perjuicios por la patada, he podido sufrir secuelas. Y también por daños psicológicos por el vídeo. Tendríais que estar pagando hasta que os jubiléis—dijo tratando de aparentar mucha seriedad, lo que hizo reír a Laia. —No, no te rías, deberían prohibiros salir de fiesta nunca más, sois un peligro para los chicos—concluyó mientras sonreía.

Laia le miró de frente. De cerca era incluso más guapo de lo que le había parecido. Tenía la cara alargada, sus ojos eran castaños claros, color caramelo, y muy penetrantes. Con cejas negras y espesas, igual que su cabello. Su cabellera era tan abundante que le abultaba por arriba, aunque llevaba el pelo corto por los lados, y parecía tener un tupé negro y frondoso, aunque con algunas mechas rubias. Los labios eran dulces y su sonrisa parecía reflejar una cierta inocencia, pero su nariz era algo grande, lo que junto con nuez prominente y algo de sombra de barba, pese a ir bien afeitado, le daba un aspecto muy masculino, aunque tierno a la vez.

—Ya en serio… he hablado con algunas chicas y sé lo delicado que es este tema para vosotras. Supongo que es habitual que al salir de fiesta tengáis problemas con algún idiota, así que entiendo la reacción, aunque me dejara los huevos doloridos durante un par de días—dijo mientras torcía el gesto, por lo que Laia tuvo que contener la risa. —En este caso el idiota fue mi amigo Raúl… siempre está igual con las chicas. Su novia está desesperada, cualquier día de estos le mata. Normalmente nos reímos porque además la novia está un poco loca, pero sé que no está bien…

Alex le estaba cayendo genial, parecía el chico perfecto… Laia le tendió la mano y le propuso amistad y él se la estrechó sonriendo. Reiteró de nuevo lo mal que se sentía por lo ocurrido y le ofreció quedar más veces. Dijo que ella le invitaría si salían para cenar o ir al cine, a modo de compensación.

—Bueno, no sé si eso compensa un dolor ahí abajo, pero supongo que no me queda más remedio que aceptar y quedar contigo, o de lo contrario me patearás los huevos—ella se echó a reír.

—No, yo nunca haría algo así… lo que haré si no aceptas será llamar a mi amiga para que te los patee mientras yo lo grabo.

—¡Oh, eso ha dolido! —los dos se rieron y se despidieron con la mano mientras él se dirigía hacia su coche.

“Y vaya cochazo”, pensó Laia. Definitivamente aquel chico era perfecto. Laia supo al instante que estaba colada por él…

VI

Al día siguiente fueron al cine y, tal y como había prometido Laia, invitó ella. Pero eso dio lugar a que él se ofreciera a invitarla a algo al día siguiente.

—La película ha estado muy bien, eso compensa de sobra un dolor de huevos, así que mañana te tengo que compensar yo a ti por la invitación—dijo él bromeando.

Durante aquella semana, quedaron todos los días. Fueron al cine, a cenar, a la bolera… se fueron conociendo cada vez mejor. Ella le habló de sus amigas, de sus estudios, de sus padres… aunque evitó hablarle de Luismi. Todos los problemas relacionados con su hermano la incomodaban mucho. En un momento dado, mientras tomaban unas cervezas, no pudo evitar preguntarle por algo que llevaba pensando desde la primera tarde que habló con él. Sabía que no podía preguntarle directamente si estaba seguro de ser gay, así que decidió sacar el tema preguntándole simplemente desde cuándo lo supo.

—Bueno… en realidad desde pequeño siempre pensé que me gustaban las chicas. Fue en la adolescencia, durmiendo en casa de un amigo… habíamos bebido un poco y simplemente pasó, nos acabamos enrollando. Pensamos que habría sido por el alcohol, él se sintió muy incómodo y no volvimos a hablar. Pero a mí me gustó —. Alex se encogió de hombros y dio un largo trago a su cerveza. —Nunca he tenido pareja, simplemente es algo que no me ha interesado, pero conocí a un tío mayor que yo… es un fotógrafo brasileño que vive en la ciudad. Al poco de cumplir los 18 me hizo una sesión de fotos y me introdujo en el mundillo… sí, como suena, fotografía erótica —. Laia dio un respingo al escuchar esas palabras. — Nada de desnudo integral ni mucho menos porno, son simplemente fotos con poca ropa y marcando paquete. Después he conocido a diferentes fotógrafos y a otros chicos que posan para ellos. He tenido rollos con muchos de ellos, pero nada de compromiso. Y es algo con lo que se saca dinero, eh. Gracias a eso tengo ese coche, con mi edad y estando estudiando, ¿cómo, si no? No es ni mucho menos como para hacerse rico, pero está bien. Si buscas “XaleXboy” en internet podrás ver muchas fotos mías en internet, es el nombre que uso siempre para los posados, pero nadie que me conozca en persona lo sabe— concluyó riendo.

Laia sintió una punzada de excitación al escuchar aquello. No podía esperar a llegar a casa para comprobarlo… intentó reír también para ocultar lo tremendamente cachonda que estaba.

—Vaya… ahora me siento peor sabiendo que mi amiga te podría haber fastidiado la herramienta de trabajo —añadió Laia con una sonrisa pícara.

—Oh, sin duda… los tangas no quedarían igual de bien con la mercancía aplastada —a Laia le dio la impresión de que le hizo un guiño al decir aquello.

Cuando Alex la acercó a casa aquella noche, Laia estaba convencida de que algo estaba empezando a surgir entre ellos. Se despidieron, esta vez con un abrazo y Laia subió a casa. Se tumbó en la cama y estuvo pensando en todo lo que sentía. Laia nunca había tenido un amigo gay, puede que Alex lo fuera, pero no era el típico amigo gay que sale en las películas, pensó Laia. Ese chico sensible con el que ir de compras o hablar de tíos… no, Alex era como el novio perfecto, más perfecto de lo que nunca hubiera imaginado. Los últimos días sentía como si hubiera estado teniendo una cita con él, y tal vez estuviera confundida, pero juraría que él también coqueteaba con ella. ¿Quizá sea bisexual? Si era así, no se lo había hecho saber… pero al mismo tiempo, eso de que nunca hubiera tenido pareja… ¿significaría algo?, ¿quizá no estaba tan seguro como pensaba? Laia entonces empezó a tener claro lo que llevaba días pensando… aprovechando que la casa estaba vacía, invitaría a Alex a pasar una noche allí. No tenía nada de malo, llevaban días saliendo juntos, eran ya amigos, ¿por qué no invitarle a pasar una noche? Él no se negaría. Y quizá allí, los dos solos… quizá pasase algo más. Había un único problema en su plan, y es que no estarían solos. Estaba Luismi. Llevar a un chico como Alex a casa con Luismi dentro era un peligro.

Luismi era un chico especial. Tenía un gran talento para la informática y las matemáticas, en el plano académico todos los profesores estaban encantados con él… pero desde que empezó la pubertad, tenía un desarrollo algo anómalo. Ya le habían examinado varios médicos y psicólogos. En principio no tenía ningún problema concreto, simplemente su desarrollo estaba siendo particular. Por un lado, parecía madurar físicamente más despacio que los demás chicos. Si bien era bastante alto, incluso demasiado para su edad, parecía mucho más joven por la falta de desarrollo físico. No tenía prácticamente nada de musculatura, sus hombros eran aún estrechos, como los de un chico varios años menor. Su voz era dulce y aflautada como la de una soprano y no tenía prácticamente nada de pelo en las piernas todavía. Pero, sorprendentemente, tenía una libido descomunal, siempre dirigida hacia los varones. Había hecho propuestas sexuales a prácticamente todos sus compañeros de clase, lo que le llevaba a no tener amigos y llevar una vida solitaria, encerrado en casa. El momento más duro fue cuando le expulsaron de su anterior instituto por llegar al extremo de hacer también esa clase de propuestas a un joven profesor. Laia nunca había visto llorar tanto a su madre. Sin embargo, sus padres eran incapaces de ser duros con él, a pesar de los disgustos. Y es que Luismi se comportaba con ellos con la inocencia de un niño pequeño. Daba igual que le acabaran de expulsar por su incontrolable deseo sexual, al llegar a casa era todo sonrisas y abrazos, lo que llevaba a sus padres a ser indulgentes con lo que quizá no dejasen de ser cosas de la edad. Laia estaba convencida de que era simplemente una estrategia, y le resultaba repugnante. Hacía tiempo que evitaba llevar chicos a casa por lo que pudiera pasar. “Haríamos bien en caparlo como a las mascotas”, pensaba a veces con desprecio. Ya solo su aspecto le desagradaba. Aquel cuerpo alto y extremadamente delgado, con esa cara ambigua que ya no era ni mucho menos la de un niño, pero tampoco terminaba de ser la de un adolescente de su edad, porque no había todavía nada viril en ella. A Laia le recordaba a un duende. Un extraño duende lascivo. Meter a Alex en casa con él podía dar lugar a situaciones muy embarazosas… ya se encargaría de hablar seriamente con el pequeño demonio… y de prevenir también a Alex.

Después de ponerse el pijama, Laia cogió el móvil y escribió aquel nombre que llevaba tanto rato dando vueltas en su cabeza… “XaleXboy”. Los resultados le remitieron a varias webs eróticas, donde encontró numerosas galerías. En ellas pudo ver Alex con diferentes poses, marcando bien su musculatura. No estaba demasiado musculado, pero sí muy definido, como a Laia le gustaba. Su mirada parecía aún más penetrante en aquellas fotos, mirando directamente a cámara. Las pequeñas piezas de ropa interior que llevaba en aquellas fotos ciertamente no dejaban mucho a la imaginación. Marcaban sus genitales en todo su esplendor… sin embargo, Laia ya los había visto. Recordó aquella foto que le había enseñado la hermanita de Alba. Era difícil olvidar aquel rabo y aquellos huevos. Laia se concentró en el recuerdo de aquella imagen mientras se masturbaba.

VII

Laia estaba esperando a Alex a la salida del club como ya venía siendo habitual por las tardes. Le llamó aquella mañana para proponerle ir a su casa cuando terminara de entrenar, pero no se atrevió a decirle que se quedara a dormir. “No quiero que sea muy evidente”, pensó Laia, “pero quizá una cosa lleve a la otra…”. Alex por fin salió, “tan guapo como siempre”, no pudo evitar pensar Laia. Se sentía avergonzada de estar enamorada como una quinceañera de un tío que aún no sabía si sentiría lo mismo, pera esa noche lo averiguaría… Él sonrió nada más verla y fueron hasta su coche, mientras Laia reía con algunos de los comentarios de Alex sobre el entrenamiento. Cuando estaban a punto de entrar en el coche, oyeron una voz femenina llamando a Alex con impaciencia, los dos se volvieron.

—Oh, mierda—dijo Alex resoplando mientras la chica que le había llamado avanzaba hacia ellos rápida. —Hola, Raquel…—saludó el chico cuando ya estuvo a su altura.

—¡Que te den! —aquella chica parecía fuera de sí—¿Dónde está? —preguntó clavando sus ojos con dureza sobre Alex. Laia pensó que la chica era bastante guapa, algo bajita y de caderas anchas, pero con rasgos bonitos. En aquel momento iba bastante maquillada, como si fuera a salir de fiesta y vestía unos vaqueros ceñidos y una camiseta que le dejaba el ombligo al aire. Pero aquellos ojos grandes y tan abiertos le daban un aspecto de desequilibrada que resultaba inquietante.

—No lo sé, Raquel—contestó Alex con paciencia, que parecía tenerle bien cogida la media a la chica.

—He dicho que dónde está—insistió Raquel, casi gritando, mientras daba un empujón a Alex en el hombro.

—¿Pero de quién habla? —intervino Laia, confusa por aquella situación tan incómoda.

—¡Nadie está hablando contigo! —le espetó Raquel a Laia, mientras la señalaba con el dedo. Alex interpuso su brazo entre ambas.

—Joder, Raquel, ¡no está aquí! —dijo Alex mientras se acercaba a la chica y hacía un gesto de calma con las dos manos. —No le he visto en toda la tarde—zanjó encogiéndose de hombros.

En aquel momento, pasó por su lado un hombre de mediana edad que debía ser el entrenador y que parecía ir ocupado hablando por el móvil.

—Ah, Alex, estás aquí—dijo el hombre mientras apartaba el móvil durante un momento de su oreja—Oye, mira, Raúl se acaba de dejar el carné en el vestuario, se lo devuelves cuando lo veas, ¿vale? —dijo tendiéndoselo a Alex mientras continuaba con la llamada y seguía por su camino.

Raquel asentía mordiéndose la lengua mientras escuchaba aquello. Alex resopló mientras la chica le dirigía una mirada colérica. Laia permanecía al margen, observando la escena cruzada de brazos.

—¡Serás cabrón! —dijo Raquel mientras se acercaba más aun a Alex, enseñando los dientes como una fiera.

Ni Laia ni Alex tuvieron tiempo de reaccionar antes de que la mano de Raquel saliera disparada hacia la entrepierna del chico, agarrando sus genitales con fuerza a través de sus pantalones cortos de futbol. Laia se sobresaltó al ver cómo el cuerpo de Alex se tensaba, el chico retrocedió un par de pasos hasta apoyarse en su coche, pero Raquel avanzaba con él, manteniendo el agarre.

—Déjame decirte algo—dijo Raquel casi en un susurro, mientras Alex permanecía contra su propio coche, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delate y conteniendo la respiración. —Esta ciudad es pequeña.  Averiguaré dónde está y si se está follando a alguien. Y si lo hace mientras tú le encubres, me haré un collar con sus pelotas… y con las tuyas puede que unos pendientes. —Raquel apretó un poco más y Alex cerró brevemente los ojos. Laia no podía dejar de mirar, mientras se mordía compulsivamente las uñas— ¿Te ha quedado claro?

Raque liberó sus testículos y él soltó aire, mientras se agachaba un poco.

—Largaos de aquí—dijo Raquel a modo de despedida mientras Alex le sostenía la mirada, antes de que se diera la vuelta y se fuera por donde había venido.

—Jo-der—fue lo único que consiguió decir Laia, impactada por lo que acababa de ver. Alex la miró torciendo el gesto y le abrió la puerta del coche.

VIII

Ya una vez dentro, estuvieron callados un momento. “Y yo que pensaba que mi amiga Alba era dura”, pensó Laia, reprimiendo una sonrisa.

—Esa era Raquel, la novia de Raúl… es un poco pesada—dijo Alex a modo de explicación, con una sonrisa torcida.

—Sí, ya lo he visto—contestó Laia, con cierta sorna.

Alex parecía bastante tranquilo para lo que acababa de pasar, pero aun así Laia se interesó por él.

—¿Te ha… agarrado muy fuerte? No te habrá hecho daño, ¿no? —preguntó con algo de preocupación, aunque intentando no sonar demasiado dramática.

—Nah…—contestó él con calma—he recibido balonazos en los huevos peores.

—¿Y rodillazos también? —preguntó Laia con una sonrisa y rieron los dos.

—Son cosas que pasan a veces—empezó a decir Alex. —Yo ya he parado unos cuantos balones con los huevos, luego me están doliendo el resto del día. En cuanto me doy cuenta de dónde me va a dar el balón, un segundo antes, pienso “oh, vaya, hoy va a ser uno de esos días”—. Laia se echó a reír.

—¿Uno de esos días? —rio Laia. —Así que es como tener la regla, ¿no?

—Más o menos. Supongo que es lo más parecido que hay para los tíos, pero sin sangre… ¡a menos que ya el golpe sea demasiado fuerte!

Los dos rieron. A Laia le parecía muy excitante la manera en que Alex bromeaba sobre aquello. Ella sabía de sobra que muchos tíos se avergüenzan y se sienten muy humillados cuando son golpeados en sus partes. En cambio, la naturalidad con la que Alex hablaba de los golpes en los huevos la impresionaba. Incluso en un momento como aquel, en que una chica se los acababa de retorcer en público, lo cual para muchos hombres hubiera sido una humillación insoportable. Laia pensó que aquello denotaba una gran seguridad en sí mismo, y se puso aún más cachonda.

Mientras el coche de Alex se dirigía a la casa de Laia, ella no pudo reprimir el impulso y colocó su mano sobre el muslo del chico. Él la miró brevemente y ella fue subiendo, sin que él la detuviera, hasta alcanzar sus genitales. Los acarició a través del pantalón. Sintió cómo aquellas dos bolas gordas y delicadas, que apretó suavemente con sus dedos, antes de empezar a recorrer con sus yemas la longitud de aquel largo pene que por el tacto a Laia le pareció semierecto.

—Es la segunda vez en la tarde que una chica me agarra las pelotas—dijo Alex sonriendo, sin apartar la vista de la carretera.

—¿Y la segunda vez es más agradable? —preguntó Laia sin apartar su mano de ahí. Ya casi estaban llegando.

Alex paró su coche frente a la casa de Laia y la miró. Los dos acercaron sus caras y se besaron en la boca. Primero fue un beso breve, pero le siguieron otros más prolongados. La mano de Laia seguía en la entrepierna de Alex y a medida que se fue excitando, continuó masajeando sus partes, rodeando aquellas dos bolas grandes con su mano y sintiendo como aquel gran pene se ponía más y más duro. Ella le ofreció en aquel momento quedarse a pasar la noche y él aceptó sin dudarlo.

Antes de bajarse del coche, ella hizo algo que había estado demorando: le advirtió sobre Luismi. No quiso entrar en detalles para no asustarlo, pero se limitó a decir que si le molestaba, si entraba en su habitación o si veía alguna conducta que no le gustara, que se lo dijera de inmediato a ella. Él pareció extrañado, pero sin darle demasiada importancia. Hizo un comentario sobre lo molestos que pueden ser los hermanos pequeños, a lo que ella asintió ocultando su incomodidad.

IX

Luismi contempló toda la escena desde la ventana del piso superior. Todavía no podía creer la suerte que tenía. Le encantaban los chicos mayores y de vez en cuando husmeaba en el móvil de su hermana, buscando fotos con amigos suyos para pajearse. Pero lo que encontró unos días antes fue mucho mejor… el vídeo estaba grabado en el interior de una discoteca, la calidad era mala, la cámara se movía y era difícil escuchar nada, pero se veía a un chico agachado en el suelo, con las manos en la ingle mientras su hermana y una amiga le insultaban. Luismi hubiera reconocido esa cara aunque la calidad del vídeo hubiese sido incluso peor...” XaleXboy”, pensó al momento, con los ojos como platos. Su hermana se le descubrió y salió corriendo, pero se pasó el resto del día pensando en ello. No había dudas de que era él. ¿Le conocía entonces su hermana?, ¿era su amigo?, ¿se habían peleado? El vídeo empezaba con el ya en el suelo, no se sabía que habría pasado antes, aunque la reacción del joven y las burlas de las chicas hacían pensar que habría recibido una patada en la entrepierna. Luismi tenía grabadas en su mente las decenas de fotos de aquel modelo con las que se había masturbado en internet. Fotos con el torso mojado, con los brazos levantados mostrando sus axilas rasuradas, con aquellos bañadores absurdamente pequeños que parecían a punto de reventar por la protuberancia de sus genitales…

A la tarde siguiente, agazapado en las escaleras, escuchó la conversación de su hermana con las amigas que llevó a casa y se enteró de toda la historia. Luismi no podía creerlo… XaleXboy o como se llamase aquel dios del sexo que se ocultaba tras ese nombre, vivía en la misma ciudad que él… su hermana le había conocido en una discoteca… y su amiga le había pateado en los huevos. Al escuchar aquello, apareció en su mente el enorme paquete del joven modelo. Se lo sabía de memoria, se había acercado a la pantalla tanto como era posible, saboreando cada píxel, recorriendo con su vista cada milímetro de aquel bulto, en innumerables fotos en las que se podía distinguir cada parte de su anatomía… el grosor de su pene, la redondez de sus testículos… para Luismi fue casi una ofensiva profanación imaginar la rodilla esa chica ebria estrellándose contra aquel perfecto bulto, aplastándolo. Confió en que ninguna de esas maravillosas partes hubiera sufrido ningún daño. Ahora que sabía que vivía en su ciudad, podría intentar localizarlo. Contaba con que aquel dios no sentiría el más mínimo interés en un niñato enclenque como él, pero eso le daba igual. Se conformaría con seguirle un rato por la calle… observarle desde la distancia…

Durante varios días le estuvo dando vueltas a la idea, pero aquella mañana, las cosas se pusieron sorprendentemente fáciles para él. Su hermana entró a su habitación para decirle que esa tarde llevaría un amigo a casa y que esperaba que no diera problemas. La mente de Luismi se iluminó.

—¿Es el de la discoteca? —no pudo evitar preguntar.

—¿Qué discoteca? —Laia fruncía el ceño, desconcertada.

—Al que pegasteis en los huevos en ese vídeo —respondió él con naturalidad.

Laia se enfureció al escuchar aquello, lo cual era bastante habitual en ella en las pocas ocasiones en que tenía una conversación con Luismi. Después de varios gritos y un par de collejas, Laia sujetó las finas muñecas de su hermano y le habló intentando sonar lo más amenazadora que pudo.

—Escúchame bien, pequeño pervertido. No sé si mi amigo se quedará también a dormir o no, pero como le molestes solo un poco. Como hagas alguna de tus cerdadas, como entres a la habitación donde va a dormir, o le digas alguna guarrada, o intentes sacarle fotos y yo me entere… me colaré en tu habitación mientras duermes y te cortaré los huevecillos, ¿entendido? —Laia hizo un gesto con los dedos simulando unas tijeras—Hablo muy en serio, te despertarás sin ellos, ¿es eso lo que quieres?

Luismi la miró de forma inexpresiva, sabía que era algo que la sacaba de quicio. Y, en efecto, Laia puso los ojos en blanco y salió de la habitación dando un portazo. “Qué poco originales son las chicas”, pensó Luismi, “siempre amenazando a los huevos cuando quieren acojonar a un chico”. Obviamente, aquello era una bobada de su hermana para tratar de asustarle, pero Luismi pensó que, aunque fuera en serio, aunque existiese el riesgo real de que alguien le mutilase las pelotillas con unas tijeras, con tal de estar un rato cerca de XaleXboy, habría merecido la pena.

Durante el rato que su hermana estuvo fuera, Luismi no perdió el tiempo. Tenía un par de webcams inalámbricas en su habitación. Las cogió y las escondió cuidadosamente en la habitación de sus padres y en su respectivo baño, que sería donde se alojaría el amigo de su hermana, teniendo en cuenta que ella se había molestado en cambiar las sábanas aquella mañana. Luego probó la calidad de la imagen desde su tableta. Era perfecta. La cámara del baño enfocaba directamente a la ducha y la de la habitación, a la cama. ¡Podría ver a XaleXboy desnudo en su propia casa! Era una idea tan excitante que tuvo una erección en el momento. Y, además, era una idea poco arriesgada, era difícil que el chico se diera cuenta y retiraría las cámaras en cuanto se fuera, por lo que se hermana tampoco llegaría a saberlo. Ya sabía que su hermana no le cortaría nada, pero aun así era mejor no cabrearla.

Vio desde la ventana como su hermana y el chico se bajaban del coche. Sería mejor disimular a partir de ese momento y llamar lo menos posible la atención.

X

Laia le enseñó a Alex la casa y le acompañó hasta el dormitorio de sus padres, donde dormiría él.

—Aunque si quieres puedo venir por la noche a hacerte compañía— le susurró al oído mientras le pasaba la mano por la entrepierna, ante lo que el chico sonrió.

Mientras bajaban de nuevo al salón, apareció Luismi correteando y Laia hizo las presentaciones de mala gana. El hermano de Laia hizo un tímido saludo con la mano y siguió a lo suyo.

—¿Tiene autismo? —preguntó Alex cuando aquel extraño adolescente estaba ya en otra habitación. Laia negó con la cabeza y trató de cambiar de tema. A Alex le empezaron a intrigar tantas evasivas con su hermano.

Una vez vista la casa, Alex subió a ducharse al baño que estaba dentro de la habitación de sus padres. A Laia le pareció que la idea de que él y su hermano no tuvieran que compartir baño, limitaba las posibilidades de situaciones incómodas. Mientras tanto, Laia se tumbó en el sofá del salón.

Aquel era el momento que Luismi estaba esperando. El salón era grande, así que Luismi estaba sentado en el suelo, en un rincón alejado del sofá donde se había recostado su hermana. Pensó que sería mejor estar allí mismo mientras Alex se duchaba para que Laia no sospechase que él estaba rondando.

Alex se quitó la ropa y entró en la ducha. Pensó en lo extraños que habían sido esos últimos días. Una estúpida confusión en una discoteca, un rodillazo en los huevos, una chica que aparece por las buenas para disculparse… y de repente toda su vida se pone patas arriba. Durante los últimos años no había pensado mucho en chicas, estaba contento con la vida que llevaba y con los tíos a los que conocía en las sesiones de fotos, sin comprometerse con ninguno. Cuando sus amigos del fútbol le habían preguntado alguna vez por su vida sexual, nunca tuvo problemas en decirles que era gay y todos lo aceptaron fácilmente, aunque con alguna broma ocasional que Alex siempre encajaba bien. Y ahora allí estaba, en casa de aquella chica a la que acababa de besar y a la que seguramente se follaría aquella noche. Nunca había conocido a una chica como ella, pero por primera vez se planteaba la idea de tener una relación estable con alguien. Mientras pensaba en todo eso, tuvo una impresionante erección y pensó hacer algo con ella. No podía esperar hasta esa noche. Entonces notó cómo las cortinas de la ducha se movían y alguien entraba detrás de él.

—Llegas justo a tiempo, pequeñaja—susurró él, mientras notaba cómo aquellas pequeñas manos rodeaban su cuerpo e iban directas a su entrepierna.

Alex cerró los ojos mientras notaba el caliente cuerpo de Laia contra su espalda, el agua de la ducha se resbalaba por su cuerpo, aumentando aún más la erección, que era cuidadosamente masajeada por aquellas manos finas y diestras, que subían y bajaban por su pene a la vez que acariciaban el blando saco que colgaba entre sus piernas. Pensó que estaba siendo la mejor paja que le habían hecho en su vida. Abrió los ojos y se giró para besarla, pero antes de darle tiempo a reaccionar, las cortinas se agitaron violentamente, como si Laia hubiera salido de la ducha de un salto y en cuanto Alex se asomó, lo único que vio fueron pisadas húmedas en el suelo del baño y la puerta abierta de par en par. Cerró el grifo y salió de la ducha con la toalla atada a la cintura. Nada más cruzar el umbral de la puerta del baño, se encontró en el centro de la amplia habitación de matrimonio con una figura que no esperaba.

Luismi se había propuesto solo mirar, agazapado en aquel rincón, grabando todo lo que la cámara registrase para poder volver a verlo innumerables veces. Ya la sola visión de aquel perfecto cuerpo, que él tan bien conocía, completamente desnudo y con el agua cayendo sobre él, había sido suficiente para excitarle incluso más de lo que esperaba. Pero cuando vio con asombro la increíble erección del joven, no pudo evitar hacer lo que hizo. Su hermana se había quedado dormida en el sofá, pero, aunque hubiera estado despierta, hubiera subido igualmente a aquel baño para acariciar, aunque solo fuera una vez, aquella extraordinaria polla. Había tenido reflejos rápidos para salir de la ducha sin ser visto. Podría haber recogido la ropa que dejó amontonada a la entrada de la habitación de sus padres y haber corrido a la suya sin ser visto. Pero tuvo el impulso de quedarse. Y allí de pie, frente a él, vio salir a Alex del baño, musculado, empapado, con una toalla en la cintura más baja de lo que debería, revelando su pubis, y mostrando el bulto de la gloriosa erección que hasta hace un momento tenía. La persiana de la habitación estaba casi bajada, para protegerla del calor estival, dejando la estancia en una agradable penumbra. Al haber salido Alex de aquel baño iluminado, con la luz que emergía de allí bañándole su perfecto cuerpo, parecía completamente una aparición celestial. Luismi no pudo evitar sonreír cuando vio la cara de asombro de aquel dios griego.

Alex fue incapaz de articular palabra. Se quedó petrificado al encontrar frente a él al extraño hermano de Laia, completamente desnudo. Era alto, casi tanto como él, pero con un cuerpo delgado, sin un solo músculo desarrollado, lo que le hacía parecer una muchacha. Su rostro era andrógino, alargado y sin un solo asomo de barba, con una sonrisa pícara y unos ojos bonitos, pero algo ausentes, que le daban un aspecto extraño, casi alienígena. Su pelo abundante le enmarcaba completamente el rostro, cubriendo su frente y los laterales de su cabeza. En el resto del cuerpo no tenía prácticamente ni asomo de vello, salvo un poco en las axilas y algo más en el pubis. Su sexo era exiguo, con unos testículos apenas visibles y un pene corto y estrecho, pero enhiesto como un pequeño cuerno. El chico parecía disfrutar exhibiéndose frente a Alex, quien continuaba paralizado ante aquella imagen tan extraña como fascinante.

Aquel enigmático efebo se acercó hacia Alex con paso seguro y le besó en la boca mientras trató de retomar el trabajo que había iniciado en la ducha, palpando su polla aún dura a través de la toalla. Alex apenas podía pensar, estaba demasiado cachondo. Se sentó en la cama y se liberó de la toalla mientras aquella criatura se continuaba masturbándole como nunca nadie lo había hecho. En cuanto tuvo un momento de lucidez, Alex trató de detenerle.

—Oye, deberíamos parar ya. Como tu hermana suba y nos encuentre nos cortará los huevos a los dos—dijo el joven, todavía jadeando de placer.

—Pues entonces será mejor que no hagamos ruido para que no nos encuentre—contestó el chico, con una sonrisa lasciva. A Alex le sorprendió aquella extraña voz aguda, propia casi un castrato.

—En mi caso no sería una gran pérdida…—dijo mientras empujaba suavemente el cuerpo de Alex hacia atrás, invitándole a tumbarse. —Pero imagínate perder esto— mientras lo decía, rodeó con su mano las gordas y carnosas bolas de Alex, tan grandes como había imaginado tantas veces al ver su paquete en las fotos. Se acercó a ellas todo lo que pudo, sonriendo al comprobar que no habían sufrido ningún daño con el rodillazo. Las agarró firmemente con la mano y las empezó a lamer.

Le gustó comprobar que Alex llevaba el escroto rasurado. El chico sacaba la lengua y lamía aquellas dos bolas como si fueran de caramelo. Luego sintió el impulso de ir más allá y se las metió en la boca. Tuvo que hacer esfuerzos para no atragantarse con aquella enorme masa carnosa que le llenó toda la cavidad. Apretó los labios alrededor del escroto, succionando las gruesas bolas mientras las acariciaba con la boca. Estaba tan excitado que apenas podía creerlo, era como estar en un sueño. Sintió aquellos órganos llenándole la boca, como si formaran parte de su propio cuerpo. Le encantaba la textura blanda y carnosa de aquellas dos bolas, hubiera deseado morderlas, arrancarlas de cuajo para que nadie volviera a disfrutarlas como lo estaba haciendo él, pero apartó al instante aquellos pensamientos perversos. Quizá sí mordisquearlas un poco para sentir mejor su tacto, pero se abstuvo de hacerlo, temía hacer daño a aquel dios que en ese momento estaba totalmente a su merced.

Cuando el chico se sacó las pelotas de Alex de la boca, el joven atleta estaba más excitado de lo que había recordado nunca. El muchacho también se dio cuenta, mirando casi hipnotizado aquel rabo gigantesco, furiosamente erecto y venoso. Lo empezó a acariciar con aquellas manos menudas y hábiles, pero mientras lo hacía, se tumbó encima de Alex, que tenía las piernas muy abiertas. Los dos se besaron y restregaron sus cuerpos, aun mojados. La piel del muchacho era suave como la de una chica. Alex se recreó acariciando su espalda y su culo, apenas sin carne, pero con tacto de seda. Luego rodeó su cuerpo con las manos comenzó a acariciar sus modestos genitales. Palpó aquellas dos pequeñas bolitas, ocultas en un escroto diminuto que apenas le colgaba y que le resultó a Alex tan extraño. Sin embargo, aquel pene adolescente estaba duro como el diamante, lo que hizo que el joven atleta se excitase aún más. Finalmente, el efebo concentró todos sus esfuerzos en la erección de Alex, chupándola y lamiéndola, haciendo que el joven llegase a gemir y estremecerse de placer.

XI

A Laia la despertó el timbre. Se había quedado profundamente dormida y no tenía muy claro cuánto tiempo había pasado. Fue a abrir y frente a ella estaba Alba, saludándola efusivamente, junto a su hermana Sofía y la niña repelente.

—Las canijas querían dar una vuelta y mi madre quiso que las acompañase—dijo encogiéndose de hombros—Sí… es un rollo de plan y creo que ya son mayorcitas para dar un paseo solas si quieren, pero es lo que hay… así que me acordé que me dijiste que te quedabas sola y como quedamos en vernos más ahora en veranos, pues aquí estoy. Te mandé mensajes hace rato, pero no contestaste…

—Ya… es que me quedé dormida—contestó Laia volviendo hacia el salón, todavía con sueño— Podéis quedaros aquí un rato para no pasar calor, pero esta noche tengo un invitado…—dijo sonriendo enigmáticamente a su amiga.

Alba abrió la boca como si fuera a chillar, se sentaron juntas en el sofá y le pidió que se lo contase todo. Aquello de Alex había sido tan extraño y había pasado tan deprisa que Laia todavía no lo había hablado con nadie, pero estaba deseando hacerlo, así que le contó punto por punto la historia a su amiga.

—Hostia puta, tía…—hay parejas que empiezan de forma rara, pero lo vuestro es demasiado—¿En serio me estás diciendo que fuiste a pedir disculpas al tío al que pegué en los huevos después de que te enterases de que era gay, al final resultó no ser tan gay y ahora vais a empezar a estar juntos? —Laia se limitó a asentir, divertida, mientras su amiga estallaba en carcajadas.

—Bueno, esto es demasiado… y si empezáis a salir y la gente os pregunta cómo os conocisteis, ¿qué vais a decir? “Oh, sí, fue aquella bonita vez en que la loca del coño de mi amiga Alba le metió un rodillazo en los huevos” —Laia se echó a reír y Alba puso al instante cara de preocupación. —Eso me recuerda que yo también debería pedirle disculpas… y con más razón—dijo torciendo cómicamente la boca. —Por cierto, ¿dónde está?

—Oh, pues subió a ducharse hace ya rato, pero quizá se haya echado una siesta, venía de entrenar—dijo Laia despreocupadamente.

Mientras tanto, las niñas curioseaban por el salón. Una de ellas encontró una tableta tirada en un rincón, aún encendida, y la cogió con curiosidad.

Laia y Alba se acercaron a ellas cuando escucharon las exclamaciones de asombro de las chiquillas. Laia reconoció la tableta al instante, era de su hermano, y temió lo peor. Las crías debían haber visto alguno de sus vídeos porno o algo parecido. Nadia la había preparado para lo que estaba a punto de ver en la pantalla.

Alex permanecía tumbado en la cama junto a su extraño amante. Hacía ya rato que se habían corrido y estaban allí quietos, con sus cuerpos muy juntos. Aquel rostro andrógino estaba casi pegado a ese viril rostro, sintiendo su respiración. El torso menudo de aquella criaturilla, pequeño y húmedo, estaba rodeado por aquel brazo fuerte, de marcados bíceps que los dedos pequeños y finos acariciaban distraídamente. Y aquel miembro escaso y de aspecto tímido rozaba ese otro miembro grande y orgulloso, que, aunque en reposo, colgaba pesadamente junto a aquellos dos grandes óvalos, que al estar tumbado parecían desparramarse dentro de su carnoso saco.

Los dos amantes salieron de su letargo al escuchar ruido procedente de abajo, así que comenzaron a vestirse y cuando estuvieron listos, Alex abrió la puerta. Delante de él, estaba Laia, con la cara lívida. Sujetaba con las dos manos una tableta, dirigida hacia a Alex, en la que se mostraba una grabación… en la habitación donde acababa de estar. Detrás de Laia estaba su amiga, a la que Alex reconoció al instante, junto a dos chiquillas que aún no debían tener ni los quince. El silencio era tan denso que podría masticarse. Alex trató de buscar las palabras, pero no las encontraba, solo podía mirar aquella grabación de dos cuerpos retozando en la cama, y las caras de aquellas cuatro chicas. El rostro de las dos mayores parecía salido de un funeral, mientras que las pequeñas miraban atentas llenas de curiosidad. La cara de Laia era inexpresiva, pero a la vez estaba llena de rabia contenida y de vergüenza. Alex por fin abrió la boca para decir algo, pero no tuvo tiempo.

“Oh, vaya… hoy va a ser uno de esos días”, pensó Alex segundos antes de que la rodilla de Laia impactara de lleno contra sus huevos. El golpe fue más contundente y certero que ningún otro que hubiera recibido en su vida, notó como si dos bombas atómicas hubieran sido detonadas en el interior de cada una de sus pelotas. Algo le decía que esta vez sería algo más de un día. En esta ocasión fue Alba quien grabó la reacción y las dos niñas se miraban boquiabiertas mientras veían cómo el joven se retorcía en el suelo. Luismi contemplaba la escena desde el marco de la puerta con una sonrisa ausente, recordando el sabor del pene y el tacto de los huevos de Alex. “Lo conseguí”, pensó con satisfacción.