Fiera de serie

Primera historia interactiva de Todorelatos. Es el lector, con sus votaciones, quien escoge lo que hace el personaje.

FIERA DE SERIE

CAPÍTULO 1

“UN SÁBADO COMO OTRO CUALQUIERA”

El monitor del ordenador informaba de que faltaban unos  pocos minutos para la medianoche. La fatiga me invadía y los párpados empezaban a pesarme como persianas de plomo, pero no debía sucumbir al sueño. Tenía que mantenerme despejado toda la noche. Ya habría tiempo para descansar al día siguiente. Apuré de un trago la lata de refresco de cola con cafeína y, con cierto estilo, pero sin mucho mérito, la encesté en la cercana papelera.

Un breve timbrazo me sacó de mi soporífero ensimismamiento. Esteban llegaba bastante puntual a nuestra clásica cita sabatina. Vaqueros negros y camisa de color violeta. Observé sus gafas de culo de vaso, su expresión bonachona y la sonrisa tímida que esbozaba siempre a modo de saludo. El cabello abundante lo llevaba peinado hacia atrás con gomina. No me anduve con circunloquios:

—¿Nos liaremos con una esta noche?

—Ojalá se dé bien la cosa. De todas formas, por muy esquivas o indiferentes que resulten las mujeres, siempre tendremos un último recurso a nuestro alcance.

—Hacerlo está en nuestra mano —corroboré.

Me quedé pensativo mirándole, mientras le franqueaba la puerta y la cerraba procurando no hacer ruido. Pasamos al salón y nos sentamos ante el ordenador.

—Mira que somos desgraciados —reflexioné en voz alta—. ¿Tú te crees que se puede estar dos años sin hacer nada con una tía? ¡Me voy a volver loco de remate con tantas pajas! Si me hubiera hecho monje de clausura o ermitaño ligaría más.

—¡No te quejes, capullo! —me increpó—. Tú pillas cada cierto tiempo. Aunque sean lustros, pero cada cierto tiempo pones a alguna mirando pa’ Cuenca. Yo sí que estoy a dos velas. Parece que me han echado el mal de ojo.

—No me cuentes tus penas que ya sabes que no me anima saber que tú estás peor que yo. Mal de muchos, consuelo de tontos. ¿Quieres tomar algo?

—Sí, té al limón.

Esteban, tanto en mi casa como en los bares solía pedir té, como los anglosajones. Y yo lo compraba como una deferencia hacia él, porque a mí no me gustaba. Yo cogí otro refresco de cola con cafeína a fin de ahuyentar la somnolencia. Lo normal hubiera sido tomar alcohol, pero coincidíamos en que ninguno probábamos las bebidas espiritosas, pues no nos gustaban.

—¿Nos ponemos unas guarrillas? —ofrecí.

—Por supuesto, chaval. Hay que alimentar la imaginación y ya que no podemos verlas de carne y hueso, nos conformaremos con verlas en la pantalla. Toda buena paja requiere de una inspiración visual adecuada.

Abrí una carpeta llamada “Cultura general” y seleccioné uno llamado “Brazilian girl at the beach” en una carpeta. Esteban comentó:

—Es curioso que, en estos vídeos de Internet, las únicas que tienen derecho a un nombre propio son las de Estados Unidos. Las demás son la brasileña, la colombiana, la húngara…

—Ya sabes, el que pone los contenidos, establece las normas. Esto es como el que escribe la Historia.

En el susodicho vídeo salía un tipo de músculos definidos y voluminosos plagado de tatuajes de colores llamativos hablando con una morenaza de tez medianamente oscura, ataviada con un minúsculo biquini negro.

Tras hablar en inglés sin subtítulos durante unos tres minutos, se marchaban en busca de la intimidad requerida para hacer ciertas cosas.

—Ojalá las cosas fueran así en la realidad —comentó Esteban en un tono de voz introspectivo—. Cuatro frasecitas y a calzarse a una tía flipante. ¡Con lo que cuesta hacer algún avance en la vida real!

—Pues sí —convine—. Aquí se ven tetas, culos, chorretes depilados, pero no se aprende cómo conseguirlos, que es lo que interesa.

Mientras se alejaban y en sucesivas tomas efectuadas por la cámara, se contemplaba el culo voluminoso y redondeado, pero no blando, de la chica, que gracias a su raquítico biquini apenas dejaba margen a la imaginación. De pecho andaba más escasa; se notaba que no se había operado.

—Lo que daría por tener una como ésa esta noche —comenté gesticulando con las manos.

—¿Y quién no? Pero, puestos a elegir, prefiero que tenga más tetas.

—Te juro que hoy me follaría un caballo —dije con contenida rabia.

—¿Ni siquiera una yegua? ¿Y de qué raza tendría que ser el cuadrúpedo sodomizado: árabe, andaluz, percherón? Y la descendecia, ¿cómo sería? ¿Nacerían minotauros o qué demonios nacería?

—Una velada contigo es un no parar de reír —ironicé—. Mira: a veces veo vídeos de tías de sesenta tacos follando y te aseguro que no me parecen tan mal. La polla me responde igual que con las de veinte. La verdad es que estoy un poquito desquiciado.

—No pongas el listón tan bajo, hijoputa. Yo prefiero una buenorra de veinte aunque sea más fea que el culo de un mono.

—¡Hombre, claro, no te jode! Claro que yo también prefiero una de veinte que una de sesenta, pero dónde están esas tías buenorras de veinte, porque yo nunca las veo. O mejor dicho, las veo a todas horas, pero siempre con otros.

Por supuesto, no hubo besos ni demostración alguna de cariño. La mujer se desprendió de su exigua vestimenta y se tumbó boca arriba en la cama. El tipo tatuado no se anduvo con remilgos y, de rodillas sobre una alfombra se puso a chupar a la chica la cara interna de los muslos y los pliegues de su vulva.

—¡Vaya diosa!

—Sí, pero es de ése.

Y al soltar estas palabras, se echó a reír a mandíbula batiente. Cuando se hubo calmado, pregunté:

—¿A qué vienen tantas risas, si puede saberse?

—Sin darme cuenta, he hecho un pequeño juego de palabras. Tú has dicho: “¡Vaya diosa!” y yo he respondido: “Sí, pero es de ése”. En francés, diosa se escribe “déesse”.

—Cuanto más te conozco, más fascinante me resultas, Esteban —le halagué con sorna—. ¿Alguna otra ocurrencia afrancesada?

La madre de Esteban era de una localidad de la costa azul cercana a Marsella y, aunque mi amigo había nacido en España, dominaba la lengua de Víctor Hugo con reconocida solvencia.

—Creo que ya te lo he dicho alguna vez —me contó—. En francés “yo amo” se escribe “j’aime”, y mal pronunciado sonaría igual que tu nombre, Jaime.

—Cuanta sabiduría tienen los gabachos, porque es verdad que yo amo a las tías, pero, sobre todo, adoro a las que tienen un culo como ese —dije señalando a la bella mujer pixelada—. A todas. Y un amor profundo, no te vayas a creer. Fíjate si soy enfermo que a esa le pondría la cara en la raja del culo y luego apretaría los cachetes contra mis mofletes hasta notar que me faltara el aire. Y qué a gusto me la follaría después.

—“Loca” en francés se escribe: “folle”.

—Curioso.

—Ojalá pudiera tener algo con un pedazo de tía como esa —se lamentó Esteban—. Pero no soy guapo, no estoy cachas, no tengo pasta. Ligar se convierte entonces en un reto difícil de afrontar.

—¡Basta! Deja de autocompadecerte. Hay miles de tíos que da pena verlos y no tienen dónde caerse muertos y ahí los tienes, dale que te pego con tías guapísimas. No hay secretos para ligar. Hay que echarle un poco de jeta, decir tonterías y tener un poco de paciencia. E ir a sitios. Encerrado en casa no se consigue nada.

El individuo seguía ensalivando la entrepierna de la mujer, con el empeño de un restaurador de arte que estuviera barnizando el recoveco de una valiosa talla. Ella empezó a frotarse el clítoris, que estaba en un prominente monte de Venus, de modo que su respiración anhelante no tardó en convertirse en unos jadeos bastante audibles. Su impecable rasgueo de guitarra, arrancaba notas de placer visibles en el rostro de la joven, en el que se reflejaba el gozo.

Luego el tipo se desprendió de sus bermudas, revelando su sexo depilado y la brasileña se agachó delante de él. Con denuedo se metió en la boca por completo, el miembro erecto. El hombre la sujetaba a ella los cabellos para que no entorpecieran el desarrollo de la felación.

—De las tres tías que me he follado, solo una me la chupó —dije—. Y te puedo asegurar que con bastantes menos ganas y poniendo bastantes más pegas que esa. Con semejante panorama de tías infollables, no me extraña que la gente se vaya de putas.

Luego fornicaban en diversas posturas. En la segunda, ella lo cabalgó a él poniendo sus manos en el torso del hombre tumbado sobre el colchón y meneando el culo a toda velocidad, como si estuviera bailando samba. La piel de sus nalgas vibraba con cada acometida. Entonces comenté:

—Ojalá encontrara una tía que me follara así —comenté—. Pero la cosa no es fácil.

—Mis ambiciones no llegan tan lejos —dijo Esteban—. Si me deja sobarle las tetas una tía, me sentiré el hombre más afortunado del mundo.

El vídeo terminaba con el tío soltando una dosis de esperma sobre el cuerpo de la mujer, todo un homenaje a la originalidad. El semen formaba un reguero desde la barbilla hasta los huecos de las clavículas de la mujer.

La ceremonia de todos los sábados volvía a repetirse. Tras la contemplación de pornografía para motivarnos durante una hora más o menos, nos encaminábamos a la zona de bares.

La estrategia era la de siempre. Íbamos a un bar de copas, pedíamos una consumición y nos situábamos en un rincón donde nos molestaran lo menos posible los altavoces con su retumbar y su sonoridad lacerante. Se trataba de que los tímpanos sufrieran lo menos posible.

Cerca de nosotros había un par de chicas bailando. De cuando en cuando, intercambiaban cuchicheos entre ellas. Una era rubia oxigenada, de cara ancha, achaparra de cuerpo y estaba bastante pasada de kilos. La otra era castaña, más alta que su compañera y lucía un escote bastante pronunciado. No era agraciada, ni estaba delgada, pero estaba bastante mejor que su amiga.

Tenían pinta de haber ido allí para ligar. No parecían estar celebrando nada, ni creo que estuvieran allí, a las tantas, para escuchar música o porque les divirtiera mucho salir por ahí. Las miradas que lanzaban hacia su entorno y su forma de bailar protocolaria y nada espontánea, así lo indicaban.

A la castaña me la follaría, pero si ella ponía algo de su parte. Uno no es un reptil y está para arrastrarse lo justo. Puestos a que te den calabazas, la humillación es menor si te las da una de las que llaman la atención. Me dije que cabía la posibilidad de intentarlo, pero no pensaba insistir. A la primera negativa, por mi parte se podía ir a freír espárragos. La otra apenas me gustaba y en este caso, ya podía poner ella mucho entusiasmo, porque, en principio, solo podíamos ser amigos.

El predominio masculino era ofensivo. ¿Dónde estaban las mujeres? ¿Todas tenían plan? Supongo que lo de que hay siete mujeres por cada hombre es uno de tantos cuentos chinos que nos endilgan como si fueran verdades universales. Habría que ajusticiar a los que han inventado tantas sandeces destinadas a engrosar el imaginario colectivo.

Mis ojos repararon en una chica que pululaba por mis inmediaciones. Morena, bajita, de pelo liso y corto y sumamente atractiva. Con un culo desarrollado bien marcado en unos vaqueros de tela fina con un desgaste artificial. Andaba un poco renqueante, y tenía los ojos vidriosos. Llevaba una camiseta ajustada que revelaba dos senos medianos. Se me acercó decidida y una vaharada de alcohol invadió mis fosas nasales.

—Tengo una visita.

—¿Quién te visita?

—Viene de visita. Solo un día.

Me agarró del antebrazo con suavidad y me hizo agachar la cabeza para soplarme al oído:

—El que viene para curarme.

—¿Quién te va a curar?

Me miró con dulzura sin decir nada y luego se aproximó a la barra a pedir una nueva consumición. Me sentí desconcertado y no supe qué hacer.

Dicen que los borrachos dicen siempre la verdad. Pero ésta era una borracha peculiar pues no decía más que frases inconexas. Parecía una sonámbula o una loca. Pensé en “folle”, y esto me hizo sonreír. Precisamente habíamos hablado de eso haría pocas horas. Yo las llamaba coincidencias del destino.

A la pareja de amigas no pareció gustarles la intromisión de la chica y se pusieron a nuestro lado, bailando una enfrente de la otra. Vi que Esteban las miraba cada vez con menos disimulo. ¿Por qué demonios los tíos, en pleno siglo XXI, siempre tenemos que dar el primer paso?

Y ahora, tengo que tomar una decisión:

Opción 1. Hay más tíos en el bar y es evidente que estas dos chicas se nos han acercado a nosotros. Y estoy prácticamente seguro de que no van a hacer nada más. No se pierde nada por ponernos a hablar con ellas. Creo que tengo más oportunidades de pillar con esta opción, pero puede que surjan discrepancias con Esteban, porque intuyo que nos gusta más la misma.

Opción 2. Me gusta la morena. Está la que mejor de las tres. Me la echaría hasta de novia. Es atractiva y me he sentido halagado por haberme elegido para contarme cosas. No me hace mucha gracia que esté borracha o vete a saber, porque las conversaciones con alguien que no está cuerdo devienen en monólogos entrecruzados, pero es lo que hay. La vida no la hacen a la carta.

Incluya usted en su comentario, si así lo desea, la opción 1, si quiere que Jaime entable conversación con la pareja de amigas, o la opción 2, si considera mejor que Jaime ataque a la morena. Ustedes son los dueños del destino del protagonista. La opción más votada, será el punto de partida del próximo capítulo. En caso de empate, me decantaré por la opción incluida en el primer comentario. Gracias por leer este texto y no dude en participar. Que tenga un buen día.