Fiebre
A veces la fiebre nos hace delirar y sudar de más, ¿verdad?
Brisa marina, luna que susurra noche, frescor húmedo con olor a costa y sueños que se evaden pidiendo protagonismo. Manta, calor interno, amago de subida febril y tranquilidad horizontal. Calma, bienestar pese a todo de aquella antigua niña antes rubia y ahora de preciosos cabellos con reflejos azabaches. Mirada infantil cercana a los treinta, curvas acomodadas a la forma del colchón, pijama de seda y una voz de alguien que insistía en que tenía que sudar... Pero no quieres sudar más, que ya te encuentras mejor, más bien quieres otro tipo de calor, de atención, otra sensación... Miras a los lados, soñolienta, casi despierta pero aún con un pie y un pecho en el mundo de Morfeo. Una semisonrisa gamberra se dibuja en tu cara, y en ese momento te das cuenta de que las yemas de tus dedos comienzan a desperezarse casi sin querer. El pantalón del pijama aprieta, quizás habría que dejarlo volar libre... Tu mano derecha va a valorar si tus pezones han tomado el nivel de temperatura óptima para comenzar a ser acariciados. Mientras, la izquierda comienza el descenso a los infiernos, a la playa, a la solución salina, a la piel de pan de azúcar humedecido en el mismo momento en que decides que Morfeo no es ya digno de ser indirecto espectador de la película para mayores que está a punto de comenzar en la habitación.
Abres los ojos despacio pero rápido los entrecierras al primer contacto entre unos aún fríos dedos y tu alacena de placer, que ya palpita y se agita cual bebé deseando salir de la cuna. Vuelan pensamientos, se agolpan recuerdos inspiradores de furtivos y filibusteros encuentros del pasado con la sensación de placer instantánea y momentánea del ahora... Te sobresaltas absorta en tu sútil juego de caricias cuando escuchas una voz que te mira desde la puerta...
"Hola, preciosa, he salido de tus pensamientos y te puedo ayudar a sudar lo justo para que mañana puedas ir relajada y recuperada a trabajar. Prometo no destaparte más que lo justo para quitarte el pijama y subirme encima de tí, aunque todavía sólo para poder llegar mejor a besarte. Que notes calor humano del que cura, tus grandes y preciosos pechos contra el mío, la lucha entre los muros de carne que custodian la cueva mientras el ariete pelea por derribarlos". De hecho, ya notas cómo crece intenso, caliente, transpirando deseo, buscando introducirse en la base de la fiebre previamente testada con las yemas de los dedos y la lengua deseosa de veneno, de jugos, de líquido, de placer... Torrente lluvioso que precede a la rendición, al grito de deseo, a la petición de más fuerza en cada embestida, al ansia de conquista y posesión, y al deseo de soltar el violento orgasmo que te atenaza. Ariete de acero endurecido que se acerca cálido y húmedo a tus labios, prohibición mezclada con ansia y magnetismo, lo devoras con ansia, con pasión, buscando que no haya resquicio sin cubrir de saliva. Notas cómo crece aún más en tu boca, cómo se endurece y se acerca el temido desenlace. Lo miras, lo interrogas con vicio con esos preciosos ojos almendrados... sabes que va a llegar y quieres enfrentarte digna a ello cuando otro orgasmo producto del inesperado 69 (en el que, sin saber cómo, cuándo ni porqué, te encuentras envuelta) te hace delirar y succionar aún más fuerte.
Lo quieres, lo deseas, lo pides, lo ordenas, lo necesitas ya. Tu tesoro, tu recompensa, tu medicina líquida por vía oral. Jugo de pirata que has ganado merecidamente siendo la más fiera amazona de cualquier relato de aventuras imaginado en tu convalecencia... "¿Pero tú no estabas enferma?" escuchas susurrar mientras la figura misteriosa se vuelve a desvanecer en tus pensamientos mientras uno de tus dedos aún mojados limpia esa última gota de vida que resbala indecorosa por alguna parte indefinida de tu cuerpo.