Fiebre

Me sentía una quinceañera al lado de ese hombre maduro, de mirada penetrante. Mi sexo palpitaba cada vez más fuerte y ardía en deseos de descubrir si el suyo también.

FIEBRE

Nos conocimos hace apenas un mes. Era una noche aburrida y no podía dormir, así que salí a tomar el aire y un par de copas. Aparecí en un bar mugriento y vacío. Me acerqué a la barra y el camarero me preguntó qué quería tomar.

Ballantine’s-cola, por favor. Bien cargado.

De acuerdo, preciosa – me dijo, intentando coquetear.

Demasiado feo. Ni siquiera le sonreí. Creo que se dio cuenta de que no me interesaba. El bar era realmente patético. Las paredes estaban empapeladas con carteles de alguna vieja gloria y el suelo cubierto con serrín. La música dejaba mucho que desear. No pensaba en nada, estaba concentrada en mi aburrimiento y en el alcohol. Mientras pedía mi enésima copa de licor, el frío se coló bajo mi falda: alguien había abierto la puerta. Me giré y ante mis ojos apareció un hombre corpulento y bien vestido. Se sentó a mi lado en la barra y pidió lo mismo que yo. El camarero nos sirvió a los dos a la vez.

Veo que tomamos lo mismo – me dijo – Debes de ser una chica dura.

¿Crees que las mujeres sólo tomamos zumitos o qué?

Esa noche estaba borde, pero él supo salir al paso con una sonrisa y una disculpa:

Sólo era una broma, perdona. Me gustan las chicas malas.

No te imaginas lo mala que puedo llegar a ser.

Era guapo. Tenía una sonrisa perfecta y brillo en los ojos. Se quitó el abrigo y lo dejó sobre la barra. Estuvimos charlando un buen rato. Se llamaba Manuel y consiguió quitarme la amargura. Tenía una voz dulce y suave. Corrió el whisky y el tiempo. Era tarde y se ofreció a pagar antes de irse. Una noche amena gratis. Él tomó su camino y yo el mío. Llovía. Me encanta la lluvia. Tardé una hora en llegar a casa. Me duché y me metí en la cama.

Me desperté resacosa a las 4 de la tarde. Seguía lloviendo. Estuve trabajando en mi último libro toda la tarde. Me había levantado inspirada. Llevaba casi medio año sin tocar esos papeles; unas veces por aburrimiento, otras por falta de tiempo, pero pasaban los días y no avanzaba nada. Hasta aquella tarde. Los protagonistas habían decidido escribirlo por su cuenta y, cuando llegué, apenas reconocí mis propias palabras. No me costó seguir con la historia, siempre me gusta dejar mis cuentecillos solos a ver qué hacen.

Cuando el reloj marcó las 12, me vestí y volví a aquel bar. Tenía ganas de pasármelo bien otra noche y (¿por qué no?) de volver a verle. Al llegar, un fluorescente me gritó "El búho". Esta vez el camarero no estaba solo. Manuel supo que yo volvería. Me esperaba con dos copas de whisky.

¿Me vigilas o es que te gusto?

Te responderé mientras me tomo esa copa – le dije entre risas.

Este chico me gusta, definitivamente. Atractivo y divertido. La noche prometía.

Estuvimos hablando varias horas. Yo no pude ocultar que, a pesar de mis esfuerzos, apenas llegaba a ser un aprendiz de escritora. Le conté la trama del último que estaba escribiendo: una infeliz ama de casa que se apunta a clases de striptease para reconquistar a su marido. Creo que le gustó. Hacia las 6 de la madrugada, de nuevo, pagó él. Esta vez se ofreció a acompañarme a casa y yo no me negué. Caminábamos despacito y muy juntos. Empezó a llover y me puso su abrigo por encima. Olía a perfume caro. Me encantan los hombres que huelen bien. Me abrochó el primer botón y rozó mi cuello. Tenía las manos suaves. Sentí un escalofrío. Creo que estaba excitada. A llegar a mi portal nos refugiamos dentro.

Estás caladito – le dije.

No pasa nada, preciosa – dijo, y se acercó para darme un beso de despedida.

Espera – le repliqué mientras me apartaba – Vamos a tomarnos la última en mi casa. Te lo debo por todas las copas que me has pagado.

¿Estás segura de que no eres policía y me vigilas?

Creo que es la segunda opción que me diste...

Le miré pícaramente y me di la vuelta. Nos metimos en el ascensor y aquellos 12

pisos me parecieron eternos. Me sentía una quinceañera al lado de ese hombre maduro, de mirada penetrante. Mi sexo palpitaba cada vez más fuerte y ardía en deseos de descubrir si el suyo también. Por fin llegamos y abrí la puerta. Le acompañé hasta el salón y le dije que preparara dos copas mientras me secaba el pelo. Cuando volví ya había servido el whisky y elegido la música por mí: Michael Bublé. Nos sentamos juntos en el sofá y bebimos. Procuraba rozar mi muslo contra el suyo y le miraba de reojo, pero nada. Él no hacía ni decía nada. Cuando me levanté a servir dos copas más, se abalanzó sobre la mesa y cogió mi novela:

A ver, a ver...

¡Hey! ¡Eso es mío!

¿No me vas a dejar leerlo? – me dijo sacando morritos. No podía resistirme a esos labios... – No te voy a plagiar, lo juro.

Bueno. Pero, si no te gusta, ¡no me lo digas! Soy demasiado sensible...

Mientras leía, acercaba su pierna a la mía como lo había hecho yo antes. Mi respiración se agitaba y me pareció que la suya también. Entonces, pasó su brazo sobre mis hombros y yo me dejé caer sobre su pecho. Cuando terminó, me dijo:

Oye, esto está muy bien.

Gracias, me vas a sonrojar.

En serio, no sé cómo has conseguido plasmar tan bien lo del striptease. Parece que estuvieras tú allí dando clases...

Bueno, es que yo he ido a clases... – le dije. Casi me muero de la vergüenza pero tenía que excitarle de alguna manera.

Ah, ¿sí? Eso vas a tener que demostrarlo – susurró, mientras un dedito bajaba por mi cuello.

Esta era mi oportunidad. Me levanté y Michael Bublé me acompañó con Fever:

Never know how much I love you, never know how much I care... Empecé a contonearme lo más sensualmente posible. Puse un pie entre sus piernas y me desabroché la bota mientras le miraba. Él cogió la bota y la sacó. Hicimos lo mismo con la otra. Me di cuenta de que la falda se me levantó y Manuel se quedó mirando mis braguitas. Apoyé una pierna contra su pecho y deslicé muy suavemente la media hacia abajo. Dejé que él me la terminara de quitar. Puse mi pie en su entrepierna y bajé la otra media, despacito. Estaba notablemente excitado. Me acerqué y le besé. I light up when you call my name

Beatriz, me estás volviendo loquito

Le di la espalda y me alejé moviendo el culo. Me acaricié un poco los muslos y subí

hasta mi cuello. Me giré y le miré. Fever... Tenía fiebre en todo el cuerpo. Fui desabrochando uno a uno los botones de mi blusa de raso plateado. Con un golpe de la música la abrí, dejando al descubierto mi sujetador de encaje. Abrió los ojos como platos. El raso me acariciaba los brazos y la espalda mientras me deshacía de la camisa. Me di la vuelta de nuevo, desabroché la falda y la dejé caer al ritmo que imprimían mis caderas.

I’m a fire. Fever, yeah I’ll burn forsooth... Mi cuerpo ardía y se exasperaba. Bajé uno de los tirantes del sujetador, luego el otro. Liberé los corchetes con una sola mano. Puse mis manos sobre las copas del sujetador y me contoneé, acariciándome. Cuando Bublé me lo permitió, levanté el sujetador mostrando mis pechos y mis pezones erectos por la excitación, como el miembro de mi espectador. Manuel aullaba...

Chick were born to give you fever... Me puse de lado y jugué con las tiras de mis braguitas. Las bajé despacito mientras me inclinaba, resbalaban por mi trasero y llegaban al suelo. Saqué un pie, luego el otro. What a lovely way to burn... Me puse frente a él, con una mano tapando mi pubis y la otra en alto, dando por finalizado el show...

En cuanto sonó la trompeta que anunciaba el final de la canción, se levantó y se abalanzó sobre mí. Me besó poseído por la excitación. Sus manos se paseaban por mi cuerpo desnudo y su sexo se frotaba contra mí. Como pude le conduje hacia mi habitación, entre besos, mordiscos y caricias desenfrenadas. Le tumbé sobre la cama y me puse encima de él. Nos besamos con celo perruno, como si se fuera a acabar el mundo. Él me acariciaba el culo y uno de sus dedos llegó a mi sexo, provocándome un escalofrío.

Le arranqué los botones de la camisa y se la quité. Estaba sentada sobre su pene y me froté un poco contra él. Me excitó sobremanera notar su miembro erecto bajo el pantalón. Tenía el torso velludo, pero no mucho. Todo un hombre... Le quité los zapatos y los calcetines antes de bajarle el pantalón y los calzoncillos. Estaba a punto de reventar. Me acerqué a él y puse un pecho en sus labios. Lo lamió como un caramelito. Le besé y bajé por su cuello, sus hombros torneados, su pecho, su vientre... Y llegué a su sexo. Olía a almizcle y excitación. No pude evitar probarlo. Estaba caliente y mi saliva apenas podía aliviarle la calentura. Mi lengua exploró cada poro, cada rincón. Manuel gemía y su respiración se entrecortaba. No quería que se terminara tan pronto. Estaba demasiado excitada como para desperdiciar esta noche. Saqué un condón del cajón, lo abrí, y lo coloqué sobre su glande. Acerqué mi boca a su pene y bajé el condón con mis labios, despacito.

No puedo más, Bea. Hazlo ya, por favor...

Ante esa súplica no pude resistirme. Me coloqué sobre él y fui introduciendo su miembro en mi cuerpo poco a poco. Me gusta torturar a los hombres. Sentí que me llenaba con su calor. Movía mis caderas despacito, atrapándole con mi cuerpo. Gemíamos al compás de los movimientos, cada vez algo más rápidos y profundos. Iniciamos un baile frenético de sabores y locuras. Tus manos sobre mis pechos obraban milagros y las mías recorrían la seda de las sábanas. Cerré los ojos y vi el cielo entre tus brazos. Grité hasta quedarme sin aliento. Cada vez empujaba más fuerte. Te aferraste a mi espalda y la arañaste cuando te vertiste en mí. Exprimí tus últimas gotas entre jadeos y vi fuegos artificiales a través de la ventana de tus ojos.

Dormimos desnudos y abrazados bajo la luna, pero pronto la luz de la mañana se coló entre las cortinas e inundó la habitación. Desperté y ya no estabas. Sólo había una nota en la almohada:

"Te espero esta noche en El Búho con 40 grados de fiebre".