FETICHISTAS: La venda

FETICHISTAS es una serie de relatos independientes que exploran distintos fetiches y fantasías sexuales, como el exhibicionismo, los pies, el voyerismo y muchos otros. En «La venda», un hombre hetero descubre placeres nuevos.

Cuando mi novia me soltó un día que quería probar algo nuevo en la cama, sinceramente mi primera idea fue que hablaba de un juego de sábanas o algo por el estilo. Llevábamos tanto tiempo sin follar que ni se me pasó por la cabeza que pudiera estar hablando de eso.

―No, mi amor ―dijo ella―. Es una… fantasía que tengo.

―¿Una fantasía? ―pregunté, sonriendo entre dientes―. ¿Y cuál es esa fantasía?

―Tiene algo que ver con esto ―repuso, ligeramente sonrojada, sacando algo de detrás de su espalda. Una tira de tela que reconocí como una de las tres únicas corbatas que tengo, ninguna de las cuales me he puesto una sola vez en los últimos cinco años. Yo arqueé las cejas.

―¿Quieres que me vista con traje y follemos así? ―pregunté.

―¡No! ―respondió ella, riendo por lo bajo―. No, lo que quiero es… ―Acercó sus labios a mi oído y, con un suave hormigueo despertando en mi nuca, me susurró―: Lo que quiero es sentarte en una silla, atarte las manos a la espalda, taparte los ojos con esta corbata y hacerte lo que yo quiera.

Mi polla saltó como un resorte al oír aquello, tan rígida y caliente que casi resultaba doloroso. Miré a mi novia, tratando de decidir si aquello que me estaba diciendo iba en serio o era alguna broma suya. Pero su rostro no dejaba lugar a dudas. Su mirada lasciva, su labio inferior, preso entre sus dientes, sus mejillas ligeramente sonrojadas.

―¿Y cuándo tienes pensado hacerme todo eso? ―pregunté, separando las piernas para mostrarle el bulto de mis pantalones.

―Ahora mismo, si quieres.

―Ya ves que sí que quiero ―respondí, llevándome una mano al rabo y estrujándolo. Ella sonrió y me tendió una mano. Me guio hasta el comedor, en el centro del cual colocó una silla y se volvió a mí de nuevo, mirándome con una golosa sonrisa. Me quitó la camiseta, tirándola, dada la vuelta, en el suelo. Se deshizo de mis zapatillas y calcetines, desabrochó mi pantalón, dejándolo caer hasta los tobillos y los apartó junto con el resto de ropa que me había quitado. Así, en calzoncillos, mi polla más dura de lo que la había tenido en mucho tiempo, me empujó delicadamente, sus manos en mi pecho, sentándome en la silla. Lo primero que hizo fue cubrir mis ojos con la corbata, atándola en mi nuca, cegándome completamente. Ni siquiera la silueta de su cuerpo al moverse de acá para allá me resultaba visible. La oí rodearme, deteniéndose detrás de mí, agarrando mis brazos, uniendo mis muñecas y entrelazándolas con algún tipo de suave tela. Otra de mis corbatas, probablemente. Con un sólido nudo, me inmovilizó las manos detrás de la silla. Di un tirón con el que comprobé que, aunque quisiera, no podría liberar mis muñecas. No fácilmente, al menos.

―¿Estás listo, mi amor? ―susurró su voz en mi oído. Me estremecí, tragué saliva, mi rabo echando humo bajo la ropa interior.

―Sí ―dije.

Labios en mi pecho. Un tierno calor me besaba el pecho lentamente, con detenimiento, unas ardientes manos posándose en mis muslos, masajeándolos mientras la lengua jugaba primero con un pezón, luego el otro. La boca descendió lentamente por mi torso, besándome el abdomen, lamiendo mi piel y abriéndose paso hasta mi ombligo y más allá, encontrando la fina tela del calzoncillo, el cálido aliento filtrándose a través del tejido y empapando mi palpitante polla de inmediato.

―Joder… ―jadeé, al tiempo que los labios, todavía sobre el calzoncillo, exploraban la longitud de mi rabo enhiesto, que se estremecía ante tal suave y húmedo tacto. Me mordí el labio mientras esas manos masajeaban mis muslos, ascendiendo, los labios y lengua humedeciendo mi ropa interior, los dedos deslizándose bajo la tela y encontrando mis cojones, acariciándolos con parsimonia, arrancándome profundos jadeos.

Las manos tiraron firme pero cuidadosamente de la ropa interior, que cayó al suelo y, sin perder una fracción de segundo, la boca se tragó mi polla entera, con un entusiasmo que jamás había encontrado en mi novia. Comenzó a comerme el rabo con tal fruición que sentí que mi mente abandonaba mi cuerpo. Los labios envolvían mi grosor con firmeza, la lengua deslizándose por toda mi longitud, dejando tras de sí un húmedo reguero ardiente que me hacía vibrar de gusto. Mientras la boca se encargaba de devorarme la polla, las manos me masajeaban los cojones, deliciosas cosquillas naciendo en mi piel.

―Dios, cariño… ―gemí, incapaz de creer que aquello estuviera ocurriendo. Mi novia nunca parecía dispuesta a comerme la polla y, las veces que lo había hecho, había sido con desdén, desgana. Esta vez, sin embargo, la boca me devoraba con un frenesí desmedido, las oleadas de placer ahogándome, mi rabo abriéndose paso en la estrecha garganta, adueñándose de ella, deleitándose en ese fuego del que en tan raras ocasiones había podido disfrutar.

―¿Te gusta, amor mío? ―dijo la voz de mi novia a mi oído… al mismo tiempo que la boca se tragaba mi rigidez al completo.

―Espera ―dije―. ¿Qué coño pasa? Quítame la venda ―exigí, pues entendí de inmediato que estaba sucediendo algo que escapaba a mi comprensión. La boca todavía envolviéndome el rabo, oí la risita de mi novia en el oído al tiempo que sus manos me quitaban la venda.

La luz invadió mis ojos de inmediato, cegándome momentáneamente, así que tardé un par de segundos en percatarme de lo que estaba ocurriendo:

―¿¡PERO QUÉ COJONES ES ESTO!? ―vociferé, mis manos tratando de apartar al maricón que estaba arrodillado frente a mí, su boca llena de mi polla. El nudo que había hecho mi novia, sin embargo, impidió darle la hostia que mi mano deseaba propinarle en la cara a ese desgraciado que, todavía sin sacarse mi rabo de la boca, me miraba sonriente―. ¡QUÍTATE! ¡APÁRTATE, MARICÓN DE MIERDA!

El maricón se sacó mi polla de la boca y se apartó de mí. Miré a mi novia que, sonriente, me acariciaba el pecho con sus largas uñas.

―¿Qué cojones? ―dije, el corazón acelerado―. Desátame, Natalia. Desátame ahora mismo.

―Cariño, relájate ―repuso ella, besando mi cuello, un placentero escalofrío invadiéndome muy a mi pesar―. ¿No te he dicho que tenía una fantasía?

―Sí, joder, pero no me habías dicho que era esto ―repuse, lanzando una iracunda mirada al maricón que me había estado comiendo la polla cuando creía que era mi novia.

―¿No te ha gustado cómo te la chupaba, mi amor? ―preguntó mi novia, besando mis labios.

―¿Cómo cojones me va a gustar que un mariconazo me coma el rabo? ¿Tú estás loca o qué te pasa?

―Pues a mí me parecía que te estaba encantando ―repuso ella.

―Joder, porque pensaba que eras tú ―me excusé.

―Es igual lo que pensases ―intervino ella―, el caso es que lo estabas disfrutando ¿no?

―Supongo… ―admití.

―¿Por qué no le dejamos seguir? ―preguntó.

―¿Qué? ―dije yo―. ¿Que me la siga comiendo el maricón?

―Deja de llamarle así, cielo ―dijo mi novia―. Se llama Marcos, no «maricón».

―Me da lo mismo ―repuse.

―Venga, cielo, te lo estabas pasando tan bien que me estaba poniendo muy, muy cachonda ―dijo con voz juguetona mi novia. Yo la miré y me percaté por primera vez que tenía una mano profundamente enterrada en el pantalón. Mientras el maricón (o, mejor dicho, Marcos) se había estado atiborrando con mi polla, mi novia se había estado metiendo los dedos por el coño.

Esto hizo que mi polla, que había perdido algo de fuelle al descubrir quién me la estaba mamando, volviera a endurecerse en un abrir y cerrar de ojos. Miré a mi novia, luego a Marcos, finalmente, a mi rabo. Suspiré, pero no dije nada.

―Anda, venga ―insistió mi novia―. Te lo compensaré después.

―Joder macho, en qué putos follones me metes ―rezongué, haciendo un gesto afirmativo con la cabeza, dando a entender que daba mi consentimiento para que Marcos volviera a enterrar la boca en mi entrepierna. Tanto él como mi novia sonrieron ampliamente y observé cómo el tío volvía a ocupar su puesto entre mis piernas y, de a una, se tragaba mi rabo, ojos fijos en los míos.

Por más que quisiera negarlo, Marcos me estaba matando a placer. Nunca en la vida me habían hecho una mamada tan espectacular como aquella. La cabeza del tío subía y bajaba a toda velocidad, su boca succionando mi grosor, su lengua valsando por mi largura, sus labios recorriéndome entero, desde la punta hasta los huevos, que se estremecían cada vez que mi glande le penetraba la garganta.

De reojo pude ver cómo mi novia se masturbaba debajo del pantalón, los ojos fijos en la acción, Marcos sin perder el ritmo, mis jadeos en aumento, los dedos de mis pies retorciéndose, el sonido de mi polla, embadurnada en espesas babas, entrando y saliendo de la boca de Marcos a toda velocidad resonando por todo el comedor.

―Mi amor ―dijo mi novia, observando cómo Marcos me devoraba―, se me ha ocurrido una cosa.

―¿El qué?

―¿Por qué no dejas que Marcos juegue un poquito con tu culo?

―¿¡Cómo!? ―exclamé―. No, no, no, no, no, no, no, no, no, ni hablar, ni de coña vamos, eso sí que no.

―Venga, cariño, estoy a punto de correrme ―dijo ella, sus dedos profundamente en su coño―. Solo un poquito. Y esta noche te dejaré que me hagas lo que tú quieras, te lo prometo. ¿Porfi? ―suplicó, haciendo pucheritos con los labios.

―Me cago en mi vida, Natalia. ¿Qué quieres ahora, que el maric… que Marcos me encule? ¿Eso quieres, ver cómo a tu novio le revientan el ojete? ¿Te pone cachonda eso?

―Mucho ―dijo, dejándome sin palabras. Desde luego, jamás se me habría ocurrido que aquello pudiera excitarla en lo más mínimo.

―Joder… ―mascullé―. Pero solo la punta ―dije, ojos muy abiertos―. Solo la punta ―repetí, mirando amenazadoramente a Marcos, que asintió lentamente―. Solo la punta o te reviento, ¿me oyes?

―Tranquilo, solo la punta ―repitió Marcos, hablando por primera vez.

Mi novia me desató las manos y, sintiendo las muñecas ligeramente entumecidas, me levanté, masajeándomelas lentamente. Los tres nos dirigimos al dormitorio, mi corazón aporreándome la garganta con absoluta violencia, aterrorizado ante lo que se avecinaba.

―Ponte en la cama ―dijo Marcos―, a cuatro patas.

Lanzando una mirada cargada de veneno a Marcos y otra a mi novia, hice lo que me pedía el tío, exponiendo la parte de mí que nunca había visto el sol a ambos. Casi pude oír a Marcos relamiéndose mientras sentía que se acercaba a mí.

―¡Ah! ―exclamé en un ahogado gemido de inesperado placer. Aquello no era, ni mucho menos, lo que suponía que iba a suceder. Algo suave, caliente y muy húmedo rozó mi agujero, del que saltaron chispas de gozo que recorrieron mi cuerpo. La lengua de Marcos comenzó a proferir lengüetazo tras lengüetazo a mi ojete, que parecía palpitar cada vez que su lengua me abandonaba. La sensación, tan desconocida pero tan extrañamente familiar al mismo tiempo, me hacía gemir suavemente mientras la lengua del tío comenzaba a explorar mi entrada con suma curiosidad.

Pasados unos minutos, noté algo más duro acercarse a mi culo. De inmediato, todos los músculos de mi cuerpo se tensaron. Marcos debió de notarlo, puesto que, en un susurro, me dijo:

―Relájate. Respira hondo y relaja los músculos. No te va a doler.

Traté de hacer lo que el tío me había pedido mientras su rígida erección se postraba frente a mi entrada. El corazón me latía desbocado. Busqué con la mirada a mi novia que, completamente desnuda, piernas separadas, se llevaba los dedos al coño a toda velocidad, sin perder detalle de la escena que se desenvolvía ante sus ojos. Ver aquello, de algún modo, logró relajarme lo suficiente como para que mi culo consintiera que la polla de Marcos se adentrara, mínimamente.

Sentí que mi cuerpo se abría mientras su rabo entraba, lentamente, hasta que su glande hubo quedado completamente alojado en mí. No sentí dolor, solo una incómoda sensación de algo que amenazaba con desgarrar mis entrañas. Poco a poco, la punta de su cipote comenzó a salir y entrar, milímetro a milímetro, de mi culo, que sentía un leve cosquilleo con cada movimiento del rabo del tío.

―Cariño, no sabes cómo me está poniendo verte así ―dijo mi novia, mordiéndose el labio mientras yo recibía la polla de Marcos en el ojete. Sus caderas se movían a velocidad cada vez mayor, su rabo logrando colarse poco a poco más profundamente en mí.

―¿No habíamos dicho que solo la punta, cabrón? ―solté, al sentir que tenía, por lo menos, la mitad de su erección clavada en las entrañas.

―Tú tranquilo, confía en mí. Verás como te gusta.

―Sí, que te lo has creído túuuuUUH… ―comencé a decir justo en el momento que su rabo se clavaba súbitamente en un punto dentro de mí que me hizo gritar, un cegador fogonazo de placer tomando el control de mi cuerpo―. ¡Dios! ―gemí, lo cual provocó dos cosas: primero, mi novia comenzó a masturbarse con mayor fiereza, y, dos, Marcos tomó mi gemido como permiso para recibir su rabo al completo. El tío se enterró en mí, sus muslos chocando sonoramente contra mis nalgas, sus caderas moviéndose deliberadamente, su rabo presionando aquel punto en mi interior que me hacía ver las estrellas y perder el sentido.

Oía a Marcos jadear, veía a mi novia meterse los dedos, sentía el inconmensurable placer mordiéndome la piel con cada arremetida que me asestaba Marcos con su polla, que parecía enterrarse cada vez más profundamente en mí. Sus embates se volvieron gradualmente más profundos, más acelerados, más mordaces, hasta que acabó por empotrarme contra la cama, mis brazos cediendo, mi cabeza enterrándose entre las sábanas, el placer acumulándose en mis cojones, que detonaron con tal potencia que por unos instantes solo vi blanco.

Mi polla escupió copiosos cañonazos de lefa sobre la cama, mi cuerpo entero temblando, mi garganta dejando escapar intensos gemidos, la cabeza dándome vueltas ante ese imposiblemente intenso placer que, lejos de amainar, solo parecía crecer y crecer. Marcos, al fin, abandonó mi cuerpo, dejándome extrañamente vacío y, con un fuerte rugido, vi de reojo cómo se corría, su orgasmo mezclándose con el mío.

Mis recuerdos de los minutos siguientes se vieron borrosos en mi mente. El placer que había sentido me había dejado exhausto y, probablemente, perdí el conocimiento un par de segundos, puesto que, cuando recobré la consciencia de quién era y dónde estaba, Marcos ya había desaparecido. Mi novia me miraba, una mórbida sonrisa en los labios, mientras yo, que aún sentía mi culo abierto de par en par, respiraba profundamente, restos de placer aún acariciándome los muslos.

―¿Te lo has pasado bien? ―le pregunté a mi novia.

―Mucho, mi amor, ¿y tú?

―No ha estado mal ―dije―. Pero, recuerda tu promesa; esta noche, eres mía. Y me voy a ensañar contigo a base de bien.

―Me muero de ganas, amor mío.


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Eso es todo, nos leemos pronto.