FETICHISTAS: El gimnasio

FETICHISTAS es una serie de relatos independientes que exploran distintos fetiches y fantasías sexuales, como el exhibicionismo, los pies, el voyerismo y muchos otros. En «El gimnasio», dos desconocidos encuentran algo en común en las duchas.

Mentiría si dijera que la principal razón por la que piso el gimnasio cinco veces por semana es para entrenar. Cierto, es algo que hago cada vez que vengo, pero no es eso lo que me trae aquí casi cada día. No. No, la razón verdadera por la que decido pasar gran parte de mi tiempo en este lugar es otra. Es por lo que, a veces, ocurre después de entrenar. El vestuario es un magnífico lugar en el que admirar la belleza de la desnudez masculina. Tras meses frecuentando el lugar, he llegado a dominar una discreta técnica con la que observar poderosos pectorales, abultados abdominales, musculosos muslos y exuberantes entrepiernas.

Aquí me encuentro, después de correr en la cinta y levantar pesas durante algo más de una hora, el sudor de mi frente aún regando mis sienes, sentado en el banco del vestuario, la sudada camiseta hecha un ovillo a mi lado, fingiendo prestarle toda mi atención al teléfono móvil. La realidad, por supuesto, es otra.

La realidad es que, desde hace días, un chaval de no más de veinte años ha comenzado a frecuentar el gimnasio. Un chico alto, esbelto, con abultados bíceps y marcado abdomen por el centro del cual discurre ininterrumpida una fina hilera de vello rojizo, desde su ancho pecho hasta su hirsuta entrepierna. Hoy es el primer día que tengo la suerte de coincidir con él en el vestuario.

Mientras desnuda su cuerpo soy plenamente consciente de las furtivas miradas que me dedica. Está claro que, igual que yo he puesto mi interés en él, él ha hecho lo propio en mí. El interior de mis calzoncillos se remueve solo de pensar lo que, si todo va bien, pasará en cuestión de minutos.

Dado que estamos solos en el vestuario ―apenas son las ocho de la mañana, y la mayoría de gente no pisa este gimnasio hasta bien entrada la tarde― y el chaval tiene un claro interés en mí, puesto que sus dorados ojos me devoran la piel, dejo el teléfono móvil en la taquilla y, lanzándole una intensa mirada, observo mientras exhibe su cuerpo para mí, dejando que sus calzoncillos caigan hasta sus tobillos, revelando una polla venosa que comienza a despertar. La punta de mi lengua se pasea por mis labios. El chaval me sonríe mientras se agacha para recoger el calzoncillo, dándome la espalda, regalándome una gloriosa imagen de sus rígidas nalgas y tensos muslos.

Con una última mirada por encima del hombro, el joven se pasea, sin molestarse por cubrir su desnudez, de camino a las duchas. Poniéndome en pie, me deshago de mi ropa interior, la embuto en la taquilla junto con el resto de mis pertenencias y, mi polla ya comenzando a erguirse, sigo sus pasos.

Las duchas están dispuestas en dos hileras, cinco a un lado, cinco al otro, enfrentadas entre sí. Normalmente, uno correría la cortina al entrar en una de ellas, no solo por intimidad, sino también para informar al resto de usuarios de que aquella ducha estaba ocupada. El chaval, en cambio, no ha tocado la cortina de la última ducha. Sonriendo, me coloco en la ducha opuesta a la que él ocupa y dejo que el agua se lleve los restos de sudor que se aferran aún a mi piel.

Mis ojos se clavan en el esculpido abdomen del chaval, cuyos dedos se enredan en estos momentos en su frondoso cabello castaño, la espuma discurriendo por sus sienes, alcanzándole el cuello y resbalando hombros abajo. Embadurno mis manos en gel y lo froto por mi pecho, mi abdomen y, al fin, por la entrepierna, donde mi rabo ya arde, duro como el mármol. Colocándome de tal modo que pueda verme sin problemas, me agarro la polla firmemente y me pajeo despacio, con calma, dejando que el agua caiga sobre mi erección y me obsequie con placenteras cosquillas mientras observo al joven aclararse el cabello y abrir los ojos, que se lanzan como una flecha a mi rabo.

El chaval se muerde el labio mientras su mano danza desde su abdomen hasta su velluda entrepierna, donde su polla termina de despertar al ver cómo me masturbo con los ojos fijos en su desnudez. Durante largos minutos, el chaval se pajea mirándome, yo me pajeo mirándole, el placer que mi mano ejerce en mi polla trasladándose al chico como telepáticamente. Le veo estremecerse. Relamiéndome, sin soltar mi rabo, con la mano libre le hago un gesto. Un simple movimiento de mi dedo índice. No necesito nada más. De inmediato, el chaval, traviesa sonrisa en el rostro, deja atrás su ducha y, la polla danzando alegremente, se acerca a mí.

Su cuerpo desnudo se une al mío y siento el calor de su piel. Sus labios me encuentran, le sujeto la cabeza mientras devoro esos labios, tiernos, dulces. Mis manos recorren su espalda hasta encontrar ese culo, respingón, duro, suave y tan apetecible que con dificultad logro contenerme.

Aparto los labios de los suyos y coloco las manos en sus hombros. Firmemente, le empujo al suelo, y él, de rodillas, queda con la cabeza a la altura de mi polla, que siente ya un expectante hormigueo. Miro hacia abajo a tiempo para ver los labios del chaval separarse y llevarse mi rabo a la boca, un delicioso calor tomando el control de mi cuerpo de inmediato. Siento su juguetona lengua en el glande, sus manos masajeando mis huevos, sus ojos leonados clavados en los míos. Poco a poco, mi polla se hunde en su garganta, estrecha y caliente, hasta desaparecer por completo. El placer que me inunda me lleva a cerrar los ojos y sujetar la cabeza del joven, moviendo las caderas adelante y atrás en lentos y deliberados movimientos, sintiendo cómo mi erección entra y sale de su boca, su lengua danzando frenéticamente por toda la extensión de mi rabo.

Pasan varios minutos antes de que mis manos suelten el rostro del chico, que deja que mi polla abandone sus labios y se pone en pie una vez más. Me da la espalda, apoyándose contra la pared, arqueando la espalda de tal forma que su delicioso culo queda expuesto. Sin pensarlo un instante, me arrodillo frente a sus nalgas, las muerdo, lo que provoca que el chaval deje escapar varios gemidos ahogados. Mis manos separan sus dulces nalgas para revelar el estrecho, rosado y delicioso agujero del joven. Mi lengua se entierra en su entrada y siento de inmediato el cuerpo del chico temblar. Lengüetazo tras lengüetazo, humedezco y dilato su estrechez hasta que mi dedo índice es capaz de aventurarse en sus entrañas con facilidad. Mi dedo entra y sale despacio y él gime, gustoso.

―¿Quieres polla? ―le susurro al oído.

―Sí ―responde él.

Mi rabo se encuentra con su entrada y, ejerciendo una mínima presión, mi glande resbala en su interior. El chico deja escapar un quejido mientras me abro paso en su estrechez, que se dilata y tiembla levemente, luchando por acoger mi rabo entero.

Mis huevos tocan los suyos y, agarrando sus hombros, mis caderas cobran vida, embistiendo con suavidad el culo del chaval, que, ojos en blanco, gime y se deja follar mientras se masturba con fruición. El ritmo de mis acometidas aumenta, mi polla colándose cada vez más profunda en su cuerpo, deleitándose en esa deliciosa y cálida estrechez suya, que estruja mi polla de tal manera que mis gemidos se unen a los suyos.

El placer que me proporciona su culo es tal que pierdo todo control y sujeto sus caderas con fuerza para empotrarle con creciente ferocidad, mi polla abandonando su agujero casi por completo solo para volver a salir disparada a lo más profundo de sus entrañas. El volumen de sus gemidos aumenta, mi cuerpo entero arde y tiembla, mis huevos chocando con los suyos, mi polla follándose frenéticamente ese culito que parece pedir más y más y más.

―¿Te gusta que te folle? ―pregunto.

―Ah… Sí… Sí… ―logra gimotear el chaval, ojos en blanco, puños cerrados.

―¿Te gusta mi polla?

―Sí.

―Dilo ―le mando―. Dime que te gusta.

―Me encanta tu polla ―susurra él. Esto es suficiente para lograr que mi cuerpo estalle. Mi polla se desliza a través de su agujero hasta el exterior y, de una brutal sacudida, comienza a descargar abundante y espesa lefa que le cubre las nalgas y la espalda. Estremeciéndome con fuerza, doy unas últimas sacudidas a mi enrojecido rabo, el semen terminando de salir e impactando violentamente en la piel del chaval, cuyo agujero, enrojecido, parece palpitar.

Le doy la vuelta al chaval y le agarro la polla, masturbándole con deleite mientras veo cómo su cuerpo tiembla, su pecho subiendo y bajando a toda velocidad al ritmo de su exhausta respiración. Veo sus mejillas enrojecidas, sus pezones erectos, toda su piel erizada.

―Me corro ―gime el chaval. Con tremenda violencia, su polla explota en mi mano, escupiendo cuerdas de semen que salpican sonoramente contra el suelo, vaciándole los huevos al chaval, que parece a punto de perder el conocimiento.

Su polla comienza a dormirse antes de que mi mano la suelte. Jadeando, sus ojos se abren y encuentran los míos. Le sonrío. El chico me besa, sus temblorosos dedos explorando mi cuerpo, cubierto en agua y sudor.

Enjabono su cuerpo mientras él se recupera de las embestidas que mi polla le ha regalado y, al terminar, cierro el grifo, el agua cesando de inmediato y ambos abandonamos la ducha. De camino a las taquillas, no puedo evitar sonreír al ver al chaval caminar con las piernas ligeramente separadas. Algo me dice que tendrá problemas para sentarse durante un par de días.


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Eso es todo, nos leemos pronto.