FETICHISTAS: A carcajadas

FETICHISTAS son relatos independientes de ficción que exploran distintos fetiches y fantasías sexuales. En «A carcajadas», Matías sufre una placentera tortura de cosquillas.

Cuando llegó el momento de irse a la cama con su cita, no pensó que «sus extraños gustos» serían aquellos. La pareja, entre besos, manoseos y risas, se dirigió a la habitación donde la cita de Matías le había dicho que guardaba sus «cosas».

La estancia era una pequeña sala cuadrada desprovista de todo mueble a excepción de una extraña camilla en el centro justo de la habitación. En la parte superior, donde uno pondría la cabeza, Matías vio unas esposas. En la inferior, donde irían los pies, había, igualmente, otro par de grilletes. Matías parpadeó un par de veces antes de mirar a su cita.

―¿Qué es eso?

―Ya lo verás ―sonrió su cita misteriosamente antes de acercarse a Matías y prácticamente arrancarle la camiseta, descubriendo su amplio pecho. Sus dedos exploraron los pezones de Matías mientras él acariciaba la espalda de su cita. Poco a poco, su cita fue abriéndose paso hacia abajo, cruzando su abdomen y desabrochando su pantalón, que cayó, olvidado, en una esquina de la habitación.

Acercando la cabeza a los abultados calzoncillos de Matías, su cita aspiró profundamente su aroma. Matías pudo ver el rostro pálido de su cita ruborizarse, fruto de la evidente excitación que su olor le había causado. La lengua de su cita humedeció la tela del calzoncillo, Matías estremeciéndose levemente, mientras las manos de su pareja bajaban por sus duros muslos, rodeándole los tobillos.

Sin dejar de lamer su calzoncillo, la cita de Matías le quitó primero una zapatilla, después la otra. Entonces, su boca descendió lentamente por su muslo, besándolo suavemente, encontrando la rodilla, descendiendo, lamiendo el tobillo, aspirando el aroma de sus calcetines. Matías supuso que aquel era el «gusto extraño» de su cita y, aunque no había explorado esas áreas antes, se dejó hacer.

La cita de Matías le besó los tobillos, lentamente, Matías sintiendo el intenso calor de sus labios y su aliento. Sintió su polla, dura y húmeda a causa de toda la saliva que su cita le había dejado en la ropa interior.

―Túmbate ―dijo su cita mientras se ponía en pie. Matías miró a su cita, luego a la tumbona. Se colocó sobre ella, sus pies colgando más allá del borde. Pudo ver cómo su cita se mordía intensamente el labio―. Echa los brazos atrás.

―¿Me vas a esposar? ―preguntó Matías, tratando de sonar más relajado de lo que estaba.

―Tú tranquilo ―dijo su cita, sujetando primero una muñeca de Matías, luego la otra, dirigiéndolas hacia las esposas, que se cerraron a su alrededor, inmovilizando de inmediato los brazos del hombre.

―¿Y ahora? ―quiso saber Matías. Su cita sonrió.

―Ahora, lo mismo con los pies ―respondió y apresó los tobillos de Matías con los grilletes como había hecho con las muñecas. Aunque quisiera, Matías no podría salir de allí si su cita no se lo permitía.

―Oye, no sé… ―comenzó a decir Matías, corazón desbocado, pero su cita se sentó de inmediato sobre su erección, su culo frotándose contra su rabo, sus labios besándole intensamente, sus manos acariciándole el pecho. Matías se relajó un tanto y se dejó llevar.

Pasados unos instantes, la cita de Matías se incorporó. De inmediato, sus dedos comenzaron a danzar por los costados de Matías, que sentía apenas el roce de las yemas de aquellos dedos, suaves y calientes, contra su piel. Se estremeció y una pequeña risita nació en sus labios.

―Me haces cosquillas ―dijo Matías. Su cita se relamió.

―Bien… ―respondió, sus dedos enloqueciendo por el torso de Matías, que sentía espasmos de cosquillas recorrerle el cuerpo. Aquellos dedos se movían por sus costados, su abdomen, su pecho. Cuando alcanzaron sus axilas, Matías no pudo evitar retorcerse, riendo a carcajadas ante las intensas cosquillas que le estaba causando su cita.

Entre risas, Matías comenzó a sentir que le faltaba el aire. Pero su cita, empeñada en torturarle de aquel modo, seguía enterrando los dedos en cada milímetro de su desnudo e indefenso torso, acompañando sus cosquillas con circulares movimientos de su culo, presionado firmemente sobre su polla, que, a pesar de todo, no había perdido su erección en lo más mínimo.

El cuerpo de Matías parecía vibrar, sus piernas moviéndose sin control, los dedos de sus pies retorciéndose desesperados, la risa rasgándole la garganta, el aire cada vez más escaso en sus pulmones. Justo cuando pensaba que se desmayaría, las cosquillas cesaron y su cita se apartó de su cuerpo.

Matías observó cómo su cita se agachaba y recogía algo de debajo de la camilla. Una larga y mullida pluma de color escarlata. Sonriendo, contoneándose suavemente, su cita acercó la pluma al cuello de Matías, que sintió que el vello de su cuerpo se erizaba. Suaves cosquillas besaron su cuello allá por donde la pluma pasaba. Las cosquillas regresaron a sus axilas, aunque más suaves, dulces, placenteras que las que había recibido de los dedos de su cita. Matías cerró los ojos, su piel de gallina, retorciéndose y riendo incapaz de controlarse. La pluma recorrió su cuerpo, entreteniéndose en sus muslos, el inmenso cosquilleo arrancando gruesas lágrimas de los ojos de Matías mientras la pluma seguía su camino, inexorable, hasta sus pies.

Apenas la pluma hubo rozado la planta de su pie izquierdo, Matías se estremeció con tal fuerza que la camilla pareció crujir levemente. Sus sonoras carcajadas solo animaban a su cita a seguir torturándole de aquella forma, pues, inmóvil como estaba a causa de los grilletes, estaba completamente a su merced.

Con plumas, con los dedos, con la lengua, su cita mataba a cosquillas a Matías, centrándose en las áreas que había descubierto eran sus más sensibles; las plantas de sus enormes pies, el interior de sus poderosos muslos, sus hirsutas axilas.

―Ay, por… favor… ―intentaba decir Matías, entre terribles risas y espasmos―. No puedo… respirar…

De inmediato, las cosquillas murieron. Su cita le acababa de dar una preciada tregua, que Matías aprovechó para llenar sus pulmones de aire y relajar su cuerpo para estar preparado para la siguiente ronda de terrible tortura de cosquillas.

Matías vio a su cita acacharse nuevamente y extraer de debajo de la camilla un extraño artefacto que, a primera vista, se le antojó similar a un micrófono. Era blanco, tenía en un extremo una especie de esfera y un botón en un lado. Cuando su cita accionó el botón, Matías entendió que no se trataba de un micrófono, ni mucho menos. El artilugio comenzó a vibrar sonoramente apenas hubo sido activado y Matías miró a su cita mientras, con una perversa sonrisa, le dirigía el vibrador a las plantas de los pies.

―¡AH! ―gritó entre carcajadas Matías, pues las cosquillas eran casi insoportables. Su cita comenzó a reír con él mientras llevaba el vibrador a las axilas y pecho de Matías, que se retorcía tratando de apartarse de aquel artefacto del demonio que a punto estaba de matarle de la risa.

El vibrador alcanzó entonces el calzoncillo de Matías y las cosquillas que comenzó a sentir en el rabo le hicieron estremecerse con gran intensidad. Cerró los ojos, el hormigueo creciendo en su polla y lamiéndole los cojones y los muslos, placer brotando de su interior. Retorciendo los dedos de los pies, mordiéndose el labio, Matías dejó que su cita le masturbara con aquel artilugio, deshaciéndose de sus calzoncillos, liberando su erecta polla, que, ahora que la tela no se interponía en su camino, recibió plenamente las vibraciones del aparato en su piel.

Con una mano, su cita sostenía la polla de Matías en alto, mientras con la otra, acercaba el vibrador al punto en que nacían sus huevos y, con movimientos circulares, recorría el tronco de Matías, que comenzó a jadear, cabeza echada hacia atrás, espalda arqueada ligeramente. La mano con la que la cita de Matías le sujetaba el rabo comenzó a subir y bajar, masturbándole al tiempo que el vibrador le regalaba aquellas placenteras cosquillas que parecían crecer y crecer hasta engullirlo por completo. El vibrador encontró el glande de Matías a quien le sobrevino un intensísimo placer, sus glúteos temblando violentamente, los dedos de sus pies retorciéndose, sus puños cerrándose, sus jadeos in crescendo, mientras su cita aceleraba el ritmo de la mano con la que le masturbaba, el vibrador insistentemente asediando cada milímetro de su polla y cojones.

Tal era la intensidad del placer que aquellas cosquillas le entregaban a su glande, que Matías, perdiendo todo control de su cuerpo, se estremeció, se retorció, gimió, gritó, tembló, sus huevos bailando, su polla vibrando con la fuerza de aquel aparato que le arrancó el más intenso orgasmo que había tenido en su vida. Sintió su lefa salir despedida con brutal violencia, ametrallándole el pecho y más allá, goteando por su barbilla y cuello.

Aún corriéndose, el vibrador se apretó con fuerza contra el minúsculo espacio entre sus huevos y su agujero, la vibración penetrándole profundamente, animando a su cuerpo a que todavía más lefa saliera despedida de su rabo.

Mareado, sin aire en los pulmones, sudoroso y aún temblando, Matías cerró los ojos mientras su cita apagaba el vibrador y liberaba sus pies y manos de la camilla donde acababa de sufrir la más placentera tortura a la que jamás le hubieran sometido.


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