Fetichismo entre primas

Este pequeño relato es mitad ficción y mitad realidad.

Transcurría una mañana como cualquier otra en casa de Amanda. Hacía un día fresco y soleado, los árboles se mecían perezosamente a capricho del suave viento matinal.

Dentro de la casa todo estaba silencioso y apacible, a pesar de que era habitada por dos familias. Amanda era la joven hija única de uno de los dos matrimonios que habitaban el lugar; la otra familia estaba conformada por la hermana de la madre de Amanda, su esposo y dos hijos adolescentes: Carlos, el mayor y Karen, la menor.

Mientras todos seguían dormidos en casa, Amanda se dispuso a echar la ropa a la lavadora. Comenzó por separar la ropa sacándola del cesto de la ropa sucia, pero entonces vio una prenda que no era suya: unas bragas blancas de algodón de aspecto inocente. Obviamente pertenecían a su prima Karen. A veces a ella le gustaba probarse ropa de Amanda, y a menudo dejaba prendas suyas en su habitación, pero era la primera vez que se había olvidado una prenda íntima. Cosa muy extraña, porque nada de lo que Amanda le permitía probarse requería quitarse las bragas. Amanda miró con más detenimiento las braguitas blancas de algodón y notó una tenue manchita amarilla en la zona del protector higiénico de la prenda, a la vez que le llegaba un hilillo de la cálida fragancia de las bragas. Pensó en echarlas junto con su lavandería para dárselas luego a Karen, pero prefirió guardarlas para entregárselas así, sucias. "Quizá le dé vergüenza que haya visto sus bragas así… mejor, para que sea más cuidadosa con sus cosas", pensó. Tiró distraídamente las bragas al cesto de la ropa sucia y se fue con su ropa para lavarla.

El día transcurrió con tranquilidad hasta entrada la noche. Casi no había actividad en casa porque en los fines de semana cada quién tomaba su rumbo y así, sus padres y sus tíos salían a cenar y Amanda y sus primos iban a fiestas diferentes o salían con amigos. Esta noche fue la excepción para Amanda y se quedó en casa. Como no tenía nada mejor qué hacer, se decidió a poner un poco de orden en su caótica habitación y empezó a mover, barrer y limpiar hasta que una vez más vio las bragas. Desde la mañana ya se había olvidado de ellas, y quizá luego se le olvidarían otra vez, así que decidió dejarlas en la almohada de la habitación de Karen "Quizá entienda el mensaje", pensó. Tomó las bragas y se encaminó a la habitación de su prima. Al ponerlas en la almohada, nuevamente llegó a ella la tímida pero obscena fragancia que manaban las bragas de su prima. El olor era un poco embriagante, pero resultaba interesante. Era muy parecido a su propio olor, pero con marcadas diferencias; era un poco más dulce, pero un poco más concentrado y picante. Qué extraño… le gustaba. Se sentó a la orilla de la cama de su prima y, aún pensando que era una locura, pegó la nariz justo en la zona donde estaba la tenue mancha de color amarillo pálido.

El olor se hacía más interesante cada vez, pero sorbió tanto de esta fragancia que pronto le pareció habérsela terminado, así que fue más lejos: hurgó dentro de la ropa sucia de su prima y sacó algunas bragas más. El aroma era más intenso y resultaba extrañamente agradable… y estimulante. Pronto notó que sus propias bragas se humedecían con velocidad. "Vaya locura que es esto…" musitó para sí. Se detuvo con la mirada extraviada, debatiéndose entre ir un poco más lejos o hacer caso a la sensatez y dejar todo como estaba, y marcharse a su habitación. Mientras cavilaba de este modo, cruzó las piernas y una sensación placentera recorrió como una onda expansiva todo su cuerpo y el epicentro se ubicaba en su propio clítoris. Pocas veces había estado tan estimulada y sensible, así que decidió mandar el sentido común al carajo y se tumbó en la cama con las bragas pegadas a la nariz mientras metía sus manos bajo las propias bragas, acariciando su húmeda y caliente vulva. Sus dedos resbalaban placenteramente entre los pliegues de su concha y al tocarse el clítoris, corrientes eléctricas le hacían arquear la espalda, poniendo los ojos en blanco. El aroma cálido y perverso de su prima inundaba sus fosas nasales y resultaba delicioso. De pronto, el frenesí de onanismo se detuvo súbitamente. Una de las bragas que desfilaban ante su nariz olía extrañamente familiar. Olía a ella. Las miró detenidamente y efectivamente: eran unas bragas que hacía tiempo no veía, blancas de seda con encaje y obviamente, sucias… ¿Qué hacía su prima con ellas? "Probablemente fue cuando dejó sus propias bragas de algodón en mi habitación. Quizá quiso probarse una de las mías… pero si fuera así, estas bragas no olerían a mí, sino a ella…"

Esos pensamientos la distrajeron de su pequeño festival fetichista y regresó a su habitación pensativa… ¿Su primita le robaba las bragas sucias para olerlas… justo como ella misma acababa de hacer? Quizá fue una coincidencia. Lo mejor era cerciorarse, así que regresó a la habitación de su prima y vació en el piso la cesta de la ropa interior, buscando lencería que le resultase familiar. No hubo hurgado mucho, cuando encontró dos más, y tres, y cuatro. Las examinó con el olfato y todas guardaban su propio aroma. Esto no era una coincidencia.

Decidió dejar todo como estaba antes de pensar en qué hacer. Era definitivo: la única razón por la que su prima guardase su lencería sucia era… sí, lo que recién había hecho la misma Amanda.

A la mañana siguiente, luego de haber pensado mucho durante la noche, Amanda decidió confrontar a Karen, (omitiendo por razones obvias el episodio del frenesí de fetichismo) sólo para asegurarse de qué estaba pasando. Así que se dirigió a su habitación y la encontró dormida en su cama. Una de sus piernas se asomaba debajo de las cobijas dejando ver su piel tersa y nívea. Amanda retiró las cobijas esperando que su prima se despertase bruscamente con eso, pero siguió durmiendo apacible. Estaba un poco de lado y dejaba ver sus nalgas redondas y hermosas, cubiertas tímidamente por la delgada tela blanca que conformaba su braguita de algodón. El rostro de Karen estaba sonrosado, sus labios carnosos y tiernos estaban ligeramente entreabiertos y su negra y brillante cabellera caía en mechones desordenados hacia el frente, cubriendo parcialmente sus ojos. Su cuerpo entero invitaba a comerlo: Karen era ligeramente regordeta, pero no gorda. Era una bonita niña rolliza y rosada como un amanecer.

Amanda empezó a lubricar a chorros y su corazón latía con fuerza. "Esto debe ser una locura…" pensó mientras se inclinaba sigilosamente hacia su prima, y bajaba con cautela sus bragas. Vio los signos externos del sexo de Karen. El escaso vello púbico era negro y terso, y la pequeña hendidura debajo lucía carnosa y rosada. Amanda abrió con cuidado las piernas de su prima y su pequeña y carnosa concha se abrió, justo como una flor, rosácea y fragante. Se inclinó entre las piernas de Karen y sorbió el aroma. Allí estaba, contundente, pleno y mucho más intenso el aroma que le sedujo la noche anterior. Amanda sabía que nadie más había llegado a casa aún, así que se atrevió a dar sólo una probada… y se iría. Pero al voltear la mirada hacia arriba, se encontró con la mirada de su prima que recién se había despertado. ¿Recién se había despertado? ¿Cuánto llevaba despierta?

Se quedó bien quieta, sin apartar la mirada de los ojos de su prima

Continuará-