Fetichismo de pies

Relato con los pies de la novia de mi compañero de piso.

Me llamo Diego. Tengo veintidós años y soy estudiante. Por motivo de mis estudios tuve que desplazarme de mi ciudad natal y estoy viviendo de alquiler en un piso compartido con dos compañeros, Rubén y Álvaro.

La historia que voy a contar ocurrió un sábado, hace unos meses. Álvaro y yo habíamos salido de fiesta (el viernes). Rubén se había quedado en casa porque tenía que trabajar por la mañana y porque había venido la novia a verlo y quería pasar tiempo con ella. Nos había comentado que su novia, Laura, (a la que nosotros no conocíamos) se quedaría a dormir en el piso, pero yo ya me había olvidado por completo.

El caso es que llegamos a casa, y Álvaro se fue directo a la cama. Yo estaba reventado e intenté hacer lo mismo, pero por alguna razón no me quedaba dormido. Y como ya eran las cinco de la mañana y no paraba de dar vueltas en la cama, me di una ducha, me fui al salón y me puse a ver unos capítulos de Mad Men para ver si me quedaba dormido.

Eran las siete de la mañana, y lejos de entrarme el sueño, al contrario, me había despejado. Escuché cómo crujía la puerta de la habitación de Rubén al abrirse. También escuché dos voces, la de Rubén, y la de Laura. Se habían despertado juntos “Qué bonito” pensé para mis adentros, entre risas.

Tenía curiosidad por ver cómo era la novia de Rubén. Rubén es un tío muy raro, así que podía esperarme cualquier cosa. Pero cuando entraron en el salón me quedé de piedra. “¡Vaya pivonazo se ha echado el cabrón!” pensé.

Rubén me la presentó, se fueron a la cocina y al poco tiempo, Rubén se marchó. En ese tiempo yo había aprovechado para recoger un poco el salón, que estaba indecente. Laura entró en el salón.

Era alta, guapísima y tenía un cuerpazo. Podría ser modelo perfectamente.

-¿Qué tal? Le pregunté. ¿Ya se ha marchado Rubén? (Aunque era obvio que sí).

-Sí, se acaba de ir.

-¿Has desayunado? Yo voy a prepararme un café, ¿quieres uno?

-¡Sí, por favor! Todavía tengo las sábanas pegadas…

-Pues siéntate si quieres en lo que lo preparo.

-¡Muchas gracias!

Ella se sentó en el sofá y yo me fui a la cocina a preparar el café. No dejaba de preguntarme cómo podía Rubén estar con una tía tan buena.

Unos minutos más tarde volví al salón con el café y dos tazas. Ella estaba sentada en el sofá.

-¡Anda! ¿Estás viendo Mad Men?

-Sí, intentaba quedarme dormido. ¿Quieres azúcar?

Me senté a su lado.

-Sí, yo me lo echo, no te preocupes. ¿Entonces todavía no te has acostado?

-Qué va, he intentado quedarme dormido, pero no había manera, así que intentaré quedarme despierto hasta después de comer.

-Caramba, qué aguante…

En ese momento ella se recostó en el sofá y yo pude admirar su cuerpo. Ella debió de notarlo, porque sonrió, pero no dijo nada.

-Entonces, ¿lleváis mucho saliendo?

-No mucho, un par de meses.

-Rubén es buen tío.

Ella no dijo nada. Se estiró y colocó los pies sobre una mesita que tenemos enfrente del sofá.

Yo soy fetichista de los pies, así que sin saberlo, acababa de pulsar el resorte definitivo de mi excitación. Me quedé turbado mirándolos.

-¿Te gustan?

-Ehmm… no. O sea, sí. Son bonitos…

-¿Bonitos? Jajaja Por la mirada que has puesto yo diría que te parecen más que bonitos…

Empezaba a sentirme incómodo. Ese tema siempre ha sido un poco tabú para mí, y no me veía capaz de hablar de ello. No dije nada, pero tampoco encontré la forma de cambiar de tema.

-¿Del uno al diez, qué nota les pondrías?

Contesté sin pensar: -¿Podríamos cambiar de tema, por favor? Pero me acababa de delatar.

Entonces ella me puso los pies enfrente de la cara y me dijo:

-Venga, míralos bien, ¿qué nota les das?

Notaba cómo me palpitaba la polla. Ya no quería cambiar de tema.

-Un… un nueve.

-¿Sólo un nueve?

Entonces me los acercó más, hasta que hicieron contacto con mi cara.

-Un diez. Son un diez.

-Eso ya me gusta más.

Me quedé ahí, con la cara apoyada contra las plantas de sus pies. Estaba en el cielo.

-Lámelos.

Empecé a lamerlos. Ya no cabía en mí de excitación. Entonces ella me desabrochó el cinturón, me bajó los pantalones y sacó mi polla de su corsé. Mi polla palpitaba con furia y ella empezó a masturbarme lentamente mientras le chupaba los pies.

Entonces ella se levantó el camisón, se bajó las bragas y dirigió mi polla hacia su coño. Estaba empapada y entró con facilidad. Empezó a botar arriba y abajo hasta llevarme al límite.

Entonces se separó de mí y me dijo “Quiero que te corras en mis pies”. Y me corrí diez segundos después. Salió la leche a borbotones. Sus pies estaban encharcados y goteaban semen sobre mi pantalón y sobre el sofá.

-Mira qué desastre, Diego… Vas a tener que limpiarlo todo… con la lengua.

Entonces me metió colocó sus pies encharcados de mi semen en la cara. Me dispuse a lamerlos, mientras me pringaba toda la camiseta. Poco después ella se limitó a decir “Me vuelvo a la cama”. Me guiñó un ojo, me tiró un beso y desapareció.