Festival para los sentidos

De cómo con poco gasto y un poco de imaginación un ‘polvo’ se puede convertir en una inolvidable experiencia sensitiva.

Festival para los sentidos.

En aquella ocasión la Sra. Albers y yo habíamos decidido que el encuentro sería en mi modesto apartamento de alquiler en el vecindario de Coconut Grove. Ella saldría de su casa a media tarde para asistir a una reunión de las mujeres de los miembros de la junta rectora del centro donde estaba estudiando, y aprovecharía la salida para ir al cine a la última sesión.

Yo había pasado toda la semana preparando el encuentro, pidiendo algunos objetos a compañeros y amigos, comprando las pequeñas cosas que me faltaban y planeando someramente como iba a intentar sorprenderla creando un autentico festival para los sentidos. Y por fin llegó el jueves del encuentro.

Ese día había faltado a clase con la excusa de no encontrarme bien, y había dedicado el tiempo a preparar el ambiente y los detalles. Aparté la mesa y las sillas del comedor hasta un rincón de la estancia y extendí en el suelo una alfombra roja de pelo largo que pedí prestada a un amigo, unas gruesas velas estratégicamente situadas permitían iluminar toda la sala sin necesidad de encender las lámparas. El vino que llevaba desde el día anterior en la nevera lo pasé a un decantador de cristal con un hermoso tapón de vidrio esmerilado, y lo introduje en una cubitera para que mantuviese la frescura. Y también saqué de la nevera una sencilla ensalada de aguacates y zanahoria, y unas pequeñas brochetas de frutas recubiertas de chocolate.

Eran la ocho de la noche cuando sonó el timbre de la puerta y acudí a abrir. Allí estaba ella, magnífica, radiante, con el aire de autoridad de quien se siente segura de si misma y realzada por el vestuario que llevaba.

Llevaba Susan un traje con falda entubada en color gris claro con raya diplomática, bajo la chaqueta podía verse una brillante camisa de seda en color marfil y bajo la falda se podían ver las medias también en un color muy pálido, y unos zapatos grises de medio tacón. Toda una escultural ejecutiva, exactamente al revés que yo, que la recibí con los pies descalzos y envuelto en una sedosa bata de estar por casa en color grana con los vivos dorados.

La invité a entrar ayudándola a quitarse la chaqueta y tras dejarla en un perchero procedí a recorrer el comedor encendiendo las velas y apagando la iluminación eléctrica. Mientras realizaba esta maniobra, no podía dejar de mirar a la hermosa mujer que tenía ante mí, y ver como ella aprovechó el tiempo para suavemente descorrer las presillas, bajar la cremallera lateral de la falda y dejarla caer a sus pies. Le pedí que no se quitara las medias, unas preciosas medias hasta media pierna, sujetas con una fina liga dorada. Le propuse que se acomodase en la alfombra y ella accedió a ello dejando atrás tanto la falda como los zapatos.

En tanto traía de la cocina la ensalada, las brochetas y el vino ella se había sentado de costado en la alfombra con las piernas estiradas a un lado, la camisa llegaba hasta el suelo y le daba un aspecto entre sensual y salvaje.

‘¿Qué me quieres emborrachar para aprovecharte de mí?’ preguntó entre risas al ver la cubitera donde se refrescaba el rubio licor. ‘¡Jamás!, nunca haría nada que no deseases’ le contesté en el mismo tono alegre mientras escanciaba un par de generosas copas.

‘Por los momentos vividos y los que nos esperan’ brindó alzando la copa y llevándola lentamente hasta sus labios teñidos de carmín. ‘Amen’ respondí a su saludo y tras tomar un poco del líquido elemento, continuamos consumiendo algunos elementos de la ensalada y la conversación se dirigió por derroteros más prosaicos comentando lo cansada que venía de la reunión, puro acto social de mujeres ociosas que sólo servían para comadrear un poco.

Una vez hubimos dado cuenta de la ensalada y de más de media botella de vino, y antes de atacar las brochetas chocolateadas, volvió a su tono vivaz y pícaro para preguntarme si ya me había repuesto de nuestro anterior encuentro. ‘Compruébalo tu misma’ respondí al tiempo que soltaba el cinturón de mi bata y abriéndola le dejaba ver la ya considerable erección que se producía bajo mi ceñido ‘slip’. Lo que vio parece que obró su efecto y con un movimiento casi felino se abalanzó sobre su objetivo, ni que decir tiene cual era.

Fue tanto el ímpetu desarrollado que consiguió hacerme perder el equilibrio y caer de espaldas sobre la mullida alfombra. Con el ansia que ya había mostrado en nuestro anterior encuentro introdujo la mano bajo la prenda y procedió a extraer el pene en tanto le regalaba una buena ración de caricias, una vez fuera lo sujeto con mayor firmeza, comenzó un suave movimiento de su mano recorriéndolo en toda su longitud y rápidamente comenzó a introducirlo entre sus labios. No le bastaba esto y sin dejar de introducirlo progresivamente, más y más en su boca con las manos situadas en mi trasero, agarro la cintura del ‘slip’ y al momento lo desplazó por mis piernas hasta mis muslos. No diré que se lo puse difícil, con un sencillo movimiento de piernas acabe por desprenderme de el. Entre tanto mis manos habían comenzado a recorrer su cuerpo desde las caderas hacia los senos arrastrando en su marcha la camisa, llegado al pecho procedí lentamente a desabrochar uno a uno los nacarados botones de la camisa y a bajársela hasta liberarla de ella.

Llevaba Susan un sujetador, que a duras penas podía cubrir sus enormes senos, en un color hueso y como siempre a juego con el también diminuto tanga. También de la prenda superior la liberé, y al roce pude notar lo erectos y duros que tenía los pezones. Mientras tanto ella seguía su particular cruzada, lamiendo, y succionando en toda su extensión mi ya más que considerable verga. Sin dejar de acariciar todo su cuerpo, ejercí una ligera presión para indicarla que fuese rotando su cuerpo alrededor del mío, de tal forma que al poco tiempo ya se encontraba en una orientación casi totalmente contraria a la original. Aproveche la situación para levantar un momento una de sus piernas del suelo e introducirme entre ellas.

En esta posición no presentaba ninguna dificultad apartar ligeramente su tanga y comenzar, con mis labios, un recorrido por toda su zona púdica. La humedad que ya desprendía su dulce raja, me servía de indicador del nivel de excitación que estaba alcanzando. Mis labios se posaron en los suyos, y poco a poco ayudado por la lengua los fui separando hasta lograr introducirla totalmente en aquella cueva del deleite.

Su cuerpo comenzaba a notar los efectos de mi obrar, y lo que al principio fue un sonoro lamido, con ese sonido exagerado de quien quiere halagarnos mostrando lo mucho que disfruta, fue poco a poco tornando en un ligero ronroneo y posteriormente en entrecortados jadeos. Al tiempo, su ritmo, tan ordenado al principio, arriba, abajo, dentro, fuera, tornose más irregular, más sincopado.

Mi lengua seguía haciendo efecto sobre su cuerpo, ya acariciando sus húmedos labios vaginales, ya rodeando un clítoris cada vez mas firme y voluminoso, ya acercándomelo hasta los labios para poder introducirlo en mi boca y excitarlo con suaves succiones y un ligero mordisqueo. Susan, en ese sólo podía expresar su terrible deseo, sus labios pedían, exigían, imploraban más.

Tras unos minutos en esta posición pude notar como todo su cuerpo se tensaba y finalmente en un movimiento espasmódico se producía una explosiva emisión de jugos vaginales que resbalaban por las comisuras de mis labios para desparramarse por sus piernas. Ella, totalmente desmadejada se dejó caer sobre la alfombra. Aproveche para coger una de las broquetas de fruta que había preparado para la ocasión, arranqué una de las piezas cubierta de chocolate con los labios y acerqué mi boca a la suya fundiéndonos en un profundo beso. Nuestras lenguas se entrelazaban en un frenético jugueteo junto con la fresa cubierta de dulce chocolate que había cogido.

Aun exhausta por el efecto del reciente orgasmo, decidí seguir con la velada que había planificado y ayudándola a extenderse totalmente boca abajo sobre la alfombra me situé sentado sobre su trasero, estiré sus brazos para dejarla totalmente extendida y comencé a recorrer su cuerpo con un suavísimo plumero que había dejado estratégicamente al alcance, con el recorría, como en una caricia, su espalda desde los hombros hasta la base, trazando arabescos por su cuerpo.

Una vez superada esta primera fase, desplacé mi cuerpo unos centímetro hacia sus piernas, y situé mi aún firme verga entra sus nalgas, a la vez extraje de la cubitera uno de los cubitos de hielo que flotaban y suavemente torne a recorrer su cuerpo, en esta ocasión la reacción fue inmediata, su cuerpo se tensaba con cada nuevo escalofrío que le hielo producía en su hermoso cuerpo, esta reacción también tenia un segundo efecto, pues al reaccionar al frío, contraía la musculatura y cerraba las nalgas, produciendo un suave efecto de placentera opresión sobre mi pene.

En este estado de recuperación y recuperación en que se hallaba inicié un autentico masaje, con ayuda de un frasco de aceite perfumado que había adquirido, procedí a derramar el contenido por su cuerpo, teniendo especial cuidado en lubricar su zona anal, y comencé a masajear tanto sus hombros como su zona lumbar.

Viéndola esbozar una tierna sonrisa comprendí que había llegado el momento de seguir con nuestros jugueteos. Situado como estaba a su espalda no me costó mucho asirla por la cintura y elevarla hasta adoptar una posición a cuatro patas.

Procedí a retirarle el tanga bajándolo hasta las rodillas y realizar una profunda penetración entre sus piernas. Un momento especial, yo bombeando con fuerza y rítmicamente, ella movía la cintura realizando un preciso movimiento tanto circular como de vaivén, adelante y atrás que reforzaba el golpeteo y la profundidad de la penetración. Nuevamente el pequeño ronroneo de placer.

El momento resultaba asombroso, y allí delante de mí tenia además aquel más que atractivo y deseable trasero, no pude reprimirme, cogí el tapón de vidrio del decantador, y tras pasarlo suavemente por la llama de una de las velas para quitarle la sensación de frescura, lo acerqué lentamente a su orificio anal y comencé con suavidad a introducirlo, un poco de presión, un ligero movimiento circular, un poco más adentro, y así fui distendiendo progresivamente el esfínter.

Ella poco a poco había aumentado la frecuencia y el volumen de sus gemidos y no mostraba ninguna sorpresa ante mis maniobras, ni siquiera cuando procedí a extraer mi pene de su vagina y aproximé su cabeza al orificio posterior, con una ligera presión comencé a introducirlo y a notar como su esfínter, sólo ligeramente relajado iba atrapando mi verga en un firme abrazo. Más adentro, más adentro y aun un poco más, hasta que conseguí la total introducción. Ya mis testículo golpeaban sobre sus nalgas, pero ello no hacía mella en el deseo de placer de Susan, antes bien lo acrecentaba, sus movimientos de vaivén se volvieron más intentos y rápidos, como si quisiera recuperar el tiempo perdido al no haber alcanzado el orgasmo en la anterior penetración.

Aquello ya no podía durar mucho, parecía que me iba a estallar y con un espasmo de placer que recorrió todo mi cuerpo eyaculé una gran cantidad de semen en su interior y dejándome resbalar extraje el pene de aquel hermoso culo que había conquistado.

Como he indicado la Sra. Albers no había quedado totalmente satisfecha y se dispuso a volver a la carga, yo tendido boca arriba en la alfombra y ella, sentada en mis piernas comenzó una de sus habituales sesiones de caricias, masajes, y masturbación para tornar otra vez la forma idónea a mi arma amatoria, poco a poco fui recuperando el resuello y ya podía notar el palpitar del bombeo de sangre volviendo a hincharla, en tanto ella me confesaba que por el dolor que le producía, ningún otro de sus amantes había llegado a conquistar aquella fortaleza que yo acababa de hollar y que le había abierto un nuevo camino en el mundo de los placeres físicos.

Los esfuerzos de Susan habían hecho su efecto y me volvía a mostrar en plena forma con dureza y tamaño más que suficiente para volver al combate, así que Susan se alzó sobre la punta de sus pies y manteniendo mi órgano sujeto firmemente, lo dirigió hacia su entreabierta concha, introdujo con suavidad la cabeza de mi pene y rápidamente se dejó caer provocando una profunda penetración.

Con qué maestría se balanceaba sobre mi cuerpo, que acompasado movimiento y mientras yo disfrutaba del espectáculo de sus voluminosos y turgentes senos, sus expandidas y obscurecidas aureolas sus grandes y duros pezones que jugueteaban trémulos entre mis dedos, una caricia por aquí, un liguero pellizco por allá, todo en Susan llamaba al placer más rotundo, al abandono de toda inhibición, al desenfreno de la pasión más lasciva.

Ella seguía su peculiar cabalgada cual una amazona experta, yo comenzaba ya a notar los espasmos anunciadores del orgasmo y debía realizar un esfuerzo para no abandomarme, y mientras tanto sus pechos en mis manos, acariciando, amasando, como si de un erótico masaje se tratara, y de vez en cuando atrayéndolos hacia mi rostro, y mi boca, mis labios, mi lengua jugueteando, lamiendo, mordisqueando y succionando sus duros pezones.

Ella volvía a elevar el tono de sus suspiros llevándolos de nuevo a convertirse en más que audibles gemidos de pasión y de placer. Y yo llevado por la euforia del momento volví a alcanzar un sublime orgasmo y emití un nuevo chorro seminal que borboteo por su vagina hacia el exterior.

Pero aprisionado como estaba por sus piernas no pude abandonar mi posición y ella continuaba cabalgando, con un ritmo más frenético, con más empuje, casi con rabia y por fin ella también, el clímax, la explosión de placer y con el clímax el estallido de un autentico aullido de placer.

Tras esto quedamos exhausto con los cuerpos durante un rato fundidos en un profundo e intimo abrazo. Silencio, paz tras el combate.

Y por fin pareció darse por satisfecha, considerar colmado su deseo, y viendo además lo avanzado de la hora, en forma tranquila, parsimoniosa procedió a levantarse, recorrer la estancia recuperando la ropa, dirigirse al baño y volver perfectamente arreglada, nada denotaba lo que acabamos de realizar, yo en tanto permanecí indolente recostado en la alfombra.

Aún antes de despedirse y salir por la puerta, se inclinó sobre mí, arrodillándose, y rodeó con sus labios la punta de mi pene, succionando unas tímidas gotitas de semen que asomaban. Pude verla relamerse mientras se alejaba con cara de una gran satisfacción y esperando nuestro próximo encuentro.

No volví a verla hasta la fiesta de fin de curso, pero me tuvieron demasiado ocupado para poder estar con ella. Y como digo siempre, pero eso ya es otra historia.

Alex.

el_4ases@yahoo.es