Felizmente casada [1]
Casada con el hombre de su vida, soñando con Ana.
Felizmente casada, enamorada del hombre de mi vida, del padre de mis hijos… sintiéndome día a día afortunada por tenerlo a mi lado y feliz de cada minuto que disfrutamos el uno del otro. Pero ella era la protagonista de mis sueños de media noche, Ana: divorciada, con pareja, vivía sola con su hija.
En el trabajo hacía una calor insoportable, el aire acondicionado se había estropeado y sudaba como pocas veces había sudado. Ana vino a traerme sus documentos, sofocada y malhumorada, dejándolos sobre mi mesa después de decir:
- Por favor, estoy empapada! Tengo el sujetador mojado, hasta el ‘chichi’ me suda, y mira que lo llevo ‘pelao’! Qué desesperación de calor!!!
El canalillo le brillaba del sudor, y bajo su camiseta de tirantes se intuían unos pechos firmes, una talla 90, diría yo. Tenía los ojos oscuros, penetrantes, con espesas pestañas.
- Yo estoy igual que tu, nena… creo que comienzo a fusionarme con la silla, me derrito por momentos!
Mientras se alejaba, me di cuenta de que miraba su silueta alejarse, contoneándose a paso ligero, dando pequeños saltitos que provocaban que su castaña melena se balancease brillando con cada movimiento y marcando el que parecía un culo pequeñito y firme. Bonito.
¿Por qué la estaba mirando? ¿Qué tenía, qué, que esa mirada no era como las habituales cuando veía a una mujer u hombre hermosos, cuando sencillamente podía alabar en mi mente sus cualidades físicas y pasar a otra cosa…? ¿Qué tenía ella que mi mirada la deseaba? No era ninguna belleza suprema, pero era bonita, era cercana, la intuía tierna… y ardiente.
Pasé buena parte de la mañana analizando mis pensamientos, realizando proyectos de fantasías sexuales a su lado, imaginando su esbelto cuerpo entre mis manos, acariciando su piel.
Fantasear con escenas lésbicas no era algo nuevo… tenía claro que era feliz con mi vida, muy feliz, y que no estaba dispuesta a perderla, a perder a mi hombre o romper mi familia, por nadie. Pero ¿realmente me quedaría con las ganas de probar el sexo con una mujer por el resto de mis días? ¿Tan horriblemente amoral sería satisfacer una experiencia sexual diferente? ¿Acaso no nos gustaba probar cosas nuevas en otros ámbitos? ¿Podría considerarse una infidelidad?
Lo pensé. Volví a preguntármelo. Y llegué a la respuesta de un contundente: “si, así son las cosas, te quedas con lo que tienes y te tragas las ganas”. El precio por encontrar a tu media naranja demasiado pronto era que las experiencias sexuales se reducían drásticamente si eras fiel, venía en el contrato. Tan drásticamente como a una, si como en mi caso, era mi marido el que me había desvirgado aun después de dos o tres relaciones anteriores con juegos sexuales que no llegaron a la penetración. Quería que fuese ‘especial’ y que hubiese amor en mi primera vez… y aunque lo fue y lo hubo, ojalá me hubiesen regalado antes de conocerlo una caja de condones y me hubiesen dicho: “¡suéltate el pelo y disfruta de tu cuerpo!”.
El sexo con él no era malo, aunque intuía que tampoco para tirar cohetes. A veces tenía la sensación de tener una pantera negra salvaje en mi interior, con penetrantes ojos rasgados y mirada lujuriosa, que jamás había dejado salir. La pantera necesitaba sentirse en la selva, y la ciudad la arrinconaba. Y parecía que un día acabaría escapándose de mi cuerpo para irse a uno que le hiciera un poco más de caso, o acabaría siendo una dócil minina ronroneante. Puaj, mejor dedicarse al trabajo y buscar refugio después en algún lugar con diez grados de temperatura menos…
Acabó la jornada, y decidí ir a la cafetería de abajo a tomarme un granizado (aunque en realidad me apetecía tirármelo por encima), antes de irme a comer. Llevaba cinco minutos sentada estratégicamente, de frente al aparato de aire acondicionado, cuando apareció por la puerta y me saludó con una sonrisa.
-Creía que no plegábamos nunca! Como no arreglen el aire acondicionado pronto, me pido la baja por calentamiento global.
Sonreí, y ella pidió un café con hielo. Me comentó que había discutido con su chico, que era un egoísta y que no pensaba aguantar a otro igual que a su ex, que lo había mandado a paseo y aun seguía enfadada desde la discusión matutina que habían tenido.
-Venga, pues anímate y vente este viernes a la cena que hacemos, mujer! Ya se que todos los años pasa lo mismo, que media oficina critica a la otra media… pero eh, yo no voy a criticar a nadie, voy a pasármelo bien un rato y ser un poco ‘mujer’, además de esposa y madre… ¿No te hacen unos ‘mojitos’ bien fresquitos???
-Ahora mismo cualquier cosa fresquita me serviría… y no se ni qué hacer, porque paso de ir ahora a casa, que capaz es de estar esperándome allí… ¿Tú no tendrás pensado quedarte a comer por aquí, no?
-Pues lo cierto es que no, pero mi chico tiene hoy una reunión y no venía a comer a casa, así que los peques se han quedado al comedor… venga va, nos quedamos! ¿Qué quieres comer?
Para el viernes el aire ya estaba arreglado, y la jornada pasó mucho más amena. Ana se había animado y se venía a cenar con las chicas de la oficina. Me gustaba la idea de pasar otro rato agradable con ella, la comida del día anterior me había mostrado a una mujer encantadora, con carácter… que me seguía haciendo recorrer sus pechos cuando caía la noche, entre caricias y húmedos besos.
A las 8 me arreglé, peiné, maquillé mis ojos de negro y me vestí con un pantalón recto, tacones y un jersey sin mangas brillante y escotado. Me sentía sexy, llevaba ropa interior negra, y el día anterior me había depilado con especial énfasis, recordando su ‘chichi pelao’ sonreí y me animé, dejando tan sólo una banda fina de vello sobre el pubis. Al caminar, notaba como los labios de mi vagina se rozaban, se deslizaban el uno con el otro. Me sentía erótica, sensual, debía estar ovulando.
La cena fue bastante divertida, fuimos a comer a un italiano y desfilaron por la mesa varias botellas de lambrusco, y casualmente, casi todas hacían parada obligada en la copa de Ana. Cuando llegamos al pub, un local inspirado en estilo nórdico, con mucha madera y música variada, Ana ya iba contenta… Al entrar me estiró de la mano y me llevó directa a pedir unos mojitos; lo cierto es que entraban solos con la cantidad de gente que había allí y el calor que tanta humanidad generaba… La música se fue animando, las copas fueron circulando, bailamos juntos, por separado, y haciendo un poco el payaso… la gente iba animada, contenta, y algunos comenzaban a pasar esa línea que separa ‘el puntillo’ de la borrachera, desvariando un poco y haciéndonos reír a los que aun no la habíamos pasado.
-Acompáñame al baño, anda, que las puertas no cierran bien y tengo que vaciar un poco de lambrusco para que me entre otro mojito!
Entramos en el mismo baño, me quedé apoyada en la puerta y ella hacía ademán de bajarse la ropa interior mientras contoneaba las caderas al ritmo de la música. Era divertido verla así. Cuando acabó, y mientras se colocaba la ropa, me dio las gracias por animarla a salir.
-Me lo estoy pasando genial, de veras! Eres un encanto!
Y se abalanzó sobre mi, dándome un sonoro beso en la mejilla y se dejó caer en un abrazo, que la llevó a apoyar la cabeza sobre mi hombro y caer en la cuenta de que quizá no era buena idea ir directamente a por otra copa, mientras la sostenía por la cintura.
-Ayyy, me da vueltas la cabeza!!! Uuuh! Pero que conste que estoy bien, eh? Y me lo estoy pasando muy bien!
Giró la cara hacia mi cuello, mientras se recomponía, y mi colonia de navidad llegó hasta su olfato.
-Mmm… qué bien hueles, madre! Mmm…, ¿qué colonia llevas? Me encanta…
-La de Alberto Festino, a mi también me gusta mucho…
Siguió oliéndome, intuía sus ojos cerrados por el mareo dejándose llevar por la fragancia, la seguía manteniendo cogida por la cintura, y comenzó a inspirar el olor más intensamente, recorriendo mi cuello con la nariz, arriba, abajo, suavemente. Hasta entonces mi mente sostenía a mi simpática compañera de trabajo algo bebida, sin más, pero un escalofrío en la espalda hizo ‘clic’ cuando fueron sus labios los que comenzaron a recorrerme el cuello…
-Ana, nena…! -Le dije, dándole unas palmaditas con una de las manos que la tenía sujeta. Pero no se inmutó. –Ana, que vas bebida, cielo… ¡se te va la olla!
-Mmm… es la colonia… me encantaaa…
En una lucha entre mi yo ‘decente’ y el que ardía cada noche en deseos con aquella mujer que tenía entre los brazos, pegada a mi cuerpo, y besándome el cuello, conseguí mantener la compostura, enderezarme y separarla de mi, sin soltarla. La miré con mirada interrogante. Ella mantuvo sus ojos clavados en los míos durante no se cuántos segundos, los suficientes para que mi cabeza se olvidase del yo ‘decente’ y aguantase su mirada, en lo que pareció un cortejo silencioso, inmóvil, donde se hizo un breve análisis de lo que estaba a punto de suceder si no lo parábamos de inmediato, algo que sus ojos pedían, que los míos ansiaban. Pensé un segundo en mi marido: lo quería, lo amaba. Pero el había follado con mil antes de que llegara yo y yo solo sabía lo que era aquello con él… nunca había sido infiel… y llevaba años pidiéndomelo el cuerpo! Me cogió la cara con las dos manos y me besó. Yo respondí a su beso con la misma pasión que ella me besaba, abríamos la boca, la cerrábamos, nos mordíamos el labio, recorrimos nuestras lenguas, recorrimos con ellas nuestros labios… Bajé las manos hasta su falda, la pasé, las metí por debajo, franqueé sus braguitas, agarré sus suaves nalgas, la apreté contra mí. Me iba el corazón a doscientos, y tenía la sensación de que me palpitaba en los labios de la vagina. Su respiración se hizo más rápida, la mía la acompañaba, gimió al contacto de mis manos y me apretó contra ella. Sin separarse de mi, sin dejar de besarme, llevó las dos manos a mis pechos, los apretó, metió la mano por encima del escote, por dentro del sujetador, me sacó un poco el pecho, dejando fuera los pezones… duros, reclamantes. Dejó de besarme un segundo, volvió a cogerme con las dos manos la cara, las dos teníamos la respiración acelerada, me miró, me sonrió y comenzó a besarme el pecho, a chuparme los pezones, a lamerlos, mordisquearlos. No me recordaba tan cachonda en la vida. Pasé mis manos delante, no podía aguantar más, su culo me encantaba, me permitía apretarla hacia mí, sentirla, abrazar su cuerpo… pero quería sus labios, su humedad, quería tocarla, sentirla, jamás lo había hecho pero no tenía ninguna duda de qué quería hacer, de qué debía hacer. Metí la mano por encima de la braguita, con los dedos juntos, le acaricié desde el pubis hacia abajo, notando sus suaves labios, abriéndolos ligeramente, notando cómo comenzaba a humedecerse. Ella se había vuelto loca con mis pechos, lamiéndolos suave y ardientemente sin cesar, acariciando mi cuello con la lengua, mordiéndome la oreja. Suavemente deslizaba mi mano dentro de sus braguitas, hacia arriba, hacia abajo, con los dedos le separé los labios, llegando a la entrada de su vagina, que ya estaba completamente mojada . Me encantaba, qué suave era, estaba depilada como yo, era super erótico acariciarla así, allí, sintiéndola, dándole placer. Volvió a besarme en la boca, era una pasión incontrolada. Yo quería más, ella quería más. Rápidamente, presa del mismo deseo que yo y completamente lúcida, me desabrochó el pantalón, abrió la cremallera bruscamente, separando las dos partes de tela a la fuerza, y fue derecha a mis labios internos, a acariciarlos, a recorrerme el clítoris. Sus dedos eran miel, yo estaba igual de mojada que ella, los abría, los cerraba, los subía, los bajaba. Sin dejar de besarnos, sin dejar de comerme su lengua, de comerse mis labios, de gemir, de que nos faltase el aire. Deslicé el dedo corazón en su interior, y mientras con los otros seguía acariciándola, lo saqué, lo volví a meter, deslicé uno más, y otro. Sentía su vagina arder. Gimió de placer, e hizo lo mismo, metiendo tres dedos dentro de mi vagina y acariciándome el clítoris a la vez. Cerré los ojos, aquello era increíble, sentía mi respiración, sonora, agitada, normalmente la controlaba. Aun con el ruido de fundo de la música, de la vibración de las paredes, del ruido de los gritos y conversaciones de aquel sitio… la sentía, me sentía, la excitaba, me excitaba. Paró en seco, me bajó los pantalones y las braguitas de golpe y con toda la lengua fuera me lamió toda, desde la vagina hasta encima del pubis, abriéndome los labios con las manos, sintiendo su calor, su humedad… estaba a dos mil, ya no me entraban las tetas dentro del sujetador, me molestaba todo, solo quería tenerla desnuda encima o debajo de mi cuerpo, me daba vueltas la cabeza…
-¡¡¡TOC, TOC, TOC!!! –Unos golpes violentos aporreaban la puerta del lavabo-. JODER, SAL YAAA, QUE AQUÍ QUEDAMOS UNAS CUANTAS POR MEAR!!!
Continuará la segunda parte si ésta os gusta. ;)
Orquídea.