Feliz Reencuentro

Era una de esas bodas a las que tenías que ir más por compromiso que por gusto.

Feliz reencuentro

Era una de esas bodas a las que tenías que ir más por compromiso que por gusto

...era una de esas bodas a las que tenías que ir más por compromiso que por gusto. Como ocurre siempre en estas cosas, te encuentras con gente que hace años que no ves o con otra que ni te imaginas encontrarte, y en este último grupo podría incluirse Marta.

Marta era una amiga íntima de una novia que tuve. La verdad es que siempre me atrajo pero nunca logré nada con ella por lo frígida que era, aunque siempre existió una mutua atracción. Ese fue también el motivo por el que rompí con aquella novia amiga suya. Nunca pude siquiera sentir sus tetas por encima de la blusa, ¡y las tenía enormes!

Bueno, voy a concentrarme en Marta. Es de altura media, no es lo que se dice guapa pero tiene un "no sé qué" que siempre me gustó. Sus tetas son pequeñas, pero su culo y sus piernas..., ¡mmmm, increíbles!

La saludé al salir de la iglesia y me presentó a su marido. El saludo fue frío e insípido, un ligero estrechón de manos y un par de besos fingidos en la mejilla. Luego, la típica charla de este tipo de ocasiones, nos despedimos y cada uno se fue por su cuenta al salón de banquetes.

Casualmente nos tocó en mesas paralelas, pero con la pista de baile de por medio. Durante el banquete no dejaba de observarla, y descubrí que ella de reojo también me miraba. Y así estuvimos durante toda la cena.

Ya avanzado el baile y con unas cuantas copas de cava dentro de mí, me animé a recorrer el salón en su busca pues hacía rato que no estaba en su mesa. De hecho, prácticamente apenas podía ver la propia mesa por la gente que estaba bailando. La encontré charlando con unas amigas, mientras que su marido estaba en otra mesa con los familiares del novio. Me quedé conversando con unos conocidos de una mesa cercana a la de ella, aunque sin prestar ninguna atención a lo que hablaban. Mis cinco sentidos estaban posados en ella. Cuando por fin se quedó sola un momento, me disculpé con los conocidos que inconscientemente me habían servido de trinchera y me lancé al ataque.

Me senté junto a ella y la saludé de nuevo. Debido al alto ruido de la música tuvo que acercar su oído a mis labios para saber qué le decía. Como su cabello era largo, prácticamente me cubrió la cara con él.

  • Estás más guapa que nunca -le grité al oído y luego, sin pensármelo dos veces, le planté un beso en la oreja.

Observé cómo se sonrojaba pero me sonreía. Charlamos a gritos durante unos minutos como se hace en todas estas fiestas, y le propuse que nos cambiásemos de lugar para alejarnos de la pista y poder descansar nuestras gargantas. Lo hicimos y encontramos una mesa en un rincón lejos de la luz y del ruido, sólo ocupada por un par de viejos que simplemente nos sonrieron al pedirles permiso para sentarnos. Nos pusimos a su espalda y ellos siguieron contemplando el espectáculo de la pista. Tras nosotros sólo estaba la pared.

Continuamos con nuestra charla sobre recuerdos y, sin perder más tiempo, posé mi mano en su pierna por debajo de la mesa. Ella la retiró torpemente, de tal manera que hizo que algunas copas cayeran de la mesa. Al cabo de unos minutos repetí la maniobra y ella volvió a hacer lo mismo, pero sin tanto sobresalto esta vez. A la tercera, ya no retiró la pierna sino que la mantuvo quieta aunque no pudo continuar hablando. Era yo el que hablaba para disimular nuestra postura. El camarero nos trajo unas copas de cava, le di una propina y más tarde nos trajo la botella.

Seguimos sentados hablando de todo y de nada. Tomábamos cava y yo cada vez intensificaba más mis movimientos sobre sus piernas. Ella llevaba un vestido largo pero amplio, de tela suave y semitransparente con una entretela para darle cuerpo. Era uno de esos que no usan tirantes. Con ágil movimiento de mis dedos subí el vestido y logré sentir su pierna. Tenía las rodillas juntas, como le enseñaron las monjas del colegio, pero al introducir mi mano por entre ellas sentí que cedían y me permitían el acceso. La charla fue subiendo de tono y nos llevó al tema del sexo, así que aproveché para decirle cuánto la deseaba en aquel momento. Mientras hablábamos, mi polla se me había puesto totalmente tiesa y, tomando su mano, la guié hasta el bulto que provocaba en mi pantalón.

  • Mira como me pones -le dije suavemente pero mirándole a los ojos.

Pensé que la retiraría de inmediato pero, para mi sorpresa y alegría, la dejó ahí. Sin moverla, pero ahí. Con un rápido movimiento, subí mi mano hasta su entrepierna y gratamente descubrí que usaba liguero. Mis dedos entraron en contacto directo con sus bragas que estaban ¡completamente empapadas! Aparté como pude a un lado la tela y logré sentir su raja totalmente mojada. Noté que tenía poco vello y busqué su clítoris. Al contacto de mis dedos con su botoncito, ella empezó con un rápido movimiento de mano a apretujar mi polla. Me bajé la cremallera y ella en seguida metió la mano y empezó a acariciármela de arriba a abajo intentando masturbarme.

  • ¡Para, para! -repetía una y otra vez pero sin hacer caso ella misma de sus palabras- Esto no está bien.

Siguió masturbándome con locura y yo a ella. Me la meneó de tal manera que no me contuve y me corrí en su mano. Ella, al sentirlo, se corrió también sobre la mía.

  • Tenemos que limpiarnos -me dijo.

Busqué al camarero y, dándole una buena propina, le pregunté por un baño discreto. Me indicó que el gerente del salón, que no se encontraba allí aquella noche, tenía un baño privado en su oficina. Le di las gracias por su valiosa información, nos levantamos y subimos.

La música cesó al cerrar la puerta. ¡Aquella habitación estaba insonorizada! No me contuve y, tomándola en mis brazos, le di un beso apasionado que fue correspondido inmediatamente. Mi pene crecía de nuevo y oprimía mis huevos contra ella. Empecé a manosearla. Agarré aquel precioso y duro culo por primera vez en mi vida estrujándolo con las dos manos y empecé a subirle el vestido.

  • ¡Que me lo arrugas! - dijo.

Encontré una cremallera a un lado y la bajé. Como por arte de magia todo se aflojó. Un leve movimiento de sus caderas bastó para que el vestido se deslizase hasta el suelo, dejándola sólo con las bragas y el liguero puestos.

Sus tetas, a pesar de ser pequeñas, estaban perfectamente conservadas. En el centro de aquellos dos redondos y preciosos pechos se hallaban unos pezones totalmente erectos.

  • ¡Quiero ser tuya! -me dijo abrazándome.

Como pude me aflojé el pantalón que se unió en el suelo al vestido de ella. Rápidamente me quitó los calzoncillos y ante ella apareció en toda su plenitud mi erecto pene. Le bajé las bragas, la giré poniendo su cuerpo en ángulo recto y, sin darle tiempo a decir nada, la penetré. Mi polla se deslizó fácilmente dentro de aquel ancho aunque firme coño. Tenía ante mí aquellas dos preciosas nalgas en que me apoyaba para bombear más fácilmente.

Vi un sofá y la llevé hasta allí. Hice que se tendiera boca arriba en él y le abrí las piernas. Acto seguido, la volví a penetrar. Aquellas dos perfectas piernas me abrazaban con fuerza. Ella gritaba con cada orgasmo, sobándose las tetas y apretándose los pezones. Me atraía a ella con sus piernas, pidiéndome más y más cada vez. Cambié el ritmo y empecé con un lento mete-saca, que consistía en sacar mi polla hasta casi dejarla fuera de su coño para, enseguida, volver a entrar lentamente. Ella rodó y caímos sobre la mullida alfombra. Al caer quedó encima de mí y, en esa postura, empezó a moverse de una forma deliciosa. No sé cuántos orgasmos tuvo, pero lo que sí sé es la enorme cantidad de líquido que desbordaba de su coño en cada embestida y caía sobre mis muslos, empapándolos.

Así estuvimos durante casi media hora hasta que, ya sin poder aguantar más, me corrí, lanzando grandes chorros de semen en el interior de su coño. Ella, al sentir mi caliente líquido caliente en lo más profundo de su ser, volvió a correrse tan abundantemente como la primera vez y cayó rendida sobre mí. Unos instantes después nos besamos y, con gran pereza, nos levantamos. Nos lavamos en el famoso baño y procedimos a vestirnos. Antes de bajar nuevamente al salón nos dimos un largo y ardiente beso de despedida. Naturalmente, bajamos por separado.

Desde entonces nos vemos por lo menos dos veces al mes y siempre es una experiencia nueva. Tiene tanto sexo reprimido que cada vez es explosiva. Ya os contaré más cosas...

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Gata