Feliz Navidad, papi.
Mi papá me da mi regalo de Navidad a escondidas.
Había llegado la noche apenas, la familia mantenía una amena plática en la que no estaba para nada interesada. Era muy aburrido solo estar sentada a vísperas de Navidad, solo jugando con mi celular y fingiendo sonrisas a cada familiar que se me acercaba. Mi papá me lanzaba miradas preocupadas desde la mesa donde estaba, a lo que yo solo me encogía de hombros.
Debo admitirlo, había fantaseado con mi padre y todo sería más divertido si de alguna forma encontrará cómo escabullirme y llevarlo conmigo, aunque sea arrastrando. Así que cuando se me acercó, supe que tenía la oportunidad. Conocía a la perfección la casa donde estábamos, sabía los múltiples cuartos que había y uno en particular donde sabía que no habría problema si hacíamos mucho ruido. Nadie escucharía. Cuando llegó a mi lado, fingí que mi cabeza dolía por la música e inventé la tonta excusa que estaría en ese cuarto, lo cual se le hizo raro porque era justo donde estaban afuera de las bocinas y me maldijo. No obstante, me dejó ir.
Sabía que regresaría, y aunque la habitación no era para nada romántica, sí era perfecta para lo que se venía. Tenía 18 años, ya antes me había masturbado gimiendo bajo su nombre, pfrotándome contra mi almohada pensando en montarlo, alzando mis nalgas para que me cogiera como perrito y me había corrido a chorros. Era virgen aún y pensar en que mi papá me desvirgara hacía mis piernas temblar.
Podía sentir que había mojado ya mis bragas por los sucios pensamientos de mi mente y es por eso que pegué un brinco en la amplia cama cuando la puerta se abrió, el pecado me estaba carcomiendo cuando se arrodilló frente a mí preocupado.
—¿Cómo te sientes? — Preguntó poniendo su mano en mi pierna, lo que me hizo sonreír internamente, porque externamente estaba haciendo un exagerado puchero y pestañeaba para hacerle ojitos mientras negaba con mi cabeza para hacerle saber que, según, me sentía mal. Estiré mis brazos para que me abrazara y el rápidamente lo hizo, este era mi momento.
Rodeé sus caderas con mis piernas para pegarlo a mí, recargando mi cabeza en su pecho y tratando de hacer lo posible para juntar nuestras entrepiernas. Estaba usando un vestido negro que se ajustaba perfecto a mi figura y por la posición ya se había subido un poco dejando ver los calzones rojos de encaje que había usado especialmente para este momento. Me aferré a él y a su masculina espalda, comenzando a moverme contra él discretamente y él por supuesto que lo notó.
— Mariana, ¿qué estás haciendo? — Murmuró, pero no me apartó, lo cual lo tomé como una luz verde para seguir frotándome descaradamente contra su entrepierna donde ya estaba creciendo un bulto.
— Quiero un regalo de Navidad, pá, y te daré el tuyo también. Tú solo disfruta. — Le dije ya sin temor alguno a ser descubierta, soltando pequeños gemiditos contra su oído, sabía que al final cedió cuando sus manos se posaron para sostenerme en mis nalgas.
Empezó a recostarme en la cama y mis caderas no podían parar de moverse contra su cuerpo. Finalmente mi espalda tocó el colchón y él se separó para desabrochar su camisa mientras yo me encargaba de hacer los tirantes del vestido hacia abajo y quitármelo, no usaba sujetador así que mis tetas salieron al aire, firmes y mis pezones erguidos por la caliente situación. Mi papá terminó con su camisa para seguir con su pantalón y yo me abrí de piernas deseando que él mismo me quitara las bragas.
— ¿Te gusta la ropita que me puse para ti? Quiero ser tu putita esta noche, papi. — Le dije con mis mejillas sonrojadas por la acalorada situación. Su mirada estaba viajando por mi cuerpo de arriba a abajo, deteniéndose en mis pechos bien formados y redondos, casi todos los hombres me miraban por eso, pero ahora tengo la atención del único hombre que quería.
— Tan desesperada estás. Guarda silencio, puta, o nos van a descubrir. — Me dijo con autoridad y mis piernas flaquearon, gimiendo alto cuando sus manos rozaron mi zona íntima. Sus dedos se encargan de quitarme mis calzones de encaje y me miró cuando notó que estaba recién depilada desde mi monte de Venus hasta mis labios vaginales, lo hice justo por este momento. — Sucia guarra, lo tenías prepadado. — Dijo sus manos tocando al fin mi intimidad completamente mojada, a lo que mis labios solo respondían con gemidos. — ¿Quién iba a decir que mi niña me deseara?
Yo solo deseaba que se callara y me penetrara, debíamos ser rápidos si no queríamos levantar sospechas, aunque la adrenalina de ser descubiertos me hacía sentir mayor excitación. — Papi, solo hazme tuya ya. No necesito más, te necesito solo a ti.
Mi padre pareció reaccionar ante mis palabras, por lo que rápidamente se deshizo de su ropa interior y me dejó ver su hombría bien erguida, lo que me sacó la respiración ante el tamaño de su enorme pene. No podía a esperar a que me follara y me hiciera rogarle por más.
—Eres enorme y eres mi primera vez.— Solo alcancé a murmurar antes que una de sus manos viajara a uno de mis pechos para apretarlo cada vez que hablaba, el mejor castigo que había tenido desde que tenía memoria. Yo quería montarlo, así que me separé de él y lo obligué a recostarse en la cama, yo estaba con mi ceño fruncido llevando mi mano a su pene para alinearlo con mi entrada y después dejándome caer de sentón en él, me dolió pero me aguanté. Llevé mis manos a su abultada panza, recargándome ahí para tomar impulso como había visto que hacían en vídeos porno y comenzando a saltar en su hombría.
— Ahhh, sí, sí, ¡ah! — Estaba gimiendo como una loca, era mi primera vez y para mí era la mejor sensación del mundo. Mis tetas rebotaban cada vez que saltaba y sus manos solo jugaban con ellas. Poco me importaba ya la noche de Navidad o la música que se escuchaba fuera de la habitación, ahora solo me importaba el obsceno sonido de nuestros cuerpos chocando. — ¡Dame tu leche! —
Me dio una nalgada por gritar mucho, tomándome de aquella forma para evitar que me siguiera moviendo y él comenzara a embestirme, empujándome hacia arriba sin piedad alguna. Mi cuerpo temblaba ante cada oleada de placer y como era primeriza, no pude aguntar tanto mi orgasmo, dejándome ir y corriéndome sobre su pene.
— Ahora falto yo, puta, no creas que te salvaste. — Cada penetración me sacaba gemidos, estaba tan sensible por mi reciente orgasmo y mi papá no tenía piedad, no le importaba aquello y eso me ponía caliente. Solo quería complacerlo, así que como pude, tomé fuerzas para seguir montándolo como si fuera un toro.
— ¡Ah, ah! ¡Sí! ¡Lléname! — Solo gemía descontrolablemente hasta que sentí el líquido caliente en mi interior llenándome, por lo que me dejé caer sobre su cuerpo con pequeños espasmos recorriendo mi cuerpo de arriba a abajo. Me tomó por la cintura para poder sacar su pene de mi interior y me cargó, busqué sus labios con los míos y le di un buen merecido beso, lamiendo su boca con mi lengua. — Feliz Navidad, papi.