Feliz encuentro con la esposa de mi mejor amigo

Alejandro estaba pasando por un mal momento, su enfermedad era un impedimento para estar con su esposa y ella necesitada de sexo recurrió a...

Feliz encuentro no esperado con la esposa de mi mejor amigo.

Esta historia es completamente real, no la he escrito con el fin de publicarla para que me den méritos y me pongan en los Top100, eso sería pedir demasiado y pecar de iluso. Lo hice simplemente para deleitar a aquellos(as) que les gustan los relatos un tanto descriptivos. Me dispensan los lectores por lo largo de éste, sin embargo se debe a que he tratado, en la medida de lo posible de ser fiel a los hechos acaecidos.

María (49), mi esposa y yo (52) siempre hemos sido excelentes amigos de Ana (49) y Alejandro (53), pareja que conocemos desde nuestros tiempos de juventud. María y Ana fueron compañeras de grado y de colegio, yo había estudiado en la misma secundaria que ellas, aunque les adelantaba 3 años. Alejandro y yo fuimos compañeros de universidad, estudiamos juntos algunas clases en común y nos hicimos buenos amigos, María le presentó a Ana y ambas parejas nos casamos recién salidos Alejandro y yo de la universidad. Nuestra amistad era de mucho respeto y confianza y nos visitábamos muy frecuentemente. María es la madrina de la hija mayor de nuestros amigos y tanto madrina como ahijada se ven continuamente y existe mucha amistad entre ellas.

Desde hace tres meses poco más o menos he notado a Alejandro un tanto preocupado y él que es una persona que siempre le ha gustado tomarse sus traguitos al igual que a mí, en nuestras últimas reuniones lo veía bien recatado con el licor.

El fin de semana pasado los invitamos a ambos que fuésemos a nuestra casa en la playa y al igual de los últimos años, nuestros viajes han sido sin hijos, ya que éstos son ya mayorcitos.

Estando en la playa me atreví a preguntarle a Alejandro qué le pasaba, le hice ver que lo venía notando algo así como preocupado y parco en su manera de tomar. Le pregunté si estaba pasando por algún problema económico o alguna enfermedad a lo que me contestó que no, que lo de preocupado eran ideas mías y que lo de los tragos quería reducirlos, ya que le habían salido un poco alto los triglicéridos en su último examen. No me convenció su respuesta, sin embargo no insistí.

Durante la semana siguiente, en una conversación, le expresé mis temores a María de que algo le estuviese ocurriendo a nuestro amigo, para mi sorpresa mi esposa me respondió que así era. Me comentó que en nuestro último viaje a la playa, Ana le había contado que Alejandro estaba pasando por un muy mal momento, que tenía más de tres meses de no poder tener una erección, que había ido al médico y que éste le había mandado un tratamiento de seis meses de duración, habiéndole explicado que producto de una prostatitis crónica, tenia dolores testiculares al eyacular, afectándole a tal punto que dejó de tener erecciones.

Adicionalmente, Ana le comentó a mi esposa que ella estaba desesperada, que tenía más de tres meses de no tener relaciones y que sus necesidades ha tratado de cubrirlas masturbándose, pero que últimamente eso le ha dado más necesidad, en vez de calmarla. Ana le dijo a María que nunca le ha sido infiel a Alejandro pero que se siente desesperada y no haya qué hacer.

Para mi sorpresa María me comentó que le había ofrecido a Ana ayudarle ella misma a sentir placer, pero que Ana había rechazado el ofrecimiento, diciéndole que nunca había estado con una mujer y que creía que al hacerlo más bien se iba a cohibir.

Eso me llevó a preguntarle a mi esposa: María, si Ana te hubiese aceptando el ofrecimiento, lo hubieses hecho? Claro! Claro que si, por qué no iba hacerlo? Ya se te olvidó las veces que lo hice con Eugenia , me respondió. A lo que le contesté que no, no se me había olvidado, pero que habíamos convenido que eso no se volvería a repetir sin el consentimiento de ambos . Ahh!, dijo ella. Eso es otra cosa, de eso no hemos hablado, se que no te hubieras negado a concederme ese placer con Ana. Y por qué piensas eso, le pregunté. A lo que ella respondió: Muy simple, primero por que sabes que desde hace un buen tiempo acá me llenas plenamente, aunque debo admitir que una sesión de sexo con una mujer es lo más sublime que te puedes imaginar; segundo, por que conociéndote y sabiendo de la amistad que existe entre ellos y nosotros, tu preferirías que Ana se involucre conmigo y con ello calme sus pasiones a que busque a otra persona, sea ésta hombre o mujer y; tercero, eso te brindaría la oportunidad de echarle mano a Ana, lo cual deseas desde hace mucho tiempo y si no lo has hecho es por tu amistad con Alejandro y por que Ana no te ha dado la oportunidad. Dicho sea de paso esto me lleva a preguntarte: Ahora que sabes de los problemas que están pasando entre ellos, por la enfermedad de Alejandro, te la cogerías?

A lo que le contesté, así: Oye María, en primer lugar dejemos claro que tu también me llenas, igualmente de hace un tiempo acá y no necesito de otra mujer para satisfacer mis necesidades, en cuanto a Ana, el hecho que la quede viendo, es, dependiendo de la circunstancias: O es por que la estoy escuchando cuando conversamos, y debo admitir que la admiro por su manera de pensar y de ser, o es por que cuando en bikini la veo en la playa, no puedo de dejar de admirar su cuerpo, el cual también admito está para comérselo. Cómo tu crees, que voy a dejar de ver esa combinación de piernas, nalgas, vientre, pechos y cara despampanantes que se gasta, sin embargo eso no significa que la desee como tu crees, agregué. En cuanto a tu pregunta de sí me la cogería creo que vos estás loca, Ana si a la fecha no le ha sido infiel a Alejandro, no creo que por los problemas temporales de éste, ahora le vaya a poner los cuernos. María terminó diciéndome que Ana y Alejandro ya lo habían conversado y que ambos habían decidido pedírnoslo. El trato que tenían es que aprovecharían el viaje a la playa para que Ana hablase con María y Alejandro conmigo.

Por lo que se ve Ana cumplió su parte, por su necesidad, comentó mi esposa, sin embargo parece que a Alejandro le da corte hablar contigo, me dijo, agregando: Y qué tal si tu le ayudas un poco a Alejandro, a lo que le volví a decir que estaba loca.

No es que Ana, no me guste, le dije, te repito ella se mantiene requetebién y está como para chupársela, pero soy respetuoso de mis amigos y no creo que podría traicionar a Alejandro. Bueno, me dijo María, esto no sería traición, ya que lo hablarías con él y se que él te daría el consentimiento. Aunque así sea, contesté yo no iniciaré la conversación, jamás! A todo esto, le pregunté: cuál es tu interés en que yo me acueste con Ana? Ninguno en particular contestó, simplemente ayudarle a una amiga. Respuesta que no me fue satisfactoria, pero cambié la conversación a otra cosas sin importancia y acto seguido terminamos haciendo el amor con mucho morbo, pasión y lujuria.

Ya me había olvidado de esa conversación con mi esposa, cuando una tarde me llamó Alejandro pidiéndome verme, le dije que pasaría por su casa al finalizar la tarde, a lo que me pidió que nos viéramos en un café. No tuve inconveniente y así lo hicimos. Alejandro comenzó por relatarme que en una semana iría a Houston a chequearse de la próstata, me comentó todo lo que yo ya sabía respecto a su enfermedad. Me dijo que estaba pasando por malos momentos y que tenía temor que le fueran a decir que tenía cáncer. Le pregunté quién era su médico, y al él responderme, le dije: Alejandro, ese médico que te está viendo es un excelente doctor, es el mismo médico que me ve a mí, sí el tuviese la sospecha de que tienes cáncer, él ya te lo hubiese dicho, agregué.

Por las expresiones de Alejandro, noté que realmente se encontraba desesperado y me dio una mezcla de pesar y frustración, por lo que solamente le dije que todo le saldría bien y que no debería estar tan preocupado.

A pesar de que en otras ocasiones las veces que nos habíamos reunidos Alejandro y yo no perdíamos la oportunidad de tomarnos unos escoceses, en ésta Alejandro no se animó por lo que yo tampoco ordené licor alguno y tomándonos un capuchino, me dijo: José, tú sabes que desde que nos conocimos en la universidad hemos sido muy buenos amigos, hemos tenido entre nosotros mucha confianza y nos hemos respetado mutuamente. Cabría decir que la amistad que tengo contigo es mucho mayor que la que tengo con mis hermanos u otros amigos; para mí tú eres mi verdadero hermano. Por ello, te pido que seas sincero en algo que deseo plantearte, te ruego que seas paciente conmigo, ya que lo que deseo pedirte no es nada fácil para mí.

Oye!, no seas tan melodramático, ni estas grave, ni te estas muriendo, para que ahora me vengas con sentimentalismo, le dije, tratando de poner un poco de humor y de distensión. Sin embargo, Alejandro muy seriamente me dijo: José, por favor aprende a escuchar. Bueno, está bien, soy todo oídos, le dije, y él continuó diciendo: El fin de semana que fuimos a tu casa de la playa, pensé decirte lo que en estos momentos te diré. Ana al igual que yo se encuentra desesperada, pero ella es por otra situación, que tiene que ver con mi problema de la próstata. Tenemos un poco más de tres meses de no tener relaciones y ya te imaginarás cómo se encuentra, ella está necesitada de sexo y tengo mis temores que busque llenar sus necesidades fuera de casa. Es por ello que deseaba conversar contigo. Mi esposa siempre ha sido una mujer muy activa sexualmente y verdaderamente caliente. Al inicio de mi problema con la próstata sus necesidades las suplía de manera alternativa, es decir, usando otras variantes, sin llegar a la penetración, sin embargo, con el paso de los días me he convencido que esas variantes la dejan más caliente. Por ello es necesaria tu participación en esto. Queeé! Le dije, haciéndome el sorprendido.

Mira José, ya te dije lo que pienso de nuestra amistad y tu eres la única persona con quien permitiría que Ana se satisfaga en estos momentos que yo no puedo hacerlo. Si tú te niegas, Ana, de igual forma lo hará con otro, así que tú decides.

Alejandro, comencé diciendo, tu sabes la clase de amigos que hemos sido y lo que me estás pidiendo es algo que me agarra fuera de todos mis principios. Siempre he creído que las esposas de mis amigos son intocables, y perdona, pero tu esposa no solamente he pensado que es intocable, sino inalcanzable. Para comenzar no creo que Ana esté de acuerdo con tus planteamientos, si ella quiere satisfacer sus necesidades sexuales, ella deberá decidir con quién hacerlo, no tienes que ser tu quien le diga. Además, aunque Ana sea una mujer muy activa sexualmente y caliente en añadidura, no creo que te ponga los cuernos con nadie, siempre ha sido una mujer muy seria y recatada, diría que hasta conservadora en su manera de pensar y hasta donde se es una mujer muy honesta, en todo el sentido de la palabra. Por otro lado, no creo que tu estés tan seguro de las consecuencias que ello implica, tu no tienes ni idea de las consecuencias de la infidelidad, más en nosotros los hombres que tenemos actitudes machistas. Esto que tú estás pidiéndome, de suceder, te va a traer unos problemas tremendos en tu matrimonio y muy probablemente en nuestra amistad. Y te ruego que no vayas a creer que es algo en contra de Ana, todo lo contrario, siempre la he respetado y la he visto como una buena, una excelente amiga, a pesar de saber que es una mujer además de preciosa y hermosa, es una dama en todo el sentido de la palabra, aunque muchos quisieran acostarse con ella. Alejandro, tengo entendido, tanto por lo que me has comentado tu, a como le ha comentado Ana, a María, que vuestro matrimonio es de mucha comunicación y que ambos son felices, no eches eso por la borda, más bien insita a Ana a que te acompañe a Houston y que viva con vos los días del chequeo, eso la va a mantener con su mente en tu enfermedad y la va a aquietar.

Alejandro me contestó: José, probablemente tengas mucha razón en la mayoría de las cosas que dijiste, sobretodo aquello que tiene que ver con la comunicación y la felicidad y por lo que hemos conversado Ana y yo, es que hemos llegado a la determinación que esto es necesario, por otro lado, Ana me ha dicho que con la única persona que está dispuesta a hacerlo, es contigo. Para Ana, no se trata solamente de tener sexo, debe haber una cierta simbiosis, cariño, entendimiento, entre ella y la persona con quien lo haga. Y esa persona, estimado amigo, eres tu! No creo que te puedas negar, más ahora que Ana ha expresado su consentimiento, es más, más que consentimiento, es su solicitud, comprende que Ana no va a venir a expresarte que desea hacerlo contigo, no de primas a primera. A estas horas, tu lo puedes confirmar con tu esposa María. Sé que Ana ya le ha contado todo esto y me extraña que María no te lo haya dicho.

No lo se, le contesté. Hablaré con María hoy por la noche y déjame pensar todo esto. Antes de tu viaje hablaremos de nuevo. Dicho esto terminó nuestra conversación por ese día y nos fuimos cada quien a su casa. Al llegar yo a la mía, María me estaba esperando para conocer todo lo relacionado a la conversación con Alejandro y me instaba a darle gusto a Alejandro y complacer a Ana.

Pasé una semana tremenda, con unas contradicciones increíbles, por un lado sabía que hacerlo con Ana me daría unos momentos de absoluto placer. Sabía que Ana era una mujer que a pesar de sus 49 años, se mantenía totalmente en forma, era de esas pocas mujeres que a punta de ejercicio se mantenían tal y como si fuesen jóvenes, ella medía 1.65 mts., usaba su pelo rubio hasta un poco más abajo de los hombros, casi siempre recogido en una moña que dejaba exponer su largo y fino cuello y sus orejas; sus ojos eran de un verde intenso y su boca aunque algo pequeña, tenía unos labios carnosos que eran toda una tentación. Debía pesar un poco más o menos de 135 libras, su busto se denotaba lo suficientemente grande sin caer en la vulgaridad y verdaderamente firme, sus piernas largas y torneadas eran una sensación, las que en conjunto con su redondo culo, eran lo que más admirábamos de ella los hombres. Daba por sentado, por lo que me había comentado Alejandro, que estaba sedienta de sexo y por ser caliente, hacerlo con ella sería la gloria, más en esos momentos de larga abstinencia. Sin embargo, por otro lado, tenía la seguridad que Alejandro no podría superar ese desliz de Ana y su matrimonio se vería afectado tremendamente, además de nuestra amistad.

Llegó el día de la reunión, nos quedamos de ver en mi casa. Ana y María irían de compras ese día y llegarían una hora posterior a la hora convenida entre Alejandro y yo. Llegué a mi casa y como siempre lo hago tomé un baño y leyendo una revista me senté en la terraza a esperar a Alejandro. Mi susto fue que se apareció con Ana y María y eso me hizo pensar que se habían echado para atrás. Después de los saludos de rigor, María se retiró a nuestra habitación y quedamos solos Alejandro, Ana y yo.

Fue un momento realmente incómodo, ninguno sabía qué decir, sin embargo fue Ana la que rompiendo el hielo me dijo: José, se absolutamente cómo piensas y sé de la conversación entre tu y Alejandro y entre tu y María. Te pido que no te sientas incómodo, simplemente si no deseas hacerlo, no habrá ningún problema, pero me encantaría hacerlo contigo. Alejandro y yo sabemos de las posibles consecuencias y estamos dispuestos a correr el riesgo. Hacerlo contigo significa tener una oportunidad en nuestro matrimonio, no hacerlo contigo, nos da menores posibilidades de continuar juntos, ya que si en un momento de flaqueza lo hago con otro, Alejandro no me lo perdonaría. Tu decides! Terminó diciendo.

Ante esas palabras de Ana, no me quedó más remedio de decirle a ambos: Está bien lo haré, solamente déjame salir de unos compromisos de trabajo que tengo en los próximos días y yo te llamaré, claro está agregué, esto será cuando Alejandro se encuentre en Houston.

No importa, contestaron ambos y despidiéndose se marcharon a su casa.

A los tres días llamé a Ana a su celular y la convidé a cenar, quedamos en que yo la pasaría recogiendo por su casa a las 7:00 pm e iríamos a un exclusivo restaurante, en la ciudad vecina a la nuestra, a unos 45 minutos de viaje Llegué puntualmente y me recibió Ana en persona. Puede ser que antes la hubiese visto con ese mismo vestido, sin embargo nunca me había fijado en ella como ahora lo hacía. Vestía un vestido negro plisado que le llegaba un poco abajo de las rodillas, con un escote delantero discreto, aunque en la parte trasera el escote le llegaba casi hasta el inicio de sus nalgas. Su pelo recogido en su infaltable moña dejaba al descubierto todo su largo cuello, así como por el escote del vestido, sus hombros apenas estaban cubiertos por una pequeña tira. Tenía un aire erótico y al acercarme a saludarla con un beso en la mejilla, su perfume me llegó tanto que mi miembro, ante la vista y el olor reaccionó de inmediato, poniéndose extremadamente inquieto.

Ana estás bellísima le dije y agregué: Si no fuera por que estamos en tu casa y en cualquier momento puede aparecer uno de tus hijos, te comería en estos momentos. Ten paciencia, me contestó, hay toda una noche por delante. No agregué yo, todo un fin de semana. Me lo imaginé, dijo ella, estoy lista y se volteó a enseñarme una pequeña maleta.

Como sé que a Ana le encanta el vino tinto, al llegar al restaurante, ordené una botella de Lynus, cosecha 2003, de las bodegas Pagos del Infante, D/O Ribera del Duero. El vino está categorizado como un vino tranquilo, por lo que a Ana le fascinó y claro está a mi también. Al finalizar la primera botella ordenamos la cena y otra botella del mismo vino. Cenamos tranquilos conversando sobre diversos tópicos, tomamos un aperitivo y al salir del restaurante nos dirigimos hacia un hotel 5 estrellas, cercano al restaurante, al que había solicitado previamente reservación.

Nos chequeamos en el hotel y nos dirigimos al bar a tomarnos una copa, de algo más fuerte que el vino. Ana ordenó un escocés y yo igual, aunque doble. La verdad que ambos nos sentíamos nerviosos y no hallábamos cómo dar el primer paso. Estando sentados en una mesita apartada del bar, me atreví a tocarle las manos a Ana, expresándole: Ana, siempre me has atraído, eres una mujer exquisitamente bella y hermosa. Tus manos con sus dedos alargados son una muestra de lo que me comeré esta noche. Ella, sonriendo, me contestó: Y los tuyos son una muestra de lo que yo me comeré, largos y gordos, así espero que sea otra cosa que me muero por poseer.

Después de pagar la cuenta nos dirigimos a nuestra habitación, en el ascenso por el elevador me acerqué a Ana y con más nervios que otra cosa le estampé un beso en la boca, teniendo una respuesta inmediata de Ana. Su lengua revoloteaba dentro de mi boca y su respiración se aceleraba in crescendo. Nos separamos conviniendo esperar un tanto y al entrar a nuestra habitación Ana se sorprendió por el elegante y bello arreglo de rosas rojas que la aguardaba con una nota que decía:

Déjame tomar tu sexo reconocerlo...explorarlo...sentirlo...

ver como despierta ...siempre alerta a mi roce... y como se enaltece de orgullo para mí. Déjame entonces saborear tu cuerpo... y  mi lengua por tu cuerpo desplazarse... lamerte despacio...oírte pedir más... Permíteme entonces succionarte más... en toda tu extensión y mi capacidad... saborearte entera...tan conocida y distinta dedicarte mi tiempo... hacerte disfrutar... Déjame introducirte... mientras saboreo tus contornos... mientras te disfruto toda...

mientras me deleito en ti... Déjame pasar mi lengua... y manejarte así, a mi antojo... probar el manjar que eres y lo que das de ti. Permíteme oír tus quejidos...tus murmullos... tu satisfacción... la mía... mientras ...siento la descarga... de tu sexo ardiendo en mi boca de placer...

José

Después de leer Ana la nota, solamente se giró hacia mi y con lágrimas en sus ojos me dijo: No me equivoqué, escogí la persona adecuada para esta noche tan especial. José, no tengo la más mínima duda que sabrás complacerme, hazme feliz esta noche, ámame y cojéeme hasta que no pueda más.

Trataré le contesté. Por qué lloras? pregunté y ella respondió: Prométeme que esto que te diré por nada del mundo lo sabrán tu esposa y mi esposo. Prometido, contesté.

Hace muchos años cuando estudiamos en la secundaria, me enamoré perdidamente de alguien. Esa persona sin embargo jamás se fijó en mí y más bien siendo que mi mejor amiga era al mismo tiempo enamorada de él, yo me aparté. Ellos se pusieron de novios y pasé al menos tres años sufriendo al escuchar de mi mejor amiga, lo que de él hablaba. Esta amiga me presentó a un amigo de su novio, mi príncipe azul en el silencio, y me llegué a casar con este amigo de él muy enamorada, habiendo logrado olvidar a mi primer amor. Hoy tengo la oportunidad que no tuve hace 29 años, tenerte para mí, solamente para mí, aunque sea únicamente por un fin de semana. Por eso lloro, llloro de alegría y felicidad, aunque espero que ese viejo amor no renazca, ya que deseo seguir amando a Alejandro como hasta ahora lo he amado.

Ana, perdona, no sabía Shhhhhhhhi , dijo ella, poniéndome su mano en mis labios. Te gustaría tomar algo, le pregunté, y ella contestó: No, no lo creo, creo que ambos tenemos suficiente por esta noche, la dosis que hemos ingerido es la suficiente para pasar una linda noche, no vaya ser y a medio camino nos durmamos producto del licor .

Ana seguidamente se metió al baño y al poco tiempo salió con un negligé cortito color púrpura que al verla casi se me paraliza el corazón. Dios mío! Qué clase de mujer he tenido cerca toda mi vida y no me había fijado en ella. Lo que tenía en frente de mí era algo verdaderamente bello, algo descomunal. Si mi esposa María tenía un cuerpo bien formado, producto de sus años de ejercicio, el cuerpo de Ana era, por mucho, mejor conformado y proporcionado que el de María, además tenía a su favor la preciosidad de su cara, su largo cuello, el verdor de sus ojos y sus labios medianamente carnosos, además de su aspecto felino y su erotismo que le salía por todos los poros de su piel.

Inmediatamente me disculpé y dirigiéndome al baño me desvestí, saliendo en bata de baño. A Ana la encontré asomándose por las ventanas de nuestra habitación, contemplando el paisaje de la ciudad. Me acerqué por detrás y rodeando su cintura con mis brazos, posé mi boca en su cuello, recorriéndolo con mis labios de arriba hacia abajo. Mientras sujetaba su cintura con mi mano izquierda, con la derecha le brindaba pequeños masajes en su vientre, propiamente entre su ombligo y el inicio de su monte de Venus, sin llegar a tocar su panochita. Eran movimientos a veces circulares a veces de izquierda a derecha y a veces de arriba hacia abajo, algunas veces presionando, otras con suavidad, mientras mis labios y mi lengua no paraban de recorrer ambos lados de su cuello, la parte trasera de sus orejas y el lóbulo de éstas, las que muy de vez en cuando chupaba con mis labios.

De pronto Ana se separó y tomándome de mis manos me condujo a la cama. Se sentó en la cama y desamarrando el cordón que sostenía mi bata de baño, la abrió y halándola hacia atrás hizo que ésta cayera al piso. Al quedar desnudo, Ana me haló hacia ella y poniéndose de pie me dio un fuerte abrazo, diciéndome: solamente déjame sentir tu cuerpo por un momento. Quedando abrazada a mi, mientras sentía todo mi cuerpo vibrar de emoción, junto con el de ella.

Giré junto con ella, quitándole su negligé y acostándola en la cama me dediqué a observar unos momentos su cuerpo, deleitándome la vista. Inicié acariciando su cara con movimientos circulares de mis dedos pulgares, alternaba de sus pómulos a la parte inferior de su barbilla para dirigirme a sus orejas, sienes y frente. Ana poco a poco iba relajándose hasta caer en un estado de sopor, momento que aproveché para darle vuelta boca abajo y centrar mis manos en sus hombros, masajeando su cuello, sus hombros y la parte superior de su espalda. Su relajación era total, por lo que me permití deslizar mis manos hacia sus firmes caderas, acariciándolas. Estas eran suaves al tacto, pero duras sin ninguna gota de grasa. Me acosté a su lado y poniéndome de rodillas continuaba acariciando sus caderas y sus muslos, me agaché para besar su cuello, recorriéndolo hasta llegar al extremo de sus hombros. Poco a poco iba bajando con mis besos hasta llegar a la parte superior de sus caderas, recorría con la punta de mi lengua su columna vertebral de arriba abajo y, poco a poco en cada ir y venir bajaba un poco más, hasta llegar a la raja de su apetecido culo. Ella, abriendo sus piernas, me permitió acariciar sus muslos hasta rozar su panochita. Ana comenzaba a respirar aceleradamente indicio de su excitación.

Poco a poco fui concentrando mis caricias y mis besos en sus caderas y abriéndolas recorría con mi lengua toda la longitud desde el inicio de su raja, pasando por su culito, en el que me detenía con movimientos circulares de mi lengua, para continuar por su perineo hasta llegar a su vulva. Así me mantuve hasta que Ana volteándose quedó boca arriba y abriendo sus piernas tomó mi cara con sus manos hundió ésta en su panocha, en una clara invitación a comérmela. Yo me contuve un poco solamente para admirar una vez más su cuerpo, sus pechos eran redondos, completamente blancos, con una que otra peca, sus chiquitas y redondas aureolas eran de un rosado pálido, sus pequeños pezones del mismo color de las aureolas. En su conjunto los pechos eran firmes y lo suficientemente grandes para deleitarse en ellos.

Haciéndome el desentendido me separé un poco y besé su Monte de Venus, el que perfectamente depilado mostraba, en su parte superior, una fina cicatriz horizontal producto de sus tres cesáreas y una raya de pelos, perfectamente recortada que verticalmente bajaba hasta el encuentro de sus labios vaginales. Y qué labios vaginales, parecían los labios vaginales de una niña, los externos sumamente blancos, un poco gordos que cubrían totalmente los internos, separados únicamente por su raya central, eran toda una invitación al deleite, sin embargo semejante manjar debía de obtenerlo como premio final hasta que Ana estuviese completamente lista para deleitarse con un primer orgasmo.

Mantuve besando y recorriendo con mi lengua la cara interna de su muslo izquierdo, pasando por su Monte de Venus hasta llegar a la cara interna de su muslo derecho, para regresar de nuevo al lado contrario. Poco a poco el arco iba cerrándose hasta que al observar que entre sus labios vaginales brillaba el producto de su excitación, mis labios y mi lengua se concentraron en sus labios externos hasta que Ana, no aguantando más con sus propias manos abrió sus labios en una invitación a comerme el disparador máximo de sus emociones. Sus labios internos eran de un rosado intenso y mostraban la melosa humedad de su apreciada y exquisita flor. Hundí mi cara en el centro de su vulva, recorriendo ambos labios con mi lengua, hasta llegar a sentir ese pequeño botoncito especializado en el placer, al que tomándolo entre mis labios succioné con mucha delicadeza. Puse mis dedos índices en la parte superior de cada uno de los labios menores de Ana, allí mismo en donde se encuentran ambos labios y haciendo una pequeña presión hacia arriba, descubrí de su almejita, esa perla que se me mostraba incitante e invitándome a deleitarme, le pasé la punta de mi lengua muy suavemente. En unos pocos segundos Ana tensó sus piernas y sintiendo sus espasmos en su vientre se vino en un chorreante y placentero orgasmo, el que aproveché para absorber todos sus jugos. El vientre de ella no paraba de temblar y yo no paraba de chupar su botoncito hasta que en un intento de parar y no pudiendo más, Ana dijo: Por favor, ya no más.

Ana agotada, me dijo: Ven abrázame. Y dándole gusto, me acosté a su lado abrazándola por la espalda. A los pocos minutos, al haberle pasado el placer del orgasmo, Ana se incorporó y dándose vuelta me dijo: Estuvo riquísimo pero quiero más, quiero todo y que me hagas de todo. Tu mandas le contesté.

Ana quiso tener la iniciativa y bajó su mano izquierda hasta mi miembro tratando de acariciarlo, a lo que yo la detuve, diciéndole: Ana, espera, ésta es tu noche y yo haré que la pases muy agradable, mañana tendrás tiempo de agradarme a mi.

Ella, viéndome a los ojos, retiró su mano y acostándose boca arriba, con una sonrisa en sus labios dijo: Venga que quiero que me cojas!

Yo no la hice esperar, inmediatamente besé sus labios e inicié un largo recorrido explorando con mis labios cada rincón de su cuerpo, cada peca, cada poro de donde emanaba olor a hembra en celo, jugué y chupé de sus pechos tal niño acabado de nacer, necesitado del pecho de su madre. Sus rosadas y pequeñas aureolas coronadas por tan suculentos pezones eran todo un manjar digno de prestarle todas las atenciones. Me centré en ellos un buen rato sacándole a Ana, quejidos de placer. Continué mi recorrido hasta su vientre, deteniéndome un poco en su ombligo, el que reaccionaba a cada pase de mi lengua en su orificio central; seguí por su plano vientre hasta culminar mi recorrido en su vulva, la que como una flor mostraba sus pétalos abiertos, poniendo a mi disposición su dulce miel.

Recorrí esos dulces pétalos de arriba abajo, primero el izquierdo, luego el derecho, despacio, poco a poco absorbiendo el dulce néctar que emanaba de su interior, producto de su excitación. Después de varios recorridos tomé con mis labios el centro de su placer, ese botoncito color rosa que saliendo de su capucha me invitaba a saborearlo en todo su esplendor.

Ana gemía, se retorcía, se asía a las sábanas de la cama como que si en ello dependiese su vida, se reía, trataba de sentarse para luego dejarse caer, tensaba las piernas, luego las aflojaba, me tomaba de la cabeza y apretándomela contra ella misma me la hundía en su panochita, como para que yo no dejara ni un segundo de chuparle su clítoris y sentir ese indescriptible placer que estaba teniendo. Con mis manos la tomé de la parte posterior de sus rodillas y levantándole las piernas hice que las flexionara hacia su rostro, mientras con mis antebrazos presionaba sus piernas hacia ella, y de su botoncito trasladé mis labios hacia su culito, pasando por su perineo, besé en círculos su pequeño orificio y regresé hacia su clítoris, haciendo de nuevo el recorrido hasta su culito. Me incorporé y tomando mi miembro con mi mano izquierda le rozaba su vulva para luego rozar su pequeño y apetecible orificio anal.

Ana, al sentir el primer roce de mi pene en su culito se sobresaltó y dijo : José, no, por favor no, por allí no, métemela por mi panocha!

Ten calma, le respondí y continué rozando su vulva, frotaba con mi pene su botoncito y luego me trasladaba hasta su culito, hasta que en uno de esos deslizamientos, no resistí la tentación y separando sus labios vaginales hundí mi miembro en el interior de su panochita. Ana inmediatamente puso sus piernas sobre mis hombros y yo poco a poco la penetré hasta chocar mis testículos con su vulva y quedándome inmóvil dejé que se acostumbrara a ese nuevo visitante. Ana me quedaba viendo con unos ojos de felicidad, satisfacción y anhelo, y tomándome mi cara con ambas manos, me dijo: José, no te imaginas cuánto deseaba esto. Te siento muy dentro de mí, siento mi sexo completamente lleno, lo siento tan caliente como que si algo quema mis entrañas, es una mezcla de fuego y ardor, pero al mismo tiempo siento placer y es que eres un bruto, me tienes empalada. Te la saco, le pregunté. Atrévete y te la arranco de un tirón , me contestó.

Comencé a moverme en un movimiento de mete y saca y Ana bajando sus piernas de mis hombros y cruzándolas sobre mi espalda me dijo: Por favor estate quieto un momento, quiero sentirte y abrazarte . Dándole gusto me dejé caer sobre ella y abrazándome me dijo: Hasta ahora me has dado mucho placer y tu no has recibido nada. Ya es hora que recibas. Acto seguido, a solicitud de ella, ambos rotamos sobre nuestros cuerpos y sin salirnos el uno del otro ella quedó encima de mí, en la posición clásica o del misionero. Ana poco a poco, muy despacio se fue incorporando recogiendo sus piernas hasta quedar completamente sentada sobre mi, en cuclillas. Sus pies los acomodó uno a cada lado de mi cuerpo a la altura de mi cintura, mientras sus manos las posaba sobre mi pecho e inició un movimiento de contracción muscular, con los músculos de su vagina. Apretaba, mantenía apretado y luego soltaba. Uff! Era riquísimo y mi miembro lo sentía, veía venir muy pronto mi explosión, por lo que le dije. Ana, para, por favor detente si no, me harás venirme. Como respuesta, Ana riéndose me dijo: No si yo no quiero . Ana quedó quieta unos breves momentos para luego continuar con su jueguito de contracciones musculares de su vagina, mientras con sus manos acariciaba tiernamente mi pecho rozando con las yemas de sus dedos mis tetillas. Me tenía en la gloria y ella lo sabía, sin embargo yo me había propuesto que fuese Ana la que tuviese su noche. Que tuviese su premio después de tantos meses de abstinencia sexual, por lo que le dije: Ana, por favor déjame complacerte a ti, habrá tiempo suficiente y otras oportunidades para que tu lo hagas, recuerda, ésta es tu noche.

Así que suavemente, con delicadeza, la bajé de mi cuerpo y la hice a un lado, quedando ella boca abajo y yo a su lado acostado sobre mi lado derecho, inicié por acariciar con mi mano izquierda toda su espalda, en un recorrido de ir y venir, a veces con sólo la yema de mis dedos, a veces con toda la mano, haciendo cierta presión. Iba y venía desde su cuello hasta el inicio de sus nalgas. Incorporándome crucé mi pierna izquierda sobre su cuerpo y quedando de rodillas me incliné para continuar con las mismas caricias en su espalda, pero con mis labios, el recorrido era lento, mis labios conocieron cada poro, cada peca, cada lunar de sangre de la espalda de Ana. Bajé hasta el inicio de sus nalgas y mientras las masajeaba con mis manos continuaba besándolas y otorgándole pequeños y suaves mordiscos. Poco a poco fui bajando por su raja hasta besar su culito mientras con mi mano derecha agarraba y frotaba su vulva. Ana gemía de placer e incorporándose quedó en posición de perrito invitándome a que la penetrara.

Estando en esa posición, separé con mis manos sus caderas, hundí mi boca en su culito y con mi lengua jugueteé un rato con su preciado orificio. Ana se contoneaba, rotaba su culo al vaivén de mi lengua, mientras con mis dedos acariciaba sus labios vaginales. Ana tomando mi mano, con su mano, hizo que le metiera uno de mis dedos en su canal vaginal y mientras seguía besando su culo, comencé a masturbarla metiendo y sacando mi dedo medio, alternando con pequeños toques a su botoncito. Poco a poco el sexo de Ana se humedecía cada vez más y no me pude contener a tomar de sus jugos internos.

Me acosté boca arriba y continuando ella en posición de perrito mi boca se hizo dueña y señora de su sexo, absorbiendo sus jugos como si de un helado se tratase. Ana se incorporó y quedo sentada sobre mi pecho, poniendo su panochita a disposición de mi boca. Le separé sus piernas y tomándola de sus nalgas la atraje más hacia mi boca y puse todo mi empeño como si en ello se me fuese la vida.

Por primera vez escuché a Ana gritar, ya no solamente gemía, ahora me decía: Más, maaasss, así asii, asiii chiquito dame más, maas, maaas. Mi boca no paraba de succionar los jugos de Ana y con mi lengua, como niña traviesa, recorría sus labios, llegando hasta su botoncito, deteniéndome y brindándole unos masajes, suaves, largos y apretándolo con mis labios lo frotaba, a veces muy suavemente, aumentando mi presión hasta llegar a morderlo. Ana se contorsionaba y masajeándose los pechos me pedía más y en un intento por complacerla, empujé su torso hacia el respaldo de la cama, apoyó sus manos en ésta y dejando su culo expuesto, metí mi mano por detrás de ella y le metí mi dedo medio en su panochita impregnándolo de sus jugos, para posarlo en su culito. Poco a poco fui acariciándoselo, regresaba mi dedo a su panochita para volver a impregnarlo de sus fluidos y seguir con las caricias anales y haciendo presión se lo logré introducir.

Ana se contorsionaba y en cada movimiento empujaba mi dedo más adentro de su culo y lo rotaba para distensionárselo, mientras continuaba en mi labor de mamar su panocha. De pronto Ana, tensando sus piernas me tomó mis cara con sus manos y apretándome hacia su panocha se dejó ir en un orgasmo a la vez que gritaba: Así, así chiquito, chupame, chupame, más, más, más, dame, dame más, más, másssss. Mientras yo sentía en mi boca la descarga de su sexo ardiendo en mi boca de placer, permitiéndome succionar más ese manjar, saboreándola entera, en toda su extensión y mi capacidad.

Ana terminó su orgasmo diciendo: Ya no, ya no, ya no más, para, para, para por favor que me estas matando y dejándose caer al lado quedó acostada boca abajo, exhausta. Yo la tomé de sus ingles y obligándola a ponerse de rodillas la puse en posición de perrito y de una sola estocada hundí mi miembro hasta el fondo de su panochita, para luego sacarla de una sola vez y volver a hundírsela y dejarla a su disposición. Ana no decía nada y no tenía reacción de su parte. El orgasmo la había dejado realmente exhausta, por lo que poco a poco y con mucha lentitud comencé el movimiento de mete y saca, mientras estimulaba su clítoris con mis dedos.

Noté que Ana comenzaba a reaccionar por la forma en que noté que se asía de las sábanas y comenzó a mover su culo, lo hacía hacia delante, luego hacia atrás, lo giraba hacia la derecha, paraba, para luego continuar rotando su culo hacia la izquierda. Le puse una de mis manos sobre el centro de sus hombros y presionando hacia abajo, la obligué a que pusiera su rostro sobre la cama, quedando siempre en posición de perrito. La agarré de sus ingles y la halé hacia mi y me acomodé de tal forma que al sacarla y meterla la introducción sería de abajo hacia arriba, en un plano inclinado. Comencé el mete y saca: 10 veces lo hice lento, suave, apenas introduciendo un poco menos de la mitad de mi miembro, para luego dejársela ir de un solo golpe hasta sus profundidades, cosa que repetía 3 veces y luego comenzaba de nuevo: 9 veces penetración lenta, suave, no profunda y 3 veces rápido, violenta y hasta chocar mis bolas en sus glúteos. Así continué hasta llegar a penetrarla solamente 3 veces rápida, violenta y profundamente. Ana gemía, gritaba y me pedía: Más, más, acercándose su momento cumbre. Inicié de nuevo con lentitud y Ana pasando una de sus manos por debajo me agarró mis testículos, y frotándolos suavemente me hizo sentir la necesidad de acelerar el paso y acariciando su clítoris, nos venimos los dos en explosiones de placer. Sentí como a cada explosión de mi miembro, se convulsionaba todo el vientre de Ana y apretándome en cada uno de sus espasmos musculares me hacía sentir un paroxismo de placer incontenible. Sentí que mi vista se nublaba, que por mi cabeza revoloteaban millones de luces de múltiples colores y sentí cómo mi corazón se detenía como un acto reflejo ante tanto placer.

Ambos quedamos completamente exhaustos. Ana se había dejado caer quedando acostada boca abajo y yo sobre ella, ambos rotamos hacia un lado, quedando abrazados. Ana alcanzó a decirme: José son las 5 de la mañana, felices sueños y ambos nos quedamos profundamente dormidos.

El amanecer

Continuará