Feliz cumpleaños, mi amor... (2)

Cuando Lucía bajó, la casa estaba vacía. ¡Uf! tendría que caminar sola hasta donde se encontraban todos. Suspiró hondamente y se dijo que no valía la pena preocuparse ahora, ya estaba hecho. Buscó los cigarrillos, enderezó la espalda y como quien no quiere la cosa, se dispuso a transitar los metros que la separaban de la gente y de… Franco. Franco la veía acercarse, la esperaba, iba hacia él que asistía a la invasión de sí mismo por la cercanía de su presencia para luego vaciar el espíritu de todo lo que no fuese aquella espera. Extendió los brazos para recibirla, le tomó las manos, sus ojos en los de ella ahora abiertos más de lo normal, como preguntando, como indagando, como sintiéndose vulnerable por lo que había pasado más temprano y que ella misma había propiciado, animado, y por primera vez en años, la sintió indefensa, vacilante, desamparada

Cuando Lucía bajó, la casa estaba vacía. ¡Uf! tendría que caminar sola hasta donde se encontraban todos. Suspiró hondamente y se dijo que no valía la pena preocuparse ahora, ya estaba hecho. Buscó los cigarrillos, enderezó la espalda y como quien no quiere la cosa, se dispuso a transitar los metros que la separaban de la gente y de… Franco.

Formando pequeños grupos alrededor de las mesas, los invitados se servían a su antojo, comiendo y bebiendo charlaban animadamente, el grupo más numeroso lanzaba sonoras risotadas mientras Lucía, cada vez más cerca, buscaba con ojos curiosos la silueta de su marido. Logró divisarlo al final, a un costado de la piscina, estaba de espaldas conversando con alguien a quien no se molestó en mirar, sólo tenía ojos para él, estaba ahí, parado con las manos en los bolsillos del jean y la cabeza levemente inclinada para escuchar mejor a su interlocutor.

De pronto y como movido por una fuerza superior, Franco giró lentamente para encontrarse con la figura de su mujer que ya estaba al final del sendero, con las manos aún en los bolsillos descansó sobre su pierna derecha acomodándose como quien elige la mejor ubicación para ver un espectáculo… "¡eh! ahí está Lu, vamos…" dijo su amigo palmeando en su hombro y partiendo presuroso. No le hizo caso, siguió inmóvil con los labios entreabiertos, la mirada alerta, contemplando la larga sesión de saludos, algunas mujeres con fingidas sonrisas, otras con genuina alegría, y los hombres… los hombres desparramaban atenciones, halagos y miradas, Lucía apoyaba la mano sobre los pechos marcando la distancia, retirándolos suavemente… Franco comprendía a aquellos hombres, cómo no iba a comprenderlos si él mismo, después de tantos años no había podido develar totalmente ese halo de misterio que envolvía a su mujer, como un libro del que le hubiesen permitido leer sólo el prólogo, o una novela sin principio ni final, sin ataduras de gramática ni sintaxis, sin lógicas, sin teorías, inconclusa… "Ah, Lucía, lula, lulú, lu… -se dijo suspirando- si yo superman vos kriptonita, si vos Bonnie yo Clyde…" Así la necesitaba, así la deseaba

Mientras Lucía se abría paso entre tanto beso, tanto abrazo descuidado, tanta mirada, Franco la veía acercarse, la esperaba, iba hacia él que asistía a la invasión de sí mismo por la cercanía de su presencia para luego vaciar el espíritu de todo lo que no fuese aquella espera. Extendió los brazos para recibirla, le tomó las manos, sus ojos en los de ella ahora abiertos más de lo normal, como preguntando, como indagando, como sintiéndose vulnerable por lo que había pasado más temprano y que ella misma había propiciado, animado, y por primera vez en años, la sintió indefensa, vacilante, desamparada… El corazón de Franco se estremeció, quiso decirle que no se sintiera así, que él estaba ahí, que la amaba y deseaba tanto o más que el primer día… pero no logró emitir palabra, así de fuerte era la visión que estaba teniendo, como si nunca la hubiera conocido, como si la estuviese descubriendo recién ahora… En cambió, le tomó la cara con las dos manos y le demostró todo lo que las palabras no pudieron decir, la besó largamente, con un beso suave al principio y que fue haciéndose desesperación a medida que las lenguas se buscaban explorado ese universo compartido que era agonía y grito

Las risas y aplausos los hicieron volver en sí, "vaya, ¡qué beso! no quiero pensar cómo será el regalo que le darás, Lu", dijo alguien por ahí y todos rieron. Sin embargo, el cuerpo de Lucía se estremeció entre los brazos de Franco que mirándola le preguntó, "¿estás bien, amor?", "si, es sólo la brisa" contestó, para luego alejarse no sin antes decir: "hay que atender a los invitados".

La reunión siguió como todas las reuniones de cumpleaños, gente comiendo, bebiendo, bailando, charlando… En un extremo había un grupo de hombres que conversaban animadamente, Franco no los escuchaba, desde hacía rato que seguía los movimientos de su mujer, le gustaba mirarla. No podía decirse que Lucía fuera una mujer hermosa, no del tipo que se considera bella hoy en día: rubia, ojos claros, nariz respingada, pequeña, grandes pechos…, en fin, Lucía era mas bien lo contrario: tez trigueña, largo cabello castaño, ojos color avellana, nariz recta, alta, esbelta, sus senos no eran ni tan tan, ni muy muy, eran proporcionados para su cuerpo al igual que su cola, no le sobraba nada pero no le faltaba nada. Sin embargo, era terriblemente atractiva. Cuando salían juntos, Franco se divertía viendo cómo la miraban algunos tipos, podía adivinar el deseo en sus ojos, imaginándose a su mujer en sus camas, al igual que él que se la imaginaba ante su sola presencia y a veces, muchas veces, aunque no estuviese cerca, en la oficina, en una junta aburrida y especialmente cuando manejaba de vuelta a casa, "qué extraño -pensó- todos los días de mi vida reposo en ese cuerpo y sin embargo…"

De pronto una alarma sonó en su cabeza, él no era lo que podría decirse un hombre celoso, pero ahora… ¿sería la edad?… dos tipos conversaban y miraban a Lucía que estaba de espaldas a ellos, se los veía muy interesados, volvió la vista hacia su mujer y comprendió, Lucía tenía la costumbre de balancearse sobre sus piernas, hacia los lados y en redondo, lo que hacía que su cola, su pelvis, casi imitaran los movimientos del coito. Había reparado que ella llevaba puesto unos pantaloncitos blancos de algodón que sólo tapaban lo esencial, llegaban hasta el borde mismo de sus glúteos estimulando la imaginación, por la parte superior llevaba una remera musculosa también de algodón y blanca, sin corpiño –casi nunca los usaba- y en los pies… ¡estaba descalza!, Franco reprimió una carcajada, los que estaban a su lado pensarían que estaba loco, divertido, recordó porqué le había gustado tanto aún antes de conocerla personalmente, Lulú, siempre Lulú poniendo la nota, tan irreverente, tan impredecible, tan ella, siempre provocando el comentario

Lucía se dio la vuelta como presintiendo esos cuatro ojos que la miraban a su espalda, se acercó a ellos charlando y riendo animadamente, acercaba la cara a uno de los hombres que le susurraba algo al oído, los dos reían, "¿estaría coqueteando con ellos?", pensó Franco entrecerrando los ojos, volvió a observar la escena en su conjunto y… "sí, eso parece, les está coqueteando… y ese balanceo…" Sintió cómo su corazón se dilataba de deseo llenando de latidos todo su interior, el calor descendía por su pecho hasta instalarse en su sexo, una especie de furia lo embargó y sin disculparse de los otros, caminó hacia donde se encontraba su mujer, se paró a unos metros y mirándola fijamente, levantó un poco su brazo al tiempo que movía el dedo índice en ganchito indicándole que se acercara. Cuando Lucía llegó a él, la tomó de la mano y sin decir palabra se la llevó a la casa.

Al llegar, la levantó en sus brazos y subió las escaleras a grandes trancos. Lucía estaba tan sorprendida, que no había podido emitir sonido alguno, "¿qué sería que lo había puesto de esa manera?, hacía tiempo que no lo veía así, no era fácil sacarlo de las casillas, y eso que ella se esmeraba mucho…" Ya en la parte superior, Franco la tiró –literalmente- sobre el sillón que había en la pequeña sala de estar, encaramado sobre ella se quitó la remera y sin dejar de mirarla a los ojos, puso sus dos manos en el escote de la musculosa tirando bruscamente hasta que se rompió a lo largo dejando los pechos de Lucía expuestos a sus ojos, a su furiosa boca que hasta ese momento había estado apretando los dientes, no la besó, sus labios fueron a parar directamente a sus pezones los que, muy a pesar ella, se habían endurecido como rogándole a esa lengua que hiciera de una vez su trabajo, Franco los mordió, los chupó, los lamió, al tiempo que apretaba esos pechos que tan bien cabían en sus manos, sus caderas se incrustaban en el pubis de Lucía hundiéndola en el sillón, haciendo que sintiera el sexo endurecido masajeando el clítoris a través del jean.

Era extraño lo que estaba pasando, Lucía no entendía el porqué de esa actitud, pero lo cierto era que había elevado su excitación a la enésima potencia, igual, con lo poco que ya le quedaba de conciencia, decidió que lo dejaría hacer, que ella no haría nada, no diría nada, mi gemiría ni gritaría… ni nada: "está decidido, sigue tu juego, Franco, que yo voy a ser una estaca hasta que te decidas a explicar lo que te pasa", pensó. Esta férrea decisión casi logró tranquilizarla, pero… él estaba… -¡Oh!- le había sacado los pantaloncitos, ¿cuándo?, ahora tiraba también de la tanga, ¡la arrancó!, le puso las piernas sobre los hombros y comenzó a acariciar la vulva de labios llenos con toda la mano, su dedo mayor se detenía apenas en la entrada para luego seguir el camino trazado, quería torturarla, "si, eso era, pero… ¿por qué?"

Lucía pudo ver en los ojos de Franco que su furia aún no disminuía, se diría que había aumentado ante su fingida pasividad y ya no pudo pensar coherentemente. La mano de Franco le había cedido el lugar a su boca, a su lengua que la recorría desde el ano hasta el clítoris para volver a desandar el camino. El le había levantado un poco las caderas tomándola de los glúteos y ella, olvidándose de su promesa, lo ayudaba clavando los pies en el sofá, elevándose más, abriéndose cual ala delta a cada recorrido, ofreciéndole su clítoris endurecido y suplicante, a esos labios expertos que ahora lo sujetaban para que la lengua húmeda jugara con él, los dedos abriendo los labios rosados despejando el camino… "Ah, qué es el amor sino rendirse a las voluptuosidades de la carne" pensó, al tiempo que sentía cómo cada uno de sus músculos se tensionaban arqueando su columna y un ardor intenso se apoderaba de su vulva borrando todo vestigio de resistencia.

Apenas conciente, podía ver a Franco desabrocharse el cinturón, arrojar los jeans, quedar completamente desnudo, la verga liberándose y ella estirando su mano, incorporándose un poco para tomarla… ¡quería sentirla!, sentirla en su boca, en su vagina, pero no pudo. Franco ahora la tomaba de la cintura, la daba vuelta, la ponía boca abajo sobre la mesita ratona que segundos antes había despejado con un brazo y entonces, abriéndole las piernas en su máximo ángulo se arrodilló a sus espaldas y la penetró desde atrás, sin suavidad pero sin violencia, sin gentileza pero con firmeza, de una sola embestida lo sintió completo, vehemente, demandante… Aferrado a cada pecho, Franco marcaba con su cuerpo el ritmo de su sexo mientras los músculos de la vagina se cerraban involuntariamente alrededor de su verga, ayudándolo, invitándolo… Lucía notó sus uñas clavadas a los bordes de la mesita, liberó la mano derecha llevándosela hasta donde ahora estaba la mano de Franco, sobre su pubis, sosteniéndola. Él tomó su mano y se la llevó hasta su vulva mojada y sedienta y la dejó sola, acariciándose el clítoris, para él ir a ocuparse de su cola. No podía verlo, pero Lucía imagina la cara de su hombre: la expresión empañada por la excitación mientras miraba el entrar y salir del pene experto de la vulva hinchada, los dedos de ella masturbándose, los glúteos exigentes que ahora apretaba, ahora abría, ahora cerraba, sus dedos… sus dedos trazaban camino por esa línea vertical hasta al nacimiento de la columna para volver a bajar y entonces Lucía escucho su propio clamor en un grito lejano, como ajeno: "aaahhhhh, mi amor, voy a acabar".

-Hazlo, -susurro él con voz ronca a sus espaldas, -porque para eso estas aquí, porque voy a hacerte el amor hasta que comprendas que este cuerpo ha nacido sólo para mí.

-Aaahhh, aahhh, aaahh, gritó Lucía abandonándose una vez más a los dictámenes de la carne.

Franco se puso de pié, y levantándola con suavidad, la penetró otra vez. Lentamente y sosteniéndola de los muslos, en silencio, comenzó a caminar hacia el cuarto. Ella iba aferrada a su cuello y espalda sintiendo sus fuertes latidos y un casi, casi imperceptible temblor, "pero si él… si él no ha acabado", pensó Lucía y entonces recordó sus palabras. Franco se sentía celoso, ¡si, era eso!, los celos lo había puesto furioso y aún no lo controlaba. "Querido mío…" susurro en su oído y él la apretó un poco más haciéndola conciente de su miembro, ahora menos dictador que antes. Lucía no pudo contener una risita, "¿de qué te ríes?", preguntó él, "¡es que me traes como bandera izada en el asta!". Franco también sonrió mientras la depositaba tiernamente sobre la cama, el chiste había aflojado un poco su furia, todavía adentro de ella, recostó su pecho sobre el suyo, se tomaron las caras, sus miradas se leían, sus bocas besaban los párpados, las barbillas, los cuellos. Lucía lo sabía enmudecido, contenido; Franco la sabía conmovida, intensa. "Ah, Lulú", balbuceó sobre sus labios agitados, lentamente comenzó a besarla, cada centímetro de aquel cuerpo lo demandaba y él, obediente, respondía. La piel de Lucía, todavía enrojecida por el coito, anhelaba esas caricias tan conocidas pero a la vez tan nuevas y cerró los ojos para sentir con más claridad.

Franco salió de ella tan suavemente como había entrado, arrodillado a sus pies, recorría su cuerpo con la mirada, con la boca, con las manos, las yemas de sus dedos sabían de memoria el mapa de su piel, su lengua reconocía cada protuberancia, cada planicie, cada cielo.

"¡Dios, cuánto te deseo!", murmuro bajando por su vientre. Estremeciéndola, erizándola, bebió las humedades de su cuerpo, lamió la vulva inflamada, con la boca atrapaba los rosados labios de su interior, los dientes mordían el clítoris, los dedos exploraban, primero uno, luego otro, luego los dos. Lucía se arqueaba y retorcía, los gemidos de ambos se confundían, retumbaban en el silencio, ella tomó su cabeza al tiempo que elevaba las caderas

"Por favor, Franco, por favor, no me tortures más, te necesito entro de mi…" y él le correspondió, penetró hondo, fuerte, total, sintiéndose sin Dios, sin patria, sin mas fronteras que ese cuerpo al que se abandonaba como se abandona la playa a los embates le las aguas del mar. Franco aspiró con los dientes apretados, "ssssss, ¡qué los dioses me condenen, mujer, pero no hay otro cielo que cogerte así, así…", susurró Franco mirando cómo su verga entraba en la vulva sedienta de su mujer, queriendo permanecer para siempre, su cuerpo se inclinaba para atrapar los pezones duros y rosados en los senos turgentes, los lamía, los apresaba entre los labios

Los cuerpos rodaban en la gran cama, se detenían para volver a empezar, con movimiento experto, Lucía lo puso de espaldas y se montó sobre él, no hubo preámbulos, sabía lo que quería, tomó el pene entre las manos, masajeándolo, una mano subía y bajaba a lo largo del tronco duro, la palma de la otra rodeando el glande que pedía más, la boca complaciente lo chupaba, la lengua acariciaba suavemente recorriendo su contorno… no, aún no, le enseñaba apretando la base con los dedos, la boca se apoderaba de un testículo, luego del otro, la lengua viajaba desde el ano hasta la punta de la verga.

"Ah, mujer, vení aquí", le ordenó Franco. Con destreza, Lucía acomodó sus caderas a la altura de la cara de su marido, así, como le gustaba a él. Franco apreció el panorama de su cola, trazó su ruta con los dedos, con la lengua jugó en su agujero, mientras el dedo mayor izquierdo se perdió en lo profundo de su vagina, palpando el interior, adelantándose, la otra mano imitó a la lengua, su dedo buscó la entrada y la encontró sin resistencias. "Aaahhh", gimió implorante Lucía, le gustaba tanto cuando sus dedos le penetraban la cola… La lengua de Franco ahora recorría la vagina, la sintió caliente, bebió de sus jugos, se metió por los pliegues de sus labios, su boca atrapó entre los dientes el clítoris ya erecto para lamerlo y succionarlo suavemente.

Franco cambió de posición, la subió sobre él, sus ojos admiraban los sonrosados senos, con una mano sostenía su pene invitándola a montarlo, con la otra, masajeaba el hinchado y rojo clítoris.

  • Ah, ¡Cómo se siente, amor!… cómo es posible que me entre así…-musitó Lucía.

  • Aaahhh, mirá Lu, mirame entrar en vos

Obedeciendo, Lucía echó hacia atrás el cuerpo y apoyando ambas manos a cada lado de los muslos de su hombre, inclinó la cabeza para apreciar el espectáculo: la verga empapada de jugos vaginales, el tronco duro dejando ver su red de venas palpitantes, el glande enrojecido que guiado por la mano de Franco se frotaba a lo largo de la vulva, abriéndose paso entre sus labios para luego dejarse engullir por esa vagina que instintivamente contrajo los músculos a su alrededor arrancando un gemido ronco de la garganta de su dueño. Lucía levantó la cabeza para mirar a Franco a los ojos, la mirada de ella, brillante por la excitación y sus labios entreabiertos, delataban su deleite, como si estuviera asistiendo por primera vez al mágico espectáculo de un hombre entrando en una mujer. Alternativamente, sin perder su expresión, miraba los sexos apenas unidos para volver a los ojos de su hombre.

Franco entendió que su mujer no quería esperar más, quería ser penetrada por completo pero no la complacería, no todavía, la tomó firmemente de las caderas para que ella no cumpliese con su cometido y entonces fue Lucía la que comprendió que debía ser ella la que precipitara el último acto. Volvió a inclinar su cabeza, se incorporó levemente y sin dejar de mirar, empezó a moverse alrededor del glande atrapado por los rosados labios menores de su vagina. Esta vez asistió a la magnífica función que estaba dando su clítoris: erguido, se asomaba al frente de la vulva, completamente erecto, retraía la piel que lo cubría para dejar ver su pequeña y rosada cabecita. Sonriendo de lado y volviendo a mirar a los ojos de su marido, Lucía recargó su peso sobre la mano izquierda, llevó la derecha a su clítoris atrapándolo con sus dedos y comenzó a masturbarse. Cerró los ojos y continuó con su movimiento de rotación alrededor del ardiente glande, apretando y relajando los músculos mientras se pasaba la lengua por los labios entreabiertos de su boca. Lucía gemía de placer, y aunque deseaba fervientemente sentir la verga de su hombre por completo, ella estaba dispuesta a doblegarlo.

Él todavía sostenía sus caderas impidiéndole disfrutar de todo su miembro, esperando su ruego, pero a Lucía no le importó. Con el vientre hundido y los músculos de este contraídos, se apoyó firmemente sobre sus dos pies, casi en cuclillas y llevó su mano izquierda hasta sus senos, para acariciarlos y apretar los duros pezones entre sus dedos, con la mano derecha sobre su clítoris, continuó masturbándose siguiendo los movimientos circulares de sus caderas. Su piel había comenzado a brillar, con el cuello tenso y los ojos cerrados, volvió a humedecerse los labios, esta vez muy lentamente, mientras de su seca garganta se escapaban gemidos entrecortados. Franco creí estar alucinado ante la visión de su mujer masturbándose… ahora acariciándose los senos, ahora agarrándose los cabellos, ahora bajando su mano por el vientre perfecto, ahora llegando al cortísimo y escaso vello púbico para volver a subir hasta los senos; la otra mano jugando con su clítoris, abriendo con los dedos sus labios vaginales para dejar ver cómo la vulva ardiente apretaba su glande. Y no pudo más.

Los jadeos de Lucía le dijeron que estaba a punto de explotar en un orgasmo, entonces liberó sus caderas y la tomó fuertemente de las nalgas hundiendo sus dedos en la carne firme. Casi inmediatamente, ella cambió sus movimientos circulares para subir y bajar lentamente a lo largo del pene. Lucía abrió los ojos y sonriendo fue ella quien ahora lo invitaba a mirar, Franco gimió y enarcó su espalda, ella sintió sus manos apretar la carne de sus nalgas y ya sin poder resistir más, se dejó caer sobre sus rodillas ensartándose esa verga por completo. Rodeó su espalda con los brazos y con los senos acarició el pecho de Franco, sentía una eléctrica pulsión recorriendo sus venas y apretó sus muslos contra el cuerpo de su hombre. Detuvo los movimientos de sube y baja pegando sus caderas a las de él mientras su sexo se tragaba toda la verga, se balanceó hacia adelante y hacia atrás frotando el endurecido clítoris contra los vellos públicos de su hombre. La embargó un leve temblor que se hizo terremoto cuando Franco, percatándose que el desenlace se acercaba, se incorporó de golpe para quedar semi-sentado, y dejando los cuerpos firmemente unidos por los sexos, rodeó la cintura de Lucía con un brazo para con la otra mano ir directamente al agujero de su cola que había estado dilatando en un abrir y cerrar de nalgas, su dedo mayor encontró el ano y sin mayores preámbulos, se lo metió hasta el fondo haciendo que Lucía lanzara un grito de gozo, al tiempo que clavaba sus uñas en la carne de su espalda, a la altura de los omóplatos. Inmediatamente, Lucía estiró las piernas para hundir los talones en la cama, en un desesperado intento de tragarse también los testículos, como si eso fuera posible. Los movimientos compulsivos producto del orgasmo, cesaron lentamente mientras los cuerpos sudados se resistían a alejarse, aunque más no sea levemente, el uno del otro.

Lucía sentía el corazón de su marido latir fuertemente y preguntándose cómo era posible que aquél hombre aguantara tanto sin llegar él también al orgasmo, echó la cabeza hacia atrás, abrió los ojos y… El espejo, el espejo que cubría el techo, el espejo donde ese mismo día se había mirado Muriel, el espejo que le devolvía imágenes de dos cuerpos enredados y ninguno era el suyo… Lucía se tensionó, Franco debió notarlo porque en un solo movimiento la apartó un poco tomándola de los hombros, sus ojos buscaron los suyos y él pudo ver los fantasmas que habían estado atormentando a su mujer… Las palabras volvieron a anudarse en su garganta. Y fue ella quien habló.

-¿Lo disfrutaste Franco?, ¿disfrutaste de coger un cuerpo que no era el mío?, ¿disfrutaste de coger con Muriel?, preguntó suave pero firmemente.

Franco suspiró, "es un buen momento para mentir", pensó, pero el hábito de la verdad es demasiado cruel; entonces, sin apartar la mirada se lo dijo:

-Si Lu, lo disfruté, lo disfruté mucho. Pero de alguna manera, sabía que estabas ahí, en algún lugar… Lo supe en el mismo instante en que Muriel se abrió la bata y apareció su desnudez con ese gran moño rojo. Aunque en un primer momento dudé, tanto que estuve a punto de echarla, la certeza de que sólo a vos se te podía ocurrir hacer algo así, digo… regalarme una mujer, toda esa preparación, las fantasías que teníamos al respecto y la imagen mental de vos mirándome desde algún lugar coger con tu amiga, hicieron el resto.

-¿La deseaste?, preguntó Lucía en un hilo de voz.

-Al principio deseé lo que sentía cuando hablábamos del tema, mejor dicho, cuando vos me contabas tu fantasía de verme con otra mujer y que creíamos que nunca estaríamos preparados para eso; creo que estaba aterrado, cada poro de mi cuerpo se resistía pero el vértigo pudo más.

-Pero a ella… -insistió Lucía- a ella, ¿la deseaste como a mí?

-No, nunca como a vos. Pero si… la deseé. Por momentos, creo que perdía la consciencia de que se trataba de Muriel, podría haber sido otra mujer; en otros, pensaba el ella, en Alex, era mi amigo, aunque sabía que ni vos ni Muriel harían algo sin su consentimiento, pero… ¿por qué estuvo de acuerdo?, ¿cómo se sentiría él en esos momentos sabiendo que posiblemente –si yo no rechazaba el regalo- su mujer estaba teniendo sexo conmigo?, ¿cómo se sentiría Alex después?, ¿cómo nos sentiríamos nosotros después?, ¿qué sería de nuestra relación? Pensaba que debía detenerme y estuve a punto de hacerlo varias veces, pero al mirar hacia el espejo que da al vestidor, te diría que casi, casi, podía verte mirándome y sintiendo todo aquello que sentías cuando eso no era más que una fantasía. Se me contraía el corazón al imaginarte ahí, viéndome teniendo sexo con otra mujer, celosa y con sentimientos contradictorios, pero al mismo tiempo pensaba que era algo que vos habías buscado y pensé en escarmentarte. Y sí Lu, entonces la deseé, y me abandoné a esos deseos.

-¿Y quisieras repetir la experiencia? –preguntó Lucía con aliento contenido.

-No lo creo, a menos que vos estés ahí… porque lo cierto es que así como me llené de deseo, al terminar me vacié de todo que no fueras vos… -quiso continuar pero Lucía lo calló con un ademán a la vez que lanzaba una carcajada, él la interrogó con la mirada;

-Nada, nada, es que estoy aquí, sujeta al cuerpo querido… recordando lo aprendido… "el sistema de conocimiento humano basado en lo erótico, la teoría del contacto, una filosofía donde la voluptuosidad es la forma más completa y más especializada, de este acercamiento al Otro, una técnica al servicio del conocimiento de aquello que no es uno mismo…" –dijo Lucía casi declamando ese párrafo de "Memorias de Adriano".

Comprendiendo, Franco rió con ella, la miró a los ojos y vio que su mirada, antes clara, se había vuelto…, … "Esto está muy conversado", dijo ella de pronto, "es mi turno de demostrarte que no habrá más cuerpo que el mío que tu alma anhele poseer" Franco sonrió de lado, el episodio anterior lo había enfriado un poco, pero aún estaba dentro de ella, "sujeta al cuerpo querido" había dicho… "¡Ah, Lulú!", dijo suspirando sobre su boca.

Su pelvis se movía otra vez, ella sentía crecer ese enorme miembro dentro su vagina que a pesar de la impresión no había dejado de latir, "uhm, calentona" pensó de sí misma divertida. Empujó el cuerpo de Franco para que apoyara las espaldas, despegando las rodillas de la cama se sostuvo con los pies, las manos sobre los muslos fuertes de su hombre, comenzó a subir y bajar por toda la longitud de su miembro que aún no alcanzaba el máximo esplendor. Se sentía lujuriosa, lo veía deleitarse mientras la miraba clavarse su verga. Las manos de Franco recorrían su cuerpo como un escultor acaricia su obra, la veía arquearse y contornearse, ahora se agarraba el cabello, la lengua delineaba el contorno de la boca, los dientes mordisqueaban al labio inferior y esa boca… esa boca que su cuerpo espera como la noche espera al día. "Ay, Dios. ¿Cuántas veces había invocado a Dios esta noche?", pensó. Jamás contemplación alguna lo había aturdido tanto, su verga entrando y saliendo de esa vulva impregnada de fluidos

-Te Amo, Lu, te deseo, te necesito

-Shshsh, -lo calló Lucía.

Ella intuía que esta vez él no aguantaría tanto, se detuvo un instante, no quería que acabara, y con toda la determinación que le confería el deseo suplicó, rogó, imploró sobre su boca

-Haceme la cola, mi amor

El cuerpo de Franco se estremeció compulsivamente en toda su extensión, las solas palabras casi logran el orgasmo, pese a la sorpresa, logró contenerse, necesitaba satisfacerla, él nunca había querido hacerlo a pesar de desearlo fervientemente, antes de ella había tenido innumerables experiencias de sexo anal pero con Lu… moriría si le hiciese daño. Lucía adivinó la lucha de su hombre entre el deseo y el cuidado, "jamás vas a lastimarme, amor, por favor…" rogó al tiempo que rodaba acomodándose boca abajo en la cama, elevando las caderas, ofreciéndole esas nalgas plenas, redondas, firmes. Franco estaba estupefacto, arrodillado a sus pies, contemplaba ese cuerpo de espaldas bien formadas, la diminuta cintura, las largas piernas, y esa cola… esa cola que era el único territorio apenas explorado de aquel continente exótico que era el cuerpo de su mujer y que ella le ofrecía conocer más allá de sus fronteras.

Franco hizo a un lado los largos cabellos de Lucía y las manos recorrieron la figura amada desde el cuello hasta los muslos. Sus labios y lengua imitaron al tacto, abriendo las nalgas la boca de él se posó en el rosado y pequeño agujero, con la punta de la lengua trazó círculos a su alrededor dedicándole un largo y húmedo beso, situándose plena para luego empujar suavemente, entrando apenas y volviendo a lamer. Los dedos diligentes ayudaban en la tarea, las caderas de Lucía se movían en círculos mientras su garganta emitía prolongados gemidos de placer y sus manos se aferraban a las sábanas. Los dedos hábiles de su marido entraban en la vagina humectándose con sus jugos que luego iban a lubricar el ano ya lo suficientemente dilatado para recibir un dedo explorador escoltado por la lengua que no quería apartarse y estaba volviéndola loca. Franco introducía lentamente el dedo mayor acompañando los movimientos de Lucía, mientras la otra mano hacía su tarea en la vulva, en el clítoris, lo sintió duro, palpitante, y supo que no debía esperar más. Con un brazo alrededor de las caderas, la incorporó hasta dejarla de rodillas aunque con el pecho sobre la cama, con la otra mano sosteniendo la verga, la punta se abrió camino entre las hermosas nalgas.

Lucía emitió un leve gritito por lo que Franco trató de retirarse pero su mujer empujó hacia atrás haciendo que el capullo entrara por completo. Con una mano en la nuca y la otra en su cadera, Franco hizo que se incorporara un poco para que fuera ella la que marcara el ritmo de la penetración. Lucía relajo todo el cuerpo y se concentró en relajar el ano, eso resultó y entonces pudo sentir el glande dentro y su agujero acostumbrarse a él. Dolía un poco pero la excitación era más fuerte, deseaba desesperadamente sentir todo ese miembro dentro de sí, moviéndose de arriba abajo hacía que en cada embate de su cola, la verga de su marido encontrara poca resistencia a su paso. Franco la penetraba con cuidado, él se había armado de paciencia y cuando pudo sentir que la presión había disminuido, tomó a Lucía de las caderas y ella supo que la situación estaba por cambiar. Efectivamente, Franco arrodillado y casi sentado en sus pies, acomodó el cuerpo de ella abriéndole las piernas de modo que quedaran cada cual a un lado de las de él, tiró de su cadera hasta que la cola rozó la punta de la verga, sus manos aferraron y abrieron las nalgas, entonces Lucía respiró hondo y se relajó para facilitarle la tarea, sintió cómo, poco a poco, Franco iba entrando en su cuerpo, llenándola. Casi instintivamente llevó una mano a sus senos y la otra a su clítoris, arqueó la columna y empujó hacia atrás clavándose casi toda aquella verga en su agujero implorante por sentir la completa erección, y con un ronco gemido, empujó por última vez hasta que pudo sentir los testículos en su vulva. Sus cuerpos se movían acompasadamente, una mano de Franco la masturbaba, la otra acariciaba sus senos, con un brazo ella le rodeaba el cuello mientras con el otro empujaba las caderas de él tomándolo de las nalgas. Sus miradas se encontraron en el espejo de la cabecera de la cama, las pupilas dilatadas dictaban mudas palabras de amor, las bocas pronunciaban sus nombres confundidos entre gemidos y gritos de placer

De pronto, Lucía se sintió vacía, Franco se había apartado para recostarse en el respaldo de la cama y le hizo señas para que se montara sobre él, Lucía sonrió mientras sentía latir su ano como pidiendo ser llenado de nuevo, y no lo hicieron esperar. Sosteniendo el miembro con una mano, Franco dejó que ella se fuera sentando lentamente hasta que la verga entró profundamente en su agujero mientras Lucía arqueaba el cuerpo presionando hacia abajo. Así, comenzó a moverse en círculos y hacia atrás y adelante lo que hacía que la vulva frotara completa en el pubis de su marido. Descubrió que esa posición era espectacular, podía controlar la penetración, podía mirar cómo gozaba su hombre, y la visión de sí misma en el espejo clavándose esa verga, la excitaba aún más.

Incorporándose, sosteniéndose con los pies y las manos en las rodillas de él para impulsarse, empezó a moverse a lo largo del miembro, dilatando el agujero cuando iba hacia arriba y cerrándolo cuando iba hacia abajo, deteniéndose un momento en el cuello del glande para luego dejarse caer clavándose hasta el fondo. Aceleraba el ritmo para luego hacerlo lento, quería sentir cada palmo de ese miembro, había deseado tanto esa verga en su culo, que no quería que terminara tan pronto. Esa mezcla de dolor y placer de la que tanto se habla, la estaba volviendo completamente loca. Franco estaba extasiado, sus ojos iban de la cara de su mujer a ese fabuloso espectáculo de penetración anal que superaba todas las fantasías que había tenido. Esa visión estaba trastornándolo, ya casi no aguantaba más pero quería que esta vez acabaran juntos así que se concentró en darle placer. Una mano soltó las caderas de Lucía para ir a parar en su vulva, primero metió el dedo mayor, el que enseguida quedó empapado de jugos, luego metió también el índice mientras que con la palma presionaba y masajeaba el clítoris erecto.

Las maniobras de su hombre enloquecieron a Lucía y se dejó caer sobre la verga apretando la mano de él y refregándose para sentir sus dedos más profundamente, ¡ah, cómo le gustaba esta doble penetración! Franco no podía aguantar más, los fuertes gemidos y la respiración contenida de Lulú le dijeron que ella tampoco, entonces, él se incorporó y con un brazo alrededor de sus hombros, empujó el cuerpo de Lucía hacia abajo penetrándola intensamente, ya no había espacio entre los dos, sus cuerpos eran uno mientras sus almas explotaban en un prolongado orgasmo compartido al tiempo que sus bocas se apretaban en un beso bebiéndose el aliento hasta que los cuerpos, fuertemente aferrados el uno al otro, dejaron de estremecerse de placer.

Sin preocuparse por cambiar de posición se tumbaron en la cama, ninguno parecía capaz de emitir palabra alguna, no hacían falta, los ojos de ambos se llenaron de lágrimas, así de fuerte era lo que acababan de vivir, así de fuerte era el amor que sentían, aún estaban abrazados estrechamente, cada uno sumido en un pensamiento común y lentamente se fueron relajando hasta quedarse dormidos, pero antes, Lucía alcanzó a decir: "Ahora sí que está completo tu regalo. Feliz Cumpleaños, mi amor"