Feliz cumpleaños, Irina

Oli quiere hacer a su esposa un regalo muy especial por su cumpleaños, y eso implicará vencerse a sí mismo.

(Para un gran amigo con un beso muy fuerte; Juanvi: te lo brindo)

-¿Si quiero QUÉ?

Hay veces en la vida en que hace falta tener valor, mucho valor… desgraciadamente, yo nací un poco falto de eso. Me llamo Oliver, aunque en la partida de nacimiento pone "Oliverio", y todo el mundo que me tiene un poco de confianza me dice simplemente Oli. Hasta no hace mucho, yo pensaba que el amor no era algo que yo fuese a conocer nunca, y tal certeza no me producía ya ni indiferencia… era algo que daba tan por sentado que ni siquiera pensaba en ello, igual que no pienso en que los árboles puedan un día echar a andar… Y entonces llegó ella. Irina. Qué vio en mí, no lo sé. Yo no soy muy alto (si se pone tacones, ya me sobrepasa, por muy poquito, pero se nota), no estoy en mala forma física porque desde la adolescencia me habituaron a la gimnasia(mi padre pensaba que agotarme físicamente era la mejor forma de mantener las sábanas limpias y los pijamas secos para un joven sin novias…), pero como soy bajito y de esqueleto tercamente reforzado, todo mi cuerpo da sensación de anchura… no soy un hombre precisamente divertido, no tengo gracia para contar chistes, soy poco expresivo de rostro y por más que me gusten los videojuegos, mi juego favorito es el ajedrez.

Soy bibliotecario jefe en la Universidad y aunque sea un trabajo que mucha gente considera vulgar y tedioso, para mí es algo que adoro… los libros han sido mis mejores amigos desde mi niñez, y yo pensaba que serían los únicos compañeros que tendría en mi vida, hasta que Irina irrumpió en ella con la fuerza de un huracán del Caribe.

A mí me gustó desde que la conocí y ella se interesó por mi trabajo. Era la primera persona en el mundo que lo hacía, y más aún de sexo femenino… y sólo tres citas más tarde, me hizo el amor. No me avergüenza ya decir que a pesar de mis treinta y tres años, fue mi primera experiencia. Valió la pena esperar por ella. Desde entonces, y aún no sé muy bien cómo, me encontré viviendo con ella, ella conmigo… quizá por eso le pedí que en los meses previos a nuestra boda no viviéramos juntos ni tuviéramos sexo. Necesitaba un poco de tiempo para digerir cambios tan radicales y tan rápidos, y también, por qué no, para aprender a desearla, disfrutar "sufriendo" sin ella, echándola de menos… A pesar de que el vicio solitario nunca me ha atraído gran cosa y me daba vergüenza practicarlo, durante aquélla época aprendí a usarlo y verlo no sólo como una forma de desahogo, sino también como un método de descubrir mi placer, aprender a retenerme, e incluso como un acto amatorio en sí mismo… en todas mis fantasías, Irina siempre estaba presente.

Finalmente, nos casamos, y sólo puedo decir que yo, antes de conocerla, me había considerado un hombre feliz, pero ahora que la tenía conmigo, me daba cuenta de qué paupérrima había sido mi vida sin ella… sin su calor por las noches, sin sus sonrisas, su amabilidad, su interminable simpatía, su dulce modo de tratarme, su manera de tolerar mis infinitas manías siempre con la risa a flor de labio, de hacer especial cada momento… Sólo deseaba poder demostrarle de algún modo todo lo que la quiero y la necesito, y el momento de hacerlo, llegó cuando se aproximó su cumpleaños.

Aparte de los regalos que le tenía preparados, quería prepararle algo más… una sorpresa, algo que tuviera significado más allá de un detalle monetario, algo que no olvidase nunca… pensé en cocinar para ella algo especial, porque, aunque nos turnemos para hacer comidas, ella misma admite que guiso mejor que ella (cuando te independizas a los 19 años, sólo puedes vivir del pollo y las croquetas maternas durante algún tiempo; pasado ese plazo, tu propio estómago y aún tu orgullo, te exigen otro tipo de alimentos…), igual que yo admito que es ella quien tiene una gracia especial con la repostería.

-Oli, ya es muy tarde, ¿no vienes a la cama…? – me dijo aquél miércoles de principios de Octubre, mientras yo miraba recetas a escondidas en el ordenador. Mi Irina llevaba puesto un pijama abrigado, porque vivimos en el Norte, cerca de la sierra, y las noches, ya desde finales de verano, no son para tomarlas a broma… pero la chaquetilla le quedaba sueltita, de modo que se veía uno de sus hombros… más que suficiente para darme ganas, pero aquélla búsqueda, era más importante, de modo que hice de tripas corazón, y dije que se acostara, que yo iría enseguida. Irina me miró con algo parecido a la resignación; ella también tenía ganas, estaba bien claro, y me daba cargo de conciencia no ir a la cama, pero si no encontraba pronto las recetas adecuadas, corría el peligro de que sospechara y la sorpresa se echase a perder

Seguí buscando "platos afrodisíacos… recetas para aniversarios… cenas para noches especiales…". Recogí unas cuantas que me parecieron buenas y las guardé en una carpeta… y al mirar las carpetas, vi una que me llamó la atención: Documentos Privados Irina. La verdad que no uso demasiado el ordenador de casa, es Irina quien, por su trabajo como profesora, lo usa más, y la carpeta me pescó de sorpresa… Levanté la cabeza para mirar hacia la alcoba. La luz estaba apagada… La abrí.

La carpeta estaba llena de documentos de ejercicios en preparación, exámenes que ya había usado, ejercicios que corregir de sus alumnos, posibles preguntas para exámenes… Una lista de hipotéticos regalos de Navidad, pese a que estábamos apenas en Octubre… y un archivo llamado "diario". De nuevo, dudé. Aquello era un poco feo, estaba curioseando en sus cosas personales… pero quizás allí, encontrase algo para darle la sorpresa especial que deseaba… por otra parte, ¿lo hacía sólo por eso, o también un poco por cotillear si decía algo de mí….? Muy lentamente, me levanté de la silla y me asomé por la puerta entreabierta de la alcoba. Irina, de cara a la puerta, tenía los ojos cerrados, respiraba dulcemente… dormía. Sintiéndome culpable, pero haciéndolo de todos modos, abrí el archivo, deseando internamente que estuviera protegido por contraseña… pero no lo estaba.

Era un diario bastante reciente, como de unos dos años atrás… Irina hablaba de algún otro amante anterior, eso no me interesaba (¿para qué iba a ponerme celoso con retroactividad….?)… hablaba de cosas sucedidas en sus clases, discusiones con su madre… bla, bla, bla…. Reconciliación con su madre… lo dejaba con el otro amante… periodo de soledad…. Líos de una noche… ¡Aquí! Al fin aparecía yo. Irina me describía como un hombre enfermizamente tímido, pero atrayente… contaba nuestra primera noche… Reí, avergonzado, al leer la descripción que hacía de lo nuestro, diciendo que con lo que ella había sido, una chica alegre, había ido a caer en brazos de un pringadíllo virgen, al que no podía evitar amar… Los meses de espera, también estaban allí… nuestra boda, nuestra luna de miel en París, nuestro primer veraneo juntos… la vuelta al trabajo… ahí parecía haber algo interesante:

"Oli ya ha empezado a trabajar de nuevo, pero yo, hasta primeros de Octubre, no me reincorporo oficialmente… hasta entonces, todo son exámenes de recuperación, reuniones, discusiones sobre el plan de estudios y tonterías varias. La mayor parte del día desperdiciado, así que tan pronto como acabó la tediosa reunión de hoy, me fui a la biblioteca a ver a Oli. Mirarle mientras trabaja es un privilegio, y no tengo muchas ocasiones de hacerlo.

Muchos alumnos están preparando trabajos, tesis, o exámenes de recuperación que algunos profesores los hacen más adelantado el mes de Septiembre. Otros, simplemente ya saben que han suspendido y aprovechan para ir preparándose la siguiente convocatoria… Sea como fuere, ahí está mi Oli, para dirigirlo todo. No es común verle enfadado, pero hoy ha vuelto a hacerlo contra ese chico, Marino, al que llaman Rino Rompebragas, porque pretendía entrar con una bolsa de hojaldres de miel en la biblioteca. Oli le tiene más que dicho que en la biblioteca no se come nada, que allí se va a leer o estudiar, no de merendola, pero menos aún se pueden comer cosas pegajosas… también le ha recordado que no puede entrar llevando la cadena como cinturón y las espuelas en las botas de motero, porque mete mucho ruido al andar y desconcentra a los demás. Rino intenta torearle, pero no lo consigue, y finalmente Oli lo echa, todo esto hablando en susurros… sabe que Rino, por mala reputación que tenga y malas pintas que lleve, es un estudiante modelo, saca notas impecables, y muchos profesores le tienen de ojo derecho, así que no le quedará otra más que dejarle entrar pronto de nuevo… Arnela, la ayudante de Oli, una chiquita a punto de graduarse y la sobrinísima del Decano, no quiere ni acercarse al mostrador cuando entra Rino, y se pasa las horas muertas mirando a mi marido.

Detesto que haga eso, pero no puedo culparla porque se sienta atraída por él… yo misma lo hago, como hoy. Cojo un libro cualquiera, ni siquiera miro el título, y me siento en una de las mesas cercanas al mostrador, y mientras hago como que leo, le observo… Cuando está conmigo, en casa, a veces parece sentirse inseguro. Cuando está con personas que no conoce, a veces le toman por mudo, o por tonto. Hay ocasiones, cuando está en sitios que no le son habituales, en que parece que tenga miedo incluso de moverse, por temor a estorbar, a romper algo… pero todo eso, cuando está entre los libros, desaparece. Entonces, aparece otro Oli, al que me da la impresión de que no conozco. Es un hombre seguro de sí mismo, alguien que no vacila jamás, que no tiene ninguna duda, alguien fuerte… alguien que sabe que está en un mundo que le pertenece por completo, que domina en su totalidad… el entorno entero le obedece, y le rinde pleitesía… Cuando algún estudiante le pregunta por un libro, no tiene ni que mirar el archivo, sabe de memoria si lo tienen o no, y a veces, hasta si está o no alquilado, si es alquilable o está en depósito sólo para lectura en sala… Cuando le piden un título, no tiene que mirar la signatura del mismo, la conoce como un poderoso sultán conocería los nombres de todas las mujeres de su harén, y no precisa mirar posiciones en el ordenador, él mismo sabe en qué estantería se encuentra, y sube y baja por las escaleras con una soltura que no le he visto en ningún otro ámbito… es como si los libros le conocieran, y se dejaran dirigir mansamente por él

Cuando le miro en su trabajo, me siento feliz, orgullosa… y también un poco triste, pensando que la biblioteca le tiene de un modo… del que jamás yo podré tenerle. Es como si fuese una persona distinta, sin dejar de ser él mismo… no es la primera vez que he fantaseado con que hacemos el amor en la biblioteca, entre los estantes llenos de libros… sé que para él sería como mancillar un templo, un lugar sagrado… pero, Dios mío, me encantaría hacerlo allí… me encantaría ver si puede ser la misma persona en el sexo dentro de la biblioteca, o si ése hombre poderoso y seguro de sí mismo que es el Oli bibliotecario, también sería distinto haciendo el amor conmigo… ".

Después de leer esto, sentía mucho calor… Seguí mirando arriba y abajo por el diario, y había un par de referencias más a aquélla fantasía… Eso, y mi nula capacidad de tomar la iniciativa, era lo que más deseaba Irina. En eso sí tenía razón, porque como ella tiene ganas prácticamente siempre y no se suele cortar en pedirlo, mi "toma de iniciativa" se reduce a mirarla de reojo cuando en la película que estemos viendo sale alguna escena interesante… aunque sea un simple beso, Irina ya sabe que quiero. O como mucho, una vez puse a Barry White en el equipo de música… Irina me miró con cara de "mmmh, ¿pretendes insinuarme algo…?", y yo no sabía ni a dónde mirar, mientras me tapaba como distraídamente el bulto que hacía mi pantalón

Eso podía trabajarlo, pero lo otro… Imposible, completamente imposible. Hay ciertas cosas que uno no puede hacer, y ni soy capaz de concentrarme en estar con ella en el sofá si no giro antes la esculturita de Lord Vader de la mesilla (siento por él una grandísima admiración y el más profundo de los respetos, pero, sintiéndolo mucho, hay cosas que no puedo compartir ni con él…), ni sería capaz de concentrarme tampoco en medio de la biblioteca, me conozco, y pensaría todo el rato que los libros se pondrían celosos

Lleno de ideas y dudas, me fui a dormir, y admito que cuando me acurruqué detrás de Irina y ella, aún dormida, agarró el brazo con el que le rodeé la cintura, no sólo me sentí feliz… sino también un poco culpable. Ella tenía tanta confianza en mí, que había dejado su diario sin contraseña, y a mí no me bastaba con cotillearlo, sino que ni siquiera iba a ser capaz de hacer realidad su más ansiada fantasía… no, no podía. No podía.

No podía… ¿verdad que era imposible…? Lo era, no podía de ninguna manera… Días más tarde, en mi mostrador de la biblioteca, no dejaba de darle vueltas a la cabeza, como todos los días desde entonces. Una pequeña emergencia vino a sacarme de mis pensamientos:

-Señor Oliver… - dijo muy bajito Arnela, mi ayudante – Creo que tenemos un extravío de estudiantes

-Todos los comienzos de curso, igual… - sonreí - ¿viste en qué dirección se fueron?

-Hacia la zona de Filología Hispánica

La biblioteca en la que trabajo habitualmente, es la mayor de la Universidad, porque engloba varias facultades, entre ellas la de Filosofía y Letras (mi favorita), y sólo esa es ya bastante grande… la biblioteca sólo tiene un piso abierto al público, pero sobra y basta… Cada comienzo de curso, algún estudiante novel se pierde, nunca falla, por eso siempre digo a mis ayudantes que se queden con los carnés de los nuevos que llegan, y si pasan más de tres cuartos de hora sin saber de ellos, que me avisen, porque muy probablemente, se han perdido entre las estanterías. En realidad, cuando uno no conoce la biblioteca, es fácil perderse, es muy grande, muy ancha y larga y todas las estanterías parecen iguales… Cuando uno se da cuenta de que en cada lateral hay una letra y el inicio del alfabeto converge hacia el centro, que es donde están las mesas, ya no se pierde, pero las letras no se ven ya bien, y el tamaño siempre impone… es comprensible.

El caso es que me encaminé hacia los estantes de Filología Hispánica, sin dejar de pensar en la fantasía de Irina… lo cierto es que… no quería recordar eso, pero… Tenía un método particular para desvelar si realmente podía o no llevarla a cabo. Cuando era niño y visité una biblio por primera vez, el bibliotecario me dijo que allí encontraría respuestas para todo, absolutamente para cualquier cosa que quisiera saber… "¿Todo?" pregunté. "Todo", recalcó él. Y desde luego, tenía razón, pero un día, contando como diez años, se me ocurrió preguntar a los libros algo inusual. Les pregunté sobre una decisión que debía tomar… al azar, cogí un libro de una estantería. Lo abrí por una página cualquiera y leí una frase entre todas, sin prestar atención. La frase era "Al momento, y sin dudarlo". Actué en consecuencia, y me salió bien. Desde entonces, hice aquello en muchas ocasiones… hacía ya años, naturalmente, que no hacía algo así, pero… ¿Por qué no probarlo? ¿Qué tenía que perder? En esas iba pensando, cuando una voz tediosamente familiar llegó a mis oídos:

-Pues… estoy despistado, chica, lo siento… Es lo que te digo, nos sentamos aquí un rato en el suelo, descansamos… y luego ya, seguimos andando

-Pero… ¿pero cómo no vas a saber el camino para salir….? – La ansiosa voz de la chica no la conocía, pero él, era Rino el Rompebragas, no había duda. Seguí la voz.

-No te preocupes, ya daremos con él… anda, ven aquí, siéntate conmigo

-Rino… esto es serio, ¡no quiero pasar aquí la noche, tenemos que salir!

-No vamos a pasar aquí la noche, anda, ven, no seas boba, relájate

-¡EJEM! – Irrumpí en el pasillo donde se encontraban. Rino estaba sentado en el suelo, con sus pintas de motero ridículo que sin duda le hacen sentir muy machote, tirando de las manos de la joven estudiante, para que se sentara junto a él. Cuando me vio aparecer se quedó casi blanco. Soy la única persona de la Universidad a quien tiene un poco de respeto. – Qué incómodo que os hayáis extraviado, menos mal que estaba aquí para encontraros… Ven aquí, hija. –La chica poco menos que pegó un salto para colocarse tras de mí. – Señor Marino, detesto tener que recalcarle de nuevo que esto, es un lugar de estudio… si no está dispuesto a usarlo en la función destinada, salga del edificio y no vuelva a pisarlo.

-Vale, héroe… - dice levantándose con cara de fastidio y pasándose la mano por el cabello moreno, engominado y de punta – Le diré a uno de mis profes que me has echado y mañana volveré por aquí.

-De paso, vuelva con un permiso escrito de ése profesor, en el que se diga textualmente que un estudiante de Telecomunicaciones, tiene que tener acceso a biblios de facultades de letras. –Aquello era un golpe bajo para él, pero dio media vuelta y se largó. La niña, porque tendría como diecisiete años, en tanto que aquél elemento tenía casi veintiséis, respiró tranquila al verle irse. Le indiqué qué camino tenía que seguir para salir, me dio las gracias y se marchó. Ahora que estaba solo, podía hacer mi consulta


-¿Si quiero QUÉ? – Preguntó Irina.

-Por favor, Irina… sé que te lo digo con muy poco tiempo y que es muy mal día para ti… pero es que esta tarde, se han ido todos mis ayudantes, y ha venido un pedido de libros por los nuevos planes de estudio… no se puede quedar aquí hasta el lunes… necesito que alguien me ayude a colocar y clasificar todo eso… te prometo que no tardaremos mucho

La miré con ojos tiernos… me sentía mal por chantajearla sentimentalmente, pero sabía que aceptaría, y lo hizo. Mi culpabilidad y mi nerviosismo me acompañaron todo el día. Casi deseaba que hubiera dicho que no… los viernes son el peor día para ella, tiene más horas de clase que ningún día, y además dos horas de tutoría, lo que al principio de curso, cuando todos los padres quieren conocer a los tutores, siempre resulta duro y tedioso. Pero había aceptado, por mí. La hora de su llegada se acercaba, y yo había dado la tarde libre a todos mis ayudantes, incluso a Arnela, que casi vivía en la biblioteca (entre eso y su timidez, me recordaba mucho a mí mismo… sólo esperaba que ella llegase a encontrar también a alguien para ella, se lo merecía de veras). Estaba solo y sabía que nadie vendría a esas horas, no a finales de Octubre, cuando hasta Febrero no serían los próximos exámenes.

Mientras esperaba la llegada de Irina, trataba de calmarme… al fin y al cabo, no íbamos a hacerlo hoy… sólo le había pedido que me ayudase para que yo me acostumbrara a verla allí, para hacerme a la idea de que, la próxima semana, cuando fuese su cumpleaños…. Quizá, sólo quizá… me animase a hacerlo. Sólo era una preparación, nada más… podría atreverme a que nos besáramos a escondidas entre los estantes, tal vez… pero sólo eso, nada más, me decía mientras cargaba en los brazos libros y más libros… sería tan sacrílego hacerlo entre ellos… a Irina le encantaban los libros tanto como a mí, pero no los veía como yo… como seres vivos. No podía evitarlo, yo amo los libros

-¡Oli!

-¡Ah! – Irina apareció a mi espalda sin previo aviso, me asusté, y toda la pila me trastabilló entre las manos.

-¡Cuidado! – dijo ella y se lanzó sobre los libros, impidiendo que los soltara, sujetándolos con tanto celo como si fueran esculturas de cristal. El bibliotecario que llevo dentro reaccionó por mí… y poderosamente. Su gesto de proteger los libros había producido un efecto más devastador en mi cuerpo que el verla con un traje de rejilla o una camiseta mojada…. Noté que mi temperatura subía al mismo tiempo que me daba cuenta que la biblioteca entera no sólo aceptaba lo que iba a suceder, sino que me animaba a ello… - Oli…. ¿porqué me miras así….? – sonrió mi esposa, ligeramente ruborizada, mientras nos mirábamos abrazados con un montón de libros entre nosotros, jadeando no sólo por el susto… Y una vez más, no fui yo mismo el que contestó, sino el bibliotecario agradecido, enamorado y deseoso, seguro de sí mismo por estar en su elemento:

-Te deseo, Irina… ¡aquí y ahora! – me asombré de lo que acababa de salir de mi boca, no era posible que yo hubiera dicho algo semejante… pero lo había hecho. Mi Irina me miraba llena de feliz estupor, como si fuera la primera vez que me viera en su vida… Lentamente, nos agachamos para dejar el montón de libros en el suelo, y antes que pudiera incorporarse me lancé a por su boca, haciendo que se tumbara en el suelo, acariciando su cuello y sus hombros… hubiera querido preparar un lugar más cómodo, pero supe que si paraba ahora, rompería la magia que me había llevado a ser valiente y tomar la iniciativa, tenía que seguir… acariciando su lengua con la mía, tiré de los botones de su blusa para desabrocharlos, uno de ellos saltó. Miré a mi esposa, por si acaso aquello la había molestado, pero con un delicioso gemido de impaciencia me agarró de la nuca y hundió mi cara en sus pechos, ¡le había gustado!

-¡Oooooh…. Oli, mi Oli…..! ¿Qué te… qué te ha pasado….? – susurró con voz feliz mientras yo apartaba su sostén y lamía sus pezones, sabía que era muy sensible en ellos… no podía desvestirla del todo, pero daba igual, casi era mejor así… apreté sus pechos entre mis manos, lamiéndolos, amasándolos, pellizcando sus pezones y disfrutando de los grititos de placer que se escapaban de sus labios… lo hacía con rapidez y sin miramientos, pero Irina sólo daba muestras de estar pasándolo estupendamente… yo suelo acariciarla con lentitud, con suavidad, siempre me da miedo hacerla daño, pero hoy no estaba pensando, sólo… me había desatado. Casi siempre es ella la que me lleva las manos aquí o allí para que la toque, yo suelo acariciar alrededor de "las zonas" y sólo de vez en cuando me he atrevido a tocarla sin que ella me invite directamente… pero ahora, ¡lo estaba haciendo! ¡Y me encantaba!

La incorporé ligeramente abrazándola, y mi mano derecha bajó sola hasta su falda… mientras no dejaba de besarla y disfrutar del tacto tibio de sus pechos y sus pezones erectos contra mi camisa, mis dedos arremangaron la tela de su falda… el fru-frú de la tela me estaba torturando los oídos… Irina dobló las rodillas para que la falda subiera por sus muslos más rápidamente, y me encontré acariciando su piel, suave y ardiente… ¿porqué estaba tan excitado….? Mi corazón parecía querer reventarme en el pecho, y más cuando la mano de Irina desabrochó los botones de mi camisa y pude sentir la caricia de su pezón contra el mío, ¡qué escalofrío…! Mi mano apretaba sus muslos y no sé muy bien cómo, pero me di cuenta que la tenía entre sus piernas y el calor húmedo de su sexo me llamaba… metí la mano en sus bragas sin quitárselas, e Irina se estremeció de placer, curvando la espalda… ¡hubiera querido comérmela en ese momento! Pero acariciarla era mejor… podía disfrutar de su placer una y otra vez… Acaricié con la mano su sexo, de momento por fuera, apretando un poquito… Irina me abrazaba y me daba besitos suaves, mirándome con expresión de tierno desamparo… estaba bellísima… Generalmente, soy yo quien tiene ese papel, y me encanta, es estupendo pensar y sentir "estoy a tu merced…", pero hoy, era ella quien lo estaba… y claramente le gustaba.

Mis dedos estaban empapados en sus jugos, y se deslizaron suavemente por su interior… sólo acariciaba por la entrada, la zona más sensible, y subía al clítoris, disfrutando de los gemidos y los espasmos que mis caricias provocaban en el cuerpo de mi esposa… acariciaba con rapidez, y luego paraba, bajaba el ritmo, deslizaba los dedos con lentitud y luego volvía a acelerar… mi Irina no dejaba de dar saltos de gozo, su frente estaba empapada en sudor y no podía dejar de sonreír, con las mejillas coloradas…. La apoyé en una de las estanterías, sentada como estaba y me coloqué entre sus piernas. Irina me sonrió con lascivia, me ayudó a despojarlas de sus bragas empapadas, hice a un lado todo lo que pude el vuelo de la falda y hundí mi cara en su sexo.

-¡HAAAAAAaaaaaaaaaaaah…. Síííííííí….mmmmmmmmh…..! – el grito de Irina pudo muy bien haber traspasado las paredes, pero en ése momento, no me importaba… sólo existía ella y su placer, y quería que gozara como nunca lo había hecho conmigo. Apresé su clítoris entre mis labios y succioné de él, como lo hacía con sus pezones. Mi esposa temblaba de la cabeza a los pies, convulsionándose de placer… con la punta de los dedos, acaricié la entrada de su sexo, metiéndome sólo ligeramente… Irina se mordía los dedos para intentar no gritar, pero el placer era superior a ella, y supongo que también el morbo… Intentó hablar, pero los mismos gemidos ya no la dejaban, y supe que iba a terminar, no podía aguantar más… dio un respingo y en ese momento, metí dos dedos de golpe, hasta el fondo y los curvé ligeramente en su interior, ¡Irina chilló y se mordió el puño, intentando ahogar su propio grito orgiástico! Con la mano libre, me apretó la cabeza en su sexo y sus caderas saltaron varias veces, mientras podía sentir en mis dedos las contracciones de su placer…. No dejé de lamer.

Irina, casi tirada en el suelo otra vez, gemía con los ojos cerrados y una sonrisa de felicidad en el rostro, mientras yo seguí lamiendo, ahora muy suave y lentamente su botoncito… Me acarició la cabeza, mirándome llena de amor… sé que quería decirme cosas bonitas, pero yo empecé a aumentar el ritmo de las lamidas, y de nuevo succioné su clítoris. Irina me miró con sorpresa, agradable, pero no exenta de cierto temor, y de nuevo sus caderas empezaron a mecerse… La solté y la ayudé a levantarse. Mi mujer quiso preguntar, pero la besé para callarla… no era momento de hacer preguntas, no era momento de cuestionarse nada, sólo era momento de disfrutar…. Con una sola mano, sin dejar de besarla, me solté el cinturón, el botón y la cremallera, y me bajé un poco los calzoncillos, lo justo para que mi miembro quedase al descubierto. Mis pantalones resbalaron hasta el suelo, e Irina miró para ver mi sexo… enhiesto y deseoso. Agarrándolo con la mano, lo froté ligeramente contra su clítoris y ella se estremeció de placer y deseo… quise seguir con ése juego un poco más, pero mi Irina me agarró de la camisa abierta y me hizo embestirla con una súplica terminante:

-Ven aquí… ¡animal! – Mi sexo encontró el suyo y se introdujo hasta el fondo sin que ni uno ni otro tuviéramos que guiarlos… el placer me colmó de cuerpo entero, y no sólo por el goce amatorio… sino por el apelativo… "Animal…" pensé, sonriente, gozando un momento de estar simplemente dentro de ella, fusionados, sin movernos… "me ha dicho que soy un animal…". Nunca en mi vida he sentido a la vez tanto orgullo y vergüenza… me daba un poco de corte, pero me gustaba la idea de ser su animal, quizá porque siempre he sido lo que todo el mundo ha considerado más opuesto al salvajismo… empecé a bombear con fuerza, sin ninguna delicadeza… mi temor de hacerla daño se había esfumado, sabía que ella estaba empapada, y si llegase a dolerle, me lo diría enseguida, de modo que me dejé llevar por mi nueva personalidad y embestí con furia, como si quisiera atravesarla… aquello le encantó.

Irina jadeaba ruidosamente, buscando aire, abrazada a mí. La agarré de las nalgas, tomándola en brazos, lo que me recompensó con un profundo y prolongado gemido de gusto. La estantería sobre la que nos apoyábamos protestó ligeramente, pero eso no me hizo parar ni moderarme… estaba tan calentito dentro de ella, el gozo aumentaba a cada embestida mientras los gritos de Irina me taladraban los oídos a cada penetración y hacían que mi espalda se erizase de placer… sus manos se aferraban, crispadas, a mis hombros, sus uñas se clavaban en mi piel… yo mismo no aguanté los jadeos que se agolpaban en mi pecho, y oyendo mis propios sonidos, pensé que efectivamente, sí parecía un animal… el sudor me caía por la frente y noté que mis testículos cosquilleaban y mis nalgas empezaban a temblar… mi orgasmo llegaba… y el de Irina también…. Pude sentir que se ponía tensa y sus manos me apretaron con mayor fuerza… me dejé ir, embestí más rápidamente, y la deliciosa electricidad del orgasmo se adueñó de mi cuerpo, mis nalgas se tensaron, mi pene se elevó más aún dentro del cuerpo de Irina, y la descarga pareció ser aspirada por su sexo contraído… mi pecho y mi sexo se vaciaron al mismo tiempo, y me pareció que se me iba la vida entera por entre las piernas… mis rodillas temblaron. Todo mi cuerpo escalofrió de gusto, mientras la relajación se iba abriendo paso entre el placer delicioso…. Entre caricias, dejé las piernas de Irina de nuevo en el suelo, que se deslizó por completo hasta caer sentada con un dulcísimo gemido de derrota. Hice lo propio.

Nos quedamos sentados en el suelo, jadeantes, extenuados… felices, profundamente felices. Irina me miró a los ojos y se dejó caer sobre mi pecho para abrazarme.

-Feliz cumpleaños, Irina. – Musité.


El lunes siguiente, después de un fin de semana muy satisfactorio en todos los aspectos, llegué muy temprano a la biblioteca, porque había algo en ella que tenía que recuperar, y una vez más, tuve un nuevo enfrentamiento con Rino el Rompebragas… harto de él, usé una treta para deshacerme de él para siempre. Rino había llegado a la biblioteca muy poco después de mí… no sabía con seguridad porqué tanto empeño en mi biblioteca, pero como creía saberlo, decidí atacarle por ahí. Aprovechando que yo no estaba aún ni en el mostrador, fingí no darme cuenta de que entraba y se encaminaba hacia el pasillo que precisamente habíamos usado Irina y yo el viernes anterior. Cuando se adentró, sigilosamente fui tras él. Le vi sacar un cigarrito liado del bolsillo (como si ese hereje no supiera que no se puede fumar en una biblio…) y mirar entre los estantes, cuando las vio: las bragas de Irina. Riendo por lo bajo de la sorpresa, se agachó a recogerlas, y cuando las tuvo en la mano, salí a por él:

-¡AJÁ! ¡Le descubrí! – Rino saltó casi un metro – Lo del otro día ya fue bastante deplorable, pero esto…. ¡dejar aquí ese repugnante… trofeo y aún tener la cara de venir a buscarlo ya es muy grave…. Pero usar la biblioteca como picadero, es imperdonable!

-¿Qué? ¡NO! – El joven tiro las bragas como si quemaran e intentó balbucear para justificarse, pero le corté.

-No pretendas tomarme el pelo, ¡te he visto con ellas en la mano, y sólo tú serías tan desalmado de hacer algo semejante…! – le miré con profunda repugnancia y ataqué – No te dará vergüenza… eres… eres un tarugo, un pedazo de madera sin sentimientos, sólo te importa tu propio ego, ¡no el daño que puedas hacer a la pobre Arnela! ¿No te parece que ya la has torturado bastante? ¡Ni siquiera puede quedarse cerca cuando tú estás! ¡Pero eso, no es suficiente para el gran Rino Rompebragas….! Vaya cosa por la que estar orgulloso… ser el causante de la infelicidad de una pobre muchacha que sólo pretende encajar y trabajar honestamente

-¿Ar…nela….? ¿Y qué tiene que ver Arnela….?

-¡No quieras hacerte el tonto! – dije, señalándole – Ella está enamorada de ti, ¡tú la has seducido! Viniendo aquí todos los días, y diciéndole esos "piropos de albañil", a ella que tú sabes igual que todos, que nunca ha tenido ningún novio, ni nadie se ha interesado por ella, por el ratoncito de biblioteca, la sobrinísima del Decano… ¡pero te lo advierto! ¡Si el que sea la sobrina del Decano para ti la convierte en una especie de…de reto, o algo semejante, yo no voy a consentir que la hagas daño! ¡Más te vale dejarla en paz, o yo mismo me encargaré de que te expulsen de la Universidad! ¿Ha quedado claro?

-¿Enamo….? ¡Sí, señor, claro que sí, señor! – Rino NUNCA me había llamado "señor"… ni creo que se lo haya llamado a nadie… casi se me escapó la risa cuando el joven se alejó trastabillando mientras musitaba por lo bajo "¿enamorada… de MÍ?". Iba tan alelado que estuvo a punto de chocar precisamente con Arnela, que entraba en ése momento. - ¡Hah! – ahogó un grito y la chica se cubrió el pecho con la carpeta, incapaz de mirarle a los ojos. Rino miró hacia mí y le lancé una mirada de advertencia. El muchacho dijo "hola" y casi enseguida "adiós" y se evaporó. Arnela estaba muy colorada cuando llegó al mostrador… La saludé y me devolvió el saludo.

-Parece que "alguien" ha hecho una conquista…. – sonreí. Mi ayudante me miró casi con horror a través de sus enormes gafas redondas, yo sabía que su familia era muy estricta respecto a novios, por eso intenté ser amable. – No debes tener miedo… en el fondo, Marino tiene esa actitud de bravucón, porque es una gallina… no creo que te diga nada, aunque se le nota a la legua

-Se le nota… ¿qué?

-Arnela, conmigo no hace falta que finjas, yo no soy tu padre, ni tu tío el Decano… Rino está coladito por ti. Le gustas que no lo puede disimular… ¿No has visto cómo se ha quedado de piedra ahora mismo? ¿Y no te parece raro que un estudiante de Teleco venga todos los días, a una biblio de letras….? ¿Por qué crees que viene, para verme a mí…..?

La joven se puso roja, rojísima, si le hubiese acercado un vaso de agua a la cara, hubiera hervido instantáneamente… murmuró algo acerca de ir a colgar su abrigo y se marchó, pensativa. "Bueno… la situación es la misma de antes, sólo que ahora los dos lo saben, y antes no lo sabían", pensé, divertido, mientras me llevaba la mano al bolsillo, donde, arrebuñadas, estaban las bragas de Irina. "Animal…." Pensé y recordé la frase que había leído al azar en un libro cuando hice la consulta… "sólo quien tiene miedo, conoce la grandeza del valor", y sonreí.