Feliz Cumpleaños

Que mejor forma de desear un feliz cumpleaños a alguien querido que preprarándole... "el desayuno".

Me levanto, y oigo desde la cama el trastear de cacharros en la cocina. Me desperezo y te busco yendo hacia la fuente del ruido. Llego y ahí estás tu, completamente desnuda, salvo por el delantal, minúsculo, que apenas esconde tus curvas.

Te quedas mirándome y con esa sonrisa que me vuelve loco me dices “feliz cumpleaños mi amor, te estaba preparando el desayuno”. Me acerco a ti. Te cojo por el brazo y de golpe te obligo a darte la vuelta. Te sobresaltas, noto como todo tu vello se eriza. Te arranco el delantal y me aparto de ti. Tu respiración es entrecortada, sabes lo que viene a continuación, y estás excitada.

Doy unos golpecitos a la mesa de la cocina indicando que te subas a ella. Lo haces, te colocas de cuatro patas y giras tu cabeza para no perderme de vista. Noto como te da un escalofrío cuando coloco mis manos sobre tus caderas y beso suavemente tus nalgas.

En la cocina no se oye nada salvo tu respiración acelerada. Paso la yema de mi dedo índice por tu vagina, que ha empezado a generar fluido, y lo saboreo. El mejor desayuno posible. Cojo el mismo dedo y lo meto hasta la primera falange. Estás ardiendo, y sueltas un gemido débil que me indica que lo que estoy haciendo, te gusta. Como si tuviese alguna duda.

Saco el dedo casi por completo y lo vuelvo a meter de sopetón, esta vez más profundo. No lo esperabas, y ahora sueltas un pequeño grito, mezcla de sorpresa y placer. Juego a penetrarte con mi dedo durante un buen rato. No hay prisa y me gusta que disfrutes. En un momento dado, tu bajas los hombros y colocas la cara pegada a la mesa de la cocina. La imagen no podría ser más excitante, tu, culo en pompa, penetrada por uno de mis dedos, sin decir nada, y la casa en silencio con el ruido de tu jugos como única banda sonora.

Ahora viene lo difícil. Me muero por penetrarte pero no quiero hacerte bajar y sacarte del éxtasis en el que estás sumida. Sin sacar mi dedo ni dejar de masajearte el clítoris, mira alrededor, busco un aliado. Veo un taburete. Arriesgado, pero el calentón no entiende eso.

Acelero el ritmo de mi dedo y tiro del tamburete hacia mi con el pie. Hace un ruido descomunal al ser arrastrado por la cocina y por unos segundos perturba nuestra particular paz sexual, pero tu no pareces enterarte de nada, sumida como estás en tu trance orgásmico.

Sin sacar el dedo y haciendo auténticos malabares, me subo al tamburete de rodillas, acerco mi pene duro y erecto a tu entrada, y de repente saco el dedo y la meto de un solo golpe. El grito que sueltas debe haber despertado a los vecinos, seguro.

Me quedo unos segundos dentro de ti, sin moverme, tanto por miedo a caerme como por ganas de notar tu interior. Si no supiera que es imposible juraría que tu chochito me está ordeñando la polla. Noto las contracciones de tus paredes vaginales en el tronco de mi miembro, es delicioso.

Te agarro de las caderas con ambas manos. “Tendrás que ayudarme un poco hoy, cariño”, te digo. Miras hacia atrás, con tus mejillas sonrojadas y completamente despeinada, me ves hacer ejercicios circenses, y asientes con la cabeza. Empiezas un vaivén adelante y atrás muy suave, con miedo de que me caiga y algo de egoísmo al saber que te dejaría a medias.

“Lo mejor es que te pases a la mesa, espera que me tire hacia adelante”, me dices. La mesa es pequeña y para caber los  dos tendré que pegarme mucho a ti. Veo perfectamente dónde quieres llegar, y yo también quiero. Sin salirme de tu interior, con los roces que eso conlleva, avanzas a cuatro patas en la mesa de la cocina, y yo hago lo propio para abandonar mi precaria plataforma.

Me agarro aún más a tus generosas caderas y para evitar la fatídica caída, la penetración se hace más profunda, si cabe. Noto algo en la punta de mi glande que no descarto que sea tu estómago. Tus gemidos ya son perfectamente perceptibles a 3 casas a la redonda, pero no te importa, no me importa.

La situación no nos permite movernos mucho, pero no es necesario. En pocos minutos estoy a punto, y así te lo comunico. La única solución es salirme de dentro de ti y bajar, y por tanto, romper esa conexión sexual. “Ni se te ocurra moverte de ahí”, me gritas como una orden más que como una petición.

Y llega lo inevitable. Sin apenas movernos, noto como el fluido brota de mi y te llena entera. Me agarro más fuerte aún. Tu levantas la cabeza, abres la boca, no emites un sólo sonido. Cuando termino de vaciarme, ambos soltamos un gemido único y gutural. Nos quedamos pegados unos minutos más, yo descansando sobre tu espalda y masajeándote un pezón con la mano.

“Feliz cumpleaños, querido mío”, dices prácticamente con un hilo de voz imperceptible. “Odio que cocines desnuda, me acabo animando y siempre se acaba echando a perder la comida. La de la sartén, me refiero”, añado yo.