Feliz cumpleaños
Uno no cumple 36 todos los días... menos mal!.
Nuestra relación era perfecta, dos personas casadas, con hijos, con trabajos muy dispares, enamoradas de sus parejas, pero necesitadas de cariño, amor y sobre todo sexo.
Aunque satisfechos con nuestros respectivos, nadie podría haberse resistido a tanto placer, a tanta locura, a tanta pasión, como nos dábamos, nadie.
Hoy era un día especial, cumplía 36 años, Santiago, un servidor, se había hecho muy mayor. Era un hombre respetado y responsable. Dirigía una empresa de publicidad, y la había creado con mis manos, sin ayudas de nadie, muchos años sin dinero y sin dormir, me habían dado como resultado una situación económica envidiable y un futuro mejor si cabe. Había quedado con Ana, como de costumbre en un hotelito de playa. Yo residía a 30 Kms., y ese día ya me había encargado de estar "solucionando temas" en la capital toda la mañana. Ana es médico de un enorme hospital. Nos conocimos durante una intervención quirúrgica a la que, con motivo de mi afición al Basket, me vi avocado. No es por presumir pero desde mi 1,85, y una complexión fuerte, debida a tantas horas de deporte y gimnasio, suelo llamar la atención. Ella una preciosidad. 1,77, rubia, delgada y con un par de pechos alucinantes. Su trasero simplemente perfecto, y en la cama nunca he conocido a nadie como ella.
Tras llegar al hotel y registrarme salí a la puerta para esperarla. Llegó a los 5 minutos. Estaba radiante. La besé y subimos a la habitación. Mientras comenzaba a ducharse, no pude esperar más, me puse tras ella y le mordí suavemente en el cuello, ella cerró los ojos. Mis manos comenzaron a masajearle sus muy colmados pechos, mientras ella movía oscilante su trasero contra mi pene que ya estaba casi al máximo de dilatación, mis 20 cms nunca habían parecido tan grandes. El suave tacto de sus pechos, el aroma de su piel, sus aureolas pequeñas que envolvían esos pezones que tantas y tantas veces había lamido y que habían amamantado a sus hijos, y a su marido, me hacían volar y apuntaban al cielo al que me estaba llevando. El acariciar sus pechos, mientras echaba su cabeza hacia atrás, sus ojos cerrados no había mundo, no había tiempo ni espacio, había sexo.
Mi pene comenzó a introducirse entre sus glúteos, éstos masajeaban mi virilidad, la sincronización era perfecta, el ritmo del émbolo era estresante, al unísono empujaba su trasero contra mí y mi pene salía a su encuentro. Tras un asalto que duró mas de veinte minutos de cópula, trasladamos a la inmensa cama de la habitación nuestro choque de trenes. Ella mamaba con fruición mi venoso y encorvado mástil, yo sopesaba sus tetas pellizcando sus pezones tras arrastrar mis manos por sus pechos, había roce, había placer.
Su clítoris es pequeño, pero se endurece rápidamente, no tardó mas de cinco minutos en estar totalmente excitado, me encanta el sabor de su vagina, perfectamente rasurada, tras probar este manjar durante largo tiempo, es un placer con el que sueño todos los días, y cuando comenzaba a jadear, enervándose y poniéndose súper tensa, introduje mi pene en su máxima expresión y comenzó un frenético mete- saca arrancándole uno tras otro múltiples orgasmos, gritaba, agitaba la cabeza de un lado a otro, pedía mi final, yo sellaba sus palabras con besos muy húmedos. Se hizo esperar pero al final llegó. Ella que después de tantos años de sexo me conoce muy bien, introdujo su mano, primero en mis testículos masajeándolos suavemente, y luego comenzó a introducir en mi ano un dedo, penetrándome sin contemplaciones. Mi orgasmo ya duraba minutos, y mi eyaculación impresionante. Caímos derrotados en la cama.
Le dije que muchas gracias por el regalo que me había dado, que era el que más ilusión me hacía. Ella sonrió y me dijo que gracias pero que mi regalo estaba por venir. Me sorprendí. ¿Qué me podía regalar que me hiciera más ilusión que hacer el amor con ella?
La respuesta llegó al momento, como si estuviera esperando que finalizáramos nuestra batalla sexual. Tocaron a la puerta y ella se levantó desnuda a abrir. Tras preguntar, oí una voz suave que le respondía y Ana abrió la puerta.
Ante mi desnudo y derrotado en la cama apareció quien Ana me presentó como Samuel, un auténtico atleta de color, alto, fibroso, de espaldas anchas y cintura estrecha. Los bíceps de los brazos apretaban el polo de color rosa, como queriendo romperlo. Miré a Ana, no entendía nada.
Ella me explicó que en mas de una ocasión le había comentado mi sueño erótico de ser éste sueño era el que hoy había sido llevado a la realidad al pie de la letra. Sexo maravilloso con mi chica, aparece un semental de color, que nos remata a los dos.
Al comprobar en mi rostro tantas dudas, Ana pasó a la acción, comenzó a acariciar desde detrás de Samuel el inmenso bulto que se le estaba marcando en su pantalón deportivo. Samuel no dejaba de mirarme mi pene ahora fláccido pero aún de gran tamaño. Gran tamaño creía yo hasta que Ana le bajó el pantalón. Ante mi apareció el pene mas grande que jamás hubiera visto. Erecto como estaba apuntaba al techo en una comba venosa, grande, oscura y brillante. Ana masajeaba desde atrás ese inmenso ariete que se acercaba hacia mí. Con una voz muy suave, Samuel, al que Ana ya se había encargado de terminar de desvestir, me dijo, ¿no quieres probar su sabor?, tras mi duda inicial y viendo a Ana que se había sentado en la otra esquina de la cama y no le quitaba el ojo al monstruo negro, masturbándose cada vez con mayor velocidad, fui a por él.
Comencé a lamer la cabeza rojiza, sentía su poder, su fuerza. Samuel me cogió la cabeza y la atrajo hacia sí. Me gustaba su sabor, me derrotaba su aroma. Samuel poco a poco comenzó a aumentar su velocidad. Me estaba follando la boca con tanta potencia que creí que acabaría por sacarme su pene por detrás de la cabeza.
Para entonces Ana se había introducido entre nosotros y comía mi pene a un ritmo enloquecedor. Con una mano Samuel agarraba un pecho de Ana, con la otra controlaba el ritmo de su follada. Cuando estaba yo a punto de correrme Ana paró y supe que había llegado el momento. Samuel me empujó, y yo caí de espaldas en la cama, cogió mis piernas y las abrió levantándolas y apoyándolas en sus hombros. Vi en sus ojos un brillo asesino, una sonrisa se dibujaba en su cara y todo comenzó.
Con un par de dedos abrió el camino a lo que luego fue la entrada de una locomotora negra, potente, incansable, arrolladora Se tomó todo el tiempo del mundo, no tenía prisa, sabía que estaba partiendo en dos a un hombre que no sabía donde se estaba metiendo. A los casi treinta minutos de follada, perdí el conocimiento.
Cuando al tiempo lo recuperé Samuel se estaba follando salvajemente a Ana, que recibía con jadeos y gritos al animal del coloso que éste le enterraba entre las piernas. No podía moverme. Observé que junto a mi trasero la sábana aparecía manchada con sangre. Observé la serie de orgasmos que Ana gozaba. Los dos, tan fuertes, tan potentes, tan suficientes habíamos sido masacrados por un colosal mandingo que rugía mientras se corría en el interior de Ana.
Tras salir de ella y dejarla hecha unos zorros se levantó y vino hacia mí. Me lamió el pene, se lo introdujo en la boca y comenzó una mamada espectacular, hasta que lo hizo crecer y crecer. No podía moverme, volvió a ensartarme con su pene. Tardamos una hora en salir de aquel hotel. Samuel se marchó cinco minutos antes, recién duchado estaba preparado para volver a empezar. Sentía entrar el aire en mi ano, mi compañera de sexo estaba rota en mil pedazos, tuve que ayudarle a recomponerse.
Tras salir del hotel fuimos a comer. Ella me explicó que cuando me quedé inconsciente Samuel siguió follándome más de una hora, hasta que se corrió. Luego fue a por ella. Tras esto le pregunté de qué conocía al semental. Me dijo que era quien se follaba a la mujer del médico jefe y que ésta se lo recomendó. Tras esto me dijo que me tranquilizara, que no me dejaría por una persona así, primero no sería conveniente ni para su salud, ni para su matrimonio pues su marido acabaría por darse cuenta, y como causa principal, porque me quería y por que todos los días no se cumplen 36 años.
Santiago.