Feliz conejilla de laboratorio
Gracias a la ciencia, una esposa, pija y gilipollas, se transforma en una obediente y sumisa maquina sexual complaciente con su marido y sus socios.
Lo cierto es, que ni ella misma sabia muy bien como había ocurrido, pero lo que si tenía claro es que algo tenía que hacer. No podía destrozas el corazón del hombre que quería y que de ninguna manera se merecía esto. Se había puesto en evidencia delante de todo el mundo, como una fulana de barata.
Todo empezó a primera hora de la tarde cuando llegaron a casa del jefe de Paco, su marido. El consejero delegado de la empresa, había llegado de Nueva York y se había preparado un partí para agasajarlo. Un buen número de directivos de medio pelo y unos pocos “pata negra”, deambulaban con sus esposas ataviadas como si estuvieran de boda. Una hora mas tarde, cuando la intranquilidad comenzaba a cundir entre los devotos asistentes, llego él. Cuando apareció por la puerta, un enjambre de ejecutivos trajeados se atropellaron ávidos de rendirle pleitesía. Cuando por fin le vio, se encontró con un hombre maduro, pero con buena presencia, y desde luego atractivo. Fue como un fogonazo inexplicable. No podía entender como una señora como ella, estaba mojando las bragas de esa manera. Se pegó a su marido con el único afán de que la presentara al jefazo americano, y lo consiguió. Cuando se estrecharon la mano, lubrico más. Y él se dio cuenta de inmediato, como… si lo esperara. Ya no la soltó. Con la excusa de que necesitaba un guía que le presentara a todo el mundo en la fiesta, la llevo del brazo y en ocasiones por la cintura, ante el beneplácito orgulloso de su marido, que no hacia más que sacar pecho. En una ocasión, mientras charlaban en un corro de seis o siete personas, y aprovechando que ella y el consejero delegado estaban dando la espalda a la pared, noto como la mano de este se deslizaba suave hasta su trasero. El sofoco la subió hasta sonrojar sus mejillas. Pero no fue algo fortuito, cada vez que el consejero tenía oportunidad, su mano se deslizaba por su trasero. Lo suyo era bastante más que un simple sofoco. Claramente había mojado las bragas, mejor dicho el tanga, y las piernas la temblaban solo de pensar en la posibilidad de que su marido la pillara en un trance tan delicado, y sin comerlo ni beberlo, al menos por ahora.
Mientras recorrían la fiesta, conducida con mano firme por el consejero, no veía el momento de quedarse a solas con él. Al final ocurrió. Con el deseo desbocado y cegándola el cerebro, se encontró a solas con él, en uno de los dormitorios de la casa. Sin mediar palabra la cogió por la nuca y la beso en la boca. De inmediato noto como su exiguo tanga se humedecía, ya definitivamente. A continuación, agarrándola fuerte por el pelo, la arrodillo mientras se sacaba la polla. Nunca había tenido nada tan grande dentro de la boca, aunque la de su marido no estaba mal. Casi la llenaba por completo. El glande presionaba con fuerza contra el fondo de su garganta más allá de la campanilla con cada embestida. Pero sin saber explicar por qué, sentía una excitación desaforada. Cuando eyaculo, sintió el peculiar sabor del esperma mientras salía por la comisura de los labios. Sin soltarla del pelo, la bajo las hombreras del vestido que resbalo hasta el suelo. A continuación, soltó el cierre del sujetador y tirando del tanga, lo rompió y se lo guardo en el bolsillo después de pasárselo por la nariz. Mientras la tiraba del pelo hacia atrás la mordió el cuello con largos chupetones como si fuera el mismísimo Drácula. Notaba como sus jugos vaginales resbalaba por la entrepierna. Oyó abrirse la puerta y la familiar voz de su marido.
— ¿Cómo va todo? —pregunto.
— Genial, —contesto el consejero delegado—. Como estaba previsto.
No entendía nada. Con ojos aterrados miraba a su marido, que se acercó a ella, y comenzó a acariciarla el trasero.
— Ya te dije que era la candidata idónea, —le contesto—. Esta muy buena y, además, ya estaba harto de las tonterías de la puta pija esta.
— Te podías haber divorciado.
— Lo tenía pensado, pero luego vi esta posibilidad que me intereso más, —le respondió riendo—. La tengo de conejillo de indias, y si sale bien, la convertiré en mi puta particular. Y por supuesto a tu libre disposición, —ella, en ese momento se quería morir, porque de manera inexplicable sentía una excitación, y una atracción desaforada hacia los dos hombres que se referían a ella de manera tan vulgar.
— ¿Cuándo podremos rentabilizar el producto? —preguntó el consejero
— Pronto. La dificultad es que no se puede comercializar libremente. Pero clandestinamente, nos vamos a forrar. Y el dinero negro que vamos a recibir será enorme.
Mientras ellos hablaban, se daba cuenta de que la habían utilizado para una prueba final, mejor dicho, la estaban utilizando para una prueba final. Con lo que sentía, se daba cuenta de que ella misma deseaba que siguieran experimentando.
— ¿Ya te la ha chupado?
— Si, ya me ha descargado. Toda tuya.
— Ven aquí, zorra, —le ordeno su marido sentándose en el sillón.
No entendía como, pero la orden se grabó en su mente con una fuerza inusitada. Se terminó de desnudar y arrodillándose entre sus piernas se puso a chupar con un furor desconocido en ella. Entonces noto una mano cubriéndola completamente la vagina.
— Es una lastima que esta imbécil no tenga depilado el chocho, —oyó decir al consejero.
— ¡Joder! Nada que no se pueda solucionar, —contesto su marido—. Espera que descargue y que se afeite. Ah, y no te preocupes, te he disculpado. He dicho que te han llamado urgentemente, y de esta cerda que se ha puesto mala.
— Fantástico, va a ser una tarde muy interesante, —exclamo el consejero complacido.
— Por lo que a mí respecta, la noche también, —añadió su marido soltando una carcajada—. Además, te tengo una sorpresa.
— Me encantan las sorpresas. Dime ¿Qué es?
— Tranquilo, si no, no seria una sorpresa.
— Por cierto, ¿Cuánto dura el efecto del producto?
— De tres a cuatro horas, —respondió su marido mientras le seguía chupando la polla—. Tranquilo, tengo un par de dosis más preparadas.
Cuando su marido descargó la mando depilarse la vagina delante de ellos. La sentaron abierta de patas sobre la mesa redonda de la habitación y ahí, con una maquinilla de afeitar se depiló totalmente. A pesar de la terrible vergüenza que la embargaba, obedeció como un autómata a todas sus indicaciones. La ordenaron introducirse los dedos en la vagina y en el ano. Estimularse el clítoris hasta que se corrió sobre la mesa con un orgasmo brutal que la dejo aun más deseosa de polla, mientras los jugos que desprendía su vagina manchaban la mesa.
— ¿Pero explícame bien como funciona esto? —pregunto el consejero—. Hay dos compuestos, ¿Pero cual es el afrodisíaco?
— Los dos juntos. Por separado son inocuos. A esta zorra se lo he echado en el café antes de salir de casa, y hasta que no ha olido el otro producto, que te habías puesto encima como si fuera un perfume, no se ha activado. Además, habrás observado que tiene un factor hipnótico muy interesante, —le respondió riendo¾. Todo lo que la ordenemos, lo cumplirá sin rechistar.
— Fantástico, —dijo el consejero, que ya se había desnudado, agarrándola otra vez del pelo y sentándose en el sillón—. ¿Y acepta el castigo físico? —preguntó con repentino interés, mientras la colocaba entre sus piernas y la pasaba la polla por la cara.
— No hay problema. Cualquier cosa que la hagas lo aceptara.
— Solo la idea de atarla y follarla… y darla unas cuantas hostias, me excita que te cagas, —le comento pensativo, mientras observaba como sacaba la lengua intentando atraparle la polla mientras se la restregaba por la cara—. ¿Cuándo me la puedes prestar para digamos… una sesión particular?
— Ahora mismo. Déjame que la de por el culo, que me está apeteciendo, y es toda tuya, —le contesto sonriendo—. Pero quiero grabarla con el iPhone cuando más degradada este. Cuando la des por el culo y chille como una cerda mientras la hostias.
— ¡Eres malo, tío! —le dijo el consejero riendo mientras la metía la polla definitivamente en la boca—. Más que malo, eres perverso.
Cuando el consejero se corrió nuevamente en su boca, su marido la tumbó bocarriba en el suelo, y subiéndola las piernas, con la punta de su polla se puso a presionar sobre su ano, mientras con ambas manos la sujetaba la cabeza. Quería ver la expresión de su cara, de sus ojos mientras la penetraba. No quería perderse nada. En sus años de matrimonio, nunca le permitió entrar por ahí. La polla fue entrando lentamente en el interior de su ano, mientras su esposa abría los ojos y la boca en un signo evidente de placer.
— ¿No ves, hija de la gran puta, como te gusta? —la susurraba mientras ella comenzaba a gemir—. ¡Vamos, contesta! ¿Te gusta?
— Si Paco, me gusta, —contesto con un hilo de voz.
— Veo que sientes verdadero amor por tu esposa, Paco, —afirmo el consejero sin parar de reír.
— Ahora sí. Calladita y solo abriendo la boca para tragar pollas.
Paco se corrió como en su vida lo había hecho. Tuvo un orgasmo tremendo.
— Vamos cerda, límpiame la polla, —la dijo levantándose e introduciéndola la polla en la boca. Ella, con avidez desmesurada, la acepto y comenzó chupar. Unos minutos después la mandaron a la ducha mientras ellos hacían planes. Cuando regreso, la arrodillaron en el suelo y la hicieron abrir la boca. Paco, rompió el cuello de una ampolla y vació su contenido en la boca de su esposa. Después, se rociaron ellos con el contenido de otra ampolla.
— Listo. Otras cuatro horas mas, —exclamo Paco vistiéndose, mientras el consejero, cogiendo su corbata, comenzaba a atarla manos por detrás de la espalda.
A partir de ese momento, el consejero se quedó solo un par de horas con ella. Paco, tuvo que salir para atender a los invitados y despedirlos lo antes posible. El dueño de la casa también se fue, siguiendo las indicaciones de Paco. Se daba perfectamente cuenta de quien estaba al lado del consejero delegado.
— Ya me he desecho de todo el mundo. Tenemos libre esta casa, todo el fin de semana, —le dijo abriendo la puerta del dormitorio. El consejero estaba sentado en el sillón, mientras se acariciaba la polla con los pies de la mujer—. Veo que ya te has dado cuenta de que tiene unos pies muy bonitos.
— Sí que los tiene, sí. Toma, te la paso. Estoy cansado, desde que te has ido no he parado de zumbármela, —dijo levantándose y dirigiéndose a prepararse una copa—. Para la próxima vez, tengo que conseguir Viagra. Esta tía es un vicio. Cuanto más la das, más quieres seguir dándola.
— Pues sin el compuesto, te aseguro que es una gilipollas insufrible.
— Ya sabes lo que dicen, —dijo el consejero riendo—. Las mujeres tienen el mes porque por algún lado tienen que reventar.
— Las otras mujeres no sé, pero esta seguro, —corroboro Paco acompañándole en las carcajadas—. La he aguantado estos años porque casi no nos vemos. Yo trabajando y ella, en el gym o con sus amigas que son tan gilipollas como ella o más. ¿Te gustan sus tetas?
— Ya lo creo, son cojonudas.
— ¿A qué parecen de verdad? Pues 8.000 cada una. Se pusieron de acuerdo todas las amigas para operárselas, las muy hijas de puta, —y diciendo esto, la agarro por el pelo y poniéndola de rodillas la metió la polla en la boca—. ¿Sabes? Me encanta mirarla desde aquí arriba mientras me la chupa. ¿Sabes que es lo mejor de este preparado? Que mientras están bajo su efecto, las tías son prácticamente incapaces de hablar.
Los dos soltaron al unísono unas estruendosas carcajadas. Asiéndola por el pelo, Paco llevó a su mujer de rodillas hasta el otro sillón donde se sentó. Durante más de una hora, los dos hombres estuvieron hablando sobre el gran negocio que iban a poner en marcha. Mientras tanto, ella les chupaba la polla alternativamente.
— Creo que me voy a aficionar a este tipo de reuniones de trabajo, —dijo el consejero—. Cuando a esta zorra se le pase el efecto del producto, nos puede denunciar.
— Tranquilo, no hará nada. Antes de salir de casa, y después de darla el producto, la he hecho firmar unos documentos por los que renuncia voluntariamente a todos sus derechos sobre mis posesiones. Como decimos aquí, esta con una mano delante y otra detrás. Además, dentro de pocos días, y si todo sale bien, ni siquiera eso será ya necesario.
— No me digas. ¿Qué estás maquinando con esa mente perversa? —pregunto interesado el consejero.
— Es la sorpresa que te había prometido. Estamos en este asunto, mucho más adelantados de lo que crees. En unos días podremos hacer la primera prueba de una capsula subcutánea que tendrá dos meses de duración, —respondió Paco, y señalando a su esposa, añadió—. ¿Imaginas quien va a ser la primera en probarlo?
— ¡Fantástico! Quiero que os vengáis a Nueva York. Te nombraré director general de la empresa y así lo tendremos todo controlado, —exclamo el consejero, mientras subiendo las piernas, obligaba a la mujer a chuparle el ano y a meter su lengua en su interior—. Además, así tendré a esta más a mano. El dinero va a afluir como un torrente y ya te imaginaras que parte aparecerá por algún paraíso fiscal. Ya me entiendes. Tenemos que hilarlo todo muy bien.
— Querido consejero, si a todo, —y después de una pausa, añadió—. ¿Y si nos dedicamos plenamente a dar a esta zorra todo lo que se merece?
— Totalmente de acuerdo, querido socio.
Los dos hombres se levantaron y llevaron a la mujer hasta la cama. Allí, la administraron otra dosis del preparado y se dedicaron plenamente a ella. Durante casi tres horas, la hicieron de todo, la follaron por todos sus orificios, la azotaron el trasero, la abofetearon, la retorcieron los pezones. En ningún momento se la oyó quejarse, al contrario, cada golpe era un gemido de placer. Finalmente, como había pedido Paco, el consejero sentó en el borde de la cama a la mujer y mientras de frente la follaba el ano, con la mano derecha la abofeteaba la cara, mientras la mantenía asida por la nuca con la mano izquierda. Paco, con su iPhone, grababa toda la secuencia con muchos primeros planos. Uno de cómo la polla del consejero entraba y salía del ano de su esposa. Otro de cómo su chocho se abría y se cerraba, mientras rezumaba con las embestidas. Otro de la cara de su esposa gimiendo cuando recibía los bofetones. Otro del orgasmo que tuvo y de cómo se corría el consejero. Y el último de cómo con glotonería limpiaba la polla del consejero con la boca. Terminada la filmación, Paco desató a su mujer y pasándola las manos por detrás de la nuca, se las volvió a atar pasando la corbata alrededor de su cuello. Después se colocó detrás de ella y la penetro también por el ano mientras con una mano la sujetaba del pelo.
— ¿Te gusta como se la marcan las costillas? —preguntó al consejero pasando sus dedos por ellas como si fueran las teclas de un piano.
— Me encanta, —respondió el consejero que estaba grabando con su iPhone las acciones de Paco—. Me jode que no haya pensado yo en esa postura.
— Tranquilo, vas a tener mucho tiempo para ponerla en la postura que quieras.
Paco apretaba el culo de su esposa mientras la seguía agarrando del pelo obligándola a arquear la espalda. Con la mano libre, la pellizcaba las tetas y la azotaba las nalgas alternativamente. Finalmente, se corrió, y ella también.
— ¡Qué barbaridad! Como la chorrea el chocho. La resbala por la entrepierna a la muy puta, —exclamo el consejero con admiración—. Cuanto más veo, más convencido estoy.
— ¿Quieres echarla otro? —pregunto Paco al consejero—. Hay tiempo todavía.
— No jodas Paco, estoy muerto. Hace muchos años que no follo con este desenfreno. Y ya estoy más cerca de los sesenta que de los cincuenta, —le contesto el consejero tirado en el sillón—. Mándame tu video y yo te mando el mío.
Se mandaron los videos mientras se tomaban una copa, y la esposa de Paco permanecía tirada en el suelo completamente agotada.
— ¿Cuándo sale tu vuelo? —le pregunto al consejero.
— Dentro de ocho horas —contesto mirando su Rolex—. Cuando termines todas las pruebas con el producto, te quiero en Nueva York para poner en marcha todo el tinglado. Y no te olvides de esta, —añadió señalado a la mujer.
— De acuerdo entonces. Me la llevo a casa, seguramente cuando lleguemos todavía la de un poco más, —y pensativo añadió—. Me ha gustado esto de atarla. Seguiré experimentando en esa dirección.
— ¡Increíble! ¿Te vas a hacer un vicioso de tu propia mujer? —exclamo riendo el consejero.
— Creo que sí. En condiciones normales me daría por culo, pero creo que lo mejor, es que la de a ella, —respondió Paco guiñando un ojo.
Seis meses después, todo estaba en marcha. Se creó una nueva empresa con sede en Macao, aunque se dirigía desde Wall Street. Los dos compuestos se fabricaban en laboratorios distintos en China e Indonesia, y se ensamblaban definitivamente en Filipinas. La cápsula subcutánea era un éxito total y consiguió que muchos hombres amargados… y de clase media muy, muy alta, se convirtieran en hombres felices. El dinero entraba a raudales y se desviaba, mediante una compleja ingeniería financiera a cuentas protegidas en paraísos fiscales, entre las que estaban las suyas propias. En un año se convirtieron en multimillonarios sin que nadie se enterara, y la hacienda norteamericana menos. Como el consejero y el nuevo director, pasaban mucho tiempo en la sede central de la empresa, decidieron contratar a la esposa de Paco como asistente. Puedo asegurar que estaba más tiempo abierta de piernas que con ellas cerradas. A ella se fueron uniendo alguna que otra amante esposa de directivo farmacéutico. Pero la que más éxito tenía era la esposa de Paco, y es que, ¡Joder!, esta muy buena. Había días que empezaba a follar a las ocho de la mañana y seguía cuando regresaba a casa con su marido. Paco había construido una sala de torturas, en el sótano de su casa, donde “experimentaba” con su más que dispuesta esposa. Era un secreto que solo compartía con el consejero, que en ocasiones también pasaba por allí. Cada cierto tiempo, la mandaban un par de semanas al dique seco para que se recuperara de sus “achaques” y moratones. El “dique seco” era que solo chupaba pollas.
Pero cuando mejor se lo pasaban con ella, era cuando los dos se la follaban juntos. Lo hacían una vez al mes para evitar que llegaran a hastiarse. Tenían una discreta casita en Ocean Blvd. en Long Beach, en la playa. Se trasladaban el viernes, al salir de la sede del laboratorio, y estaban hasta el domingo por la noche. En el dormitorio principal tenían una súper cama de más de dos metros de ancho, para estar cómodos. Cuando estaban con ella en esa cama, siempre estaba atada con las manos a la espalda gracias a un arnés especial de cuero que la mantenía los brazos cruzados por detrás, disparándola las tetas hacia adelante. La penetraban al unísono, la azotaban, la gozaban y la hacían gozar, como casi no es posible hacer gozar a una persona. Desde el experimento de Madrid, su amistad se había fortalecido, y ella era la clave. Sin ninguna duda, desde ese día, la esposa de Paco era una mujer feliz. A lo mejor antes también lo era… a su manera. De acuerdo, forzado, inducido o como queráis, pero ella ahora era feliz en su faceta de esclava sexual.