Feliz aniversario
En su aniversario número quince, Alfredo recibe una sorpresa de parte de su esposa.
Martes 10 de junio. Un día caluroso, con el cielo despejado. El día del décimo quinto aniversario de bodas de los del Villar. Sí, Carla y Alfredo, cumplen hoy quince años de matrimonio. De esos quince, los primeros cinco, o los primeros cuatro, fueron muy buenos. Días enteros de sexo, conversaciones largas e interesantes sobre sus planes y anhelos juntos, viajes a la playa, una eterna luna de miel. Todo fue cambiando, y no para bien. Los encuentros sexuales fueron cada vez menos frecuentes, hasta convertirse en algo raro entre la pareja. Las conversaciones, se transformaron en discusiones. La ternura y la cursilería dieron paso a la amargura y la indiferencia. En resumen, seguían casados nada más por que no tenían tiempo para dejar de estarlo, sus respectivos empleos, no les permitían si quiera, llamar a un abogado de divorcios.
Las mañanas de los últimos años, han sido una, copia fiel de la anterior. Como el día de hoy, ambos se levantan, se asean, comen un pan o una fruta, y se marchan a sus oficinas. Él, es un prestigiado arquitecto, involucrado en la mayoría de los proyectos importantes del país. Ella, directora de la revista más popular de la nación, y gran parte del continente. En las noches, ninguno de los dos regresa a casa, hasta no pasadas las diez u once. Tal vez lean un poco, vean la televisión, revisen los pendientes para el día siguiente, o simplemente se acuesten a dormir, eso puede cambiar, pero hay algo que siempre es igual, no se desean ni dulces sueños.
Toda esa rutina y monotonía, se rompen en días especiales como éste. Como acostumbran hacerlo, cuando celebran otro aniversario más, se reunirán en el restaurante más lujoso de la ciudad. Ordenarán los platillos más costosos, no porque les gusten, sino porque no podrían pedir algo más, no quieren parecer unos muertos de hambre. Se harán dos que tres preguntas, las contestarán sin mucho ánimo, y se irán a casa, cada quien, en su propio auto. En el camino se preguntarán el porque de esas cenas. Tratarán de adivinar si son por costumbre, por cubrir las apariencias, o porque en el fondo se siguen amando y quieren sacar a flote su relación. Se cansarán de pensar, y decidirán no darle importancia.
El reloj marca las ocho. Alfredo, tan puntual como siempre, está entrando al lugar de la cita. Un mesero, el mismo desde hace ya varios años, lo acompaña a la mesa acostumbrada. Se sienta, pide una copa, y mira el reloj. Se dice a sí mismo, "espero que Carla no tarde, no quiero parecer un estúpido esperando mucho tiempo". Así pasan los segundos, los minutos, una hora. En su cara se ve desesperación y vergüenza. Con los puños, retuerce el mantel, está en verdad furioso. Su celular suena, es un mensaje de su esposa.
"Hola amorcito, soy yo, tu querida esposa. ¿Te pido un favor? Revisa la carta, hay algo ahí para ti. Besos.", es lo que dice el mensaje.
Más por curiosidad que por otra cosa, Alfredo toma la carta. La abre, y un sobre cae a la mesa. Tiene su nombre escrito en el frente. Saca las hojas que trae dentro, son un mensaje más de Carla. Antes de leerlo, intenta imaginar que querrá decirle su mujer. Piensa en miles de cosas, infinitas posibilidades, pero de entre todas elige una, la que satisface más a su ego. Según la conclusión a la que ha llegado, ese mensaje no puede ser otra cosa, que una carta de amor, en la que su cónyuge le pide perdón por tantos años de indiferencia y abandono. Desdobla los papeles, y comienza a leer.
" Alfredo:
Antes que cualquier otra cosa, quiero desearte un feliz aniversario. En verdad, espero que después de leer ésta carta, te sientas tan bien, como yo al escribirla.
¿Te acuerdas de tu amigo Rodolfo? Sí, el que nos encontramos en un viaje a Las Vegas en nuestro quinto aniversario, tu compañero de la universidad. Debe extrañarte que lo mencione si no volvimos a verlo después de ese día. Pues si lo hago, es porque eso de que no lo vimos otra vez, en mi caso es mentira. Lo nombró, porque él es la única razón para que te escriba ésta carta. Rodolfo y yo somos amantes, lo hemos sido desde aquellas vacaciones.
Alfredo se puso rojo con la frase que acababa de leer. Quería creer que todo era una broma de mal gusto. No cabía en su cabeza la idea de que su esposa le haya sido infiel, no teniendo un concepto tan alto de si mismo. Quiso romper aquellas hojas, salir de aquel lugar, pero no lo hizo. Respiró hondo, para calmarse. La gente no tenía porque enterarse de lo mal que se sentía. Sonrió falsamente, y siguió leyendo. La curiosidad era demasiada.
Todo empezó cuando después de charlar con él, tú te quedaste a jugar en el casino y yo regresé al hotel, argumentando un dolor de cabeza que nunca sentí. La verdad, es que tu amigo me gustó desde la primera vez. Es cierto que en ese viaje, las cosas entre nosotros no estaban tan mal como ahora, pero no puedes negar que tampoco eran tan buenas como al principio. Te amaba, mentiría si digo lo contrario, pero no te deseaba de la misma forma que antes. Cuando hacíamos el amor, ya no me satisfacías igual. Tus caricias ya no erizaban mi piel. Tus besos ya no me sabían a lo mismo, es más, ya no me sabían. Por eso cuando nos encontramos con Rodolfo, y siendo él tan atractivo, se me metió en la cabeza la idea de serte infiel por primera vez.
No creas que fue fácil decidir que hacer. Mi conciencia no me dejaba actuar con total libertad, sentí remordimientos nada más de imaginarlo. Tuve que pensar muy bien antes de dar el paso. Está bien, te voy a decir la verdad, lo pensé dos minutos. Después de ese tiempo, ya sentía mi entrepierna mojada. De tan sólo dibujar el cuerpo de Rodolfo en mi mente, unido al mío, me excité. Ya no me importaba más que saciar mis instintos. Puse en marcha mi plan, esperando diera resultado.
Tú habrías podido evitar todo. Sí no te hubieras quedado en el casino, cuando te dije que me sentía mal, nada de esto habría sucedido. Así que, tienes parte de culpa. Pero bueno, siguiendo con la historia, salí de la sala de juegos. Tu amigo me siguió, entendió muy bien mi mirada. Después me diría, que yo también le gusté desde el primer momento. Tomamos un taxi, y nos marchamos al hotel.
Cuando estábamos en el taxi, Rodolfo puso su mano en mi muslo derecho. Sentir el contacto de sus manos en mi piel...fue increíble. Fue subiendo poco a poco por mi pierna, al igual que mi calentura. Creí que la dirigía a mi sexo, pero lo que hizo fue tomar la mía y llevarla al suyo. La movía por encima de sus pantalones. No faltó que la pasara muchas veces, para que empezara a notársele un bulto. Mi vista estaba fija en ese lugar. Sentía crecer su miembro debajo de mi mano, lo adivinaba de grandes dimensiones. Mi concha era un volcán. Se bajó el cierre y pude introducir dos dedos. Los pasé por su glande, era gordo y notaba su lubricación, aún estando cubierto por la trusa. Él gimió de placer. El conductor se dio cuenta de lo que hacíamos, y tuvimos que parar. Nos conformamos con acariciarnos con la mirada.
Llegamos a nuestro destino. Para compensar el estarnos magreando en su auto, le pagamos el doble de la cuota. Entramos al hotel. Pedí la llave del cuarto. El elevador estaba lleno, por lo que preferimos subir por las escaleras, eran sólo tres pisos. Cada cierto número de escalones, Rodolfo me aventaba contra la pared. Se acercaba a mí. Extendía mis brazos, aprisionándome con su cuerpo. Restregaba su paquete contra mi entrepierna. Hacía el intento por besarme, pero cuando yo levantaba mi cabeza para juntar nuestros labios, él me soltaba y seguía subiendo. Hizo lo mismo cinco veces. Me tenía en verdad excitada, pedía a gritos algo más.
Cuando finalmente subimos al piso donde estaba nuestra suite, corrimos hacia la puerta de ésta. Mis manos temblaban de placer, no atinaba a meter la llave. Él hacía lo mismo que en las escaleras, pero yo dándole la espalda. Me gustaba, pero no me permitía concentrarme. Le pedí que parara, o nunca entraríamos a la habitación. Me obedeció, pero sólo para meter su cara bajo mi falda. Con la punta de su lengua, marcó un camino que empezó por mi tobillo, y terminó en mi ingle. Cuando tocó esa parte, yo ya era puros jadeos. Una señora entrada en años pasó por el pasillo y nos insultó por depravados. Rodolfo salió de entre mi ropa y le dijo envidiosa. Aproveché ese momento para abrir la puerta. Entramos, por fin, al cuarto.
Busqué sus labios y los besé con desesperación. Me tomó de los cabellos, inclinó mi cabeza, y metió su lengua en mi boca. Me movía agarrada del pelo, como si su lengua fuera un pene y me estuviera follando. Yo se la mamaba como si en verdad lo fuera. Nuestras manos no podían quedarse quietas un segundo, exploraban unas el cuerpo del otro. De repente, me mordió el labio inferior. No era partidaria del dolor, pero estaba tan caliente, que me gustó sentir sus dientes clavándose como dagas. No dejaba de hacerlo, apretaba más y más, hasta que consiguió sangrarme. La sangre escurría por mi barbilla y el la recogía, se la tragaba. Era tal mi estado, que esa pequeña muestra de sadismo de su parte, me agradó.
Le di una cachetada, no porque estuviera molesta por mi labio sangrando, sino porque estaba muy cachonda. Él sonrió. Le di una más, y otra, y otra. Llegando a la novena, también me abofeteó. Caí al suelo, con la sangre saliendo, además de mi labio, de mi nariz. Me levantó, y me empujó a la cama. Se subió encima de mí, y comenzó a rasgar mi ropa. Con cada tira de tela que arrancaba, me decía algo sucio, prendiéndome más. Toda esa rudeza, era un escape al aburrimiento de tener relaciones con tigo, ni yo misma me reconocía.
Cuando quedé desnuda, lamió todo mi cuerpo. Inició por la frente, bajando por mi nariz y luego por mis labios, recogiendo la sangre que aún brotaba de las heridas, embarrándolas en mi cuello, el cual también mordía con la misma fuerza que antes mis labios. En mis tetas se pasó un buen rato. Me decía que eran hermosas mientras las apretaba. Me decía que sabían a gloria cuando tomaba mis erectos pezones con sus dientes. Los besaba una y otra vez. El cosquilleo en mi raja era insoportable, le rogaba que llegara a ella, pero no lo hizo hasta que a él se le antojo.
Primero, se aseguro de dejar mis senos rojos, de tantos mordiscos y rasguños. Después, recorrió mis piernas y mis pies. Chupó todos y cada uno de mis dedos. Volvió a subir, y esa vez, si se perdió en mi sexo. Se lo comía como un experto. Con tan sólo unos cuantos lengüetazos, me corrí en su boca. No dejó que mi excitación bajará. Tomó mi clítoris entre sus dedos, lo estrujaba, haciéndome gemir. Su lengua seguía probando mi vulva. Me metió el primer dedo. Yo me retorcía de lo bien que Rodolfo hacía el sexo oral. Introdujo dos dedos más, los movía todos en distintas direcciones. Mi botoncito aún era estimulado. Luego de unos cuantos minutos de la primera vez, me volví a venir.
Él no se detuvo, parecía como si estuviera pegado a mi coño. No resistiría un orgasmo más en tan poco tiempo, así que lo pateé juntando todas las fuerzas que las circunstancias me permitían. Me levanté de la cama y desabotoné su camisa. Su pecho estaba cubierto por un oscuro y abundante pelaje. Jalaba sus vellos mientras aspiraba sus tetillas. Las acaricié de todas las formas posibles. En mi vientre, sentía que su pija se ponía más y más como una piedra. Deseaba liberarla, y mamarla como un animal, pero él no quería lo mismo. Me tiró de nuevo en la cama. Se quitó rápidamente los pantalones y la ropa interior. Me colocó en cuatro, y me metió toda su verga.
Creí que tú me llenabas, pero eso fue hasta que lo tuve a él adentro. Mi cueva estaba repleta de carne de macho, de uno de verdad. No pude verle la polla antes de que me penetrara, pero por lo abierta que me sentía, podía adivinar que era gruesa y grande. Me follaba sin reservas, hasta el tope desde el principio. Agarró mi cabellera, y la jalaba como si fueran riendas, las de su yegua, a la que estaba cabalgando con maestría. La excitación era demasiada, no aguanto mucho antes de que su pene me llenara con chorros de semen. Se estrellaban uno por uno en el fondo de mi vagina. Con el último también terminé yo. Me cerraba encima de su mástil, exprimiéndole hasta la última gota. Nuestros gritos debieron escucharse hasta el lobby.
Antes de que Rodolfo se desplomara encima de mí, me aparté y lo acosté boca arriba. En cuanto se salió de mí, toda su leche escurrió por mis piernas, me había dejado muy abierta. Pude ver su falo, aún palpitando por la anterior corrida. Era precioso. Debía medir más de veinte centímetros, pensé. Era muy gordo, con las venas bastantes saltadas. A la mitad se ensanchaba un poco más, para volver al grosor normal al llegar a la punta, la cual era gorda, rojiza, hermosa. Y sus huevos, peludos y compitiendo con le enormidad de su miembro. Que espécimen tan maravilloso. Lo acababa de tener dentro, y ya lo quería de nuevo.
Estaba empapado de mis jugos y los suyos. Me lo metí en la boca y lo dejé completamente limpió. Siempre que tú me rogabas hacer lo mismo me daba asco, terminaba por decirte que no, pero ante tal preciosidad no tuvieron ni que pedírmelo. Cuando quedó como nuevo, no dejé de mamarlo. La poca dureza que había perdido desde que me dejó vacía, volvió en poco tiempo con los esfuerzos de mi lengua juguetona. Otra vez estaba como roca, lista para la batalla.
Tomé la base con una mano, y empecé a subir y bajar con gran entusiasmo. Sabía delicioso, y el olor a semen que despedía me enloquecía. Aquella verga era un verdadero manjar, y como tal la estaba disfrutando. Por momentos, la dejaba toda dentro de mí. No podía respirar, pero me encantaba sentir la suavidad de su capullo rozando mi garganta. A él también le gustaba, porque no paraba de suspirar y decirme lo bien que lo hacía. Sus palabras me animaban a superarme. Te juro que nunca había disfrutado tanto el sexo oral, pero honestamente, aquel caramelo era mucho más apetitoso que el tuyo. Tú no lo conoces, o eso creo, pero créeme, es infinitamente superior.
Rodolfo se incorporó y me recargó contra la cabecera. Se paró frente a mí, y me metió su enorme pija hasta el esófago. Apoyando sus manos en la pared, se impulsaba con mayor facilidad. Me estaba cogiendo por la boca, sin importarle que pudiera ahogarme. Milagrosamente, eso no sucedió, no me provocó ni una sola arqueada. Mi lengua estaba entumida de tanto moverse, pero aún así no paraba de hacerlo. Por fortuna, su pene se estaba inflamando. Dio una embestida final y potente. Me llenó la garganta. Tragué todo lo que pude, y lo demás se derramó. Su leche sabía aún mejor que su polla.
Sin darme un instante de descanso, me puso de espaldas contra la pared. El gusto que me dio mamársela, tenía a mi raja de nuevo lubricada. Me ensartó sin ningún problema. Me pidió que apretara su miembro. Así lo hice, cerré mis paredes vaginales sobre él, con muchas dificultades porque en verdad me abarcaba de maravilla, pero lo hice. Movía mis caderas de manera circular y de arriba a abajo. Dudé que se le volviera a parar, pero gracias a Dios, me equivoqué. Su verga estaba más tiesa que nunca. Me besó, y me dijo: "prepárate, porque ahora si te voy a destrozar".
Enseguida arremetió contra mi coño. Sentí la punta de su falo llegarme al corazón. Grité del gran gozo que me daba su enorme espada. Salía y entraba de mí como un poseso. Sus palabras no eran mentira, me estaba destrozando. Ya había eyaculado dos veces, por lo que pudo aguantar mucho más, pero mucho más. Sentía que me ardía la entrepierna de tanto mete y saca. Me corrí no se cuantas veces. Rodolfo era el Dios del sexo, me estaba haciendo disfrutar como nunca. Me penetró una y otra vez, por casi una hora. Cuando sentía que mis piernas se doblaban, por fin se vació otra vez. Nos dejamos caer en la cama, estábamos muertos.
Hubiera querido dormir con él, pero podías llegar de un momento a otro. Esa noche fue tan placentera, que no me acordé de ti en todo el tiempo que estuvimos cogiendo. Si hubieras aparecido en el cuarto, de seguro nos habrías encontrado, pero no fue así. Rodolfo se vistió y se marchó a su hotel. Intercambiamos teléfonos y prometimos contactarnos cuando regresáramos al país. Cuando llegaste y tuvimos sexo, pensé que lo hacía con él, por eso no tuve que fingir ningún orgasmo. Su sola imagen en mi cabeza, fue suficiente para llegar al clímax.
Cumplimos la promesa, lo llamé en cuanto entramos a la casa. Para serte sincera, sólo lo hice porque el polvo de aquel día fue genial, no por otra cosa. Pero cada vez que nos veíamos, me sentía más apegada a él. Ya con más tiempo, pude conocerlo en otro ámbito que no fuera el sexo. Me gustó lo que conocí. Descubrí que Rodolfo era un gran hombre, y que estaba enamorada de él. Él me correspondía, y por diez años estuvo tratando de convencerme de escaparnos juntos, de dejar todo atrás y empezar una nueva vida, lejos, los dos solos. Hoy finalmente lo logró, dejo todo por él, incluyéndote a ti.
Cuando estés leyendo está carta, nosotros ya estaremos muy lejos. Lo más probable, es que estemos en algún hotel. Yo tendré las piernas abiertas, y mi coño mojado. Él se acercará con su gran verga apuntando al cielo. Me penetrará..."
Alfredo no pudo seguir leyendo, a pesar de su enorme curiosidad. El llanto apenas y podía ser retenido en sus ojos. Sacó un billete de su cartera, lo dejó sobre la mesa, y salió del restaurante. Se subió a su coche, y arrancó a toda velocidad. Se sentía el más humillado de los hombres. No podía creer que Carla lo hubiera engañado. No es que sintiera celos de saberla en brazos de otro hombre, hacía tiempo que eso no le importaba, lo que le dolía era el sentirse engañado, burlado. Nunca creyó que su mujer le pudiera hacer lo mismo que él a ella, y que aún peor, se escapara con su amante.
Mientras su pie se clavaba en el acelerador, por su mente pasaban los titulares de las revistas y periódicos: "La famosa directora de la revista más vendida del país, se escapó con su amante, dejando a su esposo abandonado como un perro". La sola idea le repugnaba, era más de lo que podía soportar. Todos se reirían de él, quedaría como un idiota ante la sociedad. En un momento de frustración, pensó en una solución.
La velocidad a la que viajaba, aumentaba conforme recorría más camino. Su auto se acercaba a una barranca. Entró en la curva que avisaba estaba en un lugar peligroso. No giró el volante, se siguió derecho. El convertible del año, rompió la barda de contención. Salió volando, cayó al vacío. El cuerpo de Alfredo yace en el asiento delantero. Mientras tanto Carla y Rodolfo, tal como lo aseguraba la carta, en algún lugar del mundo, hacen el amor.