Feli: La cueva de las serpientes

Dos chicos de 18 años descubren el amor por sí mismos en los lugares más extraños.

Feli: La cueva de las serpientes

1 – En el camino

Siempre que llegaban las fiestas me veía obligado a hacer lo que mis padres querían. Estaba deseando de ser mayor para tomar yo mis propias decisiones, pero la cosa no era tan fácil. Ellos solían pasar la Navidad en su casita del pueblo, que como este año estaba en obras, no se iba a usar, sino que iríamos al hostal. Como siempre, aquella carretera retorcida y ascendente me revolvía el estómago y el frío de la sierra me daba unas ganas de mear impresionantes, pero mi padre casi nunca encontraba el tramo de carretera apropiado para parar un momento.

Cuando llegamos a lo más alto, vimos, entre una tímida niebla, que había un coche parado. Mi madre se asustó:

  • ¡Son Matilde y Justo! ¿Les habrá pasado algo?

Mi padre, afortunadamente, se echó a un lado para ver qué les pasaba y me quedé acurrucado bajo una manta en el asiento de atrás un ratito. Sin embargo, mirando disimuladamente por los cristales, vi que se bajaba del otro coche, muy abrigado, el hijo de este matrimonio. Era un chico muy lindo que yo sólo veía de vez en cuando, porque vivían unas cinco puertas más arriba en la calle y en la acera de enfrente. La verdad es que cuando el viento empezó a mover su pelo rizado y rubio, lo miré con atención y noté que se me iba a poner la polla un poco a tono. Me hice el tonto, me abrigué bien y me bajé del coche.

  • ¡Hola, tío! – le dije - ¡Cómo pela el frío!

  • Sí, sí – contestó -, pero estaba harto ya de coche.

  • Como yo – le dije -; me mareo bastante y estaba meándome. Ya mearé cuando lleguemos.

  • ¿Vais a la casa? – preguntó recordándome -; vivís cerca ¿no?

  • Sí – me acerqué a él -; un poco más abajo y enfrente.

  • ¡Ah! – respondió pateando una piedra -, me suena tu cara de verte por allí.

  • Oye, tío – le dije -; me meo que no aguanto. A ver si se arregla lo que sea y nos vamos ya para el pueblo.

  • Pues verás – me explicó -; lo único que le pasa al coche es que se ha ahogado y hay que esperar un poco y, por otro lado, vamos también al hostal, no a casa. Está de obras.

  • ¡Joder! – exclamé -, pues vamos al mismo sitio.

  • Oye – dijo con misterio -, como esto tardará un poco y los mayores hablan bastante como para desahogar tres coches… ¿por qué no saltamos aquella valla de piedras y buscamos un sitio para mear?

  • ¡Jo!, sí – le respondí -, es que yo no aguanto.

  • ¿Y tú cómo te llamas? – preguntó -.

  • Soy Julio – dije - ¿Y tú?

  • Me llamo Feli… bueno, Felipe.

Seguimos corriendo hacia aquella valla no muy alta y trepamos por las piedras hasta caer al otro lado. Se nos presentaba delante un campo muy inclinado, con algunos manchones de nieve y poblado de encinas. Los dos nos quedamos mirando en silencio aquel paisaje y, sin ponernos de acuerdo, nos acercamos a un tronco grueso y nos pusimos a mear.

  • ¡Eh! , tío – me dijo Feli - ¡Vaya chorro que echas! Si hiciera más frío saldrían cubitos.

Nos echamos a reír, pero me di cuenta de que no apartaba la vista de mi bragueta, así que le dije de broma:

  • ¿Qué pasa? ¿Es que piensas que la tuya no es tan potente como la mía?

  • Déjame verla, anda – dijo -, me parece que la mía no tiene esa potencia.

  • ¡Espera Feli! – le dije -, nuestros padres están ahí atrás.

  • Es un momento – contestó -; supongo que no te dará vergüenza de que te la vea

  • No – contesté al instante -, todos tenemos una. Son distintas, vale, pero tú tienes una también.

  • ¡Te enseño la mía! – dijo - ¡Te lo juro! ¡Es un momento!

Me quedé pensando mientras me la escurría un poco y lo miré sonriendo.

  • ¿Crees que me da vergüenza de que me la veas, Feli? – le dije -. Te equivocas, pero quiero ver la tuya.

Abrimos un poco más los pantalones mirando hacia atrás por si venía alguien y, sin ponernos de acuerdo, no ocultamos tras el grueso tronco del árbol.

Se abrió los pantalones y pude ver que su polla era más bonita que la mía – eso me pareció –. Me abrí los pantalones y me di cuenta de que estaba un poco empalmado. Feli me miró sonriendo y asombrado.

  • ¿Puedo tocártela? – me dijo naturalmente -.

Me quedé pensativo por el miedo que sentía a encontrarnos en un sitio abierto. Pensé que podría haber alguien por allí, pero eché una rápida ojeada y le miré muy serio a sus ojos.

  • ¡Bueno! – le dije - ¡Tócala si te apetece! Está flácida.

  • No tanto – contestó metiendo la mano en mi pantalón -, está en su punto.

  • Si estuviera en su punto - le dije – estaría dura y tiesa; ya lo sabes. Pero con este frío

De pronto, se agachó y se puso pegado a mí. La metió en su boca y la saboreó un poco. Se me puso

  • ¿Ves? – dijo desde abajo -, un poco de calor y ya está.

  • ¡Feli! – me asusté -, dejémoslo ahora, por favor.

  • Sí, sí – contestó levantándose -, pero quiero que me la enseñes en el hostal. Me ha gustado mucho.

  • ¡Qué fresco eres! – dije besándolo en la mejilla -; tú no me has dejado ver la tuya.

  • ¡Mírala si quieres! – contestó -; ni me da vergüenza ni nadie va a vernos.

Cuando iba a agacharme, oí la voz de mi madre llamándome,

  • ¡Por favor, Feli! – dije apresuradamente -, prométeme que me la dejarás ver en el hostal.

Levantó su mano y apretó la mía como en un acuerdo sincero:

  • Te prometo que podrás verla y hacer lo que quieras con ella ¡Vamos!

2 – Antes del almuerzo

  • ¡Mejor! – dijo mi padre al recepcionista -. Tenemos dos dobles y dos sencillas. No creo que a los niños les importe ocupar una doble.

  • ¡No! – dijo Feli - ¡Así no nos aburriremos tanto!

Y subimos a las habitaciones. Nuestros padres, finalmente, dormirían en sus dormitorios y nosotros, en vez de ocupar dos simples, dormiríamos en una misma habitación. Comencé a imaginarme cosas. Feli era un chico con una belleza que me había dejado alucinado desde que lo vi y, lo pasado en el campo, me hacía pensar en una noche divertida y sensual.

Dejaron los equipajes en las habitaciones y entramos en la que sería la nuestra. Mi madre nos dijo que colgásemos la ropa y que teníamos una hora y media para arreglarnos y bajar al almuerzo. Al cerrar la puerta, se volvió hacia mí y me empujó con su pecho. Me quedé quieto mirándolo y se acercó muy despacio, puso su mano en mis entrepiernas y apretó suavemente y, antes de que pudiera pensar nada, abrió su boca y la acercó a mi cara. Por instinto abrí la mía. No podía dejar aquella oportunidad pasar. Creo que fue el primer beso tan intenso que había sentido en mi vida. No puedo olvidarlo a pesar de haber besado ya otras muchas veces.

Feli era siempre muy travieso y hacía cosas que me dejaban perplejo. Se fue directamente a las maletas, las abrió y me dijo:

  • ¡Eh, tú, Julio!; vamos a poner la ropa en su sitio rápidamente. Tendremos una hora antes de bajar.

  • Yo traigo poca cosa – le dije mirando en mi maleta -, esto estará colgado en un momento.

  • Oye… - se quedó pensativo - ¿Y si nos duchamos juntos y luego jugamos un poco en la cama? Me debes una cosa, recuerda. Luego, nos vestimos y bajamos.

  • Me parece bien – acerqué mi cara a la suya -, pero tú también me debes una cosa.

  • ¡Venga! - me tiró de los pantalones -, quítate ya la ropa. Tengo ganas de verte desnudo entero.

  • Y yo – contesté -; me encanta tu pelo. Cuando esté mojado en la ducha me gustaría que me dejaras tocarlo.

  • ¡Jo! – exclamó -; me parece que no me he explicado bien. Lo que he querido decir es que como vamos a estar solos, puedes tocarme todo lo que quieras, pero tienes que dejarme a mí también tocarte donde quiera… y como quiera.

  • ¡Vale! – lo besé suavemente en los labios -; vamos a quitarnos ya todo esto.

Nos desnudamos muy rápidamente y fui viendo poco a poco su cuerpo. Tenía un pecho precioso y sus piernas parecían suaves y sin pelo. Su culo me dejó alucinado cuando corrió a la puerta a asegurarse de que estaba bien cerrada. Como era tan impulsivo, volvió de prisa hasta mí, que acababa de levantarme de quitarme los calzoncillos y lo encontré muy cerca mirándome fijamente.

  • Eres guapo, Julio – dijo a media voz -, y tienes una polla preciosa.

Con un movimiento muy suave acercó su mano a mí y puso su dedo índice en mi boca: «¡Shhhh… no digas nada!». Dio un paso al frente y pegó su cuerpo al mío abrazándome y mordiéndome el cuello. Levanté mis manos y las puse en sus nalgas y apreté su cuerpo contra el mío.

  • No perdamos el tiempo – dijo - ¿Qué hacemos primero? ¿Ducha o cama?

  • Como quieras – le dije -, pero que sepas que me he duchado y estoy limpio.

  • Lo noto – pasó su nariz por mi axila -. Yo también estoy limpio.

Tiró de mí y saltamos sobre las dos camas pequeñas que estaban juntas. Nos sentamos allí uno frente a otro con las piernas cruzadas y comenzamos a besarnos cada vez más deprisa. Su mano me la agarró y yo agarré la suya.

  • ¿Nos hacemos una paja? – me preguntó al oído - ¿O te gustaría otra cosa?

  • Yo creo que para empezar… - pensé -, nos podemos hacer una paja y conocer nuestros cuerpos. Quiero ver tu polla de cerca, tus huevos y tu culo.

  • ¡Vale, tío! – sonrió contento -. Vamos a acariciarnos las pollas y a ver como son y luego nos hacemos las pajas ¿Mola?

Se echó él hacia un lado y yo hacia el contrario – como en un extraño 69 – y nos miramos y nos acariciamos las pollas al mismo tiempo. La suya era bastante gordita, suave y brillante y tiré de su pellejito poco a poco para verle el capullo. Encogió un poco las piernas; me pareció que le estaba entrando gusto, pero cuando llevábamos así ya un rato, se incorporó y me dijo a media voz:

  • Julio. Ponte de rodillas y apoya los codos en la cama. Vamos a probar una cosa que te va a gustar.

Yo creí que me iba a penetrar y me asusté un poco. Todavía no tenía mi agujero muy hecho a esas cosas, pero me di la vuelta y me arrodille. Él se puso detrás de mí, pero me pareció que estaba demasiado separado. Me agaché despacio y me quedé con el culo en pompa. Entonces le miré por un lado y vi que se agachaba y comenzaba a lamerme los huevos. Metía su cabeza debajo de mis piernas y las abrí un poco más. Entonces, fue subiendo poco a poco y tiró de mis nalgas hacia los lados.

  • ¡Joder! – exclamó - ¡Que culo tienes más bonito!

Entonces comenzó a lamerme las nalgas y hasta parte de la espalda y luego fue bajando su punta húmeda y cálida de la lengua hasta llegar a mi agujero y comencé a sentir un placer que no podía aguantar ¡Me estaba lamiendo el culo! Sentí deseos de hacerle a él lo mismo pero no sabía si me iba a dar asco… ¡No! Feli era demasiado lindo. Sería capaz de hacerle aquello y mucho más. Aquel placer duró un buen rato y pasó también su mano por debajo de mis piernas y me cogió la polla tirando un poco de ella hacia abajo. Creí que me iba a morir de placer. Al poco tiempo, sin dejar de lamerme el culo, empezó a pajearme despacio. No tiraba demasiado hacia atrás y no me hacía daño, pero no podía aguantar más.

  • ¡Feli, Feli! – le dije -, ¡que me corro!; que no aguanto más.

Paró un momento y me dijo que me corriera, pero siguió haciendo aquello y puse la colcha empapada de semen. Se metió bajo mis piernas mirando hacia arriba y lamió el poco semen que quedaba en mi capullo. Se arrastró más y nos besamos. Eché mi cuerpo sobre el suyo y comencé a agarrarle los pelos con ganas. Casi deseaba tirarle de ellos. Su boca sabía a mi semen. No pensé nunca que me iba a pasar una cosa así. Nuestras pollas se juntaron y seguimos besándonos mientras nos rozábamos.

  • Quiero hacerte lo mismo – le dije -; déjame hacerte eso. Ponte de rodillas aquí.

  • ¡Me encantaría! – dijo ¡Vamos!, pero creo que tendremos que limpiar las colchas.

  • No importa – le dije -, yo las lavaré.

Si la experiencia que había tenido había sido maravillosa, tener a Feli así delante de mí me dejó inmóvil. Comencé por los huevos, pero quise experimentar primero lo del agujero del culo. Le abrí las nalgas y… ¡Allí estaba! Era algo precioso ver su agujero tan de cerca y comencé a besarlo. Me di cuenta al instante de que no me daba asco ninguno y le metí la lengua todo lo que pude moviéndola. Él echó uno de sus brazos hacia atrás y me acarició los cabellos. Luego le cogí la polla, pero no quería desperdiciar su semen en la colcha, así que me metí por debajo de sus piernas hasta tener su polla delante de mi cara. Le volví a coger los huevos y a acariciarlos y luego tiré de su precioso pellejo un poco y comencé a chupársela para que sintiera mucho placer pero que no se corriera muy pronto. De todas formas, estaba tan caliente que apenas pudo aguantar, así que cerré bien mi boca para retener toda su leche y, con ese precioso buche, volví a seguir arrastrándome hacia arriba hasta que él se echó sobre mí. Lo besé y eché todo su semen en su boca y seguimos besándonos con pasión pasando aquel líquido sabroso y maravilloso de una boca a otra hasta que fue desapareciendo.

  • Me parece – dijo mordiéndome la oreja -, que ahora sí va siendo hora de que nos duchemos y, como sobra tiempo para vestirnos, nos haremos otra debajo del agua.

Bajo la ducha nos enjabonamos y acabamos abrazados y haciéndonos una placentera paja.

  • ¡Joder! – exclamó al salir del baño -; ahora tenemos que parar para bajar a almorzar.

  • ¡Bueno! – lo consolé -, tenemos toda la tarde libre.

  • Tengo otros planes para esta tarde – me guiñó un ojo -; creo que te gustarán.

3 – La excursión

No sé cómo nuestros padres no se dieron cuenta (¿O sí?), pero estuvimos todo el almuerzo acariciándonos bajo el mantel, mirándonos y riéndonos. No podía soportar estar tanto tiempo sin mesar sus cabellos, sin rozar sus labios… pero podía acariciar su muslo y palpar su polla dura bajo los vaqueros.

Nuestros padres pensaban en ir a dar una vuelta por el pueblo y saludar a todos sus conocidos. Fue entonces cuando Feli me confesó sus planes.

  • ¡Escucha, Julio! – me dijo – quiero que subamos un camino que hay pasando la Plaza de la Asamblea; en lo más alto del pueblo. Se supone que no se puede subir, pero nadie va a estar pendiente de nosotros. Allí arriba está la «cueva de las serpientes». Iremos a verla. Llevo una mochila pequeña con un poco de todo.

  • ¿La cueva? – exclamé -. Me dan miedo las cuevas y las serpientes.

  • No te asustes, hombre – me echó el brazo por los hombros -. Es una cueva pequeña. Es como una sala con el techo muy alto, pero para entrar hay que colarse por un agujero por donde sólo cabe uno arrastrándose; como una serpiente. Después de ese túnel estrecho de un metro, todo es muy amplio. Follaremos en la naturaleza.

  • ¿Y si nos pillan? – me asusté - ¿Qué vamos a hacer?

  • ¿Tú crees que un día como hoy va a subir alguien allí? – se echó a reír -. Estaremos solos; no te preocupes. Vamos a abrigarnos bien. En verano, la cueva está fresquita; ahora estaremos calentitos. Yo sé lo que te digo.

No me convenció. Seguía asustándome mucho subir por una vereda estrecha y empinada cubierta de nieve y, mucho más, eso de meternos en una cueva a pajearnos. Pero avisamos a nuestros padres y nos abrigamos muy bien. Feli llevaba muchas cosas en una pequeña mochila. Las repasó y dijo que ya era hora de irse, que deberíamos bajar antes de las siete.

Antes de entrar en la vereda, tuvimos que subir muchas calles cuesta arriba, pero el ejercicio servía para entrar en calor. Cuando llegamos a la plaza, miró a un lado y a otro. No había nadie. Cruzamos y abrió una verja de alambres. Fue entonces cuando comenzamos a subir por un lugar que yo desconocía. Era una vereda estrecha. A la izquierda había una gran pared de piedra, pero a la derecha seguía la pared hacia abajo. Un mal paso y caeríamos al vacío. Me agarré a él y me fue llevando. Subimos por allí durante unos quinientos metros (supongo) y llegamos a un pequeño llano helado.

  • Es peligroso – me dijo -; agárrate a mí y pisa con cuidado. El suelo es una pista de patinaje.

Nos acercamos a una pared a la izquierda y le vi mirar confuso.

  • ¿Pasa algo Feli? – me asusté -; no me gusta este sitio.

  • No pasa nada, tío, tranquilo – me miró sonriendo -. El hielo ha caído por la montaña y ha tapado con chuzos como barrotes la puerta de la cueva, pero – me guiñó un ojo – yo traigo remedio para todo

Sacó de la mochila una especie de martillo puntiagudo por un lado y sólo dando algunos golpes, fue cayendo el hielo y lo fue retirando. Allí detrás había un agujero a ras de suelo que no tenía más de medio metro de diámetro.

  • Esta es la entrada – dijo -; hay que arrastrarse un poco, pero luego encontraremos la cueva. Yo pasaré antes. Si quieres, agárrate a un pié mío, pero no a los dos. Al menos necesito uno para empujar

Estaba muy asustado y no quería entrar allí, pero no podía decirle que no. Se echó al suelo de rodillas y metió la cabeza allí comenzando a gatear y luego a arrastrarse. Miré a todos lados. Estábamos solos. Me arrodillé y le seguí. No quería quedarme solo y pensé que él sabría muy bien lo que hacía. Me agarré a su pantalón y fui gateando. Llevaba una linterna y se veía algo. De pronto, me di cuenta de que se arrodillaba y se ponía en pie. Se volvió hacia mí y me tomó de las manos.

  • ¡Vamos! – dijo un eco - ¡Ya estamos dentro!

La linterna no alumbraba demasiado, pero se podía ver una gran cúpula de unos ocho metros de diámetro y bastante altura. Nos fuimos al fondo y nos echamos en la pared. Era verdad que se notaba un ambiente un tanto húmedo, pero cálido. No hablamos nada. Dejó las cosas en el suelo y nos abrazamos y comenzamos a besarnos. Metí mis manos por dentro de su chaquetón, tiré un poco de su camisa y comencé a acariciarlo. Al poco tiempo, estábamos bajándonos los pantalones y los calzoncillos. Feli ya estaba empalmado, pero hasta que no empecé a tocársela no se empalmó la mía; era el miedo. Nos echamos en la pared sin dejar de besarnos y comenzamos a hacernos una paja. Era delicioso. Comprendí que estar en aquel lugar producía una excitación especial. Comenzó a llegarme el gusto y mi cuerpo se encogía hacia adelante.

  • ¡Venga, córrete! – dijo Feli con eco de fondo -; yo ya me voy también.

Retuve un poco el semen y salió con todas sus fuerzas. Poco después noté que Feli se encogía y gemía de placer y mi mano se llenó de su leche caliente.

  • ¡Ah, ah! – dijo casi gritando - ¡Que gustazo! ¡Sigue, sigue!

Nos volvimos y juntamos nuestras pollas aún en erección y seguimos besándonos. Su lengua me llegaba casi a la garganta y yo la empujaba con la mía.

  • ¡Me correría otra vez! – dijo - ¡Qué me gustas!

  • Esperemos un ratito y nos hacemos otra – le dije más tranquilo -. Yo también quiero correrme más.

La mochila cayó al suelo y se oyó un golpe estrepitoso. Nos asustamos un instante, pero nos echamos a reír. Lo cogí por el culo y lo apreté contra mí.

  • Feli – le dije al oído -; cuando nos vayamos… ¿ya no lo haremos más?

  • ¿Estás loco? – exclamó -. Cuando volvamos buscaremos un sitio en casa para pajearnos todos los días unas cuantas veces. Hasta que nos hartemos

De pronto, un ruido muy extraño nos dejó mudos. La poca luz que pasaba por el hueco de la entrada había dejado de pasar.

  • ¿Qué ha sido eso? – me agarré fuerte a Feli -.

Feli se quedó unos instantes pensativo, pero me apretó contra él.

  • No sé – dijo extrañado - ¡Vamos a mirar!

Cogió la linterna y se acercó despacio a la entrada. Se agachó y alumbró. Al poco tiempo salió y me pareció que no estaba muy tranquilo.

  • ¡No pasa nada, no pasa nada! – me apretó la mano y nos subimos los pantalones -. Parece que ha caído algo de nieve y ha tapado la entrada. Le daré unas patadas y nos vamos.

Empecé a ponerme nervioso y se acercó Feli a mí y me besó.

  • Tranquilo, tranquilo – me dijo al oído - ¡No pasa nada! Vamos a quitar ese hielo. Yo pasaré con el martillo. Si necesito algo te lo digo ¿vale?

Entró por aquel estrecho túnel con la linterna y comenzó a dar golpes. Yo me había quedado en una total oscuridad y agarrado a su pantalón. Lo oí dar muchos golpes, pero salió luego hacia atrás jadeando.

  • El martillo no vale – dijo -, hay que golpear más fuerte. Parece una pared de algo de espesor.

Me senté en el suelo y me eché a llorar. Se sentó a mi lado y me abrazó disimulando su miedo. Cuando nos dimos cuenta, estábamos metiéndonos las manos por las braguetas y acariciándonos las pollas.

  • ¡Tranquilo, Julio! – me susurró - ¡Verás cómo lo arreglo todo!

Seguimos acariciándonos y acabamos corriéndonos y poniéndonos perdidos de semen los pantalones.

  • Voy a entrar al revés – me dijo - ¡No te preocupes! Le daré unas patadas con fuerzas y verás como salimos sin problemas.

Se metió allí boca arriba y me pidió que tomase la linterna y procurase alumbrar hacia la salida. Pasaba muy poca luz, pero se veía el hielo al fondo. Comenzó a dar patadas con las piernas, me miraba y me sonreía.

  • Creo que ya cede.

Al rato, se salió de allí y me abrazó:

  • Tres patadas más y ya estamos fuera; ya verás.

Estaba cansado y se sentó junto a mí poniendo su preciosa cabeza en mi hombro. Me pareció que era yo el que tenía que consolarlo y le dije que nos turnaríamos si hacía falta. Metí mi cuerpo allí aterrorizado y empujé la pared de hielo con fuerzas y con los dos pies al mismo tiempo. De pronto, me pareció que se movía y comencé a golpear con más fuerzas mientras apretaba la mano de Feli.

  • ¡Ya va, ya va! – le dije -; unos golpes más y ya está.

  • Déjame ahora a mí y descansa – dijo -; vamos a turnarnos.

Pero cuando empezó a ceder la pared de hielo oímos más ruido y se salió a la cueva para mirar.

  • ¡Ha caído la parte de arriba! – exclamó -, déjame el martillo y apartaré todo que pueda para salir.

Volvió a entrar y me pareció oírle decir que ya iba retirando hielo. Al poco tiempo, salió rápidamente a la cueva y corrió a por la mochila.

  • ¡Vamos! – dijo - ¡Sígueme! Creo que ya hay hueco para salir. Es mejor darse prisa.

Entramos por el hueco y me pareció que hacía esfuerzos con su cuerpo pero que iba saliendo. Me pareció que iba a partirle la tela de los pantalones.

  • ¡Ya estamos fuera, Julio! – oí a lo lejos - ¡No temas!

Fue empujando entre el hielo y consiguió salir y, una vez fuera, metió sus manos y comenzó a tirar de mí. Cuando pude sacar la cabeza, noté que el aire frío helaba mi saliva. Siguió tirando de mí hasta que sólo me faltaban los pies y le vi mirar arriba. En aquel momento, tiró de mí con tal fuerza que me lastimaba los brazos. Cuando pude poner mis pies en el suelo resbaladizo, me empujó hacia un lado y se tiró resbalando por el suelo hasta mí. Otra capa de nieve cayó y tapó más de un metro la entrada a la cueva. Nos abrazamos llorando, pero me parecía que las lágrimas se helaban.

  • ¡Bajemos! – me dijo - ¡Bajemos pronto! Se nos va a hacer de noche.

4 – Epílogo

Ya habíamos cenado y nuestros padres nos miraban algo extrañados. Tenían que notarnos algo. Subimos a la habitación y nos duchamos con agua caliente. Antes de cenar, nos habíamos cambiado la ropa a toda prisa. Pero ya estábamos a solas y tranquilos. Nos abrazamos llorando y Feli me pidió perdón, pero le dije que aquello sólo fue un accidente, que ya todo había pasado. Bajo la lluvia de agua caliente de la ducha, se arrodilló ante mí y me la chupó. No dejé de acariciarle su cabellera rubia. Cuando me corrí, me agaché yo y le hice otra mamada. Luego, ya secos, nos metimos en una sola cama pegados el uno al otro y, en menos de media hora, sentí su polla acariciándome el culo. La tomé con la mano y la puse en mi agujero. Con mucho cuidado, me la fue metiendo y, aunque sentí algo de dolor al principio, me moría de felicidad de tenerlo dentro.

  • ¿Ves, Feli? – le dije entre besos -; la cama es más cómoda.