F.C. Servos (II - En la cancha)
En la cancha de juego nuestro protagonista descubre nuevas pasiones, y se convierte en el centro de atención de un partido muy especial.
Corría a gran velocidad por la cancha. Mi dominio del balón me sorprendía a mí mismo, podía burlar a los oponentes con una facilidad que no había tenido ni siquiera en mi época dorada; una finta, una burla, y continuaba en mi carrera a la portería opuesta.
No me enfocaba ya en los demás jugadores, nada importaba ya más que meter el gol; esa era mi obsesión, en lo único en lo que podía pensar. Tenía que meter gol, tenía que hacerlo...
Un único jugador se interponía entre mi objetivo y yo. El portero estaba preparado para recibirme, listo para detener el balón. Le miré a los ojos, y entonces me detuve en seco.
¡Es el portero de mi propio equipo! Le miré con gran confusión. Éramos parte del mismo equipo... ¿No? Pero ahora era mi oponente... mire alrededor, y me di cuenta que mis contrincantes eran mis compañeros de oficina. Ahí estaba Marco, había sido el de la idea de formar el equipo, mientras que detrás de él estaban Pablo, Esteban, Saúl...
“¡Oye, puto! ¿Vas a tirar o qué?” alguien gritó a mis espaldas. Por alguna razón, aquel insulto me hizo enojar en sobremanera.
“¡¿A QUIÉN LLAMAS PUTO!?” grité en la dirección de la que había escuchado aquella voz, aunque no vi a nadie ahí.
“¿Cómo más llamarías a alguien que está vestido así?” me respondió aquella voz.
Mire hacia abajo, y vi que estaba desnudo a excepción de las largas calcetas blancas y los tenis deportivos. Me cubrí avergonzado. Las carcajadas de mis compañeros no se hicieron esperar, se acercaban todos a mi caminando tranquilamente hasta rodearme por completo.
“Yo pensaba que eras un machito, güey. ¿Acaso me saliste maricón?”
“¡Claro que no! Es sólo que...”
“Pinche bato, ¿cómo vienes a jugar así? ¿Qué, te gusta que te estén viendo o qué?”
“No… ¡No! ¡No es así!”
“¿Acaso nos veías en los vestidores? ¿Te nos quedabas viendo, salivando, deseoso de un poco de carne de un hombre de verdad? ¿Es así, puto?”
“¡No soy un puto! ¡Basta!”
“¿No eres un joto? ¿Entonces dónde está tu vello? Seguro te depilas para tu macho.”
“¡¡Les digo que no!! ¡ESCÚCHENME!”
“Eres un maldito exhibicionista. Apuesto que la tendrías bien dura si no fuera por esa cosa entre las patas.”
“¿Qué…?”, miré una vez más hacia abajo, y bajo mis manos vi horrorizado una jaula metálica cubriendo mi pene. Lo peor era que la acusación era verdad: debajo del instrumento podía sentirlo hinchándose, lastimándome al hacerlo.
Me encogí en el piso con el balón y me tape con las manos la cara. Mis compañeros no dejaban de lanzarme acusaciones y no podía dejar de escucharlas; una parte de mí se preguntaba si quizá efectivamente tendrían algún merito, pero intentaba no hacerlo.
Las voces de los demás fueron bajando en intensidad hasta volverse casi un susurro, y cuando no quedó sonido alguno se escucharon las pisadas de alguien acercándose. Escuchaba con claridad el pasto doblarse con cada paso, y cuando se detuvo frente a mi no pude menos que destaparme la cara y poco a poco alzar la mirada hacia arriba. Los zapatos deportivos que usaba estaban manchados de césped y lodo, así como también las calcetas blancas cubriendo sus peludas piernas. Su short era oscuro, mientras que su blanca playera contaba con una insignia, un escudo de sólido negro con un círculo blanco en medio; encima del escudo se leía F.C. SERVOS. En lo alto me contemplaba un rostro familiar y sonriente, el rostro moreno del entrenador a quien había visto muy recientemente.
“De pie.”
Me estremecí ante la orden. No entró en mi cabeza el no obedecer lo que aquel hombre me había dicho, por lo que temblorosamente hice lo indicado, haciendo que el balón cayera y rebotara lejos de mí.
Todos me observaban. Mis compañeros me veían con el gesto serio, ya no decían comentarios humillantes pero no separaban su vista de mí. Puse mis manos en mis genitales intentando cubrir la poca dignidad que me quedaba, pero el entrenador las alejó de un golpe, haciéndome ponerlas en mis costados en su lugar.
Aquel hombre caminó en círculos alrededor mío, observando con detenimiento mi cuerpo. Su cálida mano me tocó de los pectorales, la posó en mi muslo, revisó mi espalda y observó los antebrazos. Yo me mantuve firme en mi posición durante la revisión, aunque di un respingo cuando bruscamente me tomó de las nalgas.
“¡Al suelo! ¡Cincuenta flexiones, ahora!”, me ladró el entrenador. Al instante me tiré al piso, y comencé el ejercicio. Me hizo contar en voz alta cada repetición, gritándome de cuando en cuando que repitiera algunas cuando estas no le satisfacían. Me ordenó que mi cuerpo bajara lo suficiente al suelo como para que la jaula tocara el césped.
Sentí que no acabaría nunca, pero cuando me acercaba a completar la serie puso su pie en mi espalda, empujándome contra el suelo.
“Eres lento”, gruño. “Deja la cabeza pegada al suelo y alza la cadera, veamos si de eso sí eres capaz.”
Y así lo hice. Con la cabeza y las manos apoyadas en el campo, alcé las caderas hasta que estuve parado con las puntas de los pies, haciendo con mi cuerpo una ‘V’ invertida. El entrenador se colocó a mi lado y sin mayor aviso me azotó en las nalgas con tal fuerza que casi me hace caer al perder el equilibrio.
Una vez más me encontré a mi mismo contando, aunque en esta ocasión se trataba de los azotes que me propinaba en el culo. Una fila se había formado detrás del entrenador, y después de que este me había dado unas buenas nalgadas dio paso a uno de mis compañeros, quien sin miramientos me dio tal tunda que sin duda me había dejado las nalgas de otro color.
Uno tras otro se sucedieron, algunos me golpeaban un par de veces con gran fuerza, otros lo hacían de muchos golpecitos pero a gran velocidad, uno tras otro; alternaban entre ambos cachetes, o había quienes incluso apuntaban al espacio entre los grandes montículos de carne, provocándome un gran dolor. Aullaba y suplicaba piedad, pero ni por un solo momento pensé en moverme.
Mi rostro se encontraba escondido entre mis brazos, tratando de evitar que los gemidos de dolor escaparan de mí. Un azote particularmente fuerte me hizo alzar la cabeza y aullar de dolor, y al abrir los ojos vi a un camarógrafo, cámara en mano, tan cerca de mí que casi me golpea el rostro con el aparato. Me quedé viendo directamente al lente, sorprendido, y al mismo tiempo comencé a escuchar el lejano vitoreo de la afición. El sonido era cada vez más claro, los gritos y clamores de la gente que llenaba el estadio y gritaba emocionado por sus equipos favoritos. Al mirar alrededor podía ver sus siluetas en la oscuridad, una ola de gente llenando las gradas y haciendo un ruido ensordecedor.
Una enorme pantalla capturaba la escena a la que el camarógrafo apuntaba. En ella se podía ver con claridad mi rostro con gesto sorprendido magnificado cien veces; pronto, el hombre cambió su ángulo para cubrir más áreas, y pude ver de primera mano cómo era azotado por la interminable fila de mis compañeros. Hizo un acercamiento a mis abusadas nalgas, las cuales se zangoloteaban con cada golpe como si se tratasen de un plato de gelatina. Habían adquirido un color escarlata por toda aquella violencia a la que habían sido expuestas, con cada golpe el público explotaba en vitoreos y porras, apoyándolos a que continuaran azotándome.
Cuando el último de mis compañeros hubo tenido lo suficiente al golpearme, el entrenador se acercó y me dio una amistosa nalgada como haría otro miembro del equipo, pero en ese punto tenía a mis nalgas tan sensibles que no pude evitar chillar del dolor. Me indicó que me pusiera de rodillas, lo cual hice sin rechistar.
Hincado, había bajado el rostro a los pies entrenador, pero este me tomó de la barbilla y la alzó para hacerme ver que había bajado su propio short. Su verga era aún más morena que él mismo, gruesa y absolutamente tiesa, perdido el tronco entre una maraña de vello oscuro. La sacudía con pereza, y ésta aún seguía hinchándose. No fue necesario que dijera nada, yo sabía lo que quería: abrí la boca y saqué la lengua, a la espera de recibir su semilla en mí.
El resto de mis compañeros se acercó también, y todos y cada uno de ellos también se habían bajado el short para descubrir sus endurecidos miembros, los cuales estimulaban con una mano. Volteara a donde volteara había vergas, toda clase de ellas me rodeaba: las había venudas, largas, oscuras y gruesas o delgadas, había unas con una ligera inclinación a la izquierda mientras que otras eran más cortas y gordas. Saqué más la lengua, listo para recibirlos a todos ellos.
Con un sonido gutural, uno de mis compañeros fue el primero en disparar su chorro encima de mí. Tres potentes disparos lanzó, seguidos de otros más pequeños, y todos cayeron sobre mi cuerpo desnudo, apelmazando mi cabello y haciéndome cerrar un ojo; con la lengua me relamí las comisuras de la boca, y saboree su salada semilla.
Pronto le siguieron otros compañeros y el mismo entrenador, cada uno explotando y manchándome, marcando mi rostro con el potente aroma de su semen. Por el rabillo del ojo vi mi rostro en las gigantescas pantallas del estadio, cubierto de esperma de machos calientes que seguían dejando caer su ardiente carga encima de mí, hilos e hilos de leche que yo desesperadamente trataba de capturar con la lengua, pero era mayor la cantidad de la que yo podía atrapar; lo quería, la deseaba dentro de mí, y en ese momento sabía que las acusaciones que me habían hecho mis compañeros eran verdad, que era un puto maricón deseoso de nada más que servir como sumiso, y con aquella epifanía sentí como mi cuerpo comenzó a convulsionarse, víctima de espasmos. Algo caliente dentro de mí crecía en mis entrañas hasta que, aún teniendo el cinturón de castidad puesto, di un gran grito y yo también comencé a disparar chorro tras chorro de espeso semen sin haber sido tocado siquiera. El orgasmo fue intenso, y al volver a abrir los ojos me encontré en mi cama, sudado y jadeando.
“¡Puta madre!”, maldije al aire, alzando las sábanas y viendo la mancha húmeda que ahora se extendía en mi ropa interior y la cama. Un maldito sueño húmedo. Ya no era ningún puberto para seguir teniéndolos.
Pensé en aquel sueño mientras me aseaba en el baño. Ya hacía una semana desde aquel juego que habíamos tenido contra aquel equipo, y en ese tiempo me había encontrado a mi mismo pensando frecuentemente en lo que había observado en los vestidores después del partido. Para gran vergüenza mía, muchos de esos pensamientos se habían vuelto del tipo sexual, y aunque había evitado jalármela pensando en ello era obvio que mi subconsciente me había traicionado cuando más desesperado había estado.
Volví a la cama, intentando evitar la mancha húmeda que había quedado. Mañana me encargaría de ello.
Si antes no había podido dejar de pensar en lo ocurrido, en los días siguientes me obsesioné.
Me dije a mi mismo que era simple curiosidad lo que me había llevado a buscar en la lista cuál era el siguiente juego de aquel equipo, me obligué a pensar que simplemente estaba aburrido aquella tarde en que al salir de la oficina me dirigí al campo de juego, y quizá una parte de mi llegó a creer que sólo estaba ahí para ver el partido. Pero cuando me encontré observando la acción desde las líneas laterales simplemente no pude negar que mi corazón palpitaba con gran fuerza, particularmente cuando vi a los jugadores e imaginé que corrían por el campo con sus cuerpos desnudos, tal cual los había visto aquella noche en los vestidores.
“¿Disfrutando el partido?”, dijo una voz a mis espaldas, cerca de mí. Di un respingo y miré a mi interlocutor, el entrenador del equipo. “Espero no te haya mandado tu equipo a espiarnos, nos dieron tal goliza en el último juego que tuvimos contra ustedes que vamos a necesitar re-organizarnos mucho mejor. Mis jugadores han estado en entrenamiento intensivo desde aquella ocasión... pero quizá eso ya lo sabías; ¿acaso me equivoco en sospechar que no es la primera vez que te mandan a observarnos?”
“Oiga, no sé a qué se refiere, pero no me gusta su tono”, le respondí molesto, intentando ocultar mi nerviosismo. El entrenador entornó los ojos.
“Ah, ¿quizá entonces no es más que curiosidad propia, pura y llana, la que te trae acá de vuelta? La curiosidad es algo con lo que puedo lidiar. No eres el primero ni serás el último que venga a mí por ella. Quizá comprendas las razones por las que después de esa noche en que jugamos contra ustedes ya no tenemos nuestra pequeña charla post-juego en los vestidores de la cancha, en lugar de ello nos reunimos en un lugar que rentamos especialmente para ello... si tienes oportunidad, y quieres saber más del equipo F.C. Servos entonces quizá puedas darte la vuelta en alguna ocasión.”
Me dijo el nombre de la cancha que tenían rentada y los horarios en que en ella se juntaban para entrenar, y se alejó de mí sin permitirme interrumpir. No le quité la mirada de encima, pero no volvió a mirarme en ningún momento, toda su atención centrada por completo en el partido. Por mi parte, yo no me quedé a ver el juego entero; había tenido suficiente por el día de hoy.
NOTA DEL AUTOR:
Éste es la segunda parte de un relato dividido en cuatro, espero haya sido de su agrado. Comentarios aquí y a mi correo son bienvenidos, por favor no duden en escribir y hacerme saber qué opinan. Saludos,
CyanideT