F.C. Servos (I - El equipo)

En la cancha, el equipo F.C. Servos quizá no es el mejor de todos. Pero es difícil serlo cuando se tienen distracciones...

CAPÍTULO 1

En la primavera del 2006 me uní a una liga amateur de fútbol junto con otros compañeros de la empresa en la que trabajaba. Anteriormente llegué a practicar el deporte a un nivel más alto, pero desde que había acabado mis estudios universitarios (ya hacía unos doce años) lo había ido dejando a un lado poco a poco, como suele ocurrir; uno se concentra en su carrera profesional, conoce a una chica, comienzan a salir, se casan, tienen un hijo... ya saben, uno comienza a descuidar su físico. Pero también ocurre que un día te despiertas sólo en la la cama individual del apartamento en el que ahora vives, te levantas con dificultad y te miras en el espejo del baño para encontrarte a alguien más viejo que uno mismo, con más de algunas canas, arrugas de preocupación en el rostro y los inicios de una panza cada vez más prominente.

Fue por eso que me decidí a entrar a la liga amateur de fútbol, en conjunto con mis compañeros de oficina. A como lo veía, era mi oportunidad para retomar algo que había dejado en el camino, una pasión que había olvidado cuando comencé a jugar a la casita.

La liga estaba conformada por equipos muy diferentes, casi todos formados por miembros de una sola empresa como nosotros. Muchos de ellos iban a los juegos al acabar su día laboral, y también muchos de ellos entraban en un mismo perfil con respecto a la empresa que representaban; como ejemplo, una empresa tecnológica solía estar conformada en su mayoría por muchachos jóvenes y no tan atléticos, mientras que una dedicada a la confitería tenia miembros de más ancha cintura. Sin embargo, esto no era verdad para todos los equipos: algunos de ellos habían sido formados por grupos de amigos, conocidos, o incluso clubes. Éste último era el caso del equipo con el que nos enfrentamos en nuestro tercer juego de la temporada, el curioso equipo de F.C. Servos.

Aquel era el grupo más diverso que habíamos visto hasta el momento. El miembro más joven, un chico alto, delgado y de piel lisa y lampiña, no podía tener más de veinte años; por otra parte, el más viejo de ellos se trataba de un señor casi completamente calvo de poco vigor que probablemente rondaría por los sesenta años. El capitán, por su parte, a sus treinta y tantos años dejaba en claro su atletismo, lo que le ponía en serio contraste con otro miembro del equipo que, debido a su peso, a duras penas podía soportar los cuarenta y cinco minutos de cada tiempo de juego.

El equipo era, en resumidas cuentas, extraño. Y no sólo por lo ecléctico de sus integrantes. Pero eso ya lo descubriría después.

Cuando acabó el primer tiempo ya teníamos una sólida ventaja de 3 a 0 sobre ellos. La diversidad del grupo, me pareció, no se traducía a buenas jugadas o sincronía entre ellos; hacían pases incompletos, no se coordinaban para marcar jugadores y no tenían casi posesión del balón. No me cabía duda que acabaríamos ganando por una buena medida.

Mientras el resto de mis compañeros aprovecharon el medio tiempo para tomar un poco de agua y discutir el partido hasta el momento, yo me aleje hacia el terreno baldío a un costado de la cancha, en donde crecía la maleza. Me interné en el pasto, entre los arbustos y árboles para orinar en privado; claro, ¿por qué no mejor ir a los baños en los vestidores? Pues a eso les digo yo, ¿de qué fregados nos sirve ser hombres y tener el pito como una manguera si no podemos usarla para mear donde queramos?

Estaba concentrado en lo mío, echando las aguas en la maleza seca cuando noté movimiento entre los matorrales a unos metros de mí. No alcanzaba a distinguir de qué se trataba, pero al intentar agudizar el oído escuche un sonido seco y repetitivo cada pocos segundos. Paf… paf… paf…

Acabé de orinar y me sacudí la verga, asegurándome de que no quedara una gota pendiendo de ella; me la guardé en el pantalón y comencé a acercarme al origen de aquel sonido, internándome entre los arbustos. Apenas alcancé a dar unos pasos en su dirección cuando apareció desde detrás de unos árboles uno de los jugadores del equipo, un chico joven con apariencia de estudiante de bachillerato. Detrás de él le seguía muy de cerca un señor mayor de abundante barriga, bigote de cepillo y rostro cuadrado. No le reconocí como uno de los jugadores, y estaba seguro habría recordado verlo en la cancha si así hubiese sido.

“¡Hey!”, les grité sin pensarlo. No sabía qué decirles, pero su súbita apariencia me había tomado por sorpresa y el gritarles había sido mi reacción automática. Ellos se veían tan sorprendidos de verme como yo a ellos; el señor se acercó a mí dando grandes zancadas, haciéndose paso entre los arbustos.

“¡Vaya que nos están poniendo una paliza!”, me dijo el señor. Tenía el rostro enrojecido, como si hubiese hecho un gran esfuerzo físico. “Espero no hayas escuchado demasiado atentamente al plan de ataque que discutía con mis jugadores”.

La excusa desde un inicio me pareció tan creíble como el supuesto ‘amigo’ de mi ex-esposa, pero no iba a estar cuestionándole acerca de ello. Me intrigaba más el que se refiriera a los jugadores como “suyos”, lo cual dejaba en claro su rol como entrenador del equipo. Pocos, muy pocos de los equipos en la liga participaban con un entrenador, pero no podía esperarse menos de un equipo tan extraño como el suyo. Me excusé, y troté a donde mis compañeros estaban reunidos. Pensé en lo extraño que había sido todo aquello, así como también el que aquel chico se frotara el culo. Quizá en retrospectiva aquello había sido obvio, pero en aquel momento sólo me dejó perplejo.


Durante el segundo tiempo no podía concentrarme del todo en el juego.

Mi posición como mediocampista significa que debo mantenerme en constante movimiento, buscando posicionar el balón para los delanteros. En mi ir y venir pude ver en el costado de la cancha al entrenador; aquel señor de poblado bigote miraba la acción con gran detenimiento, me daba la impresión que me observaba a mi también, pero no podía estar seguro de ello.

El jugador al que había visto en la maleza, por su parte, relucía como antes no había hecho. No tengo idea qué es lo que aquel señor le podría haber dicho, pero corría arriba y abajo del campo con renovada energía, desplazándose con gran velocidad e interceptando jugadas. En una oportunidad me acerqué a él para marcarlo, pero me burló con gran facilidad y avanzó; al estar tan cerca de él pude darme cuenta de algo que hasta ese momento había pasado desapercibido para mí, un tintineo que acompañaba a cada uno de sus movimientos. Lo había escuchado con claridad, sonaba como un objeto metálico golpeándose contra otro, aunque en ese momento no le presté demasiada importancia.

Molesto de haber sido burlado tan fácilmente, hice de mi misión personal el asegurarme de impedirle cualquier jugada. Mi siguiente oportunidad se presentó en los últimos minutos del juego, cuando se dirigía a la portería con el balón; me le acerqué con gran velocidad, enfocado en la pelota, pero a pesar de que estaba ganando terreno sabía que no llegaría a tiempo para detenerle. En mi loca carrera tropecé, alcanzando solamente a poner las manos y agarrarme de su short en el momento en que hacía su tiro a la portería. El pantaloncillo se alcanzó a deslizar un poco por el lado del que me aferré antes de que él mismo lo agarrara para evitar que cayera, pero fue suficiente para ver aquello.

En los breves instantes entre que le bajé el uniforme y se los volvió a acomodar, noté primero que nada que no usaba ropa interior. La nalga perfectamente lampiña que pude apreciar se encontraba notoriamente enrojecida y relucía a la luz de la luna y los reflectores. Lo segundo que noté me distrajo por completo de mi primer descubrimiento: en el frente portaba una jaula de plástico transparente que aprisionaba a su miembro empequeñecido, encerrado detrás de un candado metálico que se golpeaba contra la jaula con cada movimiento. La visión fue tan breve que en cuanto el muchacho se volvió a acomodar el short empecé a cuestionarme si realmente había visto aquello, tan sólo el tintineo metálico lo confirmaba.

El chico volteo y me miró en el piso, sorprendido. Sus mejillas se habían colorado un poco, lo que me hizo pensar en su nalga enrojecida. Ensimismado, me había olvidado de mis alrededores hasta que escuché los gritos de celebración del equipo contrario; el tiro a la portería había sido exitoso.

Un compañero me dio la mano, ayudándome a alzarme.

“Tienes suerte, cabrón, el árbitro no te marcó la falta por bajarle el short. ¡Hasta le bajaste el calzón, no mames!”

“¡¡No traía nada!! Eh, ¿no viste? ¿lo que traía debajo?” le cuestioné a mi compañero. Este negó con la cabeza. Abrí la boca, a punto de describir aquella extraña herramienta sobre su verga, pero me detuve a tiempo. ¿Realmente quería hablar con él, o con cualquier del equipo, acerca de la verga de alguien? “Ah, este… nada, no traía nada debajo. ¡Anda usando el puro short!”

Mi compañero rió de buena gana, haciendo un comentario acerca de lo incómodo que debía ser correr con los huevos sueltos. Se alejó trotando, dejándome sólo con mis pensamientos.


Como había sospechado el juego acabó a nuestro favor, con un marcador final de 5 a 1. Me abstuve de participar en las celebraciones, pensando aún en lo que había observado y escuchado; el entrenador y el muchacho escondidos entre los árboles, las nalgas enrojecidas de este segundo, y sobre todo, aquel aparato en su miembro. Todo estaba relacionado, eso me quedaba claro, sólo aún no estaba seguro de qué forma.

No tardaron en dispersarse mis compañeros rumbo a sus casas, siendo que mañana era día laboral. Me despedí de ellos, fingiendo que me tomaba tiempo guardar las cosas, hasta que fui el último de mi equipo que quedaba en la cancha. Una vez que me encontré por mi cuenta, me dirigí a los vestidores, en donde había visto se habían reunido el equipo contrario convocados por el entrenador. No sabía qué iba a decir, pero necesitaba hablar con aquel muchacho en privado para intentar esclarecer lo ocurrido; el dispositivo que portaba me intrigaba, había picado mi interés y no estaría tranquilo hasta saber más de aquello. ¿Por qué jugaba con él puesto? ¿Para qué servía? Sabía lo incómodo que sería preguntárselo, y sin embargo nunca he sido alguien que se quede con la curiosidad insatisfecha.

Al acercarme a los vestuarios escuché la voz del entrenador desde adentro, en donde se encontraban las bancas y los casilleros. Su estruendosa voz brotaba por las altas ventanas rectangulares del edificio, dirigiéndose a sus jugadores:

“...mente una lástima de equipo. ¡Patéticos! Son una mierda, todos y cada uno de ustedes, una verdadera basura que ha llegado a la cancha de juego para deshonrar el deporte. Me queda claro que habrá que tomar medidas correctivas, estense por seguros que haremos entrenamiento extra para remediar la situación.”

Al escuchar tan airada reprimenda, decidí esperar antes de hacer notar mi presencia. Sin embargo, como antes he mencionado mi curiosidad no es fácilmente reprimida, por lo que en lugar de retirarme y esperar a que hubiesen acabando su pequeña reunión me pegué a la pared con la ventana abierta para escucharles mejor. Un horrible hábito, sin duda, pero ¿quién de ustedes podría decirme no habría hecho lo mismo, en mi situación?

El entrenador había pasado de criticarles en general a hacerlo personalmente, listando las faltas y fallas que les había visto.

“… sin buscar el apoyo de los delanteros. ¡Y tú! ¿Qué acaso no te dije muy claramente que expandieras tu área? Apenas y te moviste, debí ver al menos media decena de ocasiones que permitiste penetraran la defensa.”

“Discúlpeme, entrenador. La preparación me ha dejado adolorido, no estoy acostumbrado a algo tan grande…” dijo una voz masculina, firme pero sumisa.

“Lo único que escucho, ” le interrumpió el entrenador, “es que para el siguiente juego vas a necesitar aún más preparación de la que ya tienes... algo que con mucho gusto voy a proveer. Hablando de lo cual: Gerardo, revisa si finalmente se ha ido el otro equipo.”

Vi al muchacho cuando salió trotando, subiendo la pequeña vereda que llevaba al estacionamiento. No me vio al hacerlo, siendo que aún estaba yo pegado a la pared del edificio de vestidores y no dirigió la vista atrás al salir, pero sabía que me vería al regresar y no quería tener que dar explicaciones de por qué me encontraba escuchando una conversación privada. Me dirigí rápidamente a la parte trasera del pequeño edificio, cuya cara daba a una colina empinada; ahí pasé desapercibido por el chico cuando éste volvió, reportando que no quedaba nadie. Debía pensar que todos nosotros habíamos llegado en carro, no contaba con que yo me había visto forzado a moverme en transporte público desde mi separación.

“Bien, siendo así… ¡TODOS! ¡A SU POSICIÓN!”, les gritó el entrenador. Escuché gran movimiento, el sonido de telas y el inequívoco tintineo metálico que previamente había oído en aquel chico durante el juego, aunque en esta ocasión el sonido se había multiplicado, proviniendo de múltiples fuentes a la vez.

“¡CINCO A UNO! Todos saben cuál es la penalidad, ¿no es así? Primero que nada, me parece todos sabrán que no estaré abriendo ninguna jaula próximamente... espero se vayan acostumbrando a ella, veremos si pueden hacerlo mejor en el siguiente partido para ganarse la oportunidad de ser liberador. Por otra parte, vamos a tener una pequeña sesión reformativa. ¡AHORA!”, la última palabra había sido acentuada con el sonido de un violento golpe. ¿Qué diablos estaba pasando ahí adentro?

Observé la ventana rectangular a través de la cual escuchaba lo que ocurría. Estaba demasiado alta como para asomarme y ver hacia el interior, pero con la colina empinada que estaba a mis espaldas... trepe un poco por ella, y acostándome en la inclinada tierra pude alcanzar a asomarme para ver un poco de lo que ocurría dentro. La vista no era la mejor, pero podía distinguir un poco de lo que ahí ocurría, y eso era suficiente para ver...

... dos hileras de cuerpos con el short tirado en los tobillos, usando solamente un suspensorio e inclinados hacia adelante, apoyados de las bancas…

... dos personas, una de ellas el entrenador, el otro el capitán, pasando de una persona a la siguiente y azotándoles en el culo con una pesada pala de madera...

Me había quedado sin habla. El equipo que hacía unas horas había pensado era curioso acababa de subir de posición en mi mente a "absolutamente bizarro". Aquel curioso rito no sería extraño en estudiantes de universidad realizando una novatada para iniciar a los nuevos miembros, pero por Dios, en aquel grupo había un señor que por su edad podría ser mi padre. Como es claro, no podía despegar mis ojos de lo que adentro ocurría por lo que me acomodé para intentar mejorar lo que podía ver.

Aunque no veía el rostro de la mayoría de ellos, reconocía a las personas inclinadas en el interior como los jugadores a quienes nos habíamos enfrentado en el campo de juego; agudicé la vista, y finalmente encontré entre ellos a aquel chico que me había traído a ser espectador de esta curiosa demostración de poder. Como había sospechado, no usaba interior, era el único de ellos que no contaba con un suspensorio y aún antes de recibir el azote que le tocaba sus nalgas ya tenían un ligero tinte carmesí, visible a pesar de la distancia. Cuando llegó su turno y la pala fue blandida en su contra, aulló de dolor como ninguno de los otros había hecho. Movió las caderas hacia adelante pero fuera de eso se mantuvo firme en su lugar, dejándome entrever con el movimiento la jaula metálica que había visto previamente, balanceándose entre sus piernas.

El entrenador y el capitán del equipo se tomaron su tiempo en azotar a cada uno de los miembros del equipo, muchos de los cuales estaban fuera de mi rango de visión; no estoy seguro cuantas vueltas dieron, azotando a cada uno de ellos al menos cinco veces según mi propia cuenta. Me pregunté qué tipo de poder ejercería el entrenador sobre ellos, aquel grupo tan diverso de personas de todos los ámbitos de la vida. ¿Quizá era chantaje, les había sometido contra su voluntad haciendo uso de información privilegiada? Ninguno de ellos se libró del golpe del instrumento, y al acabar, las nalgas del chico no eran las únicas coloradas.

“¡DESNUDOS!”, les gritó el entrenador. Ninguno de ellos chistó, no dudaron un solo momento en quitarse las playeras sudadas y los shorts manchados, así como el suspensorio blanco que todos por igual usaban. Cuando bajaron estos últimos, miré boquiabierto las prisiones metálicas en las entrepiernas de cada uno de ellos, idénticas a la del chico. Todos por igual, los muchachos jóvenes y las personas mayores, los atléticos, delgados o gordos, los chaparros y los altos, todos portaban ese cinturón de castidad que escudaba a sus vergas. El instrumento tenía la forma de un pene flácido, sin prácticamente nada de espacio extra para permitir el crecimiento del mismo impidiendo las erecciones; noté que había una carencia absoluta de vello púbico en cada uno de ellos, lo que a su vez me hizo notar la ausencia de vello en el resto del cuerpo de muchos de ellos: allá estaba un muchacho de treinta, peludo de piernas y brazos pero claramente rasurado del pecho, mientras que por allá había un señor de cincuenta lampiño del cuello para abajo como el día en que nació.

La desnudez de todos los presentes me hizo notar otro elemento que todos compartían, además del cinturón de castidad: portaban cada uno de ellos una pulsera de cuero con una figura grabada en ella, aunque con lo lejos que me encontraba no podía distinguir de qué se trataba.

De pronto, observé que el capitán del equipo también se había desnudado mientras yo me encontraba distraído con el resto de ellos. Aquel atlético muchacho tenía un cuerpo imponente, algo que incluso yo podía admitir, y ahora que le veía desnudo se había vuelto incluso más impresionante: su metro y noventa y cuatro de altura le hacía el más alto entre los jugadores, y su abdomen perfectamente marcado podía usarse, como frecuentemente se dice, para lavar la ropa. Sus muslos perfectamente trabajados, producto de ejercicios y entrenamientos en el deporte, y sus bíceps eran gruesos como nadie más que hubiese visto antes. No tenía un solo vello en su cuerpo, no sólo estaba rasurado como muchos de sus compañeros sino además perfectamente depilado, lo que le permitía mostrar sus músculos sin nada que lo impidiera. Sin embargo, la ausencia de vello también hacía que su verga se viera extrañamente desnuda, carente de un telón de fondo hacía que pareciera el miembro de alguien más joven a él. Era el único de ellos que no usaba una jaula de castidad, y su libre pene se encontraba ya hinchado.

La curiosidad me había llevado a ver todo aquello, pero, ¿hasta qué punto llegarían ellos? Cada momento me sorprendían y no sabía en qué acabaría, pero en aquel momento... no podía despegar los ojos, había algo dentro de mí que a pesar de ver algo que me debería causar desagrado en realidad me hacía sentir una emoción indescriptible y nueva para mí. Ser testigo de aquel extraño equipo de fútbol, con su dominante entrenador y sus sumisos jugadores, me hacía sentir como un niño haciendo una travesura, preocupado por ser atrapado pero emocionado al mismo tiempo. No podía explicármelo a mí mismo, ni intenté hacerlo.

Los jugadores habían hecho a un lado las bancas de los vestidores y se habían acomodado en círculo con el entrenador en medio. De un alarido, el entrenador ordenó a alguien a quien llamó “Omega” a presentarse frente a él. Se trataba nada más y nada menos que el mismo muchacho que indirectamente me había traído aquí; me pregunté en base a qué se habría ganado su apodo, el cual no había escuchado en el campo de juego. El chico se postró ante el entrenador, y frente a la atenta mirada de todos sus compañeros, bajo la cabeza a los pies del entrenador y le besó los zapatos. No fue un beso rápido, de ‘piquito’, sino que realmente puso empeño en besar a consciencia cada parte del calzado; el entrenador alzó uno de los pies, y observé con una combinación de asco y asombro como la lengua del chico se metía entre los tachones para mojar bien la suela del zapato, cubierta como estaba de lodo. Sólo hasta que el entrenador hizo un gesto con la mano fue que paró.

Una vez más, el entrenador se dirigió a ellos, pero esta vez sin alzar la voz. No podía escuchar lo que se decía, pero el círculo alrededor de ellos se estrechó, ocultando a los dos protagonistas de mi vista; me moví de un lado a otro, intentando observar lo que adentro ocurría, pero fuera de destellos de piel desuda y la ropa del entrenador que podía visualizar entre todos los demás jugadores, no podía ver mucho más. Los jugadores que conformaban el círculo murmuraban entre ellos, pero tampoco pude distinguir lo que decían.

Frustrado, me resigné a no poder observar la acción en los vestidores; me pregunté si ese sería el momento de retirarme, pero la decisión que tomé a continuación me llevó por un camino insospechado que jamás pensé que recorrería, uno del que no me arrepiento de haber comenzado. Con cuidado, bajé la colina y corrí al campo de juego, tomando una de las bancas pequeñas a orillas de éste. La llevé a la parte trasera del edificio de vestidores, y procurando no hacer ruido subí a ella y apoyé las manos en el alféizar de la ventana; con esfuerzo pude alzar mi cuerpo, y con cuidado me asomé por la abertura.

Como había sospechado, todos los jugadores estaban tan enfrascados con lo que fuese que ocurría en el interior del círculo que no notaron mi presencia en la ventana. Ahora podía verlos con más claridad, sus cuerpos desnudos cubiertos por una fina capa de sudor que les hacía brillar bajo las luces de la habitación. Cuchicheaban entre ellos, pero de sus murmullos sólo era capaz de captar algunas de las palabras.

“... ojala pudieras verte, podrías...”

“...pero duro, en serio, no como...”

“...escúchate nada más...”

“...claro que te encanta...”

“...así, perro...”

Entre la mar de cuerpos alcancé a entrever dos cuerpos, sacudiéndose violentamente al unísono. Supe en ese instante lo que ocurría, y como para corroborar mi deducción, un pequeño espacio se abrió entre el círculo de los jugadores que me permitió ver claramente al interior. Ahí estaba el entrenador, aquel señor de mediana edad, agarrando de las caderas al joven jugador, quien inclinado gemía mientras era cogido con violencia. Las caderas del entrenador chocaban contra el trasero del muchacho y volvían atrás para embestirle con más fuerza y cada vez más velocidad; el movimiento habría tirado al chico al suelo, pero sus compañeros le sostenían de los brazos para impedir que cayera. La escena me tenía atónito. Bajando una mano, palpe mi short, alzado como una tienda de campaña y húmedo como un puberto. Introduje una mano dentro de él, y comencé a masturbarme ante lo que veía.

El entrenador comenzó a bufar y agarró al chico del cabello, haciendo que éste arqueara la espalda. El clímax de aquel hombre no debía estar lejos, y a decir verdad, el mío también; mordí mi playera en un intento por silenciarme a mí mismo.

¡Y de pronto, el entrenador giró la cabeza en mi dirección!

La sorpresa casi me hizo caer de la ventana. Me solté de ella, y emprendí una loca carrera cuesta arriba, subiendo la pendiente inclinada. No miré atrás para ver si era seguido y al llegar hasta arriba en donde se encuentra la carretera paré al primer taxi que encontré. El chofer me debió creer un demente al verme tan alarmado y sucio con el uniforme del juego.

“¿Qué está en tu mente, jefe?”, me preguntó el taxista, intentando hacerme plática en el camino al apartamento. Demasiadas cosas, pensé para mis adentros, demasiadas cosas...


NOTAS DEL AUTOR:

Gracias por leer mi relato, está dividido en cuatro partes así que tengan por seguro que no he acabado con el equipo de F.C. Servos! Los comentarios son bienvenidos, tanto aquí como en mi correo personal (que pueden ver en mi perfil). Si disfrutaron esta historia, no duden en revisar las otras que he publicado. Saludos,

CyanideT