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Una historia real

Con el calor del verano, cuando cae el sol me gusta salir con mi ordenador portátil a la terraza para trabajar allí, ya que prefiero el fresco vespertino al aire acondicionado. Normalmente estaba tan abstraído que no me enteraba de lo que pasaba a mi alrededor, hasta que un día una voz, en la terraza de al lado, interrumpió momentáneamente mi trabajo:

-Buenas tardes vecino.

Era una mujer de unos 40 años con la que, esporádicamente, había subido en el ascensor. En esas ocasiones, aparte de los buenos días, o buenas tardes, no se había cruzado palabra entre nosotros, simplemente en alguna ocasión me había limitado a pensar; ¡caramba, que buen culo tiene!”.

-Buenas tardes –Respondí.

-Menudo calor, ¿no?

Para aliviarlo ella iba vestida con un pijama de pantaloncito corto, que no me permitía apreciar su culo puesto que estaba de frente a mí en el lateral de la terraza. Como aquello parecía que iba de tópicos, decidí soltar el mío:

-En Madrid ya se sabe: O nos asamos o nos helamos.

-Es cierto. Y también lo es que se ha perdido la comunicación entre vecinos. Hace tiempo que nos conocemos y ni siquiera nos hemos presentado. Bueno, yo soy Amanda.

-Encantado. Yo José Luis –Me levanté para estrechar su mano. Era todo lo que permitía la separación de las terrazas.

-¿Qué haces? –Preguntó-, ¿Ligando por Internet?

-Ya me gustaría, pero estoy trabajando. Aparte de que no me como una rosca, todo sea dicho.

-¡Ya será menos! Bueno, podíamos darnos los correos.

-¿Es necesario estando tan cerca?

-No siempre estoy en casa. Mejor dicho, no estoy casi nunca, y podríamos contarnos cosas desde el trabajo.

-Como quieras. Le di el mío apuntado en una hoja y ella me dijo el suyo.

-Gracias –Dijo-. Te dejo trabajar, no quiero interrumpirte.

-Te lo agradezco, porque ando un pelín atrasado.

-Vale. Nos vemos Jose.

Sin más se retiró de la terraza entrando en el interior de su casa- Yo seguí comentando aquel libro que me habían encargado y que me había parecido un auténtico ladrillo, aunque debía suavizar mi crítica.

II

El saludo de la terraza quedó casi olvidado. El intercambio de e-mails no sirvió para nada, pues no se cruzó ningún mensaje entre nosotros. Eso sí, a partir de entonces las escasas veces que coincidíamos en el ascensor nos saludábamos con nuestros nombres.

Así pasaron casi tres meses. Al cabo de ese tiempo, una tarde llamó a mi puerta.

-Hola Jose –Dijo cuando abrí.

-Hola Amanda. ¿Qué deseas?

-Venía a pedirte un favor. ¿Puedo pasar?

-Naturalmente.

Pasamos al pequeño salón y le pedí que se sentase.

-Tú dirás -inquirí.

-Verás, tengo un problema: mi marido se ha marchado a trabajar a Uruguay durante seis meses- nos comunicábamos por video conferencia porque las llamadas salen muy caras, pero se me ha estropeado el ordenador y me dicen que tardarán bastante en repararlo. Me preguntaba si tú me podrías dejar el tuyo durante una hora, o así, al día. Aunque claro, si lo usas para trabajar…

No hay problema, siempre que accedas a venir aquí cuando lo necesites. La cámara del portátil funciona fatal, pero tengo uno de sobremesa que podrías utilizar.

-¿De veras que no te importaría?

-En absoluto.

-Gracias. Pues como allí son ahora las 3 de la tarde, ¿Te importa que pase dentro de tres horas?

-Cuando quieras.

-Entonces hasta luego, Y gracias de nuevo.

Se marchó y yo me puse a revisar la casa para que estuviese presentable cuando volviese, pues no soy muy dado a la “limpieza deslumbrante” del piso.

A la hora que había dicho se presentó. Volvía a llevar el pijama de pantalón corto y esta vez sí pude apreciar que resaltaba su tentador culo. La llevé al dormitorio, que es donde tenía el ordenador de sobremesa; la casa es pequeña porque para mi solo…; Y le dije:

-Para respetar vuestra intimidad yo estaré en el comedor con el portátil, puedes cerrar la puerta, y si hay algo que no entiendas del cacharro me llamas.

-Eres todo amabilidad. No sabes cómo te lo agradezco.

-No hay de qué. Como tú dijiste, hay que fomentar el contacto entre vecinos.

Me marché al salón dejándola sentada en la silla ante el aparato. Al poco oí que hablaba, por lo que deduje que no había tenido problemas en establecer la video conferencia. Lo malo fue que al rato la escuché gemir y jadear, por lo que supuse lo que estaba haciendo con el marido, y aunque no era de mi incumbencia no pude evitar que aquello me pusiera un tanto cachondo. Traté de concentrarme en mi trabajo, pero me resultaba imposible sintiéndola, de modo que pensé que, como al fin y al cabo era mi casa, y ella hacía lo propio, no tendría nada de malo que me masturbase, y así lo hice.

Tras aproximadamente una hora y media salió del dormitorio; su pelo moreno indicativamente revuelto; y me dijo:

-Me marcho Jose. No sabes lo agradecida que estoy.

-No hay por qué mujer. Hasta mañana, ¿no?

-Sí, más o menos a la misma hora, si no te importa.

-Desde luego que no. Felices sueños.

Al día siguiente fue lo mismo: ella pajeándose con el marido en el dormitorio, y yo en el salón haciendo lo propio. Fue al tercer día cuando las cosas cambiaron radicalmente.

Llegó a la hora de siempre y tras los saludos se fue directamente a la habitación. Durante una hora no pasó nada, pero entonces sentí su voz que decía:

-Jose, por favor, ¿puedes venir un momento?

Supuse que le había fallado algo en el ordenador, de forma que fui para allá. Cuando abrí la puerta la encontré sobre la cama con sólo la parte de arriba del pijama.

-¿Qué pasa? -Pregunté.

-Verás, me cuesta pedirte esto pero… Tú te has dado cuenta de que me pajeo con mi marido durante estas video conferencias, claro.

-La verdad es que no prestaba atención -mentí.

-¡Venga! Yo también me he dado cuenta de cómo te masturbabas escuchándome.

-Bueno, sí, lo reconozco, me ponías muy cachondo.

-Pues me lo paso bien así, pero no tengo suficiente, me falta algo… El calor de un cuerpo, unas manos en mis tetas, una polla en mi boca, en mi coño. ¿A ti no te pasa igual?

-La verdad es que un poco sí.

-Me preguntaba si tú querrías proporcionarme eso que echo en falta.

-¡Estoy deseándolo!

-Pues desnúdate y ven aquí conmigo.

En cuanto estuve en la cama se puso a mamarme la polla casi con desespero. Entre la mida y lamida dijo:

-¡Esto necesitaba! ¡El sabor y la dureza de un rabo en mi boca!

En la postura que había adoptado, mis manos sólo alcanzaban a tocar sus tetas, así que las masajeé y pellizqué suavemente sus pezones.

-¡Esto sí! ¡Esto sí! -balbucía-¡Oh! ¡Venga, métemela entera!

La tumbé boca arriba e hice lo que me pedía. Tenía el chocho tan húmedo y ansioso que más que metérsela me la absorbió como si fuese una ventosa.

-¡Qué gusto Dios mío! ¡Qué gusto mi nene! ¡Esto sí es un polvo” ¡Esto sí es correrseeeee!

-¡Yo también me corro Amanda!

-¡Sí, sí! ¡Báñame el cuerpo con tu leche!

Se la saqué y esparcí mi semen sobre sus tetas, su cara, su pelo… Cuando me tumbé a su lado me dijo:

-Dentro de un momento otro, por favor. ¿Sí?

-Cuando tú quieras cielo, yo la sigo teniendo dura.

-Espera un ratito mientras pienso que voy a hacerte ahora.

CONTINUARÁ...