Fausto: días de infancia

Relato sobre mis primeras experiencias eróticas con mis dos pequeñas primas.

Fausto: Días de infancia

Hoy cumplo 65 años y no lo festejo, porque a estas alturas no creo que exista motivo alguno para hacer tal cosa. Tampoco es que reniegue de lo vivido, simplemente descarté la noción del tiempo cuando me di cuenta que uno siempre va perdiendo cosas, desde los minutos pasados hasta el lapicero. Yo ya no tengo ánimos de perder más, por eso esta narración es un intento por recuperar lo que alguna vez di por perdido.

Cuando era niño nunca pude entender mayor cosa sobre las mujeres, solo que me eran antipáticas. Aún así, a los cinco años mis tías y mi hermana mayor me crearon un idilio ficticio con una linda vecinita, de mi edad, con la cual iba a jugar de vez en cuando junto con otro amigo del barrio. La verdad era que la niña era muy linda. No estoy seguro si en verdad llegué a sentir cierta atracción por ella, o simplemente me vi empujado a ello por la presión familiar. Mas como todo, esta historia tuvo su final, cuando ella y su familia se mudaron y nunca la volví a ver. Aún ahora me pregunto que habrá sido de aquella niña del pelo castaño y la nariz respingada. ¿Seguirá siendo tan bonita como antes?

Todo eso, sin embargo, fue el preludio de una historia que aún ahora no tiene un final. No es fácil contarla, la llevo guardada tanto tiempo que tengo miedo de que al intentarlo, la historia se deshaga como un papel olvidado en un archivo. Recuerdo que tenía diez años cuando empezó todo. Ella tenía seis años y su hermana cinco. Ambas vivían en una casa contigua a la mía. Nuestros padres eran hermanos. No sé muy bien como surgió nuestra relación, me imagino que entre juego y juego, pero pronto se convirtió en un triángulo amoroso.

Ella se llama Fabiola y su hermana Patricia. A veces me pregunto que hacía un chico de diez años jugando con dos nenas tan pequeñas. En ocasiones, como era hijo único, me quedaba solo en casa y ellas venían a jugar conmigo. Al principio solo eran simples juegos, al pasar varios meses, quizá después de un año, esos juegos fueron tomando ciertos matices que me confundieron. Lo primero que noté era que Fabiola no paraba de seguirme a todos lados; usualmente, cuando me quedaba jugando solo, ella se me acercaba y se ponía a jugar conmigo, con el correr del tiempo siempre fue así.

Pronto, los juegos fueron asumiendo tramas complejas donde yo hacía de un héroe que iba a rescatarlas o del maestro de una escuela. Tanto Fabiola como Patricia preferían esos juegos en donde cada uno podía interactuar a su gusto. Cada una de ellas se comportaba de manera distinta conmigo. Fabiola siempre dependía de lo que yo hacía y buscaba la manera de complacerme, en cambio, Patricia se mostraba más distante, sobre todo cuando los tres estábamos juntos, parecía estar en disputa eterna con la hermana por la forma como se desarrollaban nuestras historias. Tanto Fabiola como yo disfrutábamos de darle un giro dramático y romántico a nuestros desenlaces, lo que generalmente provocaba que Patricia nos dejara solos, aburrida de tanto melodrama.

Con el tiempo me fui sintiendo atraído por ambas hermanas. Está demás decir que ambas eran primas hermanas mías, pero eso no me importaba. A esa edad tampoco era muy consciente de lo que ello implicaba. No estoy muy seguro del momento exacto en donde me enamoré perdidamente de Fabiola ni tampoco del momento en que dejé de estarlo. Solo recuerdo que por las noches solía imaginarme a ambos casándonos en una iglesia.

Fabiola siempre fue una niña de cara redonda, de sonrisa fácil y comportamiento dócil. Su hermana a su vez, siempre tuvo una complexión más delgada y una estatura más pequeña, de enormes ojos saltones, de un verde oscuro en donde uno puede extraviarse muy fácilmente. Su carácter era impredecible y en ocasiones arisco. Su padre contaba que de niña mordió una vez en el culo a su niñera, cuando está le regañaba mientras recogía el destrozo que Patricia había dejado en el piso de la sala. Quizá por esta actitud es que poco a poco me le fui acercando, dejando de lado a Fabiola, cuando también me sentía hastiado de tanta cursilería. Esa inclinación mía por las mujeres-problema es una afición que me ha causado muchas penas, sinsabores, pero también, momentos espléndidos.

Al mismo tiempo, fui descubriendo el deseo por sus cuerpos, por su piel, las caricias subrepticias que me acercaban al cielo. Era muy joven para procesar todo ello, y aún ahora, cierto sentido de culpa asoma en mí cuando recuerdo esos tiempos. Me acuerdo que para ese año, pensaba que las mujeres solo carecían de un pene y no se diferenciaban de los hombres en nada más. Esto se debía a una propaganda de televisión de una película hindú, para adultos, que en esa época logré ver. En una escena se veía al hombre echado sobre la mujer, la cual estaba boca abajo gimiendo escandalosamente. Pensé entonces que la estaba penetrando por el ano, y que esa era la única manera de tener sexo con una mujer. Probablemente también haya pensando que de ahí salían los hijos al mundo. Aunque, quizá, no me haya complicado tanto pensando.

Era momento de actuar y cada juego era la oportunidad perfecta para disfrutar de momentos excitantes con dos niñas que de forma diferente me adoraban. Fabiola siempre fue más receptiva y cariñosa conmigo. Con ella de alguna forma, todo se volvía tierno y mis caricias, que con el tiempo iban cargadas de mayor malicia, surcaban sus hermosas piernas o sus nalgas redondas. Con Patricia las cosas eran distintas. Incluso, yo no tenía que tomar la iniciativa. Un día jugando nos deshicimos de Fabiola y nos quedamos solos en la cama de mi cuarto. Ella se echo boca abajo a instancia mía, y yo me coloque encima de ella. Sentí su trasero en mi pelvis mientras la apretaba, mientras fingía penetrarla. Mi incipiente erección delataba la angustia de mis emociones.

Luego de un rato, volvimos a recostarnos por separado en la cama. Recuerdo que ella vestía una falda celeste y un polo naranja. Me volví hacia ella, mientras que sus manos hurgaron en mi entrepierna. No recuerdo que haya podido tocarme el miembro. Los pliegues de mi cremallera la distrajeron. Yo era lo suficientemente inexperto como para no tomar las riendas de eso. De pronto, nos imbuimos en un abrazo mientras mis labios, instintivamente, besaron su cuello. Ella se revolvió de placer y coloco sus manos en mis cabellos, impidiendo que movilizara mi rostro hacia otro lado. Así, de esa forma, me vi atrapado en sus deseos, mientras mis labios, mi lengua, gustosos recorrían los contornos de su cuello.

La oía suspirar mientras mi mano derecha se deslizaba por su pierna, recorriendo sus muslos, penetrando la suave timidez de las sombras de su falda. Bruscamente, de un tirón, acerqué su cuerpo al mío, colocando su muslo izquierdo sobre mi cintura. Gimió cuando le toqué las nalgas, y me excito en ese momento de sobremanera. A veces he vuelto a pensar en ello, y daría lo que fuera por revivir ese instante.

No se muy bien como y por qué paramos. Creo que se debió a que entró Fabiola al cuarto. Seguramente nos vio pero nunca dijo nada. El romance entre los tres continuó por algunos años más, hasta que poco a poco nos fuimos alejando. De algún modo, yo tuve la culpa de ello. En otro sentido, fui víctima de las circunstancias.

Si les interesa darme comentarios al relato pueden escribirme al siguiente correo: dildovivo@hotmail.com . Gracias.