Fastuoso lunar

Podríamos decir que hay dos tipos de infidelidades, la premeditada y la circunstancial. Ambas son infidelidades, pero mientras que la primera pasa sin dejar huella sentimental, la otra nos acompaña el resto de nuestros días como una sombra inquietante, acechando… con la guadaña levantada.

FASTUOSO LUNAR

Podríamos decir que hay dos tipos de infidelidades, la premeditada y la circunstancial. Ambas son infidelidades, pero mientras que la primera pasa sin dejar huella sentimental, la otra nos acompaña el resto de nuestros días como una sombra inquietante, acechando… con la guadaña levantada.

La infidelidad premeditada es aquella en la que somos conscientes de lo que queremos hacer y lo llevamos a la práctica, bien sea con una puta, o con alguien que se presta a ello. Tal vez, previo acuerdo mutuo. Suele quedar como algo anecdótico, privado, y generalmente desencadena un torbellino de problemas en la pareja si la infidelidad es descubierta.

La circunstancial, por el contrario, es aquella que se nos presenta sin premeditación alguna, sin buscarla, sin desearla y, generalmente, viene acompañada de sentimientos encontrados que más tarde o más temprano, nos generan angustia. No es la típica infidelidad que rompe la pareja, ya que no suele ser descubierta,  pero sin embargo, tal vez si sea la más placentera y la más arriesgada.

Ese joven matrimonio enamorado, había llegado a los postres de la suculenta comida con la que se habían obsequiado ese jueves. Un jueves especial si se quiere, pues en un par de días, Ana y Juan, celebrarían su segundo aniversario de boda. Y como todo aniversario de boda que se precie de ser digno de una celebración, no podían faltar los regalos. Juan había comprado un hermoso collar de perlas blancas a su querida, joven, y bella esposa. Ana, siempre dejando todo para el último momento, no había resuelto aún el asunto del regalo. Juan había sacrificado muchas cosas para que aquellas perlas lucieran en el cuello de su amor. Su Ana, se merecía todo. El, estaba enamorado.

Juan, encantador marido, detallista con su esposa, joven, honesto y trabajador, hacía ya cinco años, tres antes de casarse con Ana,  que había montado una pequeña empresa dedicada al mundo de los ordenadores. Componentes, instalaciones y reparaciones, formaban parte de su mundo diario. Y era bueno, demasiado bueno. Se podría decir sin miedo a errar, que Juan era y es uno de los mejores programadores de Madrid.

Ana, rubia de bote, de ojos azules, dicharachera, simpática, y sumamente cariñosa, siempre se había caracterizado por la generosidad. Nada era suyo, nada le pertenecía. Bastaba con que alguien necesitase algo…que si ella lo tenía, dejaba de poseerlo de inmediato para brindárselo a esa persona necesitada. Si en un principio había andado con unos y con otros, eso cambió desde el momento en el que conoció a Juan. Su belleza, realzada por su generosidad y amabilidad, habían sido las armas que habían conseguido que Juan fijase sus ojos en ella y que, tras unos meses de noviazgo, donde ambos se sintieron perdidamente enamorados, decidieran pasar por la iglesia para sellar su matrimonio. Ana había tenido muchos novios o parejas, nada estable, nada serio…hasta la llegada de Juan, pero sin embargo, se había cuidado mucho de entregarse al primero que llegaba. Circunstancialmente su virginidad se había mantenido intacta hasta que conoció a “su Juan”. Los diversos escarceos que había tenido no habían culminado en un final feliz, algunas veces ella se había echado para atrás, otras, su compañero no había tenido valor,  y otras…bueno, la situación no era la más adecuada.

Una mujer de 26 años, preciosa, virgen cuando llegó al matrimonio con 24 años…demasiado regalo para Juan que, lejos de sentir celos, se felicitaba día tras día por su suerte. Juan era muy feliz, y Ana regaba esa felicidad noche tras noche bajo el aroma de las sábanas de su cama. Pero en esta vida, dicen que las ocasiones las pintan calvas, y Ana no había comprado el regalo de aniversario, ese regalo que tanto se merecía su querido y admirado Juan.

La sensación se instaló de nuevo en ella. Esa inquietud que se manifestaba muy a menudo por ir dejando las cosas para el último suspiro, atenazaba esos postres. Sabía que en un par de días Juan se presentaría con un regalo…y ella no había comprado nada. Con la resolución habitual, forjó el plan.

-No, no deberías salir esta tarde, Ana. Está lloviendo, hace un viento horrible…y yo, quiero que lo sepas, no me pienso enfadar por la falta de un regalo en nuestro segundo aniversario. Además, ¿Qué mejor regalo que tenerte a ti?.

-Necesito comprarte algo. Las buenas costumbres no hay que perderlas, aunque no niego que cuando llevemos 30 años casados, tal vez ya no haya regalos-Hizo una pausa y compuso un gesto risueño-, nos habremos regalado todo, ja, ja, ja.

Ana rió de su ocurrencia y su marido acompañó su risa con un gesto de aprobación. ¿Qué podía hacer?, conocía a Ana y sabía que si ella había decidido salir a comprar un regalo, lo haría pese a sus consejos.

-Iré a comprarte un regalo. Un regalo especial que nunca olvidarás y que te acompañará el resto de los días. Será más especial que el del año pasado-Ana le había regalado unos gemelos que Juan usaba casi de continuo-, quiero que tengas algo que te recuerde a mí si alguna vez la vida nos separa.

-¿Y porqué la vida nos va a separar?. Protestó Juan.

-No sé, un accidente, una enfermedad, un…

-¡Calla, joder!, no digas esas cosas. Tenemos 26 años los dos, estámos en el inicio de nuestra vida…no digas eso, me hace sentir mal…me da mal fario oír esas cosas-Juan hizo una pausa y la miró embelesado con la vista perdida en el más allá-, yo envejeceré y tú me cuidarás. Recuerda lo que prometiste en la iglesia…en la salud y…

-Si, si, si, si…lo sé, pero bien sabes que esa es una fórmula que no significa nada. Ya no. Ahora, hablando en serio, quiero regalarte algo que lleve mi sello. Algo que siempre que lo mires me sientas cerca de ti, a tu lado. Y creo que ya lo he encontrado. Por eso aún no había comprado nada. Podría haberte regalado un reloj, una prenda de vestir, un libro…mil cosas, pero esto será distínto…y sé que te gustará.

-¿Qué es?. Preguntó Juan sin mucha convicción, pues sabía que Ana no le diría ni una palabra.

-No te lo diré, lo sabes. No lo haré. En un par de días lo tendrás. Pero te gustará.

-¡Está bien!-Dijo Juan a la vez que se ponía en pie-, si quieres que te lleve a algún sitio…yo he de marcharme ya. Hoy tengo dos asuntos importantes. He de ir a Falcón a revisar el programa que les instalé y cuando termine con ellos he de visitar a un particular que ha mostrado mucho interés en que le solucione un problema que tiene en su ordenador. No me retrasaré mucho.

-¿Un particular…?, Si tú no atiendes a particulares. Se extrañó ella.

-Ya. Pero es muy amigo, o novio de una amiga mía, o conocido…! Qué se yo!, pero me he comprometido con ella. Bueno, en realidad me he comprometido con el tipo.  Rosi, no sé si te he hablado de ella alguna vez…

-No. No recuerdo.

-Iba al instituto con nosotros. Rosi, ¡Te tienes que acordar de ella!. Era muy lanzadilla con los chicos. Si, mujer. Seguro que sabes a quien me refiero.

La puta de Rosi, pensó Ana. ¡Claro que se acordaba de ella!. En su época de instituto le había levantado dos chicos de los que se había enamorado Ana. Fingió no recordar a quien tan inmenso favor la hizo en su vida al no cruzarse en el camino de Juan.

-Es hija de una amiga de mi madre. Hace tiempo que no la veo, pero el otro día me telefoneó y me pidió que atendiera a su amigo, o novio…en realidad no sé quien coño es. Perdí su pista cuando abandonamos el instituto. Seguro que ha conseguido mi teléfono a través de su madre y ésta, a través de la mía. Apenas hablé con ella. Yo estaba muy liado, y tras los saludos, me pidió que atendiera a ese amigo. Aunque no sé si es su novio.

-Bueno, bueno…

-Te tienes que acordar de ella. Era un poco guarrilla. Al menos eso decían los que salían con ella, ja, ja, ja.

-¡Pues no la recuerdo!. Pero tampoco tengo interés…-Se interrumpió Ana mientras mentía.

-Bueno, pues eso. Que iré a ver a su amigo cuando regrese de Falcón.

El semblante de Ana dibujó temor. Un temor infundado, pero basado en los recuerdos que ella mísma tenía de Rosi. Chico que deseaba, chico que conseguía. Sus piernas parecían dibujar la forma de un compás antes de circular el trazo. Siempre abiertas.

Nuestra joven pareja, enamorada pareja, salió de su casa a las 16,30. Juan se había metido dentro de un traje y Ana había optado por una falda negra, camisa rosa y medias del mísmo color. No, no era la ropa más apropiada para una tarde de lluvia y viento. Siguiendo los consejos de su marido, una gabardina se enrollaba en su brazo junto a su bolso. Instalados dentro del coche, Juan tomó la calle de Alberto Aguilera y recorrió los bulevares hasta la Plaza de Colón, allí giró hacia la calle de Goya y atravesó la calle Serrano y al llegar a la esquina de la calle Velázquez paró a  la derecha, lugar en el que su amada Ana descendió del coche.

Un beso, un adiós y unas advertencias sobre el cuidado que debería tener, fue la despedida de Juan. Ana le obsequió con una sonrisa sincera a la vez que se ponía la gabardina.

-Bueno, Srta. Rosa-Dijo bromeando con ella-, ten cuidado. No te mojes mucho.

-¿Por qué me llamas Srta. Rosa?.

-Es evidente, querida. Camisa rosa, medias rosas…pelo rubio…

-¡Anda, bobo!, me alegro que hayas insistido con lo de la gabardina. De no haberla traído me hubiera empapado. ¡Menuda tarde!.

-No deberías haber salido. Te lo dije, no necesito más regalo que tu presencia en mi vida.

-Te quiero. Fue la respuesta de ella.

-Yo más, cielo.

Juan recibió la sonrisa de Ana con satisfacción y preocupación. Ella se ajustó la gabardina y se despidieron hasta la noche. Observó, desde el interior de su coche, como Ana caminaba mientras se perdía entre la gente que, pese a la tarde que se había presentado, llenaban las aceras de la calle de Goya.

Ana caminaba despacio, sin prisa alguna, iba deteniéndose en cada escaparate que divisaba. Simplemente curiosidad, pues su regalo habría de salir de El Corte Inglés. Así lo había decidido y así lo haría. Las cuatro gotas que caían del cielo gris madrileño no eran motivo de preocupación hasta que comenzó a caer agua con más intensidad. Ana se refugió bajo la marquesina de una parada de autobús mientras cavilaba a que lugar se dirigiría para ponerse a salvo de la tormenta que se estaba formando. Unos rayos acompañados, instantes después, de unos truenos, hicieron que nuestra joven protagonista saliera corriendo en busca de un lugar más seguro. ¿Sería el azar?, ¿Tal vez el destino?, Ana entró atropelladamente en una cafetería. Con su pelo rubio mojado, la gabardina chorreando y sus zapatos y medias visiblemente empapados, Ana se presentó dentro del local.

Se quitó la gabardina pero no se atrevió a sacudirla. Caminó unos pasos hasta el lugar dónde pensó que se encontraría mejor. Una silla de skay junto a una mesa de madera al lado del ventanal de la cafetería, fue el lugar que Ana eligió. Depositó su bolso sobre la mesa mientras rebuscaba en su interior unos Kleenex para limpiarse la cara. Una sombra a su lado la perturbó.

-¿Qué desea, señora?-La voz del camarero hizo que ella levantara la cabeza y se fijara en el hombre que, libreta y bolígrafo en mano, esperaba su respuesta.

-Hummmm…déjeme pensar, no sé…con esta tarde, no sé…¿Tal vez un Grease?-Se preguntó en voz alta buscando la aprobación del camarero-, sí, eso es, un Grease por favor. ¡Ah, con mucho hielo si es tan amable!.

-De inmediato. ¿Algo para comer?. Insistió el camarero.

-No, está bien así, gracias. Muchas gracias.

Ana dejó el paquete de tabaco sobre la mesa después de encenderse un cigarrillo. La primera bocanada de humo se estrelló contra el cristal del ventanal. Mientras miraba absorta como caía agua sobre la calle de Goya, se acordó de su marido. El estaría aún de camino a Falcón. Pensó en la regañina que la echaría si la viera allí, empapada, dentro de aquella cafetería. Sonrió y dio una nueva calada al cigarrillo.  Un camarero con bandeja en mano interrumpió sus pensamientos.

-¿Pidió usted un Grease?-El camarero esperó hasta escuchar la respuesta de Ana.

-Sí, muy amable, gracias. Contestó ella.

-Pero…!No es posible!, ¡Ana!, ¿Eres Ana?.

Ana se encaró con la voz y una sonrisa iluminó su rostro. De todos los lugares que podía haber visitado para refugiarse de la lluvia había elegido ese. Justo ese.

-¿Paco?...!No es posible!. Exclamó llena de sorpresa.

-Siiiii, soy Paco. El mísmo que viste y calza, ja, ja, ja.

-¡Vaaaaya…qué alegría verte!. ¿Cuánto tiempo hace que…?

-Pues exactamente…desde que me dejaste plantado. Cerca de cinco años. Respondió el.

-¡Qué sorpresa, Paco!, pero…¿Cómo tú por aquí?...quiero decir…

-¿De camarero?, ya ves. La vida que da reveses. Dijo mientras dejaba la copa de Grease sobre la mesa.

-¡No me lo puedo creer!, Paco…-Hizo una pausa mientras le miraba fascinada-, ¡Qué vida!, nunca sabes dónde te vas a encontrar con algún conocido.

-Para mí es toda una sorpresa. Verte aquí, en mi cafetería…bueno, no es mía, pero es el lugar en el que trabajo. ¡Qué bien!, me ha dicho mi compañero…”Toma, lleva un Grease a esa rubia de la mesa 12”, y no me hacía mucha gracia, pues estoy preparando aperitivos, pero… ¡Cuánto me alegro de haberte servido!.

Paco dejó la copa con el licor sobre la mesa y abrazó su bandeja a la vez que la miraba sonriente y fascinado. Cuando Ana levantó la vista se encontró con la cara risueña de Paco. Aquella cara en la que destacaba ese lunar negro en su pómulo derecho y que le daba un aire más interesante aún.

-¡Quéeee! Exclamó ella.

-Perdona, pero me ha causado una tremenda alegría encontrarte aquí. Oye, ¿Dónde vas a ir ahora?.

-Me iba a acercar al Corte Ingles, tengo que comprar un regalo.

-¿Por qué no esperas que termine mi turno y tomamos algo fuera de aquí? Salgo a las 5,30 h. Tómate eso y ahora te traigo otro. Me esperas, sólo queda media hora. Y te tomas algo conmigo. ¡Joder Ana, cuanto tiempo sin saber de ti!

-Eres muy amable, pero me temo que tengo que marcharme, no quiero que se me haga tarde.

-¡Oh Ana! ¿5 años sin vernos y ahora te quieres ir?. Espérame, en seguida vuelvo. No me plantes otra vez.

Paco se alejó de la mesa hacia la barra. Ana se quedó pensativa mientras esbozada una pequeña sonrisa y daba un sorbo a su copa de Grease. Perdida unos años atrás, recordó vagamente como conoció a Paco.

Apenas contaba 19 años cuando empezó a salir con el chico del lunar. Así le llamaban las amigas de ella. El era un niño todavía. Ella se extrañaba de como se pudo encaprichar de él, pues no le recordaba ningún encanto especial. Quizá su sonrisa. Tal vez su alegría. Aquél lunar que lo hacía más atractivo. No sabía porqué estuvo cerca de un año saliendo con él. Pero en el fondo estaba muy enamorada de Paco, demasiado enamorada, pensó. Recordaba como dejó de salir con él, cansada ya de los típicos besuqueos en el coche de este. Ella quería más, pero el no se lo daba, era un miedoso y recelaba de cualquier contacto sexual. La respetaba demasiado. Sí, definitivamente a ella la hubiera gustado que Paco se la follara. Pero el no estaba por la labor. Paco lo lamentó mucho, le duró un tiempo prudencial, pero en seguida, se olvidó de ella. Otra ocupó su lugar. “La perra de Rosi”, pensó Ana.

Mientras pensaba con la mirada perdida, Paco se acercó nuevamente  a la mesa y depositó en ella otra copa de Grease.

-Toma. A este te invita la casa. O sea, yo.

-No...No. Gracias. No quiero más. Me voy a emborrachar.

-Toma, bebe y espera, que ya sólo faltan diez minutos para que salga. Y te llevo aquí al lado a tomar algo. Y me cuentas que ha sido de tu vida. Y te invito a una hamburguesa. Y…!Joder, lo que quieras!.

Ella tomó la nueva copa con desagrado mientras se preguntaba que hacía allí. Esperaba a Paco, de eso no había la menor duda. Pero ella había salido a comprar un regalo de aniversario a su marido. Eso también estaba claro. Fumaba y expulsaba grandes bocanadas de humo. Los diez minutos pasaron y Paco no vino. Aún hubo de esperar otros diez. Y al fin llegó.

-Bueno, Srta. Ana. Ya estoy aquí. Se presentó Paco despojado de la chaquetilla blanca con la que trabajaba.

El vestía una camisa a rayas blancas y negras y tenía el pelo corto. Pantalones de pinzas. Buena apariencia, pensó Ana mientras le observaba al levantarse de la mesa y recoger su gabardina y su paraguas.

-Te voy a llevar a una cafetería de aquí al lado. Verás que bien.

-Oye, no me puedo entretener. Tengo que ir al Corte Ingles. Replicó ella.

-Bah, no te preocupes. El Corte Ingles lo cierran a las 10 de la noche. Tienes tiempo para todo.

-Esta bien, pero en seguida me marcho. Tengo que comprar.

Salieron de la cafetería y caminaron unos 100 metros. Frente a ellos se elevaba un cartel que decía “Hora Feliz”.

-Aquí es. Dijo Paco.

-¿Aquí?, ¿Hora Feliz? Dijo Ana levantando la mirada.

-Si, bueno veras, es un lugar tranquilo, de ahí el nombre de Hora Feliz, digo yo. (En realidad es otra cafetería de la calle Goya a la cual no quiero hacer mención).

Entraron y se sentaron en un rincón. Les sirvieron unas copas, para él wisky y para ella un agua mineral. Había decidido que ya bastaba de alcohol.

-No se, creo que estoy un poco mareada con tanto Grease.

-Claro, mujer. Deberías tomar otra cosa. Eso es muy empalagoso y se lo bebe uno sin darse cuenta. Pero dime, ¿Qué es de tu vida?

-Me casé. El viernes hace dos años.

-¿Le conozco?

-No. No lo creo. Le conocí en el instituto,  nos enamoramos, nos casamos y eso es todo.

-Vaya me dejas de piedra. Tú casada. ¿Quién lo diría?.

-Pues ya lo ves. Y hoy he salido a comprarle un regalo de aniversario.

-¿En que trabaja él?

-Es informático. Arregla ordenadores y hace programas. Es un genio.

-¿Qué casualidad?

-¿Por qué casualidad? Preguntó Ana.

-No, por nada. Porque yo tengo mi ordenador averiado y de haberlo sabido le hubiera avisado a él y así le conocería. Otra vez será. Por cierto que a las 7 vienen a arreglarme el mío. Dijo él mirándose el reloj.

-Bueno pues marcharte que vas a llegar tarde. Respondió Ana.

-Oh, no te preocupes. Vivo aquí al lado.

-¿Aquí al lado?, preguntó ella.

-Si. En Narváez, 50.

-¡Vaya, si que vives aquí al lado. ¿Pero como te viniste a vivir aquí?

-Conocí a una chica. Salí con ella y…tú la conoces, es Rosi. Era una chica muy liberal-Hizo una pausa mientras elevaba la vista al techo de la cafetería y prosiguió-, lo de Rosi salió mal. Alquilamos este piso y ella se marchó. El piso es grande, confortable y a mi me gusta. Así que decidí quedarme a vivir en el.

-Así que lo de Rosi, nada de nada. Pero…¿Habrá habido más?.

-Así es. Las hay, las hay. Nada serio. No se que cojones la empezó a pasar y se piró. Decía que quería emociones fuertes. No quería estancarse, según decía una y otra vez.

-¿Te puedo decir algo?. Preguntó Ana.

-¡Por supuesto!.

-Verás, no quiero que te molestes…pero ¿Rosi?, con tantas chicas como había en el instituto fuiste a caer en brazos de…

-Si. Esa puta. Lo sé. Sé lo que se comentaba en los corrillos.

-No quería decir eso, pero…

-No te preocupes, Ana. Está superado. No llegamos a casarnos. Fue una experiencia agradable mientras duró. Tampoco pensé que aquello iba a perdurar. Se veía venir. Pero, secreto por secreto, era una chica muy caliente.

-Lo sé. Al igual que vosotros, entre las chicas también se comentaba lo fresca que era. Ja, ja, ja…la llamábamos el compás, ¡Imagínate!. Por lo de las piernas separadas, ja, ja, ja.

-Si, supongo que ese mote era acorde con su actividad. A mí me vino bien. Nos gustamos y nos fuimos a vivir juntos, pero yo sabía que aquello no iba a durar. Y así fue. Quería emociones fuertes, ja, ja, ja.

Ella le miró sonriendo burlonamente. “Emociones fuertes” pensó en su interior. Era seguro que se refería al sexo. Aún recordaba como un día de campo, y después de sobarse mutuamente, ese insensato del lunar en la cara la dejó con ganas de más. La había tocado sus pechos, su vientre, y había bajado sus manos hasta más abajo. Allí, él había jugado con sus dedos entre su raja provocando en ella una excitación irrefrenable. Necesitaba correrse, necesitaba acabar, necesitaba que Paco la penetrara, pero en el último instante el se rajó. Sus argumentos, los de siempre. Demasiado jóvenes para correr riesgos de embarazo.

-¿De qué te ríes? Preguntó Paco.

-Oh no, de nada. Respondió ella.

-Si, te ríes de algo, cuéntamelo.

-No, de veras. No tiene importancia.

-Vamos no seas mala, cuéntamelo.

-No era nada trascendente. Déjalo, no tiene importancia.

-Te lo suplico. El insistía.

-Está bien. Dijo ella. Te lo contaré.

El alcohol ya había comenzando a hacer efecto en su cerebro. Sentía la necesidad de hablar. Se despojó del poco pudor que tenía y comenzó a hablar.

-Recordaba cuando fuimos al pinar aquel, ¿Recuerdas?

-¡Ah sí! Ya me acuerdo. ¿Qué pasó que te hace tanta gracia?

-Nada.

-¿Nada? Preguntó.

-Nada de nada. Respondió ella.

-Disculpa Ana, pero no sé a qué te refieres.

-¿Recuerdas la paliza que nos dimos a la sombra de aquel pino?, ¿Recuerdas los tocamientos que nos hicimos?

-¡Ah, era eso! Si lo recuerdo. ¿Cómo voy a olvidarlo?

-Pues eso. En eso pensaba.

-Pero no paso nada anormal.

-Depende de lo que llames anormal.

-Mujer, me refiero que no hicimos nada. No me pasé de rosca. Sólo…

-Claro de eso se trata, que yo me hubiera entregado a ti hasta el final, estaba muy enamorada de ti. Pero tú, eras un corto. Yo deseaba que te hubieras pasado de rosca. Deseaba haber acabado aquello de otra manera. Me excitaste mucho. Y yo….necesitaba algo más. Pero eras muy niño. Bueno, los dos.

-Si, la verdad es que si lo era. Siendo tan jóvenes y sin preservativos…

-¿Lo eras? ¿Ya no eres tan cortito? o ¿Rosi se te escapó por el mismo motivo que lo hice yo?

Paco no acusó el menor impacto por las preguntas. Los tiempos habían cambiado y ahora, nuestro amigo, disfrutaba de una extensa colección de mujeres más o menos jóvenes entre las sábanas de su cama.

-Veras Ana, con el tiempo la gente madura y yo ya no soy tan corto. Al contrario, quizá ahora sea demasiado ligero. En seguida que conozco a alguna chica en la discoteca, me quiero ir a la cama con ella, sin mucho éxito, todo hay que decirlo. No me como mucho, pero algo picoteo. Dijo restando importancia a sus conquistas para evitar presumir delante de ella.

-Aquella tarde me dejaste hecha polvo. ¡Qué ganas tenía de sexo contigo¡

-¡Vaya!. La cantidad de ocasiones que habré desperdiciado.

-Pues sí. Si hubiese tenido sexo, con lo enamorada que estaba de ti, hasta quizá estuviésemos casados hoy. Y Juan no hubiera entrado en mi vida. Pero eran otros tiempos. Y hoy estoy felizmente casada con el hombre al que amo.

-Si, ya lo creo que eran otros tiempos. Respondió él. Ahora ya no soy así, ahora peco de lo contrario, de listo. Y sí, quizás tengas razón, Rosi, probablemente se iría de mi lado por el mismo motivo. Menos mal que no llegamos a casarnos ni tuvimos hijos. Por cierto, ¿Tienes hijos?.

-Noooo, es muy pronto.

-Es mejor que disfrutes la vida. Tiempo habrá de cambiar pañales.

-Bueno y tus padres ¿Qué tal?

-Bien. Dijo él. ¿Y los tuyos me imagino que también?.

-Si. Se marcharon a vivir a Galicia. Les gustaba esa tierra y al casarme yo se fueron allí. Voy a verlos todos los años dos o tres veces. Con mi padre nunca me llevé bien.

-Si, los padres son la leche. Pero oye, ¿Por qué no vienes y te enseño mi casa? Estamos aquí al lado.

-No. Déjalo se me hace tarde. Tengo que comprar.

-Luego compras, será sólo un instante. Además, no quisiera perder la oportunidad de estar un rato más contigo, y el tipo de los ordenadores va a venir  en un rato. Te vienes a casa, esperamos que venga el del ordenador, me cambia el módem y ajusta unas cosas y bajo contigo a El Corte Ingles, así te ayudo a elegir el regalo, o ¿Ya sabes lo que vas a comprar?

-No tengo ni idea. Pero algo veré que le haga ilusión. Tiene que ser algo especial. Algo que le recuerde a mí. Tenía pensado regalarle una cámara de vídeo. Grabar un vídeo con un mensaje especial y dárselo.

-¡Qué bonito!.Bien, no se hable más. Dijo él soltando un billete de diez euros en la mesa y tomando su gabardina en la mano. Vamos a mi casa. Quiero que veas lo bien que la he dejado. Gano mucho en propinas en esa cafetería.

Ella estaba algo mareada, por suerte había tomado una pequeña botella de agua y pensó que eso aliviaría su estado. Había dejado de llover y pensó que el aire fresco de la calle le vendría bien e iría más despejada a El Corte Inglés. Al salir a la calle hacía mucho viento y ya anochecía en Madrid. El invierno se dejaba notar en el cielo madrileño. Caminaron unos metros y cuando faltaban apenas cien para llegar a la casa de Paco, comenzó a caer otro diluvio. Se empaparon pese a salir corriendo cogidos de la mano.

Entraron al portal y tomaron el ascensor. El abrió la puerta de su piso y accedieron a el. Por suerte para Ana, sólo se había mojado la gabardina y los pies. Ella se miró y se vio hecha un asco. Ya estaba casi seca y ahora volvía a mojarse de nuevo. Era su sino, estar mojada. Pensó con ironía.

-Dejaremos aquí tu gabardina, junto a mi anorak, para que se seque. Descálzate y no te preocupes por la moqueta. Pondré tus zapatos aquí y se secaran también.

Ana hizo lo que él le dijo. Se descalzó y le entregó sus zapatos. Curioseó mientras él colocaba los zapatos y las ropas al lado del radiador. Le gustaba el aroma de la casa y su decoración. Paco enseñó su casa a Ana arrancando de ella exclamaciones sinceras llenas de aprobación.

-Mira, este es el salón. ¿Grande verdad? Muy grande para mí sólo, pues no vengo aquí con nadie generalmente. La cocina. Nunca guiso. No como aquí, lo hago en la cafetería y cenar también lo hago fuera. El baño. Enorme. Me estoy planteando poner una bañera más grande. Pero el piso es alquilado y no quiero invertir mucho en él, aunque tengo un contrato de cinco años firmado con el propietario. Mi habitación y la única que hay en la casa. Aquí vengo a dormir y..., bueno a dormir.

-A dormir yyyy.......Preguntó ella.

-A dormir. Iba a decir, y con alguna amiga. Pero no suelo.

Se sentó en la cama.

-Con lo blandita que es. Y nadie la comparte conmigo. Pero no importa. Ven siéntate. Veras que bien se está.

Ana se sentó en un borde de la cama. Él balanceó el colchón y ella se movió.

-¿Te gusta?

-Si. Debe ser muy cómodo para dormir.

-Ya lo creo que es cómodo. Me costó seiscientos euros el colchón de los cojones.

De un salto se puso de pies en la cama y saltó provocando las risas de ella.

-Ves, nada. No se rompe. ¡Es la hostia este colchón!. Prueba tú ahora.

-No, hombre.  Déjalo.

-No te preocupes, si no se va a romper.

-¡Que no!.

-Bueno, como quieras.

Se bajó de la cama y le dijo que no se moviese, que volvía en seguida. Ana permaneció balanceándose en el colchón y apoyando sus pies en la moqueta mientras respiraba el olor de esa casa, olor que creía recordar. ¿Olor a Paco?. Paco se presentó con dos vasos medios.

-No Paco, gracias. No quiero Wisky.

-Toma mujer. No tengo Grease. Brindemos por nuestro encuentro.

Ella tomó de mala gana el vaso que él le tendía y brindaron.

-Por ti, mujer de Juan, por ti, Ana hermosa, por ti, amor que un día fuiste mío.

-Eres un poco idiota. Dijo ella mientras acercaba su vaso al de él. Luego, dio un pequeño sorbo del líquido.

-No, tan deprisa no. Te vas a emborrachar. Esto no es Grease. Dijo Paco haciendo una broma al ver la minúscula cantidad de líquido que ella bebió.

-Si, quizás ya esté borracha.

-¿Estás borracha?

-No, pero algo......no sé como decirte....si que estoy.

-Alegre, mareada, desinhibida, somnolienta, resacaza......

-No hombre, alegre. Me da alegría haberte encontrado otra vez. ¿Quién lo iba a decir?

Paco depositó su vaso en la mesilla que le quedaba al lado y tomó el vaso de ella y lo dejó junto al suyo. Tocó su pelo rubio y rizado y comprobó que ya estaba casi seco. En su casa, verdaderamente hacía calor. Ana, al notar la caricia de Paco, se levantó de la cama de inmediato y él la agarró por la cintura atrayéndola hacia sí.

-¡Paco!. Exclamó ella.

-Sólo pretendía evocar aquellos días. Dijo aún ciñéndola por el talle.

-Aquellos días ya pasaron.

-Lo sé, Ana. Y bien que lo lamento. Hoy podrías ser mía…

-Pero soy de mi marido.

-Cierto. Te ruego disculpes mi atrevimiento. Dijo Paco a la vez que sus manos se separaban del cuerpo de ella.

-Encontrarás a alguien que te haga olvidar a Rosi. Dijo mientras se giraba en busca del vaso que Paco había depositado sobre la mesilla.

-No. No quiero compromisos, Ana. Ya tuve bastante con ella.

-¿Cerrado en banda?. Preguntó ella.

-Si. Al menos en el amor. En el sexo no.

-Ja, ja, ja. Rió ella. ¡Qué listos sois los hombres!.

-Ven, déjame que te abrace. Déjame que huela tu perfume. ¿Es el mísmo, no?. Preguntó Paco al creer identificar aquél olor que recordaba.

-Si. Supongo que sí. Llevo años con este aroma. J’ Adore, de Dior.

-Hueles bien…hummmm. Dijo Paco mientras sus manos acercaban el cuerpo de Ana al suyo.

-Lo sé. ¡Hey, me vas a dejar caer!. Protestó ella.

Paco seguía sentado en el borde de la cama y acercó a Ana entre sus piernas, lo que provocó que las piernas de ambos chocaran y ella estuviera a punto de perder el equilibrio. El separó las piernas más y acogió entre ellas el cuerpo de su deseo.

Las manos nerviosas acariciaron la suave tela de la camisa rosa de Ana por su espalda. Su nariz se clavó en el estómago a la vez que inspiraba para llenarse de su olor. Ella permanecía con los brazos caídos a ambos costados, pero en un  gesto habitual para con su marido, apoyó sus manos sobre la cabeza de quien la abrazaba. Las manos de Paco descendieron hasta el talle de la falda y se perdieron bajo el dobladillo de la camisa buscando el contácto con la piel de ella.

Paco permanecía con su cara hundida en el estómago de Ana. Sus manos ascendían lentamente en busca del tirante del sujetador. Ana permanecía de pies y sus dedos se enredaban entre el pelo de la cabeza de él mientras evocaba en su mente recuerdos de antaño. Consciente del recorrido que habían iniciado las manos de Paco, no dijo nada. Fijó un punto para frenar aquella escena, pero Paco se detuvo.

-¿No llevas sujetador, verdad?.

Aquella pregunta carecía de valor. Era notorio que ella no lo llevaba. Sus pezones clavados en la fina tela despejaban cualquier duda.

-No. No lo llevo. No suelo usarlos-Dijo ella sin  temor al notar como las manos de Paco habían desalojado su piel-, ¿No me digas que no te habías dado cuenta?.

-Si, tus pezones están endurecidos.

-Es por el frío.

El primer botón de la camisa se liberó del ojal sin que ella notara nada. El segundo fue más notorio.

-¿Qué haces, Paco?. Medio protestó ella.

-Chisssss…quiero admirarte.

-Paco, estoy casada…ya no estámos…

-Chisssss…sólo quiero ver tus pechos.

-No, Paco. No puede ser. Ya no. Ya tuvimos nuestra oportunidad.

-Sólo será un instante Ana. ¡Eres tan guapa y hueles tan bien!

-¿Y qué tiene que ver eso?.

-Chisssss…Todo.

El  último ojal liberó el último botón al que permanecía abrazado. Los pliegues se separaron y los pechos de Ana invadieron la habitación. Aproximó sus labios a los de ella y al no sentirse rechazado, la besó con mimo. Acarició con sus labios los de ella y con la punta de su lengua trató de romper la barrera que permanecía cerrada. Aquellos labios permanecían afianzados, unidos, dudando, luchando. Las manos cálidas de Paco acariciaban los costados de ella. Su espalda invitaba a deslizar las manos y rodear sus pechos, pero se contuvo a duras penas. Los labios de Ana luchaban entre el deseo y el decoro. Pensó que un beso no haría daño. ¿Cuántos besos se habían dado cuando salían juntos?. Sólo le permitiría uno. Uno y a casa. Los labios cedieron al empuje de la lengua de Paco y ambas se unieron para intercambiar sus salivas.

Evidentemente, al ser aceptado, Paco tiró de la camisa de Ana hacia atrás mientras continuaba con el beso eterno. Sus hombros quedaron al descubierto y aquella imágen fue sublime para él. Observó sus pezones endurecidos, clamando que sus labios se fijaran en ellos y esa lengua que se retorcía con la suya, lamiera y extenuara sus protuberancias.

-¡Sácate la camisa!. La voz ronca ordenaba más que imploraba.

-Oh…Paco…Esto no está bien. He de marcharme. Esto es…es…una tontería.

-Sólo será un instante. Déjame que admire esos pechos que un día fueron míos.

-Ya los estás viendo.

-Quiero verlos mejor. Quiero verte sin la camisa.

Mientras luchaban en su interior, Ana aflojó sus brazos y Paco acabó enviando la prenda al suelo. El beso fue intenso. El ardor de Paco se dejaba notar entre sus piernas.

-¡Mira, mira como me has puesto!. Dijo él señalando el bulto que pugnaba bajo su pantalón.

-He de irme, Paco. Esto no está bien…estoy casada. Ya tuvimos nuestro tiempo.

-¿Y qué?, sómos amigos. Fuimos novios…no es la primera vez que…

-Pero ya nada es igual, Paco-Protestó ella. Ahora sómos amigos y…

Los labios de Paco interrumpieron la frase. El permanecía sentado en el borde la cama y ella, entre las piernas de su amigo, pugnaba por mantener la verticalidad. El breve paseo por los labios de Ana, dio paso a la fusión de su lengua con el pezón derecho de ella. Sintió estremecerse y notó la humedad entre sus pliegues. Las manos de Paco descendieron sobre las medias rosas de Ana y se frenaron en seco al llegar a sus rodillas para, allí, reptar sigilosamente camino de la penumbra de su falda.

-Paco…!Por Dios!...he de marcharme. ¡Saca las manos de debajo de la falda, por Dios!

-Chisssss…no pasa nada que no queramos.

-¡Pero yo no quiero!.

-Lo sé. Lo sé.

La mano de Paco bordeó el borde de la media y palpó el interior del muslo de su amiga. Ascendió como si llevara un pasaporte entre los dedos y sólo la tela almohadillada del nylon frenó el ascenso. Los dedos separaron el pliegue de la braga y se enredaron en los vellos rizados de ella.

Un suspiro entrecortado fue la señal para que la primera falange del dedo violador resbalara por la humedad de Ana.

-No, Paco. No sigas por favor.

-Chisssss….

-He de marcharme. Casi suplicó desde dentro del deber.

Y entonces reparó que sus manos se aferraban al cuello tenso de Paco. Y entonces recibió la caricia de la prenda más íntima deslizándose por sus muslos. Y entonces su pie derecho se levantó y el nylon salió frotándose contra su tobillo y acariciando su empeine. Y entonces se dio cuenta que el dedo de Paco penetraba en su interior.

-No quiero, Paco. Noooo…esto no esta bi…

El siguiente vocablo quedó en suspenso. Ella mísma elevó el borde de la falda y dejó al descubierto aquella hendidura brillante. Cerró los ojos, venció la cabeza hacia atrás y exhaló un suspiro final a la vez que Paco alojaba índice y corazón en su interior. Y Paco se envalentonó más.

Los dedos de Paco iniciaron el vaivén de entrada y salida con regular precisión. El suspiro de Ana se abortó cuando los labios de ella se fundieron con los de su castigador. Y el timbre de la puerta sonó.

El impacto sólo lo acusó Paco. Ana estaba demasiado excitada para darse cuenta que el gong de la puerta había sonado tres veces.

-Vaya, el del ordenador. Lo había olvidado-Dijo Paco a la vez que sus dedos abandonaban la caverna caliente y se ponía en pies-, no te muevas, vuelvo en seguida.

Paco salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Ana dejó caer su falda y cubrió su sexo a la vez que tomaba con sus manos la camisa y, después de ponérsela, comenzó a abotonarse los botones mientras sus mejillas reflejaban el rubor de la situación. Pensaba que gracias al señor que iba a arreglar el ordenador de Paco, ella no había sido infiel a su querido Juan. Si, la llenaba de satisfacción el hecho, pero a la vez, dudaba si deseaba más. Dudaba qué habría ocurrido sin la visita concertada de Paco. Sonrió a duras penas cuando el pensamiento se instaló en su mente…”Otra vez que me deja a medias”. Se agachó, recogió su braga y la ascendió con vigor hasta encajarla en su cintura. Tomó el vaso de wisky que Paco había depositado sobre la mesilla y dio un trago breve. Con las mejillas aún rojas de deseo, tomó asiento en el borde de la cama mientras escuchaba voces en el salón.

Mientras tanto, Paco se encargaba de atender a la visita que le iba a solucionar los problemas de su ordenador. Esa persona que, según Rosi, su ex, era un experto.

-Buenas tardes, soy Juan Montalbán. Vengo a ver un ordenador. Rosalía Martín me dio el aviso. Así se presentó el recién llegado.

-Hola, buenas tardes. Pase, pase, por favor. Le indicaré donde se encuentra el aparato.

-¿Qué le ocurre?. Preguntó Juan Montalbán.

-No lo sé. Tengo un conflicto con un programa y cada vez que lo uso me sale un aviso que dice “Error en rutime”…o algo similar. Venga, se lo enseñaré.

Juan acompañó a Paco hasta una esquina del salón. Allí se encontraba una mesa de estudio con el ordenador y varios cedes esparcidos por la mesa.

-Disculpe-Dijo Juan recogiendo los discos-, tengo todo desparramado por la mesa. Soy un desastre. Siéntese aquí. Le explicaré el problema.

Juan tomó asiento mientras la pantalla comenzaba a llenarse de iconos. Atendió las explicaciones de Paco y después, tras unos minutos de meditación, se dirigió a Paco.

-No se preocupe. Resolveremos el problema. Me llevará una hora más o menos, pero quedará perfecto. Cambiaré ese segundo disco duro, pero recuperaremos los datos.

-¿Me necesita aquí?.

-No. Sólo hasta que me dé las claves. Después, cuando esté solucionado el problema, podrá sustituirlas por otras nuevas que sólo conozca usted. No se preocupe, Rosalía me dijo que usted era su amigo. Yo no me dedico a atender a particulares, pero al tratarse de Rosalía…

-Y se lo agradezco. Rosi fue mi compañera sentimental durante algún tiempo. Me habló de usted y me consiguió sus servicios. Tanto a ella como a usted, les estoy muy agradecidos. Por supuesto, pagaré la factura encantado.

-No se preocupe. Creo que podrá pagarla. Facilíteme las claves de acceso y me pondré con ello de inmediato.

-Se lo agradezco. Estoy con una visita y…

-Vaya, vaya. No se preocupe.

-Cualquier cosa, me avisa. Tenga las claves. Están todas aquí apuntadas. Estoy en la habitación. Pero…

-Comprendo. Está con una visita.

-Gracias.

Paco se retiró a su habitación y Juan se quedó fijo en la pantalla del ordenador. Al abrir la puerta de la habitación, se encontró con Ana que ya se había recompuesto y, sentada sobre la cama, fumaba un cigarrillo.

-¡Joder, ya está!. Dijo él al entrar.

-Espero que no te moleste que esté fumando. Mis nervios…

-Tranquila, no pasa nada. Dice que tendrá para una hora. ¿Dónde nos habíamos quedado?.

-En que yo me voy a El Corte Inglés. Se me ha hecho tarde.

-¡Sólo son las 7,15!. Ven, dame un beso.

-No, Paco. He de marcharme. Lo que ha pasado aquí ha sido una tontería.

-¡Pero no puedes salir con ese hombre ahí!.

-¿Por qué?.

-No sé. Pero no puedes salir.

Paco se había desabrochado la camisa y ya yacía en el suelo. Sus pantalones no tardaron en ocupar un lugar cercano a la camisa. Sus calzoncillos se bajaron de golpe y ante los ojos atónitos de Ana apareció una verga donde el glande sobresalía por su color amoratado.

-¿Pero qué haces?...¿Qué coño haces?. Preguntó Ana.

-Chisssss…te va a oír.

El cuerpo de Paco se apoderó de la cintura de Ana y el beso cobró forma. Si en un principio ella se protegió con sus antebrazos, a medida que Paco era más incisivo y pertinaz, comenzó a abandonar su escasa resistencia.

Los cuerpos cayeron sobre el colchón y Paco no tuvo dificultar en iniciar nuevamente el camino recorrido anteriormente por debajo de la falda negra. Besaba su cuello y mordisqueaba su lóbulo a la vez que la mano trataba de acoplarse en la entrepierna de Ana.

-¡Paco, por Dios!. Ohhh…

-Dime que te deje. Dime que me aparte de ti y lo haré. Era la frase más ufanamente pronunciada.

-Déjame, te lo ruego…Ohhh….Ufffffff….! Ay!

La mano había llegado a su destino y ahora libraba la batalla final por retirar nuevamente la prenda de nylon. La postura no facilitaba la labor, pero la maña de Paco le permitió arrastrar la prenda lo suficiente como para que su mano se jactara nuevamente de la humedad de Ana. Sus dedos se empalagaron en el fluido de Ana y ella gimió…y gimió otra vez, y expiró aire cuando el dedo corazón resbaló en su interior.

Las manos de Ana acariciaron las lumbares desnudas de Paco a la vez que sus lenguas se entrecruzaban y pugnaban por hacerse con el control del beso. Ana estaba caliente, excitada, deseosa y temerosa. No obstante, aquellas sensaciones no impidieron que ella mísma con sus manos, tras abandonar la espalda de Paco, desabotonaran su propia camisa para ofrecer sus pechos a su captor. Paco recibió con sumo placer tamaña colaboración y se extasió cuando Ana facilitó la segunda huída de sus bragas.

Tan sólo con las medias rosas puestas, y la falda alrededor de su cintura, Paco se apoderó por entero del cuerpo de Ana. Su cabeza se perdió bajo la falda negra y su lengua alcanzó el río donde bebió el jugo de aquella visita del pasado. Ana perdió el control ante las lamidas constantes y su mano izquierda tomó posesión de aquella verga dura como el hierro. Intentó agitarla sin mucho éxito, y pese a que Paco trató de adoptar una postura que facilitara la masturbación, el fracaso estaba escrito. Paco reptó por el cuerpo de Ana y se acopló entre sus muslos. Sin necesidad de guía, sin necesidad de tanteo, la cabeza de la lujuria se perdió entre el vello de Ana y se alojó dentro de la vagina de la joven.

Las embestidas fueron bien recibidas. Ella abrió sus piernas todo lo que pudo y rodeó la cintura de Paco para permitirle una penetración más profunda. El joven escuchaba el jadeo de ella y Ana quemaba la oreja de él con su aliento. Paco se hincó de rodillas en el colchón de 600 euros y con sus manos sobre los pechos de Ana lanzó las últimas embestidas antes de eyacular con tremendas salvas pegado al útero de ella.

Ana se estremeció con violencia cuando el orgasmo la sorprendió. Su cuerpo se aflojó y su vagina acogió hasta la última gota de semen del pene de Paco. Un beso, un mordisco en su labio inferior y un último beso en la frente, fueron el adiós de su amante antes de salir de su cuerpo.

Pero…siempre, en toda historia real o inventada, hay un pero. Y en ésta, amigos míos, el “pero” se presentó al instante. Un golpe con los nudillos de una mano en la puerta de la habitación hizo que Paco saltase de la cama como un resorte, y con voz ronca y temblorosa contestara.

-Voy. Ya voy. Un segundo, por favor.

A duras penas se embutió en el pantalón y se metió la camisa de rayas. Al abrir la puerta  se encontró con Juan Montalbán que, distraídamente, observaba un cuadro colgado de la pared. Meditaba mientras observaba a la ninfa pintada sobre el lienzo.  La presencia de Paco le devolvió a la realidad.

-Ya lo tiene. He tardado menos de lo previsto. El problema no era gran cosa. He cambiado el disco duro que acordamos, he salvado los datos del sustituido y he mantenido sus mísmas claves de acceso. Ahora las podrá cambiar usted. El problema con el programa ya está resuelto y no volverá a aparecer ese mensaje de error. En definitiva, su ordenador está como recién salido de la tienda ahora mísmo y nadie le hubiera puesto una mano encima. Si me abona 200 euros, habremos terminado.

-Muchísimas gracias. Le estoy muy agradecido. En seguida le traigo su dinero. Me ha hecho usted un gran favor…y Rosi, gracias a ella…

-No se preocupe. No atiendo a particulares, pero al tratarse de ella quise…

-Lo sé, lo sé. Y le estoy muy agradecido. Si me disculpa, vuelvo de inmediato.

Paco se marchó a su habitación en busca del dinero para pagar a Juan y éste, mientras tanto, se embelesó nuevamente con el lienzo de la pared. Algo le llamaba la atención y no sabía discernir qué era.

-Ya se va. Dijo Paco al entrar en la habitación.

Ana no prestó atención a las palabras de Paco. Limpiaba su vulva con unos Kleenex y su rostro se mostraba ausente.

-Le pago y vuelvo. Ha sido rápido. ¿Tú crees que debo darle propina?. Me cobra sólo 200 pavos.

Y con los 200 euros en la mano salió de la habitación dejando la puerta entreabierta. Juan observaba el cuadro pintado con demasiado interés.

-Tenga. No, no quiero factura. No es necesario. ¿Le gusta el cuadro?.

-Si. Hay algo que no acabo de comprender.

-¿Qué?. Preguntó muy interesado Paco.

-No sabría decirle. No soy entendido en pintura, pero es claro que es un óleo magnífico. Esa joven ninfa, ese cabello acariciando la desnudez de su espalda, esos pechos tan bien plasmados, esos muslos cual columnas de mármol blanco…pero…¿Ese lunar en la mejilla?...

-Ja, ja, ja. Rió Paco.

-¿Le hace gracia?. Preguntó Juan.

-Perdone. Comprendo su sorpresa. He sido yo, miré-Dijo señalando el lunar que él tenía en su mejilla derecha-, lo pinté yo. Una broma de las mías. Pero en una noche de locura, y tras pasarme con las copas, me dio por ahí. Tras una conversación con esa ninfa, la marqué con mi sello personal. Mi lunar. Probablemente habré estropeado el cuadro, pero le diré algo en secreto. Es un autor desconocido, nunca llegará a ser famoso. Vende en el rastro.

-Está bien, Francisco-Dijo Juan mientras guardaba el dinero en el bolsillo de su pantalón y posteriormente le tendía la mano en señal de despedida-, le dejo con sus ninfas. Esta y la que guarda usted dentro de su habitación. Tenga, le dejo mi tarjeta por si le surge algún problema relacionado con mi reparación. No sucederá, pero es mi norma.

Paco se quedó con la tarjeta en la mano mientras observaba como Juan Montalbán salía de su casa. Se apresuró a echar el cerrojo de la puerta y se giró para encaminarse a la habitación. La figura de Ana lo contemplaba con expresión seria.

-¿Ya se ha ido?. Preguntó ella.

-Si. Un tipo raro. Al final no le di propina. Mira, me ha dejado su tarjeta.

-La propina la has obtenido tú. Replicó ella.

-No entiendo…

-Ese hombre que ha salido por la puerta…es mi marido.

-¡Noooooo!..

-Si. Y en la tarjeta pondrá su nombre. Juan Montalbán.

-¡Jooooooderrrr!

-Me tengo que ir. Me siento una hija de puta.

Ana recogió sus zapatos, su gabardina y abrió la puerta del piso.

-¡Espera, Ana!. Me pongo los zapatos y me voy contigo.

El portazo dejó helado a Paco. Caminó hasta su habitación mientras desestimaba seguirla. Al entrar se encontró unos kleenex mojados sobre la moqueta. Su semen los había empapado por completo. Se sentó en la cama y tomó un sorbo de wisky. Después apuró el vaso de Ana y se llevó las manos a la cabeza. ¡No había usado preservativo!. Confiaba en que Ana, al no tener hijos, tomara algún tipo de anticonceptivo. Si, eso era. Ella tomaría la píldora o tendría un DIU puesto, o…

Ana llegó a su casa a las 11 de la noche. Compró en el Corte Inglés una pluma estilográfica con el nombre de ella grabado. No era lo que deseaba, pero Ana estaba aturdida por lo ocurrido. Era su regalo al fin y al cabo. Pero nueve meses más tarde, Juan obtuvo el verdadero regalo, un hermoso niño que lucía un fastuoso lunar bajo su mejilla derecha. Ana, con el estrés propio de su infidelidad, había olvidado tomar su píldora anticonceptiva aquella noche. Y Juan…tan contento con su hijo, cuanto más miraba al niño… más pensativo se quedaba. ¿Dónde había visto él un lunar exactamente igual al que lucía su hijo?. Ana moría de sufrimiento. Su infidelidad, circunstancial, no había sido descubierta. Había sido muy placentera, pero no había sido descubierta. Aún.

Coronelwinston