¡Fantasma!

Son jóvenes, se atraen, se gustan. Ambos planean un primer encuentro que no olvidarán. Hay apuestas que es mejor no cruzar. Espero les guste. Un saludo. Zarrio01.

-       ¡Un fantasma! Un puto fantasma, eso es lo que eres.

-       ¡Que no, joder, que no!

-       ¡Pero si es una cría!

-       Menudas domingas que tiene.

-       Os digo que me mira, – dijo Quique a sus amigos – no para de hacerlo constantemente. Aunque si le devuelvo la mirada en seguida se esconde o mira para otro lado.

-       Eso son imaginaciones tuyas.

-       Eres un mentiroso.

-       ¿Qué te apuestas?

Al pronunciar esas palabras Quique se dio cuenta de que ya no había marcha atrás. Su ego le había traicionado de nuevo. Allí estaba él, en los aledaños del instituto fumando con sus colegas y charlando un rato. La conversación comenzaba con cualquier tontería y tarde o temprano siempre llegaban al mismo destino. Chicas y sexo o sexo y chicas.  Aquella tarde de finales de la primavera tampoco había sido una excepción.  A su lado, cuatro de sus mejores amigos se burlaban de él y de sus historias.

Ciertamente Quique no tenía la prudencia en sus palabras como virtud. Con algo de fama de trolero, de mentiroso, él se defendía diciendo que sólo maquillaba a veces sus relatos, pero que en la esencia eran totalmente ciertos. A menudo cruzaban apuestas entre ellos y él resultaba casi siempre el pagano de sus propios excesos verbales.

-       ¡Diez euros!

-       ¡Hala! ¡Menuda apuesta! Te arruinarás… -

-       ¡Que sean cincuenta!.... – gritó Quique tirando la colilla al suelo - ¡Diez billetes de cinco euros!

Cincuenta talegos era algo serio. Sus amigos tenían dinero de sobras, por eso vivían en aquella urbanización y asistían a clase en aquel instituto tal elitista de la ciudad. Él era un caso aparte, su madre se dedicaba a la limpieza del centro y en agradecimiento a tantos años de abnegado servicio el centro había tenido a bien facilitarles la matrícula tanto a él como a su hermana gratuitamente. No era pobre pero estaba a años luz del poder adquisitivo de aquellos hijos de papá.

-       ¡Vaaaleeee! ¡Joder chico, no te mosquees!

-       ¡Era sólo una broma!

-       ¡Doblo la apuesta!

Quique se quedó mirando a Julián. Era el jefe del cotarro, un cachas con mucho músculo, con algo menos de cerebro y nada de educación.  Un tipo de broma peligrosa, un broncas en toda la extensión de la palabra. Se creía el amo del mundo. Según él, todas las muchachas suspiraban por sus huesos y la que no lo hacía simplemente era lesbiana. No podía creer que Quique se le hubiese adelantado en la conquista de Celia, una de las presas mas codiciadas del instituto. Aquella muchacha de un par de cursos anteriores cuyo cuerpo era el centro de muchos pensamientos cuando aquellos chavales se tocaban.

Quique era algo menos agraciado. Más alto eso sí, pero su cuerpo desgarbado no tenía ni punto de comparación con el de su supuesto amigo. Simpático y locuaz, se perdía muchas veces por querer ser alguien quien en realidad no era.  Tenía un pico de oro y solía tener facilidad para caer simpático a las muchachas, lo que no en pocas ocasiones le había reportado agradables beneficios para él y su pene.

-       ¡Venga ya!

-       No os piquéis…

-       Diez billetes de diez euros… uno detrás de otro. Sólo si te la cepillas, claro.

-       ¡De acuerdo!

-       ¡Venga! ¡No me jodas!

-       Vosotros sois testigos – dijo Julián enseñando sus dientes brillantes mediante una mueca – Cien euros. Pero te la tienes que follar a pelo, sin condón… nada de mamadas, o chorradas parecidas…

-       ¡Ni comidas de coño! – Nico, otro de los muchachos no sabía que la mayoría de veces estaba mejor callado.

-       ¡Que te meto!

-       Sin problemas. – replicó un envalentonado Quique.

-       Pero espera… ¿Cómo sabremos que lo hace?

-       ¿Dudáis de mi palabra?

-       ¡Prrrrrrrrrrrfpff! – la pedorreta que soltó Nico se oyó en toda la calle.

-       ¿Fiarnos  de ti? Ni de coña – rió Julián – ni de coña…

Quique se mosqueó un poco. Nunca mentía si había dinero por delante. Bueno… casi nunca. De vez en cuando. En realidad mentía más que hablaba.

Y los demás lo sabían.

-        ¡Un vídeo!

-       ¡Con el móvil!

-       Ni hablar….

-       ¿Porqué no?

-       ¡Porque no! ¡No me jodas! En cuanto saque el teléfono, me suelta un guantazo y me quedo ahí como un gilipollas.

-       ¿Y porqué no lo hacemos nosotros? – intervino Julián divertido – Yo tengo una cámara, nos dices dónde vais, lo preparamos todo y os grabamos para asegurarnos de que no es otra de tus trolas…

-       Pero si ya estáis ahí viéndolo….¿Para qué leches queréis el vídeo?

Ante tal verdad de Perogrullo sus amigos callaron.

-       Cierto. Pero si hay vídeo… doblaré la apuesta por mi parte. Diez billetes de veinte euros frente a tus cien. – Julián quería humillarlo como fuese -¡Qué diablos! ¡Un día es un día! ¡Quinientos frente a tus cien! ¿Qué me dices, fantasma?

Quique tragó saliva. Quinientos euros. Era mucho más de lo que ganaba en un mes limpiando piscinas. Asintió sin ser muy consciente en el lío que se estaba metiendo

-       ¡Huaaauuuu!

-       ¿Dónde se supone que será el encuentro?

-       Pues no lo sé. Ya veré.

-       ¿Cuándo?

-       ¡Y yo qué sé! No lo he pensado. – Quique se mosqueaba por momentos.

-       Tiene que ser  en una semana… si no, no vale.

-       ¡Venga ya! Es imposible

-       Pues dos, como mucho. Si no, pierdes la apuesta.

Sellaron el pacto con un apretón de manos. Se despidieron entre risas marchándose cada uno por su lado.

De camino a su casa Quique meneaba la cabeza. Julián se estaba metiendo con él demasiado últimamente. Desde que el cachas le sorprendió con cabeza entre las piernas de su hermana mayor la relación entre ellos se había deteriorado bastante. ¿Qué culpa tenía él que la universitaria de siliconados senos de su amigo se hubiese encaprichado de él? Todo el mundo sabía que era una auténtica calienta braguetas, por mucho que le mosquease a Julián. Todos se follaban a la mamá de Nico y su otro colega no montaba un escándalo. Pero entonces los pensamientos del muchacho se centraron en su próximo objetivo.

-        ¡Cepillarme a Celia! ¡En dos semanas! – se decía una y otra vez - ¡Ni en dos años! Si ni siquiera me dirigirá la palabra. ¿De dónde narices sacaré los cien euros?

Los días fueron pasando  y sus oportunidades se desvanecían. Apenas había hablado con ella y no había encontrado el momento de lanzarse nunca mejor dicho a la piscina. Ya estaba maquinando cuántas horas extras tendría que hacer en las casas de aquellos prepotentes para poder saldar la apuesta cuando, como dice la canción, el diablo va y se puso de su parte.  A lo lejos, como una aparición divina se encontraba el objeto de sus sueños acompañada de sus mejores amigas. En otro momento se hubiese limitado a contemplar sus gestos, su bonito cabello o su sonrisa incipiente pero esta vez fue mucho más allá. Acuciado por la necesidad, tragó saliva y se acercó al grupo de tres muchachas que charlaba animadamente.

-       ¡Joder, cómo está la chavala! – se dijo al aproximarse.

Afortunadamente para él todas vestían el chándal del instituto. De no haber sido así, con las hormonas a flor de piel, Quique no hubiese sido capaz de aproximarse sin que su miembro viril se reivindicase.

Ya estaba lo suficientemente cerca como para que una de las compañeras lo detectase de reojo. Con una sonrisa cómplice les dijo a sus amigas.

-       ¡Venga, chica, vámonos! – le dijo a una de las otras golpeándola indiscretamente con el codo.

-       ¡Sí, es tarde! – le contestó  al percatarse de la presencia del muchacho-. Hasta luego, Celia

-       Bueno… - dijo la tercera un poco contrariada.

-       ¡No, no! ¡Tú te quedas aquí!

-       ¿Aquí?¿Sola? – la chica que, distraída, no entendía nada.

-       Tranquila bonita, que pronto estarás con alguien…

-       Pero….

-       ¡Shhhhh! ¡Ahí viene tu Romeo! – comentó algo a su otra compañera al oído y ambas se pusieron en movimiento, riendo - ¡Hasta luego! ¡Adiós Quique!

Se despidieron entre risas de la pareja de tortolitos. La chica se giró alterada, ante ella apareció un nervioso Quique, que respiró hondo y se lanzó al trapecio sin red.

-       Hola – un buen saludo, un buen comienzo.

-       Hola – contestó ella refugiándose detrás de sus libros de texto.

-       ¿Me preguntaba…?

-       ¿Querrías….?

Los dos habían comenzado a hablar al mismo tiempo. Ambos rieron. Demasiado tiempo haciéndose los encontradizos, mirándose descaradamente, buscando cualquier excusa tonta para permanecer el uno cerca del otro. La atracción entre ellos se hacía evidente. Ambos eran jóvenes, guapos, libres de cualquier compromiso y dispuestos a entablar una relación con personas del otro sexo. Con ese nerviosismo propio del enamoramiento tonto al final ella acertó a decir:

-       ¡Tú primero! – y se estremeció de vergüenza.

Quique sacó el valor de sus adentros.

-       ¿Me preguntaba si querrías salir  conmigo el sábado por la noche? Hay fiesta en el club y…

-       ¡Lo siento… no puedo! – el corazón y la cartera de Quique saltaron en pedazos al oír aquella inesperada respuesta.

No supo qué decir. Ella intervino explicándose:

-       ¡Y no es que no quiera salir contigo! Me muero por… – rápidamente moderó su ímpetu, eligiendo unas palabras menos evidentes – Me gustaría mucho…

-       ¿Entonces?

-       Estoy castigada… no puedo. De verdad.

-       ¡Pues menudo fastidio!

-       Pero sí puedo salir por la tarde, siempre y cuando esté en casa antes de las nueve… - replicó ella en tono jovial.

-       ¡Las nueve!

-       Si – la chica bajó la cabeza compungida.

-       Bueno – sonrió Quique - ¡Ya se me ocurrirá algo!

-       Te… tengo que irme. Mañana hablamos.

Ambos se quedaron parados. Lo lógico hubiese sido acabar la conversación con un algo más, pero la vergüenza de uno y la timidez de la otra no lo hizo posible. Ni tan siquiera un casto roce entre sus mejillas. Se limitaron a agitar la mano y emprender el camino en una misma dirección pero distinto sentido.

-       ¿Qué ya has quedado con ella? ¿El sábado por la tarde? – gritaba Nico al otro lado del auricular - ¡Júramelo por tu madre muerta!

-       ¡Oye, gilipollas, que mi madre está viva y bien viva! ¡Menudos gritos pega!

-       ¡Tú ya me entiendes, joder!

-       ¿Cómo quieres que te lo diga? – Quique estaba radiante – Soy el puto amo. Me acerqué a ella, le agarré de la cintura…

La imaginación de Quique comenzó a hacer de las suyas. Cualquier otro que no conociese sus fantasías y hubiese escuchado su relato habría pensado que poco menos había violado a la chavala en medio de la calle.

-       ¿Y adónde la llevarás? ¿Al garito de Julián?

El tal Julian tenía acceso a un picadero en toda regla. Una tía lejana le  había legado una mansión en la urbanización para su disfrute. Sus padres no le dejaban ni acercarse a ella hasta ser mayor de edad pero se había agenciado las llaves de la casita de los sirvientes, un lugar ideal para pasar un buen rato con los amigos, ver películas guarronas, beber y fumar como cosacos y de vez en cuando, darse un buen revolcón con alguna de las chavalas.

Quique negó con la cabeza como si su amigo pudiese verle.

-       ¡Ni de coña! Recuerda lo que le hizo al “Pupas” aquella vez.

-       Menudo cabrón. ¡Mira que entrar con la manguera del agua a todo trapo!

Así era Julian, debía ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro.

-       ¡Cómo gritaba la chavala!

-       ¡Menudas peras tenía!

-       ¡Ya te digo! – apuntó el otro entre risas.

-       Nos vemos.

Quique apenas pegó ojo en toda la noche. Buscó en su mente un lugar apropiado para el encuentro con su  joven amiga. Ni se acordó de la apuesta. Tan sólo evocaba su sonrisa, sus ojos grandes, su cuerpo etéreo, su perfume fresco. Aquella forma de separarse el mechón rebelde que a menudo acosaba a sus pupilas que en otras chicas le ponía enfermo lo recordaba como un detalle delicado y sublime.  Todo en ella era perfecto, quizás pronto podría confirmarlo. Justo en medio de la enésima paja pensando en Celia se le abrió la luz. El propio gilipollas de Julian le había dado la respuesta. El tío tenía un lugar alternativo para sus escarceos sexuales. Pero ni aun así estaba tranquilo, no estaba seguro de decantarse entre el amor o su cartera. Siguió desvelado hasta que Morfeo atacó sin piedad y lo atrapó en sus brazos, con la ropa interior todavía bajada.


-       ¡Al lago! ¡Ahora! El agua estará fría aún.

-       ¡Que no! Os lo digo yo. Hace el calor suficiente.

-       Además, este no va a nadar…. ¡Va a montar!

-       ¡No seas bruto, capullo!

-       ¡buaj! –

Julián estaba enfadado. Ni por lo más remoto de su estrecha mente había soñado que su apuesta pudiese tambalearse. Apretaba los puños en señal de rabia, sin aceptar su inminente derrota. Un destello en la mirada puso en alerta a Quique. Sin duda tramaba algo.

-       ¿Ya has quedado o es otra de tus mentiras?

-       Pues si y no. – respondió Quique desafiante

-       ¡Ya estamos!

-       ¡Hemos quedado… pero todavía no le he dicho dónde!

-       ¡Tú sueñas!

La señal del timbre que anunciaba el final del tiempo de recreo apaciguó los ánimos y amansó las fieras. Cada uno por su lado se dirigieron al aula. Poco menos que la muchacha en cuestión atropelló a Quique mientras subía las escaleras.

-       ¡Hola…!

-       Ho… hola.

-       ¡Te estaba buscando! ¿Ya sabes dónde llevarme? – le dijo mirándole a los ojos y modisqueando compulsivamente la capucha de un bolígrafo. - ¡Recuerda… a las nueve en casa! ¡Sin bromas con eso…!

Lo cierto es que Quique lo soltó de sopetón, había planeado hasta cómo contárselo a la muchacha pero el plan había saltado por los aires al cruzársela y zambullirse en el fondo de aquellos extraordinarios ojos.

-       ¡Perfecto! ¡Me apetece nadar…! ¡No creo que puedas pillarme! – dijo ella pícaramente mientras dejaba a la vista de un complacido Quique su bonito trasero que se alejaba al andar – a no ser que me deje… claro.

No podía quitar la vista de semejante monumento. El sexo anal le había sido vetado hasta entonces una y otra vez. Sus múltiples conquistas jamás habían accedido a complacer su fantasía sexual más oscura, para mayor regocijo de su amigo Julián, que se jactaba de haber reventado no menos de media docena de aquellos culitos tiernos que pululaban por en instituto.

-       ¡Espera, espera! – él corrió para atraparla de la muñeca – Quedamos a las tres en el club… ¿Tienes… bici?

Se maldijo mil veces su mala suerte y su peor desdicha. Era pobre y no tenía otro medio de locomoción para llevarla a su cita. La chica no pudo evitar reírse de la ocurrencia del muchacho.

-       Pues sí…claro.  – respondió en tono no muy convincente

-       Pues… hasta mañana.

-       Hasta  mañana -

Si la noche anterior Quique no pudo pegar ojo, la previa al encuentro todavía se le hizo más difícil conciliar el sueño. Parecía mentira tratándose de él. No era la primera vez que iba a estar a solas con una chica, ni tampoco era un primerizo en temas de sexo. Hacía tiempo que había dejado de ser virgen y la hermana de Julián podía dar fe de sus habilidades entre las sábanas, pero no tenía la conciencia tranquila.  El tema de la apuesta le rondaba por la cabeza. Dudaba si su decisión había sido la correcta pero ya era tarde para echarse atrás.

Escondido en un seto un alterado Quique oteaba desde lo lejos la puerta del club, desierto como no podía ser de otra forma a aquellas horas de la tarde. No quería quedar como un gilipollas y presentarse a la cita como un pardillo asustado. Prefirió quedarse allí hasta cinco minutos de la hora señalada.

-       Seguro que llegará tarde… si viene.

A las tres y diez minutos, una impresionante motocicleta aparcó elegantemente delante suyo. Con la boca abierta, Quique no podía creer que el rostro de su sonriente amiga amaneciese debajo del casco. No la había reconocido montada en semejante corcel negro y sobrado de potencia.

-       ¡Menuda moto!

-       ¿Te gusta?

-       ¡Qué pasada! – Quique estuvo poco acertado al no dedicar ni un solo cumplido a la muchacha que lucía una camisetita  corta que quitaba el hipo - ¿es tuya?

-       De mi padre – mintió ella quitándose el casco - ¡Vaya pepino! ¿Eh?

No quería dar más explicaciones de la procedencia de la máquina.

-       ¡Ufff! – no dejaba de recrearse en las estilizadas formas del vehículo – pero tú aun no puedes conducirla… no tienes permiso todavía.

Estuvo hábil en contenerse y no recordarle la edad que ella tenía.

-       ¿Y por qué te crees que estoy castigada? – le contestó la amazona con una graciosa mueca.

-       ¿Y si te pillan?

-       ¡Pues no volverás a verme en una larga temporada!  ¿Nos vamos?

-       ¡Vamos p´allá! – Quique abandonó su bicicleta, montando en la máquina con agilidad. - ¿Conoces la carretera antigua carretera que va junto al río?

-       ¡Claro!

Quique estaba desubicado. No sabía qué pensar de la muchacha. Parecía ten indefensa y dulce en el instituto que le resultaba difícil que pudiese manejar aquel bicho con semejante soltura. El casco ocultaba su cara de espanto cuando las curvas se sucedían a una velocidad de vértigo. Se aferraba al estribo como un naufrago a una tabla, y eso que tenía experiencia en viajar de paquete. Todos sus amigos tenían ciclomotor pero nada que ver con la máquina que aquella chavalita tenía entre las piernas. Tan absorto estaba en sus pensamientos que ni se percató de que otro vehículo les seguía.

Al aproximarse a su destino para su fortuna el frenético ritmo se ralentizó. De aquella manera pudo disfrutar del paisaje y deslizar sus manos sobre el ombligo desnudo de su conquista. La delicada bisutería que allí se alojaba resultaba de lo más excitante. La amazona no encajó muy bien el golpe ya que se sacudió compulsivamente al notar su cuerpo acariciado. Negó con la cabeza, señal inequívoca de que Quique debía contenerse si no quería acabar con sus huesos sobre el asfalto. Con señales y movimientos al final llegaron a su destino. El galán se hubiese corrido como un mandril de permanecer un instante más pegado contra la muchacha.  La verga soportaba una excitación tal que con el roce de una pluma hubiese disparado su munición sin hacer prisioneros. Mediante señas guió a joven a lo largo de varios caminos hasta que hizo el gesto de detenerse. Una enorme valla les cerraba el paso.

-       ¿Y ahora? – dijo la chica aparcando la motocicleta bajo un árbol y sacando un bolso del portamaletas.

-       ¡La entrada secreta! – le contestó él, tapándose la escandalosa entrepierna con su propia mochila.

Unos metros más adelante, debajo de un arbusto se escondía un pequeño agujero que violaba la integridad empalizada metálica. Al intentar ayudar a la muchacha, no pudo evitar empujarla por el trasero. Ella giró la cabeza, abrió la boca como queriendo protestar pero no dijo nada al ver que el gesto no pasaba de un simple toqueteo mas o menos casto.

-       ¡Menudo culo! ¡Me cago en mi madre! – no dejaba de pensar Quique mientras la conducía rápidamente por un sendero en el bosque – Se puede partir una piedra con semejante roca. Tengo que darle por ahí o me muero..

Unos minutos después llegaron a su destino.

-       ¡Pero esto es precioso! Es una pasada – Y sin más le estampó un sonoro beso en la mejilla del chaval que lo recibió sorprendido - ¡Qué calor que hace! ¡Al agua!

Quique también contempló el paisaje. Cualquier cosa con tal de rebajar su calentura. Lo cierto es que la animada charla del breve paseo le había calmado en parte. En la intimidad, la joven no parecía tan vergonzosa, lo que le daba ánimos para seguir con el plan. Quizás tuviese una posibilidad con ella.

No era exactamente el lugar que él hubiese deseado compartir con la chica. Lo cierto es que no era gran cosa de no ser por el azud del río que contenía el agua produciendo un remanso ideal tanto para el baño como para la pesca. El paraje pertenecía a una propiedad privada pero jamás ni él ni sus amigos se habían encontrado con nadie allí.

Un movimiento de la chavala lo devolvió a la realidad, y más todavía cuando comenzó a desvestirse como un rayo para mayor deleite de Quique. Al sentirse observada por aquel lobo hambriento dejó de hacerlo, pudorosa.

-       Por… por favor. No… no mires – sus mejillas no dejaban dudas acerca de sus sentimientos – Me… me da vergüenza.

Un desconocido y galante Quique se giró. En cualquier otra circunstancia no se hubiese andado con tantos rodeos. Le hubiese arrancado las bragas sin miramientos, tirándosela ahí mismo.  En ocasiones similares solía hacer lo así y jamás ninguna de sus amantes había puesto objeción alguna. Raro era el sábado que no se cepillaba a alguna de aquellas putitas ricas. Les comía la oreja durante un rato, después la visita de rigor a los lavabos del bar y luego, humo. A por otra. Sin ataduras, sentimientos y otras chorradas.

Pero esta vez era diferente.  No era de noche y aquella chica no se asemejaba a las que solía camelarse. Parecía tan nerviosa y frágil, incluso se le pasó por la cabeza que pudiese ser virgen, cosa que le inquietó un poco. Casi todas las chavalas a las que había catado tenían más horas de vuelo que un boeing 347. Quique se sintió un poco culpable de arrebatarle la honra como sin duda iba a hacerlo. No le gustaban las primerizas, tuvo una muy mala experiencia con una prima suya, que no dejó de llorar mientras se la tiraba en casa de la abuela. Con tiempo y práctica su primita se convirtió en una estupenda compañera de juegos. Esperaba que con su amiga del instituto tuviese la misma suerte.

Pronto se olvidó de sus tribulaciones, en cuanto volvió la vista a su acompañante. Sus mejores expectativas se vieron colmadas. El cuerpo de la chiquilla no tenía desperdicio. Se recreó especialmente el en contoneo acompasada de los soberbios melones que  adornaban el torso de la ninfa.  Como leyéndole el pensamiento ella se giró de espaldas intentando ocultar al mirón su espléndida anatomía. El resultado de la maniobra en lugar de aminorar la lívido de un Quique paralizado por el espectáculo la elevó a la enésima potencia. El tanguita del biquini se perdía en el interior de los cachetes de la chavala, mostrando al mundo el maravilloso trasero casi en toda su integridad. Para colmo del desasosiego de Quique procedió a ajustarse la braguita con sus manos. Fue sólo un instante, un suspiro pero al desencajado chico le pareció adivinar el agujerito trasero de la excitante lolita.  Se paralizó de nuevo.

  • "¡Pero qué cojones me pasa! Parezco un gilipollas" – pensó.

Ella se volvió de nuevo, presentándole su sonrisa. Al principio se cubrió un poco los pechos, pero poco a poco sus brazos cayeron dejando al descubierto un coqueto biquini que se las veía y deseaba para contener todo el material humano que tenía dentro. La chica respiró hondo. Parecía que le costaba sentirse examinada con tanto descaro como lo estaba haciendo Quique. Además la cercanía del atractivo muchacho le estaba poniendo nerviosa. No era de piedra y él le gustaba, era evidente.

-       ¿Qué esperas?

-       ¿Qué?

-       ¿Y tu bañador?

-       ¡Sí, sí! – replicó sin pensar

-       ¡A que no me pillas! – Sin dejarle respirar la ninfa se precipitó contra el remanso del río

Se sintió aliviado, al menos de aquella manera su amiga no se daría cuenta de la tremenda erección que su pene había sufrido al verla semidesnuda. La dureza de su miembro viril le dificultaba el movimiento, mucho más sobre las resbaladizas piedras que le separaban de su amada.

Él, el chico del pico de oro, el de la labia infalible no sabía qué decirle a aquella chavalita preciosa que le miraba radiante y burlona. Su mente era un aquelarre de sensaciones contradictorias: remordimiento, deseo, vergüenza, excitación… un poco de todo y mucho de nada.

Ni corto ni perezoso se abalanzó sobre la chica. Pero esta no se lo iba a poner tan fácil. Como ella predijo le costó  alcanzarla. Si sobre la tierra era un gamo en el agua un soberbio delfín que escapaba constantemente a las encerronas que Quique intentaba. Tan sólo cuando a ella le apeteció se dejó atrapar por las manos del muchacho que la aferraba tan fuerte como temiendo perderla de nuevo si las aflojaba. Es difícil manejarse con el periscopio levantado. Ella fingió evadirse, pero evidentemente no deseaba hacerlo. Su boca decía una cosa y su cuerpo otra totalmente distinta. Aquello, lejos de ser un simple toqueteo era un magreo en toda regla. Quique era un pulpo.

-       ¡Suelta, suelta! – protestaba sin convicción.

-       ¡Ya no te escaparás!

-       No… no seas tonto… ¡Para!

Se calló al sentir sobre su piel la dureza de la entrepierna de Quique. Parecía asustada al conocer la verdadera envergadura de su próximo enemigo. Bajó la vista pero bajo el agua se le hizo difícil imaginar lo que le esperaba.

-       "¿Te ha gustado mi polla?" – pensó Quique halagado – "pronto la tendrás muy adentro. Suplicarás que te dé más fuerte… como todas. "

Quique estaba desconocido. Aquel razonamiento no era propio de él, sino de su amigo Julián. Fuera de sí, sus manos recorrían frenéticas cada recoveco de la muchacha que se dejaba hacer cada vez más excitada. De momento se contentaba con palpar aquellos soberbios senos por fuera de la tela pero ambos sabían que pronto aquella débil barrera caería irremisiblemente para mayor gloria del muchacho.

-       Tra… tranqui… lo – gimoteaba cuando sintió su cuello mordisqueado compulsivamente – no… no tal rápido

Ciertamente Quique estaba a punto de caramelo. Si sus cuerpos no se juntaban más era por que lo evitaba la enhiesta arma del muchacho. Frotaba salvaje la piel de la ninfa en busca de su madriguera. Ella no le facilitaba la tarea, contorsionándose de mil formas para salvar su en teoría inmaculada honra. Dejó de evadirse cuando Quique le ofreció su boca ansiosa. De un saltito, se encaramó al muchacho como una anaconda y los labios se unieron en el salvaje cortejo. De los labios a las lenguas, apenas medio segundo. La batalla fue salvaje, un par de serpientes húmedas y rabiosas enroscándose sin tregua.  Para mantener la postura, no le quedó otra al buen Quique que amasar el trasero que tanto deseaba profanar, comprobando de primera mano las  excelencias de semejante tesoro. De aquel día no iba a pasar, rompería el culito a la golfilla aunque fuese lo último que hiciese en la vida. La violaría si hacía falta. Al fin y al cabo, ella misma se lo había buscado, acompañándolo hasta aquel lugar apartado de la mano de dios.

La ninfa notó como su vulva se aposentaba sobre la verga del muchacho, separándolos tan solo las prendas de baño que ocultaban, al menos de momento, sus sexos.

Precisamente, durante el torpe intento de Quique por apartar el dichoso tanguita cuando ella aprovechó su descuido para zafarse. No obstante, esta vez no se evaporó. En lugar de eso tendió la mano a su amigo.

-       ¡Vamos fuera – musitó mimosa  - mejor en la toalla….

-       ¡Sí… sí!

A Quique le daba lo mismo. Bajo el agua, en la toalla, en el baño de un bar o donde hiciese falta, con tal de meterla. Había llegado inclusive a  asaltar el cuarto de una novieta un sábado por la noche, follando sin hacer ruido para que su hermanita y compañera de cuarto no los descubriese.  Con el ansia propia de su edad, ni él ni sus amigos medían las consecuencias de sus actos. Más de una vez se habían metido en líos, sobre todo Julián y su enfermiza obsesión por el sexo brutal y salvaje.

Quique se dejó guiar como un corderito sigue a su madre.  La chica no parecía muy segura de sí misma pero ya no había marcha atrás.  A penas colocó la dichosa toalla en el suelo cuando sintió de nuevo sobre sus pechos las manos febriles de un Quique lanzado. Cerró los puños y respiró profundamente, de esta manera evitó su reacción instintiva de apartarle las zarpas al salido. No quería comportarse como una tonta, el mozalbete era uno de los chicos si no  más guapos sí más populares del instituto. Tumbada boca arriba se dejó sobar con más vergüenza que  gusto con la cabeza algo girada para no cruzar la mirada con el muchacho. Tan sólo un imperceptible respingo exhaló cuando de un tirón sus senos ondearon al viento. No pudo reprimir un gemido al sentir sus pezones atacados con furia por los labios de Quique.

Los remilgos de la muchacha eran más bien por puro compromiso. Se veía a la legua que deseaba la penetración incluso más que Quique. En lugar de cerrar las piernas, allanaba el camino a su amante abriéndose como una flor buscando la primera navajada. Ya  estaba el muchacho en plena faena, con su verga llamando a las puertas del cielo cuando la lolita dio un respingo. Al tiempo que el bañador del muchacho volaba por los aires dijo:

-       ¿Has oído eso? ¡Me parece que hay alguien!

Quique miró a los lados pero no hubiese visto ni a una manada de elefantes, cegado como estaba en cepillarse a la chica.

-       ¡Chorradas! – y sin más dilación penetró a la muchacha que lanzó un alarido tremendo con los ojos abiertos.

-       "¡Pues tampoco es para tanto! Esta puerca no es virgen ni de coña… "-pensó.

Ya empezaba a bombear, intentando no pensar en nada para evitar la corrida precoz cuando una mano le agarró del hombro herido, tirándolo para atrás.

-       ¡Qué cojones…!

Ya no pudo articular palabra, un tremendo golpe en su ojo derecho le selló los labios. Notó como las piernas le fallaban y se le nublaba la vista rápidamente.

Quique no sabía qué había pasado. Ni cuánto tiempo había permanecido  inconsciente. Su cabeza le dolía pero nada comparable con el estado de su ojo que apenas podía abrir. Y casi mejor que no lo hubiese hecho. La escena que ante él se desarrollaba no era nada agradable.

-       ¡Bueno, putita! ¿Qué vamos a hacer contigo?

-       Po… por favor… suéltenos. No… no nos haga daño…

-       ¿Daño? ¿Pero si te va a gustar, hija mía? – decía el hombretón en tono burlesco.

-       ¡No!  - gritaba ella sin cesar.

Quique contempló a su último ligue, de pié, con las manos esposadas a la espalda y la cabeza agachada. No dejaba de hipar y lloriquear. Lo estaba pasando fatal. Un cuchillo de caza no cesaba de recorrer sus delicados senos de forma más que amenazante.

Quique notó sus manos también inmovilizadas del mismo modo, pero tumbado en el suelo y todavía desnudo.

Cinco tipos rodeaban a la desconsolada. Todos con uniformes militares, completamente equipados.  Cuatro de ellos tenían el rostro cubierto por pasamontañas. Tan sólo el otro, el que evidentemente dirigía el grupo articulaba palabras con marcado acento extranjero tan evidente que inclusive parecía forzado.

-       Esto es una zona militar, zorrita.

-       Yo… nosotros…

-       ¡Cállate! – una sonora bofetada resonó junto al río.

-       ¡Ya basta! – gritó Quique - ¡Os estáis pasando! No sé cómo demonios nos habéis encontrado…

No pudo segur hablando, una tremenda patada en las costillas le dejó sin aire.

-       ¡A callar, recluta! ¡Aquí mando yo y punto! ¡Hablarás cuando se te ordene! – gritó el sargento con su bota sobre el pecho de un Quique que luchaba por respirar.

-       ¡Je,je! – dijo uno de los enmascarados, el más musculoso.

-       ¡Ni una palabra, soldado!

El interpelado asintió.

-       ¡Quizás seáis espías!

Quique pensó que a aquel tipo se le iba la pinza.

-       "¡Este tío está loco!" – pensó.

-       Como comprenderéis, tendremos que cachearos. Es el procedimiento estándar. Podrías esconder… - sonreía el hijoputa de oreja a oreja ante su propia ocurrencia - … armas.

-       ¡No, por favor…! – la chica gimió al sentir la manaza del militar hurgando en sus minúsculas braguitas de baño - ¡Se lo suplico! ¡Aaaaaayyyyy!

-       ¡A lo mejor un  poco más…a…den…tro!

-       ¡Aaaayyyyyy!

Ella intentaba en vano apretar las piernas pero era inútil. Evidentemente un dedazo se ensartaba en su vulva inmisericorde.

-       Perfecto… está limpia, señorita. – giró la cabeza el sargento en busca de otro agujerito con el que jugar - ¡Quizás por detrás!

-       ¡No… no, por Dios! No lo haga… no llevo nada – la chica desesperadamente buscó la mirada de Quique pidiendo ayuda.

Mas su caballero andante se comportó como un miserable cobarde, agachó la mirada al tiempo que aquel asqueroso proporcionaba en mismo tratamiento al culo de su amiga. Ojalá pudiera haberse colocado las manos en las orejas con tal de no oír los chillidos de la ninfa.

-       ¡Bien… esta está limpia! – dijo al tiempo que la joven caía al suelo como un saco - ¡Veamos el recluta!

Quique no se esperaba aquello. Se alarmó muchísimo. No hablaba en serio. No podía ser. A él no. Él era un tío. Pero fue que sí. Todavía con más saña el sargento lo tumbó boca abajo y le profanó el trasero sin reservas. Chillaba el muchacho como un cerdo.

-       ¡Grabe esto, soldado! Es el procedimiento habitual para interrogar a los prisioneros.

Tanto sufrimiento sentía el desdichado Quique que apenas había reparado en que varios de aquellos animales portaban cámaras de vídeo. Su tortura estaba siendo inmortalizada para mayor escarnio. No menos de diez minutos de tremendas sacudidas fueron los que tuvo que soportar el chico antes de que el torturador se sintió satisfecho con la pulcritud de su ano.

-       Muy bien, recluta…. Volvamos con la zorrita. La tiene que chupar… - el hombre movió la cabeza, como buscando las palabras exactas - ¡De puta madre!

Se dirigió a la hembra. Apartando sin miramientos al musculitos que desde hacía un rato le comía el coñito rabiosamente. Un tremendo cuchillo en su garganta le quitaron las ganas a la jovencita de ni siquiera pensar en resistirse. Parecía una muñeca hinchable, no se negaba a nada pero tampoco colaboraba.

-       ¡No… no me maten! – a penas masculló.

-       ¿Qué dices, zorra? No te oigo…

-       Ha… háganme lo… lo que quieran pero… – hipaba al hablar desconsolada – pero por Dios… no me… maten.  ¡Ni a él tampoco!

El hombretón no cabía de gozo ante tal ofrecimiento tan habitual. El arte de la violación no tenía secretos para él. Sabía por experiencia que tarde o temprano la víctima deja de luchar. Su mente se evade, abandona el cuerpo y se convierte poco menos que en un juguete en manos de sus torturadores. A partir de ese punto todo era mucho más sencillo, podrían abusar de ella de mil formas. En una ocasión había sometido a una familia completa a una semana entera de vejaciones e incluso al final el patriarca le había dado las gracias. El síndrome de Estocolmo elevado a la enésima potencia.

-       ¡Por supuesto que vamos a hacerte lo que nos dé la gana, princesa! Tan seguro como que sale el sol por las mañanas… - hizo una pausa en su hablar – en cuanto a lo otro… veremos cómo os portáis. Si sois buenos chicos incluso podéis pasar un buen rato. Te aseguro que yo al menos lo voy a pasar estupendamente.

Sin más agarró a la chica del cabello, obligándola a arrodillarse. Le estampó la bragueta a un palmo de la cara. Con la cara repleta de lágrimas, ella se sorbió los mocos y comenzó a bajar la cremallera sin dejar de temblar.

-       ¡Dios mío!  - musitó al contemplar horrorizada aquel pedazo enorme de carne salpicado con multitud de pelos rizados y negros.

-       ¡Chupa, joder! – el impaciente sargento empujó de la nuca a la joven que no tuvo más remedio que albergar en su boca tal nauseabundo pene.

No aguantó mucho. Mas bien nada. Un par de ensartadas demasiado profundas para su capacidad le obligaron a desatender sus obligaciones, escupiendo babas y otros fluidos.

-       ¿Quién te ha dado permiso para que pares? ¡Cómeme la polla, zorra asquerosa! No querrás que mis soldados le arranquen la piel a tiras a tu amigo, ¿eh?

No quiso obligarla con sus fuertes brazos. Quería humillarla, que ella misma fuese la que se proporcionase el castigo.

-       ¡Déjala en paz! Hijo de puta – Quique había recobrado fuerzas y no pudo estar con la boquita cerrada. -¡Es asqueroso!

-       ¿Asqueroso?  Seguro que no te lo parecería si fuese a ti al que se lo hiciese ¿Verdad? – sonrió – Te demostraré que no es tan desagradable. ¡Traedlo aquí!

Dos enmascarados llevaron a Quique en volandas junto a su amiga. Pensó cándidamente por un instante que obligarían a la chavala a comerle la polla.

-       ¡De rodillas!

-       ¿Qué?

Un certero golpe en sus piernas le hizo ocupar un lugar al lado de ella en similar postura.

-       ¡Chupa! – le gritó blandiendo su estoque frente a la cara de Quique.

El excursionista negó con la cabeza, instintivamente apretó los labios pero no podía hacer nada.

-       ¿Sientes un roce frío en los huevos, recluta? Es el cuchillo de uno de mis fieles soldados. Si tan sólo sueñas con morderme la polla, no dudará en arrancarte los huevos de cuajo y echárselo a los perros, junto con las entrañas de la putita ¿entiendes?

El torturado apenas acertó a asentir. Tras un momento de titubeo, abrió los labios con desgana y se metió el rabo disponible apenas un par de centímetros en su cavidad.

-       ¡Lo estás haciendo muy bien! – rió el militar – Te dije que sería agradable… sobre todo para mí. No seas tímido, un poco más… que vea la princesita de lo que eres capas de hacer por ella. ¡Hummmmmm! ¡Has nacido para esto, recluta! Comes el rabo incluso mejor que esa estrecha…

Quique contenía su rabia. De buena gana hubiese dedicado su mejor dentellada a aquel desgraciado que además de violarle se burlaba de él. Pero no podía hacerlo, aquellos tipos iban en serio.  Notaba el cuchillo amenazante en sus ingles.

-       ¡Ahora, otra vez la princesita! No sea que se ponga celosa…

Alternativamente, el director de orquesta iba cambiando de escenario. De ella a él una y otra vez. Sin prisas, recreándose.  Jugó con ellos cuanto quiso, obligándoles a recorrer con sus lenguas los genitales,  darle brillo a su verga y controlar sus ganas de vomitar. Estaba encantado. Todo iba sobre ruedas. Las películas con violaciones reales valían una fortuna.

En un momento dado los ojos de los jóvenes se cruzaron. En teoría deberían estar pasando una tarde inolvidable. En cierto modo así era, aunque no en el sentido que ellos habían imaginado.  En lugar de que sus labios fuesen un todo, estaban separados por la tremenda polla del animal aquel.

Un tremendo chorro inundó el ojo sano de Quique. El olor y la untuosidad del líquido le indicaron desde un primer momento su procedencia orgánica. El cabecilla había elegido su rostro como diana de tan asquerosa munición.  Una generosa ración de ella acabó en el interior de su semientornada boca. Por si fuese poco un segundo borbotón se alojó directamente en el interior de su garganta. Con la punta del rabo sobre su lengua resultaba difícil errar el tiro.

-       ¡Traga, recluta, traga! – oyó una voz que le ordenaba hacer precisamente todo lo contrario a lo que deseaba– en el ejército no se desperdicia nada.

Y girándose de nuevo aquel asqueroso continuó:

-        Dejaremos que la princesa limpie el arma. ¿Serás buena, verdad?

Sin importarle lo más mínimo los gestos de asco de la chica prosiguió en su monólogo.

-       ¡Siento no haber dejado nada para ti, pequeña!  Ya soy un poco mayor para esto. – decía acariciando la cabecita de la chica mientras esta limpiaba su estoque con la lengua – pero no te preocupes, mis soldados se ocuparán de ti. Te darán toda la leche que puedas soñar…

-       ¡No… no! – suplicó inútilmente la ninfa.

En tono marcial se dirigió el líder a sus acólitos.

-       Atad al recluta al árbol… es hora de darle un bonito espectáculo.

Quique gritaba y se revolvía. No dejó de hacerlo hasta que el Sargento, harto de tanta tontería sacó un revolver y lo acercó a la sien de la muchacha que no cesaba de gimotear. Comprendió el muchacho de lo inútil de su lucha y se dejó maniatar a un enorme árbol. Su pene, pecho y vientre se aferraban a la corteza provocándole llagas y heridas. La postura era de lo más incómoda dado que los brazos y piernas del prisionero rodeaban el árbol, manteniéndolo como en vilo. Pero lo peor no fue eso. Lo peor fue sin duda observar impotente como aquellos cuatro infames enmascarados castigaban el cuerpo de su compañera de instituto tan salvajemente al tiempo que el hombre de mayor graduación apuntaba con aquella odiosa cámara de video. La delicada ninfa fue vejada una y otra vez por todas sus aberturas. Ni siquiera tuvo fuerzas de gritar cuando le metieron la verga por el culo sin ningún tipo de lubricación previa. Parecía un cuerpo sin alma, un juguete roto, un ángel caído al que aquellos demonios no dejaban de torturar. Los senos que el muchacho adoraba estaban siendo estrujados sin descanso por una lluvia de manos. El traserito que tanto anhelaba seguía mancillado una y otra vez por las vergas de aquellos encapuchados.  La bonita sonrisa de la joven había sido borrada de un plumazo, transformada en asco absoluto al tener que limpiar con su lengua los oscuros agujeros de los soldados.  Hablaban entre ellos y parecían disfrutar con lo que hacían, violar a una chica delante de su novio.

Quique no podía oír nada. Una música infernal castigaba a todo trapo sus tímpanos. El sargento le había colocado unos auriculares de los que no pudo zafarse por más que lo intentó.  Cobardemente admitió que aquello le aliviaba, de aquella forma los lamentos de su amiga no le destrozarían el alma. Pensó que todo había terminado, sobre todo cuando aquellos desgraciados, una vez hubieron saciado su sed de lujuria eyaculando en el interior de la lolita procedieron a ducharla abundantemente orinando a lo largo y ancho de su bonita anatomía. Ella intentó protegerse de la lluvia dorada, hecho que no agradó al más musculoso de los soldados, que no paró hasta mearle en la boca. No contento con tal nauseabundo ritual,  obligó a la adolescente a deglutir el contenido que tan fervorosamente había vertido entre sus labios, para mayor regocijo de sus compañeros.

El sargento volvió a tomar el timón de los acontecimientos. Dándole a uno de sus acólitos la maquinita que inmortalizaría tan salvaje encuentro sexual, procedió a asestar su golpe de gracia.

-       Me apetece jugar a una cosita… - dijo con tono socarrón - ¿sabéis jugar… a la ruleta rusa?

-       ¡No, por díos! – Quique estaba tremendamente asustado - ¡Ya vale… joder! ¡Os  estáis pasando!

Un golpe seco, su nariz contra el tronco, la sangre brotando y Quique de nuevo callado. Como tenía que ser.  La chica ya no tenía ánimos ni para protestar, parecía un ovillo de lana tirada en el suelo.

-       ¡Por supuesto que el recluta y la princesa saben de qué se trata…! Todo el mundo lo sabe…

-       ¡No…!

-       Se coge una bala… - dijo el hombre acercándose al muchacho

-       No siga…

-       Se abre el tamborrr…

-       ¡Dijo que no nos mataría!

-       Se cierra en tamborrr..

-       ¡No… no quiero morir…!

-       Se gira el tamborrr –

-       ¡No diremos nada a nadie… se lo juro! – imploraba como un niño.

-       Se apunta –

Tan asustado estaba Quique que a penas notó como el frío cañón del arma traspasaba su esfínter y se adentraba en las profundidades de su ano otrora virgen. Los segundos se le hicieron horas y suspiró aliviado cuando oyó el chasquido seco en lugar de la fatal detonación. A lo largo del tronco al que el efebo se hallaba amarrado discurrió raudo un nuevo torrente cuyo origen no era otro que el pene del desgraciado. Evidentemente, se había meado de miedo.

Desconcertado y perdido, ni se percató de que el sargento había sacado su otra arma y amenazaba el agujerito que todavía albergaba el revolver.  Tan sólo después de las primeras arremetidas fue consciente de que también él estaba siendo violado. Casi agradeció al cielo el ardor considerable que sentía en su trasero. Cualquier cosa mejor que una bala atravesándote la entraña.

El sargento sacaba espuma por la boca, enfervorecido como estaba en sodomizar al muchacho. Todo había salido a pedir de boca. Aquella enculada sin duda sería el mejor colofón a la tarde primaveral.

-       ¡Menudo culo tienes, pequeño! Apretado como a mí me gusta – le susurró al oído. – apuesto a que te cabe… toda.

-       ¡Aggggg! – gritó Quique al saberse empalado.

La inmensidad del Sargento le rompía las carnes, abriéndose paso por su intestino, como un hurón en una conejera. Si duda aquello era lo más semejante a un balazo, creyó partirse en dos una y otra vez. Cuando el semental incrementó el ritmo se sintió a morir. No contento con reventarle el culo salvajemente, el pervertido no dejaba de hacer comentarios soeces acerca de las excelencias del ano de Quique, de su dureza, profundidad y facilidad de absorción para con su enorme cipote. Eyaculó como un caballo en las profundidades del muchacho, que seguía llorando desvalido y humillado.

Lo ocurrido después se mezclaba en la cabeza de Quique inconexo, como un mal sueño. La chica limpiándole el trasero, la tibia meada del Sargento contra su espalda, su liberación nada delicada contra el suelo, la desaparición como por arte de magia de sus captores… Volvió a la realidad cuando apoyado junto a su amiga desanduvieron el camino hacia la motocicleta, mudos de miedo y atormentados por lo vivido.

-       ¡Tenemos que ir a la policía! – dijo Quique una vez una brizna de cordura le despertó de la pesadilla.

-       ¡No… no! – negaba ella con la cabeza, se abrazaba a sí misma con fuerza - ¿No lo recuerdas? ¡Tienen nuestros nombres!

Quique no recordaba tal extremo.

-       Se llevaron todo, las carteras, los móviles…

-       ¡Pero…!

-       ¡No! – la chica sacó fuerzas de flaqueza - ¡No se hable más! ¡Nadie tiene que saberlo…! ¿Comprendes? ¡Nadie!

-       ¡Pero…!

-       ¡Nadie! ¡Jamás!

Quique asintió de mala gana.

-       ¡Júramelo!

-       Lo juro.

Y sin mediar palabra alguna se subieron a la moto desapareciendo de allí a toda la potencia que tan sublime máquina podía dar.

-       ¡Os pasasteis un pelo!

-       ¿De veras?

-       Lo de la pistola no estaba en el guión.

-       Improvisé….

-       ¿Y si se hubiese disparado?

-       ¡Venga ya! Soy un profesional…

-       Supongo que la bala sería de fogueo…

-       ¡Por su puesto!

-       ¿Quedó bien la película?

-       Una obra maestra, se merece un Óscar…

-       No será para tanto

-       Y otro para ti… ¡menuda interpretación!

Sonrió. Y mucho más al ver el fajo de billetes que el “Sargento” le acercaba.

Procedió a contarlos.

-       … ocho, nueve y diez.  Diez por doscientos… dos mil…

-       ¿Para cuándo la siguiente?

-       El sábado que viene.

-       ¿Quién será la víctima?

-       Ya le tengo echado anzuelo.

-       ¿Y?

-       ¡Te gustará! Un gallito, un broncas… un memo. Amigo del de ayer… pero con más músculo.

-       ¡Me muero de ganas!  - exclamó el hombre agarrándose el paquete - ¿para qué quieres tanta pasta, princesa?

-       ¿Y a ti que cojones te importa? – contestó ella dando un portazo y saliendo de allí radiante – ¡Marica de mierda!

Sonriendo pensaba en el poco dinero que le faltaba para poder comprarse una nueva moto. La que tenía desde hacía apenas tres meses ya le parecía prehistórica.


-       … ocho, nueve y diez.  Diez por diez… cien… - Quique depositaba en la mano de un exultante Julián el pago de su apuesta.

-       Ya os dije que no lo conseguía ni de coña.

-       ¿Dónde narices os metisteis? Estuvimos toda la tarde esperando en el lago…

Quique negó con la cabeza, esta vez le costó mucho mentirle a sus amigos.

-       ¡Quedé con ella! – dijo con la mirada perdida - Pero no vino…

-       ¡Ya!

-       ¡Os lo dije! ¡Un fantasma!

Julián no cabía de gozo ante su evidente victoria. Él sí que tenía una cita con Celia el siguiente sábado por la tarde.