Fantasías y Realidades (2: El Viaje)

Con un poco más de experiencia planeamos un viaje que promete abrirnos las puertas del cielo. Nada más que el viaje ya merece un relato para él solito.

Muchos conocerán ya cómo Isabel y yo, en una situación tan increíble como placentera, dejamos de lado nuestras decisiones anteriores para dedicarnos a explorarnos el uno al otro. Esa primera vez, que siempre recordaré, no fue más que el principio de nuestra vida sexual. Aunque nos costó aceptar este cambio, al siguiente calentón las cosas fueron mucho más fáciles. Poco a poco comenzamos a ganar confianza y a aprender de nuestros cuerpos.

Ambos nos apuntamos a un gimnasio, donde empezamos a trabajar los músculos. El ejercicio había marcado mis músculos que a Isabel tanto le gustaba repasar con su lengua. Su figura también se había vuelto más definida, más firme. Las sesiones en el gimnasio casi siempre terminaban con algo de ejercicio extra en su apartamento.

Unos meses después de la pérdida de nuestra virginidad decidimos hacernos un regalo. Una escapada de fin de semana era algo que, tras las semanas de exámenes, nos merecíamos.

No teníamos mucho dinero, así que decidimos ir en autobús. Seis horas son muchas, pero esperábamos que no hubiera mucha gente y pudiésemos estar más tranquilos. Mientras buscábamos un sitio barato donde quedarnos, Isabel habló con una prima suya que trabajaba en un hotel de cuatro estrellas, bastante elegante. Ella nos consiguió un descuento interesante y reservamos una suite para el fin de semana. A medida que pasaban los días, los nervios me dominaban. Sólo con recordad los sentimientos de experiencias anteriores me hacían flotar, intentando imaginar lo que nos deparaban esos tres días, lejos de toda responsabilidad. Tenía que controlarme para no pajearme. Quería guardarme toda la energía para ella.

Por fín llegó el día. Habíamos quedado en la estación de autobuses. Yo sólo llevaba una mochila bastante grande, que dejé en un rincón mientras vigilaba por si veía llegar a mi chica. Cuando entró por la puerta, me tomó un instante reconocerla. Llevaba un precioso vestido de algodón, blanco y sencillo, de esos que se abrochan con una hilera de botones por delante, que dejaba entrever su silueta al contraste con el sol de la mañana. Se había rizado el pelo, como el de las chicas de los anuncios. Y en su espalda llevaba una pequeña mochila, la que usaba para ir a clase cuando no tenía que llevar ni libros ni cuadernos.

  • ¿Y esa mochila tan pequeña? - le pregunté, cuando conseguí reponerme del subidón de testosterona.

  • Suficiente para el equipaje que llevo - contestó, con esa mirada y tono de voz inocente, pero cargado de sensualidad. Se me acercó y me besó en la comisura de los labios. Apenas fue un roce, pero sirvió para comenzar el fin de semana.

La cogí de la mano y fuimos al andén. Al subirnos en el bus comprobamos que no había mucho pasaje, y cuando arrancó para salir de la estación nos fuimos a los asientos de atrás. Mientras íbamos, me fijé en los demás viajeros. Casi todos estaban en la parte delantera, intentando dormir o con auriculares escuchando música. Volví a mirar a Isabel. Estaba preciosa. Ella giró la cabeza para mirarme por encima del hombro, y sólo ver la luz en sus ojos me derretía.

Nos sentamos allá detrás. Yo me apoyé en la ventana y ella apoyó la espalda sobre mí. Así, recostada, me tomó la mano y la sostuvo entre las suyas.

  • Te quiero, princesa - le confesé, mientras me besaba las yemas de los dedos-. Llevo bastante tiempo soñando con este viaje.

  • ¿Ah, si? - preguntó juguetona-. Tendré que tener cuidado, entonces -me encantaba cómo sonreía.

  • No te preocupes, si no voy a hacer nada que tú no quieras.

  • Sería difícil encontrar algo que no quisiera hacer contigo - dijo cerrando los ojos. La abracé y le besé cariñosamente. Echó la cabeza a un lado, dejando su oído justo al lado de mi boca-. Me gustan tus sueños. Cuéntamelos.

La verdad es que me costaba trabajo hablar así con ella. Parece mentira, después de lo que pasó y lo que vino después, pero me costaba contarle mis fantasías. Ella lo sabía, y por eso se había ocupado de calentarme desde que entramos en la estación. Y con un par de miradas suyas más el pensar el fin de semana que nos esperaba, consiguió desinhibirme.

  • He soñado contigo. Me gusta mucho tu carita -comencé a decir, mientras le acariciaba la mejilla-. Me encanta verla llena de placer.

Ella se encogió, falsamente modesta. Yo seguía acariciando su mejilla, su orejita, su cuello...

  • He soñado que te acariciaba. Despacito, como haciéndote cosquillitas -mis dedos seguían jugando con su cuello y pelo-. Me gusta sentir como se erizan tus vellitos, como cambia tu respiración -mis caricias fueron del cuello hacia la garganta, y comenzaron a bajar lentamente. Vi como cerraba los ojos y sus labios se abrían muy ligeramente-. Me gusta recordar el color de tu piel, el tacto... y el sabor -mordí ligeramente bajo su oreja, lamiendo su suave piel. Pude oír un breve suspiro que me animó a seguir.

  • Por ejemplo -continué-, me gusta soñar con tus pechos, e imaginarme como los pezones se endurecen cuando los rozo -mis dedos bajaban por su escote y desabrocharon un botón. Pude ver el sujetador blanco con encajes que llevaba, y sentir los cambios que producían mis palabras y mis caricias.

Seguí recorriendo su pecho por la línea del sujetador, bajando un poco más al llegar al canalillo. Su respiración se agitaba, pero ella la mantenía bajo control.

  • Me gusta cuando descubro tu piel, cuando te quito la ropa interior -yo seguía mientras bajaba muy lentamente una de las copas del sostén, cuando la aureola comenzaba a asomar retiré mis dedos y me los llevé a la boca-. Lo que más me gusta es sentir tus pezones duros, y lamerlos -mis dedos ahora mojados con mi saliva volvieron al trabajo, buscando el pezón que se endurecía por momentos.

Isabel comenzó a gemir muy, muy suavemente, casi imperceptiblemente, cuando mis dedos húmedos comenzaron a jugar con su firme pezón. Me estaba calentando cada vez más, mi polla llevaba tiempo endurecida, y sin darme cuenta ella llegó a la cremallera.

  • No creas que vas a escaparte. No me gusta disfrutar sola.

Sin decir nada más, se dispuso a bajarme la bragueta, despacio, sin hacer ruido. Cada milímetro era una caricia que acrecentaba mi ya abultado miembro. Mi mano no podía resistirse y magreaba sin miramientos sus pechos. Cuando consiguió sacarme la polla se dio la vuelta y, como pudo, bajó para chuparla. Con cada latido notaba cómo me temblaba. Notaba su aliento. Moví mi mano para acariciarle el pelo, y la miré.

Estaba sonriendo, con sus labios levemente rozando mi miembro. Se pasaba la lengua por el labio superior. El vestido, con el botón desabrochado, dejaba ver el sostén movido y sus dos preciosas tetas asomando, pidiendo a gritos que alguien los chupara. Al fin sacó la lengua y repasó la punta, como midiendo su grosor. Yo no podía estar más sin sentir la calidez de su boca rodeándome.

Y entonces el autobús paró. Llevábamos más de dos horas de viaje, entre la charla del principio y lo despacio que habíamos ido por temor a los ruidos habíamos llegado sin darnos cuenta al área de descanso. El conductor anunció una parada de treinta minutos y todos empezaron a levantarse. No podía creerlo, y mientras me guardaba la polla Isabel se levantó. Con los pechos al aire, frente a mí. De espalda el resto del bus nadie podía ver lo que yo tenía ante mis ojos. Sonriendo se arregló, y dio media vuelta para salir del autobús.

Esa media hora fue eterna. Ella se limitó a mantenerme caliente, sin ceder un ápice. Yo estaba a punto de explotar, y para colmo al subir un grupo de chicos se sentó en las filas de atrás. Ni me molesté en reclamar nuestro sito, nos sentamos un poco más delante, donde ella podía seguir torturándome. Mi cerebro buscaba la forma de resarcirme, de hacer algo. No podía mantenerme así más tiempo.

Pocos minutos después de salir el conductor puso el aire acondicionado. El fino vestido de Isabel la traicionó, y me preguntó si llevaba algo con lo que pudiera arroparse. Le pasé un suéter y la arropé. Dejé mi mano sobre su regazo, bajo la sudadera, y le acaricié la pierna. Ella me miró y dijo susurrando:

  • Hay demasiada gente, cariño. Tendrás que esperar a que lleguemos.

Mi mano se deslizaba ya bajo el vestido, y se movía lenta pero imparable hacia su sexo.

  • No puedo contenerme, princesa. No puedo hacer lo que apenas puedo controlar, pero quiero que sepas lo que pasa por mi mente -su sonrisa demostró que aprobaba el juego. Mis dedos llegaron al tanguita que mostraba su excitación. Ella no había descansado tampoco. Ambos estábamos a punto de explotar. La acomodé para que descansara sobre mí como antes, donde pudiera escuchar mis susurros y recibir mis caricias.

  • Quiero repasar tus piernas con mi lengua. Acariciarte con mi nariz, aspirar tu olor -le decía en voz baja mientras acariciaba la parte interna de sus muslos-. Chupar cerca, muy cerca de tu coñito, para que sientas cuanto te quiero -mis dedos jugaba ahora en la línea del tanga, levantándolo ligeramente. Isabel comenzaba a respirar de esa forma que tanto me excitaba. Deslicé un dedo bajo la tela y pude sentir su humedad-. Estas mojada. Me gustaría mojarte más, besándote suavemente -tres dedos repasaban sus hinchados labios. Ella separó las piernas levemente, invitándome a seguir-. Estás preciosa cuando te excitas. Me gusta verte gemir. Me gusta tocarte para hacerte gemir -comencé a masajear toda la zona, sintiendo el vello, acariciando alrededor del clítoris como ella me había enseñado, en círculos, variado la presión, sin seguir un patrón fijo. Sentía su cadera acompañar mi movimiento, pero muy sutilmente.

  • ¿Y eso me lo harías aquí? -preguntó, con voz entrecortada.

  • Claro que sí. Y no es lo único.

  • Pero hay mucha gente -su tono de voz me desafiaba a continuar.

Mi otra mano acudió en ayuda. Bajé ligeramente el tanguita, haciéndole saber que sobraba. Realmente quería quitárselo pero ya llegaría el momento. Mi gesto le hizo abrir los ojos. Por un segundo creyó que de veras iba a desnudarla. Con eso era suficiente.

  • Ya no me gusta el tanga. Te lo quitaría, y te acariciaría subiéndote el vestido -mis manos jugaban juntas ahora, una en sobre su sexo y la otra sobándole el culo.

Entonces cambié de postura. Me moví de forma que ahora ella estaba recostada sobre el cristal, y yo ligeramente sobre ella, con sus piernas sobre las mías. El suéter seguía cubriendo nuestro juego. Su cabeza se apoyó sobre el cristal, y me miró de reojo, sorprendida y expectante. Seguí jugando sobre su sexo, tanteando la entrada que tanto ansiaba penetrar.

  • Quiero follarte, princesa -mis dedos rodeaban ahora su cálido agujero-. Quiero que me sientas muy dentro de ti.

Volvió a cerrar los ojos y dejó la boca abierta. Mis dedos se decidieron a entrar, buscando la forma de seguir rozando toda zona sensible. Mis dedos entraban y salían lentamente, profundamente. Ya conocía cómo debía hacerlo para que se derritiera de placer. Comenzó a respirar más y más rápido. Me recosté un poco más sobre ella. La postura era bastante forzada, pero ya todo me daba igual.

  • Siénteme dentro, mi vida -mis dedos la exploraban por dentro. Sus movimientos se hacían cada vez más pronunciados-. Si hiciera un poco más de frio fuera, podría ver tu aliento en la ventana.

  • Si hiciera un poco más de frío fuera te pediría que me calentases más -su respuesta llegó de improviso-. No pares hasta que me corra.

Me relajé un poco, ella cambió de posición para recostarse sobre mí, en una postura más natural, pero permitiéndome acceso completo. Seguí acariciándola mientras ella gemía en mi oído. Decidí hacerla sufrir, parando cuando más excitada la notaba.

  • Nooo -imploraba- ni se te ocurra parar. Dame lo que busco, y yo te lo daré a ti.

Cuando hablaba en ese tono era porque la bestia sensual que encerraba había sido liberada. Bajó su mano y la dejó sobre la mía, como para asegurarse de que el movimiento no cesara. Seguí, constante, jugando con sus húmedos pliegues. Su respiración entrecortada me hacía cosquillas en el oído. Habría dado un mundo para poder penetrarla en ese mismo instante. Comencé a besarle el cuello, a morderlo suavemente. Sus leves gemidos me excitaban cada vez más.

Noté entonces un leve temblor en sus muslos. Estaba a punto de correrse. Su cadera se movía un poco más, sin poder disimular el placer que recibían. Aceleré el ritmo, sin obviar ningún rincón de ese coñito tan mojado. Los temblores volvía, más intentos. Sus brazos se agarraron a mí clavando sus uñas, hundió su cara en mi cuello, abriendo la boca y mordiéndome para ahogar el intensísimo orgasmo que recorría su cuerpo.

Cuando se relajó, me abrazó un poco más, y besándome me dijo

  • Te quiero, Edu.

Se dejó caer sobre mí, cayendo dormida en ese instante.

Mis huevos estaban rebosantes de leche, mi polla no cabía en el pantalón. Las dos horas siguientes fueron un suplicio, sin modo alguno de bajarme la tensión que tan enhiesta mantenía mi verga. Para colmo, Isabel me acariciaba de vez en cuando el paquete, pero tan suavemente que sólo mantenía o empeoraba la situación.

Tras esta tortura llegamos a Madrid. Desperté a mi chica con un beso y le avisé para que se preparara, que ya bajábamos. Ya nos vamos al hotel.

  • No, cariño –me contestó, con su carita de niña buena. Me cogió la polla a través del pantalón y siguió-. Prepárate tú, que ya te la bajo. Vámonos al hotel.

[Continuará]

(Por favor, dejen sus comentarios y sugerencias para ayudarme a relatar mejor estas experiencias. Gracias)