Fantasías sexuales de las españolas: Silvia

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Silvia

“Una tarde completita” pensó Sofía mientras transcribía la última nota. Si pensaba que el vaso de su capacidad de sorprenderse estaba ya lleno, la última de sus citas se encargó de hacerlo rebosar.

Silvia era una chica peculiar a la que Sofía le costaba clasificar. Las dos primeras veces acudió a consulta con su pareja. Un caso atípico: en esta ocasión era él el que había insistido en ir a terapia y ella la que acudía a regañadientes, sin entender muy bien lo que hacían allí y por supuesto, reacia a colaborar. Se invertían los papeles respecto a la mayoría de los matrimonios que pasaban por la consulta.

En esas dos sesiones, apenas se mostró comunicativa y negó que en su matrimonio hubiera ningún problema especial. Discutían, pero no más que cualquier otra pareja, nada del otro mundo. Su marido sí fue capaz de aportar un buen historial de conflictos y desagravios mutuos a los que ella, sin embargo, restaba importancia. La sorpresa vino cuando en la tercera semana él llamó para decir que cancelaban la terapia: se acababan de separar y estaban con los trámites del divorcio.

Pues sí que parecía que había problemas, aunque Sofía no había llegado ni siquiera a rascar la superficie. En fin, hay veces que las cosas no tienen solución, simplemente no llegas a tiempo y otras ni siquiera aciertas a empezar cuando ya se han roto. Pero esa no fue la extrañeza. Eran muchas las parejas que no pasaban de los primeros días de terapia. El tema es que Silvia sí que llamó para confirmar su cita. Sofía supuso que se había tratado de una separación inesperada, alguna historia de fondo debía haber. Seguramente ella no lo esperaba, había sido un golpe fuerte y por eso quería continuar con la terapia. Su pasmo fue encontrarse una Silvia tranquila y equilibrada, con más ganas de charla que cuando venía en pareja, en lo que constituyó una sesión que más parecían dos amigas que habían quedado para tomar el té de la tarde, que paciente y facultativa.

Aquello no le cuadraba nada.

  • Silvia ¿me puedes decir qué es lo que al pasado aquí hoy? – preguntó Sofía antes de dar por acabada la sesión.

  • Pues nada, que acudo a mi sesión programada de terapia - trató ella desde deslizar como excusa de no se sabía muy bien qué.

  • Pues no parece que necesites terapia.

  • Ya, es que la procesión va por dentro.

  • Pues entonces no deberíamos perder tiempo y deberíamos ir directas al problema ¿no te parece? Por qué no empiezas a contarme…

  • Es que ya se acabado la hora.

  • Eres mi última paciente, no me importa quedarme un rato más.

  • Bueno, mejor el próximo día…

  • En fin, como tú prefieras, si no estás preparada para hablar de ello…

  • Sí, eso, todavía no estoy preparada: ya nos vemos a la semana que viene - dijo ella con desenfado, con una sonrisa que contradecía cualquiera aparente trauma que pudiera sufrir.

Sofía se quedó intrigada por lo raro de la sesión, pero en fin, tampoco le dio demasiada importancia. Poco a poco iría tirando del hilo, aunque pensaba que seguramente Silvia cancelaría más bien pronto que tarde las visitas, al fin y al cabo a nadie le gusta pagar por nada. Además, no parecía tener mucha intención de colaborar en solucionar un problema que parecía no tener.

Pero no canceló la siguiente visita, ni la otra, para sorpresa y pasmo de Sofía, continúa asistiendo con una sonrisa y con un aplomo que la desarma y sin que ella pueda detectar ni rastro de sufrimiento interior.

¿Para qué coño venía Silvia a la consulta? se preguntaba tras cada sesión en la que le hablaba de cómo le iba la vida, de lo feliz que estaba sin su marido y de lo acertado que había resultado separarse. Sea lo que fuera que guardaba Silvia en su subconsciente, ni afloraba, ni dejaba traslucir al menos una pista de cuál era la materia de la que estaba constituido el problema, fuera este cuál fuera. Solo algunas miradas que a Sofía le costaba clasificar, algunos gestos, algún cambio en el tono de voz como si pareciera qué Silvia le quería decir algo pero sin decírselo, simplemente dejando miguitas para que ella recorriera el camino hasta llegar a su verdad.

“¿Qué quieres Silvia, hija? ¿Por qué no me lo cuentas ya de una puñetera vez? ¿Es necesario todo esto?”

“Hay que ver las ganas que tenía la gente de gastarse el dinero”, pensaba. Pero también es cierto que ella era una profesional y que no podía presionarla ni tampoco tirar la toalla. Si la forzaba, Silvia se replegaría a su interior y ya no podría sacarla de la madriguera. Correr era dar pasos hacia atrás. Si la asustaba, ya no se abriría. Silvia no es de esas que necesita un achuchón, todo lo contrario, más bien de las hay que tener mucha, pero que mucha paciencia. Ese era el camino. Escucharla y dejarla hablar. A veces, bastaba solo con eso. En algún momento ella se sentiría preparada y después, explicaría por qué seguía acudiendo a las sesiones cuando aparentemente no había motivo para someterse a terapia.

Y esa tarde sucedió. Por si no hubiera tenido una tarde movidita en emociones y en sorpresas, aquello era la guinda del pastel. Por un momento dudó si tomar notas ¿Debía tratar a Silvia como una paciente más o podría ahorrarse esa sesión? Tenía sus dudas pero finalmente la profesional se impuso. La estaba tratando y por tanto debía reflejar en su informe, de la forma más desapasionada posible, lo que había sucedido.

La chica no era ni mucho menos una paciente convencional. Y por tanto tampoco le había hecho la típica pregunta acerca de cuál era su fantasía sexual. Esta cita prometía ser otra reunión aburrida y estéril, hasta que a Sofía se le ocurrió plantear la cuestión.

  • Silvia ¿por qué no me cuentas cuál es tu fantasía sexual? Pero tienes que ser sincera. Aquella fantasía que realmente te gustaría ver cumplida.

Silvia la miró desde su carita pecosa y rubia. Parecía sorprendida. Sus ojos se encendieron en brillos que Sofía hubiera jurado que eran de lascivia. Luego cambió el gesto a duda, componiendo una expresión incómoda como si tuviera lugar una lucha interior en aquella mujer. Por unos segundos pareció ajena a todo estímulo exterior, como si estuviera resolviendo un problema íntimo y no quisiera ser molestada. Y al final, un gesto de aceptación y a la vez decisión.  Entonces compuso una expresión de Lolita provocadora ante una pasmada Sofía, que nunca la había visto en ese registro.  Una chica joven apenas entrada de los treinta, delgada y bajita aunque con bastante pecho. Un cutis blanco y limpio, sin una sola arruga alrededor de esos ojos claros enmarcados por mechones rubios. Ciertamente, tenía un aspecto aniñado en lo físico que era contrarrestado con un carácter decidido y seguro. No abandonaba su papel, no hablaba de lo que no quería hablar y media muy bien sus palabras. Se atenía al guion que ella misma firmaba sin ninguna concesión a nadie extraño a su voluntad, incluida la misma Sofía.

Por eso la terapeuta tuvo claro que aquella pose (aparentemente casual) de Lolita traviesa, no albergaba ninguna confusión ni error. Si la componía era por algo. Y tuvo la impresión de que iba a ser la respuesta a alguna de las incógnitas que Silvia planteaba, si no a todas.

La chica rio un poquito azorada.

  • ¿De verdad quieres saberlo?

  • Pues claro, si no, no te lo hubiera preguntado.

  • Una vez que te lo diga ya no habrá marcha atrás  - dijo en un susurro más para ella misma que para Sofía, que con un mohín la invitó a continuar, impaciente, no fuera a ser que la cosa se enfriara. Parecía que por primera vez su presa salía de la madriguera y no estaba dispuesta a dejarla esconderse de nuevo.

Silvia alargó el brazo despacio, cómo para ir midiendo la distancia que las separaba y luego, dejó caer su mano sobre la de Sofía. Fue un contacto leve, cuidadoso pero firme. Le cogió la mano sin que ella mostrara oposición, a pesar de ver sus ojos encendidos. La psicóloga tuvo un leve mareo y notó como el estómago le daba una vuelta. Aquella mano apretando sus dedos, aquellos ojos clavados en los suyos... ¡Dios! empezaba a sospechar que no estaba tan claro quién era la presa allí. Tuvo lo súbita conciencia de que se estaba produciendo un juego y precisamente ella, era la última en enterarse en qué consistía. Un estremecimiento la recorrió pero no tuvo fuerzas para retirar la mano.

  • Lo mío, Sofía, es muy de manual. Tan tópico que casi podría firmarlo Woody Allen. Mi fantasía es montármelo con mi psicoanalista.

De repente, los astros se alinearon y todas las piezas encajaron “¡Idiota de mí!” se decía Sofi. “Así que era eso...”

  • Silvia ¿me estás diciendo que eres lesbiana?

  • Pues sí. Eres la primera a quién se lo confieso - dijo ella sin retirar la mano.

  • ¿Me lo está pareciendo o soy también la primera a la que te declaras?

La chica esbozo una sonrisa y le puso ojitos, aunque no llego a asentir del todo: la cosa se quedó en una pequeña inclinación de la cabeza y algo parecido a un guiño.

  • Muy bien, pues esto se podría decir que es una salida del armario en toda regla - dijo la psicóloga.

  • Sí, jajaja - rio nerviosa Silvia.

Sofía retiró la mano aparentemente para tomar notas, una buena excusa para romper el contacto sin ser desagradable.

  • La verdad es que esto explica muchas cosas: me tenías muy preocupada Silvia.

  • Esto lo explica todo, Sofía - responde ella poniéndole de nuevo ojitos.

  • Los problemas con tu marido entonces ¿eran solo de cama o había algo más?

La psicóloga recordó que en las sesiones su marido se había quejado de falta de actividad sexual y del mal genio que constantemente tenía su mujer y que les hacía chocar a todas horas, lo que Silvia minimizaba restándole importancia.

  • Vale, tenías razón, ahora ya no tiene sentido negarlo. No nos aguantábamos y la verdad es que era culpa mía. Cada día estaba más convencida que me gustaban las mujeres. Y cada día me apetecía menos tener sexo con él.

  • ¿No quieres tener sexo ya entonces con hombres?

  • No, no, solo con él. Es que no sabía cómo explicártelo. Me siguen gustando los hombres, especialmente aquellos… digamos que bueno, que son un poco más femeninos. La verdad es que me ponen.

  • ¿Te gustan los gays? – pregunta asombrada.

  • Me gustan los que tienen una sensibilidad especial hacia las mujeres. Los que son capaces de ponerse en nuestro lugar y sentir como nosotras. Por tanto, aquellos que también saben cómo disfrutamos.

  • Pues entonces me estás escribiendo a personas que encajan muy bien en el colectivo gay. Por lo menos una parte de él. Silvia, a veces, a todos nos pone pensar en una fantasía pero eso no quiere decir que esta sea realidad. Nosotras construimos aquello que nos resulta más placentero. Es un relato que nos montamos en nuestra cabeza. Pero porque tú pienses que esos hombres que parecen entenderte te vayan a dar placer, eso no quiere decir que sea necesariamente así. Ni tampoco que seas lesbiana…

  • Pues chica, mi experiencia dice lo contrario.

  • ¿Tu experiencia?

  • Sí, me acosté con uno hace dos semanas, un chico tiernísimo al que le tenía echado el ojo. Gay total, pero mira tú, le pasaba como a mí, que su religión tampoco le prohíbe echar un polvo heterosexual. Igual que yo, descubrió tarde su vocación, así que tenía bastante experiencia y te puedo asegurar que me saco más orgasmos en una sola tarde que mi marido en un mes.

Sofía abría y cerraba los ojos incrédula. Una vez lanzada su paciente ya no tenía inconveniente en hablar de lo divino, de lo humano y de contarle todos los detalles de su vida.

  • Y respecto a lo de lesbiana, te aseguro que estoy bastante segura, no es una cosa de ahora. Ya tenía mis dudas cuando me casé, pero poco a poco, me he ido dando cuenta.

  • ¿Y también has probado ya para certificar tu acierto? - comenta Sofía con un tono sarcástico (nada profesional por cierto) del que se arrepiente casi al instante.

  • No necesito probarlo para estar segura. Y en este caso me estoy reservando. La primera vez quiero que sea algo muy especial, quiero que sea con alguien que me produzca sentimientos, alguien que me guste de verdad.

  • Aja… – comenta la psicóloga con tono condescendiente. Muy de manual esa afirmación, casi más de quinceañera pendiente de su primer amor que de una chica de esa edad y ya divorciada.

  • La primera vez quiero que sea contigo.

A Sofía se le cae el boli de la mano. La libreta le tiembla y se gira la vista a la ventana para no tener que enfrentar la mirada de Silvia que, despreocupada y un poco divertida, observa como le cambia la cara de color.

La psicóloga trata de recuperar la compostura, enfadada consigo misma porque una chica diez años más joven le haya hecho parecer a ella la paciente y no la profesional. Es increíble el dominio y la seguridad de sí misma que tiene Silvia. La descoloca totalmente. Demasiada información y demasiado rápido y además, involucrándola a ella directamente en el problema, haciendo saltar por los aires la necesaria distancia entre terapeuta y paciente. Se aclara un poco la garganta y luego con la voz lo más templada posible le dice:

  • Mira Silvia, no suelo acostarme con mis pacientes.

  • Pues en mi caso podrías hacer una excepción.

  • Pero es que tampoco soy lesbiana...

  • Pues yo creo que sí, o al menos un poco… te vendría bien experimentar, hay que probarlo todo ¿no?

  • Y ¿qué te hace pensar que sí lo soy?

  • Son cosas que nosotras notamos. Durante estos años he entrado mucho en foros y hablado con chicas que habían salido fuera del armario y entre ellas se reconocen. Es difícil de explicar pero como que tú ves a la otra persona y sabes si entiende o no.

  • ¿Si entiende?

  • Es una forma fina de decir que tienen una parte o al menos una tendencia homosexual.

  • Y tú crees que yo entiendo…

  • Estoy convencida, si no, no te habría dicho nada

Sofía mira La hora.

  • Bueno, pues tenías razón, nos hemos pasado bastante de tiempo. Creo que será mejor que lo dejemos aquí – con un pasmo que intenta no dejar traslucir al exterior, se da cuenta de que es ella hoy la que huye con el consabido recurso de tocar la campana. Tiempo y se acabó - Tenemos mucho de qué hablar: esto cambia todo y nos da material para empezar a trabajar en serio, así que te doy cita para la semana que viene.

  • Pues va a ser que no.

  • ¿Cómo dices?

  • ¡Vamos Sofía! ¡Eres psicóloga! ¿A ti te parece que necesito una sesión más? Yo no tendría que haber venido aquí, solo tenía un problema que era encontrarme a mí misma y ya lo resolví hace un mes. Mi ex ya ha empezado a salir con otras y pronto habrá hecho su vida, de lo cual me alegro mucho, pero quizás él necesita más ayuda que yo. A mí no me pasa nada y lo sabes, el único motivo de venir era pedirte que salieras conmigo. Que me dieras una oportunidad. Ojalá te la dieras a ti también.

Sofía empieza ya enfadarse con aquella chica que trata de hacerle de terapeuta a ella.

  • ¡Que no salgo con clientes! - contesta un poco desairada - y además, ya te he dicho que no soy lesbiana.

  • ¿Cómo lo sabes si no has probado?

  • Pues por el mismo motivo que no ha probado a dejarme pegar con un látigo para saber que no me gusta el sado maso.

  • Si quieres compramos un látigo y un antifaz y yo puedo alquilar un traje de cuero...

  • Silvia: la sesión ha terminado.

  • Vale, vale, qué poco humor hija... Relájate que estás un poco tensa.

  • Silvia...

Sofi le indica la salida, consciente de que sí, de que está muy tensa, tanto que si la otra se permite una familiaridad más es capaz de darle una patada en el culo y sacarla de la consulta ella misma.

  • Si no quieres una cita muy bien... En caso contrario estaré encantada de volver a tratarte “como paciente” - dice poniendo especial énfasis en las dos últimas palabras.

Sin perder la sonrisa Silvia le contesta:

  • No voy a coger cita pero tú tienes mi teléfono en la ficha, por favor llámame y nos tomamos un café juntas. De verdad te lo digo, sin ningún compromiso, un café las dos solas, fuera de aquí, de la consulta - luego salió sin esperar su contestación, sabiendo que si la dejaba hablar en ese momento no saldría nada positivo de su boca.

Y allí estaba ella, una hora después de haber transcrito a su PC todas las notas de esta tarde y habiendo dejado el expediente de Silvia para el final.

No era nada tonta la niña, no. Ahora más tranquila, en un entorno seguro y con control de sí misma, le estaba dando una vuelta a todo este asunto. Porque al final, resultaba que la muy hija de puta no se había equivocado. Eso de que tenía un radar para las lesbianas y demás…

Sofía recordó muchos años atrás, pasando revista a su pubertad y juventud. Como un flashback, en apenas unos minutos pasa revista a sus primeros escarceos sexuales con otras chicas. Lo típico en las pandillas, más frecuente en las chicas que los chicos de su entorno. El comparar cuerpos; observar el crecimiento del pecho; la salida del pelo en el pubis; la prisa por llegar a adultas; por enamorarse; por tener relaciones; los primeros consejos de cómo masturbarse; el intercambio de experiencias; de cómo lo hace cada una; la mano amiga y cómplice recorriendo su cuerpo para comprobar tamaños, turgencias, humedades, para indicar donde había que tocar.

Que luego sí ha oído que en los chicos se daban historias similares, más de uno ha pasado por su consulta con esos recuerdos que mal llevados, a veces, degeneran en confusión e incluso en trauma. Pero ellos, por la cuestión de ser hombres, suelen tenerlo más callado y su falta de complicidad no les hace ir tan lejos como le pasaba a ella con sus amigas.

En fin nada extraño tampoco, nada preocupante, ni nada que definiera su sexualidad adulta o eso, al menos, creía ella. Sus primeros novios, sus primeros besos, sus primeros escarceos con chicos la convencieron de aquello solo había sido una anécdota.

Hasta que llegó la universidad.

Allí perdió la virginidad con un chico de su clase. Su primer polvo. Como la mayoría de sus amigas, más improvisado que a conciencia. Emocionante, un poco doloroso y bastante insatisfactorio desde el punto de vista del placer. Pero Sofía no le dio muchas vueltas y como tantas otras chicas, lo vio como un peaje inevitable para acceder el mundo del sexo adulto. Luego siguieron otros polvos, otros chicos, otras experiencias. Aprendió a disfrutar y a dirigir a los chavales para que le dieran placer.

  • ¿Qué hay de lo mío? - era su grito de guerra que se hizo famoso entre sus compañeras de universidad. No dejaba que ningún chico se fuera dejándola insatisfecha o sin que ella hubiera llegado a su orgasmo. Y si lo hacía era despedido fulminantemente de su vida sin segundas oportunidades.

Fue su etapa más promiscua, más loca y más divertida. Como tantas otras chicas que estudiaban fuera de casa, aquello era un mar de oportunidades para vivir el sexo sin demasiados problemas ni tutelas. Sin que la cuestionaran o que su entorno pusiera freno a su deseo de disfrutar e experimentar. El incógnito viene bien para estas cosas y estudiar en una gran ciudad, lejos de tu casa, supone que vas sobrada de incógnito.

Y sin embargo de todo esto, lo que más recuerda Sofía es a su compañera de piso en tercero de carrera.

Berta, Becky para las amigas. Un torbellino desatado a la que solo quedaban unas asignaturas de último curso. Ella decía que las había suspendido a propósito para conseguir que su padre le pagara otro año en Madrid. Fuera cierto o no, la verdad es que Becky se pegó nueve meses casi sabáticos, más pendiente de hacer fiesta y disfrutar que de atender a unas clases que ya tenía prácticamente superadas, entregando algún que otro trabajo o presentándose a los exámenes trimestrales.

Se convirtieron en amigas y confidentes íntimas y si no hubiera sido por el esfuerzo final y las recuperaciones de junio, a Sofía le hubiera quedado también alguna que otra para el año siguiente. Noches locas en un Madrid universitario y promiscuo, donde cada noche tenían una fiesta y cada día se movían en una pandilla diferente, conociendo gente nueva. Y a Sofía solo le faltaba que le tocaran las palmas. Si los dos años anteriores se había soltado el pelo, este tercer año se lo pasó despeinada completamente.

Todo lo hacían juntas y todo lo compartían, excepto los chicos claro. Juntas pero no revueltas a la hora de follar. Lo que no quitaba que entre ellas se estableciera una conexión íntima. Amigas, confesoras, compañeras, un cóctel que daba como resultado una conexión única entre ambas y que le permitía a Sofía equilibrar su vida exterior, intensa y desmesurada, con una paz y equilibrio interior que le proporcionaba el tener por primera vez alguien en quién apoyarse. En pocas palabras: era su primera amiga de verdad.

Amiga solo... ¿O algo más?

Espinoso tema sobre el que ella que precisamente era psicóloga trataba de evitar volver, posiblemente para no reconocer que no quería evaluar donde acababan determinados sentimientos aceptables y dónde empezaban otros mucho más incorrectos, al menos desde el punto de vista del amor que le habían inculcado desde pequeñita. Aquellos episodios adolescentes volvieron a su cabeza y a hacerle mariposas en el estómago. Manos femeninas que recorrían su cuerpo, que abarcaban sus incipientes pechos, que desaparecían entre sus aun despobladas ingles. Placeres prohibidos, no tanto porque su moral los rechazara, sino porque les demostraban la realidad de una Sofía que ella misma desconocía y que le costaba aceptar.

La que no parecía tener ningún problema era Becky, dispuesta a probar todo y sin ningún complejo. Y llegó la noche en que llegaron al piso con muchas copas de más, contentas, con la risa floja e insatisfechas por habérsele cortado el rollo que tenían previsto con un par de chicos. Mojando su deseo en alcohol y su decepción en camaradería risueña.

  • ¡Vaya par de capullos! - afirma Sofía entre risas - Antes me hago una paja que meterme en la cama con uno de ellos. Ni aunque llevara un año de abstinencia.

  • Quién necesita a tíos así teniendo dedos hábiles y una buena amiga - responde Becky sirviendo un par de chupitos.

Las dos lo toman de golpe y luego se abrazan medio borrachas y eufóricas. Abrazo que se prolonga más de lo debido, pecho contra pecho, vientre contra vientre, el aliento de su amiga cálido y alcohólico en su cuello, la respiración agitada y entonces unos labios rozan la tetilla de su oído. Luego se posan en su cuello durante unos segundos, hasta que nota la humedad de una lengua que lentamente sale a recorrer su piel.

Todavía se estremece al recordar como se quedó rígida y un súbito calor se apoderó de ella. Su sentido común le decía desde más allá de la nube etílica que aquello era muy inapropiado, pero la voz le llegaba muy amortiguada, al contrario que los gritos que su cuerpo emitía, dejándose llevar por el cúmulo de sensaciones extremas que la invadían. Quería hablar pero no podía. Ahora es todo un poco confuso y no recuerda que le decía exactamente Becky, ni qué sucedió mientras ella estaba confundida e incapaz de reaccionar. Solo recuerda el momento en que la besó: un beso húmedo, largo y con lengua, que acabó con un mordisco en el labio, al que su vulva reaccionó mojándose.

Luego, siguieron caricias en los pechos, cada vez más violentas, la mano en la entrepierna, otro chupito compartido a medias. Becky se lo he echó a la boca y lo compartió con ella, rebosando entre los labios, manchándole la barbilla y aliñando la ensalada de lenguas. Llegados a ese punto, Sofi, desconectó su yo interior y ya dejó de escucharlo. Solo atendía a las caricias, a los besos, a la emoción de las pieles erizadas, a las humedades que daban la bienvenida a dedos que se introducían hasta lo más profundo.

Fue una noche agotadora, placentera y mágica, para la que todavía años después, Sofía no tiene respuestas, seguramente porque tampoco puede formular las preguntas. Por primera vez se dejó ir sin analizar, sin cuestionar. En realidad, sin procesar nada de lo que estaba sucediendo. Su celebro daba esquinazo a la realidad, simplemente dejando que las endorfinas circularan proporcionándole felicidad, placer y orgasmos.

Sofía amaneció abrazada a su amiga, sudorosa, con dolor de barriga y resaca, pero todavía con un cosquilleo electrizante recorriéndole la piel. Se dio una ducha larga con agua fresca, notando como su pecho y su sexo todavía reaccionaban a la esponja, cada vez que la pasaba por ahí.

¿Qué leches había pasado?

Bueno lo que había pasado estaba claro, otra cosa es qué significaba. Cuando Becky se levantó y compartieron desayuno, ella parecía haber resuelto el problema: no le daba la más mínima importancia. No le buscaba ningún significado. Simplemente le apetecía y lo había hecho. Con una amiga tan íntima, es un plus, afirmó convencida.

  • Pero ¿es la primera vez que lo haces?-  pregunto Sofía, a lo que ella la respondió con una mirada condescendiente que dejaba claro que quería decir que no era la primera chica con la que estaba y evidentemente, tampoco sería la última.

  • ¿Eres bisexual?

  • Llámalo así si quieres.

  • Yo no.

  • Da igual lo que seas ¿te gustó verdad? pude sentirlo, sé que disfrutaste y sé también que fue especial. No necesito saber más, ni tampoco catalogarte a ti o a tus sentimientos.

Sofía admiró la capacidad de su amiga para eludir las cuestiones que podrían afectarle a la cabeza o al corazón. Simplicidad en estado puro. “Hago lo que me apetece, lo que me pide el cuerpo”.

De hecho, continuaron con su vida sin hacer referencia a esa noche, como si no hubiera existido. No porque a Becky no le hubiera apetecido repetir, sino porque se daba cuenta de la turbación de Sofía y prefería respetar a su amiga. Casi que hubiera resultado violento intentar repetirlo.

Hasta que llegó final de curso. La última semana que estaban juntas. Todo resultaba un poco extraño y triste. La alegría de las próximas vacaciones, por primera vez, se veía apagada ante la certeza de la despedida. Maletas a medio hacer, ropa revuelta, apuntes apilados en un montón para bajar al contenedor de papel...Cena para dos, manos apretadas y un abrazo intenso. Esa noche, Sofía, cogió la botella de tequila y llamo a la puerta de Becky. Ella le sonrío y la invitó con un gesto a la cama. Con una camiseta de tirantes, sus pechos moviéndose sensuales, unas braguitas ajustadas y los ojos brillantes.

Yo no soy bisexual” había dicho en una ocasión: “yo no soy lesbiana” había repetido esta tarde. ¿Que eres Sofía? ¿Por qué no has tenido pareja estable? ¿Por qué no quieres, ni sientes necesidad de echarte un novio? Preguntas que una vez más la incomodan porque no tiene clara la respuesta. Deja que hable tu cuerpo, igual que aquella noche, desconecta tu cerebro.

Sofía piensa en Silvia, mucho más joven que ella. Se la imagina desnuda en la cama, acariciándola.... ¿Qué sientes Sofía?

Un estremecimiento la recorre, sus pechos reaccionan, erizándose los pezones como si tuvieran voluntad propia y aunque hace un esfuerzo por evitarlo, su coñito también parece tener vida propia y se moja.

Cierra los ojos y la sensación de morbo no disminuye si acaso aumenta. Está sola y por un momento su mente ha cedido el control a su bajo vientre, su mano va involuntariamente a la entrepierna. Roza su clítoris por encima de la ropa y el estremecimiento de placer se convierte en espasmo.

“¿En serio Sofi te vas a hacer un dedo aquí, en la consulta?” Trata de recobrar la compostura, de poner un poco de lógica en el caos.

Desde aquel episodio con Becky su vida ha sido normal, si entendemos por eso heterosexual. No ha vuelto a estar con otra chica y tampoco la ha necesitado ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Qué coño es ser normal?, se pregunta tratando de hacerse terapia a sí misma.

Sofi, no le des vueltas a las cosas, no te comas el coco, simplemente haz lo que te apetece. ¿Acaso es malo? ¿Quieres hacerte una paja en la consulta? pues adelante ¿quién te lo impide?

Durante unos segundos respira profundamente, tratando de decidir qué impulso sigue y finalmente se decide: ¡qué carajo!

Pero su mano no va hacia su coño, sino hacía el móvil y antes de que su cerebro pueda mandar contraorden, le envía un mensaje a Silvia.

  • ¿Quieres que cenemos esta noche?

El mensaje aparece con el doble icono verde en el chat: la chica lo ha leído inmediatamente y contesta casi igual de rápido:

  • ¿En tu casa o en la mía?

No le da mucha opción: directa al asunto, nada de cena en un territorio neutral para explorar posibilidades y sentimientos. A pesar de todo, Sofía sonríe.

  • En la mía – contesta - tráete tú el vino.

  • ¿Cuál te gusta?

  • Si es Ribera del Duero, el que quieras.

  • Ok.

Entonces Sofía cierra el chat y se lleva las manos a las sienes ¿Que estoy haciendo? No pienses Sofía, da igual, cierra el ordenador, vete a tu casa, ponte las mallas y las deportivas y sal a correr. Luego una buena ducha y ya verás el mundo de otra manera. Tú solo disfruta. O intenta hacerlo. Si te equivocas no pasa nada. Pero no pierdas oportunidades.

¿Es ella hablándose a sí misma o es Silvia haciéndole telepatía?

Venga, más acción y menos pensar, se dice mientras cierra la puerta de la consulta. Ha sido un largo día y es posible que todavía quede una larga noche, delibera. Mientras baja las escaleras se sorprende así misma sonriendo.

FIN