Fantasías sexuales de las españolas: Sara II

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Ha sido una locura pero ninguno los dos hace mención a ningún propósito de enmienda. Desean que la posibilidad de repetirlo siga planeando y esa noche vuelven a follar como animales. Solo después de dos o tres orgasmos y en plena madrugada, exhaustos, se permite Sara una reflexión.

  • Estamos locos, deberíamos dejar el trabajo fuera de esto.

Y si Sofía tiene que creerlos, parece ser que hasta ahora lo han conseguido: no metas la polla donde tengas la olla, que dice el refrán. Pero eso no significa ni mucho menos que estos jueguecitos hubieran acabado o que se hayan reducido a una versión controlada. Una vez que han probado, el chute de adrenalina y de placer era tan alto que volver a las prácticas sexuales anteriores, simples y aburridas, es algo que no se quieren ni plantear. Casi todo gira ahora en torno a la posibilidad de hacerlo en un sitio público o a sus fantasías al respecto, es lo que los lleva al séptimo cielo y los pone a punto de caramelo.

Pero ¿cómo llevar a cabo sus fantasías con el mínimo riesgo posible y sin que su vida se pusiera patas arriba con la familia o en el trabajo?

Tras darle muchas vueltas encontraron una solución aparente. Los dos habían oído hablar de los clubs de ambiente liberal. Sitios donde se hacían intercambios de parejas, se participaba en orgías y todo de una forma supuestamente anónima.

Una amiga de Sara había estado una vez en uno de ellos. Le había contado la experiencia cuando recién divorciada la invitaron a una fiesta. Estaba demasiado cortada para participar en la orgía que se montó, al fin y al cabo era su primera vez, así que se había limitado a masturbarse mientras veía a los demás follar y a dejarse acariciar por alguno de los hombres, pero desde entonces afirmaba que no se lo podía quitar de la cabeza, que aquello había sido tan excitante y tan brutal que se estaba pensando el acudir de nuevo y, esta vez, se había propuesto dar el paso y no volver sin haber catado verga, o más bien vergas, en plural, afirmó riéndose.

  • ¿Nadie te obligó a hacer nada? – pregunta precavida Sara.

  • No, en estos sitios se respeta el pie de la letra una negativa. Si no quieres nadie te obliga y si alguien se pone pesado le llaman la atención o directamente lo echan.

Sara recordó el episodio y lo compartió con Beni. Podría ser excitante, concluyeron. Ahí tendrían público suficiente para enrollarse a la lista de todos sin que a nadie le pareciera una situación extraña y, la verdad, ver a los demás también podría suponer un plus de excitación para ellos. Fue Benito el que se encargó de llamar y de informarse y así decidieron hacer la visita un viernes por la noche, eligiendo a propósito un club en la otra punta de Madrid, alejado de su barrio.

La verdad es que como le había contado su amiga, aquello estaba muy bien organizado, tan bien, que parecía casi formal. La media de edad era más alta que la suya y ellos destacaban en físico y en juventud, así que desde que entraron no dejaron de recibir propuestas que declinaron con amabilidad, limitándose a conversar, a decir que era la primera vez que iban y que en principio solo estaban mirando. Una charla agradable hubiera ayudado, así como un intercambio de experiencias con alguna de las parejas, pero aquello no parecía funcionar así: lo que se encontraron eran parejas habituales que iban a lo que iban, no a hacer amigos ni a asesorar a los nuevos. Pronto se sintieron ignorados y pudieron ver como entre los usuales del lugar se montaron la fiesta, primero en habitaciones privadas y luego, alguna pareja más animada, en la pista de baile y en los sillones del salón. Pero a ellos no les ponía ver a los demás funcionar y se miraban casi incómodos.  Llegó un momento en que Beni decidió que ya que estaban allí, tenían que probar y a pesar de que no se sentían muy motivados, empezaron a acariciarse.

Su marido le metió la mano bajo la minifalda a la vez que soltaba un tirante de su top. Por un momento parece que aquello va a funcionar, Sara se moja un poquito. Un repelús de placer como ella suele decir. Tras dejarse tocar en la entrepierna le abre la bragueta a su marido y saca la picha que, para su sorpresa, está más bien morcillona. La chupa durante un rato hasta que consigue ponérsela dura. En ese momento, una pareja se acerca y se sientan a su lado. Son mayores, ni Sara ni Beni se sienten atraídos por ellos y la situación es más incómoda que excitante. Es la mano de ella la que se acerca y toca a Sara, acariciándole uno de sus glúteos, quizás para no provocar rechazo. Si fuera el hombre podría interpretarse como un ataque. Sara se remueve inquieta, ella no busca contacto con otra mujer. Transmite la tensión a Beni a quién se le baja un poco la erección.

Este hace un gesto a la pareja indicándole algo así como “no gracias”, pero no le sale natural y la pareja no se lo toma muy bien. No obstante respetan su decisión y se van. Ya nadie se les vuelve acercar, la mayoría han sido testigos de este incómodo rechazo. Ellos se acaban su copa y deciden irse: aquello no funciona. No van buscando intercambio y tampoco se ha producido el morbo de sentirse observados. Ahí a nadie le importa nada una pareja haciendo sus cosas, es lo que menos te llama la atención en aquel lugar. Y si no hay peligro, si no hay sorpresa, tampoco hay placer para Beni y Sara.

Y entonces es cuando se complica el tema de la apotema, que diría su antiguo profesor de filosofía griega, piensa Sofía.

Sara, mucho más activa para esto una vez que ha espabilado y ha descubierto que le va la marcha, empieza a frecuentar distintos foros de Internet. Al principio, todos relacionados con tema voyeur. Poco a poco va descubriendo que hay otras parejas que le ponen este tipo de historias. Algunas como ellos, simplemente buscan el placer siendo observados, otras van más allá, permitiendo participar a terceros. Asombrada, explora el tema del candaulismo y del dogging. Esa parte no la tiene ni mucho menos en la cabeza, aunque lo incorpora a sus fantasías, pero claro, una cosa es soñar o imaginarlo para ponerte a tono y otra muy distinta, dar el paso cuando te encuentras frente a la realidad. Lo comparte con su marido y él no parece muy convencido, pero al final el morbo les puede y deciden probar.

Hay varias zonas en Madrid frecuentadas por parejitas jóvenes que no disponen de sitio donde montárselo y deciden ir a aparcamientos o zonas retiradas a tener sexo nocturno. La mayoría son parejas normales que solo buscan un sitio discreto para desfogar. Pero junto a ellas también hay alguna pareja que le gusta exhibirse y no pocos mirones que pululan por allí, auténticos voyeurs que encuentran una gran satisfacción en pajearse mientras observan furtivamente o, acaso, no tan furtivamente cuando se lo permiten las parejas.

La primera noche es un poco decepcionante. Gracias a los foros, Sara sabe en qué zona se ponen los mirones: la más oscura y apartada donde hay bastante vegetación y pueden pasar más desapercibidos o desaparecer corriendo si alguien los descubre y se encara con ellos. Pero también es la parte más peligrosa, donde en caso de que tengan un susto lo tendrán más difícil para que alguien les eche una mano o dé la alarma. Así que se quedan en el descampado donde se ponen la mayoría de las parejas, más iluminado y con los coches más cercanos.

Al principio les da un poco de morbo, el sitio, la situación… pero allí se ve poco, a pesar de la cercanía de los vehículos es difícil distinguir lo que pasa en el interior, aunque todos pueden suponerlo. Al final resulta un poco aburrida la excursión, y lo único que mantiene vivo el morbo después de haber follado y que les impulsa a repetir, es un momento al final que a los dos les hace subir la libido.

Un coche con otra pareja se sitúa cerca, hace calor y bajan los cristales. El humo sale por la ventanilla por lo que ellos interpretan que la parejita se está fumando un porro o algo parecido. Suena música. Sara tiene dificultades para vestirse, ya ha perdido práctica en cuanto revolcones de coche se refiere. Aquello es incómodo y hace bochorno. Un codo velludo asoma por la puerta del conductor del coche contiguo, en paralelo a su propia puerta de acompañante.

  • Mira esto es un lío, mejor me visto fuera – dice a Beni a la vez que lleva la mano hacia el tirador de la puerta dispuesta a abrirla.

Beni la mira sorprendido, luego echa un vistazo a más allá hacia el otro vehículo y entonces parece comprender y le hace una seña de aprobación. Sara abre la puerta y sale solo con las bragas. Su cuerpo reacciona a la brisa que la envuelve disipando un poco el calor que mana de su piel. Se agacha para abrocharse las sandalias y muestra su trasero a la vez que permite al chico que está en el coche ver como sus pechos pendulean, grandes y generosos. Luego, se yergue y se suelta el pelo, los pezones se le ponen duros y nota un cosquilleo en su entrepierna: es su clítoris aún sensible por el polvo, que reacciona también, especialmente cuando Sara percibe que una cara se asoma por la ventanilla.

Con toda la tranquilidad del mundo se echa el vestido por encima y se lo ajusta. Los pechos se mueven libres por debajo de la tela provocando un suave cosquilleo en sus pezones. Sara va a entrar en el coche pero, como broche final, se le ocurre una maldad. Se sube un poco el vestido y se quita las bragas. Las echa al asiento de atrás y se vuelve ajustar el vestido. Entonces entra (ahora sí) y dirige una última mirada al coche de al lado, esta vez una mirada directa.

Un rostro la observa desde la penumbra, el codo sigue asomado y se oye la voz de una mujer con timbre recriminatorio. Parece que ha conseguido llamar la atención y alguna novia no está contenta.

Beni arranca y se van rápido. Camino a casa ríen por la ocurrencia y cuando llegan, un polvo húmedo e intenso certifica que, pesar de todo, han salvado la noche con ese último detalle. Y como no, repiten. Siempre intentan ese último jueguecito, a veces con más éxito y a veces con menos. Como en una ocasión en que una chica cabreada le grita desde la ventanilla que se vaya a zorrear a un puticlub. En otra copulan tan cerca de un coche que sus gemidos se entrelazan con los de la pareja de al lado, en lo que parece una competición por ver quién grita más o quién suelta la expresión más obscena. Las dos chicas lo dan todo y cuando se van, al cruzarse los dos vehículos, se dirigen una sonrisa ladina.

Pero una vez más el tema se les queda corto. Pronto se convierte en una rutina en la que abundan más las decepciones que los instantes interesantes. Buen momento para replantearse las cosas y redirigir un poquito sus desviaciones y fetiches, hacia aguas menos turbulentas. Pero como aquellos que caen en una adicción, lo que hacen es subir la apuesta según la vieja fórmula de jugárselo todo a un poco más de placer o morir de sobredosis, que nunca se sabe dónde está el límite, si es que éste realmente existe cuando uno está enganchado. Y una noche cruzan el descampado y se sitúan en la parte más apartada, entre árboles y arriates. Pasan un buen rato sin hacer nada, simplemente observando un poco inquietos. No ven nada sospechoso así que al final deciden ponerse manos a la obra. Solo entonces, una sombra se acerca y se sitúa a una prudente distancia junto a un árbol. No pasa de ahí, consciente de que lo han visto y se queda parado a la espera de acontecimientos. Sara, que en ese momento está encima de su marido y lo cabalga, se detiene y tensa el cuerpo. Beni lo nota y la mira interrogante mientras que ella hace un gesto hacia fuera con la cabeza. Se incorpora un poco y efectivamente puede ver a un hombre joven parado a unos metros. Luego, le devuelve el gesto a su esposa y ella continua follándolo lentamente, aunque controlando con el rabillo del ojo.

El mirón interpreta aquello como una invitación a acercarse y lo hace lentamente, hasta situarse a un metro apenas del vehículo. Sara ralentiza sus movimientos, como si estuviera actuando para su público (en realidad es así) y adopta poses sugerentes, mordiéndose el labio y sacando su lengua para relamerse. Con suaves giros masajea la verga de Beni con las paredes de su vagina, y levanta el culo dejándose caer de tanto en tanto para empalarse con ese falo duro ahora como una piedra. Presiona hacia abajo hasta sentir que hace tope en los huevos.

El chico se abre la bragueta y se saca el pene. Lo acaricia y Sara puede notar como va subiendo la erección. Lo mira como hipnotizada mientras se retuerce sobre su marido. Yergue el pecho, y suelta un gruñido de morbo cuando al mirón se le encienden las pupilas al contemplar sus tetas y aumenta el ritmo de masturbación. Está orgullosa de sus pechos. Beni percibe los cambios y como la respiración se le va haciendo más entrecortada. También que el flujo empieza a manar de su coño y le empapa la polla y el pubis. La calentura va subiendo y Sara ya no actúa, realmente se siente muy perra, nota que se va a correr. Lo pronto que le viene el primer orgasmo en estas situaciones, es algo que no deja de sorprenderla.

Fija la mirada, sucia y turbia, en el pene del mirón y queda fascinada por como descapulla mientras se pajea cada vez más frenéticamente. Ha dado otro paso adelante y ahora está pegado a la ventana, puede percibir el olor a sexo, a verga húmeda y semen caliente. Poco a poco Sara aumenta el ritmo y la intensidad de la cabalgata buscando una penetración más profunda y un roce más estrecho si cabe entre su coño y el falo de su marido. Sigue mirando fascinada la polla de aquel desconocido ¿cuánto hace que no ve una distinta a la de Beni salvando el episodio del pub liberal? Desde sus tiempos de universidad, poco antes de conocer a su marido, recuerda en un suspiro. A veces se preguntaba si no volvería a ver otra en vivo y en directo y ahora, de repente, ahí la tiene: dura, tensa, cabeceando por la tensión… y sabiendo es por ella, que la propia Sara es el objeto de deseo, lo cual la enardece aún más.

Mientras, un oscuro placer le sube gateando desde su vagina, por sus entrañas hacia el pecho. Se da cuenta que la tiene ahí, casi al lado, puede verla en todos sus detalles, olerla… le bastaría alargar la mano para tocarla...

Ahora Beni también puede verlo de tan cercano como está. No tiene que levantar la cabeza, desde su postura puede observar al desconocido mientras se masturba y ella nota que le transmite también su excitación, intentando levantar el culo y profundizar (si eso fuera posible) aún más en su coño. Los pinchazos de placer que le provoca el capullo de Beni presionando al fondo de su matriz, se vuelven crónicos y se aceleran, anticipando el orgasmo. Por un instante cierra los ojos y se concentra en el placer que la inunda, saboreando el momento.

Y es entonces cuando ocurre.

Algo golpea la cara el cuello y el pecho de Sara. Algo caliente. Se lleva la mano al pecho y nota una viscosidad que se escurre entre sus dedos. Asustada y sorprendida, abre los ojos y como a cámara lenta ve como ese desconocido, con el cuerpo pegado a la puerta y el falo asomando en el interior del coche, termina de eyacular con dos chorreones más que todavía tienen fuerza para llegar hasta el costado y uno de los muslos de Sara. Luego, el hombre aprieta y se estruja el pene y un grueso goterón resbala desde la punta, manchando el interior del vehículo como punto final. Retira la mano y deja la verga libre mientras esta se inclina un poco y un hilillo traslúcido cuelga de la punta.

Sara se lleva la mano de nuevo a la cara y la retira manchada de semen. Mira sus pechos y contempla los grumos blancuzcos y pegajosos que como un reguero la recorren.

Un sorprendido Beni también la observa sin saber muy bien cómo reaccionar. Su mirada y la de su marido se cruzan y Sara nota como un fuego que la abrasa por dentro. Su vientre se enciende, sus sienes se aceleran hasta casi provocarle un mareo y una fiebre como nunca ha sentido antes se apodera de ella.

Su marido lo percibe y agarra sus caderas mientras con fuerza acelera sus arremetidas. Ella también retoma el movimiento de su pelvis con movimientos cada vez más bruscos y desesperados, buscando el contacto. Beni la observa, desatada, sudorosa, llena de restos de semen, con la cara congestionada por el placer y no puede evitar correrse. La llena con una eyaculación abundante y sostenida, vaciándose de todo el esperma que acumulan sus testículos.

Apenas lo nota, Sara se corre también con un chillido agudo y desgarrado, como queriendo liberar la tensión acumulada, sin que el orgasmo sea suficiente y tenga que hacerlo también gritando. Los músculos vaginales se contraen mientras ella trata de exprimir a su marido para sacarle hasta la última gota. Echa la cabeza hacia atrás convirtiendo el grito en un ronco jadeo que se prolonga más de un minuto, mientras ella, mareada, cierra los ojos para tratar de mantener el equilibrio y abrumada ante ese tsunami de  placer que  se acaba de llevar a los dos por delante.

El mundo se ha detenido cuando Sara recupera el control y la conciencia de donde está. Mira a través de la ventanilla. El hombre ha desaparecido y están solos. Sara se mira perpleja los pechos y la cadera manchada de semen: está mojada por dentro y por fuera. No sabe qué hacer ni por dónde empezar a limpiarse. Beni todavía está jadeante y no se mueve, atrapado entre el asiento y ella. Al final, descabalga y se echa de lado, tapándose con la mano el coño para evitar que se salga todo. Todavía pasan unos minutos antes de que eche mano de la guantera y saque un paquete de toallitas. Luego empieza a retirarse todos los restos empezando por su entrepierna. Lo hace despacio, con cuidado, con método, como si se estuviera desmaquillando, pendiente de no dejarse ningún resto.

Beni la mira embobado. La experiencia ha sido tan fuerte que apenas hablan en el camino a casa. Tampoco comentan mucho en la cena. Cae una botella entera de vino y luego, sin recoger la mesa, se van al dormitorio. Apenas duermen esa noche. Repiten sexo hasta que caen rendidos en un pesado sueño.

Se van a trabajar agotados a la mañana siguiente y no es hasta la cena cuando por fin se pueden sentar y valorar lo que ha sucedido, aunque ninguno de los dos acierta claramente a explicarlo. Solo saben que ha sido todo un subidón de adrenalina, que el placer les ha llevado al límite y que van a repetir.