Fantasías sexuales de las españolas: Sara I

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Sara  I

Sara y Beni aguardaban en la sala de espera: eran los siguientes. Sofía se tomó cinco minutos para revisar sus notas antes de hacerlos pasar. A ellos no tenía que preguntarles cuál era su fantasía sexual, de hecho, ese era el motivo de que hubieran empezado a visitarla.

Pareja de treinta y pocos aún no tenían descendencia (normalmente cuanto más alta es la hipoteca menos interés en tener hijos). Ambos dedicaban mucho tiempo a sus respectivos trabajos que le proporcionaban un nivel de vida bastante bueno, aunque como suele suceder, sin tiempo para disfrutarlo. Esto, lejos de provocar como en otras parejas un distanciamiento, lo que había hecho era unirlos aún más. El poco tiempo que coincidían y que pasaban juntos era muy intenso, demasiado jóvenes para no dejarse llevar por la pasión, el morbo y el deseo. Siempre explorando nuevas formas y nuevas maneras de satisfacerse, habían probado un poco de todo. Ver porno juntos, probar algo de sadomaso, chatear por Internet con otras parejas para calentarse, etcétera. Pero nada que le supusiera realmente una mejoría significativa. Al final estaban contentos simplemente teniendo sexo el uno con el otro sin tanto artificio, no parecían encontrar ningún fetiche que potenciara la relación aunque tampoco les parecía muy necesario.

Pero un buen día, el tema simplemente surgió de forma inesperada: no fue algo premeditado, simplemente hablando de cosas morbosas, Benito, le dijo que a él le ponía mucho la fantasía de hacerlo en un sitio público. Los dos se rieron imaginándose la situación o (mejor dicho), las posibles situaciones.

Lo que parecía una anécdota se le quedó a Sara en la cabeza. El tema le volvió un día que fueron al teatro. Ella era una entusiasta de la danza y su marido había sacado entradas para un espectáculo de danza contemporánea. Esa noche, Sara, estaba especialmente sensible. Habían cenado juntos en la primera escapada que podían hacer desde hacía tiempo. Además, le había pillado ovulando, con lo cual tenía más ganas de tener sexo, pero es que el espectáculo por algún motivo hizo que le subiera la libido. Quizás fue todo junto, pero el ver a esos chicos con unos cuerpos esculturales y marcando paquete bajo las mallas, contoneándose, moviendo su organismo, haciendo figuras casi imposibles que su mente trasladaba a posturas sexuales, la puso a mil. Estaban en un palco bajo y en aquel momento deseó con todas sus fuerzas que su marido se la follara. Imaginó sentarse sobre él y clavársela hasta el fondo mientras continuaba mirando la obra. Se pasó el resto de la función inquieta, cruzando las piernas y sintiendo cosquilleos entre sus muslos. Le costaba concentrarse en lo que quedaba de espectáculo, solo se veía allí, cabalgando a horcajadas sobre su marido mientras sonaba la música y oía abajo en el escenario a los artistas moverse.

El calentón le duró todo el viaje de vuelta, conteniéndose para no distraer a su marido que conducía ajeno a todo lo que le estaba pasando a Sara por dentro. Al llegar a casa todo se dispara. Demasiado tiempo fermentando el deseo y demasiado intenso este para contenerlo. Al llegar al parking subterráneo de su bloque de pisos, ella se abalanza sobre Beni. No sabe por qué está así, pero lo cierto es que es como si un interruptor se hubiera activado. Hacía años que no se sentía tan perra. Porque esta vez no es cariño, no es el deseo que sale del amor, de estar con la persona a la que quieres, en esta ocasión es pura y simplemente ganas de fornicar, el deseo que sale de la necesidad urgente de satisfacerse.

Beni responde asombrado y se deja besar a la vez que le acaricia los pechos. No sabe lo que pasa pero se deja arrastrar. Es demasiado tentador y percibe la calentura de su mujer, así que ¿para que ponerle puertas al campo? mejor dejar que ella se derrame porque hace tanto que no la ve tan desbocada, que de momento se empalma y se le pone dura como un hierro.

Ella le desabrocha la bragueta y se la chupa con avidez: tiene hambre de polla y se lo deja claro a su marido, que la tiene que apartar para no correrse en su boca. Luego salen del vehículo, que ya no son unos jovenzuelos y no están para hacer contorsionismo. Mas abrazos, un nuevo beso húmedo con lengua. Beni tira de ella para llevarla a casa pero Sara se resiste y tira a su vez de él, en un forcejeo inútil pues lo dos quieren lo mismo. Se levanta el vestido, se quita las bragas y apoyando los brazos sobre el capó del coche le ofrece su culo. Aún sorprendido, su marido tarda unos segundos en reaccionar, pero sin embargo no rechaza la invitación. Y allí se acoplan, en el rincón oscuro del garaje, inquietos, pero a la vez excitados ante la posibilidad de que aparezca un vecino. Beni la penetra y entra como un cuchillo en la mantequilla, de tan mojada que está. Empieza a golpear fuerte y Sara se transporta, ya no está allí en el aparcamiento sino en el teatro, agarrada a la barandilla del palco, mientras su marido le da duro y le mete la verga hasta el fondo una y otra vez, golpeando y haciendo sonar sus nalgas con cada arremetida del pubis. A ella se le nubla la vista aunque puede ver a la gente del patio de butacas mirándolos asombrados. Su marido tira de la tela del vestido hacia abajo y sus pechos saltan fuera. Los agarra le retuerce los pezones. Y entonces, ella se corre en un orgasmo brutal. Hay varios fogonazos: la gente que los sigue mirando con la boca abierta, los focos que los alumbran ahora a ellos o quizás sea el tubo fluorescente que parpadea medio fundido, allí en el sótano. Qué difícil es distinguir el sueño de la realidad, pero el orgasmo es cierto, tan real como que ella se queda derrumbada sobre el capó mientras su marido sigue bombeando hasta que un chorro de leche la inunda, llenando el coño. Él sigue embistiendo a pesar de todo y ella percibe las humedades derramarse por sus muslos, mientras aún siente contracciones de placer. Y así se quedan enganchados, notando todavía la verga palpitar en su interior un buen rato. Exhaustos, agotados por la intensidad del polvo, hasta que pueden recuperarse y todavía atónitos por lo que ha sucedido, subir rápidamente para casa a darse una ducha.

Cuando Sara se metió en el baño, apenas habían podido intercambiar una palabra. Al lavarse la entrepierna pudo notar como todavía salía semen de su vagina. Se pasó la esponja un par de veces para enjabonarse pero aun así, la corrida de Beni seguía fluyendo. Su chico se había vaciado entero.

¡Joder! ¿Cuánto hacía que no echaba un polvo así?

Quine minutos después estaban acostados. Se sentían respirar el uno al otro y eran conscientes que ninguno de los dos había cogido el sueño. Sara pensó que tenían que hablarlo. Había sido tan súbito, tan inesperado, que aún no lo habían podido asimilar. Cuando estaba a punto de darse la vuelta para preguntarle a Beni si dormía, aunque ella sabía que no, lo sintió pegarse a su espalda, el aliento en su cuello y la dureza de su verga de nuevo en su culo. Otra vez la sangre que fluye a su coño que hincha su clítoris. El deseo que de nuevo enciende sus entrañas.

  • Beni - su nombre es lo único que puede pronunciar, quiere hablar pero las palabras no le salen. Es ella la que empuja, la que se quita el camisón y las bragas y se sube encima a cabalgarlo. ¿Cómo había dicho antes? Sí, sí, como una perra en celo.

Deseo y morbo puro y duro. Algo distinto a como follan los que se quieren, que no es que esté mal: que está muy bien, pero esto es distinto, es una pasión que los consume. Un nuevo orgasmo, ella controlando el ritmo y él intentando aguantar aunque sin conseguirlo, una nueva inundación se extiende por su vagina llenándola de semen espeso y pegajoso. No se ha dado cuenta pero ha arañado a su marido en el pecho y ahora descansa sobre él con los pezones enredándose entre el pelo rizado y recio de su torso.

De repente ya no era tan necesario hablar las cosas. Los dos sonreían satisfechos.

A partir de ahí, todo fue a más.

El morbo de follar en una situación expuesta los impulsaba y recuperaron la vieja tradición de novios de hacerlo en el coche, en el garaje, en la playa, incluso en el portal junto al cuarto de contadores, en esa zona oscura alejada del paso pero que no dejaba de ser una zona común a la que alguien podía pasar y descubrirlos.

Fue su secreto y su obsesión, dos o tres meses en los que no paraban de maquinar como generar situaciones de morbo haciéndolo en sitios semipúblicos. Una época muy feliz, muy placentera hasta que la cosa empezó a írseles de las manos.

El primer contratiempo que le contaron a Sofía, que quizás no lo fue tanto, pero significativo de lo que estaba por venir, fue en una fiesta en la casa de campo de los padres de Beni. No pudieron evitar la tentación, con sus cuñados y cuñadas, con los padres, con los sobrinos correteando por el patio y la antigua habitación que ocupaba Beni cuando iban de vacaciones.

Allí se metieron, echaron el pestillo y se pusieron a hacerlo. Por la ventana que daba al patio oían a la familia: ruido de platos, olor a barbacoa, risas, niños gritando. Y ellos allí, en la cama, Sara abierta de piernas con el vestido arremangado, las bragas tiradas en el suelo, los pechos botando fuera del escote y Beni sobre ella penetrando duro.

Y de repente unos golpes en la puerta y la voz de su cuñada que apenas se sobreponía a los jadeos.

  • Beni ¿estáis bien? estamos sirviendo el asado ¿pasa algo?

  • No, no pasa nada, bajamos enseguida, un momento que Sara se está arreglando.

La única excusa que se le ocurrió si preguntaban, es que dirían que se le había manchado el traje y que se lo había quitado un momento para limpiarlo. Excusa inútil porque metidos en faena, habían tardado tanto en responder que seguramente a la hermana le había dado tiempo a oír perfectamente lo que hacían. De hecho, la mirada que les echó cuando llegaron abajo lo decía todo. Y no fue la única, se ve que lo debió comentar con el marido y con las otras hermanas porque las miraditas, entre reprobadoras en unos casos y de guasa en otros, dejaban claro que la historia se había corrido.

La cosa quedó simplemente en una anécdota y Sara tampoco le dio muchas vueltas: de todas formas se lleva bastante regular con sus cuñadas y cuñados. En ese momento, simplemente pensaba que a partir de ahora dejarían a la familia fuera de aquello. Y ciertamente no volvieron a “jugar” en las raras ocasiones que coincidían.

El segundo incidente ya fue un poquito más peliagudo. Se produjo en el trabajo de Sara. Beni iba de vez en cuando a recogerla y a veces la acompañaba un rato mientras terminaba, porque la hora de salida de Sara nunca era fija.

Beni ya ha ido varias veces al trabajo de Sara, es habitual y lo conocen, así que a nadie le extraña que vaya a recogerla y que se entretenga por allí acompañándola mientras acaba la faena.

  • Subo un momento al archivo a por unos documentos y en cuanto baje nos vamos.

  • Te acompaño - dice mientras la sigue y los dos se marchan charlando de la oficina en dirección a la planta de arriba, nada que llame la atención.

El archivo es una gran sala donde almacenan material de oficina, muebles antiguos y varios miles de expedientes en estanterías que forman varias hileras, al modo de una biblioteca. En la parte más oscura hay una mesa y una silla. Sara enciende la luz y tras recorrer una de las filas, saca un legajo de una voluminosa carpeta llena de documentos que va repasando uno a uno. De repente se apaga la luz. Solo queda la de la lamparita de la mesa, que apenas aporta una tenue claridad. Ella se vuelve hacia Beni que se acerca con una sonrisa. Bajando mucho la voz, como si alguien pudiera escucharlos, le hace una mueca:

  • ¿Qué haces? no se te ira a ocurrir que aquí…

No llega a terminar la frase: la coge por la cintura y atrayéndola hacia sí la besa en la boca. Apenas hace un débil intento de oponerse pero las manos se agarran a sus nalgas y las aprietan separándolas. Mientras, le restriega un bulto duro por el pubis y ella suspira entregada, aunque todavía hace un último intento:

  • Beni, puede entrar alguien.

  • Pues entonces vigila tú y me avisas - dice él mientras la gira y la obliga a apoyar las manos sobre la mesa. Luego, le baja las bragas hasta los tobillos y le levanta el vestido. Ella se empina y él mete la mano entre sus muslos y le acaricia el sexo que se asoma entre los cachetes como una magdalena, lista para ser degustada.

Su marido se escupe en la mano y la frota contra el capullo para mojarlo, luego apoya el glande a la entrada de su coñito y juega con él un rato, hasta que considera que es suficiente y entonces se la va metiendo. Sara va acompasando las arremetidas con un balanceo de su cuerpo, a la vez que sube la grupa para sentir mejor los vergazos aún suaves que se está llevando.

El placer llega rápido y le hace arquear la espalda. El gusto la va invadiendo, pero en ese momento se abre la puerta del archivo. Beni la saca y haciendo el pingüino con los pantalones por los tobillos, se esconde rápidamente tras una estantería.

Sara se pone derecha y el vestido cae ocultando su desnudez. Con un rápido movimiento de los pies se saca las bragas y las empuja a un rincón.

Juan, un señor mayor compañero de Sara, entra y rebusca en uno de los archivos sin aparentemente darse cuenta que hay alguien más al fondo. Hasta que ella carraspea y hace algo de ruido a propósito con las carpetas. Prefiere delatar su presencia para no levantar sospechas.

  • Hola ¿hay alguien ahí?

  • Si, Juan, estoy yo.

  • No te había visto

  • Es que estoy aquí al fondo, revisando unos documentos…

  • ¿A estas horas? Anda vete ya para casa que siempre acabas saliendo tarde.

  • Enseguida voy, es que no puedo dejarlo para mañana, corre prisa.

  • Bueno hija, pues entonces te dejo aquí. Me bajo esto para el jefe y me voy yendo.

  • Vale, hasta mañana Juan.

Apenas se cerró la puerta, Sara sintió los brazos de Beni rodeándola: le había faltado tiempo para acercarse y abrazarla desde atrás. Notó de nuevo la verga dura pegándose en sus nalgas a través de la fina tela del vestido. Con fuerza, casi con violencia, la forzó a girarse y tomándola de las carreras la aupó a la mesa, abriéndola de piernas.

  • ¡Cuidado, me haces daño! - trata de contenerlo, pero Beni no deja de embestir como un ariete contra la puerta de una fortaleza.

Sara quiere protestar, quiere pedirle que se esté quieto después del susto, que recojan y que se vayan, pero la excitación vuelve de forma inmediata, esta vez mucho más intensa y urgente. Los golpes del glande contra sus labios y su perineo continúan, buscando la entrada a ciegas, mientras ella se encuentra expuesta y prácticamente indefensa, haciendo que se moje. Humedad sobre humedad porque ya antes lo estaba. Al final, deja de retorcerse y relaja su sexo, mete la mano entre las piernas y dirige el falo hacia su interior.

Ahora sí puede penetrar. Ve la cara de satisfacción de su marido mientras poco a poco se desliza, dilatando las paredes de su vagina mientras se abre paso.

Sara adopta una postura obscena: su mirada se vuelve turbia y provocadora mientras la lengua humedece los labios sobre los restos de carmín. Beni bombea con más fuerza ahora que está bien acoplado y que la humedad de Sara ha lubricado bien su miembro. Están así unos minutos, fornicando duro, oyéndose por todo el archivo el golpeteo de la carne contra la carne, aderezado con algún gemido de la mujer y el ronco jadear del hombre. Sara está echada hacia atrás, apoyada en los codos en la mesa. De repente, saca sus pechos fuera. Su marido los mira votar descontrolados con cada embestida que le da.

Ahora es Sara en la que atrapa a Beni con sus muslos, atrayéndolo hacia sí misma para evitar que se salga mientras se yergue y lo abraza. Aprieta todavía más para sentirlo y de repente se corre. Sin tocarse, sin caricias adicionales, está tan caliente que grita sin importarle que la puedan oír o que alguien pueda entrar en el archivo y verla así, despatarrada y jadeante, con el sudor corriendo por sus pechos, sucia por fuera y por dentro porque su marido empieza a eyacular llenándola de semen. Beni llega al orgasmo con un gruñido animal. Y ella lo aprieta aún más fuerte si es posible mientras se vacía. No, no le importa que la pillen, es más, en ese momento casi lo desea. Nota un coletazo de placer solo de pensarlo. La piel se le eriza y su clítoris vibra. La polla de su marido sigue dura y se desliza por su vagina llena de leche hacia afuera, pero ella pega el culo al vientre de Beni evitándolo. Entonces se toca un poco, apenas una caricia en su hinchado nódulo. No puede ser, se dice mientras otro clímax llega. Es la primera vez que le pasa, Sara nunca había encadenado dos orgasmos seguidos. Vuelve a gritar, a retorcerse, a tensar todos sus músculos. Se pellizca el clítoris y entonces vuelve a correrse. Lo tiene tan sensible del orgasmo anterior que casi le duele de placer. Cierra los ojos y se concentra solo en ese gusto que la deja muerta, inerte, incapaz de reaccionar. Aún se quedan enganchados un rato hasta que por fin son capaces de deshacer el abrazo y recomponiéndose como pueden, salen del archivo. Ella entra al baño para asearse. Tiene que dejar las bragas en la papelera de lo llenas de semen que están. Las pone dentro de una bolsita para compresas, para que no den mucho el cante. Tentada está de dejarlas a la vista, como ultima travesura excitante, pero en su trabajo son pocas chicas y eso sería tanto como delatarse. Ya no queda casi nadie en la oficina pero Sara no puede evitar ruborizarse cuando sale con su marido del brazo.