Fantasías sexuales de las españolas: Paula III

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Diego limpia con cuidado el objetivo de la cámara antes de guardarlo en su funda. Acaba de llegar de la escuela donde imparte clases de fotografía. Hoy han estado practicando con el Macro. De cómo lo minúsculo puede hacerse grande y encontrar una foto en el sitio dónde menos hubiéramos parado siquiera a mirar. En cualquier lado puede haber una historia. Les ha enseñado a los alumnos una foto ampliada que les ha llamado mucho la atención. Normalmente no suele llevar desnudos de su portfolio, siempre se crea un ambiente entre jocoso y disoluto que distrae la atención de lo importante (sus alumnos son en su mayoría muy jovencitos y es poner el tema del sexo encima de la mesa y descontrolarse la clase). Sin embargo hoy ha sido distinto: valía la pena arriesgarse porque tenía un ejemplo de fotografía macro que para él era el modelo de un trabajo bien hecho a la par que sugerente. Le gustaba todo en aquella foto y lo principal es que era suya. Que mejor que usar un trabajo propio para explicar a los alumnos cómo lo había hecho y qué es lo que había querido representar.

Un pezón negro erguido, brotando de una aureola oscura. Una perspectiva cercana y para él innovadora de un asunto que ya trasciende lo sexual. Como un menhir que brota de un círculo megalítico. Con el mismo misterio, parece que está ahí sin motivo, simplemente levantándose y apuntando al cielo, pero a nadie se le escapa que algunos se tomaron mucho esfuerzo en llevarlo allí por alguna razón, en alinearlo con otras estructuras y en ocuparse de que señalara hacia dónde habitaban todos los misterios y todas las magias. Un hito, un vórtice de energía, llámalo como quieras, pero aquello tenía una razón de ser, igual que ese pecho reaccionando a no se sabía muy bien que motivo.

Solo un pezón inhiesto que no decía nada y lo decía todo a la vez. Deseo, amor, fecundidad, magia, trascendencia…

Recordó a la chica que le había servido de modelo. Una profesional, la primera a la que podía fotografiar y que aceptó posar gratis. Diego no podía permitirse pagar su caché. Había conseguido convencerla con sus buenas artes. O malas según se mire. Porque la chica le gustaba. O tal vez le impresionaba su profesionalidad, su presencia, su cuerpo esculpido al milímetro, planificado para servir de percha a cualquier ropaje, historia o producto. Mezcla de sentimientos que a veces era difícil desentrañar pero, en cualquier caso, Diego necesitaba fotografiarla desnuda y había aplicado todo su encanto al asunto, que tratándose de él era mucho.

Se las había prometido muy felices pero una vez puesto en faena y cuando terminó de babear, (él que había visto mucha carne y no se podía decir que fuera impresionable), le costaba encontrar la foto. Sí, el material era de primera, pero la chica era solo eso, una percha y él quería trascender, quería hallar la foto. ¿Sería posible que solo fuera un cuerpo perfecto pero vacío? ¿O tal vez lo que fallaba era el fotógrafo?

La muchacha no facilitó las cosas. Toda conexión que hubiera parecido haber entre ambos parecía haberse reducido a satisfacer un capricho mutuo. Darse un revolcón, ella, con un chico que le había caído en gracia y Diego tener un cuerpo de calidad para lograr su instantánea. De hecho, tras el polvo que echaron, la chica pareció perder todo interés. Se quedó tumbada boca arriba, la cara de lado reposando una mejilla en la almohada, desnuda, sin intentar taparse, como si incluso durmiendo asumiera que su cuerpo era su escaparate, un producto que ella vendía disociado de su verdaderos sentimientos, sean estos los que fueran.

Un cuerpo precioso, perfecto, armónico, pero solo un cuerpo, pensó un decepcionado Diego y justo entonces, justo cuando iba a llevar aquella experiencia al cajón de las decepciones, de aquellas que no habían cumplido con las expectativas, que era lo mismo que aceptar su fracaso como artista, de repente se le ocurrió.

Vio la imagen componiéndose en su mente.

De un salto, corrió a coger la cámara, le cambió el objetivo por un macro y fotografió desde muy cerca su pezón. Dos o tres instantáneas, no más. Con la última ya sabía que lo tenía. Tenía su foto, la que esa tarde había mostrado a sus alumnos, aquella que tanto le animaba cuando encontraba dificultades o cuando creía que debía renunciar, cuando pensaba que estaba en un sitio o con una persona de la que no podía sacar más.

Diego se quitó la camiseta y estaba a punto de hacer lo mismo con el pantalón y la ropa interior (le apetecía darse una ducha) cuando su móvil pitó con la entrada de un mensaje. Era su primo Jorge.

  • ¿Vendrás el fin de semana? Paula y yo vamos a ir.

Vaya, se la había olvidado la fiesta familiar. Había hecho planes pero sabía que lo de su primo más que una pregunta era una petición y la verdad es que, como siempre, le apetecía verlo. No solo a él: también a Paula, su nueva novia.

Esa chica le gustaba para su primo. Todavía recuerda el día que se la presentó, unos dos o tres meses atrás. Había nervios y expectación, sabía que Jorge buscaba de alguna forma su aprobación. Había encontrado algo especial y quería compartirlo con él. Efectivamente la chica tiene algo, no sabe muy bien qué, pero posee un aire que atrae. Tiene retrato, como decía su profesor de fotografía. Forma de decir que transmite, que es alguien especial, alguien a quien se enfoca y si tienes la suficiente paciencia, acabas capturándole un trocito de alma con la lente.

Parece honesta, seria pero no antipática, solo reservada. Con personalidad y trabajadora. Igual que a Diego, le gusta enseñar, por eso eligió ser profesora. Se ve que es de las que se comprometen con su oficio, con su novio, con su vida…

Le gustaría fotografiarla y este fin de semana puede ser una buena oportunidad. Diego deja de lado el resto de planes y teclea a su primo que sí, que por supuesto que estará allí.

Pero todo esto aún no ha pasado: ese fin de semana aún está por venir.

Jorge está exultante. No ve el momento de presentarle Paula a Diego, la chica con la que lleva un mes saliendo. Para él es muy importante su aprobación. Diego seguro que le restará importancia e incluso aunque no le guste, fingirá que sí, en ningún caso hará nada que le moleste. Pero está seguro que le va a gustar, Paula es genial. No una belleza de las que su primo está acostumbrado a tener alrededor. Es un chaval guapo, atractivo y de los que atraen a las chicas como la miel a las moscas. Pero quizás sea por eso, porque ya ha visto demasiadas chicas guapas y hermosas pasar por sus manos, que no le da tanta importancia al físico. Paula es más bien normalita aunque a Jorge le parece la más guapa del mundo. Un cuerpo más que aceptable, pero la chica le pone a todo una pasión que ha conseguido enamorarlo. Y ojo que no es fácil, porque hay que escarbar para encontrarla, no se abre a cualquiera. Reservada y discreta, es una auténtica sorpresa cuando te abre las puertas de su intimidad y no solo en lo que se refiere al sexo, que en este caso, acompañado de sentimientos más profundos y una buena conexión, es más que placentero. Esta chica es mucho más aunque solo los que miren en su interior lo pueden comprobar y Jorge quiere que Diego se asome. Es importante para él porque son inseparables desde pequeños, algo más que primos y mucho más que amigos. Se conocen el uno al otro como si fueran hermanos y han navegado juntos por la niñez, la adolescencia y la juventud.

Íntimos, se lo cuentan todo y también lo experimentan todo juntos. Incluso en el sexo. Las primeras masturbaciones, comparando penes y técnicas, mirándose, evaluándose y disfrutando del morbo… las primeras caricias que recibieron íntimas fueron el uno del otro. La sensación de lo prohibido, del tabú roto, del secreto compartido…

Jorge todavía se estremece años después de la explosión de placer que sintió la primera vez que su primo le tomo la verga y lo masturbó. Dicen que una mano extraña da más placer. Y Jorge pudo comprobarlo, pero no por la mano de otra (una chica), sino por la de su primo. Con él sí, a otro jamás le hubiera dejado tocar de forma tan íntima. Apenas se pudo contener, no aguantó ni dos minutos. Y luego fue su turno de masturbarlo, de acariciar una verga que no era la suya, de sentirla derramándose: vio como eyaculaba en un orgasmo prolongado, notando cada pulsación de su falo mientras expulsaba grumos de semen caliente.

Lo repitieron varias veces aunque, cuando un poco más mayores empezaron a salir con chicas, aquellas prácticas desaparecieron. Como si nunca hubiera pasado algo así: no volvieron a hablar del asunto pero ambos sabían que estaba ahí.

A Jorge le suscitó cierta confusión que cree haber resuelto ya. Definitivamente no es homosexual: solo estaba experimentando, cosas de la adolescencia, confusiones de joven aun explorando sus deseos y sentimientos en medio de una explosión de hormonas y testosterona. Obsesionado con este tema, hizo algún intento de acercarse a otros chicos, de probar otros cuerpos masculinos, pero ningún otro que no fuera su primo le atraía. Las chicas sí. De forma que llegó a conclusión de que él no era gay ni bisexual, sino que aquello había sido un acto de comunión con Diego y solo con él: algo placentero, iniciático e irrepetible.

De todo aquello, digamos que el único fetiche que le ha quedado y que aún conserva de su adolescencia es el exhibicionismo. Ese bañarse desnudos en la playa con su primo y luego con otros chicos y chicas; la primera vez que metieron mano en una fiesta, cada uno en un rincón y casi a oscuras, compartiendo susurros y jadeos con desigual fortuna (su primo se llevó el premio gordo, como era de esperar, mientras él apenas arrancó unas caricias y besos con lengua); aquella acampada que se ligaron a dos hermanas y acabaron en la misma tienda montándoselo juntos (aunque no revueltos)… momentos que le proporcionaron también un placer extremo. Parece que aun huela a lona, a feromonas masculinas, a coñito sudado, a pino y hoguera. Todavía puede ver a Diego acariciar aquella joven y tener sexo con ella mientras Jorge hacía también lo propio, esta vez sí.

En sus fantasías está enseñar, pero también compartir con su alma gemela todo lo que le gusta y todo lo que siente. Por un momento, un pensamiento fugaz pasa por su mente: ¡qué bueno sería repetir lo de la tienda de campaña! En este caso teniendo sexo con su novia. Las dos personas que más le gustan juntas. Joder, se estaba poniendo caliente solo de pensarlo. En fin, eso no había pasado todavía ni sabía si algún día llegaría a pasar: por lo pronto esta tarde se conocerían las dos personas que más importaban para él.

Paula está con su novio echada en la cama. Se ha quitado el bikini mojado y los sustituye por unos shorts de tela fina, viejos pero cómodos. Demasiado fina quizá, el paño deja transparentar una mancha negra. Los pelos, escasos, apenas un puñado sobre su pubis, el resto depilados, indican que no tiene nada debajo. Una camiseta también muy ligera, le tapa los pechos, sensibles por el roce. El sol ha hecho de las suyas traspasando el bikini y ahora tiene un poco sensibles los pezones.

Jorge se pega a ella, que en una primera reacción lo rechaza. A pesar de que sabe que cuentan con intimidad, estar en casa de sus suegros la pone nerviosa. Pero su novio insiste. Nota la dureza de su polla en los cachetes y la mano que le acaricia el vientre. Ufff, se está mojando, lo nota. Y llueve sobre mojado, ha subido caliente de la piscina. Ese jueguecito con Diego, buscándola con su cámara y ella haciendo como que no se da cuenta, pero posando; pura contradicción para hacer lo que quieren hacer pero sin bajar la barrera de lo políticamente correcto. Se ha sentido protagonista y eso le ha gustado. Le ha gustado y la ha puesto a tono, y ahora, aunque se haga de rogar un poco, Jorge se va a llevar el premio gordo.

Antes de que se dé cuenta, está desnuda y su novio la penetra. No sabe cuántos minutos han pasado intercambiando caricias íntimas, todo ha pasado en un soplo. El placer la inunda con cada arremetida. Oye un pequeño crujido y gira la cabeza hacia la puerta, por la que asoma Diego con su cámara. Se miran y ella se muerde el labio casi hasta sangrar. Intenta hablar pero no puede, los gemidos no dejan espacio en su garganta para las palabras, lo mismo que el gusto no deja lugar al pudor en su mente. Jorge no se contiene ni desacelera el ritmo, al contrario, parece que la irrupción lo pone más frenético. Paula lo recibe abierta de piernas y aferrada con sus brazos a la espalda. Contiene la respiración: esto sí está pasando. Aquí y ahora ¿Qué debe hacer?

Paula vuelve a gemir. La cámara la enfoca y se deja ir. No tiene que posar, solo ser ella misma y disfrutar, aunque todavía lucha contra un último impulso de recato y decoro que pronto vuela muy lejos de su mente, entre sudor, respiraciones entrecortadas, gemidos y olor a sexo.

FIN