Fantasías sexuales de las españolas: Paloma V

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Al día siguiente Paloma toma una copa de vino mientras observa el panorama. Solo lleva media hora de recepción y ya está hasta el coño. Aparte de hacer acto de presencia y cerrar filas en torno a su jefe, se confirma que no pinta nada allí. Aquello es terreno para correveidiles, medradores y pescadores a río revuelto, pero se consuela pensando que en un par de horas estará en la habitación del hotel con Stefano.

¡Que no habrán visto a esas cuatro paredes en tan solo quince días y lo que todavía les queda por ver! piensa con una sacudida de gusto.

Va vestida elegante, con vestido corto (no muy corto) y chaqueta abierta. Lo de menos es la ropa que luce porque como dice Stefano, para lo que le va a durar puesta... No obstante hoy está juguetona y ella también quiere sorprenderlo. Se ha traído un gabán que la cubre hasta casi los tobillos. De corte elegante y ceñido a la cintura. Tiene pensado cambiarse en el coche y presentarse la habitación solo con la lencería. Paloma saborea el vino. Si se toma un par de copas de más se atreverá a... Mueve la cabeza incrédula ¿de verdad está pensando eso? Se le acaba de ocurrir que ¿por qué lencería? ¿Por qué no presentarse totalmente desnuda? Se imagina la cara de Stefano cuando se abra el gabán y lo deje caer a sus pies y vea que no lleva nada debajo.

  • Paloma ¿sabes quién es aquel?

Ella vuelve rápidamente a la realidad, Méndez le está hablando.

  • ¿Quién?

  • El que está con Padilla. Es uno de los empresarios que han invitado, fíjate tú por dónde, el gerente de Wkm.

  • ¿Has hablado con él?

  • No, no tengo el placer de conocerle ¿quieres que nos presentemos?

  • ¿Sabe quién lleva su expediente?

  • No debería…

  • Ya, no debería… - repite sarcástica Paloma que no se fía de nadie - Espérate un momento aquí, Jaime, que voy a reconocer el terreno.

Paloma se acerca y finge que va a coger un canapé de la mesa dónde están situados los dos empresarios.

  • Perdón ¿me disculpa? me encantan los crepes de salmón.

  • Por supuesto, están deliciosos. Yo ya he probado media bandeja - responde el gerente - Soy Juan Pedro Ruiz, de la promotora WKM - dice el tipo, animándose ante una de las pocas mujeres presentes en el evento.

  • Paloma Gálvez, inspectora de urbanismo.

  • Encantado de conocerla.

Durante diez minutos intercambian conversación. El tal Juan Pedro no reacciona a su nombre ni a su imagen. Ni siquiera a su puesto como inspectora: todo el interés parece centrado en impresionarla y quizá en investigar si hubiera una posibilidad de tirarle los tejos. O aquel tipo es el mejor actor del mundo o no tiene ni idea que es ella la que lleva su expediente.

“Bueno, pues mejor que siga siendo así” piensa y luego, con un requiebro educado pero firme, abandona el campo volviendo a dejar solos a los dos hombres.

¿Dónde se habrá metido Méndez? Lo busca con la mirada y no lo ve. Debe haber ido al servicio o quizás le haya cogido la delantera a la hora de escaquearse de la reunión. Su mirada se detiene en su jefe, Marcial, que está haciendo relaciones públicas con el teniente de alcalde y dos tipos que no conoce, pero que sin duda deben ser empresarios influyentes. El jefe se da cuenta que los mira y le una señal para que se acerque.

“Vaya tela” -  piensa ella – “¿para qué me habré fijado? ya va a exhibirme este capullo.

Efectivamente, aterriza en medio de cuatro miradas que van desde la sonrisa bobalicona de Marcial, a la de tiburón de los dos empresarios, pasando por la indiferente del teniente de alcalde.

  • Esta es Paloma Gálvez, una de nuestras mejoras inspectoras.

  • Y de las peores: soy la única mujer del equipo - afirma ella, lo que provoca la risa de todos.

  • No tiene usted pinta de ser de las malas - afirma uno de ellos presentándose - Valentín Jurado - dice ofreciéndole la mano.

El otro también se presenta aunque con menos entusiasmo. Otros tres minutos de charla en los que el tal Valentín muestra interés por ella y por su trabajo. Pregunta demasiado y de forma demasiado incisiva. Este es de los que no pierden el tiempo: quiere saber quién es quién en urbanismo. El teniente de alcalde le habla con cierto respeto y bastante deferencia: el tipo debe ser un pez gordo. Paloma contrataca preguntándole a qué se dedica. Responde que a consultoría de empresas.

  • ¿Qué empresas?

  • Digamos que soy un freelance.

Marcial le echa una mirada reprobadora, como diciéndole: “no te pases Paloma que este y el teniente de alcalde parece que son pedo y culo, y están en situación de darle una hostia a urbanismo en cualquier momento. Así que tranquilita que te conozco, guárdate la ironía y vuelve a enfundar el colmillo que está goteando veneno… con estos no se juega”.

Muy bien, Paloma ya tiene pues excusa para iniciar su retirada. Mira el reloj: ya ha pasado una hora y cuarto.

  • Marcial ¿te importa si me voy ya? temas de logística en casa. Tengo que recoger a la cría, con tan poco tiempo no he podido organizar quién se quede con ella – miente.

  • Claro, claro, gracias por haber venido.

  • Ha sido un placer.

Valentín le vuelve a tender la mano:

  • Encantado de haberla conocido, señora.

  • Igual digo - afirma Paloma.

Se marcha lentamente, despidiéndose de algunos de sus compañeros. Pero cuando llega a las escaleras sus piernas parecen cobrar prisa. Ahora solo tiene una cosa en la cabeza y son las próximas tres horas que va a pasar con su amante. Es el margen de tiempo que se pone, una recepción en el ayuntamiento no da para mucho más y no quiere estirar la cuerda diciéndole a su marido que continúan la juerga fuera, como el día de la jubilación.

Cuando llega al parking del hotel, abre la guantera y saca un pequeño estuche. Un regalo de Stefano. Lo abre y comprueba que dentro están los tres dildos metálicos con los que jugaron en la última sesión. El estómago se le contrae y un relámpago cruza su columna vertebral desde el coxis hasta el cuello. Las imágenes acuden vívidas a su mente y su vello se eriza poniéndole la piel de gallina, como si estuviera allí de nuevo. Casi puede oler a Stefano y el suave olor a lavanda que desprenden las sábanas: huele a sexo y flores. Está con dos esposas una en cada mano y cogidas a cada extremo del cabecero. Las piernas también las tiene atadas, en este caso con las vendas que habitualmente utilizan. Igualmente, cada una a un extremo, formando un aspa sobre la cama. Abierta y expuesta a merced de su amante. Una situación que le sigue provocando un intenso morbo cada vez que se repite. La única variante, es que esta vez ella está boca abajo.

Los dedos expertos de su amante la recorren y su lengua llega a recovecos que parecen imposibles en aquella postura. Cuando ya la considera preparada, Stefano le enseña el estuche y lo abre, mostrándole los tres consoladores plateados. El pequeño apenas un plug, uno mediano (del tamaño de un dedo, algo más grueso y no mucho más largo) y el tercero del tamaño de un pene normal, por supuesto, nada parecido a lo que le cuelga a Stefano entre las piernas.

Nota como el metal le recorre las nalgas, los muslos y luego, la raja del culo, deteniéndose un momento en su ano.

  • ¿Tu marido te ha follado alguna vez el culo? - pregunta Stefano.

  • No, nunca - responde ella con la boca seca por la tensión sexual a la que la está sometiendo su amante.

  • Pues eso habrá que remediarlo - murmura mientras distribuye una capa de lubricante. Juguetea con el agujero e incluso introduce un poquito el dedo para asegurarse de que ella lo admite – Relájate, estás muy tensa.

Luego, toma el más pequeño y a la vez que con una mano la masturba desde atrás, presiona y se lo introduce en el culo.

Entra sin dificultad arrancándole a Paloma un gruñido que no está claro si es de satisfacción o de sorpresa. Stefano comprueba satisfecho como se va excitando y también como se humedece. Buen observador, se da cuenta de que su sexo ahora reacciona mejor que en los primeros encuentros, segregando más flujo. Parece que el aumento del deseo y de la actividad sexual, ha reactivado su cuerpo aletargado después de muchos años de rutina.

Selecciona el segundo dildo y lo pasa por su coño. Juega con él y apenas necesita lubricarlo para que entre. Una vez acomodado, comienza una estimulación simultánea de ano y vagina que acaba llevando a Paloma al orgasmo. Stefano siempre le proporciona al menos uno distinto cada vez que se encuentran. A ella le gusta repetir con su lengua, es un auténtico experto y también suele reservar otro para la penetración. Tener aquel gran trozo de carne dentro puede ser a veces molesto o incluso doloroso pero Paloma, se siente dueña del chico cuando lo tiene en su interior. Aunque sea él, el que la esté poseyendo, aunque la tenga sometida y atada a su merced. Cuando la penetra, tarde o temprano acaba llegando un momento en que el chico pierde el control y embiste furiosamente. En ese instante sabe que es suyo que lo tiene atrapado. El orgasmo que entonces la asalta, es el más intenso y más bonito todos.

Lo cierto es que el muchacho se preocupa y no deja de innovar, introduciendo al menos cada vez una forma diferente de hacerla llegar al clímax. Cuando se despidieron, limpió con cuidado, casi con ceremonia los cilindros y devolviéndolos a la caja cuál si fueran ornamentos religiosos o sagrados, se la entregó.

  • Toma, tienes que usarlos al menos una vez al día. Empieza por el más pequeño. Lubrícalos y ve con cuidado, no quiero que te hagas daño. Una herida ahí sería contraproducente y a partir de ahora, tu culo me pertenece. Solo quiero que tu ano se vaya adaptando y vaya cogiendo elasticidad. Pronto lo intentaremos y si has hecho bien los deberes, me derramare dentro de ti.

La sola mención de su amante a eyacular en su culo enardece a Paloma. Su clítoris se tensa. Ha recibido la leche de Stefano en su boca, en su piel, pero nunca dentro de ella. Se imagina ese miembro escupiendo semen, marcándoseles las venas con cada pulsación y complementando el placer que ella siente cuando él se descontrola al eyacular en su interior, vaciándose para ella y en ella.

Aprovecha ese momento de subidón para poner en marcha una pequeña picardía que se le ha ocurrido. Ya tienen repartidos los roles de amo y sumisa pero eso no implica que ella no pueda sorprender a Stefano. También tiene iniciativa, es de las que le gusta tomar el control y dirigir su propia nave, en este caso, su propio placer, manipulando también el de su amante. Es hora de que ella tome algo de protagonismo en el juego, así que ha decidido darle una pequeña sorpresa.

Abre el estuche y selecciona el dildo mediano. El plug es demasiado pequeño, apenas supone una declaración de intenciones y el otro es demasiado grande para andar con él sin que ella parezca un pato mareado o que va estreñida. El mediano tiene el tamaño justo, piensa mientras coge un poco de gel lubricante y lo embadurna. Mira a un lado y al otro: el parking está desierto y oscuro. Echa los asientos atrás y levanta las piernas poniendo los tacones en el salpicadero. Aparta a un lado la braga y respira tratando de relajarse. Se toca con el dedo central, pasando la yema sobre su clítoris que reacciona inmediatamente. Se relame con los ojos entrecerrados, anticipando el momento en que la monte Stefano.

El dildo se desliza sin encontrar demasiada oposición, solo la que una postura un tanto incómoda le provoca. Se imagina que es la verga de su amante aunque sabe que no hay comparación ni en tamaño, ni en grosor. Curiosamente, eso la hace mojarse un poco más en vez de preocuparla. El final del consolador que forma una protuberancia plateada, topa con su esfínter. Un leve gemido se escapa de los labios de Paloma que tiene que hacer un esfuerzo para no seguir masturbándose.

“Paciencia, paciencia”, se dice mientras encoge las rodillas y recupera la postura vertical. Trata de colocarse la braga en su sitio pero se engancha con el consolador. Cuando lo consigue, coge su bolso y sale del coche.

Se sube un momento la falda, tras comprobar que nadie la ve y se coloca bien la braga. Luego se quita la falda y la tira al asiento. La blusa y el sujetador siguen el mismo camino mientras se coloca rápidamente el gabán. Hubiese preferido ir desnuda del todo bajo la prenda, pero no confía en que se le salga el dildo sin las bragas para contenerlo y se le caiga por el pasillo, a la vista de alguien.

Ahora sí, cavila mientras contenta se dirige al ascensor. Camina despacio, intentando que su ano no expulse el juguete. Aprovecha el espejo de la cabina para repasarse el lápiz de labios con un tono rojo mucho más intenso. Se ve guapa y sonríe. Ella también tiene sus sorpresas y sus secretos. Stefano cree que es virgen de culo pero no es cierto. No le mintió cuando le preguntó, lo que sucede es que él planteo mal la cuestión.

  • ¿Tu marido te ha follado el culo?

  • No, nunca - eso es verdad. Pero eso no quiere decir que no haya practicado sexo anal.

Recuerda que fue con su segundo novio cuando se estrenó. Con el primero no llego ni a fornicar. Apenas unos besos y unos toqueteos fugaces y torpes. Pero con Enrique fue diferente. En su momento le pareció bruto y torpe, pero ahora (como suele suceder con los recuerdos), solo evoca la parte buena. A veces idealizamos el pasado igual que construimos el futuro con nuestra imaginación, eliminando de nuestras fantasías todo aquello que estorba o molesta.

Enrique no tenía muchas luces pero era guapo y ella demasiado joven para fijarse en otra cosa. Era insaciable y no atendía a razones cuando le daba el calentón, cosa que sucedía casi siempre que encontraban la oportunidad de quedarse a solas. Más de una vez volvió Paloma a casa con las bragas rotas o un tirante descosido. El chico se limitaba embestir como un potro. Se cegaba ante la visión de sus pechos, sus muslos, el tacto de su piel o el olor de su sexo. La pérdida de la virginidad no fue un momento agradable, pero pronto, Paloma fue capaz de dirigirlo y controlarlo lo justo para obtener también su placer. Su energía desaforada y la locura transitoria cuando podía disponer del cuerpo de la chica, la enardecía. La ponía sumamente cachonda: reminiscencias de juventud que quizás expliquen sus fantasías actuales.

El problema es que Enrique no atendía a razones y tras unos primeros polvos en los que inevitablemente la llenaba de leche, Paloma entendió que tenía un problema. No había forma de que se pusiera el condón una vez que empezaba a follarla. Era casi una pelea de la que ella quería zafarse, pero no podía al principio y luego se rendía llevada por el placer y la locura, dejándose hacer y recibiéndolo en su interior mientras ella misma se corría. Otras veces conseguía llegar a tiempo e incluir algún preliminar: generalmente engañándolo con una buena chupada podía lograr que se pusiera el preservativo, aunque estaba claro que no era plato de su gusto.

En fin, que pasada la novedad, Paloma se planteó muy seriamente que aquello había que darle una solución y como él no colaboraba, la única posibilidad que se le ocurrió fue cambiar de agujero. Había oído a una compañera de clase confesar que ella lo hacía con su novio. Solo de vez en cuando, para tenerlo contento y así conseguía que de forma habitual se pusiera condón, dándole ese premio alguna que otra vez.

El día que decidió ponerlo en práctica no las tenía todas consigo pero la experiencia resultó satisfactoria. Enrique no tenía una gran verga, más bien era pequeñita y curvada y eso ayudó. En medio del polvo, en un frenesí en el que Paloma ya estaba por dejarlo correrse de nuevo de lo cachonda que se ponía al sentirlo embestir con todas sus fuerzas, ella lo detuvo y se arrodillo para chuparle la polla. La verga sabía a su coño, a su flujo. Después, se giró y le ofreció su trasero. El no entendió y fue directo a su almeja, pero ella tomo la polla y apunto a su culito. Enrique entendió y sorprendido por el ofrecimiento empujó, metiéndole del tirón el capullo, arrancándole un grito a Paloma que le pidió cuidado.

Esa vez, su ex se comportó y la penetró poco a poco, dilatándola hasta que llegó un momento en que la contención fue demasiado pedirle y comenzó a follarle el culo con la misma desesperación que le follaba el coño. Pero para entonces Paloma ya estaba dilatada y pudo aguantar aquello, que pronto dejo de dolerle y salvo un escozor que no se le iba, la molestia se fue convirtiendo en placer. La sensación era distinta porque la verga que normalmente le bailaba en su vagina, si se ajustaba en grosor a su culo. Era algo diferente y excitante. Ese día se corrió así, de pie, inclinada adelante, con una mano en la pared y con la otra masturbándose. Pidiéndole a Enrique que no se saliera de su culo a pesar de haber eyaculado.

Estuvo dolorida unos días, tanto que decidió darle descanso su trasero, pero a partir de entonces, aquella práctica fue habitual y aceptada de buen gusto por su novio, al que la estrechez de su culito parecía darle más placer y acabo prefiriendo follarla por ahí a por el coño.

Ella podía relajarse porque una vez deslechado, el chico se dejaba manejar. Se dejaba poner el preservativo o si Paloma estaba lo suficientemente caliente, aguantaba sin correrse follándosela pelo hasta que ella llegaba al orgasmo. Inolvidables polvos de juventud, trufados del aroma a primeras veces y descubrimientos. Y que se quedaron grabados a fuego en aquella parte de su mente que Paloma reserva para el morbo. Posiblemente, como sucede con las fantasías, no todo fuera en realidad tan excitante ni tan bonito, pero ella ha construido sobre aquellos cimientos forjando su deseos.

Luego vinieron otros novios que apenas duraban y otros polvos de circunstancias. Con Javier fue distinto. Hubo sintonía y también cariño, todo aderezado con momentos puntuales de pasión. Pasaron por todas las fases habituales en una pareja hasta llegar al punto de la rutina y (a veces), del desencuentro. En las pocas ocasiones en que trataron de innovar Paloma le propuso practicar sexo anal, llevándose para su sorpresa una negativa. Javier miraba con desagrado esa práctica. Le parecía sucia y peligrosa. Así que ella no insistió. Tentada estuvo más de una vez de contarle que no había peligro, que su anterior novio se lo folló por detrás casi más veces que por delante y que con la adecuada higiene todo iría bien. Pero desistió de ello: no parecía muy buena idea contarle a su marido las guarrerías que hacía con su ex.

Tuvo que esperar a la aventura con Ricardo para desempolvar aquellos recuerdos y volver a sentir una verga en su ano. Como era de esperar, el chico no le puso ninguna pega, entraba dentro de ese porcentaje amplio de hombres que fantaseaba cómo penetrarle el culo a su pareja. A Paloma le provocó una especial placer complacerlo ya que él aseguraba que jamás ninguna chica había accedido a darle su trasero. Fue muy morboso ser la protagonista de su primer anal.

Y ahora estaba allí, frente a la puerta de la habitación, preguntándose si hoy tendría premio. Y también si podría con él. La polla de Stefano se salía de todas las medidas de cualquier cosa que ella hubiese intentado introducirse por detrás. La posibilidad la ponía cachonda pero era consciente de que tendría que ir con mucho cuidado porque su elasticidad tenía un límite. Stefano, de todas formas, parecía muy experto y sabía lo que hacía. Seguro que no daría un paso en falso, pensó tranquilizándose.

Unos golpes suaves con los nudillos, sin hacer apenas ruido, suficiente para que el hombre que la espera detecte su presencia y le abra la puerta con una sonrisa en la boca ¡qué guapo está el cabrón! Stefano la aguarda con un pantalón negro liso, zapatos a juego y una camisa blanca abierta. Tiene una copa en la mano, parece que hoy toca champagne.

  • Hola preciosa.

  • Hola - contesta Paloma cerrando la puerta y situándose en el centro de la habitación - ¿me has echado de menos?

  • Siempre.

Como premio al cumplido ella se abre el gabán, lo echa hacia atrás y deja que se escurra hasta el suelo. Se queda solo con los tacones y las bragas, mirando con un punto desafiante a Stefano. Satisfecha, lo ve esbozar una nueva sonrisa aprobadora.

  • ¿Has hecho las tareas?

  • Compruébalo tú mismo - afirma retadora.

Él se acerca, la toma por la cintura y la besa en la boca. Un beso húmedo y apasionado que es el prólogo en todos sus encuentros. El reconocimiento de cuanto le gusta ella y de lo necesitado que está de tenerla a su lado. La única concesión al cariño y al sentimentalismo antes de que la cosa se ponga dura de verdad. Luego, si la sesión ha sido satisfactoria (y hasta ahora todas lo han sido), vendrá otro momento dulce en declaración a lo bien que se ha portado. Son los instantes, además, en los que Paloma deja de obedecer para tomar el control. Poco a poco quiere ir siendo más protagonista: aquello de la sumisión es muy morboso y excitante pero a ella también le gustaría dar con el látigo de vez en cuando. En fin, poco a poco, piensa satisfecha: tienen todo un mundo por delante.

Las manos de Stefano se deslizan desde su espalda hasta sus caderas. Se arrodilla frente a ella y le baja las bragas. Su lengua da un lametazo en la parte de arriba de su coño, buscando su clítoris. Los dedos acarician las nalgas y se pierden entre su raja hasta que detectan la base del dildo. El chico se detiene y le lanza una mirada cargada de vicio. Sus labios vuelven a cerrarse sobre su clítoris y tratan de presionarlo, escondiendo esta vez la lengua. Cuando ya empieza a suspirar, Stefano se levanta y se dirige a coger una caja que hay sobre la cama. ¿Qué será esta vez? se pregunta la mujer mientras siente mariposas en el estómago.

  • Quítate los tacones. Te quiero totalmente desnuda.

Ella obedece y mientras, él se acerca con algo en la mano. Es un collar de perro. Bueno no exactamente de perro, está preparado para no dejar marcas ni resultar molesto. Está claro que es un artículo dirigido a personas pero la función es la misma, como comprueba ella cuando se lo ciñe al cuello y Stefano lo engancha a un extremo de la cadena.

  • ¡A cuatro patas perra! - le ordena.

Ella cumple la orden y Stefano, cogiendo en corto la cadena, la obliga a pasear en círculos por la habitación. Observa fascinado como se mueven sus glúteos con el dildo todavía dentro. Luego, le suelta un poco más la cadena y tira de ella hacia el cuarto de baño. En el suelo, junto al lavabo, hay un pequeño bol con agua. Le ordena que beba. Paloma lo hace como si efectivamente fuera una perra: sin usar las manos, solo metiendo los labios. Cuando acaba, tiene toda la cara y la barbilla mojada.

  • Hoy vas a ser mi perra. Si quieres beber tendrá que ser así, si quieres mear tendrás que mear en el suelo del baño, si quieres follar tendrás que aceptar que te monte como si fuéramos animales...

Luego tira forzándola a girar el cuello y a seguirlo otra vez hasta el dormitorio. Paloma emite un gemido al notar que le tiran del cuello y se tropieza un momento, pero luego se recupera y va a cuatro patas siguiendo a su amante. En su interior anticipa parte de lo que va a suceder y se moja solo de pensarlo. No obstante, decide provocar a Stefano, tensar un poco la cuerda: cuando lo provoca, siempre es mejor.

  • ¿Y qué sucedería si no quiero, si me niego actuar como una perra?

  • En ese caso tendría que castigarte. A lo mejor te saco así al pasillo y te doy una vuelta por el rellano.

  • No voy a dejar que me pasees y que me graben las cámaras o alguien me pueda ver así.

  • Por eso no hay problema, aquí tengo todo un juego de vendas, máscaras y antifaces para ponerte.

  • Aun así, no te lo permitiré.

  • Entonces tendrás que pronunciar la palabra stop y ya sabes lo que eso supone.

Ella guarda silencio: no, no quiere que aquello acabe.

  • Solo tienes esas dos alternativas: castigo o retirada... Y ahora dime ¿te portaras bien?

  • Sí.

  • Dime que serás mi perra y que puedo hacer contigo todo lo que quiera.

  • Voy a ser tu perra y haré todo lo que tú me pidas – dice mientras nota como su sexo empieza a palpitar.

  • Bien, así me gusta - Stefano se desviste. Esta vez tiene ya la verga totalmente erecta y Paloma la mira fascinada. Él se sienta al borde de la cama y tira de la cadena atrayéndola directamente a su miembro. Cuando llega a su altura, la coge del pelo con una mano y con la otra apunta a sus labios. Ella la toma y empieza a chupar como siempre por partes, es incapaz de metérsela entera en la boca. Trabaja su falo de arriba abajo, chupándole los huevos.

Stefano da un pequeño tirón hacia atrás de la cadena, forzándola a retirarse de su miembro. La coloca sobre sus rodillas como si fuera una niña pequeña, o más bien, como un cachorrito. Paloma siente la caricia en sus nalgas seguida de una palmada. Repite la operación varias veces golpeando cada vez más fuerte hasta que ella siente picor, seguramente debe tener los cachetes colorados. Entonces, con mucho cuidado, la estimula desde atrás metiendo la mano y tocando su sexo mientras que con la otra retira poco a poco el dildo. Los golpes han aumentado la sensibilidad de Paloma que ahora se retuerce de placer.

Alarga el brazo: ha tenido la precaución de dejar la caja con los consoladores al alcance de su mano y toma el más grueso de todos. Se lo pasa por los labios a Paloma y en esa postura, echada sobre sus rodillas, la obliga a chuparlo mientras le introduce un dedo en la vagina. Luego otro y finalmente un tercero. La combinación del consolador en su boca y el fisting en su coño, enardece a la mujer que culebrea al ritmo de las embestidas.

El chico se detiene justo cuando aquello empieza a coger una pendiente pronunciada hacia el orgasmo.  No todavía, se ve que la va a hacer sufrir un poco más. Prefiere orgasmos fuertes, intensos y prolongados a fáciles. Nada de fast food sexual, aquí se sirve producto de primera calidad.

Ella se remueve enfadada: su conejo echa de menos las caricias, el dildo abandona su boca, el morbo parece desvanecerse en el punto más álgido. Stefano le da una palmada y la obliga a ponerse a cuatro patas en el suelo. Luego, coge el consolador y lo lanza a una esquina de la habitación.

  • Tráemelo - le ordena desenganchándole la cadena - pero como las perras, recuerda que no puedes utilizar las manos.

Paloma gatea hasta el juguete. Se siente un poco ridícula, pero la mirada de su amante fija en su culo mientras se mueve le hace olvidar cualquier tipo de reparo. Lo toma con la boca y se lo trae depositándolo en su mano.

  • Muy bien perrita. Te mereces un premio. Apoya las patas en la cama...

Ella pone los brazos sobre la cama y permanece de rodillas con el culo en pompa. Siente cómo Stefano lo manipula, no sabe que está haciendo aunque sospecha que lo está lubricando. Efectivamente, al poco nota como le abre las nalgas con las manos y la punta del consolador presiona sobre su culo. Despacio, sin prisas y comprobando sus reacciones lo va introduciendo.

Paloma mueve las nalgas buscando la penetración: desea gritarle que se lo meta ya del todo, que en esos días que no se han visto se lo ha introducido a diario, que su culo puede con eso y con más, que ya han andado por ahí otros dos chicos antes que él y que ella desea que se lo folle, es el único agujero de su cuerpo que aún no ha recibido a Stefano.

No sabe por qué esa práctica la pone tan cachonda. Quizá porque le trae recuerdos de juventud y de sus primeras veces; quizás porque evoca recuerdos del amante perdido; a lo mejor es por la transgresión de las normas, por el morbo que produce hacer algo que se sale de lo común y que su propio marido no le practica. Darle su culo al amante es entregarle algo que ella da en exclusividad, quizás por eso la excite tanto. Pero Stefano sigue a lo suyo, con cuidado, con paciencia sin precipitarse, la penetra hasta introducirlo completamente. Espera a ver como lo tolera y con satisfacción, comprueba que lo mantiene dentro sin aparentes molestias.

Stefano se escurre en el suelo y con tirones de la cadena, la fuerza a ponerse inversa a él. La idea parece que es hacer un 69. Paloma obedece y golosa, se abalanza sobre su miembro. Su coñito pronto es asaltado por la experta lengua de su amante, que juega con sus labios mayores y menores, bebiendo sus jugos, antes de centrarse en su nódulo. Las contracciones de su vagina tienen eco en el falo metálico que llena su ano, haciendo de caja de resonancia del placer.

  • Date la vuelta.

Paloma se gira y su rajita chorreante toma contacto con el pollón de Stefano, también convenientemente lubricado por su saliva.

  • Toma mi verga y métetela, perra.

Un estremecimiento la recorre entera. La escena no está desarrollándose como ella pensaba, pero la promesa de una doble penetración la seduce hasta el punto que el muchacho tiene que pedirle tranquilidad. El glande hinchado resbala dos o tres veces hasta que da con el camino adecuado. Nota como su vagina se dilata para engullir aquel trozo de carne tibio y vibrante. Pero esta vez es especial, con el dildo ocupando su ano, el espacio en la vagina parece que se reduce, no pudiendo estirar por esa parte, provocando una sensación de estrechez que a la vez molesta y da más gusto. Stefano le ha cedido el control, ella arriba, para que pueda gestionar bien el tiempo y el modo de empalarse. Chico listo. La mente de Paloma va más rápido de lo que su cuerpo admite.

Finalmente lo consigue. Se siente tan llena que apenas puede moverse. Le cuesta follarse a Stefano, así que sustituye el vaivén de las caderas y de la verga entrando y saliendo, por el toque de sus dedos en el clítoris mientras la mantiene dentro. Ahora sí, el orgasmo es inevitable y ella se abandona, no es capaz de contenerse. Un jadeo ascendente que estalla en un grito desgarrador. Con Stefano ha aprendido a no contenerse como hace con su marido en casa…la niña, los vecinos, el propio Javier que sin duda la miraría como a una loca…aquí puede mandarlo a la mierda todo y potenciar su corrida con sus chillidos y las más guarras expresiones. El placer es tan agudo que se dobla sobre sí misma, contrayendo el estómago y quedándose sin aire. Intenta seguir chillando para liberar toda la presión pero no puede, el orgasmo la rompe de gusto y la ahoga a la vez. Finalmente, se deja caer hacia delante, sobre el pecho de su amante, lo que hace que al menos un buen trozo de polla salga de su coño, bajando la coerción en sus entrañas y produciéndole cierto alivio. Acaba por expulsarla entera. Luego lleva la mano a su culo y se saca el consolador, para acabar arrebujándose sobre Stefano, buscando sus caricias como una perrita haría con su dueño. Está agotada y apenas puede hacer otra cosa que recuperar la respiración. La mano de su amante se desliza por su columna dibujando arabescos en su espalda. Su aliento se acompasa con los latidos de su corazón, que puede percibir piel contra piel. Todo se obscurece a su alrededor mientras sus parpados bajan el telón para un breve descanso antes del segundo acto.

Joder, momentos como ese valen toda una vida, piensa.


Han pasado tres días más y ya entramos en otra semana. Marcial achucha a Paloma, el expediente ya debería estar resuelto “¿Qué coño pasa? ¿Hay algún problema?” Inquiere molesto. Ella le da largas, está ya a punto, pero prefiere no adelantar detalles porque sabe la que se va a liar cuando publique sus conclusiones. Así que de momento mejor disimular y hacer como que está sumida en la burocracia asociada a este tipo de trabajo.

Hace calor, el polvo le irrita la garganta y tiene las botas sucias y llenas de tierra. Pero nada de eso le supone un problema. A Sebas sí. Refunfuña y maldice tras un par de horas pisando tierra suelta y arrugándose sus pantalones chinos del corte inglés. No soporta que el efecto del desodorante se le haya pasado y un par de róales húmedos asomen a sus axilas. Demasiado exquisito para trabajo de campo, su idea de salir de la oficina a laborar en el exterior es tomarse un café en la terraza de Paco mientras consulta el correo en su móvil.

  • Paso de preguntarte que coño hacemos aquí pero ¿Queda mucho?

  • Esta es la última. Y para que lo sepas, estamos cotejando las medidas declaradas de las parcelas con las reales.

  • Eso ya lo sé, no soy tonto. Lo que me pregunto es por qué estamos haciéndolo. Eso ya está revisado y no es un motivo para que me hagas sudar ni manchar mi ropa trayéndome a un lugar inhóspito.

  • Venga, apunta el metro laser a aquella valla. Y de allí me apuntas a mí luego y me cantas los metros. Luego te explico comiendo en el Saray.

  • ¿En el Saray?

  • Sí hombre, te voy a invitar para resarcirte del disgusto que te estoy haciendo pasar.

  • Bueno, si es así, la cosa cambia un poquito – afirma Sebas. Su humor ha mejorado considerablemente.

Paloma apunta las medidas que le da su ayudante en una hoja de cálculo. Son las últimas. Salva datos en el archivo y se lo envía a su correo corporativo. Esta tarde lo recuperara en el sobremesa de la oficina y contrastará lo que ha obtenido con las medidas declaradas.