Fantasías sexuales de las españolas: Mónica

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

(XII) Mónica

Mónica, redujo la velocidad levantando suavemente el pie del pedal de aceleración y pasándolo al de freno. A 200 metros, unos destellos rojos anunciaban que otros vehículos ya habían llegado a la retención que se formaba todos los días a esa hora en la entrada a Madrid, por Villaverde. Entre quince y veinte minutos, según el día, que no había quien te quitara y que a Mónica se le hacían cada vez más pesados. Quienes iban acompañados podían charlar pero no era su caso. También había quien escuchaba música o las noticias en la radio, pero ella no tenía cuerpo para eso: recién levantada, todo le molestaba hasta que no llegaba al trabajo y tomaba su primer café para espabilarse. Claro que hubiera podido tomarlo en casa, pero su estómago a esas horas apenas admitía nada, bajo pena y riesgo de que cualquier cosa que le echara le sentara mal, y no era cuestión de que te diera un apretón, como ya le había sucedido alguna vez en medio de un atasco sin tener donde parar para aliviarse.

Cuando su vehículo finalmente se sumó a la fila de caracoles con luces, que reptaba metro a metro buscando la ciudad, la chica se relajó un poco.

Mierda de momento, casi el peor del día y encima era miércoles. Aún no había empezado su jornada de trabajo. Una larga andanza llena seguramente de rutina, prisas y problemas la esperaba y todavía no había ni siquiera arrancado. Efectivamente, era su peor instante. Al menos, cuando estuviera en el tajo estaría más distraída, pero ahora solo podría debatirse entre la morriña de que su mente aún estaba entre las sábanas y el necesario despertar a la realidad de su día a día.

Y ¿por qué los miércoles eran malos?

Bueno, eso venía desde hacía un mes más o menos: ese día había pasado de ser el favorito de la semana al más odiado. Los miércoles era el único día que coincidía con su pareja por la mañana. Su chico, Ricardo, vigilante de seguridad, había conseguido un contrato indefinido. La única pega es que le tocaba cubrir siempre el turno de noche, de forma que cuando llegaba a casa, ella ya se había ido. Estaban como Lady Halcón con, digamos, ciertas dificultades para coincidir en tiempo y ganas.

A esas alturas de su vida, ya con cuarenta y un años, había pasado por varias fases en lo que a temas sexuales se refería. Desde la intensidad y el morbo de los primeros encuentros, a un sexo mucho más tranquilo y organizado, como correspondía a una pareja con más de una década de relación a sus espaldas. Es cierto que Mónica no había sido precisamente una chica muy fogosa y era Ricardo el que casi siempre tiraba de ella, pero tampoco era una mojigata ni una inapetente. Le gustaba el sexo, lo único, que tenía que estar motivada y encontrar el momento, cosa que la rutina matrimonial no parecía favorecer en los últimos tiempos. Simplemente una cuestión de biorritmos. Los cambios de turnos y de horarios influyen por separado en la vida de cada uno, de forma que cuando ella tenía ganas, su marido no estaba y cuando su marido estaba, a ella el cuerpo le pedía otra cosa, generalmente descanso y desconexión.

Efectivamente, cuando llegaba por la tarde, agotada, había tenido que parar para hacer compra y aún tocaba cocinar algo para la cena, ordenar un poco la casa o cualquiera de las tareas que había que aprovechar para hacer antes que cayera la noche.

No es que Ricardo no ayudara, pero había algo a lo que él no renunciaba y era a su hora de gimnasio. Por la mañana dormía y después de almorzar, generalmente, se sentaba a ver la televisión mientras hacia la digestión. A media tarde es cuando iba al gimnasio: no era cuestión de ponerse a hacer deporte recién comido. Temas de su profesión, un guardia jurado tenía que mantenerse en buena forma según indicaba él, aunque Mónica sabía perfectamente que le apasionaba hacer deporte y era su mejor momento del día, de manera que procuraba no recriminárselo. Pero lo cierto es que apenas coincidían un rato antes de cenar. No era su mejor hora, desde luego, y las veces que tenían sexo solía ser apresurado e insatisfactorio, al menos para Mónica. De forma que trasladaban sus revolcones al fin de semana, cuando ella no trabajaba y podían permitirse el lujo de buscar mejor el momento en que cuadraban más sus deseos.

Con una excepción: los miércoles.

Rara era la semana que no tenía que completar la jornada partida con algunas horas extras que su jefe, por supuesto, nunca le pagaba: simplemente las acumulaban para disfrutar en algún momento de la semana siguiente.  Ese momento era el miércoles por la mañana, un oasis en medio de la semana en el que podía retrasar la entrada, algunas veces, incluso hasta el mediodía. Y entonces, sí se producía esa maravillosa conjunción de astros que permitía a Ricardo llegar y encontrarse la cama caliente, carne tibia bajo las sábanas, entre el sueño y la vigilia.

La simple expectativa hacia que pasara buena parte del turno esperando el momento de salir, con lo cual estaba motivado y generalmente llegaba a la cama con una buena erección, pegándose a ella, acariciándola, metiendo mano debajo de su camisón o entre los pantalones del pijama, consiguiendo que un cosquilleo húmedo surgiera de su entrepierna mientras que sus pezones se hinchaban, volviéndose hipersensibles a cualquier roce o caricia.

En esa mezcla entre sueños y realidad, el deseo sí que acudía presuroso a su llamada. Saltándose la barrera de las obligaciones, el estrés, el cansancio del día. Era el momento en que no había dique que contuviera sus anhelos ni sus ganas. Ricardo lo percibía, se daba perfecta cuenta y eso hacía que su excitación fuera también brutal, sabiéndola dispuesta. No era un polvo de circunstancias, ni simplemente para quitarse la tensión ni las ganas, era una follada en toda regla, de esas que te dejan muerta y satisfecha, recreándote, conscientes que no había prisa ni porque él se tuviera que ir, ni porque ella tuviera que hacer lo propio. Y a veces repitiendo. Entonces sí, entonces Mónica conducía tranquila, relajada y optimista hacia su trabajo, sabiendo que se saltaba la hora del atasco y que le había ganado buena parte del día al estrés laboral ¡Joder! si es que era mejor incluso que el fin de semana ¡Benditos miércoles!

Hasta que se acabó el chollo. Qué poco dura la alegría en casa del pobre, que decía su abuela. La salida de un cliente de la cartera de negocio, les había dejado con déficit de actividad. Mónica incluso temió por el puesto de trabajo, aunque al final solo quedó la cosa en una reorganización. Eso sí, se acabaron las horas extras y también la alegría de los miércoles. Así que ahí estaba como todos los días, pisando embrague, metiendo primera, avanzando dos metros, pisando embrague, sacando marcha, frenando... Movimientos ya reflejos mientras avanzaba a paso de tortuga hasta el enlace con la M30, donde ya el tráfico fluía un poquito más despejado.

Definitivamente en este momento, nada podría ir a peor ¿o acaso sí? Un relámpago rasgó el telón de fondo del horizonte. El aire estaba cargado de humedad. Con la primera luz del día alcanzó a vislumbrar una capa de nubes grises y bajas.

El trueno llegó arrastrando una corriente de electricidad estática a lomos de las primeras gotas de lluvia, gruesas, que sonaban como golpes al impactar contra el techo y el capó del coche.

  • Mierda - pensó Mónica echando de menos una vez más su cama. La lluvia fuerte en Madrid era sinónimo de accidentes, atascos y aún más ralentización de tráfico. Pues sí, definitivamente el día podía ir a peor.

Mónica resopló fastidiada. En su biorritmo y para su desgracia, ese era el momento en que estaba más predispuesta al sexo de todo el día. Allí, medio amorrada, evitando pensar en lo que tenía por delante y dejando su mente en blanco mientras de forma mecánica avanzada metro a metro, era cuando el cuerpo le reclamaba placer. Claro que también ella tenía parte de culpa porque esa mente en blanco la dejaba llenarse de fantasías y deseos. ¿Con qué otra cosa ocuparse si no? No soportaba la radio, la música le daba sueño y se negaba anticipar o planificar el día, que por otro lado, no era en nada distinto a los demás.

Así que se dedicaba fantasear. Con su marido y con los polvos que echaban aquellos miércoles ya perdidos. Con ese compañero del trabajo con el que había estado tonteando, aunque eso sí, sin cruzar la raya, lo que no quitaba que pudiese incorporarlo a sus fantasías eróticas imaginándose lo que hubiera podido pasar. Con ese chico guapo y trajeado en un BMW azul metalizado que a veces coincidía con ella en el atasco y de quién no sabía absolutamente nada, solo que se desviaba al tomar la M30 en sentido contrario al suyo. Una vez coincidieron en paralelo y ella no pudo evitar fijarse. Apuesto, joven, bien peinado y con unos ojos claros que la miraron curiosos durante unos segundos eternos antes de que ella se ruborizara como una colegiala pillada en falta y fijara la vista al frente para romper el contacto. Con cuarenta y un años y poniéndose colorada, peor aún: poniéndose cachonda al recordarlo y buscando con la mirada el vehículo cada vez que llegaba al atasco. Había podido identificarlo alguna que otra vez pero nunca habían vuelto a coincidir en paralelo, siempre breves retazos, imágenes que pasaban rápidas y borrosas aunque sabía que era él.

Bueno, pues ahora ya estáis en antecedentes de cómo y por qué, este era un momento engorroso pero también especial para Mónica. Sus veinte minutos de retención diaria donde ella se evadía, donde su mente desconectaba de la realidad para enchufarse a fantasías hedonistas, generalmente relacionadas con el sexo. Sin querer despertar aún pero estando ya despierta. En esa tierra de nadie donde ya has salido del refugio de la cama y del sueño, pero todavía no te has incorporado al duro día que acaba de comenzar.

Durante tantos meses había tenido la oportunidad de pensar en todo y en todos, de depurar la técnica para evadirse mentalmente mientras circulaba a paso de tortuga. Tanto era así que a veces la libido se le disparaba, de alguna forma, su cuerpo se había acostumbrado a reaccionar a esos estímulos y a esa hora: ya sabéis, el tema este del biorritmo que hablábamos antes…

Como si hubiera una predisposición de su mente, que finalmente arrastraba a su cuerpo. Aquel se había convertido en su momento, de la misma forma que antes lo era el despertar los miércoles cuando su marido llegaba la cama y se acurrucaba junto a ella metiéndole mano. Su cuerpo estaba preparado y su mente también, en aquellas ocasiones nunca decía que no porque las esperaba y las deseaba. Sus ganas y sus orgasmos eran similares a los que tenía cuando ovulaba una vez al mes, en que su organismo se inclinaba al sexo y sentía la llamada de la naturaleza.

Algo parecido a lo que le sucedía en aquellos momentos en que parecían alinearse los astros. Tanto era así que más de una vez llegaba al trabajo muy caliente. Generalmente, bastaba el trayecto con el tráfico más frenético de la M30 y cuando callejeaba camino del trabajo, para que el hechizo se fuera deshaciendo. Pero había llegado a tal grado de entrenamiento y de sugestión, que a veces el calentón le duraba hasta llegar a la oficina. El parking era concurrido y totalmente expuesto, si no hubiera sido por ello, más de una vez se habría hecho un dedo en el mismo vehículo. Incluso un par de días de estos que llegaba especialmente motivada, lo primero que hizo fue meterse en el aseo para hacerse una paja allí sentada en el váter. Pero no fue demasiado satisfactorio, especialmente la segunda vez: entró una compañera y al oír ruidos le pregunto si estaba bien, desconcentrándola y poniéndola nerviosa.

A ella le hubiera gustado tocarse en el momento álgido de la fantasía pero claro eso de hacerse una paja mientras conducía a la vista de todos los demás que circulaban, como que no. Todo un poco frustrante, la verdad.

Lo que antes eran goterones dispersos de repente se convirtió en una cortina de lluvia. Casi inmediatamente, se ralentizó la circulación hasta casi detenerse. El suelo se empapó y algunas ráfagas de viento arrojaron agua también sobre los laterales del vehículo, de forma que Mónica (al igual que todos los demás conductores) subió las ventanillas y puso a tope los limpiaparabrisas. La sospecha de que hoy el atasco se iba a prolongar más allá de los 15 o 20 minutos habituales llegó cuando vio parpadear las luces de emergencia, aproximadamente a un kilómetro de distancia. Los típicos cagaprisas que siempre iban pegados al de delante. Seguramente algún idiota se distrajo o no frenó a tiempo y ya teníamos el golpe. Con un poco de suerte, solo un carril atascado, pero de momento el parón era total.

Mónica no puede hacer otra cosa que dejar vagar su imaginación como todos los días, pero esta vez quizás de forma un poco más intensa y con más tiempo por delante. Pasa revista a sus fantasías más recurrentes. Comienza soñando que tiene la mañana libre en vez de estar metida en una mierda de atasco camino una vez más del trabajo. Está en su cama, calentita bajo el edredón. Su camisón por los muslos, los pechos aplastados mientras duerme de lado. Dulces y húmedos sueños recorren su mente y hacen que algo se remueva en su vientre: el gusanillo ese de cuando era jovencita, de cuando siendo adolescente su cuerpo recibió las primeras caricias. Casi puede reaccionar igual, con un mórbido deseo, con expectación, con su piel electrizada, tensa y sensible. Con su vagina humedeciéndose.

Sueños que pronto se hacen realidad al oír la puerta del dormitorio abrirse y sentir unos pasos pesados acercarse a la cama. No necesita abrir los ojos para saber que es su marido que acaba de llegar. Todavía trae el olor del uniforme, el olor a cuero de los cinturones donde cuelga las esposas y el arma. No sabe por qué, pero eso la excita mucho. Sin embargo, cuando se mete en la cama está desnudo. Mónica sabe que ha dejado la ropa en el vestidor y que cuando entra a la habitación, lo hace en pelotas. Pronto siente un brazo fuerte y musculoso rodeándola. Su chico son 86 kg de músculo enfundados en un cuerpo de 1,80 de alto. Él se pega haciendo la cucharita y Mónica nota el falo duro y caliente enterrándose entre sus nalgas. Ella ya era culona de jovencita, ahora en los cuarenta es todavía un poco más ancha de caderas y con un trasero aún más prominente, pero eso no parece restarle placer al interés que su marido siente por ella, todo lo contrario, siempre le han gustado macizorras y para él, tener más culo dónde perderse es una alegría. Así se lo ha dicho y así lo percibe ella cada vez que lo sorprende observándola desde atrás con mirada de deseo.

Casi enseguida la mano baja las bragas a medio muslo para luego posar la palma en su glúteo y apretarlo en una caricia que la moja, y más aún, cuando nota un dedo grueso y largo introducirse buscando la entrada de su vagina. Así comienzan los miércoles, con una Mónica entre el sueño y la realidad, jadeando mientras su marido la penetra desde atrás con el camisón y las bragas medio puestas, con su aliento en el cuello, resollando en su oído y una mano pellizcando su pecho.

Y así nace el primer orgasmo, en esa postura cómoda y fácil, con ella subiendo las rodillas y metiendo culo para sentir aún más las embestidas y que estás sean más profundas, para deleite de ambos.

Un breve pitido la hace abrir los ojos sobresaltada. La fila se ha movido unos metros adelante mientras ella estaba en otro mundo follando con su marido y el de atrás se impacienta. Tensa, mueve los pies para manejar los pedales y avanzar un poco antes de volver a detenerse. Hoy lleva un vestido de punto corto, por encima de las rodillas, sin medias ni pantys, que luego pasa calor en el trabajo con la calefacción. El interior de sus muslos está chorreado y pegajoso y percibe un cosquilleo. Es su clítoris que empieza a hincharse por lo que su celebro imagina. Imágenes, olores, sonidos, sensaciones… cierra los muslos y los frota, transformando la sensación de cosquillas en placer.

Una mano suelta el volante y sube desde la rodilla hasta su ingle por debajo de la tela. Se acaricia el monte de Venus y lanza un breve gemido apenas se roza con la yema de los dedos, pero su nódulo responde con un calambrazo que se transmite como si fuera el eco al interior de su vagina. Un grito que llega hasta el fondo, haciendo que sobre su tripa bailen mariposas.

Baja la mano un poquito más y toca la tela de sus bragas a la altura de los labios vaginales y puede darse cuenta que está mojada.

Fuera, la lluvia arrecia y a pesar de ir con las ventanillas subidas el olor a humedad invade el coche. Imposible distinguir nada. El vehículo de enfrente es solo un reflejo rojo de luces de freno y catadióptricos que devuelven la luz de sus faros. La luneta trasera empañada no le deja ver al que tiene detrás, salvo nuevamente lo que es un haz de luz, guardándola de miradas indiscretas. El vehículo que tiene al lado (apenas a metro y medio), es un borrón donde una figura irreconocible mira hacia el frente, también agobiada por ese inicio de jornada. A fastidiarse tocan. Pero ella está en su mundo y ahora se siente a salvo de miradas indiscretas, como en una burbuja. Hoy, con la que está cayendo, la posibilidad de que alguien pueda adivinar sus tejemanejes parece más remota.

Siempre ha soñado con aprovechar el subidón para masturbarse, pero nunca se hubiera atrevido a tal cosa ¿hoy sí?

Trata de desechar la idea más que atrevida, pero su cuerpo se niega a obedecerla atraído por el placer y el deseo. Esos dedos se cuelan entre la fina tela que cubre su pubis y uno de ellos se pierde entre los pliegues de su vagina. Mira de nuevo al lado pero el chaparrón sigue inclemente y le impide ver con claridad, de la misma manera que la otra persona tampoco podrá seguramente verla a ella. La puerta la oculta de hombros para abajo, pero ¿podrá distinguir su respiración agitada, sus pechos subiendo y bajando, su labio mordido en una mueca obscena? ¿Será el chico joven el que está situado junto a ella? Se lo imagina saliendo del vehículo, empapado, llamando a su ventanilla con los nudillos. Olor a Hugo Boss, como a ella le gusta y un rostro bien afeitado, cuerpo enfundado en traje caro, pidiéndole permiso para abrir la puerta y entrar a su lado.

Mónica lo ve como si realmente estuviera sucediendo. Los dos en el asiento trasero, comiéndose a besos, enredando sus lenguas, su mano buceando en la bragueta y sacando el miembro del chico. Su boca cerrándose sobre él, recorriéndolo mientras lo empapa con su saliva, apretándolo con sus labios…

Las bragas vuelan al asiento delantero. Mónica se sube a horcajadas buscando directamente el contacto, el vestido por la cintura y los muslos abiertos. Se la mete hasta el fondo mientras se vuelven a comer la boca y el aprieta sus nalgas con las manos, deseando abarcar su culazo imponente.

Follan como desesperados conscientes de que disponen solo de unos minutos, mientras afuera sigue cayendo la mundial en forma de aguacero, una cortina que les protege de miradas y de oídos indiscretos mientras los dos se derraman en un festival de saliva, semen y flujo que inunda el coche de olores y sabores a sexo puro y duro.

De nuevo la caravana avanza. Esta vez Mónica consigue arrancar antes de que el impaciente de atrás le pite. De nuevo frufrús de sus muslos, que aprieta haciendo presión sobre su coñito.

Cuando detiene el vehículo de nuevo, la mano se pierde otra vez debajo del vestido. Su vulva es como un imán al que no se puede resistir. Aparta la braguita un lado y los dedos se sumergen en la espesa humedad. Está chorreando. Desliza dos de ellos y los retira empapados. Casi sin darse cuenta, hace el gesto de llevárselos a la nariz para oler el flujo fresco.

Una tercera fantasía viene a su mente. Su compañero del trabajo Damián ¿Recordáis que al principio comentamos que había estado tonteando con él? Bueno es verdad que hay una conexión. Roces, miradas de entendimiento, gestos… pero nunca han pasado de ahí. Damián es demasiado serio y educado para traspasar la raya a menos que ella le diera pie y eso no ha sucedido. Que una cosa son juegos inocentes que sin embargo la ponen cachonda, y otra bien distinta, es lanzarse a una infidelidad poniéndole los cuernos a su marido. Mónica tiene claro que no va a provocar algo así.

Pero ahora imagina por un momento, sola en el coche y para ella misma, que hoy cuando llega a la oficina le hace una seña a Damián y este la sigue hasta el archivo. Una vez allí, ella echa el pestillo y situándose frente al él, se quita las bragas las deja encima de la mesa.

Damián abre la boca sorprendido, pero antes de que pueda pronunciar palabra Mónica le dice segura y convencida:

-No hables. No digas nada. Solo tómame.

Se abrazan. Sus manos recorren ansiosas todo su cuerpo. Ella se sienta en la mesa y se sube el vestido mientras abre los muslos y le muestra impúdicamente su sexo. Es su fantasía así que ¿por qué cortarse? Es algo que nunca haría (¿o sí?) Jugar con la posibilidad la pone caliente, o mejor dicho: más caliente aún.

¡Ah sí! ¿Por qué no ir más allá? Puestos a imaginar, se imagina a Damián loco de deseo, sacándose un miembro más que grande. De esos que raramente se ven fuera de las pelis porno, largos y gruesos. Se lo imagina loco de deseo entre sus muslos, maniobrando para metérsela mientras el glande roza su clítoris con cada torpe intento. Entonces la coge y la gira apoyándola contra la mesa. Desde atrás, apunta abriéndose paso con la polla hasta situarse a la entrada de su vulva. Ahora sí, empuja y poco a poco la va deslizando dentro. Mónica siente cómo dilata su vagina, como llega hasta el final, como su prepucio golpea contra su matriz...Uno de sus dedos ha desaparecido en su vagina eso sí es real. Con el pulgar se frota el clítoris a la vez que lo introduce y lo saca con la braga echada a un lado. Puede oír el chapoteo mezclándose con el ruido de la lluvia ¿De verdad se está haciendo una paja en el coche en medio de un atasco? Debe parar y concentrarse en la conducción, pero ya ha llegado un punto de no retorno, todo le da igual. Ahora son dos dedos los que desaparecen en su vagina mientras continua estimulándose.

Las luces se vuelven aún más borrosas y ya no distingue entre la lluvia golpeando el cristal y los latidos de su corazón acelerado. Alguien hace sonar el claxon pero parece que es lejos, muy lejos. El coche que está paralelo a ella se mueve, pero Mónica sigue a lo suyo, está tumbada boca abajo en la mesa del archivo mientras Damián la penetra con fuerza desde atrás e intenta decirle cuando le gusta, todo lo cachondo que le pone, pero no puede hablar, solo gruñe como un alazán en celo.

El orgasmo ya viene, fogonazos de placer en la vista perdida entre luces que ahora se vuelven psicodélicas y la cortina de agua del parabrisas; un nuevo pitido y Mónica emite un alarido apenas contenido mientras tiembla entera, difícilmente consigue pulsar las luces de emergencia antes de volver a aferrar con la mano izquierda el volante, tratando de retorcerlo mientras la otra mano continúa entre sus piernas.

Pasan unos minutos, hay varios coches que la adelantan. Se han acabado los bocinazos: parece que el de atrás ha entendido que está en problemas y pone intermitente para adelantarla. Las luces de emergencia le han procurado una pequeña tregua. Pone la cabeza contra el volante mientras trata de recuperar el aliento. Poco a poco se va a serenando.

Unas luces naranjas girando a su alrededor, pero sigue sin reaccionar hasta que de repente unos golpes en el cristal la sobresaltan. Una figura se recorta bajo la lluvia. Saca la mano de entre las piernas y tira del vestido hacia abajo, busca el interruptor del elevalunas y se da cuenta que tiene la mano pegajosa. Consigue bajar un poco la ventanilla y una figura verde asoma.

  • ¿Se encuentra bien señora?

El guardia civil joven, con barba y bigote chorreando agua, asoma la cabeza en el interior.

  • ¿Está usted bien? – repite.

Mónica no puede contestar así que asiente con la cabeza.

  • ¿Le pasa algo al coche? - Ella niega con un nuevo movimiento de la cabeza. Se está fijando en el brazo fuerte y musculoso que está apoyado y la ventanilla. Mira fijamente al chico: le parece guapo.

  • Pues si está todo bien, por favor, continúe.

Mónica ensaya una sonrisa y le da las gracias con palabras apenas susurradas. Quita las luces, mete primera y continúa camino.  Apenas ha recorrido doscientos metros y vuelve a sentirse excitada recordando al guardia civil joven. Tiene los nervios a flor de piel y la libido por las nubes.

  • “¡Joder! ¡Se ha masturbado en medio de un atasco!” piensa sin acabar de creérselo.

FIN