Fantasías sexuales de las españolas: María II
Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Un episodio brutal que también queda anotado en el libro de fantasías especiales de María. De eso hace ya algún tiempo y no había habido muchas más novedades en su relación hasta una noche que se quedó en casa de Ramón hasta tarde. Habían quedado para estudiar juntos pero la oportunidad de disponer de una casa y una cama para ellos solos, resultaba un regalo tan evidente que fue imposible ignorarlo.
La familia de Ramón, desde que sucedió aquello con su hermana, siempre ha ocupado un lugar especial en los sueños húmedos de la chica. Han fornicado varias veces en su casa y esta ocasión, sus suegros estuvieron a punto de pillarlos. Volvieron antes de lo que esperaban interrumpiendo el polvo justo en todo su apogeo. Estaban en la cama de Ramón con ella abierta de piernas follando profundamente. Cuándo oyeron la puerta, ella se abrazó a su novio durante unos segundos, impidiéndole salirse mientras él intentaba retirarse. Fue una sensación súper excitante, de las mejores que María ha gozado mientras Ramón la follaba. Le hubiera gustado continuar mientras oía los pasos por el piso acercarse y que justo al correrse, los suegros abrieran la puerta del dormitorio y los pillarán así, a los dos enganchados, con ella corriéndose como una loca.
Pero claro ¿cómo iban a hacer algo así? Al final se separaron y se vistieron rápidamente mientras su novio salía al recibir a los padres y anunciarle que estaban en su dormitorio estudiando. Para cuando asomó la cabeza la suegra, ella había conseguido componerse en tiempo récord y ponerle la sonrisita de niña buena. De niña formalita con faldita de tablas a media pierna y rebeca encima de la camiseta, pero con las bragas debajo de la almohada de su novio y con su coño todavía húmedo al aire bajo la tela. Del sujetador ni idea, luego más tarde consiguió encontrarlo debajo de la cama: Ramón le había dado una patada para quitarlo de en medio.
El caso es que durante toda la cena María se removió inquieta y muy caliente por haberse quedado a medias. Ayudó a su suegra a recoger y luego se sentó en el sofá con su novio. Delante, una mesa con enagüillas hasta abajo les permitía taparse las piernas. El salón era algo grande y venía bien porque hacía frío. Los suegros no solían poner en marcha la calefacción. Ellos pasaron a ocupar un par de butacones orientados hacia la tele y allí se quedaron, de espaldas a ellos, viéndola y dejándolos un poco a su bola. A María y Ramón no le interesaba demasiado lo que estaban viendo y una vez comprobaron que a pesar de lo cerca que estaban, sus suegros no les prestaban demasiada atención, aprovecharon para darse un beso rápido y silencioso. Ella tomó su mano y la llevó entre sus piernas, convenientemente tapadas con la ropa de la mesa camilla. Ramón hizo un gesto como de apuro, señalándole con la cabeza hacia delante, pero ella sonrió y abriendo sus piernas colocó los dedos de su novio sobre su coñito, que en ese momento seguía húmedo por dentro. Ramón se lo acarició y le introdujo un dedo, lo cual provocó que ella se mordiera un labio. Luego lo saco y se negó a continuar.
María estaba muy caliente así que decidió que tenían que salir de allí. Se despidió de sus suegros agradeciéndoles la cena, recogieron sus cosas en el cuarto y Ramón se fue con ella para acompañarla a casa. No llegaron a salir ni del portal. Aprovechando que tenía llave del trastero junto al cuarto de contadores donde guardaba su bici, se metieron allí y echaron un polvo rápido e intenso.
Tan calientes estaban, sobre todo ella, que cuando se dieron cuenta que con las prisas se habían dejado los preservativos en el dormitorio de Ramón, no vacilaron en hacerlo a pelo. En una repetición del polvo que echaron en la terraza de aquel apartado polígono donde estaba el pub, follaron frenéticamente, con ella recibiendo por detrás tan fuerte que nuevamente se corrió casi enseguida. Estaba tan ida que a pesar de haber llegado al orgasmo continuó copulando hasta dejar seco a su novio. Fue él, el que tuvo que decirle “para, para” porque ella insistía en seguir follando mientras daba grititos de placer y se agarraba con los nudillos a una estantería, hasta que se le pusieron blancos de apretar.
En fin, otro orgasmo épico, de esos que no se te olvidan en la vida. Material del que están hechas las fantasías sexuales y que María sabe bien aprovechar.
Y ahora sí llegamos a la tarde del viernes en la que con la excusa de que hace una noche de perros, ellos deciden que no van a salir y se van a quedar en el cuarto de Ramón viendo una serie. Nuevamente María lleva una falda bastante moderada y esta vez es una blusa la que cubre sus pechos, abotonada por encima del escote. Sin embargo está excitada porque debajo no lleva nada, las bragas han quedado en su bolso y el roce de sus muslos la está poniendo a punto de caramelo. Comen muy juntos y su mano acaricia por debajo de la mesa el muslo de su novio sin llegar a tocarle el paquete. Ramón disimula todo lo que puede pero María intuye la erección.
Comienza el concurso del Got Talent que sus suegros no se pierden ni un solo viernes. El padre de Ramón, que está un poco sordo, sube el volumen de la televisión y se acomoda en su butaca relax a la que se le levantan los pies. Así estirado, queda apoltronado, lo cual hace más difícil que pueda girar la cabeza y asomar por detrás del sillón. Su mujer repite la misma operación. Los dos hacen tintinear una taza de manzanilla que se suelen tomar siempre después de la cena.
¿No queréis ver el programa? hoy son las semifinales...
No papá, nos tomamos el postre aquí en el sofá y ahora nos vamos a mi cuarto para ver una serie.
Vale, como queráis - dice situándose ya en posición y pareciendo como que da por terminado el momento de socializar.
Por debajo de la tela de la mesa, María toma la mano de su novio y la dirige a su pubis. El chico le acaricia el vello antes de que sus dedos bajen hacia el clítoris y lo acaricien con un movimiento circular. Se entretiene, no hay prisa. Su novia comparte con él un bol de arroz con leche y le va dando cucharadas alternativamente, una para ella y otro para él, para que Ramón no tenga que distraerse de su misión. Él sabe lo que le gusta a su chica y lo importantes que son para ella estas travesuras.
Los dedos se abren paso un poco más abajo, recorriendo por fuera sus labios vaginales, su perineo, escarbando incluso en dirección a su ano todavía virgen, provocando un estremecimiento en la chica. Se va entreteniendo en cada pliegue, en cada recoveco, antes de penetrar en su sexo húmedo y palpitante que ya lo reclama, hinchado y segregando flujo. El primer dedo entra sin ninguna dificultad porque María se ha abierto de piernas todo lo que ha podido. Ahoga un suspiro, su suegro es duro de oído pero la suegra oye muy bien y no quiere dar pistas de lo que está pasando unos metros detrás. Su chico la estimula como sabe que a ella le gusta, buscando profundidad pero a la vez rozándose con las paredes de la vagina. María cierra los ojos y no puede evitar relamerse. Está a punto de caramelo y aunque sin ruido ni resoplidos, su pecho se mueve agitado. Entonces, Ramón, introduce un segundo dedo, el anular, aumentando la presión en el interior de su coño. Luego lo tuerce hacia arriba y hace forma de gancho, estimulando desde atrás la parte superior de su vagina. A María le encanta esta caricia, es como si le frotaran el clítoris pero desde el interior. Mueve su pelvis de forma todo lo contenida que puede, tratando de acompañar el movimiento de los dedos de Ramón. La cara se le desencaja y la esconde bajándola y dejando que su pelo la cubra. Aprieta muy fuerte los muslos mientras se corre, ahogando los jadeos en su interior. No se puede creer que se hayan atrevido a pajearse a tres metros de sus suegros. Todavía está en una nube y se abraza a su novio un buen rato hasta que se recupera.
Él le hace un gesto indicándole el camino de su cuarto pero ella niega con la cabeza mientras compone una sonrisa pícara. Ahora es su mano la que desaparece por debajo de la ropa de la mesa camilla. Sus dedos se pelean un instante con el botón del pantalón y la cremallera antes de conseguir dejar el camino libre. Toma el pene y lo extrae. Tras conseguir liberarlo puede recorrerlo desde los huevos hasta la punta, comprobando su dureza, palpando sus venas hinchadas. Con cuidado tira hacia abajo descubriendo su glande. Para pedir hay que estar dispuesta a dar y dado que a María le gusta tanto que la masturben, ella se ha esmerado en aprender la técnica que mejor le va a su chico. El puño cerrado en la base, muy cerca de los testículos, apretándole a la vez que lo masajea y de vez en cuando, la mano que sube hasta la punta y la estimula un poco antes de bajar de nuevo y abrazar el falo en su parte más gruesa.
Ahora le toca a él sufrir intentando disimular y mantener el placer contendido. María aumenta el ritmo con la vista puesta en sus suegros, por si hacen algún movimiento extraño, deteniéndose un par de veces cuando percibe algún gesto qué puede indicar que se levantan. Pero no lo hacen, siguen embebidos en el programa. Ella se aprieta contra su costado, simulando un abrazo como si estuvieran arrebujados mirando la tele. En realidad lo que hace es transmitir su calor al chico, que note su aliento cercano y poner también en danza su otra mano, que se cierra sobre los testículos de Ramón apretándolos con fuerza.
No necesita mirar a su novio para saber que está apunto de eyacular: su falo se ha endurecido todavía más y por su prepucio corre líquido preseminal que le moja la mano y facilita que los dedos escurran mejor. Solo falta la guinda y ella sabe como ponérsela. Acerca sus labios al oído de Ramón y le susurra
- Cuando nos vayamos hacemos una visita al trastero, te la voy a chupar hasta que te corras en mi boca - y luego le muerde la tetilla de la oreja.
María nota perfectamente las contracciones del pene que un segundo después comienza a soltar esperma. Puede sentir el líquido pegajoso resbalando entre sus dedos y acumulándose en la base de la polla así como en los huevos. Con la mano izquierda estratégicamente tapando el prepucio, recibe buena parte de los lechazos impidiendo que salpique todo por debajo de la mesa. Pasados unos instantes, deja de pajearlo pero sigue apretándola y estrujándola lentamente, desde la base a la punta hasta que suelta la última gota. Tiene las manos encharcadas de semen y no se atreve a tocar nada.
- Coge la servilleta - le susurra.
Ramón obedece y lleva la tela hasta su entrepierna. María la toma y se limpia las manos como puede. Luego frota la verga de su novio y a tientas vuelve a guardarla, subiendo la cremallera y abrochando el botón. Hace una bola una servilleta para evitar manchar y fingiendo que se le ha caído algo, levanta un poco la tela y asoma la cabeza para detectar alguna salpicadura evidente que deba recoger en el suelo o en el sofá. Aparentemente todo está bien. Se abraza a su novio y le da un beso. A ambos se les escapa una risita cómplice.
Cualquier día verás tú la que vamos a liar - murmura Ramón.
Schisssss - le chista ella, ahora temerosa de que puedan oírlos.
Su suegro se ha levantado: hay un intermedio en el programa y quiere aprovechar para ir al servicio, mientras que su suegra hace intención de recoger la mesa.
- Deja, deja, mamá, que ya lo hacemos nosotros - dice Ramón poniéndose en pie y cogiendo un par de platos y el bol de arroz con leche ahora ya vacío.
María hace ademán de levantarse pero justo en ese momento, cuando su novio se va hacia la cocina con los platos en la mano, el mantel vuela tras de él tirando todo lo que hay encima de la mesa al suelo.
Tres pares de perplejos ojos se fijan en un sorprendido Ramón que con las manos ocupadas mira hacia atrás intentando entender qué cojones ha pasado.
Precisamente a la altura de sus cojones está el problema. Un trozo de mantel ha quedado pillado en su bragueta, atrapado por la cremallera que su novia ha subido a tientas.
- Mierda…- murmura mientras una avergonzada María se tapa la boca con las manos, que todavía huelen a semen y empieza ruborizarse al ver que la mirada de sus suegros se dirige alternativamente de la bragueta de su hijo a ella.
FIN