Fantasías sexuales de las españolas: María I

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

María

María se da una larga ducha para relajar el cuerpo después de otra estresante media jornada trabajando de camarera en la cafetería de su tía. Solo son cuatro horas por la tarde, a veces menos, pero aquello es un no parar. Al principio era algo divertido que además le hacía ilusión por ganar su primer sueldo, el primer dinero que tenía para ella. La economía familiar estaba ciertamente maltrecha y María quiso colaborar pero su madre se negó a cogerle la paga. “Con que seas autosuficiente y tengas para comprarte tus cosas y para salir ya me ayudas”, le dijo.

María es joven pero tiene la cabeza sobre los hombros, sabe lo que cuesta llegar a fin de mes, así que una vez pasada la euforia inicial, había estado tentada de dejar el trabajo que le quitaba horas de estudio y sobre todo, tiempo para estar con su novio, pero no obstante, decidió continuar a pesar del esfuerzo que le suponía. Mientras dependiera de ella, no volvería a ser una carga para su madre que bastante tenía con hacer economías para cuadrar el presupuesto familiar. En fin, que no se quejaba porque sus jovencísimos dieciocho años le daban fuerza y energía para poder con todo eso y más.

Ahora está contenta, esta noche cena con su novio. Le espera una velada muy excitante porque comen con sus suegros. Sí, habéis oído bien. Seguramente os estaréis preguntando qué tiene de excitante o de morboso una cena con tus suegros, pero para eso tendréis que esperar que avance un poco más el relato. Como en las buenas series, cada pieza tiene que encajar en el momento justo según el guion. Ahora estamos con los preliminares, con los canapés como si dijéramos.

De momento lo que hace María es recordar un poco todo su historial de fantasías sexuales, pasando por los hechos más relevantes a la espera de lo que ella desea que ocurra esa noche.

Una de sus fantasías más antiguas y recurrentes tiene que ver con su primera experiencia sexual. No fue algo muy satisfactorio pero María lo ha reconstruido a su gusto, consiguiendo montarse una película que le da morbo y ha protagonizado muchas de sus masturbaciones e incluso, alguno de sus orgasmos cuando tiene sexo con su novio y piensa en ello. Fue con el primer chico que estuvo. Un conocido de la plantilla del instituto que a ella le gustaba. Lamentablemente, las expectativas no estuvieron al nivel de lo que luego fue. El chico, algo chulito y descarado pero guapo, le había hecho tilín y ella (todavía muy inexperta y sin acabar de superar su timidez de primeriza) no acertaba a la hora de manejar el asunto, de forma que sus intentos de llamar la atención fueron mal descifrados. María quería comenzar una relación con él pero el chaval interpretó que ella lo que quería era sexo y punto. O quiso interpretar, que era muy listillo el pavo y lo mismo María se está echando culpas que no le corresponden.

Ocurrió en la fiesta que montaron unas amigas en su casa. Hubo un par de tonteos previos en forma de caricias y besos contenidos. Ya sabéis, el ritual típico tras lo cual ella esperaba algo más de romanticismo y una cita para seguir avanzando. Despacito y buena letra que diría su madre. Sin embargo, lo que ocurrió fue que tras un par de cubatas de vodka los dos acabaron metidos en una habitación, con el chaval disparado y ella un poco pedo, ciertamente confusa, navegando entre el deseo y la desorientación.

Se dejó besar y también acariciar los pechos, mano sobre piel, la primera vez que un chico se los tocaba. Estaba caliente (para que vamos a engañarnos), así que cuando de forma más o menos brusca le separó los muslos y puso la mano sobre su sexo, reaccionó humedeciéndose. Un largo y jugoso beso le impidió protestar, aunque realmente no deseaba hacerlo, sino que estaba expectante por el próximo paso, que sin duda consistiría en que apartaría la braguita a un lado y así podría sentir los dedos directamente acariciando su chochito.

Esto pareció cumplirse porque el chico le retiró las bragas en vez de apartarlas, tirando bruscamente de ellas hacia abajo y acabando por sacárselas por los pies, lo que la obligó a juntar los muslos. Ella se dejaba, en parte temerosa y en parte ansiosa por lo que vendría a continuación: una mano que se las volvía a separar de forma brusca e imperativa y unos dedos que recorrían  su vulva sin contemplaciones, sin esperar una autorización que María no acertaba a dar, todavía un poco indeterminada ante aquella situación. El tacto era totalmente distinto a como se tocaba ella. Unos dedos recios y gordos que recorrían su vello público enredándose en él y luego, amasaban sus labios vaginales como si fueran pan, para después separarlos y tratar de introducir una falange dentro.

Demasiado rápido y muy poco tacto para una primeriza. María siente una pequeña punzada que se sobrepone al gusto, descolocándola. Él insiste y ella se asusta. Teme que pueda desflorarla con esos dedos tan gruesos y que le haga daño. Desde luego no es su idea de cómo debe ser su primera vez. Entonces cierra las piernas y tira de la mano del chico. Luego se levanta y se dirige a la puerta.

  • ¿Pero qué pasa? - dice él - ¿dónde vas?

María, de repente, se detiene, se gira y vuelve a la cama a recoger sus bragas.

  • Lo siento - afirma antes de salir, mientras su perplejo amante la ve irse.

De eso hace tiempo. Ya no es virgen y las relaciones con su novio no tienen nada que ver con aquella experiencia. Al final consiguió una primera vez placentera y bonita.

Sin embargo, aquello la pone cada vez que lo recuerda, entre otras cosas porque reconstruye a su gusto el recuerdo, adaptándolo de forma morbosa con todos aquellos añadidos que la hacen excitarse: los dedos del muchacho ya no son gruesos y bastos, sino delicados y finos y la acarician con sabiduría y tacto, preparándola para el placer; su aliento no sabe a vodka barato, más bien queda oculto bajo el perfume que le gusta a María; ella no está contraída ni tensa porque él se ha currado los preliminares y le dice palabras que la ponen cachonda, como que le va a comer su coñito y que sus tetas son las mejores que ha acariciado. De hecho, está mojada y cuando le introduce el dedo entra sin provocarle ningún dolor, todo lo contrario, María se derrite de placer y reclama un segundo dedo en su vagina. Lo que no cambia es la acción contundente de arrancarle las bragas: en ese punto ella se moja mucho ante el ímpetu y el deseo incontenible del chico. De hecho le pide más… más adentro, más fuerte, más dedos. Todos sus deseos son complacidos y ella se corre mientras nota la respiración caliente y agitada del chico en su cuello.

Es una fantasía muy recurrente, en la que ha eliminado todo aquello que no le gustó de la experiencia y añade detalles que le dan morbo. De hecho, la ha repetido no solo con ese chico, sino también con otros protagonistas. Cada vez que un hombre le llama la atención, se imagina de nuevo en ese trance.

El ultimo uno de sus compañeros camareros, un muchacho guapote y con buen cuerpo, un tío sociable y gracioso, excelente relaciones publicas que se lleva al huerto a toda la que se acerca. Aunque es diez años mayor que ella, en más de una ocasión ha fantaseado con que sustituye sus pantalones negros de faena por una faldita corta y consigue llamar su atención. En un momento dado, cuando el bar está tranquilo y sin mediar palabra, él la toma del brazo y tira de ella hacia el almacén donde está la despensa. Mientras su tía guisa en la cocina y organiza el tema de las raciones y tapas, le tapa la boca con una mano y con la otra le levanta la falda.

María intenta protestar pero él insiste y al final, acaba separando las piernas y dejando que le meta un dedo en la vagina. El chico retira los dedos de su boca y los labios ocupan su lugar. La besa a la vez que la masturba, ella está muy mojada y puede oír el chof chof del dedo mientras sale y entra, salpicando flujo. Se corre rápidamente, allí de pie y con las bragas a medio muslo. El sitio, la situación de riesgo (su tía puede descubrirlos), el hecho de que él no pregunte y prácticamente la fuerce son ingredientes que ella no toleraría en la vida real pero que en su cabeza, bien aliñados con otros detalles morbosos, componen una ensalada de placer que la pone cachondísima.

Es solo una fantasía, claro, porque ella nunca le pondría los cuernos a su Ramón. Por cierto, antes de continuar conviene presentar a Ramón, un chico del barrio que desde hace un año es su novio. María ha tardado en llegar al sexo si se compara con sus amigas, pero no ha perdido el tiempo desde que sale con Ramón.

Las primeras veces fueron solo caricias y masturbaciones mutuas, pero pronto pasaron al sexo oral y al final, en un lapso de apenas un mes, decidieron que todo aquello se les quedaba corto y que tenían que ir a por el premio gordo. Ahora que ya está abierto el grifo María no está dispuesta a cerrarlo, el sexo le gusta ¿a quién no? nunca pensó que aquello pudiera ser tan placentero y tan excitante. No acaba de entender los remilgos de algunas de sus amigas que incluso perdieron la virginidad antes que ella, pero que ahora pasan sobre el tema como de puntillas, como si con la práctica aquello hubiera perdido su gracia.

A ella, por el contrario, el cuerpo a cuerpo cada día le gusta más y lejos de calmar sus fantasías, lo que ha hecho ha sido espolearlas. Cualquier situación morbosa la recrea luego una y otra vez, cambiando las protagonistas, el sitio o la sucesión de hechos para montarse su propia película. Tanto cuando se masturba a solas como cuando está con su novio.

Ya han tenido varias de estas situaciones. Una de las más morbosas fue cuando fueron con su cuñada y el novio un par de días a la playa. María se lleva muy bien con ella, son casi de la misma edad. Valeria es una chica muy acelerada, algo hiperactiva, bastante descarada y con un punto de provocación bastante evidente. Nada más llegar, lo primero que hizo fue quedarse en topless. Un micro bikini con un minúsculo tanga hizo que las miradas del personal masculino se centraran pronto en ellas.

  • Mucho ha tardado en quitarse el sujetador - comenta su novio Miguel con bastante guasa al ver su mirada un poco perpleja. Su hermano Ramón ya está acostumbrado y apenas le presta atención.

María decide animarse y pronto sus pechos quedan libres a la brisa marina y el sol mediterráneo. Hay pocas posibilidades de disfrutar de algo así en Madrid de manera que se siente especialmente feliz. Arena, sol, cerveza fresquita, su novio a su lado y una situación morbosa con ella en el centro de la misma, atrayendo junto a Valeria la atención de los chicos de alrededor, incluida la de Miguel que a pesar de que tiene una buena hembra al lado, no puede evitar el interés por lo novedoso.

María tiene unas tetas más bien pequeñas, pero con una gran aureola negra y un pezón oscuro que de alguna forma las hacen destacar. Lo calentito del sol y el roce de la toalla hacen que se le ericen. Los tiene muy sensibles y cuando se quita la arena de ellos, el simple contacto de la mano le provoca placer y hace que su entrepierna palpite.

Los juegos de las dos parejas en el agua persiguiéndose, echando peleíllas con ellas sobre los hombros de sus novios, los pechos moviéndose, cuerpos mojados, culos en pompa… provocan una euforia en María (y no solo en ella) difícil de describir, simplemente son jóvenes disfrutando de la juventud.

Pero lo mejor está por llegar, porque tras una noche de juerga acaban en el minúsculo estudio donde solo hay una habitación con dos camas que tienen que compartir. Cuando se mete bajo la sábana y se abraza a su novio, no puede evitar llevar la mano su paquete y recorrer con sus dedos la verga dura como un hierro que moja su punta cuando ella la aprieta. Se comen a besos sin saber muy bien hasta dónde pueden llegar.

Su cuñada no parece tener problema con eso. María aguza el oído y pronto oye jadeos. Gira la mirada y ve un bulto tapado con sábanas donde aparecen manos, cabezas y de vez en cuando alguna pierna. La penumbra no basta para ocultar aquello que, con la luz de las farolas que se filtran por la ventana, ofrece un espectáculo más morboso por lo que cree ver que por lo que en realidad puede visionar.

Así pues, ella se anima y se sube encima de su chico. Tras frotar la verga contra su coñito un buen rato se la introduce, y si bien al principio está inclinada y sus movimientos son lentos y medidos, cuando empieza a llegarle el gusto se despreocupa y lo cabalga como si estuvieran solos en la habitación. Ahora hay silencio en la cama de al lado y eso la excita todavía más, consciente que de acaparar todo el protagonismo. Con movimientos de cintura se folla a Ramón hasta que se corren los dos juntos.

Por la mañana sigue caliente. Ha tenido sueños húmedos y se despierta sudorosa y excitada. Lleva la mano de su novio a su entrepierna y como en su fantasía más recurrente, le empuja la mano para que le introduzca un par de dedos. Se retuerce en la cama mientras se fija en su cuñada y el novio. Valeria duerme desnuda: se ha destapado y está boca abajo con su culo hacia arriba y un muslo flexionado. Pablo, su novio, levanta la mirada y se fija en ella. La está mirando mientras la masturban y eso hace que se corra de placer. Es lo más excitante que le ha pasado nunca.

Pablo y Valeria se vuelven íntimos para ella durante esos dos días, son sus colegas de morbo. En especial Pablo, con quien intercambia miradas de entendimiento, como si supiera lo que le corre por la cabeza pero teniendo el buen gusto de mantener la distancia física y no intentar nada que pueda estropear esos buenos momentos. A él le pone también esta situación, es igual que su novia, pero es solo morbo, esos dos están también enamorados y no traspasan con ellos ningún límite ni hacen nada inadecuado.

María vuelve de ese fin de semana cargada de material y combustible para una buena temporada de húmedas fantasías, a las que esta vez pone poco freno. Se imagina repitiendo la misma escena pero en esta ocasión a la luz del día, con las persianas levantadas y Miguel y Valeria viendo como se folla casi con desesperación a Ramón, moviendo sus caderas furiosamente, con sus pechos votando a un lado y a otro. La fantasía evoluciona hacia temas más extremos, con Miguel levantándose y ocupando el puesto de Ramón, dándole satisfacción a ella mientras su novio y su hermana observan desde la cama contigua. Más adelante la cosa acaba en un trío y finalmente, cuando la fantasía alcanza su paroxismo, es una orgia donde se mezclan incesto, lesbianismo e infidelidad consentida por todas las partes. María explora todas las variantes hasta que ya prácticamente agota este manantial de ideas. Últimamente ya no recurre tanto a esta ilusión, la tiene un poco gastada, pero le ha proporcionado muy buenos momentos y desde luego la ha empujado a romper los límites mentales. Ahora está dispuesta a aprovechar cualquier cosa que la excite.

Pero lo que es un clásico es la fantasía de que le metan mano, esa permanece de una forma u otra, con una u otra variante, incluso llevándola a la práctica, que es lo que más le pone a María. Ni una buena follada ni una buena comida de coño (sin despreciar ambas), lo que más la pone es que su chico sin previo aviso, la coja, le aparte las bragas o se las arranque y le introduzca los dedos en la vagina, pajeándola a la vez que la besa.

Lo cierto es que últimamente las situaciones lujuriosas parecen sucederse. Hace apenas un par de fines de semana estuvieron de celebración en un pub. A pesar de que fuera hacía frío, María no dudó en salirse a la terraza exterior con su chico. La temperatura dentro había subido muchos enteros y el alcohol había desatado la libido. Como cabía esperar, salvo una pareja fumando en la puerta, en el resto de la terraza no había nadie. Se buscaron un recoveco fuera de la vista pero con visión en dirección a la salida por si alguien más entraba y se le ocurría acercarse. Ver antes de ser vistos, ya sabéis, seguro que conocéis la técnica si alguna vez habéis hecho manitas u otras cosas incluso más arriesgadas en un sitio compartido. Estuvieron jugueteando un rato, solo roces por encima de la ropa, apretones e intercambio de saliva, hasta que la parejita desapareció en el interior tras lanzar la última voluta de humo al aire. Luego pasaron a lo serio: la mano de Ramón desapareció dentro de las mallas de María que movía el pubis buscando el contacto y tratando de facilitarlo. Estaba muy caliente así que le pidió a su chico lo que más deseaba:

  • Méteme los dedos y dame fuerte, como tú sabes, venga.

Ramón no tuvo que hacerse repetir la orden y mientras ella separaba un poco las piernas, la masturbó con la maestría de quién conoce aquel coñito centímetro a centímetro. La verdad es que su chico ya tiene más que práctica, tanto que en alguna ocasión ha conseguido hacerle encadenar más de un orgasmo. Ese día fue una de esas ocasiones especialmente morbosas que María recuerda gratamente, con ella corriéndose y empapando sus braguitas de tantos fluidos que al final traspasaron a sus mallas.

Pero no quedo ahí la cosa. En agradecimiento, arrastró a Ramón a un escondrijo todavía más oscuro se arrodilló frente a él. Simplemente abrió la cremallera, le sacó la verga sin bajarle los pantalones y le dijo “vigila”. El glande desapareció en su boca rápido y ella se esmeró, glotona, en dejársela húmeda y resbaladiza con su lengua. Luego, se puso mirando hacia la entrada desde el recoveco oscuro dónde estaban y se bajó las bragas y las mallas un poco, hasta descubrir sus glúteos lo justo para que no se apreciara gran cosa y pudiera pegar el tirón para arriba en caso de emergencia. Se inclinó hacia delante, apoyando la mano en la esquina que los ocultaba para facilitar las cosas a Ramón, que no perdía el tiempo y ya maniobraba con su polla entre los cachetes de María, buscando la entrada a su vagina. Apenas tardan unos segundos en acoplarse y la penetración, en principio lenta y suave facilitada por la humedad de la corrida previa de María y el buen ensalivado de la verga de Ramón, pronto se vuelve dura y frenética. El chico está muy caliente. Embiste cada vez más fuerte, sin miramientos, agarrándola de la cintura para mantenerla pegada y evitar que se salga el miembro de su palpitante chocho.

El roce es tan intenso y la penetración tan profunda (todo unido a las cachetadas que se oyen y a lo morboso de la situación), que María no puede evitar ponerse pronto al mismo nivel de calentura que su novio. El clítoris, muy sensible por el anterior orgasmo, facilita las cosas y los dos llegan prácticamente a la vez en una explosión de goce mientras se quedan enganchados como dos perros callejeros, insensibles durante unos segundos a todo los que les rodea, simplemente jadeando de puro gusto.