Fantasías sexuales de las españolas: Idoia IV
Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Ese sábado estamos los dos de buen humor, felices como cuando éramos novios. Que no digo que no lo fuéramos ahora, pero que con el tiempo es una felicidad un poquito más apagada y hoy hemos recuperado la chispa. Paseamos por la ciudad, visitamos un museo, almorzamos en un mesón que pone unos callos exquisitos y unos revueltos de habitas con jamón que a mí me gustan mucho. A pesar de que la costumbre dice que no repetimos hasta por la noche, nos vamos a echar la siesta al hotel y volvemos a fornicar. Y esa noche otra vez y el domingo por la mañana también, hasta que dejamos la habitación. Y también hubiéramos fornicado antes de que cogiera el tren si la casa de mi tía hubiera estado vacía.
He tirado de todo el repertorio de mis fantasías para hacerlas coincidir con los coitos que hemos practicado. Yo, con Sergio en su despacho; con los dos chicos Erasmus; con el chico negro y también con Samuel, que nos sorprendía y se unía a la fiesta. El domingo por la noche estaba cansada pero a la vez excitada, igual que los niños pequeños después de un cumpleaños. Tuve que masturbarme de nuevo para poder conciliar el sueño y fue un poco como el sueño del ángel, ese que dicen que tienes la primera vez que haces el amor. El día qué Samuel me desfloró yo no tuve ningún sueño, pero el domingo por la noche sí. No recuerdo muy bien lo que era porque hay sueños que son tan buenos que no dejan huella, solo sé que dormí de un tirón y era feliz.
Por la mañana me desperté adormilada y como siempre, tras apagar el despertador, me di una ducha para espabilarme. Me rocé con la esponja en mis partes y no pude evitar la tentación de mirármelas en el espejo. Tenía el coñito un poco irritado y sensible, todavía no estoy acostumbrada a follar tanto ni tan intenso. Un arañazo marcaba uno de mis pechos, justo por debajo de la aureola, no recuerdo cómo me lo hice, si fue Samuel o fui yo.
Para ser lunes estoy muy animada y mi cabeza no deja de dar vueltas a pesar de lo temprano que es. Se me ocurren mil cosas y me tengo que sentar un poco para poner orden en mi mente. Estoy contenta por ver a Sergio y trato de imaginar cómo podría provocarlo después del viernes ¿Qué más podría hacer después de haberle enseñado casi todo?
Cuando abro el armario elijo una camisa discreta pero que se me queda ajustada y una minifalda que apenas he usado un par de veces, siempre con Samuel. Es demasiado atrevida para llevarla al colegio pero aun así me la pongo. Selecciono unas braguitas tipo tanga que todavía no he estrenado. De esas que te compras para darle una alegría a tu novio, pero que como también hay que estar alegre para usarlas, al final nunca las estrenas porque siempre las dejas para una ocasión especial y ésta nunca llega. Cuando me las pruebo, compruebo que me quedan pequeñas ¡hace tanto que las compre...! Apenas me tapan el pubis, me dejan todo el culo al aire y un fino hilo cubre mi rajita, dejando ver los labios de mi coñito. Solo una delgada tira de tela con pelos a los lados, que casi se mete por el valle que forma la entrada a mi vagina. Tengo la sensación de que a poco que ande con ellas, se van a perder dentro y va a ser como si no tuviera nada puesto. Cubro todo el conjunto con un gabán largo que no pienso desabrocharme hasta que no llegue a la clase.
En el coche voy escuchando música. Cuando paro en un semáforo, aprovecho para darme un poco de brillo de labios. Me sorprendo a mí misma sonriéndome. Me siento optimista y feliz por iniciar mi jornada laboral ¡Qué sentimiento tan desconocido para un lunes por la mañana!
Al llegar al colegio le pongo ojitos a Sergio que está en la puerta controlando el acceso. Mientras reúno mi fila de alumnas, observo que me mira y yo le hago un gesto con la mano, antes de cerrar la marcha de mis chicas hacia la clase. Cuando llego allí, me quito el gabán y me pongo la bata que uso para la clase de manualidades, abotonándola por delante mientras oigo a algunas de las chicas murmurar y también risitas sofocadas. A las muy petardas no se le escapa ni un detalle, tendré que tener cuidado.
- ¡Silencio! – Ordeno - y ahora sacad los cuadernos que vamos a corregir los ejercicios que mandé ayer.
Las dos primeras horas transcurren entre polinomios, sistemas de ecuaciones y cálculo de áreas. La tercera damos lengua y la dedicamos a hacer análisis sintáctico de oraciones. Cuando llega el momento del recreo, tengo yo casi más ganas que las niñas de salir de la clase.
Voy a la sala de profesores pero Sergio todavía no ha llegado, así que me dirijo a su despacho. Ahí está enfrascado con el ordenador. Me mira y se alegra de verme, sobre todo teniendo en cuenta que antes de entrar me he abierto la bata y mis muslos son visibles hasta muy arriba.
Sergio, voy al archivo a coger los mapamundis para clase de geografía.
Te los alcanzó yo…
No, no te preocupes, tú sigue con lo tuyo - Sé que los mapamundis están en un estante a dos metros.
Me quito esto - digo mientras dejo la bata en una silla - no me vaya a tropezar al subir a la escalera.
El me sigue con la mirada mientras entro al archivo y subo los peldaños de la escalera.
- Sergio, solo hay estos dos.
Él se levanta y se acerca mientras yo siento que el corazón me late más deprisa.
- Sí, uno físico y otro político.
Efectivamente hay dos pósteres de gran tamaño enrollados. Yo ya lo sabía pero me apetece tener a Sergio abajo, contemplando mis muslos mientras levanto una pierna y la pongo un par de peldaños más arriba a la vez que tomo los posters ¿Me estará viendo el tanga?
- Toma - le digo mientras se los alargo.
Los toma y los pone apoyados en la escalera, sin moverse del sitio y sin perderme de vista, mientras yo me recreo todavía unos momentos más en lo alto. Cuándo empiezo a bajar, sucede. Me pilla por sorpresa y por un momento no soy capaz de reaccionar. Una de sus manos se apoya en mi muslo y suavemente me lo acaricia. Me quedo bloqueada, justo sobre el último escalón antes de pisar el suelo. Un tremendo calor me invade. Quiero decir algo pero no puedo, tengo la garganta cerrada, me falta el aire. Con cierta brusquedad, como si no coordinara mis movimientos, me dejo caer al suelo y la mano que permanece en mi pierna sube. Queda ahora justo en mi nalga, por debajo de la minifalda. Sigo intentando hacer o decir algo pero no me resulta posible: mi cuerpo tiembla y yo siento una especie de mareo.
Sergio me toma y con decisión me empuja contra la estantería, levantándome la minifalda. mi culo queda expuesto completamente. El hilo del tanga enterrado entre mis cachetes y mi coñito apenas tapado, aunque no sé si desde atrás se puede ver. Ahora son sus dos manos las que separan mis nalgas a la vez que las acarician. Noto una punzada fuerte en mi sexo que reacciona ajeno a mi voluntad. Un cosquilleo me indica que mi clítoris se está estirando y llenando de sangre. Debo tener la cara totalmente colorada porque noto la sangre bullir en mis sienes.
Al final, consigo liberar parte de la opresión del pecho y a pesar de los nervios consigo aclarar mi garganta y reaccionar. Me giro rápidamente y a la vez le suelto una bofetada a Sergio. Le doy fuerte, mis dedos se quedan señalados en su mejilla y sus gafas salen volando y rebotan hasta un rincón. Creo que uno de los cristales ha saltado hecho añicos. Él se queda paralizado con la cara blanca y mientras, yo, aprovecho para bajarme la minifalda y coger la bata.
- Pero ¿qué te has creído? ¿Cómo has podido hacer algo así? ¡Sinvergüenza! No se te ocurra volver a ponerme la mano encima o te denuncio al director.
Me echo la bata por encima y salgo disparada. No sé qué hacer, me tiembla todo el cuerpo… ¡será desgraciado! ¿Que se le habrá pasado por la cabeza? un chaval tan formal y mira tú.
¡No ha entendido nada! y yo que creí que teníamos una conexión especial… ¿Cómo ha podido pensar que quería tener algo con él de verdad? Siento mucha vergüenza y también ahogo en el pecho, es como si me estuvieran dando taquicardias. De repente me entran muchas ganas de llorar. Me voy al servicio procurando no cruzar la mirada con nadie porque ya noto las lágrimas correr por mis mejillas. Me encierro en el aseo y me siento sobre la tapa del váter mientras me desahogo. ¡Jolines! Con lo bien que iba todo y me he tenido que llevar este disgusto.
Menudo sofocón. Lo peor de todo, es que ya no sé si seré capaz de volver a fantasear con Sergio…
FIN